El buen samaritano [quest]

Un niño, en medio de la plaza. Tiene los hombros encogidos, sus manos de dedos entrelazados tiemblan inevitablemente. Mira de un lado a otro constantemente, vigilando sus espaldas de manera paranoica. Su voz, débil y tenue no llama la atención de los que pasan por su lado, nadie repara en él, es un simple mocoso. Tiene la piel pálida, y con su excesiva delgadez, el niña parecía, si no enfermo, al menos abandonado.


-M-mi señora... necesita ayuda.- susurraba el pequeño una y otra vez, esperando que alguien acudiese a socorrerle. - Necesito... que alguien me ayude, si les place. Mi señora... necesita...- un hombre, alto y delgado, blanco como la leche, de cabellos rojo sangre, se acercó al muchacho. Sus colmillos eran visibles desde el otro extremo de la plaza. Vampiro. No era de extrañar que el pequeño se hubiese topado con un vampiro, ya que se encontraba en su ciudad, una cuidad donde las leyes no rigen por igual, una ciudad en la que podías encontrar a alguien alimentándose de la sangre de un pobre desgraciado en cualquier esquina. Aquella era su cuidad, sus normas, la ley del mas fuerte. El niño negó con la cabeza al extraño, su señora le había indicado que no quería vampiros en su casa, que no se atreviese a volver con uno. Si su vida dependía de que un vampiro pisase sus tierras, que la estúpida y valiente muerte intentase llevársela en aquel preciso instante.
El niño temía la reacción de los de colmillos ante una negativa. Y lo más normal hubiese sido que el vampiro se lanzase sobre aquel pequeño raquítico, pero le había pillado en un buen día, había ganado una buena suma de aeros en la gran cuidad hacía bien poco, y lo único que quería era encontrar una buena mujer, aunque no demasiado cara, con la que pasar una buena y larga noche, retozar y devorarla hasta llegado el amanecer. Literalmente.


-Mi señora precisa ayuda, ¿Alguien podría ayudarme?

No se podía imaginar que el niño, no mucho mayor que él, que se estaba aproximando a la zona donde se encontraba, fuese a proponerse como ayudante para la tarea que se le había encomendado. Abrió mucho los ojos, sorprendido. Aquello no podía ser bueno.

-No... tu no- dijo con la voz tremola. -Tu no puedes ayudarme, no eres más que un crío.- lo miró a los ojos, como con pena. -Vete ahora que puedes... por favor, no vengas...- le susurró al moreno en voz baja, intentado alertarle. Sabía perfectamente que el niño podrá cumplir con los requisitos que se pedían para aquella llamada de auxilio, pero sabía de buena tinta que no era agradable, y mucho menos para un niño. No le deseaba aquella suerte a nada.- Mi... señora necesita ayuda de un adulto tu eres un débil... no puedes...

No tardó mucho en obtener ayuda, ya que casi después de que el joven se marchase, un hombre alto y de cabellos rubios como el oro se acercó al niño de cabellos ahora revueltos.

-¿Ayuda?- dijo con una blanca dentadura. Parecía humano, y con conocimientos de medicina, ya que portaba un cinturón con pócimas curativas y una mochila, quizás con herramientas… o comida y ropa, quien sabe. – Espero poder ser de ayuda, en mi ciudad estudié medicina…

-Genial- le interrumpió el pequeño. –Muchas gracias señor, acompáñeme si me hace el favor…- susurró el niño empezando a caminar por una callejuela de suelo de piedra, donde una carruaje esperaba al niño y al ayudante.
El transporte era enteramente negro, únicamente rompiendo con aquel color que se mezclaba con la noche están los asientos tapizados, de color burdeos. En la parte trasera del carruaje había un par de lámparas, bajadas en oro oscuro. Dos caballos, esbeltos y jóvenes tiraban del carro a un paso ligero y elegante. Negros en su totalidad, excepto el de la derecha, que tenía una casi imperceptible mancha de color blanco en una de las patas traseras.
El rubio y el niño llegaron a una gran casa de piedra rojiza, con exuberantes plantas enredaderas que adornaban uno de los costados de la casa. Era una mezcla entre elegancia y humildad, aunque las dimensiones de la casa y lo bien cuidado que estaba el jardín se decantaba más por la mansión de una familia adinerada.

