Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
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Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Lunargenta es una ciudad de gente noble. Valientes caballeros que rescatan princesas y guerreros que se enfrentan a dragones y criaturas desconocidas. Yo no era ninguno de esos. No era nadie a quién la gente viniera a buscar para contarle sus grandes gestas. No era sino un tipo más en la capital del mundo. Que pasaba sus días vagando de taberna en taberna, sin oficio ni beneficio. Consiguiendo dinero de pequeños chanchullos y timos y malgastándolo en alcohol y putas.
Aquella noche tenía pinta de no ser distinto a cualquiera de los otros de mis cuarenta y dos años de vida, salvo contadas excepciones. La taberna de siempre. Ahogado en el mismo vaso de alcohol de ron añejo y acompañado de los mismos borrachos de pacotilla. Con los que me encontraba jugando a las cartas. Eran tres. Una pipa adornaba mi boca mientras repartía la baraja. La tos ya empezaba a hacer mella. Cuarenta y dos años no pasaban en balde ni siquiera para un viejo bribón como yo, incluso con el nuevo bigote que lucía, que me daba un aspecto más formal. Mi sombrero, permanecía sobre mi testa, impoluto.
Tres cortes de derecha a izquierda. La punta de los dedos sintiendo siete cartas en el segundo de ellos. Cuatro cuartas del segundo montón a la derecha y a servir. La baraja estaba preparada. Tomé las cartas. De nuevo, el as de oros y el de bastos eran míos. Mi rival a la izquierda debería tener el de copas a decir por su sonrisa. ¿El de bastos? Estaría disponible en la antepenúltima carta.
-Empezáis vos, Marlon. – dije cortésmente inclinando la cabeza al que estaba justo en frente mía. El más joven de todos nosotros. Un digno aprendiz de truhán con talento, aunque quizás demasiado juvenil para el ambiente en el que se había rodeado. El joven mostró su carta.
-¿Caballo de bastos? – exclamó Lavey, el de mi derecha. El mayor de todos. Tuerto. De aspecto desaliñado y poco aseado. Un viejo que usaba sus trucos sucios para ganar. De cierta manera, no difería mucho de mí, a excepción de su vocabulario, basto y poco literato. – El hijo de puta debe contar con buenas cartas para empezar por ahí.
Equivocado estaba. Era un joven. La gente joven no suele tirar por lo bajo. Olvida que a veces hay que perder para ganar. Que a veces hay que sacrificar un caballo para devorar una torre. Sale con todo y a por todo desde el primer minuto. Eso, señores míos. Era su gran perdición. Pero no solo los jóvenes son temperamentales, también los imbéciles. Y el tercer integrante del grupo tiraría el rey de bastos tan pronto. Yo no entraría al trapo. Sacrificaría un estéril seis de copas por ello.
-¡Es mío! – bramaba regocijante. Conocedor de que se llevaría la batida. Lo cual entraba dentro de lo previsto.
El juego era sencillo, consistía en conseguir figuras. La sota valía 1 punto. El caballo 2 puntos. El rey 3 puntos y, por último, el as. Que valía 5. Quien sumase más puntos al final, ganaba.
-Sirva. – indiqué con la mano al reciente ganador de la ronda para que lanzara una nueva carta.
La partida prosiguió y yo continuaba llevándome las cartas cuando tenía que llevármelas. No tenía muchas cartas, pero sí las más valiosas. Lo cual me sirvió para descubrir que me faltarían a lo sumo, dos o tres puntos. Contaba con el as de oros. El cual reluciría en la siguiente jugada que me serviría para llevarme la partida.
-He ganado, caballeros. – dije mostrándolo y llevándome las cartas. Comencé a tirar las cartas sobre la mesa contando los puntos sin soltar el cigarro de menta de mi boca. – 21 puntos. Es más de lo que ustedes tienen. – Tomé los aeros depositados sobre la mesa y los guardé en los raídos bolsillos de mi chaqueta. - ¿Quieren jugar otra ronda?
Aquella noche tenía pinta de no ser distinto a cualquiera de los otros de mis cuarenta y dos años de vida, salvo contadas excepciones. La taberna de siempre. Ahogado en el mismo vaso de alcohol de ron añejo y acompañado de los mismos borrachos de pacotilla. Con los que me encontraba jugando a las cartas. Eran tres. Una pipa adornaba mi boca mientras repartía la baraja. La tos ya empezaba a hacer mella. Cuarenta y dos años no pasaban en balde ni siquiera para un viejo bribón como yo, incluso con el nuevo bigote que lucía, que me daba un aspecto más formal. Mi sombrero, permanecía sobre mi testa, impoluto.
Tres cortes de derecha a izquierda. La punta de los dedos sintiendo siete cartas en el segundo de ellos. Cuatro cuartas del segundo montón a la derecha y a servir. La baraja estaba preparada. Tomé las cartas. De nuevo, el as de oros y el de bastos eran míos. Mi rival a la izquierda debería tener el de copas a decir por su sonrisa. ¿El de bastos? Estaría disponible en la antepenúltima carta.
-Empezáis vos, Marlon. – dije cortésmente inclinando la cabeza al que estaba justo en frente mía. El más joven de todos nosotros. Un digno aprendiz de truhán con talento, aunque quizás demasiado juvenil para el ambiente en el que se había rodeado. El joven mostró su carta.
-¿Caballo de bastos? – exclamó Lavey, el de mi derecha. El mayor de todos. Tuerto. De aspecto desaliñado y poco aseado. Un viejo que usaba sus trucos sucios para ganar. De cierta manera, no difería mucho de mí, a excepción de su vocabulario, basto y poco literato. – El hijo de puta debe contar con buenas cartas para empezar por ahí.
Equivocado estaba. Era un joven. La gente joven no suele tirar por lo bajo. Olvida que a veces hay que perder para ganar. Que a veces hay que sacrificar un caballo para devorar una torre. Sale con todo y a por todo desde el primer minuto. Eso, señores míos. Era su gran perdición. Pero no solo los jóvenes son temperamentales, también los imbéciles. Y el tercer integrante del grupo tiraría el rey de bastos tan pronto. Yo no entraría al trapo. Sacrificaría un estéril seis de copas por ello.
-¡Es mío! – bramaba regocijante. Conocedor de que se llevaría la batida. Lo cual entraba dentro de lo previsto.
El juego era sencillo, consistía en conseguir figuras. La sota valía 1 punto. El caballo 2 puntos. El rey 3 puntos y, por último, el as. Que valía 5. Quien sumase más puntos al final, ganaba.
-Sirva. – indiqué con la mano al reciente ganador de la ronda para que lanzara una nueva carta.
La partida prosiguió y yo continuaba llevándome las cartas cuando tenía que llevármelas. No tenía muchas cartas, pero sí las más valiosas. Lo cual me sirvió para descubrir que me faltarían a lo sumo, dos o tres puntos. Contaba con el as de oros. El cual reluciría en la siguiente jugada que me serviría para llevarme la partida.
-He ganado, caballeros. – dije mostrándolo y llevándome las cartas. Comencé a tirar las cartas sobre la mesa contando los puntos sin soltar el cigarro de menta de mi boca. – 21 puntos. Es más de lo que ustedes tienen. – Tomé los aeros depositados sobre la mesa y los guardé en los raídos bolsillos de mi chaqueta. - ¿Quieren jugar otra ronda?
Curgo
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Vamos, es un trabajo fácil, no será problema para ti- Dijo el viejo en un tono casi suplicante al elfo que no detenía su andar y avanzaba ignorando por completo al sujeto -He visto como despachaste a esos malnacidos de hace rato- Insistía el hombre cuyo aspecto parecía no ser muy confiable, refiriéndose a unos instantes atrás cuando unos delincuentes intentaron robar al elfo y acabaron asesinados -También vi que te gustó acabarlos, eres un asesino- Afirmó con seguridad -Una vez que comienzas a matar no puedes parar, solo necesitas una excusa para ello- Insistía una y otra vez hasta lograr que el elfo se detuviera para mirarlo con total desprecio; en un parpadeo el elfo pelinegro se giró hacia el hombre y sin darle siquiera tiempo de reaccionar lo ahorcó con el guante de la mano izquierda haciendo que las pequeñas agujas se incrustaran levemente en el cuello del molesto sujeto -Eso, ahí está, eso es lo que eres, mátame, lo deseas, está en ti- Dijo el sujeto riendo como si disfrutara estar tan cerca de la muerte por el simple hecho de saber que moriría teniendo razón -No- Dijo el elfo abriendo la mano para dejar libre el cuello del viejo y continuar su camino -Debes tener un precio, debe haber algo que desees- Insistió nuevamente con esa molesta voz latosa -¿Aeros? Con tu destreza y mi guía podemos conseguir muchos- Ofreció con seguridad -¿Mujeres? Podremos comprar cuantas queramos- El pelinegro alzó una ceja ante ese último comentario, si aquel hombre quería convencerlo iba por el camino equivocado, pues el elfo estaba totalmente en contra de la idea de la esclavitud; pero fue entonces cuando ocurrió el milagro -¡Armas!- Exclamó esta vez, ya no a modo de pregunta, sino como una afirmación segura y rotunda -Todo asesino necesita armas- Ante aquellas palabras el elfo detuvo sus pasos -¡Ah que sí eh! Te he descubierto- El asesino de ojos azules no dejaba de sentir un evidente desprecio por aquel sujeto, pero sin duda, la espada rota necesitaba ser reparada -Conozco un herrero que hace buenas armas, de calidad, puedo llevarte con él- Dijo como si por algún designio divino supiera la necesidad de Destino.
Unos instantes de impoluto silencio se adueñaron del lugar mientras el elfo se quedaba pensando acerca de su siguiente paso -¿Qué me pedirás a cambio de llevarme con el herrero?- Preguntó el asesino en tono serio causando que el otro sujeto se emocionara con disimulo -Verás, es sencillo- Comenzó a explicar mientras hacía gestos con sus manos para graficar cada idea -Hay una taberna no muy lejos de acá, todas las noches se reúnen algunos perdedores y alguno le quita el dinero a los otros- Finalmente llegaba su parte del plan -Tu trabajo será quitarle el dinero a ese- El elfo dudó por unos instantes, si bien se dedicaba a asesinar personas para el gremio, siempre habían motivos para esos asesinatos, había un objetivo y un plan a seguir, en este caso el objetivo saldría decidido por el azar -Destino no matará a nadie que no lo merezca- Dijo el elfo voz semblante serio -Pero puede ponerlos a dormir- Ante tal afirmación el viejo sonrió emocionado -Pero si has mentido...- Dijo el pelinegro cortando por completo la emoción de su nuevo contratante -Los mentirosos siempre merecen morir- El hombre tragó grueso un poco asustado pero finalmente se decidió, fuera cierto o no que conocía a un herrero, se las ingeniaría de alguna manera -Yo cumpliré, pero antes debes cumplirme tú, date prisa que ya están por comenzar- Dijo el viejo para salir apresurado en dirección al punto de reunión y Destino le seguiría.
Al cabo de unos minutos llegaron por fin a la taberna -Entra y espera mi señal- Dijo sigilosamente antes de apartarse del elfo, uno tras otro entraron al lugar donde al parecer ya habían comenzado las partidas; Destino observaba los gestos del viejo que indicaban a cada uno de los jugadores de cartas, en especial al joven y el sujeto del sombrero que parecían sentirse con suerte, aunque al final cas cartas, la suerte o la estrategia, favorecieron al sujeto del sombrero, ganándose una hermosa diana sobre su cabeza, si continuaba su buena racha sería el objetivo al salir de la taberna, ahora solo quedaba esperar...
