Preludio en el bosque~ [Interpretativo-Libre~] [Cerrado]

Era bien entrada la mañana cuando la carreta en la que se encontraba sentado tranquilamente, apoyando la espalda sombre uno de los toneles que tiraba cona hinco la mula de carga de turno, llenó finalmente a las afueras de la ciudad.

Su viaje a Vulwulfar había sido tan breve como entretenido, y el viaje le había dado el tiempo suficiente tanto como para reposar como para componer, y los mercaderes agradecían que les amenizara el trayecto con la música que desprendía su laúd y con la aterciopelada y grave voz del bardo, que pese los socavones y zarandeos del transporte, no perdía una sola nota.

-Mar, caprichosa mar, que  llamas con tu canto de sirena,  mar caprichosa mar que empujas con la fuerza de tus olas, que embelsas con tu melena medianoche,  y tu piel de luz de luna llama la locura, hipnotizas con el brillo de tus ojos, y el fino tallo de tu cintura. Mar, caprichosa mar, que  llamas con tu canto de sirena,  mar caprichosa mar que empujas con la fuerza de tus olas, que hermosa yaces sobre las rocas, el placer de sumergirse en tus aguas, por mucho que el viento se lleve tu nombre,  que con capricho corones y derroques. Mar, caprichosa mar, que  llamas con tu canto de sirena,  mar caprichosa mar que empujas con la fuerza de tus olas, no borraras el recuerdo, del salnitre en el cuerpo.- sonaba plácidamente mientras su mirada se paseaba por los lindes del camino. Por los primeros campos que aun no se habían teñido de verde, o las casas mas alejadas de la ciudad.
Se preguntaba que opinaría la joven de quien había sacado esos versos de lo que había inspirado, se sentiría ofendida, alabada cohibida? quizás los recitara para ella en su proximo encuentro, o quizás simplemente dejara que se borrasen con el tiempo, y esa fuera solo una incognita mas con la que convivir hasta que no formara parte del recuerdo.

Así mientras distraídamente pasaba su mirada de un borde al otro del camino, su mirada captó a lo lejos una joven sentada distraídamente en una roca, y que no parecía acompañada en lo más mínimo.
Se levantó cuidadosamente y se aceró al borde de la carreta.
-Ha sido todo un placer viajar con ustedes.- saludó a los mercaderes con una cortés inclinación antes de saltar de la carreta al suelo, y salvar la distancia que quedaba entre el y la muchacha con paso calmo.

-Buenos días.- sonrió y se inclinó con gracia mientras acomodaba el laúd en su espalda, haciendo con ese gesto que los pendientes dorados de su oreja tintinearan con un repiqueteo metálico al chocar entre si.
-¿Puedo ayudarla en algo?.- Esbozo una cordial sonrisa, mientras comprobaba que la muchacha no parecía ni herida ni indispuesta, y que si se encontraba sentada en una roca cerca del camino, debía de responder a otro motivo que el no había sido capaz de adivinar. Aprovechó la cercanía para poder observar mejor a la dama que tenía enfrente. Sin duda alguna era joven, tanto sus finos rasgos como su mirada ingenua daban fe de ello, y por el contenido del canasto  que vio de refilón y algunos restos de hojas, parecía recién salida del bosque. Quizás fuer alguna de esas elfa,s que habiéndose mudado a la ciudad no podía mantenerse aún así lejos de la naturaleza por mucho tiempo.
-Iltharion Dur'falas, para servirla.- Se presentó educadamente esperando obtener de ese modo, un nombre que darle a la doncella.

-El placer es mío srta. Elaynor.- Respondió el bardo con una excelente educación, a la vez que exhibía una amable sonrisa, para luego seguir la mirada de la joven que se perdía en los muros de la ciudad que se dibujaban cercanos en el paisaje.

La petición de la muchacha le resulto tan extraña como sorprendente, y volvió a seguir su gesto  hacia los muros de lunargenta como si tuviera que confirmar sus palabras para asegurarse de que comprendía lo que la joven le estaba pidiendo.
Pero siendo aquella una petición tan sencilla, no le costaba nada contentar la curiosidad de la joven, que por algún motivo, se mantenía contemplando en la lejanía en vez de aventurarse a descubrir que entrañaba aquel lugar que despertaba su interés.