-Por aquí, mi señor…- susurró el niño señalando una puerta de madera oscura muy alta, más de lo normal, como dos pisos de alto, en la que había grabado unos tribales y dibujos extraños.

-Que extraños… una persona con tanto dinero y que no pueda costearse un médico en su casa…- murmuró para sí el rubia mientras se acerba a la puerta que se ebria ante él.

“Adelante” pudo escucharse desde el interior de la casa, una voz ronca y áspera.
El rubio entró, cerrándose las puertas tras de sí.





-¿Grosero? ¿Pero quién te has pensado que eres, niñato insolente? Estúpido escupitajo de Lunamorf…- el hombre cogió al niño del cuello de la camisa, tirando de él. – Moco de troll del bosque…- susurró antes de echar al niño de allí. Grasero, había sido más que aquello, aunque el pequeño granujilla podría haber cogido del bolsillo del hombre un mapa con una localización marcada, una casa, con algunas anotaciones ininteligibles.

-Sí, está esto, también lo otro…- el hombre hacía recuento de su mercancía para asegurarse que aquel maldito mocoso hijo de una langostruosidad y un kag le hubiera robado nada. No le gustaban los niños y menos aquellos que se le acercaban con cara de no haber roto un plato y que en realidad los habí roto todos -¡Maldición!- Graznó el hombre a comprobar que falta lo que sería el objeto que él más apreciaba.- como se enteré la doña que me han robado el mapa me matará- susurró para él mismo- o, quizás, me premiará con uno de sus lujosos objetos- la última frase la dijo a la vez que se rascaba el mentón en son a la idea que se le acababa de ocurrir. Cuando terminó de hablar, las maldiciones y los insultos quedaron en un segundo lugar para dar lugar a una enorme y larga risotada.

¡No, otra vez él! ¿Le estaría siguiendo? Más que una preguntárselo, el niño, llegó a creer que verdaderamente le estaba siguiendo. No podía permitir que entrase en la casa, no por el bien de aquel pobre muchacho solo unos años mayor que él.

Rápidamente, y deseando que aquel pequeño buen samaritano no le viera, el niño salió corriendo hacia uno de los callejones colindantes. Huir fue lo único que se le ocurrió para que el muchacho no entrase en la casa su señora.

Maldito, maldito, y cien veces maldito. El niño no podía dejar de maldecirse así mismo por haber traído hacia la señora un chico tan joven como aquel. “Ralphy eres un maldito”. No podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera esa.

Pronto le atraparía, después de haber estado media noche deambulando entre las calles de la ciudad en busca de ayuda, tenía los pies destrozados. De vez en cuando, el cochero le hacia el favor de llevarle algunas calles hacia arriba con el carruaje, pero eso ocurría muy de vez en cuando. Los caballos estaban para llevar la ayuda no para llevarle a él. El pequeño Ralph tenía que dar todo de sí si quería huir de aquel chico. ¡Un último esfuerzo! Si dejaba de correr lo…

Sus pensamientos se convirtieron en una tormenta de maldiciones en el mismo instante en el que el chico lo atrapó con un salto. Ambos dos rodaron por el suelo. Las piedras del camino rasgaron y agujereando los pantalones de ambos chicos. Eso no le iba a gustar a la señora, ella quería que Ralph estuviera limpio.

-Me va a caer un rapapolvo por tu culpa- Dijo Ralphy al chico- ¡Mira que me has hecho!- tampoco estaba tan mal, solo un par de pequeños agujeros y alguna que otra rozadura, y el otro chico tampoco había quedado peor. Pero él no tenía que corresponder a ninguna señora furiosa. Ah no, seguro que no.