Unos instantes de impoluto silencio se adueñaron del lugar mientras el elfo se quedaba pensando acerca de su siguiente paso -¿Qué me pedirás a cambio de llevarme con el herrero?- Preguntó el asesino en tono serio causando que el otro sujeto se emocionara con disimulo -Verás, es sencillo- Comenzó a explicar mientras hacía gestos con sus manos para graficar cada idea -Hay una taberna no muy lejos de acá, todas las noches se reúnen algunos perdedores y alguno le quita el dinero a los otros- Finalmente llegaba su parte del plan -Tu trabajo será quitarle el dinero a ese- El elfo dudó por unos instantes, si bien se dedicaba a asesinar personas para el gremio, siempre habían motivos para esos asesinatos, había un objetivo y un plan a seguir, en este caso el objetivo saldría decidido por el azar -Destino no matará a nadie que no lo merezca- Dijo el elfo voz semblante serio -Pero puede ponerlos a dormir- Ante tal afirmación el viejo sonrió emocionado -Pero si has mentido...- Dijo el pelinegro cortando por completo la emoción de su nuevo contratante -Los mentirosos siempre merecen morir- El hombre tragó grueso un poco asustado pero finalmente se decidió, fuera cierto o no que conocía a un herrero, se las ingeniaría de alguna manera -Yo cumpliré, pero antes debes cumplirme tú, date prisa que ya están por comenzar- Dijo el viejo para salir apresurado en dirección al punto de reunión y Destino le seguiría.
Al cabo de unos minutos llegaron por fin a la taberna -Entra y espera mi señal- Dijo sigilosamente antes de apartarse del elfo, uno tras otro entraron al lugar donde al parecer ya habían comenzado las partidas; Destino observaba los gestos del viejo que indicaban a cada uno de los jugadores de cartas, en especial al joven y el sujeto del sombrero que parecían sentirse con suerte, aunque al final cas cartas, la suerte o la estrategia, favorecieron al sujeto del sombrero, ganándose una hermosa diana sobre su cabeza, si continuaba su buena racha sería el objetivo al salir de la taberna, ahora solo quedaba esperar...
Destino
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Iltharion no había tenido un dia con especial suerte hoy, y como siempre que aquello sucedía, y no lograba engatusar a ninguna dama, o conseguir buena compañía, y los aéreos no le alcanzaban para disfrutar en la rosa florida hasta el alba, se dirigió a una taberna, a una de aquellas en las que pudiera entretenerse hasta que el sueño lo llamase, jugando. Apostando.
Nada mas poner un pie en ese antro cualquiera que los conociera sabía que había ido a parar al lugar idóneo, el suelo estaba pegajoso, igual que las mesas, de las bebidas derramadas noche tras noche, que con el azúcar de sus licores terminaban barnizando toda superficie del local. El aire parecía contener alcohol solo de respirarlo, las bebidas mas baratas, y tambien las mas fuertes impregnaban el aire, con otro olor menos común en la ciudad, las plantas, de diferente tipo y forma eran quemadas por los tertulianos, y el bardo, no era la excepción.
Tras traspasar el umbral se inclinó en un velador encendiendo el rollo de hojas de menta seca que sostenía entre sus labios, y dándole profusas caladas que precedieron una espesa humareda blanca con olor fresco.
En las mesas conocidos y desconocidos compartían una afición y un objetivo, sacarle los aeros a todo el resto. Sobre algunas saltaban dados, solos o en cubiletes. En otos rebotaban monedas, o fichas de hueso talladas provenientes de algún lugar exótico, y los mas clásicos exponian entre sus dedos, como abanicos, cartas roidas y manchadas retandose en diversos juegos por puntos. Esos eran los juegos que mejor se le daban al bardo, sobre todo, porque acostumbraba a hacer trampas, y a esconderse en la manga o solapando dos cartas alguno de los mejores numeros de la baraja.
Tras conseguir una jarra de hidromiel en la barra, se paseó viendo en donde iba a empezar la noche. Pronto una mesa le llamó la atención, un joven, un bravucón, y un hombre mayor con un gran sombrero que lucía pintoresco. Ninguno de ellos se venía ni demasiado agresivo ni muy vivos, así que cuando terminaron la ronda y clamaron por seguir jugando, el bardo se hizo con una silla usando la misma mano de la bebida y se inclinó ligeramente usando la otra en el abdomen.
-Con permiso, yo me sumo, o usurpo el lugar si alguien se acobarda.- Tomó asiento, y depósito de su bolsillo una pequeña pila de aeros a un lado de su mesa para mostrar el resto de contendientes que tenía con que apostar, y al mismo tiempo tentar su avaricia, mientras observaba a todos con una amplia sonrisa y una falsa pero trabajada expresión de ingenuidad.
Nada mas poner un pie en ese antro cualquiera que los conociera sabía que había ido a parar al lugar idóneo, el suelo estaba pegajoso, igual que las mesas, de las bebidas derramadas noche tras noche, que con el azúcar de sus licores terminaban barnizando toda superficie del local. El aire parecía contener alcohol solo de respirarlo, las bebidas mas baratas, y tambien las mas fuertes impregnaban el aire, con otro olor menos común en la ciudad, las plantas, de diferente tipo y forma eran quemadas por los tertulianos, y el bardo, no era la excepción.
Tras traspasar el umbral se inclinó en un velador encendiendo el rollo de hojas de menta seca que sostenía entre sus labios, y dándole profusas caladas que precedieron una espesa humareda blanca con olor fresco.
En las mesas conocidos y desconocidos compartían una afición y un objetivo, sacarle los aeros a todo el resto. Sobre algunas saltaban dados, solos o en cubiletes. En otos rebotaban monedas, o fichas de hueso talladas provenientes de algún lugar exótico, y los mas clásicos exponian entre sus dedos, como abanicos, cartas roidas y manchadas retandose en diversos juegos por puntos. Esos eran los juegos que mejor se le daban al bardo, sobre todo, porque acostumbraba a hacer trampas, y a esconderse en la manga o solapando dos cartas alguno de los mejores numeros de la baraja.
Tras conseguir una jarra de hidromiel en la barra, se paseó viendo en donde iba a empezar la noche. Pronto una mesa le llamó la atención, un joven, un bravucón, y un hombre mayor con un gran sombrero que lucía pintoresco. Ninguno de ellos se venía ni demasiado agresivo ni muy vivos, así que cuando terminaron la ronda y clamaron por seguir jugando, el bardo se hizo con una silla usando la misma mano de la bebida y se inclinó ligeramente usando la otra en el abdomen.
-Con permiso, yo me sumo, o usurpo el lugar si alguien se acobarda.- Tomó asiento, y depósito de su bolsillo una pequeña pila de aeros a un lado de su mesa para mostrar el resto de contendientes que tenía con que apostar, y al mismo tiempo tentar su avaricia, mientras observaba a todos con una amplia sonrisa y una falsa pero trabajada expresión de ingenuidad.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Mis tres compañeros de mesa discutían entre ellos como palurdos, preguntaban cómo podía haber ganado yo, sí, otra vez yo, aquella partida. Cuál era la razón por la que los dioses me ayudaban a obtener las mejores cartas. Lo cierto es que no eran los dioses, sino mi habilidad con las cartas, demasiado viejo para ellos. Sabía más el diablo por viejo, que por diablo.
Aún así no prestaba la menor atención a su conversación, me dediqué a observar a la gente que entraba. Poco a poco el local iba llenándose. El primero en entrar fue un tipo con una mirada que daba un poco de miedo. Vi como observó hacia nuestra mesa, pero decidí cambiar la cara. Comencé a pensar en la gente a la que debía dinero. ¿Estaría allí por mí? En realidad, podría estar por cualquiera de los otros treinta presentes en la taberna. Aquel no era un paraíso de gente casta, precisamente.
El segundo en entrar era otro hombre, con melenilla, que se dirigió a la barra y encendió un cigarrillo de menta. Otro como yo. También pareció pedir algo de beber. Desde luego me daba más confianza que el primero. De un perfil más similar al del resto de miembros de aquella taberna.
Poco después de este entraría un tercer sujeto, encapuchado, aunque por su figura, parecía más bien una mujer. Un elegante traje encorsetado que terminaba en una falda larga, con zapato de tacón bajo. Portaba una ballesta a la espalda. No pude ver su rostro, pues se mostraba siempre opuesto a mí. La mujer simplemente se dirigió a la barra y pidió algo. Era la única fémina de todo el local, de manera que rápidamente su presencia atraería las miradas de aquellos viejos buitres. Me quedé prendado, observándola, tanto que continué barajando la baraja sin contar las veces que ya llevaba. No sé por qué. Aquella figura me parecía excesivamente familiar.
Una voz me trajo de vuelta al mundo real. Era el tipo de la melena, que pidió permiso para sentarse en la mesa. Uno de nuestros miembros, concretamente el mayor, se había ido a otra mesa a emborracharse. Miré al elfo de arriba abajo antes de darle mi visto bueno, y con un cortés gesto con la mano y un tono cordial le invité a tomar sitio.
-Claro, caballero, siempre que disponga una bolsa de aeros sobre la mesa. – le dije. Algo que el tipo no tardaría en hacer.
Lavey, Marlon, el sin nombre y un servidor seríamos los próximos integrantes de la ronda. Comencé a repartir las cartas, me dirigí al elfo haciendo esfuerzos para que no se me cayera el cigarro de la boca.
-Me gusta saber con quién tengo el gusto de compartir mesa. – le había preguntado indirectamente su nombre. Conocía a casi todas las gentes de Lunargenta, y era la primera vez que veía aquel tipo. No parecía de por aquí, por sus rasgos parecía un elfo. ¿Algún perdido de Sandorái? Quién sabe, espero que sea al menos alguien a quien se pueda desplumar fácilmente. – Mi nombre es Curgo Marcano, hombre de bien y humilde siervo del rey y de esta ciudad, caballero. – respondí con cortesía, inclinando la cabeza. Y en ese momento aproveché para hacer el truco de siempre y tomar el as de oros, que tenía un pequeño y prácticamente indetectable punto rojo. Tal vez se diera cuenta, o tal vez no, pero era un buen momento para comprobar la agudez del hombre.
Tenía buenas cartas, suficientes para ganar la ronda, esperaba pero, quien sabe, tal vez el nuevo supiera como jugar su baraja. Había hecho trampas, pero esperaba que el aquel caballero no notara nada, también debería vigilar que él no hiciese lo propio.
Mientras jugábamos la partida, no dejé de observar a la mujer, que se había dado la vuelta contra la barra y ahora observaba las gentes de la taberna, como buscando a alguien. Desinteresada. Y revolviendo con un pequeño palo de madera su bebida. Decidí volver a mis adentros en cuanto escuché la voz de Lavey.
-¡Curgo, gilipollas! Te toca. – bramó el tuerto dando un fuerte golpe sobre la mesa.
-Oh, sí, claro. Disculpen, caballeros. – dije volviendo al tema en cuestión. Y tiré mi carta. Una que no valía demasiado, luego volví mis ojos sobre el elfo. - ¿Y qué puede proporcionar una apestosa ciudad como Lunargenta a un elegante señor de los bosques como vos? – le pregunté con curiosidad y cortesía, sin tratar de ofenderle, dando una nueva calada al cigarro de menta. Había mucha humareda en el local, pero era algo propio del ambiente.
Aún así no prestaba la menor atención a su conversación, me dediqué a observar a la gente que entraba. Poco a poco el local iba llenándose. El primero en entrar fue un tipo con una mirada que daba un poco de miedo. Vi como observó hacia nuestra mesa, pero decidí cambiar la cara. Comencé a pensar en la gente a la que debía dinero. ¿Estaría allí por mí? En realidad, podría estar por cualquiera de los otros treinta presentes en la taberna. Aquel no era un paraíso de gente casta, precisamente.
El segundo en entrar era otro hombre, con melenilla, que se dirigió a la barra y encendió un cigarrillo de menta. Otro como yo. También pareció pedir algo de beber. Desde luego me daba más confianza que el primero. De un perfil más similar al del resto de miembros de aquella taberna.