-Lunargenta es una ciudad bastante grande, cuyos edificios de panales de madera cruzados alcanzan algunos hasta las cuatro plantas con altillo, algo que no se puede ver en las aldeas,  sus empinados techos se encuentran en estas épocas salpicados aun por la nieve que no ha resbalado de todas las cornisas. Es un lugar bullicioso, lleno de tiendas mercaderes y bagatelas de toda clase, y de algún modo, aunque otras razas puedan envidiarlo, es el corazón de aerandir, puesto que aunque es la capital de los humanos, se congregan allí gentes de todas las razas, des del más común de los hombres al hombre bestia mas estrafalario que su imaginación pueda componer.- Empezó, mesándose la barbilla intentando dar una descripción minuciosa y a la vez liviana.Hasta el se había sorprendido en alguna ocasión por las gentes que poblaban la ciudad, en especial recordaba la noche que había conocido al capitán Werner que parecía salido de los sueños perturbados de algún ingeniero con demasiada imaginación, u alcohol en las venas.-Posee grandes avenidas con mucho encanto, donde se reúnen por profesiones los artesanos, bibliotecas y posadas de los mas variadas e incluso tiene una calle en donde se congregan artistas de todo el continente a entretener a los paseantes. Es un lugar lleno de color, e incluso por la noche parte de la ciudad sigue vibrando con ajetreo y energía. Posee un puerto inmenso con variopintos navíos bastante pintorescos, y pequeños recodos de paz que parecen claros en ese bosque de edificios y multitudes.- Claro que eso tambien hacia que fuera el criadero perfecto para las bandas de rufianes, como los niños huérfanos que se aprovechaban de los turistas o los aldeanos mas distraídos para conseguir su sustento.

El bardo alzó la mirada al cielo corroborando para si mismo la hora aun temprana de la mañana antes de volverla a la joven de la roca.
-Pero se encuentra usted muy cerca, ¿No preferiría aventurarse a verlo con sus propios ojos? Aún es temprano, y si no dispone de mucho tiempo, siempre puedo guiarla hacia algún rincón que suscite especialmente su interés.- Ofreció a la vez que extendía la mano hacía la ciudad como si se la estuviera ofreciendo por entero a aquella joven.- Además, si le falta alguna planta, o tiene de mas, puede aprovecharlo para conseguir algo útil en el mercado. Seguro que encuentra allí algo que la sorprenda.- aseveró, creyendo que si la joven no había visitado una ciudad, que por su falta de equipaje le era tan próxima a su morada, difícilmente se habría alejado lo suficiente de la misma como para explorar cualquier otro centro urbano en el que pudiera hallar artesania de los rincones mas recónditos de aerandir.

La joven pareció dudar, pero finalmente acepto la propuesta, y el elfo le obsequió con uan afable sonrisa satisfecho con la resolución que había adoptado la joven.
-No se preocupe, cuando quiera volver puedo acompañarla para que no se pierda o sufra contratiempos.- aseguró con un tono calmo, tratando de disipar cualquier resto de duda o reticencia que aun persistieran en la joven.-Además, me encontraba de camino a la ciudad cuando la he visto al borde del camino, así que me baje de la carreta pensando que estaba usted indispuesta.-hizo un grácil gesto con la mano restándole importancia al asunto de su breve desvío.- Como todo buen bardo, soy un poco bacan, y no tengo mas responsabilidades que las para con mi mismo.

Una vez la muchacha se puso en pie, y acomodó su abrigo para refugiarse de la brisa, el elfo le extendió el brazo y empezó a conducirla hacia la ciudad.
-Así como es hermoso puede ser un laberinto para los foráneos, y como en todo lugar lleno se gente hay algun ratero, o mendigos en las calles.- Aclaró, no queriendo que los problemas mas mundanos borraran de un plumazo tanto las bellezas de Lunargenta como la ilusión por la chiquilla de conocer aquellos lares.

-Visito la ciudad varias veces al año, sin embargo permanezco poco tiempo en un mismo sitio, lo que me lleva a viajar por todos los rincones del continente, y si no sabe apreciarlo, todos tienen su propio encanto, y cada cardinal es abismalmente distinto de sus homólogos.- respondió de una sola vez todas las preguntas de la joven, que no eran ni muy especificas ni muy complejas.- ¿Y usted? ¿De donde viene y que puede contarme de estas vastas tierras?

Mientras caminaban los muros de la ciudad se hacian mas cercanos y mas grandes, se alzaban imponentes ante su figura, y los ruidos de la ciudad empezaban a llegar a su posición opacando el repiqueteo metálico de los aros, y el los golpes constantes y secos del laúd contra la espalda del bardo al caminar.

Una cola de carruajes se acumulaba en la entrada mientras los guardias revisaban mercancías y los permisos, y por los costados se escolaban filas de gente como arroyos apra desembocar a la avenida principal de la ciudad.

Tal y como había descrito, altos edificios de varias plantas se erguían a lado y lado del empedrado por el que circulaban paseantes y caballos, sus techos empinados goteaban la escarcha ya fundida de la noche anterior, las ventanas se encontraban abiertas ventilando las salas, y los tendederos exhibian ondeantes las prendas de los vecinos de la gran ciudad.
En las plantas mas bajas se encontraban negocios con bagatelas, recuerdos y curiosidades brillantes que buscaban atraer la atención de los turistas mas impulsivos y curiosos, mientras que algunas posadas llamaban al descanso para aquellos que venían agotados por viajes mas largos.
No solo eran los colores y la cacofonía de sonidos lo que invadia y golpeaba repentinamente tras cruzar el umbral de la ciudad, si no la mezcla de aromas a especias, pescado, carne, comida de diversos tipos, los deshechos que las monturas dejaban en las calles al caminar, y el olor que desprendía semejante acumulaciòn de gente. Por suerte era un puñetazo en la nariz mas suave que durante el verano, y distaba mucho de ser tan desagradable como el de las granjas.