El chico sería muy buena ayuda, mucho mejor que la del hombre rubio el cual, seguramente, estaría muerto tras haber fallado uno de los encargos (cuanta sangre desperdiciada).  El muchacho era lo suficientemente rápido como para poder alcanzar y tan fuerte que Ralphy de verdad creía que le había hecho un agujero en la cabeza. Quizás había llegado de aceptar su ayuda. Si tantas ganas tenía de acabar mal herido, él no era quién para decirle que no.

-Estaba…- titubeo unos instantes antes de soltar un par de lágrimas- un humano valiente, guapo y fuerte quiso ayudarme- dijo al final tras una larga pausa – y yo le conduje hacia la mansión – señaló con la mano derecha una de las mansiones de la zona, una diferente a la verdadera – mi señora le estará diciendo qué labores tiene que cumplir para ayudarla- hizo una segunda y larga pausa para dejar caer nuevas lágrimas- te llevaré a allí pero no me pegues.- En cuanto terminó de hablar puso ambas manos en la cabeza justo en el lugar donde el chico le había estado pegando.

Tras asegurarse y volverse asegurar que el chico no le había agujereado la cabeza con su puño, Ralphy corrió hacia la mansión que había señalado. Si miraba atrás para comprobar si el chico le seguía, él le podía volver a coger y pegarle en la cabeza como había hecho antes. No, no se podía permitir el lujo de mirar atrás. Solo corrió y corrió hasta llegar a la mansión de vieja piedra caliza.

Todo parecía estar abandonado. Los setos estaban secos y podridos, unas ratas se alimentaban royendo  las viejas ramas de los árboles en busca de insectos y unas gárgolas aterradoras de piedra negra coronaban el edificio. Daba miedo, cualquier niño normal tendría miedo de entrar en la mansión aparentemente abandonada. ¿Aparentemente? Pues claro, Ralphy sabía que el dueño de la mansión todavía vivía en ella; si es que el alimentarse de la sangre de las ratas se le podía llamar vivir.

Ralphy entró por la una de las muchas ventanas de la mansión, todas estaban abiertas. El dueño de la mansión era tan ingenuo que se dejaba todo abierto con la esperanza de que un ladrón humano le trajera su sangre fresca. Era como colocar las trampas para los ratones pero utilizan su propia mansión como queso.

Ese niño no cómo los demás, ¡claro que no! Cualquier otro infante hubiera echado al correr despavorido solo al ver la fachada de la vieja mansión. Recordó aquella vez, hace años, cuando unos niños, humanos todos, le retaron a entrar a la mansión. Nada más pasar por el primero de los setos del jardín sintió un frío que le recorrió todo el cuerpo; inmediatamente después, corrió todo lo lejos que pudo mientras llamaba a su madre. Entonces, Ralphy, no era más que un pobre niño humano. No conocía, ni tampoco quería conocer, los secretos que los viejos vampiros guardaban en sus casas. Estos recuerdos formaban parte de lo que él mismo llamaba su infancia no eterna, la que pasó antes de ser convertido en vampiro. En la nueva infancia eterna, dejó de sentir los escalofríos propios del miedo y se interesó por la vida de todos los viejos vampiros; conocía a todos muy bien. Quizás, el otro niño también fuero un vampiro más. Eso explicaría porque, en lugar de tener miedo, amenaza a las sombras con su ballesta.

Desde alguna de las habitaciones superiores sonó una voz –¡Un pájaro os lo ruego!- rezaba la voz a sus imaginarios ídolos. –Basta de ratas y entregadme un cuervo para cenar-.

-Se ha despertado, tenemos que huir- susurró Ralphy al otro niño a la vez que miraba en su enrededor como si, de un momento a otro, unos fantasmas salieran de las sombras para atacarles.