Poco después de este entraría un tercer sujeto, encapuchado, aunque por su figura, parecía más bien una mujer. Un elegante traje encorsetado que terminaba en una falda larga, con zapato de tacón bajo. Portaba una ballesta a la espalda. No pude ver su rostro, pues se mostraba siempre opuesto a mí. La mujer simplemente se dirigió a la barra y pidió algo. Era la única fémina de todo el local, de manera que rápidamente su presencia atraería las miradas de aquellos viejos buitres. Me quedé prendado, observándola, tanto que continué barajando la baraja sin contar las veces que ya llevaba. No sé por qué. Aquella figura me parecía excesivamente familiar.
Una voz me trajo de vuelta al mundo real. Era el tipo de la melena, que pidió permiso para sentarse en la mesa. Uno de nuestros miembros, concretamente el mayor, se había ido a otra mesa a emborracharse. Miré al elfo de arriba abajo antes de darle mi visto bueno, y con un cortés gesto con la mano y un tono cordial le invité a tomar sitio.
-Claro, caballero, siempre que disponga una bolsa de aeros sobre la mesa. – le dije. Algo que el tipo no tardaría en hacer.
Lavey, Marlon, el sin nombre y un servidor seríamos los próximos integrantes de la ronda. Comencé a repartir las cartas, me dirigí al elfo haciendo esfuerzos para que no se me cayera el cigarro de la boca.
-Me gusta saber con quién tengo el gusto de compartir mesa. – le había preguntado indirectamente su nombre. Conocía a casi todas las gentes de Lunargenta, y era la primera vez que veía aquel tipo. No parecía de por aquí, por sus rasgos parecía un elfo. ¿Algún perdido de Sandorái? Quién sabe, espero que sea al menos alguien a quien se pueda desplumar fácilmente. – Mi nombre es Curgo Marcano, hombre de bien y humilde siervo del rey y de esta ciudad, caballero. – respondí con cortesía, inclinando la cabeza. Y en ese momento aproveché para hacer el truco de siempre y tomar el as de oros, que tenía un pequeño y prácticamente indetectable punto rojo. Tal vez se diera cuenta, o tal vez no, pero era un buen momento para comprobar la agudez del hombre.
Tenía buenas cartas, suficientes para ganar la ronda, esperaba pero, quien sabe, tal vez el nuevo supiera como jugar su baraja. Había hecho trampas, pero esperaba que el aquel caballero no notara nada, también debería vigilar que él no hiciese lo propio.
Mientras jugábamos la partida, no dejé de observar a la mujer, que se había dado la vuelta contra la barra y ahora observaba las gentes de la taberna, como buscando a alguien. Desinteresada. Y revolviendo con un pequeño palo de madera su bebida. Decidí volver a mis adentros en cuanto escuché la voz de Lavey.
-¡Curgo, gilipollas! Te toca. – bramó el tuerto dando un fuerte golpe sobre la mesa.
-Oh, sí, claro. Disculpen, caballeros. – dije volviendo al tema en cuestión. Y tiré mi carta. Una que no valía demasiado, luego volví mis ojos sobre el elfo. - ¿Y qué puede proporcionar una apestosa ciudad como Lunargenta a un elegante señor de los bosques como vos? – le pregunté con curiosidad y cortesía, sin tratar de ofenderle, dando una nueva calada al cigarro de menta. Había mucha humareda en el local, pero era algo propio del ambiente.
Curgo
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Una vez dentro de la taberna que por cierto, apestaba, el elfo se dedicó a, luego de mirar mal a todos; avanzar hasta el fondo y sentarse en la barra pendiente de donde pudiera seguir las instrucciones de su empleador, el trabajo parecía ser bastante sencillo, de momento solo esperar, y a juzgar por los candidatos, no parecía una tarea difícil eliminarlos, las orejas del pelinegro se escondían fácilmente bajo su cabello haciéndolo pasar casi desapercibido, en contraste con otros elfos como ese que acababa de entrar, Destino le miró mal desde que se acercó a la mesa, un hijo de la naturaleza dedicado a tan banales pasatiempos le resultaba indignante, seguro por eso perdieron la guerra, apostaron las islas en un juego de cartas, varias ideas pasaban por la mente del asesino y lo llenaban de ira, o eso era hasta que una nueva e intrigante persona se metió a la taberna, una mujer con un aspecto bastante intimidante que incluso llamó la atención del empleador de Destino.
Al ver que el viejo la señalaba Destino decidió analizarla, la ballesta se veía bastante intimidante y por su manera despreocupada de entrar parecía bastante confiada, tal vez el exceso de confianza podría ser su debilidad, cosa que era importante saber en caso de necesitarlo -¿Habrá acaso alguien más que haya pensado en el mismo plan de robar al ganador de la noche?- Pensó el elfo sin apartar la vista de la misteriosa mujer ni por un instante, para hacer la situación aún más misteriosa, la mujer se giró hacia las mesas y comenzó a mirar a todos como si buscara a alguien en específico, el elfo miró a su empleador esperando alguna instrucción pero no hubo respuesta alguna, el hombre estaba completamente intimidado por aquella figura y resultaba incapaz de dar cualquier orden -Destino deberá improvisar- Dijo el pelinegro mientras se levantaba y comenzaba a caminar en dirección a la mujer, aunque sin la intención de acercarse más de la cuenta; mientras avanzaba tomó el vaso de hidromiel aún lleno de un hombre que dormitaba en la barra y lo llevó para ofrecerlo a la mujer, colocándolo en la barra para luego deslizarlo hacia ella -Tener a los aliados correctos en el momento indicado, puede resultar determinante en batalla para obtener la victoria- Dijo para que la mujer pudiera escucharlo, claramente le hablaba a ella, pero se colocaría mirando en dirección a las mesas si mirarla a los ojos, tal vez desde la nueva posición en la que se encontraba, siguiendo el ángulo en que esta miraba y buscaba, podría fijarse en lo que ella estaba viendo, y no es que le interesara proteger a un montón de perdedores borrachos, pero definitivamente un escándalo temprano podría ahuyentar a las presas antes que pudiera tomarlas.
Ya había tenido el primer acercamiento a la misteriosa mujer, con algo de suerte tal vez lograría conocer su objetivo para asegurarse que no fuera alguno de los que estaban en la mesa en donde su empleador había puesto el ojo, y si lo era, el plan sería por lo menos retrasarla hasta que el ganador tuviera una suma considerable para dar el golpe.
Al ver que el viejo la señalaba Destino decidió analizarla, la ballesta se veía bastante intimidante y por su manera despreocupada de entrar parecía bastante confiada, tal vez el exceso de confianza podría ser su debilidad, cosa que era importante saber en caso de necesitarlo -¿Habrá acaso alguien más que haya pensado en el mismo plan de robar al ganador de la noche?- Pensó el elfo sin apartar la vista de la misteriosa mujer ni por un instante, para hacer la situación aún más misteriosa, la mujer se giró hacia las mesas y comenzó a mirar a todos como si buscara a alguien en específico, el elfo miró a su empleador esperando alguna instrucción pero no hubo respuesta alguna, el hombre estaba completamente intimidado por aquella figura y resultaba incapaz de dar cualquier orden -Destino deberá improvisar- Dijo el pelinegro mientras se levantaba y comenzaba a caminar en dirección a la mujer, aunque sin la intención de acercarse más de la cuenta; mientras avanzaba tomó el vaso de hidromiel aún lleno de un hombre que dormitaba en la barra y lo llevó para ofrecerlo a la mujer, colocándolo en la barra para luego deslizarlo hacia ella -Tener a los aliados correctos en el momento indicado, puede resultar determinante en batalla para obtener la victoria- Dijo para que la mujer pudiera escucharlo, claramente le hablaba a ella, pero se colocaría mirando en dirección a las mesas si mirarla a los ojos, tal vez desde la nueva posición en la que se encontraba, siguiendo el ángulo en que esta miraba y buscaba, podría fijarse en lo que ella estaba viendo, y no es que le interesara proteger a un montón de perdedores borrachos, pero definitivamente un escándalo temprano podría ahuyentar a las presas antes que pudiera tomarlas.
Ya había tenido el primer acercamiento a la misteriosa mujer, con algo de suerte tal vez lograría conocer su objetivo para asegurarse que no fuera alguno de los que estaban en la mesa en donde su empleador había puesto el ojo, y si lo era, el plan sería por lo menos retrasarla hasta que el ganador tuviera una suma considerable para dar el golpe.
Destino
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Los comentarios de queja de los compañeros de mesa del hombre del sombrero alertaron al bardo sin alterar su expresión. Sabía de buena mano que en esos juegos de azar, cuando alguien desplomaba al resto con tan diligencia er porque hacía trampas, no había provenir divino, y es que era algo que el tendía a hacer, así pues había en la mesa otro sujeto al que era importante echarle bien el ojo.
Los trucos más sencillos eran esconder en las mangas holgadas alguna réplica y retirarla mientras se barajaba, u otro truco muy usado, hacer alguna clase de muesca marca en la carta. Por su parte, siempre había preferido cosas más discretas y tomaba asiento en lugares que, fijando la vista podía ver en los reflejos de las ventanas lejanas las cartas de las manos de sus compañeros de juego.
Una mujer entró en el local,y no una casquivana o una esposa furiosa que quisiera reclamar al holgazán de su marido para darle una buena golpiza en casa. Una mujer cubierta y armada, demasiado para el gusto del bardo, quien no la perdería de vista en la esquina de su angulo de visión, pero no le dedicaría mas que eso, la atención por cortesía a todo aquel que pudiera ser un potencial riesgo.
El de la mano ganadora también parecía tener el "honor" de repartir, que conveniente para dicho hombre. Iltharion apoyó un codo en la mesa, y el mentón en la mano, mientras fumaba pausadamente escrutando a sus nuevos compañeros y esperando el momento que dejara de barajar para dar las manos para escrutar cada carta buscando la trampa oculta.
-Iltharion, un humilde viajero.- respondió sin demasiada ceremonia, aunque el laúd de su espalda marcase que ademas de viajar se dedicaba a otras cosas.-Gusto conocerlos- Inclinó con cortesía y un toque de teatralidad la cabeza ante ese "hombre de bien" que no creía ni demasiado humilde ni que el rey le importase un pimiento. Aun así el saludo lo extendió también a los otros dos jugadores menos habladores, y probablemente mas ensimismados en los aeros que habían perdido a causa de su "mala fortuna".Sobretodo despues de haber visto ese minusculo punto rojo que le habría pasado por alto si como el resto de contertulios y paseantes, hubiera dedicado su atención a la dama en vez de a las cartas.
La tentación de descubrir de una al tramposo le hizo esbozar una sonrisa divertida lenta mientras lo miraba completamente distraído en aquella mujer sin percatarse de que era su turno hasta que otro de los muchachos de la mesa se lo advirtió.
-Entretenimiento sr. Macano. Todos los lugares tienen sus encantos.¿Y a usted?- Lanzó una carta, no mucho mayor, deshaciéndose de la basura en primera instancia.-¿Le gustan los acertijos? Parece un hombre audaz así que tengo uno sencillo para usted.-Ensanchó su sonrisa.-¿Que es pequeño rojo, y puede salirle sumamente caro?.-Una pregunta ambigua que podía tomrse des de un acertijo para niños, a un juego de palabras, pero que realmente esperaba que aquel hombre entendiese.
Le había visto haciendo trampas, y pensaba usar eso para extorsionarle con el botín, o exponerlo delante del resto de jugadores quienes se le lanzrían encima como hienas hambrientas.
Los trucos más sencillos eran esconder en las mangas holgadas alguna réplica y retirarla mientras se barajaba, u otro truco muy usado, hacer alguna clase de muesca marca en la carta. Por su parte, siempre había preferido cosas más discretas y tomaba asiento en lugares que, fijando la vista podía ver en los reflejos de las ventanas lejanas las cartas de las manos de sus compañeros de juego.
Una mujer entró en el local,y no una casquivana o una esposa furiosa que quisiera reclamar al holgazán de su marido para darle una buena golpiza en casa. Una mujer cubierta y armada, demasiado para el gusto del bardo, quien no la perdería de vista en la esquina de su angulo de visión, pero no le dedicaría mas que eso, la atención por cortesía a todo aquel que pudiera ser un potencial riesgo.
