MERCADO de Aerandir
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Re: MERCADO de Aerandir
Entró en el establecimiento, una leve campanita indicó que acababa de entrar con un leve tintineo. Aquella oficina era pequeña, pero lo suficientemente grande como para albergar un inusual número de estanterías, todas ellas repletas de libros.
- ¿En qué puedo ayudarte, joven? – Un hombre enjuto con un grueso bigote canoso le miraba con una sonrisa desde detrás de un escritorio bastante más alto que él, por lo que pudo observar Eltrant, el hombre alcanzaba a los papeles sobre el mueble gracias a un par de cojines sobre los que se encontraba sentado en la silla. – Sí… mire… - Esquivando un par de sillas, se sentó en la que había colocada justo enfrente del escritorio. – Necesito un… - El hombre asintió – Sí, sí, una casa ¿De qué estilo? Tenemos incluso castillos a la venta – Eltrant sonrió ante la capacidad de aquel hombre para ir directamente al grano – Apartada – Dijo - ¿Apartada? – Preguntó este acariciándose el bigote - ¿Cómo de apartada? – El castaño suspiró. – Muy apartada. A ser posible… un lugar en el que pueda plantar cosas.
El hombre se bajó de su torre de almohadones y comenzó a rebuscar por las estanterías del lugar diferentes libros. – Una petición muy común los tiempos que corren. ¿Así que quieres ser granjero? Quien lo diría – Dijo subiendo una rustica escalinata de madera para tomar los libros más alejados del suelo – Una decisión poco peligrosa… ¿Señor…? – Eltrant comprendió que trataba de averiguar el hombre con aquella última pregunta casi de inmediato. – Tale – Contestó – Eltrant Tale. – Asintiendo conformó ante la presentación de Eltrant, el hombre colocó los libros que había tomado encima de la mesa.
- ¡Muy bien! Casas apartadas – Dijo escalando hasta su asiento - ¿Cuánto te puedes permitir? – Preguntó comenzado a hojear los libros que había tomado, Eltrant rio nervioso y se rascó la parte trasera de su cabeza – No mucho – El anciano asintió – Ya veo, ya veo. No te preocupes. – Dijo desechando un elevado número de libros. – Estas tambien son buenas opciones. – Dijo abriendo los libros y colocándolos frente a Eltrant.
Inmediatamente desechó todas las opciones en los reinos del sur. – Muy cerca de casa… - Dijo cerrándolos levemente, el hombre asintió y los apartó a un lado. - ¿Qué te parece muchacho? – Finalmente, el anciano mostró a Eltrant una enjuta cabaña, una que por su descripción estaba en los bosques del este. Lo suficientemente apartada de los grandes núcleos de población como para que nadie que conociese le molestase y por otro lado tenía una pequeña aldea a un par de horas de camino por si sucedía algo inesperado.
-Esta… - Acarició el dibujo con la yema de los dedos, pensado si era la adecuada. – Esta. – Sentenció al cabo de unos segundos, decidido. El hombre asintió. – Buena elección, no es lo mejor que tengo, pero es un techo sobre tu cabeza – Dijo sacando los papeles que cedían aquella propiedad al muchacho – Asegúrate de que en invierno terminas de tapar los agujeros que hay en las paredes y no pasaras mucho frío – Depositó tanto una pluma como una hoja amarillenta frente a Eltrant, aunque para esto tuvo que, básicamente, subirse sobre la mesa. – Serán doscientos Aeros, señor Tale.
- ¿En qué puedo ayudarte, joven? – Un hombre enjuto con un grueso bigote canoso le miraba con una sonrisa desde detrás de un escritorio bastante más alto que él, por lo que pudo observar Eltrant, el hombre alcanzaba a los papeles sobre el mueble gracias a un par de cojines sobre los que se encontraba sentado en la silla. – Sí… mire… - Esquivando un par de sillas, se sentó en la que había colocada justo enfrente del escritorio. – Necesito un… - El hombre asintió – Sí, sí, una casa ¿De qué estilo? Tenemos incluso castillos a la venta – Eltrant sonrió ante la capacidad de aquel hombre para ir directamente al grano – Apartada – Dijo - ¿Apartada? – Preguntó este acariciándose el bigote - ¿Cómo de apartada? – El castaño suspiró. – Muy apartada. A ser posible… un lugar en el que pueda plantar cosas.
El hombre se bajó de su torre de almohadones y comenzó a rebuscar por las estanterías del lugar diferentes libros. – Una petición muy común los tiempos que corren. ¿Así que quieres ser granjero? Quien lo diría – Dijo subiendo una rustica escalinata de madera para tomar los libros más alejados del suelo – Una decisión poco peligrosa… ¿Señor…? – Eltrant comprendió que trataba de averiguar el hombre con aquella última pregunta casi de inmediato. – Tale – Contestó – Eltrant Tale. – Asintiendo conformó ante la presentación de Eltrant, el hombre colocó los libros que había tomado encima de la mesa.
- ¡Muy bien! Casas apartadas – Dijo escalando hasta su asiento - ¿Cuánto te puedes permitir? – Preguntó comenzado a hojear los libros que había tomado, Eltrant rio nervioso y se rascó la parte trasera de su cabeza – No mucho – El anciano asintió – Ya veo, ya veo. No te preocupes. – Dijo desechando un elevado número de libros. – Estas tambien son buenas opciones. – Dijo abriendo los libros y colocándolos frente a Eltrant.
Inmediatamente desechó todas las opciones en los reinos del sur. – Muy cerca de casa… - Dijo cerrándolos levemente, el hombre asintió y los apartó a un lado. - ¿Qué te parece muchacho? – Finalmente, el anciano mostró a Eltrant una enjuta cabaña, una que por su descripción estaba en los bosques del este. Lo suficientemente apartada de los grandes núcleos de población como para que nadie que conociese le molestase y por otro lado tenía una pequeña aldea a un par de horas de camino por si sucedía algo inesperado.
-Esta… - Acarició el dibujo con la yema de los dedos, pensado si era la adecuada. – Esta. – Sentenció al cabo de unos segundos, decidido. El hombre asintió. – Buena elección, no es lo mejor que tengo, pero es un techo sobre tu cabeza – Dijo sacando los papeles que cedían aquella propiedad al muchacho – Asegúrate de que en invierno terminas de tapar los agujeros que hay en las paredes y no pasaras mucho frío – Depositó tanto una pluma como una hoja amarillenta frente a Eltrant, aunque para esto tuvo que, básicamente, subirse sobre la mesa. – Serán doscientos Aeros, señor Tale.