-Bienvenida a la ciudad de Lunargenta.- miró a la muchacha buscando captar su primera reacción ante tantos estímulos, y usando un tono solemne digno de su primera visita a la ciudad.-¿A donde gustaría que la llevase?

El ardo encaró una ceja ante aquella revelación, una cosa era no haber salido de una aldea, o de una región, pero no haber salido jamás del bosque, ni para comerciar todo aquello que podía sacarse del mismo era bastante sorprendente, e incovneniente en muchos sentidos, aunque explicaba perfectamente ese comportamiento aniñado de la joven que parecía responder a algo mas que a su edad.
Tal y como había imaginado, el asombro de la joven ante aquel contraste fue magno, y le dio la sensación de que si la perdía de vista se desvanecería entre la multitud corriendo de lado a lado como si fuera un cachorro.

-Podemos.- asintió con una sonrisa, llevándola entre la multitud sin detenerse como si fuera capaz de ver un camino invisible entre la gente para que no les estorbase el paso.- Podemos ir a visitar los lugares que desee.Mi destino era el paseo de la moneda, tiendo a tocar allí y luego arrendar una posada acorde a lo que pueda permitirme con lo que haya sacado tocando.- Dijo la verdad a medias, pues también tendía a buscar entre el publico alguna moza que pudiera propiciarle hospedaje sin que tuviera la necesidad de gastar un solo aeros en ello. A veces lo conseguía, a veces no, y otras terminaba corriendo sin pantalones por las calles huyendo de algún marido furioso.

-Mi lugar favorito quizás no tenga nada de especial, es un puente bajo el cual un muchacho con el que me encontré una vez hizo un mural bajo su arco, tiene criaturas que parecen sacadas de un sueño, y una vegetación que jamás vi en ninguno de mis viajes. Ese muchacho va dejando murales en rincones escondidos de las ciudades, y desde que lo conocí tengo al emoción de la caza del tesoro cada vez que entro en alguna población, y busco en los rincones si descubro alguna de sus pinturas.- Respondió esta vez con completa sinceridad recordando por un instante la noche de distensión y risas que había compartido con aquel adolescente lleno de sueños y esperanzas. No lo había vuelto a ver des de entonces, pero esperaba genuinamente que le fuera bien, y no hubiera visto terminar sus días en la horca por ladrón.

Aprovechando el gran tumulto, y la ilusión de la joven por explorar el mercado, se le ocurrió una idea, apra quedar como un hombre desprendido y además, no gastar una sola moneda. Zigzagueando entre los paseantes, busco a alguno con una bolsa en el cinto que tintineara con el sonido de las monedas, y la desprendió de su lazo, fingiendo un pequeño choque, por el lado contrario a donde estaba la doncella, procurando así que esta no le viese, desprendió a ese hombre de su jornal  antes de guiar a la joven para que se perdiesen entre el tumulto.

-Haremos una cosa, miremos entre los mercaderes y le dejaré elegir alguna cosa pequeña que pueda ocultar en su casa para que se acuerde de la ciudad cuando vuelva a su bosque.- Ofreció, conduciendola hacia las tiendas de bagatelas mas económicas que había, por ser de las que traían materiales de las poblaciones mas cercanas. En especial se detuvo delante de una tienda que comerciaba con os cristales de Roilkat.
Des de lamparas de cristales tintados con muchos colores, a caleidoscópicas figuras, pequeños espejos de mano con cubiertas de vitrales, y esferas rellenas de polvos y copos en suspensión de fluidos se podía encontrar gran variedad de cosas tanto útiles como puramente decorativas.

Soltó a la muchacha para que revisara entre todas las bagatelas mientras hacia como si sacara que pesquía del morral y se ponía a contar de cuando disponía para hacer su "caritativa" obra.
El dueño de la tienda, un hombre entrado en años, y cuya figura podía describirse únicamente con la palabra "esférica" se acercó oliendo el dinero a la jovencita para empezar a mostrarle colgantes brazaletes y pulseras  intentando apelar a su vanidad y llamar su atención para asegurarse una venta.

Iltharion le dedico una discreta y sincera mirada asesina mientras sonreía ampliamente al mercader que embriagado por su propia perorata sacaba objetos de un coste cuyo objetivo era puramente vaciarle los bolsillos.
Sin embargo la muchacha no le prestaba demasiada atención y terminó centrándose en un brazalete mucho mas sobrio, algo que sin duda le serviría mucho mas si quería ocultarlo de su familia, o quien fuera que la tuviese confinada en el bosque.
El mercader hizo una mueca de frustración al ver su plan truncado, y el bardo le respondió con una de victoria mientras se acercaba al rollizo comerciante para saldar la cuenta de los brazales que había escogido la doncella. Las monedas del desconocido desaparecieron de sus manos tan rápido como habían aparecido en ellas, pero su propio dinero, se mantenía inalterable por el momento entre sus cosas.