El de la mano ganadora también parecía tener el "honor" de repartir, que conveniente para dicho hombre. Iltharion apoyó un codo en la mesa, y el mentón en la mano, mientras fumaba pausadamente escrutando a sus nuevos compañeros y esperando el momento que dejara de barajar para dar las manos para escrutar cada carta buscando la trampa oculta.
-Iltharion, un humilde viajero.- respondió sin demasiada ceremonia, aunque el laúd de su espalda marcase que ademas de viajar se dedicaba a otras cosas.-Gusto conocerlos- Inclinó con cortesía y un toque de teatralidad la cabeza ante ese "hombre de bien" que no creía ni demasiado humilde ni que el rey le importase un pimiento. Aun así el saludo lo extendió también a los otros dos jugadores menos habladores, y probablemente mas ensimismados en los aeros que habían perdido a causa de su "mala fortuna".Sobretodo despues de haber visto ese minusculo punto rojo que le habría pasado por alto si como el resto de contertulios y paseantes, hubiera dedicado su atención a la dama en vez de a las cartas.
La tentación de descubrir de una al tramposo le hizo esbozar una sonrisa divertida lenta mientras lo miraba completamente distraído en aquella mujer sin percatarse de que era su turno hasta que otro de los muchachos de la mesa se lo advirtió.
-Entretenimiento sr. Macano. Todos los lugares tienen sus encantos.¿Y a usted?- Lanzó una carta, no mucho mayor, deshaciéndose de la basura en primera instancia.-¿Le gustan los acertijos? Parece un hombre audaz así que tengo uno sencillo para usted.-Ensanchó su sonrisa.-¿Que es pequeño rojo, y puede salirle sumamente caro?.-Una pregunta ambigua que podía tomrse des de un acertijo para niños, a un juego de palabras, pero que realmente esperaba que aquel hombre entendiese.
Le había visto haciendo trampas, y pensaba usar eso para extorsionarle con el botín, o exponerlo delante del resto de jugadores quienes se le lanzrían encima como hienas hambrientas.
Iltharion Dur'Falas
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Muy observador el elfo. Di una calada a mi cigarro y sonreí tranquilo en cuanto soltó el acertijo del punto rojo. Pero propuso el acertijo de una manera demasiado inteligente como para que el resto de imbéciles entendieran lo que significaba. Yo también conocía las artimañas que gastaban aquellos tipos, que tampoco eran precisamente honrados.
-Señor Iltharion, no tengo ni idea de a lo que se puede referir. – le dije en mi turno soltando rápidamente la carta marcada, el as de oros, para no dar pie a los demás a que se fijasen. Me llevaría la ronda, aunque no me llevaría más que un par de figuras. Me incliné hacia delante. – Le propongo yo otro, ¿se puede guardar una espada en el interior de la abertura de una mesa? – mi pregunta hizo que Lavey diera un salto sobre su silla y mostrara cierto nerviosismo, nos miró a ambos con cara de asustado. Allí, el truhán solía guardar un as de espadas “de recambio” – Dígame, ¿es usted capaz de guardar su bastón en la manga? - y ocurrió lo mismo con el cuarto comensal de la mesa, que acostumbraba también a guardar un as bajo la manga, nunca mejor dicho. – En esta ciudad nadie pone dinero en manos de los caprichos del azar. Pero lo irá descubriendo con el tiempo. – y sonreí volviendo a dar una calada. Aunque estaba seguro de que algo conocía, pues el laúd que cargaba a su espalda mostraba que claramente sería un tipo de artista que conocería bien estos lugares.
Volví la vista hacia la barra, donde la mujer conversaba alegremente con otro encapuchado. Me fijé en el rostro de ella y fue entonces cuando descubrí por qué aquella misteriosa y oscura mujer me resultaba tan seductoramente familiar. “Isabella”. Pensé. Sus apariciones jamás eran fruto de la mera casualidad. Desde hacía casi 25 años solamente me había cruzado una vez con ella, fue en Beltrexus, pero de aquello pasaron unos meses. En aquella ocasión yo la había buscado a ella como vía de escape de la isla, tras aquel accidentado viaje con el gladiador y la dragona. En esta ocasión, parece que todo iba a ser distinto.
-Si me disculpan, caballeros, voy a por otra pinta. – les dije con cortesía entre ronda y ronda. Y me levanté de la mesa. Buscaba la aproximación a la mujer, que hablaba con el encapuchado, aunque no sabía muy bien qué decía.
-No podría estar más de acuerdo. – dijo con una sonrisa pícara en respuesta a algo que le habría preguntado el otro tipo.
Pese a que tendría unos cuarenta años, la mujer aún conservaba muy bien su aspecto físico y su figura atlética. Y seguía vistiendo tan rimbombante como el día en que la conocí. Indiqué al camarero que me trajera una bebida.
-Isabella Boisson di Miraclo. – dije entre sonrisas, tornando la vista hacia ella. – Qué grata coincidencia – pronuncié con especial intensidad esa palabra – me supone encontrarme con usted aquí. – Bebí un sorbo de la bebida que acababa de pedir. - ¿O quizás debo pensar que habéis venido en busca de algo o alguien?
La mujer sonrió. Sorprendía encontrarse una bruja tan poderosa como ella por aquel local. Cualquiera pensaría que era una pobre e indefensa mujer, pero si la ballesta que llevaba daba miedo, podía dar fe de que sus poderes mágicos asustaban aún más.
-Curgo Marcano. – dijo con una sonrisa sin mostrarse ofendida, bebiendo. - ¿Os creéis el centro del mundo? Me relajo como cualquiera en esta taberna. Gracias por interrumpir mi interesante conversación con este caballero. – y se giró hacia el tipo. Lo miré. Era serio y no parecía alguien especialmente amigable.
-En ese caso, volveré a mis menesteres. – le dije, y me retiré a continuar la ronda con el resto.
Volví a sentarme en la mesa sin dirigirme. No creo ni que el tipo con el que charlaba se creyera que había venido a descansar tras una larga jornada de trabajo. Isabella no era ese tipo de mujeres. En la nueva ronda el tocaba repartir al elfo. Así que le cedí la baraja. – Sirva. – y le cedí las mismas. Justo antes de que le diera tiempo siquiera a tomarlas, apareció nuestra querida compañera ahí.
-Cédame cartas a mí también si gusta, caballero. – le dijo a Iltharion sentándose en una silla y depositando una bolsa de aeros en el centro de la mesa. Colocándose entre el bardo y Lavey, opuesta a mí. Sonreí. Estaba ansioso por saber cuáles habían sido las razones que habían traído a la enigmática Isabella de vuelta a mí.
-Señor Iltharion, no tengo ni idea de a lo que se puede referir. – le dije en mi turno soltando rápidamente la carta marcada, el as de oros, para no dar pie a los demás a que se fijasen. Me llevaría la ronda, aunque no me llevaría más que un par de figuras. Me incliné hacia delante. – Le propongo yo otro, ¿se puede guardar una espada en el interior de la abertura de una mesa? – mi pregunta hizo que Lavey diera un salto sobre su silla y mostrara cierto nerviosismo, nos miró a ambos con cara de asustado. Allí, el truhán solía guardar un as de espadas “de recambio” – Dígame, ¿es usted capaz de guardar su bastón en la manga? - y ocurrió lo mismo con el cuarto comensal de la mesa, que acostumbraba también a guardar un as bajo la manga, nunca mejor dicho. – En esta ciudad nadie pone dinero en manos de los caprichos del azar. Pero lo irá descubriendo con el tiempo. – y sonreí volviendo a dar una calada. Aunque estaba seguro de que algo conocía, pues el laúd que cargaba a su espalda mostraba que claramente sería un tipo de artista que conocería bien estos lugares.
Volví la vista hacia la barra, donde la mujer conversaba alegremente con otro encapuchado. Me fijé en el rostro de ella y fue entonces cuando descubrí por qué aquella misteriosa y oscura mujer me resultaba tan seductoramente familiar. “Isabella”. Pensé. Sus apariciones jamás eran fruto de la mera casualidad. Desde hacía casi 25 años solamente me había cruzado una vez con ella, fue en Beltrexus, pero de aquello pasaron unos meses. En aquella ocasión yo la había buscado a ella como vía de escape de la isla, tras aquel accidentado viaje con el gladiador y la dragona. En esta ocasión, parece que todo iba a ser distinto.
-Si me disculpan, caballeros, voy a por otra pinta. – les dije con cortesía entre ronda y ronda. Y me levanté de la mesa. Buscaba la aproximación a la mujer, que hablaba con el encapuchado, aunque no sabía muy bien qué decía.
-No podría estar más de acuerdo. – dijo con una sonrisa pícara en respuesta a algo que le habría preguntado el otro tipo.
Pese a que tendría unos cuarenta años, la mujer aún conservaba muy bien su aspecto físico y su figura atlética. Y seguía vistiendo tan rimbombante como el día en que la conocí. Indiqué al camarero que me trajera una bebida.
-Isabella Boisson di Miraclo. – dije entre sonrisas, tornando la vista hacia ella. – Qué grata coincidencia – pronuncié con especial intensidad esa palabra – me supone encontrarme con usted aquí. – Bebí un sorbo de la bebida que acababa de pedir. - ¿O quizás debo pensar que habéis venido en busca de algo o alguien?
La mujer sonrió. Sorprendía encontrarse una bruja tan poderosa como ella por aquel local. Cualquiera pensaría que era una pobre e indefensa mujer, pero si la ballesta que llevaba daba miedo, podía dar fe de que sus poderes mágicos asustaban aún más.
-Curgo Marcano. – dijo con una sonrisa sin mostrarse ofendida, bebiendo. - ¿Os creéis el centro del mundo? Me relajo como cualquiera en esta taberna. Gracias por interrumpir mi interesante conversación con este caballero. – y se giró hacia el tipo. Lo miré. Era serio y no parecía alguien especialmente amigable.
-En ese caso, volveré a mis menesteres. – le dije, y me retiré a continuar la ronda con el resto.
Volví a sentarme en la mesa sin dirigirme. No creo ni que el tipo con el que charlaba se creyera que había venido a descansar tras una larga jornada de trabajo. Isabella no era ese tipo de mujeres. En la nueva ronda el tocaba repartir al elfo. Así que le cedí la baraja. – Sirva. – y le cedí las mismas. Justo antes de que le diera tiempo siquiera a tomarlas, apareció nuestra querida compañera ahí.
-Cédame cartas a mí también si gusta, caballero. – le dijo a Iltharion sentándose en una silla y depositando una bolsa de aeros en el centro de la mesa. Colocándose entre el bardo y Lavey, opuesta a mí. Sonreí. Estaba ansioso por saber cuáles habían sido las razones que habían traído a la enigmática Isabella de vuelta a mí.
- Isabella:
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Curgo
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El elfo se estaba aburriendo de esperar que sucediera algo interesante, y es que ver a aquellos tipos jugando cartitas no era el mejor entretenimiento del mundo, sobre todo porque parecía que tardaban años en lanzar un carta para al final, tomar otra; el pelinegro no lograba entender el sentido de aquello, solo sabía que obtendría algo a cambio de asesinar al ganador, solo eso le importaba y en consecuencia, debía asegurarse de que al final de la noche hubiera ese ganador; por lo que le generaba tanta sospecha aquella misteriosa mujer a la que se acercó en busca de un poco de información; al parecer había conseguido ser del agrado de la mujer, o al menos eso era lo que le daba a entender con la respuesta que había ofrecido, solo esperaba no equivocarse, aunque de eso se aseguraría formulando algunas preguntas.
Sin embargo alguien se le adelantó, el sujeto con sombrero que jugaba a las cartas parecía conocer a la mujer y se levantó para saludarla aunque evidentemente se notaba algo de tensión entre ambos -Isabella- Pensó el elfo intentando recordar ese nombre; sin duda lo más interesante sería esperar la respuesta que daría la mujer, así que Destino trató de acercarse un poco más para asegurarse de no perder ningún detalle; en unos instantes había obtenido no solo el nombre de la misteriosa dama, sino también el del caballero -Curgo- Repitió mentalmente el elfo, un nombre bastante extraño sin duda, digno de una mascota.