Ralphy dio un saltó de puro espanto cuando la misma ventana por la que entraron, y todas las demás, se cerraron de golpe. Solo quería asustar al chico con la misma mansión que él se asustó cuando fue humano, no que despertasen al viejo Lester y estuvieran atrapados en su trampa.

Los espantosos miedos nacidos de la imaginación de Ralphy se hicieron realidad y el viejo, como un fantasma, apareció entre las sombras de los escalones de la escalera principal de la mansión.

-Ralphy, mocoso ladrón- el viejo reconoció a uno de los dos niños- ¿qué haces aquí lejos de la casa de doña  Grimhilde y quién ese nuevo amigo tuyo? Puedo oler su sangre, es mejor que muchas de las que he bebido en décadas-.

El señor Lester estaba loco. Su sed no conocía límites al igual que su vejes y su fealdad. La buena noticia es que si el chico conseguía salir con vida, Lester lo hubiera asustado tanto que ya seguro que no querrá ayudarlo más. ¿La mala? Que el viejo Lester no dejaría escapar una oportunidad tan buena como ésta.

Lester:

* Chimar:  Un Gorrión como tú, seguramente, habrá caído en multitud de trampas puestas a propósito para cazar ladrones. Pues bien, ahora mismo, estás atrapado en una de esas trampas. Frente a ti, un viejo vampiro que te observa de la misma manera que un humano observaría un lechón recién cocinado. Las instrucciones que seguir son sencillas: Intenta escapar o convence al anciano Lester que puedes ser más útil como ayudante que como comida. En definitiva, haz lo que haría cualquier Gorrión.

Olía a humano pero no parecía uno de ellos. Los humanos son cobardes y débiles por naturaleza. Los niños sobre todo. Cobardes, temerosos, miedicas, asustadizos, espantadizos, gallinas… Fueron muchos los que, nada más bajar todas las ventanas de la mansión al unísono, cayeron al suelo desmayados. Así es como le gustaba que estuviera la comida, en el suelo y sin poder moverse.

Dos cosas razones, una lógica y otra totalmente inverosímil, podían explicar la valentía del niño de la ballesta. La lógica era que los humanos habían cambiado mucho desde la última vez que vio a uno de ellos. Lester no podía recordar cuánto tiempo hizo desde la última vez que bebió sangre humana. ¿Años, décadas, lustros tal vez…? Mucho tiempo; demasiado tiempo. En todos estos años los humanos podrían haber cambiado y, en lugar de tener miedo, lanzan virotes de fuego. Esa, era razón lógica, la inverosímil y la que él más creía como cierta era que el niño de la ballesta fuera un vampiro muy listo con perfume de humano.  Si a su lado tenía el mensajero de la señora Grimhilde, es que era muy inteligente.

Aprovechando el jaleo de las llamas, el chico rompió una venta con una lanza. Nadie, humano o vampiro, jamás se atrevió a romper un ventanal para salir. Sí, ese chico era extraño.

Lester Mcgordian, desde lo alto de la escalera, dio una patada a la alfombra en llamas. Ésta, con la apariencia de una enorme lengua de fuego, se enrollo sobre sí misma apagando todas las llamas a los pies de los dos chicos. El anciano vampiro desapareció del piso superior antes de que ambos niños le viesen.

Las sombras que Ralphy creyó ver como fantasmas, se conjuraron entre la ventana rota y los dos niños haciendo que el viejo Lester apareciese delante de ellos con una cara que era una perfecta mezcla entre hambre y asombro por partes iguales.