OBJETO | AEROS |
Casa pobre | 200 |
TOTAL | 200 |
- Cabaña en el Bosque::
Eltrant Tale
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Re: MERCADO de Aerandir
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Re: MERCADO de Aerandir
Era necesario hacerse con algo mejor.
Todo el grupo lo sabía, pero nadie lo quería decir en voz alta. Nuestro equipo estaba algo anticuado. Muy usado. Los años ya se empezaban a notar. Pero por fortuna, las últimas escaramuzas habían sido fructiferas. El peso de mi bolsillo era reconfortante, pero el dinero por si mismo no valia nada. Era mejor darle un uso más práctico.
Lo primero era lo primero. La Joya de Galdiós. Honestamente, era un nombre bastante horrible. Y, por poderoso que fuese su encantamiento, la hoja en sí habia visto mejores días... y afilarla solo sería una solución temporal. No. Iba a tener que tomar medidas.
La herrería y el conocimiento arcano eran dos habilidades que raramente se encontraban en una misma persona. Sin embargo, el oro siempre facilitaba esas cosas. Y el chantaje, las amenazas y el medir casi dos metros, también.
Entré en la herrería, sosteniendo la puerta para que pasase Syl. El lugar... estaba completamente a oscuras. Las ventanas habian sido bloqueadas por completo con planchas de madera. ¿Habían abandonado aquel sitio? Ni siquiera tenía un letrero en la puerta.
-¿...Es este el sitio correcto?- pregunté. Al instante, la habitación se iluminó. Por supuesto... activadores de vibración en las lámparas. No. De sonido, puesto que no se habían encendido con mis pasos. Una campanilla sonó por toda la estancia, probablemente alertando al herrero. Efectivamente, segundos después un hombre menudo y con bigote apareció por uno de los pasillos.
-¿En que puedo ayudarles?- preguntó educadamente. Era alto, y algo... extravagante. Pero eso no me importaba demasiado, mientras supiese lo que hacia. Syl, sin embargo, se quedó tenso. Sabía que no apreciaba demasiado la magia y los encantamientos, pero había insistido en acompañarme. Por algún motivo.
Saqué mi espada, aún en su funda, de mi cinturón, y la coloqué encima del mostrador. Lentamente, la desenvainé por completo, revelando las runas inscritas en la hoja. El hombre me miró, boquiabierto.
-Esto... esto es... vaya.- dijo, acercándose a los dibujos arcanos. -Esta espada es robada.- observó. El felino me miró, y me encogí de hombros. ¿Realmente la conocía? -Pero... este metal... no. Demasiado romo. ¿Cuanto tiempo se ha quedado sin usarse?- bufó, aún hablando para si mismo.
-...si, por eso mismo venía. Quiero reforjarla.-
-¡Reforjarla! ¡Qué! ¡Pero! ¡Las runas!- exclamó, preocupado, alternando su mirada entre mi y la espada una y otra vez.
-Creo que si le sorprendes más, sus ojos se saldrán de sus órbitas y explotarán.- susurró el gato.
-Lo sé, lo sé. Lo he estado pensando mucho.- dije, ignorando al felino. Había estado discutiendo con Dannos sobre si era posible alterar la hoja sin alterar sus runas. La conclusión fue interesante. Si reemplazaba una parte de la espada, como la punta, la espada seguía siendo principalmente la misma. Y lo seguía siendo si reemplazaba el mango. Y la hoja. Acabé teniendo una teoría interesante. -Creo que las runas se han asentado lo suficiente como para no necesitarlas. Lleva generaciones encantada.- dije. -Si fundes el metal, lo mezclas con acero nuevo y la reforjas, solo hará falta dibujar los sellos de nuevo. El encantamiento seguirá dentro.-
Aquello hizo que el hombre se acariciase el bigote, intrigado. Esperaba que le hubiese picado la curiosidad, al menos lo suficiente como para que accediese.
-¡Muy bien! Pero hará falta algo de plata. Y... ¿Que tal si vamos más allá? Si lo que dices es cierto, el nuevo metal podría tener un encantamiento propio...-
Sonreí. Aquello iba a resultar interesante.
Un día después, volví a la tienda. Esa vez, ya estaba iluminada, y el hombre parecía haber estado esperando en el mostrador un buen rato, a juzgar por su expresión impaciente.
-Al fin. Tome. Contemple. Es una maravilla.- dijo, señalando la espada con una reverencia. Al arma, no a mi. Por supuesto. La tomé cuidadosamente. El peso era prácticamente el mismo al que estaba acostumbrado... pero podía jurar que era otra espada. Hasta el pomo y la empuñadura eran distintas, por no hablar de la vaina, mucho más ornamentada. La puse en mi cintura y desenvainé con una floritura.
Había algo raro. En el momento en el que la empuñé, se hizo... más ligera. Inspeccioné la hoja. Efectivamente, una nueva runa estaba en la otra cara del tercio fuerte, como contraparte de las que tenía. Estaba tan pulida... brillaba más que nunca. Me mordí el labio, ansioso.
-¿Que le parece?- preguntó el hombre, esbozando una sonrisa de satisfacción.
-Le encanta. Mira. Le brillan los ojos.- señaló Syl.
Tenía razón. Aquel trabajo habia sido exquisito. Lancé un tajo al aire y sonreí. Era mi espada. Ya ni siquiera era algo que había robado. Había sido hecha de nuevo, especialmente para mi.
-"Brillo de Wernack".- murmuré. -Ese es su nombre... después de todo, es un arma nueva. Mí arma.- dije, ignorando la mirada perpleja de ambos. -Por si hace falta decirlo... me la quedo.-
-Me alegro de que esté satisfecho. Por los materiales y el encantamiento, le cobraré... 480 aeros. Ha... sido un honor trabajar con este arma. En mi opinión, está mejor en las manos de alguien útil que colgada de una pared.- dijo con tono neutro. Con suerte, eso significaria que no le avisaría a la guardia. Me despedí y empecé a darme la vuelta, pero Syl se interpuso.
-Espera. Necesitas algo más. Una armadura.- declaró.