-Le favorece mucho más algo discreto, los abalorios ostentosos solo opacan a quien los lleva.- Respondió a la peculiar pregunta de la muchacha mientras se acercaba a la misma, y tomaba con cuidado los dijes de la pulsera y se la colocaba entorno de la muchacha con delicadeza antes de volver a extenderle el brazo para seguir con la caminata.

La avenida principal iba perdiendo población, que desembocaba en el entramado de callejones que nacían de la misma y se conducían a diversos lugares de la ciudad. El bardo trazó de memoria el camino hacia su destino, y mientras el ruido de los mercaderes que gritaban sus ofertas se atenuaba, empezaron a escucharse en la lejanía aplausos intermitentes, y exclamaciones.
Tras doblar en un recodo otra avenida les dió al bienvenida, esta poseía posadas y tabernas en cada manzana, des de las mas humildes a otras sumamente costosas, y a lado y lado de la calle, prácticamente en cada esquina, había pequeñas congregaciones de gente que cubrían con su masa los artistas que se encontraban deleitando a la población con sus habilidades.

Bailarines, teatros de marionetas, cuenta cuentos, músicos y malabaristas, de todas las edades, razas y procedencias recibían sus jornales en cuencos, bolsas o directamente en el suelo. El sonido de las monedas chocar contra el suelo y entre ellas era un murmullo constante, quizás uno de los motivos que le había dado a ese lugar aquel nombre.
El bardo no tomó prisa, se detuvo y condujo a la joven entre el gentío de varias aglomeraciones antes de buscar cualquier lugar para performar el mismo. Un hombre de tez negruzca, y vestido con unas coloridas togas hacía trucos con el fuego moldeandolo y haciendo malabarismos con el mismo sin quemarse mientras los aldeanos exclamaban con sorpresa, aunque aquello no debía de resultar demasiado complicado para un tensai, seguía siendo asombroso para quienes no podían hacerlo. Quizás por ello el bardo envidiaba un poco los brujos.

Una muchacha joven tocaba más allá una pandereta, llevaba en los tobillos y las muñecas cascabeles que tintineaban mientras danzaba, y sus pies parecían volar sobre el suelo. Al toque de sus dedos sobre el cuero tensado, una cabra subía, bajaba, y casi parecía que también bailaba con un taburete de madera, encendiendo los ánimos y la imaginación de los más pequeños quienes parecían soñar con amaestrar de ese modo sus propias mascotas.

La mirada del bardo paseó entre la multitud, esperando ver entre la gente al pequeño Chimar, metiendo las manos en los bolsillos de la gente distraída, y honrando su título auto impuesto de amigo de lo ajeno.
-¿Que le parece?.-volvió a ver a la joven esbozando una amplia y amable sonrisa

La muchacha había salido disparada hacia las muchedumbres tan rápidamente que el bardo tuvo que esforzarse en seguirla y no perderla entre la gran aglomeración de gente que poblaba el paseo de la moneda.
Pululaba de un artista a otro como si de un colibrí se tratase, haciéndose espacio entre el gentío con tal de no perderse ningún detalle, al punto, algo hiriente para el orgullo del propio bardo que parecía haberse olvidado por completo de su presencia y compañía.

Aun así podía comprender esa fascinación y efusión que demostraba la muchacha, y permaneció siguiéndola de cerca apra evitar que quedara perdida en aquel lugar que le era extraño, aguardando a ver cuanto demoraba en percatarse de su existencia nuevamente.
Fue después de ver a la niña danzarina que la elfa se giro buscandolo. Iltharion alzó ligeramente la mano para llamar su atención y que le fuera mas sencillo llegar hacia donde se encontraba.
Salvo rápida la distancia entre ambos, mientras parloteaba emocionada sobre lo fascinada que se encontraba con aquello.

-La próxima vez, podrá ud. hacerle de guía a su hermano.- Ofreció el bardo como compensación porque el muchacho se perdiera esa excursión clandestina.
La conversación cambió rápido de tema, y de admirar al resto de artistas o compadecerse de aquellos que se estaban perdiendo el paseo, pasó a una petición de que performase.
-Como guste.- se inclinó teatralmente el bardo mientras la conducía hacia un espacio vacío a un lado de la calle en donde aun quedaba lugar como para que se acomodara otro bacán.-Es libre de acompañarme si gusta.- ofreció mientras acomodaba el laúd de su espalda hasta que reposó sobre su abdomen, y apoyaba la espalda en el muro del domicilio contra el que se encontraba.

Sus dedos empezaron a pellizcar suavemente las cuerdas, y una melodía neutra empezó a sonar llamando la atención de algunos paseantes.
-Esta es una pieza, que forma parte de una obra mas grande sobre un cuento popular, Rapunzel.- Ya que tocar todas las piezas sería quizás demasiado largo, y era un cuento conocido de sobras en la mayoría de regiones humanas.
Lo había escogido, ademas de por ser conocido, porque le evocaba un poco a aquella oven, aislada y con la prohibición de salir a ver el mundo.
Las notas pasaron a ser mas especificas, y la melodía cambió empezando a sonar el cantar, y pronto su voz se mezclo con ellas, grave, clara y melodiosa. Mientras su mirada, con los ojos entornados, apenas paseaba por el publico para centrarse en la doncella a quien tal y como había pedido una canción, le iba dedicada.