-Tú- dijo el viejo Mcgordian empujando a Ralphy hacia un lado fuera de la conversación; él no era importante -¿Cómo te llamas chico, quién eres y qué haces aquí?- empezó a hablar a medida que su nariz se pegaba más y más a la nariz del niño de la ballesta –Hueles a humano pero no te comportas como uno de ellos- habló para sí mismo sin dejar que su interlocutor respondiese a las primeras preguntas- aquí, todos los grandes vampiros tienen al menos un mensajero, un chico que hace los deberes de criado y nos ayuda a buscar comida- se alejó de la cara del niño durante unos instantes. –es sencillo. Si yo compro un pez solo puedo comer hoy, pero si me fabrico una caña comeré todos los días. Tú serás mi caña. Serás mi mensajero-.


* Chimar: Felicidades. Tus trucos con el fuego y tus intentos para salir de la mansión han sorprendido al viejo vampiro. El viejo cree que eres una especie de erudito entre los otros niños. Te ha ofrecido que seas su mensajero, lo que Ralphy es para la señora Grimhilde. En tus manos está el aceptar el trabajo o rechazarlo con otra tanda de virotes de fuego; aunque, te recuerdo joven Gorrión, que los mejores tesoros están escondidos en las mansiones más viejas y Lester puede llegar a ser muy generoso. Por cierto, te vuelvo a felicitar, has sabido lanzar la voluntad de los Dioses en el mejor momento; continua así.

Lester, incluso cuando fue humano, era un hombre que no estaba acostumbrado a escuchar la palabra no. Ya  fuera por su posición social o por la gran cantidad de aeros que tenía en los bolsillos, nadie se atrevía a llevar la contraria al anciano vampiro. Nadie a excepción de ese extraño chico. Hasta tres veces Lester escuchó la palabra no en la boca de Chimar el niño inventor. “…NO puedo…NO pasará… NO soy un niño normal”. Repitió el viejo en su mente a la vez que arrugaba su tez en gesto lúgubre con cada NO.

-Deberíamos…- fue Ralphy quien habló mirando con ojos al borde de las lágrimas al otro niño inventor.

-¡NO!- rugió el Lester mientras abofeteaba la cara del chico vampiro con tanta fuerza que le hizo caer al suelo. -¡NO Y NO!- esos dos noses consecutivos fueron para Chimar. –Eso NO pasará… NO puedo comprometerme…. NO soy un vampiro normal- imitó las frases del chico poniéndose a él mismo como sujeto.

El vampiro se irguió frente al niño inventor y mostró, con toda la boca abierta e intimidante, sus colmillos afilados y blancos. Si un pequeño niño de no mucho más de diez años pretendía hacerle intimidar es que no estaba siendo un buen vampiro. Por muy especial que fuera el chico, él lo superaba en estatura, edad y, seguramente, poder.

-Lo has hecho enfadar…- volvió a gimotear Ralphy sin dejar de mirar la bola que tenía sobre las manos su amigo y recordando el miedo que sintió la primera vez que intentó entrar en la mansión.


* Chimar: Eres muy inteligente, primero desobedeces al anciano perturbado y luego intentas hablar con él… Si lo que querías era hacerlo enfadar, lo has logrado a la perfección. ¿No sabes que a los locos siempre se les tiene que dar la razón? Lástima, ahora el tiempo de hablar ha finalizado y Lester se enfrentará contra ti. Recuerda lanzar la Voluntad de los Dioses siempre que realices un ataque directo contra tu enemigo.

Pese al fuerte agarre de Chimar y la seguridad que éste le ofrecía, a Ralphy no se le vaciaron los ojos de miedo. Los peores temores que una vez se imaginó cuando fue humano y casi entró en la mansión abandonada se estaban haciendo realidad: Un vampiro viejo y feo les estaba dando caza entre las sombras como si de un fantasma se tratase. Se sentía estúpido al tener miedo pues, al fin y al cabo, hacía años que le habían transformado en vampiro y, hasta el momento, no hay historias de vampiros siendo devorados por otros vampiros... hasta el momento…. Cada vez que se encontraba de frente contra el viejo Lester, Ralphy se imaginaba su propia cabeza servida como primer plato en la mesa del anciano vampiro.