-¿...armadura? Nunca he usado una.- dije, frunciendo el ceño.
-Precisamente por eso. Te hace falta. Casi mueres en el puerto la última vez.- el tono del felino era muy serio. Más decisivo de lo que le había oído ser nunca. No me gustaba, pero sabía que tenía razón... y no le podría convencer de lo contrario. Suspiré. Por eso había insistido en ir...
-Muy bien... armaduras. ¿Tienes algo ligero? Cuero... que no me entorpezca mucho.- dije, rascándome el cuello. Iba a ser algo molesto acostumbrarse, pero tenía una parte buena.
-Creo que tengo algunas piezas que le interesarán...- El hombre señaló a un pasillo y me guió por la tienda, buscando algo que me interesase.
Treinta minutos después, salí con una nueva pieza de cuero sobre mi pecho. Syl dio un largo suspiro.
-¿En serio? En serio. Esa es tu armadura.- dijo, cruzándose de brazos.
-¿...Qué tiene de malo?- pregunté. Fruncí el ceño. ¿Es que nada era suficiente para ese gato? Syl no respondió. En su lugar, se acercó... y presionó su dedo sobre mi costado expuesto. Repetidas veces. -...vale, lo pillo. Pero no voy a llevar nada más pesado. No quiero asfixiarme en mi propia indumentaria. Y me queda bien..-
-Al menos protege... algunos de tus órganos vitales. Supongo. Oh, espíritus. ¿Es eso otra runa?- preguntó, llevándose la mano a la cara. Me encogí de hombros, poniendo una sonrisa culpable. Tenia que aprovechar, ahora que estaba allí. -Estás obsesionado.-
Después de pagar, salimos del mercado, buscando una nueva ballesta para el felino. Sin embargo, en el camino de vuelta a la posada, este dejó algo en mi mano.
-¿...Qué demonios es esto?- pregunté. Era un frasco de cristal, con algún tipo de... mejunje blanco dentro. Parecía algo repugnante.
-Pasta sanadora.- respondió, hinchando el pecho con orgullo. -La usan para cerrar heridas rápidamente. Aunque en esa cantidad funcionará solo con heridas medias... pero puedo hacer más. Me han explicado como.- confesó. -No ha sido barata, pero... no quiero que salgas herido otra vez y no poder hacer nada al respecto. Asi que...- interrumpí al gato con un cálido abrazo, atrayendo las miradas de algunos transeúntes. La preocupación de Syl era demasiado tierna.
-Gracias.- sonreí, guardándome el frasco en la bolsa de mi cinturón.
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Todo el grupo lo sabía, pero nadie lo quería decir en voz alta. Nuestro equipo estaba algo anticuado. Muy usado. Los años ya se empezaban a notar. Pero por fortuna, las últimas escaramuzas habían sido fructiferas. El peso de mi bolsillo era reconfortante, pero el dinero por si mismo no valia nada. Era mejor darle un uso más práctico.
Lo primero era lo primero. La Joya de Galdiós. Honestamente, era un nombre bastante horrible. Y, por poderoso que fuese su encantamiento, la hoja en sí habia visto mejores días... y afilarla solo sería una solución temporal. No. Iba a tener que tomar medidas.
La herrería y el conocimiento arcano eran dos habilidades que raramente se encontraban en una misma persona. Sin embargo, el oro siempre facilitaba esas cosas. Y el chantaje, las amenazas y el medir casi dos metros, también.
Entré en la herrería, sosteniendo la puerta para que pasase Syl. El lugar... estaba completamente a oscuras. Las ventanas habian sido bloqueadas por completo con planchas de madera. ¿Habían abandonado aquel sitio? Ni siquiera tenía un letrero en la puerta.
-¿...Es este el sitio correcto?- pregunté. Al instante, la habitación se iluminó. Por supuesto... activadores de vibración en las lámparas. No. De sonido, puesto que no se habían encendido con mis pasos. Una campanilla sonó por toda la estancia, probablemente alertando al herrero. Efectivamente, segundos después un hombre menudo y con bigote apareció por uno de los pasillos.
-¿En que puedo ayudarles?- preguntó educadamente. Era alto, y algo... extravagante. Pero eso no me importaba demasiado, mientras supiese lo que hacia. Syl, sin embargo, se quedó tenso. Sabía que no apreciaba demasiado la magia y los encantamientos, pero había insistido en acompañarme. Por algún motivo.
Saqué mi espada, aún en su funda, de mi cinturón, y la coloqué encima del mostrador. Lentamente, la desenvainé por completo, revelando las runas inscritas en la hoja. El hombre me miró, boquiabierto.
-Esto... esto es... vaya.- dijo, acercándose a los dibujos arcanos. -Esta espada es robada.- observó. El felino me miró, y me encogí de hombros. ¿Realmente la conocía? -Pero... este metal... no. Demasiado romo. ¿Cuanto tiempo se ha quedado sin usarse?- bufó, aún hablando para si mismo.
-...si, por eso mismo venía. Quiero reforjarla.-
-¡Reforjarla! ¡Qué! ¡Pero! ¡Las runas!- exclamó, preocupado, alternando su mirada entre mi y la espada una y otra vez.
-Creo que si le sorprendes más, sus ojos se saldrán de sus órbitas y explotarán.- susurró el gato.
-Lo sé, lo sé. Lo he estado pensando mucho.- dije, ignorando al felino. Había estado discutiendo con Dannos sobre si era posible alterar la hoja sin alterar sus runas. La conclusión fue interesante. Si reemplazaba una parte de la espada, como la punta, la espada seguía siendo principalmente la misma. Y lo seguía siendo si reemplazaba el mango. Y la hoja. Acabé teniendo una teoría interesante. -Creo que las runas se han asentado lo suficiente como para no necesitarlas. Lleva generaciones encantada.- dije. -Si fundes el metal, lo mezclas con acero nuevo y la reforjas, solo hará falta dibujar los sellos de nuevo. El encantamiento seguirá dentro.-
Aquello hizo que el hombre se acariciase el bigote, intrigado. Esperaba que le hubiese picado la curiosidad, al menos lo suficiente como para que accediese.
-¡Muy bien! Pero hará falta algo de plata. Y... ¿Que tal si vamos más allá? Si lo que dices es cierto, el nuevo metal podría tener un encantamiento propio...-
Sonreí. Aquello iba a resultar interesante.