Los dedos del bardo danzaban sobre las cuerdas fácilmente, prolongando la melodía aun después de que su voz dejara de oírse, dejando que esta terminase paulatinamente en vez de darle un final abrupto. No había tenido necesidad de observar su instrumento, pues llevaba con el tantos años que se lo conocía como si fuera parte de su propio cuerpo, tampoco era el suyo un espectaculo muy movido, teniendo como acompañante de su música, algún ligero movimiento de su cabeza, inclinándose con gracia y lentitud que movía sus cabellos en una cortina cobriza, o hacia tintinear los pendientes de su oreja al chocar entre sí.

Cuando finalmente volvió el silencio, alguna de la gente congregada lo lleno con sus aplausos. Iltharion inclinó ligeramente la cabeza, acompañando aquello de un gesto con el brazo como si fuera una reverencia, agradeciendo a los paseantes su atención, volvió su mirada a la muchacha, extendiendo la palma un instante para hacerle entender de que estaba a su disposición, y tanto podía hacerle de guía como seguir tocando para ella.

El bardo sonrio satisfecho con el júbilo de la joven, hasta que su rostro paso a la estupefacción. Mueca fugaz que fue rápidamente sustituida por otra sonrisa mientras se alejaba del muro, recogiendo del suelo las monedas que algunos de los espectadores habían arrojado directamente sobre las losas al no haber sombrero o cuenco dispuesto para ellas.

-Deje de preocuparse por mi tiempo. Como le dije, no dispongo de mas obligaciones que las que se me antojen.-Replicó con tranquilidad a la joven, que parecía sumamente preocupada por aquello de robarle tiempo.
-Si es lo que gusta visitar, la llevaré alla.- aceptó acomodando el laúd nuevamente en su espalda, y sacando del morral una cajita labrada de madera de pequeño tamaño la cual manipuló con sumo cuidado. De su interior sacó un especie de tubo de hojas secas de menta que sostubo entre los labios mientras hacía desaparecer nuevamente la caja de allá de donde había salido.

Le ofreció nuevamente el brazo a la doncella, y emprendió la marcha acercándose al candil o velador mas cercano de una ventana baja y abierta, en el cual se encorvo para apoyar el extremo opuesto del canuto en la llama, y dar varias pipadas al mismo cuandos e encendió, soltando por la nariz una espesa humareda blanca con un intenso olor a menta.
-Si no es mucha molestia, ¿Podría satisfacer mi curiosidad por su petición? No deja de sorprenderme el hecho de que quiera visitar un cementerio.- Miró a la joven con interés mientras tomaba el cigarrillo artesanal con los dedos y lo hacia bailar entre los mismos cuando no le daba caladas.

Desvió su ruta de la avenida, y el paisaje cambió, los callejones menos animados seguían manteniendo la misma arquitectura, el goteo constante de las canaletas y los tejados, y la ropa tendida que cubría la calle del escaso sol. Pero la gente apenas transitaba, eran lugares mucho mas estrechos, y hacian un zigzag como si se hubieran construido de forma errática. En las plantas bajas apenas si se encontraba algún negocio de aspecto mucho mas humilde, siendo en su mayoría domicilios, y, en las partes donde el camino era mas ancho, delante de las puertas se encontraban ancianas, tapadas hasta las orejas y con sillas de interior que habían sacado a la calle para hablar entre ellas. Sostenían entre sus manso tazones humeantes y a su lado reposaban bastones o canastos con ovillos y agujas de tejer.
El sonido de las grandes avenidas se volvía un murmullo constante, tenue y ya no dominaba el ambiente, que mas silencioso permitía oir los escarmientos dentro de algunas de las casas, sus pasos al caminar, y el imperturbable tintineo de los aros de metal que adornaban una sola de las orejas del bardo.
-Hábleme de ud. si no es demasiada indiscreción.- Pidió el bardo educuadamente durante el trayecto.

El camino fue, sin duda, largo. Pues los cementerios tendían a hallarse a las afueras de las ciudades, o en sus margenes. El muro de roca, coronado por una verja,  cubría una pequeña parte de los cipreses que velaban el recinto. Un par de estatuas, viajes y oscurecidas por el tiempo y la lluvia, de las cuales el verdín había reclamado para si parte de las mismas, custodiaban el arco que ejercía de entrada.

El terreno, ascendente permitía ver un entramado de caminos que rodeaban una extensión moderadamente cuidada llena de cruces, losas y lápidas, más humildes en el inició, y que por sus extremos mas alejados, se volvían pulcras y suntuosas, encontrándose en lo alto, tanto una pequeña ermita, como algunos panteones con su propio enrejado cerrado para que solo los propietarios pudieran acceder a su interior.
Trabajando en esos panteones algunos jardineros se hacían cargo de las flores secas, o de los arbustos  y plantas que poseían, y en el resto de la extensión, un hombre solitario con una pala se encargaba de abrir nuevas fosas por los últimos muertos de los resfrios del invierno que ya marchaba.
El Bardo se detuvo en la entrada con su compañera, permitiendo que ella fuera a que condujera el paseo ahora.