La mujer respondió que solo se relajaba, aunque aquello no parecía ser del todo cierto, su actitud dejaba ver que algo estaba buscando, y fuera lo que fuera esperaba encontrarlo en ese lugar; el pelinegro levantó una ceja al ser observado y con actitud desafiante se acercó a la mujer para darle algo de validez a sus palabras; el hombre del sombrero pareció no querer ahondar en detalles y regresó a su juego de cartas -Sí que sabes cómo gererar suspenso- Dijo el elfo a la mujer aunque sin dirigirle la mirada -Aunque difícilmente, personas como tú, se relajan en lugares como éste- Continuó con curiosidad, intentaba no ser descortés, pero al mismo tiempo esperaba dejar claro que imaginaba las intenciones de ella en ese lugar; aunque su curiosidad quedaría intacta pues la mujer se alejó discretamente hasta ubicarse en la mesa donde los otros sujetos jugaban a las cartas, aunque claramente ella no tenía el más mínimo aspecto de ser una más de ese grupo.
Sin embargo alguien se le adelantó, el sujeto con sombrero que jugaba a las cartas parecía conocer a la mujer y se levantó para saludarla aunque evidentemente se notaba algo de tensión entre ambos -Isabella- Pensó el elfo intentando recordar ese nombre; sin duda lo más interesante sería esperar la respuesta que daría la mujer, así que Destino trató de acercarse un poco más para asegurarse de no perder ningún detalle; en unos instantes había obtenido no solo el nombre de la misteriosa dama, sino también el del caballero -Curgo- Repitió mentalmente el elfo, un nombre bastante extraño sin duda, digno de una mascota.
La mujer respondió que solo se relajaba, aunque aquello no parecía ser del todo cierto, su actitud dejaba ver que algo estaba buscando, y fuera lo que fuera esperaba encontrarlo en ese lugar; el pelinegro levantó una ceja al ser observado y con actitud desafiante se acercó a la mujer para darle algo de validez a sus palabras; el hombre del sombrero pareció no querer ahondar en detalles y regresó a su juego de cartas -Sí que sabes cómo gererar suspenso- Dijo el elfo a la mujer aunque sin dirigirle la mirada -Aunque difícilmente, personas como tú, se relajan en lugares como éste- Continuó con curiosidad, intentaba no ser descortés, pero al mismo tiempo esperaba dejar claro que imaginaba las intenciones de ella en ese lugar; aunque su curiosidad quedaría intacta pues la mujer se alejó discretamente hasta ubicarse en la mesa donde los otros sujetos jugaban a las cartas, aunque claramente ella no tenía el más mínimo aspecto de ser una más de ese grupo.
Destino
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Iltharion se limitó a seguir fumando tranquilamente mientras paseaba su mirada de uno a otro, el sr. Macano había renunciado a su carta trucada y había escogido mandar a primera linea con el a los otros dos jugadores, que trataban de ocultar malamente sus nervios así como las respectivas cartas escondidas en donde no deberían. Habían quedado fuera de la mesa 3 cartas tres de las buenas y con las que el resto estaban acostumbrados a jugar.
-Se lo agradezco.- Sonrió llanamente el bardo ante el comentario de socarrona superioridad que exhibió el humano con sombrero al poner las obviedades en palabras como quien da una lección a un novato. Probablemente ese sujeto cuyo pelo empezaba a clarear apenas si había nacido cuando el jugaba en las primeras mesas, pero quello poco importaba, el orgullo no era algo útil que defender en una apuesta, y un perfil bajo y más humilde tendía a vaciar mas bolsillos.
El sujeto sin embargo no parecía estar completamente centrado ni en la mesa, ni en las cartas ni mucho menos en el dinero, si no en la dama, y el bardo se hizo perder la primera ronda acompañándolo de una mueca de desconcierto, como si no fuera capaz de comprender sus propios e intencionados errores para confiar al resto de participantes mientras el hombre del punto rojo abandonaba la mesa para ir en busca de aquella mujer humana.
Iltharion le dedicó una última y breve mirada, era madura, mas de lo que solía cosechar, y si bien se notaba que de joven habría sido arrebatadora, las mujeres de su edad, asi como tienen mas experiencia, tambien ofrecen mas dificultad por unos encantos medio marchitos, no solían valerle el tiempo que costaban.
En vez de dedicarse a las damas, se dedicó a las cartas dispuesto a tomarlas para ponerse a repartir y ocupar el preciado rol del dealer, pero antes de que sus dedos rozaran el pilón volvió su anterior dueño ofreciendole las mismas, acompañado, como no, por aquella fruta madura que de algún modo se había interesado en la mesa.
-Por supuesto Señorita.- Inclinó la cabeza cortésmente mientras empezaba a cortar la baraja y a hacer danzar y mezclarse las cartas rápidamente entre los dedos, de forma que quedaran bien alternadas pero a su vez fuera sumamente difícil seguirles el rastro. No había trampa en si en como mezclaba, simplemente era un rejunte de todos los movimientos peculiares para barajar que había aprendido en sus viajes tras el cual empezó a repartir las mismas* deslizandolas con el pulgar alzando apenas un costado que quedaba cubierto con el canto de la palma para intuir que carta era y repartir esa o la inferior en base al sujeto a quien le correspondiera recibir, de modo de obtener mejores cartas de las que podría haber obtenido, sin hacerse con una suma surrealista de figuras, o ningun juego de manos mas arriesgado por ser mas visible, aunque fuera tenuemente. Eran 4 contrincantes, 8 ojos de tramposos esperando poder acusar a otro del pecado propio.
-Iltharion, un placer tenerla en nuestra mesa, ¿Con quien tenemos el gusto de jugar?.- Sonrió galantemente a la dama, esperando distraerla de su mano con sus encantos, o por lo menos, conseguir el nombre de quien podía despojarle de sus aeros.
Tras repartir tomó sus propias cartas que le aguardaban ante si sobre la mesa y boca abajo, y las dio vuelta solo para si mismo, con una pulcra actuación de sorpresa y de reflexión sobre una estrategia, como si recién supiera que cartas le habían tocado, pese haberlas escogido y conocer des de hacia unos instantes, de que herramientas disponía, entre las cuales se encontraba, la carta con el punto rojo, la cual había escogido por estar marcada seguro de que seria una buena figura, y por la que no podían culparle ya que no podía haber marcado el una carta que jamás había tocado hasta el momento, y si el propietario de la baraja llamaba la atención al respecto tenía que admitir entonces que había estafado al resto.
*Uso de mi habilidad de nivel 0 Prestidigitación [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
-Se lo agradezco.- Sonrió llanamente el bardo ante el comentario de socarrona superioridad que exhibió el humano con sombrero al poner las obviedades en palabras como quien da una lección a un novato. Probablemente ese sujeto cuyo pelo empezaba a clarear apenas si había nacido cuando el jugaba en las primeras mesas, pero quello poco importaba, el orgullo no era algo útil que defender en una apuesta, y un perfil bajo y más humilde tendía a vaciar mas bolsillos.
El sujeto sin embargo no parecía estar completamente centrado ni en la mesa, ni en las cartas ni mucho menos en el dinero, si no en la dama, y el bardo se hizo perder la primera ronda acompañándolo de una mueca de desconcierto, como si no fuera capaz de comprender sus propios e intencionados errores para confiar al resto de participantes mientras el hombre del punto rojo abandonaba la mesa para ir en busca de aquella mujer humana.
Iltharion le dedicó una última y breve mirada, era madura, mas de lo que solía cosechar, y si bien se notaba que de joven habría sido arrebatadora, las mujeres de su edad, asi como tienen mas experiencia, tambien ofrecen mas dificultad por unos encantos medio marchitos, no solían valerle el tiempo que costaban.
En vez de dedicarse a las damas, se dedicó a las cartas dispuesto a tomarlas para ponerse a repartir y ocupar el preciado rol del dealer, pero antes de que sus dedos rozaran el pilón volvió su anterior dueño ofreciendole las mismas, acompañado, como no, por aquella fruta madura que de algún modo se había interesado en la mesa.
-Por supuesto Señorita.- Inclinó la cabeza cortésmente mientras empezaba a cortar la baraja y a hacer danzar y mezclarse las cartas rápidamente entre los dedos, de forma que quedaran bien alternadas pero a su vez fuera sumamente difícil seguirles el rastro. No había trampa en si en como mezclaba, simplemente era un rejunte de todos los movimientos peculiares para barajar que había aprendido en sus viajes tras el cual empezó a repartir las mismas* deslizandolas con el pulgar alzando apenas un costado que quedaba cubierto con el canto de la palma para intuir que carta era y repartir esa o la inferior en base al sujeto a quien le correspondiera recibir, de modo de obtener mejores cartas de las que podría haber obtenido, sin hacerse con una suma surrealista de figuras, o ningun juego de manos mas arriesgado por ser mas visible, aunque fuera tenuemente. Eran 4 contrincantes, 8 ojos de tramposos esperando poder acusar a otro del pecado propio.
-Iltharion, un placer tenerla en nuestra mesa, ¿Con quien tenemos el gusto de jugar?.- Sonrió galantemente a la dama, esperando distraerla de su mano con sus encantos, o por lo menos, conseguir el nombre de quien podía despojarle de sus aeros.
Tras repartir tomó sus propias cartas que le aguardaban ante si sobre la mesa y boca abajo, y las dio vuelta solo para si mismo, con una pulcra actuación de sorpresa y de reflexión sobre una estrategia, como si recién supiera que cartas le habían tocado, pese haberlas escogido y conocer des de hacia unos instantes, de que herramientas disponía, entre las cuales se encontraba, la carta con el punto rojo, la cual había escogido por estar marcada seguro de que seria una buena figura, y por la que no podían culparle ya que no podía haber marcado el una carta que jamás había tocado hasta el momento, y si el propietario de la baraja llamaba la atención al respecto tenía que admitir entonces que había estafado al resto.
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Iltharion Dur'Falas
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
La presencia de Isabella en la mesa no era de mi agrado. La bruja se mantenía observando con una falsa sonrisa sus cartas conforme el elfo repartía. Poco después lanzaría una mirada a todos los presentes. El elfo le lanzó una pregunta, parecía más interesado en mostrarle una sonrisa y flirtear con ella. A buena pájara se arrimaba. Decidí contestar yo por ella.
-Isabella Boisson, bruja y cazadora de vampiros. – respondí serio, lanzando la primera carta, pues era mi turno. – Una mujer volátil. Que aparece y desaparece según le interesa. Y cuya presencia es sinónimo de problemas. – le expliqué al elfo mirándolo con cara irónica.
Probablemente hubiese dado más información de la que ella habría dado, pero no me importaba lo que la gente pensara de ella. Algo quería de mí. Si no, no estaría allí. La bruja comenzó a reír, los dos tarados que estaban en la mesa, además del elfo, ya habían lanzado su carta. Ahora era su turno.
-Veo que me recordáis con gran cariño, Curgo. – replicó riéndose y alzando la ceja, mientras tiraba una carta en la mesa. Era el turno de Iltharion. – Creo haber sido bastante condescendiente hace meses en Beltrexus como para que me pongáis de tan malvada, caballero.
-Disculpad mi osadía, madame. – le dije, de nuevo, inclinando la cabeza. – Pero aparecisteis en mi vida hace veinticinco años, desaparecéis de la noche a la mañana y me ocultáis una hija durante todo este tiempo de la que por cierto, ni siquiera sé su nombre, para dos décadas después, por arte de magia, aparecer en mi taberna. ¿Creéis que puedo considerar vuestra presencia aquí una mera coincidencia? – la mujer rió.
-Muy astuto. – dijo con una sonrisa, sin dejar de observar su baraja. – Es cierto, necesito algo de vos. Pero no os lo diré hasta que estemos solos.