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Un día después, volví a la tienda. Esa vez, ya estaba iluminada, y el hombre parecía haber estado esperando en el mostrador un buen rato, a juzgar por su expresión impaciente.
-Al fin. Tome. Contemple. Es una maravilla.- dijo, señalando la espada con una reverencia. Al arma, no a mi. Por supuesto. La tomé cuidadosamente. El peso era prácticamente el mismo al que estaba acostumbrado... pero podía jurar que era otra espada. Hasta el pomo y la empuñadura eran distintas, por no hablar de la vaina, mucho más ornamentada. La puse en mi cintura y desenvainé con una floritura.
Había algo raro. En el momento en el que la empuñé, se hizo... más ligera. Inspeccioné la hoja. Efectivamente, una nueva runa estaba en la otra cara del tercio fuerte, como contraparte de las que tenía. Estaba tan pulida... brillaba más que nunca. Me mordí el labio, ansioso.
-¿Que le parece?- preguntó el hombre, esbozando una sonrisa de satisfacción.
-Le encanta. Mira. Le brillan los ojos.- señaló Syl.
Tenía razón. Aquel trabajo habia sido exquisito. Lancé un tajo al aire y sonreí. Era mi espada. Ya ni siquiera era algo que había robado. Había sido hecha de nuevo, especialmente para mi.
-"Brillo de Wernack".- murmuré. -Ese es su nombre... después de todo, es un arma nueva. Mí arma.- dije, ignorando la mirada perpleja de ambos. -Por si hace falta decirlo... me la quedo.-
-Me alegro de que esté satisfecho. Por los materiales y el encantamiento, le cobraré... 480 aeros. Ha... sido un honor trabajar con este arma. En mi opinión, está mejor en las manos de alguien útil que colgada de una pared.- dijo con tono neutro. Con suerte, eso significaria que no le avisaría a la guardia. Me despedí y empecé a darme la vuelta, pero Syl se interpuso.
-Espera. Necesitas algo más. Una armadura.- declaró.
-¿...armadura? Nunca he usado una.- dije, frunciendo el ceño.
-Precisamente por eso. Te hace falta. Casi mueres en el puerto la última vez.- el tono del felino era muy serio. Más decisivo de lo que le había oído ser nunca. No me gustaba, pero sabía que tenía razón... y no le podría convencer de lo contrario. Suspiré. Por eso había insistido en ir...
-Muy bien... armaduras. ¿Tienes algo ligero? Cuero... que no me entorpezca mucho.- dije, rascándome el cuello. Iba a ser algo molesto acostumbrarse, pero tenía una parte buena.
-Creo que tengo algunas piezas que le interesarán...- El hombre señaló a un pasillo y me guió por la tienda, buscando algo que me interesase.
Treinta minutos después, salí con una nueva pieza de cuero sobre mi pecho. Syl dio un largo suspiro.
-¿En serio? En serio. Esa es tu armadura.- dijo, cruzándose de brazos.
-¿...Qué tiene de malo?- pregunté. Fruncí el ceño. ¿Es que nada era suficiente para ese gato? Syl no respondió. En su lugar, se acercó... y presionó su dedo sobre mi costado expuesto. Repetidas veces. -...vale, lo pillo. Pero no voy a llevar nada más pesado. No quiero asfixiarme en mi propia indumentaria. Y me queda bien..-
-Al menos protege... algunos de tus órganos vitales. Supongo. Oh, espíritus. ¿Es eso otra runa?- preguntó, llevándose la mano a la cara. Me encogí de hombros, poniendo una sonrisa culpable. Tenia que aprovechar, ahora que estaba allí. -Estás obsesionado.-
Después de pagar, salimos del mercado, buscando una nueva ballesta para el felino. Sin embargo, en el camino de vuelta a la posada, este dejó algo en mi mano.
-¿...Qué demonios es esto?- pregunté. Era un frasco de cristal, con algún tipo de... mejunje blanco dentro. Parecía algo repugnante.
-Pasta sanadora.- respondió, hinchando el pecho con orgullo. -La usan para cerrar heridas rápidamente. Aunque en esa cantidad funcionará solo con heridas medias... pero puedo hacer más. Me han explicado como.- confesó. -No ha sido barata, pero... no quiero que salgas herido otra vez y no poder hacer nada al respecto. Asi que...- interrumpí al gato con un cálido abrazo, atrayendo las miradas de algunos transeúntes. La preocupación de Syl era demasiado tierna.
-Gracias.- sonreí, guardándome el frasco en la bolsa de mi cinturón.
OBJETO | AEROS |
Arma de una mano superior | 240 |
Armadura Ligera superior | 360 |
Cascada de Fuerza (Arma) | 240 |
Cascada de Destreza (Armadura) | 240 |
Pasta Sanadora | 420 |
TOTAL | 1500 |
____________________________________________________________________________________________
- Espada:
- (Creo que son iguales. Pero ante la duda, la de arriba.)
- Armadura:
Asher Daregan
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Re: MERCADO de Aerandir
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Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Las catacumbas de Lunargenta son un lugar mágico y roñoso a partes iguales. Normalmente uno solo suele encontrarse estafadores, rateros y borrachos, pero de tanto en tanto se pueden conseguir gangas que no verían la luz en comercios más honestos.
Esta era una de aquellas noches en las que el frío obligaba a los transeúntes a ir apurando el paso y ponerse a cubierto.
Nicolás avanzaba por los estrechos callejones locales en busca de algo con lo que sustituir su viejo escudo, que se había quedado en Dundarak meses atrás.
Diantres, todas esas baratijas no servirían ni para detener a un perro famélico, ¿en serio planean venderlas?
Entonces un pequeño puesto le llamó la atención. Era muy modesto, apenas una manta raída sobre la que descansaba un escudo de acero y roble. Un hombre escuálido, de tez pálida y mostacho poblado como el de una morsa vigilaba la singular mercancía, tan fuera de lugar en semejante sitio.
Barbacero no pudo resistirse a la curiosidad y se acercó hacia aquel tenderete de manera precavida.
En verdad parecía una gran pieza, quizás de un luchador caído en desgracia, aunque si era así no debió de ser por el escudo, que no mostraba rascazo alguno.
Perdone, buen señor, no he podido evitar fijarme en este objeto. Parece inusualmente bien mantenido, ¿cuánto pediría por él?