El bardo no hizo gesto de sorpresa alguno, se limitó a asentir. No esperaba que la joven tuviera familiar alguno enterrado en la urbe viviendo confinada en el bosque como había manifestado antes, pero tampoco resultaba una idea tan descabellada. Lo que si resultaba extraño u sorprendente era que tuviera esa prohibición estando su madre enterrada en aquel lugar. Y un pensamiento llego a su mente, el cual hizo desparecer nada mas se formuló. ¿Seguiría con vida su propia madre?.

La muchacha se tomo unos minutos para admirar el siguiente escenario y asimilarlo antes de proseguir hablando.
Una peculiar historia de amor interracial y el resultado mas extraño de todas las posibilidades fue lo que salió entre los labios de la muchacha, mientras el bardo la escuchaba con total atención. Descubriendo en el final el porque de aquel confinamiento que pesaba sobre la joven y el ya tan mencionado hermano de la misma.

Para cuando la joven había terminado, se encontraban ya en la entrada del cementerio. Su perenne sonrisa se había difuminado y ahora una expresión más seria, solemne pero seren se dibujaba en su rostro con respeto hacia los muertos, y la delicada situación de la joven que lo acompañaba.

-No me parece hipócrita en lo más mínimo, ni mucho menos que este haciendo ud. mal en ello, los conociera o no, forman parte de su historia, y de que ud. siga viva por lo que me contó, es natural querer presentarle sus respetos. - Respondió deteniéndose y observando a la muchacha que había bajado la vista con pesar. Intentando reconfortarla la rodeó con un brazo frotandole suavemente el hombro.- Padre es quien os trae al mundo, pero mucho más quien nos cría, es natural que quieras visitar al primero, pero el segundo es quien ejerció ese puesto, y estoy seguro de que tanto el sr. Kevan como su esposa no ven mal en ello, y se sentirán agradecidos, allí donde more su alma, de que los venga a visitar.-aseguró con firmeza sin perder la suavidad en la voz.

Se separó un poco tras aquello, dejando que la muchacha hablara con la encargada del cementerio hasta que le mencionó la ubicación del lugar, mientras terminaba de fumar su cigarrillo artesanal y lo espachurraba contra el suelo antes de quemarse los labios con las brasas. Se dejó guiar por la muchacha entre las tumbas.

-¿Prefiere que la aguarde a la distancia?.- Ofreció tras algunos pasos, por si era de aquellas personas que consideraban el saludar a los muertos como algo muy íntimo, y gustaba de conversar son sus tumbas de asuntos que no quería compartir con el resto.

El bardo aceptó de buena gana que la muchacha se sostuviera de nuevo en su brazo y se dejó guiar hacia las tumbas. Durante el trayecto el silencio no reino, como no lo había hecho en todo su encuentro, y esta vez le tocaba a el responder preguntas.
Rió suavemente al escuchar la palabra libre antes de empezar con su explicación.

-Esa libertad empezó con una buena zancadilla del destino. Cundo era un niño se me daba bastante mal todo lo que eran nociones básicas de supervivencia, en concreto, prender fogatas, así que decidí practicar escondido en casa para sorprender al resto. Los sorprendí prendiendo fuego sin querer media aldea con mis practicas, en un fuego que se me salió de control, y huí temiendo el castigo que pudieran inponerme. Desde entonces no he vuelto a pisar ese lugar, y aprendí a valerme por mi mismo, y encontré en la música un buen compañero a la vez de una forma de ganarme la vida.

El bardo terminó con la explicación, evitando entrar en los detalles mas truculentos de todas las cosas de las que podía ser víctima de un niño solo en ciudades extranjeras sin donde caerse muerto, en cuanto vio que se aminoraba el paso llegando a su destino, no era necesario ensombrecer  a nadie  con el pasado, pues todos cargaban losas en sus hombros y sería extraño encontrar un solo ser que jamás hubiera vivido una penuria.

La tumba parecía bien cuidada, y el elfo lo atribuyó al padre actual de los gemelos quien probablemente si saliera del bosque aunque fuera de forma esporádica para conseguir cosas de la ciudad,, y quien cuidara y llevara flores a su hermana muerta y el esposo que yacía con ella a varios metros de profundidad bajo la losa.
No miró en exceso a la joven mientras agradecía en silencio a sus padres, en cambio paseó su mirada por los alrededores reparando en una figura que miraba a su compañera fijamente, un hombre que parecía completamente turbado con su presencia. La presión en el brazo de la joven alertó al bardo de que ella también se había percatado de aquella figura que pronunciaba un nombre que le era desconocido.
Se limitó a asentir como respuesta y a conducir a la doncella a paso ligero fuera del cementerio, recordando que los padres de la chica habían sido asesinados, no quería arriesgarse a descubrir si aquel era parte de esa truculenta dantesca historia, ni tampoco mencionar en voz alta nada que pudiera permitir que los siguiera con sencillez, y pese sus elucubraciones, no mostró ni preocupación ni inseguridad, intentando transmitirle cierta calma a la joven que había quedado desorientada con aquel extraño.