Y una vez llegado su turno, volvió a depositar la carta. Tanto había pasado que no me había fijado en que nuestro amigo Iltharion se había agenciado la carta del punto rojo, pero no podía delatarlo. De hecho, en aquel momento no me importaba perder o ganar, tan sólo quería que la bruja dejara de lado el misterio y pasase a la acción.
Había otro elfo en la taberna que no paraba de quitarnos el ojo de encima. Había estado hablando antes con ella. No tenía pinta de ser un gran tipo y lo miraba con bastante temor, pero mientras se mantuviera alejado, no le diría nada. Volvería a concentrarme en la conversación.
-No pienso hablar con vos a solas, Isabella, si queréis decirme algo, tendrá que ser mientras dure esta partida. – le pregunté. No pensaba hablar con ella en privado. Si quería decirme algo, tendría que ser en público. La mujer puso una mueca de desagrado y bebió de su jarra, pero finalmente entró al trapo.
-Una persona… muy poderosa está persiguiendo a tu hija, Curgo. – me dijo con cierto misterio. – Cree que va tras ella, pero en realidad, me está siguiendo a mí. – se inclinó en su silla hacia atrás y resopló. – La alejaré de ella mientras pueda. Pero el enfrentamiento es inevitable. – dijo con cierto tono de preocupación.
-¿Y queréis que yo os ayude? – Isabella cambió su cara de melancolía por una nueva risa a carcajada.
-Seguís siendo el hombre que me ganó. Tan gracioso como siempre. – continuó. – No espero nada en combate de ti. – dijo, y se llevó la mano al bolsillo. – Los años no pasan en balde para ninguno de los dos, y me gustaría que tuvieses esto antes de que me pase algo algún día. – y sacó de su bolsillo una carta bastante alargada. – Ahí tienes su nombre, sólo lo sabemos tres personas. También hay copias de retratos de las etapas de su vida, algunos objetos suyos y un objeto que quiero que le des. – se tomó una pausa, pues estaba claramente emocionada, aunque ni una sola lágrima caería por el rostro de la mujer. – Sé que he cometido errores. Y por eso debo pediros perdón. A ti por privarte de verla, y a ella, por privarla de tener un padre. – y sonrió -
Mi rostro cambió por completo, de reflejar mal humor a mostrar cierta tristeza. La bruja tan sólo había venido a buscarme como redención. Tomé su sobre y lo abrí. Sólo tomé el primer cartel, el que indicaba. Y protegiéndolo con mi cuerpo impidiendo a cualquiera que lo observara, leí en silencio, por primera vez, mi apellido al lado del nombre de mi vástago. Para sorpresa mía, Isabella había decidido mantener el mío y no el suyo, como cabría esperar.
“Anastasia Marcano”-Isabella Boisson, bruja y cazadora de vampiros. – respondí serio, lanzando la primera carta, pues era mi turno. – Una mujer volátil. Que aparece y desaparece según le interesa. Y cuya presencia es sinónimo de problemas. – le expliqué al elfo mirándolo con cara irónica.
Probablemente hubiese dado más información de la que ella habría dado, pero no me importaba lo que la gente pensara de ella. Algo quería de mí. Si no, no estaría allí. La bruja comenzó a reír, los dos tarados que estaban en la mesa, además del elfo, ya habían lanzado su carta. Ahora era su turno.
-Veo que me recordáis con gran cariño, Curgo. – replicó riéndose y alzando la ceja, mientras tiraba una carta en la mesa. Era el turno de Iltharion. – Creo haber sido bastante condescendiente hace meses en Beltrexus como para que me pongáis de tan malvada, caballero.
-Disculpad mi osadía, madame. – le dije, de nuevo, inclinando la cabeza. – Pero aparecisteis en mi vida hace veinticinco años, desaparecéis de la noche a la mañana y me ocultáis una hija durante todo este tiempo de la que por cierto, ni siquiera sé su nombre, para dos décadas después, por arte de magia, aparecer en mi taberna. ¿Creéis que puedo considerar vuestra presencia aquí una mera coincidencia? – la mujer rió.
-Muy astuto. – dijo con una sonrisa, sin dejar de observar su baraja. – Es cierto, necesito algo de vos. Pero no os lo diré hasta que estemos solos.
Y una vez llegado su turno, volvió a depositar la carta. Tanto había pasado que no me había fijado en que nuestro amigo Iltharion se había agenciado la carta del punto rojo, pero no podía delatarlo. De hecho, en aquel momento no me importaba perder o ganar, tan sólo quería que la bruja dejara de lado el misterio y pasase a la acción.
Había otro elfo en la taberna que no paraba de quitarnos el ojo de encima. Había estado hablando antes con ella. No tenía pinta de ser un gran tipo y lo miraba con bastante temor, pero mientras se mantuviera alejado, no le diría nada. Volvería a concentrarme en la conversación.
-No pienso hablar con vos a solas, Isabella, si queréis decirme algo, tendrá que ser mientras dure esta partida. – le pregunté. No pensaba hablar con ella en privado. Si quería decirme algo, tendría que ser en público. La mujer puso una mueca de desagrado y bebió de su jarra, pero finalmente entró al trapo.
-Una persona… muy poderosa está persiguiendo a tu hija, Curgo. – me dijo con cierto misterio. – Cree que va tras ella, pero en realidad, me está siguiendo a mí. – se inclinó en su silla hacia atrás y resopló. – La alejaré de ella mientras pueda. Pero el enfrentamiento es inevitable. – dijo con cierto tono de preocupación.
-¿Y queréis que yo os ayude? – Isabella cambió su cara de melancolía por una nueva risa a carcajada.
-Seguís siendo el hombre que me ganó. Tan gracioso como siempre. – continuó. – No espero nada en combate de ti. – dijo, y se llevó la mano al bolsillo. – Los años no pasan en balde para ninguno de los dos, y me gustaría que tuvieses esto antes de que me pase algo algún día. – y sacó de su bolsillo una carta bastante alargada. – Ahí tienes su nombre, sólo lo sabemos tres personas. También hay copias de retratos de las etapas de su vida, algunos objetos suyos y un objeto que quiero que le des. – se tomó una pausa, pues estaba claramente emocionada, aunque ni una sola lágrima caería por el rostro de la mujer. – Sé que he cometido errores. Y por eso debo pediros perdón. A ti por privarte de verla, y a ella, por privarla de tener un padre. – y sonrió -
Mi rostro cambió por completo, de reflejar mal humor a mostrar cierta tristeza. La bruja tan sólo había venido a buscarme como redención. Tomé su sobre y lo abrí. Sólo tomé el primer cartel, el que indicaba. Y protegiéndolo con mi cuerpo impidiendo a cualquiera que lo observara, leí en silencio, por primera vez, mi apellido al lado del nombre de mi vástago. Para sorpresa mía, Isabella había decidido mantener el mío y no el suyo, como cabría esperar.
Curgo
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
La noche transcurría lentamente sin que se llegara por fin a un punto interesante en donde al fin surgiera un ganador definitivo, las apuestas iban y venían en las distintas mesas pero el dinero parecía simplemente ir corriendo en círculos, pasando por las manos de todos hasta volver a sus dueños iniciales, aunque como dice una norma del azar, la casa siempre gana, y es que entre partida y partida, una parte del dinero ganado se iba quedando repartida entre rondas de bebidas, algunos afortunados ganaban solo para poder beber más, otros menos afortunados eran explotados por algunos para poder beber gratis con dinero ajeno, fuera como fuera, a este paso no habría dinero que robarle a nadie, o al menos era lo que comenzaba a creer el elfo de ojos azules quien, impaciente, miraba en todas direcciones, apuntando ya a todas las mesas, en busca de alguna de ellas, cualquiera, donde hubiera un ganador absoluto, sin embargo, aquel plan parecía ser una completa pérdida de tiempo.
El contratista del asesino reposaba tranquilamente bebiendo el único vaso de hidromiel que había pedido en toda la noche y que parecía incluso escupir de regreso lo mismo que tomaba para asegurarse de no vaciar el vaso; el muy astuto sabía algo que Destino ignoraba, no podían estar toda la noche en el lugar, ocupando un espacio sin consumir nada; aunque el elfo pronto sería notificado de ello -Vamos princesa ¿Ya vas a beber algo o necesitas seguir meditando?- Escuchó tras de sí la voz del tabernero quien en tono jocoso había querido romper el hielo aunque al pelinegro no le sentaría de la mejor manera -¿Qué has dicho?- Preguntó el elfo en tono severo y con una mirada de enojo -No, no, quise decir que...- Balbuceaba el tabernero un poco confundido por la reacción; los hombres que se encontraban junto a él, y que al principio habían reído con respecto a la referencia al elfo como princesa, comenzaron a alejarse dejando al pobre tabernero solo e indefenso; Destino llevó la mano a su espada preparado para sacarla en ese lugar pero una mano lo detuvo posándose en su hombro izquierdo -Que debes probar la bebida “Lágrima de princesa” es lo que dijo el hombre- El contratante había acudido para controlar al pelinegro antes que hiciera un desastre, y es que a nadie le convenía un espectáculo tan temprano, el contratante tenía su plan muy bien estructurado y no permitiría ningún fallo, pero a la vez, el elfo tendría que enfrentarse a una serie de rivales a los que tal vez no podría vencer -¿Qué esperas? Prepara la lágrima de princesa, no tenemos toda la noche- Apuró el hombre al tabernero que no tenía idea de lo que le estaban hablando -Ah ya, esa bebida, te refieres a esa...- Dijo fingiendo saber de qué hablaba, aunque no existía una bebida con ese nombre, la habría desde esa noche cuando el tabernero mezclara diferentes cosas para convencer al pelinegro.
Mantente calmado, tu objetivo está acá al frente- Dijo al elfo mientras señalaba discretamente hacia la mesa donde incluso la ruda y misteriosa mujer se había ido a sentar -Definitivamente pasará algo en esa mesa, mantenlos en la mira, el objetivo saldrá de entre ellos- Dijo justo antes de volver a alejarse hasta su sitio para seguir observando pacientemente hasta que llegara el momento indicado -Aquí tiene su bebida- Dijo por fin el tabernero mientras ofrecía una extraña mezcla de hidromiel con otras cosas que ni él mismo sabía cuáles eran después del susto que había pasado; el elfo se limitó a tomar el vaso y dejarlo a un lado sin probarlo todavía, al menos ahora tenía una excusa para permanecer en el lugar, pero no sabía cuánto más tendría que soportar tan inquietante espera...
El contratista del asesino reposaba tranquilamente bebiendo el único vaso de hidromiel que había pedido en toda la noche y que parecía incluso escupir de regreso lo mismo que tomaba para asegurarse de no vaciar el vaso; el muy astuto sabía algo que Destino ignoraba, no podían estar toda la noche en el lugar, ocupando un espacio sin consumir nada; aunque el elfo pronto sería notificado de ello -Vamos princesa ¿Ya vas a beber algo o necesitas seguir meditando?- Escuchó tras de sí la voz del tabernero quien en tono jocoso había querido romper el hielo aunque al pelinegro no le sentaría de la mejor manera -¿Qué has dicho?- Preguntó el elfo en tono severo y con una mirada de enojo -No, no, quise decir que...- Balbuceaba el tabernero un poco confundido por la reacción; los hombres que se encontraban junto a él, y que al principio habían reído con respecto a la referencia al elfo como princesa, comenzaron a alejarse dejando al pobre tabernero solo e indefenso; Destino llevó la mano a su espada preparado para sacarla en ese lugar pero una mano lo detuvo posándose en su hombro izquierdo -Que debes probar la bebida “Lágrima de princesa” es lo que dijo el hombre- El contratante había acudido para controlar al pelinegro antes que hiciera un desastre, y es que a nadie le convenía un espectáculo tan temprano, el contratante tenía su plan muy bien estructurado y no permitiría ningún fallo, pero a la vez, el elfo tendría que enfrentarse a una serie de rivales a los que tal vez no podría vencer -¿Qué esperas? Prepara la lágrima de princesa, no tenemos toda la noche- Apuró el hombre al tabernero que no tenía idea de lo que le estaban hablando -Ah ya, esa bebida, te refieres a esa...- Dijo fingiendo saber de qué hablaba, aunque no existía una bebida con ese nombre, la habría desde esa noche cuando el tabernero mezclara diferentes cosas para convencer al pelinegro.