El metal refulgía con un tenue tono azabache, apenas imperceptible en la oscuridad de las catacumbas.
El mercader se limitó a indicar un cartel que descansaba debajo del escudo, pisado por este.
Nicolás entrecerró los ojos para intentar distinguir bien la cifra. No, no podía ser tan barata.
Con permiso, dijo el guerrero mientras tiraba un poco más de la etiqueta.
Efectivamente, el precio era el marcado allí, sin trampa ni cartón. Quizás era una compra arriesgada, pero no podía seguir mucho tiempo más sin una defensa válida, y aquel escudo le transmitía buenas vibraciones.
¡Qué demonios, me lo llevo ahora mismo!, proclamó al tiempo que desembolsaba la cantidad indicada.
Esta era una de aquellas noches en las que el frío obligaba a los transeúntes a ir apurando el paso y ponerse a cubierto.
Nicolás avanzaba por los estrechos callejones locales en busca de algo con lo que sustituir su viejo escudo, que se había quedado en Dundarak meses atrás.
Diantres, todas esas baratijas no servirían ni para detener a un perro famélico, ¿en serio planean venderlas?
Entonces un pequeño puesto le llamó la atención. Era muy modesto, apenas una manta raída sobre la que descansaba un escudo de acero y roble. Un hombre escuálido, de tez pálida y mostacho poblado como el de una morsa vigilaba la singular mercancía, tan fuera de lugar en semejante sitio.
Barbacero no pudo resistirse a la curiosidad y se acercó hacia aquel tenderete de manera precavida.
En verdad parecía una gran pieza, quizás de un luchador caído en desgracia, aunque si era así no debió de ser por el escudo, que no mostraba rascazo alguno.
Perdone, buen señor, no he podido evitar fijarme en este objeto. Parece inusualmente bien mantenido, ¿cuánto pediría por él?
El metal refulgía con un tenue tono azabache, apenas imperceptible en la oscuridad de las catacumbas.
El mercader se limitó a indicar un cartel que descansaba debajo del escudo, pisado por este.
Nicolás entrecerró los ojos para intentar distinguir bien la cifra. No, no podía ser tan barata.
Con permiso, dijo el guerrero mientras tiraba un poco más de la etiqueta.
Efectivamente, el precio era el marcado allí, sin trampa ni cartón. Quizás era una compra arriesgada, pero no podía seguir mucho tiempo más sin una defensa válida, y aquel escudo le transmitía buenas vibraciones.
¡Qué demonios, me lo llevo ahora mismo!, proclamó al tiempo que desembolsaba la cantidad indicada.
OBJETO | AEROS |
Escudo superior | 180 |
Cascada de Mana | 300 |
TOTAL | 480 |
Nicolás Barbacero
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Re: MERCADO de Aerandir
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Se han descontado los aeros de tu perfil. No olvides registrar el objeto en tu lista de tareas; también te recomiendo añadir una imagen del escudo.
Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Después de conseguir dinero de forma ilegal, hay varias cosas a tener en cuenta.
Lo primero, debes hacer que el dinero fluya con rapidez, para evitar así problemas y que se te acumule de forma sospechosa. Tienes que hacer que desaparezca, pero nunca todo de golpe. Si bien puede destacar un poco, no lo hará más que la compra de algún niñato rico.
Lo segundo, debes procurar que aquello que compres sea, sin lugar a dudas, para ayudarte a conseguir más dinero de la misma forma.
Ya llevaba un rato tomando los ingredientes y materiales que pretendía utilizar en el futuro, gracias a la adquisición del banco. Solo quedaban dos pequeños puntos por aclarar...
- ¡Buenas tardes! - Dijo girándose el hombre que llevaba el papeleo de las viviendas con demasiada alegría. Yo le mire secamente hasta que el inclino un poco la cabeza, aun con esa estúpida sonrisa en la cara. - ¿Busca una vivienda?
No, he entrado aquí buscando un jodido reloj.
- Si... Buscaba algo decente. Pero nada fuera de mi alcance. Estoy dispuesto a pagar hasta 2000 aeros. Quiero que dentro de esa misma cifra venga incluido un cuidador o sirviente que vele de la casa en mi ausencia.
Si el hombre se sorprendió ante la cifra, lo disimulo perfecto. A medida que iba dando datos, el hombrecillo iba asintiendo de brazos cruzados, con la mirada fija en el suelo, como pensaroso. Cuando acabe, cogió varios sobres y papeles repartidos por la estancia y me los trajo.
- Con esas condiciones, poco hay. Esta pequeña mansión esta bien amueblada, buenas vistas, cerca del centro de la ciudad...
- Mejor... Algo apartado.
- Oh... Entiendo... ¿Que tal esta? No dispone de unos muebles de tan alta gama como la primera, pero esta al principio de una bosqueda. Ademas, esta cerca de un viejo aserradero que hay por la zona. El antiguo dueño dejo al cargo a un sirviente que actualmente busca nuevo amo. Justo en la frontera entre los reinos elfos y los humanos. En medio del bosque.
- ¿Como es él?
- Lo desconozco. Pero el emplazamiento esta muy bien.
Eso era innegable. El boceto y el mapa que facilitaba el hombrecillo eran bastante claros con eso. No era del todo mi estilo, pero sin lugar a dudas, era mejor que no tener techo donde cobijarse... Ni donde experimentar. Aun que estaba algo cerca de Lunargenta, bien podría visitarla pasado un tiempo, cuando la cosa se calmara un poco.
- Sea. Me gusta esta. ¿Vendes también monturas?
- ¿Equiparables al hogar?
- Por supuesto.
Se alejo otra vez y volvió con un único sobre, mirándome con una sonrisa.
- Un semental negro. Rápido y poderoso. Fue entrenado juntamente con algunos caballos del ejercito real, por lo que no teme estar en medio del combate.
Parecía ser que el viejo sabia como tratar a sus clientes.
- Bien... Ensillelo. Me lo llevo también.
Lo primero, debes hacer que el dinero fluya con rapidez, para evitar así problemas y que se te acumule de forma sospechosa. Tienes que hacer que desaparezca, pero nunca todo de golpe. Si bien puede destacar un poco, no lo hará más que la compra de algún niñato rico.
Lo segundo, debes procurar que aquello que compres sea, sin lugar a dudas, para ayudarte a conseguir más dinero de la misma forma.