-Vayamos  algún lugar concurrido, des de allí podrá decidir que se le antoja ver ahora.- le susurro con tono cómplice mientras esbozaba una placida sonrisa. Controlando por el rabillo del ojo que hacia aquel sujeto, si permanecería en el lugar, o los seguiría por la ciudad.

Aun y cuando la silueta vigilante de las últimas estructuras del cementerio no fueron mas que un recuerdo en la memoria, y su figura se había perdido hacia largo rato entre los callejones de la ciudad, mientras ambos elfos volvían hacia las avenidas mas concurridas, Iltharion no podía dejar de sentir una incomodidad en la nuca, como si alguien permaneciera observandolos en la lejanía. Sin embargo, cada vez que espiaba cauteloso por el rabillo del ojo intentando descubrir la figura de aquel hombre, solo la nada aparecía, haciéndole sentir totalmente estúpido y paranoico por aquel gesto.

Encendió nuevamente uno de aquellos cigarrillos artesanales de menta seca con una de las velas que decoraban los altares hundidos en la pared de roca de los callejones que se encontraban salpicados por las zonas residenciales, buscando la calma en esa costumbre que barría los intensos olores de la ciudad.

-Puedo regresar al bosque cuando quiera.-Le devolvió la mirada encarando una ceja hacia la muchacha, sorprendido de aquella declaración, pues creía haber dejado en claro que podía ir y venir de donde gustase en cuanto se le antojara.-Siempre puedo hacerme pasar por un forastero perdido y llegar "accidentalmente" a ese rincón del bosque pidiendo algo de asilo para descansar, y fingir que no la conozco de nada para que no la riñan.-Ofreció sonriendo ligeramente y virando su paso para conducir a la joven nuevamente hasta el mercado, serpenteando entre la población, ya menos concentrada en aquella zona  para dirigirse hasta los puestos que vendían plantas y remedios.

Las palabras de gratitud empezaron a esbozar una idea en el bardo, que abrió la boca para empezar a hablar y la cerro en el mismo instante en el que la joven proseguía, mientras su elucubración se difuminaba presta cuando joven depositó el collar en su mano. Lo tomó con sumo cuidado, y se lo abrochó alrededor del cuello sin dejar de observar el dije que había hecho la joven.
-Es precioso. Lo atesoraré.- aseveró antes de soltarlo dejando que reposara sobre su pecho, y le dedico una galante sonrisa a la muchacha, satisfecho con el presente.

Con un grácil gesto con el brazo le cedió la entrada a la botica del mercado para que la joven pudiera comprar aquello que aun requería y que por su excursión, no había podido recolectar personalmente del bosque.
Una anciana se escondía tras el mostrador, con el pelo cano atado en la coronilla en un moño del que escapaban algunos mechones rebeldes, y unas gruesas gafas que se resbalaban por su pequeña nariz respingona los miraba fijamente. Su piel parecía papiro, olivacea y semi translucida dejaba ver muchas de sus venas y se arrugaba con la edad sobre un rostro que permitía vislumbrar que antaño había podido ser hermoso.
Iltharion se separó entonces de su acompañante dejando que esta eligiera entre las plantas para observar a la tendera, al principio con sorpresa y sospecha, y luego con la expresión anonadada de aquel quien reconoce a su interlocutor, y se acercó para mantener una breve y afectuosa charla con la anciana. Sacó de su morral una carpeta forrada en cuero que la vieja miro con ojos brillantes y llenos de nostalgia.
-No ha cambiado nada.- apenas se alcanzó a oir la voz del bardo mientras esbozaba una sonrisa amable y sacaba de aquel contenedor un papel que le extendió a la mujer, que con ojos vidriosos lo observó durante largo rato como si fuera un tesoro.
-Tu si que no has cambiado nada.- musito la anciana riendo ligeramente, antes de guardar el papel en un cajón, y levantarse a duras penas y con ayuda del elfo para darle un abrazo.
Una vez elegidas las plantas la anciana se limitó a despedirse de ambos con amabilidad, con la misma fragilidad que antes, pero una sonrisa más propia de una joven que de una mujer a quien la muerte pronto llamaría al descanso, y sin cobrarles nada volvió a su sitio tras el mostrador para volver a contemplar su presente.

Iltharion asintió un par de veces cuando la joven marcó el engaño como prescindible si decidía visitarla en alguna ocasión, idea  que no le desagradaba más allá de lo concurrido de la morada de la muchacha, inconveniente fácilmente eludible en un frondoso bosque.
-Entonces tendrá ud. que mostrarme el camino para que pueda encontrar como ir a verla.- sentenció una vez desestimado todo inconveniente para ello. Por suerte la memoria era uno de sus fuertes, y si la joven le conducía ahora hacia su recodo en la arboleda difícilmente se olvidaría de como llegar en otra ocasión, ademas de tener la oportunidad de ver si era realmente tan bienvenido como la jovencita había mencionado., o encontraba en sus padres y su hermano un territorial celo como sucedía a veces con las familias mas aisladas.