Mantente calmado, tu objetivo está acá al frente- Dijo al elfo mientras señalaba discretamente hacia la mesa donde incluso la ruda y misteriosa mujer se había ido a sentar -Definitivamente pasará algo en esa mesa, mantenlos en la mira, el objetivo saldrá de entre ellos- Dijo justo antes de volver a alejarse hasta su sitio para seguir observando pacientemente hasta que llegara el momento indicado -Aquí tiene su bebida- Dijo por fin el tabernero mientras ofrecía una extraña mezcla de hidromiel con otras cosas que ni él mismo sabía cuáles eran después del susto que había pasado; el elfo se limitó a tomar el vaso y dejarlo a un lado sin probarlo todavía, al menos ahora tenía una excusa para permanecer en el lugar, pero no sabía cuánto más tendría que soportar tan inquietante espera...
Destino
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Los ojos del bardo pasaron de la dama al caballero del sombrero quien se tomó la molestia, osadía o desfachatez, dependiendo de a quien le preguntaran, de presentar a la dama, quiás con más detalle del necesario, o del que habría dado con gusto la susodicha quien pareció tomarse aquello con más humor del que uno podría arriesgarse con la portadora de semejante ballesta.
-Mucho gusto srta. Boisson, espero que los problemas a los que se refiere el sr. aquí presente que tan "amablemente" la ha presentado no sean una forma de decir que nos va a desplumar a todos.- Inclinó graciosamente la cabeza dedicándole una breve mirada a la señora antes de volver a su baraja, intentando paliar un poco la violencia de ese comentario, que si bien no estaba en el tono, el bardo la notaba en la elección de las palabras, y de la información revelada.
La charla se convirtió de ese modo repentino a una disputa marital entre dos cónyuges que si ben no estaban casados, poseían en común un vástago. El elfo volvió a su baraja, lanzado sus cartas y trazando lentamente su victoria que estaba casi cantada con las cartas que deliberadamente había repartido a sus compañeros de mesa.
Que una mujer, que podía encontrarte en cualquier momento, como había demostrado ser aquella, compartiese una noche con uno y no le persiguiera para que se hiciera cargo de los daños colaterales no le parecía a Iltharion algo grave en lo mas mínimo, y el hombre que tenía a delante, no daba la sensación de amoroso padre responsable. De todos modos dos décadas y media eran mucho tiempo para un humano, y no se aventuraba a apostar como podía haber cambiado en ese tiempo aquel sujeto.
Cuando la bruja mencionó viendo que no lograría cierta intimidad, cual era la carga que quería entregar al tramposo hombre bigotudo que marcaba las cartas, el elfo estuvo seguro de que el susodicho se arrepentìa ahora de no haber accedido a cederle algo de su tiempo en privado. La partida seguía, y aquel hombre y su mujer estaban completamente inmersos en su propia historia.
Quizás si no hubiera habido un desenlace tan emotivo el bardo se habría dignado a hacer un intento con la dama, pero tal y como estaban las cosas, se conformo con llevarse el bote como ganador en aquella ronda, centrándose en el juego y cediendole un respetuoso espacio a dicha pareja dentro de lo que la situación le permitía.
Puede que fuera el tomo, esa sonrisa acompañada de una mirada vidriosa y contenida, que pese que no esbozaba lagrima alguna contenía un dije de tristeza, o las palabras que pese no estar dedicadas a sus oídos, habían llegado a todos los integrantes de la mesa, pero el silenció que reinaba entre todos los participantes de la misma era como un réquiem para aquella dama, quien daba la sensación de creerse muerta antes de que llegara el ocaso de su belleza.
-Srta. Bossom, si ha sido ud implacable durante el último cuarto de siglo, me inspira ud. la suficiente confianza como para lo que queda del mismo.- Pronunció finalmente el bardo con una seriedad natural.
El enemigo de aquella mujer tenia que ser por fuerza posterior al nacimiento de su hija, puesto que había escondida a esta del mundo durante toda su vida, si había podido esconder aquello de alguien "muy poderoso" durante tanto tiempo, probablemente, pudiera o no seguir ocultando aquello, podría mantenerla fuera del alcance, parecía capaz y dispuesta a cualquier cosa, y si tenía que ser el único de la mesa que no la diese por muerta, así sería. Poco le gustaba la idea de un ineludible destino, y mucho menos la aceptación del mismo.
-Mucho gusto srta. Boisson, espero que los problemas a los que se refiere el sr. aquí presente que tan "amablemente" la ha presentado no sean una forma de decir que nos va a desplumar a todos.- Inclinó graciosamente la cabeza dedicándole una breve mirada a la señora antes de volver a su baraja, intentando paliar un poco la violencia de ese comentario, que si bien no estaba en el tono, el bardo la notaba en la elección de las palabras, y de la información revelada.
La charla se convirtió de ese modo repentino a una disputa marital entre dos cónyuges que si ben no estaban casados, poseían en común un vástago. El elfo volvió a su baraja, lanzado sus cartas y trazando lentamente su victoria que estaba casi cantada con las cartas que deliberadamente había repartido a sus compañeros de mesa.
Que una mujer, que podía encontrarte en cualquier momento, como había demostrado ser aquella, compartiese una noche con uno y no le persiguiera para que se hiciera cargo de los daños colaterales no le parecía a Iltharion algo grave en lo mas mínimo, y el hombre que tenía a delante, no daba la sensación de amoroso padre responsable. De todos modos dos décadas y media eran mucho tiempo para un humano, y no se aventuraba a apostar como podía haber cambiado en ese tiempo aquel sujeto.
Cuando la bruja mencionó viendo que no lograría cierta intimidad, cual era la carga que quería entregar al tramposo hombre bigotudo que marcaba las cartas, el elfo estuvo seguro de que el susodicho se arrepentìa ahora de no haber accedido a cederle algo de su tiempo en privado. La partida seguía, y aquel hombre y su mujer estaban completamente inmersos en su propia historia.
Quizás si no hubiera habido un desenlace tan emotivo el bardo se habría dignado a hacer un intento con la dama, pero tal y como estaban las cosas, se conformo con llevarse el bote como ganador en aquella ronda, centrándose en el juego y cediendole un respetuoso espacio a dicha pareja dentro de lo que la situación le permitía.
Puede que fuera el tomo, esa sonrisa acompañada de una mirada vidriosa y contenida, que pese que no esbozaba lagrima alguna contenía un dije de tristeza, o las palabras que pese no estar dedicadas a sus oídos, habían llegado a todos los integrantes de la mesa, pero el silenció que reinaba entre todos los participantes de la misma era como un réquiem para aquella dama, quien daba la sensación de creerse muerta antes de que llegara el ocaso de su belleza.
-Srta. Bossom, si ha sido ud implacable durante el último cuarto de siglo, me inspira ud. la suficiente confianza como para lo que queda del mismo.- Pronunció finalmente el bardo con una seriedad natural.
El enemigo de aquella mujer tenia que ser por fuerza posterior al nacimiento de su hija, puesto que había escondida a esta del mundo durante toda su vida, si había podido esconder aquello de alguien "muy poderoso" durante tanto tiempo, probablemente, pudiera o no seguir ocultando aquello, podría mantenerla fuera del alcance, parecía capaz y dispuesta a cualquier cosa, y si tenía que ser el único de la mesa que no la diese por muerta, así sería. Poco le gustaba la idea de un ineludible destino, y mucho menos la aceptación del mismo.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Me encontraba todavía ensimismado en lo que leía del papel sobre el nombre de mi heredera. En ese momento, ya me fijé como nuestro querido elfo ya se había hecho con la ronda sin ningún problema y pronto habíamos dado comienzo a una nueva.
La impresión que me llevé de Isabella en aquella ocasión es que se me antojaba una mujer cansada de ser cazadora. Hastiada de perseguir vampiros por los años. Y cada vez más consciente de que el paso del tiempo hacía mella en su físico y sus habilidades. Así lo pareció entender el elfo que nos acompañaba, que a tenor de su comentario no tardó en animarla con un comentario al que la bruja no tardaría en responder.
-Oh, cariño. Tienes suerte de no tener que enfrentarte a un enemigo que no envejece. – dijo con ironía enviando una sonrisa satírica en dirección al elfo. Isabella no había cambiado nada. - Tengo casi 42 años. Está claro que si en dos años no me deshago de toda la gente que quiere acabar conmigo tendré que acabar yéndome a una isla desierta. – y rió y bebió de la cerveza que tenía en su mano. – No conozco ningún cazador de vampiros que haya muerto postrado en su cama. – asumió con una sonrisa que reflejaba cierta tristeza.
La segunda ronda avanzaba con mejor ritmo y, a pesar de mis trampas y las del elfo. El ganador de la siguiente ronda no fue ninguno de nosotros, ni tampoco los otros dos bribones. La mujer terminaría llevándose el premio. Sin duda, era una excepcional jugadora de cartas, y encima lo hacía limpiamente. Aunque históricamente siempre la diosa de la suerte siempre la proveía de las mejores cartas para ello.
La noche parecía tranquila y, por una vez, disfrutaba de una grata compañía. El elfo parecía un tipo inteligente, con el don de la palabra y con un extenso sentido del humor, mucho más que los palurdos con los que me sentaba cada noche, que la única alegría que me daban era la facilidad para desplumarlos. E Isabella, era mucha Isabella, en el fondo. Una pena que pronto un hombre entrara apresurado, casi derribando la puerta, para propagar el caos.
-¡Fuego! – gritó el fatigado pregonero. - ¡Hay fuego en la torre del reloj! ¡Un incendio enorme! Se está extendiendo.
Rápidamente, toda la taberna miró hacia el tipo que había dado la alarma. Isabella, que estaba de espaldas a la escena, rió como si ya supiera que aquello ya iba a acontecer, bebió un último trago y dio un fuerte golpe sobre la mesa.
-Estimados caballeros, el deber me llama. – dijo a la mesa en general. – Páguense con el dinero que he ganado todo el alcohol que quieran beberse esta noche. Harían bien en disfrutar de la vida. – y guiñó un ojo a todos los presentes, enviándome una última sonrisa. – Que tengan una buena noche.
Se levantó de la mesa, y con un elegante y acompasado andar, salió por la puerta. Sin ningún tipo de prisa. Era peligroso andar por las calles por las noches, pero más especialmente desde la presencia de vampiros. Imagino que la presencia de la bruja allí tuviese alguna relación con aquel desafortunado evento. Pero tenía interés en saber a dónde había ido, incluso sabiendo que me iba a jugar el tipo.
-Cuán poco caballero sería aquel capaz de dejar sola a una dama. – dije con elegancia, y me levanté de la mesa. No sin antes tomar parte del botín que la mujer había tomado. Nadie, o eso esperaba, notaría en falta unas monedas. A fin de cuentas, no me iba a ir de vacío y que todo el dinero quedara en manos de aquellos borrachos. - Disfruten su parte. Yo me llevo la proporcional. - informé a los que se encontraban en la mesa. Tal vez así, no se decidieran a seguirme también a mí. Aquel hecho era lo más justo que había hecho en años.
Tras levantarme, fue entonces cuando pasé por primera vez al lado del tipo que nos llevaba observando durante toda la partida. Aquel que tan poca confianza me inspiraba y que era el primero que había dialogado con la mujer. Le hice una elegante reverencia con el sombrero en un intento de tratar de parecer simpático y, si no me lo impedía aquel tipo, trataría de continuar mi camino hacia fuera del local.
La impresión que me llevé de Isabella en aquella ocasión es que se me antojaba una mujer cansada de ser cazadora. Hastiada de perseguir vampiros por los años. Y cada vez más consciente de que el paso del tiempo hacía mella en su físico y sus habilidades. Así lo pareció entender el elfo que nos acompañaba, que a tenor de su comentario no tardó en animarla con un comentario al que la bruja no tardaría en responder.