Ya llevaba un rato tomando los ingredientes y materiales que pretendía utilizar en el futuro, gracias a la adquisición del banco. Solo quedaban dos pequeños puntos por aclarar...
- ¡Buenas tardes! - Dijo girándose el hombre que llevaba el papeleo de las viviendas con demasiada alegría. Yo le mire secamente hasta que el inclino un poco la cabeza, aun con esa estúpida sonrisa en la cara. - ¿Busca una vivienda?
No, he entrado aquí buscando un jodido reloj.
- Si... Buscaba algo decente. Pero nada fuera de mi alcance. Estoy dispuesto a pagar hasta 2000 aeros. Quiero que dentro de esa misma cifra venga incluido un cuidador o sirviente que vele de la casa en mi ausencia.
Si el hombre se sorprendió ante la cifra, lo disimulo perfecto. A medida que iba dando datos, el hombrecillo iba asintiendo de brazos cruzados, con la mirada fija en el suelo, como pensaroso. Cuando acabe, cogió varios sobres y papeles repartidos por la estancia y me los trajo.
- Con esas condiciones, poco hay. Esta pequeña mansión esta bien amueblada, buenas vistas, cerca del centro de la ciudad...
- Mejor... Algo apartado.
- Oh... Entiendo... ¿Que tal esta? No dispone de unos muebles de tan alta gama como la primera, pero esta al principio de una bosqueda. Ademas, esta cerca de un viejo aserradero que hay por la zona. El antiguo dueño dejo al cargo a un sirviente que actualmente busca nuevo amo. Justo en la frontera entre los reinos elfos y los humanos. En medio del bosque.
- ¿Como es él?
- Lo desconozco. Pero el emplazamiento esta muy bien.
Eso era innegable. El boceto y el mapa que facilitaba el hombrecillo eran bastante claros con eso. No era del todo mi estilo, pero sin lugar a dudas, era mejor que no tener techo donde cobijarse... Ni donde experimentar. Aun que estaba algo cerca de Lunargenta, bien podría visitarla pasado un tiempo, cuando la cosa se calmara un poco.
- Sea. Me gusta esta. ¿Vendes también monturas?
- ¿Equiparables al hogar?
- Por supuesto.
Se alejo otra vez y volvió con un único sobre, mirándome con una sonrisa.
- Un semental negro. Rápido y poderoso. Fue entrenado juntamente con algunos caballos del ejercito real, por lo que no teme estar en medio del combate.
Parecía ser que el viejo sabia como tratar a sus clientes.
- Bien... Ensillelo. Me lo llevo también.
OBJETO | AEROS |
Casa Lujosa | 1000 |
Montura Superior | 1000 |
Pergamino en blanco menor | 160 |
Pergamino de Movimiento menor | 80 |
Toque de Mana especial | 120 |
Toque de Fortaleza | 80 |
Toque de Mana | 100 |
Pócima de [Fuerza / Destreza / Constitución / Inteligencia / Sabiduría] menor | 100 |
Elixir de visión clara menor | 80 |
TOTAL | 2720 |
Erenair
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Re: MERCADO de Aerandir
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Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Es una ganga- Dijo el vendedor con la mirada brillando de emoción mientras mostraba el dibujo al elfo -Solo necesitas ir allá con este mapa y adueñarte de ella- el elfo se quedó pensativo por un rato -Si Destino debe adueñarse de ella ¿Por qué debe pagarte?- Preguntó inquisitivo -Porque es mía, además no te estoy vendiendo la fortaleza, te vendo la información para quedarte con ella- Aquello tenía ya un poco de sentido, pero de igual modo habían cosas que no cuadraban, sin embargo el dinero que le habían dado por aquel cristal era demasiado para andarlo cargando por todos lados y con lo poco que le interesaba semejante cantidad de dinero prefería dejarlo que terminar con alguna malformación en la columna -Bien, toma tus aeros y entrega el mapa- Los ojos del vendedor se encendieron al ver el bolso abierto y el fulgor de las monedas relucientes le bañaron el rostro -Reacciona- Dijo serio el pelinegro mientras golpeaba la cabeza del mercader -Ah, claro, claro, en el mapa está marcada la entrada secreta, sigue el camino y llegarás a la cima- Se rascó la cabeza -Olvidé decirte que hay un pequeño problema de plagas, pero seguro sabrás resolverlo- Aquello último dejaba un poco de dudas, pero ya las resolvería luego.
Sin más que hacer o decir, el elfo se dio media vuelta listo para comenzar a avanzar hasta que fue interrumpido -¿Estás demente? Espera- Se puso frente al elfo -Estamos hablando de Dundarak, las montañas, no pensarás ir caminando- El elfo lo miró sin entender muy bien la preocupación -¿Por qué no?- La pregunta dejó más atónito al vendedor que de inmediato vio la oportunidad de un nuevo negocio -Te daré mi caballo, eso haremos, a cambio de algunos aeros más- Destino lo pensó por un rato, a fin de cuentas sería menos peso y el animal no se veía tan mal que digamos -Hecho- Arrojó otras monedas a los pies del vendedor y subió al lomo del animal para luego comenzar su camino al norte.
Sin más que hacer o decir, el elfo se dio media vuelta listo para comenzar a avanzar hasta que fue interrumpido -¿Estás demente? Espera- Se puso frente al elfo -Estamos hablando de Dundarak, las montañas, no pensarás ir caminando- El elfo lo miró sin entender muy bien la preocupación -¿Por qué no?- La pregunta dejó más atónito al vendedor que de inmediato vio la oportunidad de un nuevo negocio -Te daré mi caballo, eso haremos, a cambio de algunos aeros más- Destino lo pensó por un rato, a fin de cuentas sería menos peso y el animal no se veía tan mal que digamos -Hecho- Arrojó otras monedas a los pies del vendedor y subió al lomo del animal para luego comenzar su camino al norte.
- Base:
- Montura:
OBJETO | AEROS |
Base | 5000 |
Montura Superior | 1000 |
TOTAL | 6000 |
Destino
Maestro de las Mil Espadas
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Re: MERCADO de Aerandir
Se adentró en la herrería. El intenso calor acompañado por la humedad del lugar le golpeó en la cara con fuerza, casi parecía que acababa de cambiar completamente de ciudad y ahora se encontraba en alguna zona del arenal.