La conversación se sucedió tranquila mientras se dirijian fuera de los muros de la ciudad, la muchacha resultaba poseer como la mayoría de los suyos, la capacidad de sanar con magia, a lo que el bardo se sumo a ese tema con sus básicos conocimientos sobre medicina.
Dejó que la joven se explayar sobre su hermano, a quien parecía tener en gran estima, y del que le gustaba hablar. Si este disfrutaba tanto como su homóloga de explayarse sobre ella sería útil tener una charla con Allen cuando le conociera.
Con gracia desviaba o le restaba importancia a los agradecimientos de la joven con pulcramente fingida modestia, y cada vez que la muchacha le pedía que la fuera a visitar el bardo le prometía hacerlo.

Los muros que rodeaban Lunagenta ya habían quedado algo atrás, junto con el barullo de la ciudad que disminuía paulatinamente. Los caminos no se hallaban tan concurridos como a la mañana, siendo pocos aquellos que se aventuraban a partir en viaje al borde del crepusculo. La roca en la que se habían encontrado horas antes aguardaba impasible en el mismo lugar a pocos metros de distancia, ignorando la brisa que se hacía más fresca pronta a anunciar la noche.
Iltharion se acomodó la capa para cubrirse mejor del frío, sin interrumpir la charla, dejando que la joven decidiera si explicarle el camino, o permitirle acompañarla a su morada y mostrarselo de aquel modo.
-¿Qué es lo que más le ha gustado de la ciudad?.- Preguntó con tranquilidad mientras hacía danzar entre sus dedos uno de aquellos arrollados de menta seca que perfumaba con figuras de humo el entorno de la pareja des de su encuentro.-Seguro que había fantaseado alguna vez con lo que escondían esos muros. ¿Era así como se imaginaba Lunargenta?- Prosiguió preguntando aquello sobre lo que difícilmente podrían hablar mas adelante sin riesgo.

Aun, a regañadientes, pispeaba por el rabillo del ojo su espalda, intentando que la doncella no se diera cuenta, sintiendo en la nuca el molesto picor de una mirada, pero no viendo en el camino una sola alma, deseando el ser conducido entre los árboles y la maleza, esperando que así, aquella incomoda paranoia que se había adueñado de el des de su visita al cementerio se desvaneciera.

El bardo no podía desembarazarse por completo de aquel pinchazo `profundo en su espina, como si des de todos lados y des de ninguno, pero siempre fuera de su rango de visión, algo, o alguien le excrutase, una entidad misteriosa que siempre se mantenía mas allá del rabillo de su ojo con el que espiaba, y del que parecía escabullirse constantemente dicha presencia.
Por lo menos el parloteo con la muchacha resultaba lo suficientemente ameno como para que parte de la mente del bardo no estuviera erizada con alerta y evitar así que este empezara a comportarse como un paranoico, girándose a cada mínimo sonido.
La halagadora elección de la doncella llamó algo más de la atención del bardo, componiendo su cordura, su ego,, hasta aquel momento en segundo plano, se abrió paso por unos instantes alimentándose de esas palabras, y una ligera sonrisa de lado se dibujó en el rostro del trovador mientras asentía con cortesía y falsa modestia, como siempre, pulcramente actuada.
-Me sobreestima- acompañó con sus palabras aquel gesto.

La muchacha se tomaba su tiempo en responder y el hijo de sandorai disfrutaba del silencio como lo hacía con las palabras pues estos no eran ni de lejos aquellos mantos tensos que se tejían entre los tertulianos, si no una apacible calma que fluía con naturalidad y que los acompañaba al son de las pasas de su conversación.
-No se que le ha hecho tenerse en tan poca consideración, personalmente he disfrutado sumamente de su compañía, una de la que espero disponer en el futuro.-Explicó, haciendo referencia a las reiteradas peticiones que había hecho con anterioridad la joven.

Iltharion se percató de como la mujer pispeaba a sus espaldas, probablemente presa de la misma incomodidad que se cernía sobre el desde que habían abandonado el cementerio, y pro primera vez desde entonces el trovador se sintió menos agobiado por dicha sensación, cuando la misma genero que su presencia fuera requerida.
-Por supuesto.-Aceptó con tono cortes y calmo, y una sonrisa tranquilizadora, intentando contener el nerviosismo de la joven. Aprovecho que esta se le acercó mas para caminar para cubrirla con su propia capa del frío cada vez mas creciente, pasando uno de sus brazos alrededor de los hombros de la elfina hasta acomodar la tela para luego volver a ofrecerle el mismo como soporte mientras transitaban el bosque en el que empezaban a internarse bajo la guia de ella.
-Dígame, ¿Hay algo a lo que le agradaría dedicarse?.-El elfo preguntó aquello como podría haber preguntado cualquier otra cosa, el objetivo era distraer un poco a la muchacha de su preocupación y mantenerla pensando, ademas de hacer creer a su observador, si es que lo había, de que no se habían percatado de su presencia.