-Oh, cariño. Tienes suerte de no tener que enfrentarte a un enemigo que no envejece. – dijo con ironía enviando una sonrisa satírica en dirección al elfo. Isabella no había cambiado nada. - Tengo casi 42 años. Está claro que si en dos años no me deshago de toda la gente que quiere acabar conmigo tendré que acabar yéndome a una isla desierta. – y rió y bebió de la cerveza que tenía en su mano. – No conozco ningún cazador de vampiros que haya muerto postrado en su cama. – asumió con una sonrisa que reflejaba cierta tristeza.
La segunda ronda avanzaba con mejor ritmo y, a pesar de mis trampas y las del elfo. El ganador de la siguiente ronda no fue ninguno de nosotros, ni tampoco los otros dos bribones. La mujer terminaría llevándose el premio. Sin duda, era una excepcional jugadora de cartas, y encima lo hacía limpiamente. Aunque históricamente siempre la diosa de la suerte siempre la proveía de las mejores cartas para ello.
La noche parecía tranquila y, por una vez, disfrutaba de una grata compañía. El elfo parecía un tipo inteligente, con el don de la palabra y con un extenso sentido del humor, mucho más que los palurdos con los que me sentaba cada noche, que la única alegría que me daban era la facilidad para desplumarlos. E Isabella, era mucha Isabella, en el fondo. Una pena que pronto un hombre entrara apresurado, casi derribando la puerta, para propagar el caos.
-¡Fuego! – gritó el fatigado pregonero. - ¡Hay fuego en la torre del reloj! ¡Un incendio enorme! Se está extendiendo.
Rápidamente, toda la taberna miró hacia el tipo que había dado la alarma. Isabella, que estaba de espaldas a la escena, rió como si ya supiera que aquello ya iba a acontecer, bebió un último trago y dio un fuerte golpe sobre la mesa.
-Estimados caballeros, el deber me llama. – dijo a la mesa en general. – Páguense con el dinero que he ganado todo el alcohol que quieran beberse esta noche. Harían bien en disfrutar de la vida. – y guiñó un ojo a todos los presentes, enviándome una última sonrisa. – Que tengan una buena noche.
Se levantó de la mesa, y con un elegante y acompasado andar, salió por la puerta. Sin ningún tipo de prisa. Era peligroso andar por las calles por las noches, pero más especialmente desde la presencia de vampiros. Imagino que la presencia de la bruja allí tuviese alguna relación con aquel desafortunado evento. Pero tenía interés en saber a dónde había ido, incluso sabiendo que me iba a jugar el tipo.
-Cuán poco caballero sería aquel capaz de dejar sola a una dama. – dije con elegancia, y me levanté de la mesa. No sin antes tomar parte del botín que la mujer había tomado. Nadie, o eso esperaba, notaría en falta unas monedas. A fin de cuentas, no me iba a ir de vacío y que todo el dinero quedara en manos de aquellos borrachos. - Disfruten su parte. Yo me llevo la proporcional. - informé a los que se encontraban en la mesa. Tal vez así, no se decidieran a seguirme también a mí. Aquel hecho era lo más justo que había hecho en años.
Tras levantarme, fue entonces cuando pasé por primera vez al lado del tipo que nos llevaba observando durante toda la partida. Aquel que tan poca confianza me inspiraba y que era el primero que había dialogado con la mujer. Le hice una elegante reverencia con el sombrero en un intento de tratar de parecer simpático y, si no me lo impedía aquel tipo, trataría de continuar mi camino hacia fuera del local.
Curgo
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
Tras dirigirse a la mesa, la mujer inició una misteriosa conversación con el sujeto del sombrero quien parecía conocerla; mientras conversaban sin que el pelinegro, en parte por la distancia y en parte por el ruido que hacían todos, no alcanzaba a escuchar, aunque sí logró darse cuenta como en apenas unos instantes y un par de ronda, aquella misteriosa mujer había conseguido ganar sin mucho problema; si ella era el objetivo definitivamente la misión no resultaría nada fácil para el pelinegro de ojos azules.
Destino lanzó una mirada interrogante al hombre que lo había contratado para tal trabajo, luchar contra una cazadora no estaba en los planes y definitivamente saldría mucho más costoso que acabar a cualquier borracho torpe, sin embargo una inesperada interrupción captó la atención de los presentes, alguien anunciaba la alarmante noticia de un incendio, ante la cual, la misteriosa mujer se levantó de la mesa dispuesta a marcharse, aunque no sin antes dejar el botín ganado a sus compañeros de mesa, se iría sin un centavo encima, lo cual la descartaba como un posible objetivo; el sujeto del sombrero también se levantó dispuesto a seguirla, aunque no sin antes tomar algunas monedas de la mesa.
La mujer anunciaba su partida cuando el sujeto del sombrero se ofreció a acompañarla ¿A qué había venido ella entonces? ¿Era parte de su plan conseguir el apoyo de aquel viejo? Múltiples conjeturas transitaban la mente de Destino mientras la mujer pasaba a su lado a toda prisa seguida del caballero del sombrero, quien solo bajó un poco la velocidad para dedicar un discreto saludo al ojiazul; Destino dio un paso atrás para apartarse y concederle el camino libre detrás de la mujer, aunque el incendio había conseguido llamar su atención; en estas condiciones, tal vez resultaría fácil para el contratante hacerse con el dinero de la mesa, lo que permitiría al elfo marcharse sin más, no es que le importara mucho un incendio en la ciudad de los humanos, pero ciertamente el incendio sí le resultaba muy sospechoso y apenas daría unos instantes de ventaja a la apresurada pareja antes de salir tras ellos para observar la causa de semejante alboroto en las calles.
Destino lanzó una mirada interrogante al hombre que lo había contratado para tal trabajo, luchar contra una cazadora no estaba en los planes y definitivamente saldría mucho más costoso que acabar a cualquier borracho torpe, sin embargo una inesperada interrupción captó la atención de los presentes, alguien anunciaba la alarmante noticia de un incendio, ante la cual, la misteriosa mujer se levantó de la mesa dispuesta a marcharse, aunque no sin antes dejar el botín ganado a sus compañeros de mesa, se iría sin un centavo encima, lo cual la descartaba como un posible objetivo; el sujeto del sombrero también se levantó dispuesto a seguirla, aunque no sin antes tomar algunas monedas de la mesa.
La mujer anunciaba su partida cuando el sujeto del sombrero se ofreció a acompañarla ¿A qué había venido ella entonces? ¿Era parte de su plan conseguir el apoyo de aquel viejo? Múltiples conjeturas transitaban la mente de Destino mientras la mujer pasaba a su lado a toda prisa seguida del caballero del sombrero, quien solo bajó un poco la velocidad para dedicar un discreto saludo al ojiazul; Destino dio un paso atrás para apartarse y concederle el camino libre detrás de la mujer, aunque el incendio había conseguido llamar su atención; en estas condiciones, tal vez resultaría fácil para el contratante hacerse con el dinero de la mesa, lo que permitiría al elfo marcharse sin más, no es que le importara mucho un incendio en la ciudad de los humanos, pero ciertamente el incendio sí le resultaba muy sospechoso y apenas daría unos instantes de ventaja a la apresurada pareja antes de salir tras ellos para observar la causa de semejante alboroto en las calles.
Destino
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Re: Luces sobre Lunargenta [Int. Libre] [3/3]
-Sería una lástima privar al mundo de contemplarla de semejante modo.-replicó con una sonrisa divertida al comentario de la isla desierta, para ensancharla aun mas de costado antes de añadir.- Yo le aseguro que tengo unas cuantas décadas más que ud. y no pienso retirarme todavía.
Como las cartas eran repartidas de forma intermitente, todos tenían su propio turno para hacer sus propias jugarretas al resto, y sin embargo, la madurita parecía tener un pacto con la suerte mas ventajoso aún del que poseía el bardo.
-Yo conozco a varios, que justamente por cazar vampiro, fue potrados en la cama en donde encontraron la muerte.- Respondió a la señora ojeando la mano que le había tocado.-Quizás ud. conozca a compañeros de profesión mas íntegros de los que yo he tenido la fortuna de conocer.
Por suerte, antes de que la dama del ballestón los dejara a todos sin calzones una oportuna interrupción lleno la taberna con sus gritos y su presencia, un hombre pregonaba un incendio a no mucha distancia, y así como Isabella renuncio a su botín y se dirigió, presuntamente hacia el fuego, dos grupos mas de personas se formaban, aquellos que preferían quedarse, pensando que el fuego no les alcanzaría, y los que, como el bardo, prefirieron no arriesgarse y mudar la fiesta a otro lado.
Curgo fue el primero en retirar su dinero, e iltharion imito aquello, llevandose al comprimir las monedas que tomo de forma aparentemente desordenada, algo mas de lo proporcional que le pertocaba.
El dinero estaba guardado y repartido en varios bolsillos y en el morral para cuando el bardo llegó a la puerta. Sacó de su petate una cajita de madera labrada y de la misma, unas hojas enrolladas de menta, que prendió como si fuera un sahumerio del que empezó a pipear.
Su mirada se dirigió por un momento a la columna de humo que había a poca distancia, y en las luces que salían desde atrás de los tejados como si la calle consiguiente estuviera llena de antorchas y hogueras, algo que no se alejaba tanto de la realidad.
Respiro profundamente, y empezó a caminar en sentido contrario, preguntandose a si mismo si las tarifas de La Rosa Florida habían cambiado o seguían manteniéndose dentro de un gasto razonable en base a la mercancía.
Iltharion se alejó, y se alejó de aquel lugar, hasta que su imagen no fue mas que un recuerdo en la memoria de aquellos que lo hubiesen visto y se hallaran lo suficientemente sobrios como para recordarlo.
Como las cartas eran repartidas de forma intermitente, todos tenían su propio turno para hacer sus propias jugarretas al resto, y sin embargo, la madurita parecía tener un pacto con la suerte mas ventajoso aún del que poseía el bardo.
-Yo conozco a varios, que justamente por cazar vampiro, fue potrados en la cama en donde encontraron la muerte.- Respondió a la señora ojeando la mano que le había tocado.-Quizás ud. conozca a compañeros de profesión mas íntegros de los que yo he tenido la fortuna de conocer.
Por suerte, antes de que la dama del ballestón los dejara a todos sin calzones una oportuna interrupción lleno la taberna con sus gritos y su presencia, un hombre pregonaba un incendio a no mucha distancia, y así como Isabella renuncio a su botín y se dirigió, presuntamente hacia el fuego, dos grupos mas de personas se formaban, aquellos que preferían quedarse, pensando que el fuego no les alcanzaría, y los que, como el bardo, prefirieron no arriesgarse y mudar la fiesta a otro lado.
Curgo fue el primero en retirar su dinero, e iltharion imito aquello, llevandose al comprimir las monedas que tomo de forma aparentemente desordenada, algo mas de lo proporcional que le pertocaba.
El dinero estaba guardado y repartido en varios bolsillos y en el morral para cuando el bardo llegó a la puerta. Sacó de su petate una cajita de madera labrada y de la misma, unas hojas enrolladas de menta, que prendió como si fuera un sahumerio del que empezó a pipear.
Su mirada se dirigió por un momento a la columna de humo que había a poca distancia, y en las luces que salían desde atrás de los tejados como si la calle consiguiente estuviera llena de antorchas y hogueras, algo que no se alejaba tanto de la realidad.
Respiro profundamente, y empezó a caminar en sentido contrario, preguntandose a si mismo si las tarifas de La Rosa Florida habían cambiado o seguían manteniéndose dentro de un gasto razonable en base a la mercancía.
Iltharion se alejó, y se alejó de aquel lugar, hasta que su imagen no fue mas que un recuerdo en la memoria de aquellos que lo hubiesen visto y se hallaran lo suficientemente sobrios como para recordarlo.
Última edición por Iltharion Dur'Falas el Mar Ago 30 2016, 20:55, editado 1 vez
Iltharion Dur'Falas
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