Respiró acalabrotado y se abanicó con la mano mientras se entraba aún más en las fauces de aquel dragón con forma de herrería, observando las diferentes piezas que estaban expuestas, listas para ser compradas.
- ¿Puedo ayudarle? – Un hombre bajito pero fornido se subió a un taburete para dar la bienvenida al mercenario, por su aspecto e indumentaria no le fue muy difícil interpretar que aquel hombre era el dueño de la herrería.
- Estoy mirando – Dijo señalando las armas que estaban expuestas al público. El herrero asintió y, tras bajarse del taburete, prosiguió con su trabajo; Martilleó con fuerza una hoja a medio acabar que, aun al rojo vivo, descansaba sobre uno de los tantos yunques que había repartidos por el lugar.
¿Por qué nunca iba al mismo herrero? Lo cierto es que no era capaz de responder a aquella pregunta, y no tenía ningún sentido. Dejando a un lado que él había dejado más que claro que aún no tenía el nivel de un herrero competente sí que conocía a un par de estos, habría sido más sencillo pasarse por la misma herrería en la que compró su armadura y no arriesgarse a que le timasen en aquella, pero no, allí estaba, mirando una espada tras otra, esperando que una de estas quizás le dijese “Cómprame” o algo por el estilo.
- Como si pudiese usarlas… - Cerró y abrió, repetidamente, la mano izquierda de metal, la cual permanecía oculta bajo un grueso guante de piel. – Pronto – Se dijo a si mismo sin apartar su mirada de las armas, cerrando, al final, su mano en un puño. – Pronto. – Repitió. Lo cierto es que desde que dejó las islas había notado su mano menos rígida, más movible, y aquello había encendido una tímida llama de esperanza en su interior, una parte de él le gustaba pensar que aquella maldición podía curarse de la misma forma que lo hacía un resfriado, con el tiempo.
Siguió estudiando las distintas armas que él hombre había terminado, muchas de ellas tenían bellos grabados, otras tenían incluso gemas engastadas; Entornó los ojos y las observó más de cerca ¿Cuánto costarían? Lo cierto es que probablemente solo estaban allí para que los nobles de la parte alta de la ciudad se dejasen una buena suma de dinero, dudaban mucho que aquellas joyas fuesen algo más que adornos.
A no ser, por supuesto, que el enjuto bigotudo que, sudoroso, martilleaba un trozo de metal entre gritos a escasos metros de dónde él estaba fuese por algún casual un genio de los encantamientos.
Suspiró y siguió buscando. Afortunadamente para él aquella herrería tenía de todo, incluso espadas que podía permitirse, como la que vio colgada de la pared junto a una armadura y a una de esas armas ornamentadas que, por el número de estas que había allí, debían de ser bastante famosas.
- Curioso… - Se quedó mirando la espada, era blanca, completamente blanca.
- ¿Te gusta? – Los gritos del herrero habían cesado y ni siquiera se había dado cuenta, el hombre ahora miraba junto a él la espada, se había acercado como si se tratase de uno de los miembros del gremio de ladrones. – Es buena, la he bañado con una capa de… - Miró a Eltrant durante unos segundos – …No creo que eso importe – Sonrió – La cosa es: ¿Cuántas espadas blancas has visto? – El hombre acercó el taburete en el que había estado sentado y se subió a él para descolgar el mandoble de la pared.
- Ninguna. – Dijo Eltrant cruzándose de brazos, viendo a dónde el hombre quería llegar.
- Ninguna – Dijo el hombre asintiendo, depositando la espada en las manos de Eltrant.
Frunció el ceño, aquella espada era grande, mucho más que la que llevaba al cinto, y más pesada.
La guardó en la vaina antes de levantarla sobre su cabeza, de aquel modo la maldición no haría de las suyas y la hoja no se derretiría entre sus manos. Lo cierto es que no era tan complicada de usar, tendría que acostumbrarse, como cada vez que cambiaba de hoja, pero la mecánica era básicamente idéntica a la que llevaba en el cinturón, su forma de combatir no cambiaría mucho, al fin y al cabo, siempre sujetaba la hoja con ambas manos, la única diferencia es que con aquella era prácticamente obligatorio hacerlo.
- ¿Y bien? – El hombre se llevó ambas manos hasta la espalda, Eltrant se pasó el mandoble de una mano a otra.
- ¿Cuánto cuesta? – Preguntó al final.
- Por aquí, por favor. - Eltrant asintió y rodeó su pecho con la correa de cuero que estaba atada a la vaina de la espada de forma que esta acabó colgando de su espalda, cerca de su mano derecha si necesitaba desenvainarla de improviso.
Sonrió, de momento no se le iba a romper más la espada. Aunque, por supuesto, no pudiese usarla de momento.
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Respiró acalabrotado y se abanicó con la mano mientras se entraba aún más en las fauces de aquel dragón con forma de herrería, observando las diferentes piezas que estaban expuestas, listas para ser compradas.
- ¿Puedo ayudarle? – Un hombre bajito pero fornido se subió a un taburete para dar la bienvenida al mercenario, por su aspecto e indumentaria no le fue muy difícil interpretar que aquel hombre era el dueño de la herrería.
- Estoy mirando – Dijo señalando las armas que estaban expuestas al público. El herrero asintió y, tras bajarse del taburete, prosiguió con su trabajo; Martilleó con fuerza una hoja a medio acabar que, aun al rojo vivo, descansaba sobre uno de los tantos yunques que había repartidos por el lugar.
¿Por qué nunca iba al mismo herrero? Lo cierto es que no era capaz de responder a aquella pregunta, y no tenía ningún sentido. Dejando a un lado que él había dejado más que claro que aún no tenía el nivel de un herrero competente sí que conocía a un par de estos, habría sido más sencillo pasarse por la misma herrería en la que compró su armadura y no arriesgarse a que le timasen en aquella, pero no, allí estaba, mirando una espada tras otra, esperando que una de estas quizás le dijese “Cómprame” o algo por el estilo.
- Como si pudiese usarlas… - Cerró y abrió, repetidamente, la mano izquierda de metal, la cual permanecía oculta bajo un grueso guante de piel. – Pronto – Se dijo a si mismo sin apartar su mirada de las armas, cerrando, al final, su mano en un puño. – Pronto. – Repitió. Lo cierto es que desde que dejó las islas había notado su mano menos rígida, más movible, y aquello había encendido una tímida llama de esperanza en su interior, una parte de él le gustaba pensar que aquella maldición podía curarse de la misma forma que lo hacía un resfriado, con el tiempo.