“Me van a comer como si fuera un cerdo” gimoteó para sus adentros Ralphy mientras le añadía más detalles a su imaginación: una guarnición de patatas y dedo, una salsa de sangre y la bola de metal que lanzó Chimar al vampiro en su boca como si fuera la manzana de la boca de un lechón.

El miedo estaba dominando al niño vampiro. No dejó de tener miedo ni siquiera cuando vio que la bola de metal se abrió desembocando una fuerza tan grande como la de un vendaval. Los muebles cayeron al suelo, gustos de piedra se rompieron en mil añicos, los cristales de ventana estaban ahora esparcidos por toda la habitación y el polvo del toda la mansión se levantó bañando a todo lo que había en ella.  Sucio y con pantalones rasgado… si Lester no acababa con Ralphy seguro que lo haría su señora.

-Sí- respondió con un hilo de voz a la petición del chico.- sé hacer algo aunque… Él no está-.

Las sombras desaparecieron con el vendaval pero… Lester no. Les seguía mirando desde algún lado aunque ninguno de los dos niños lo pudiera ver. El viejo aprovechó el caos y la confusión de la explosión para ocultarse. Ralphy podía sentirlo: el mismo escalofrío que sintió la primera vez que intentó entrar a la mansión.

-Deberíamos irnos antes de que vuelva- suplicó Ralphy a la vez que dio una vuelta completa para ver todo su alrededor y comprobar Lester no estaría esperándolo detrás suya.


* Chimar: La intención fue buena pero tu fortuna no. Esto ha hecho que Lester, quien no ha salido herido, se oculte de nuevo. ¡Ja! ¿Quién decía que los viejos eran lentos? Éste no lo es. En el siguiente turno deberás decidir si seguir en la mansión en la que te encuentras e investigar por tu cuenta si guarda algún tesoro aun con la premisa de poder enfrentarte de nuevo contra Lester o salir e ir hacia la mansión de la señora Grimhilde (lugar que querías entrar antes de haber salido corriendo persiguiendo a Ralphy).

Loco. Chimar, el niño inventor, no es que fuera especial o valiente como había creído en un primer momento. ¡Era un loco de primeras! Lester era el segundo vampiro que más miedo daba de todos los que conocía. Se había recluido en su mansión y nunca salía a hablar con nadie. Si tenía una visita la devoraba o la asustaba. ¿Por qué lo hacía? Porque estaba loco. Igual que Chimar.

Con ese descubrimiento en su cabeza Rlaphy tembló de pánico cuando el otro le removió el pelo como si el mismísimo Lester se lo hubira hecho.

-¡No! Ella no está loca- dijo inmediatamente el niño más pequeño- si somos amigos creo que ya puedo contártelo todo –miro con recelo unos instante a Chimar. - doña Grimhilde solo necesita ayuda…. Mucha ayuda. Pero es complicado, pocos son los que la pueden ayudar y  quienes pueden hacerlo, antes de terminar, acaban completamente locos-.

Chimar ya estaba loco, con lo último no tendría ningún problema.  ¿Pero que pasaría si doña Grimhilde lo volvía a hacer? Horribles imágenes se le metieron en la cabeza. Daban tanto miedo como lo que sentía en la mansión de Lester.

-¡Esta bien! Podrás ayudarme a mí y a mi Señora- dijo al final con un largo suspiro.

Inmediatamente, el carruaje que una vez llevo a Ralphy y al hombre rubio hacia la mansión de doña Grimhilde volvió a aparecer por las calles parando justo en frente de ambos niños.

-Sube-


* Chimar: Te has ganado el respeto, la confianza y el temor de Ralphy. Deberás estar orgulloso de ello. El siguiente turno será algo más tranquilo. Subes al carruaje y relatas el camino hacia la mansión de la señora Grimhilde. No temas por tu amigo el señor Lester, volverás a encontrarte con él en otra ocasión.