Siguió estudiando las distintas armas que él hombre había terminado, muchas de ellas tenían bellos grabados, otras tenían incluso gemas engastadas; Entornó los ojos y las observó más de cerca ¿Cuánto costarían? Lo cierto es que probablemente solo estaban allí para que los nobles de la parte alta de la ciudad se dejasen una buena suma de dinero, dudaban mucho que aquellas joyas fuesen algo más que adornos.
A no ser, por supuesto, que el enjuto bigotudo que, sudoroso, martilleaba un trozo de metal entre gritos a escasos metros de dónde él estaba fuese por algún casual un genio de los encantamientos.
Suspiró y siguió buscando. Afortunadamente para él aquella herrería tenía de todo, incluso espadas que podía permitirse, como la que vio colgada de la pared junto a una armadura y a una de esas armas ornamentadas que, por el número de estas que había allí, debían de ser bastante famosas.
- Curioso… - Se quedó mirando la espada, era blanca, completamente blanca.
- ¿Te gusta? – Los gritos del herrero habían cesado y ni siquiera se había dado cuenta, el hombre ahora miraba junto a él la espada, se había acercado como si se tratase de uno de los miembros del gremio de ladrones. – Es buena, la he bañado con una capa de… - Miró a Eltrant durante unos segundos – …No creo que eso importe – Sonrió – La cosa es: ¿Cuántas espadas blancas has visto? – El hombre acercó el taburete en el que había estado sentado y se subió a él para descolgar el mandoble de la pared.
- Ninguna. – Dijo Eltrant cruzándose de brazos, viendo a dónde el hombre quería llegar.
- Ninguna – Dijo el hombre asintiendo, depositando la espada en las manos de Eltrant.
Frunció el ceño, aquella espada era grande, mucho más que la que llevaba al cinto, y más pesada.
La guardó en la vaina antes de levantarla sobre su cabeza, de aquel modo la maldición no haría de las suyas y la hoja no se derretiría entre sus manos. Lo cierto es que no era tan complicada de usar, tendría que acostumbrarse, como cada vez que cambiaba de hoja, pero la mecánica era básicamente idéntica a la que llevaba en el cinturón, su forma de combatir no cambiaría mucho, al fin y al cabo, siempre sujetaba la hoja con ambas manos, la única diferencia es que con aquella era prácticamente obligatorio hacerlo.
- ¿Y bien? – El hombre se llevó ambas manos hasta la espalda, Eltrant se pasó el mandoble de una mano a otra.
- ¿Cuánto cuesta? – Preguntó al final.
- Por aquí, por favor. - Eltrant asintió y rodeó su pecho con la correa de cuero que estaba atada a la vaina de la espada de forma que esta acabó colgando de su espalda, cerca de su mano derecha si necesitaba desenvainarla de improviso.
Sonrió, de momento no se le iba a romper más la espada. Aunque, por supuesto, no pudiese usarla de momento.
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- Claymore de Eltrant. Calidad Superior:
OBJETO | AEROS |
Armas de dos manos. Calidad Superior | 360 |
TOTAL | 360 |
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: MERCADO de Aerandir
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Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Chimar toma su tiempo, es un día especial que no sabe cómo asimilar. Está muy animado, asustado y un poco… avaricioso, típicos sentimientos antes de una compra que te cambiara la vida. Técnicamente es una decisión de los gorriones pero como es el líder “y cerebro” del grupo los dejo familiarizándose con su nueva casa, esto debe hacerse bien.
Es irónico tener que pagar dinero por algo reclamado plenamente pero los tecnicismos son importantes si no quieres terminar en medio de problemas. Tal vez si hubiera materializado la esfera en una montaña no tendría que desprenderse de tanto dinero pero es algo difícil liderar un grupo de niños ladrones en tierra salvaje.
Luego de dar muchas vueltas afuera de la oficina registradora toma aire y entra valientemente, una vez en el interior su fuerza de voluntad se esfuma pero recurre al poder oculto que tiene cada niño humano… ver el lado bueno. Esto mejorara su calidad de vida, la de sus hermanos y cualquier otro futuro integrante, debe hacerse.
Se para frente al funcionario y explica su caso, como siempre al principio el argumento que expresa es tomado como broma. Varias medallas, nombres de contactos y otros logros mostrados después Maquiavelo tiene la atención del personaje, naturalmente se debe romper los huevos antes de hacer la tortilla.
Omite partes demasiado complejas de la historia, solo se limita a decir que posee una nueva propiedad "rara" en un distrito evacuado por la plaga y desea tener todo en orden legalmente hablando. No es algo que un funcionario escuche todos los días pero en una ciudad capitalina plagada de vampiros con pandemia incluida… digamos que la gente puede ser receptiva si las condiciones son “bondadosas”.
Le dice el precio a Chimar, este se limita a suspirar pues hizo los cálculos quince veces antes de llegar al distrito siquiera. La persona a cargo tiene el suficiente profesionalismo como para incluir los sobornos necesarios para evitar turbas y esas cosas, lo bueno es que la mayoría de propietarios están muertos y el terrateniente quiere vender los edificios afectados para comprarse una mansión fuera de la ciudad.
El momento triste…
Dice mientras saca una serie de bolsas pesadas, las tiene repartidas en cada bolsillo funcional de su capa… ¿Cómo lleva tanto peso encima?, gracias a su exoesqueleto que discretamente hace fuerza debajo de la ropa. Cuando todos los montones están contados se le pasa el documento de propiedad al mocoso, es legalmente propietario de la esfera… una base inusual en el centro del mundo.
Un placer hacer negocios.
Guarda ese documento como si su vida dependiera de ello, luego sale por la puerta con educación. Es un gran paso… uno costoso pero todas las cosas importantes piden algo a cambio, por lo menos el dinero abunda y se puede recuperar. Mira con ironía y sonríe cuando nota que le pusieron quince años para que el documento fuera legal, el dinero sirve hasta para comprar años.
Es irónico tener que pagar dinero por algo reclamado plenamente pero los tecnicismos son importantes si no quieres terminar en medio de problemas. Tal vez si hubiera materializado la esfera en una montaña no tendría que desprenderse de tanto dinero pero es algo difícil liderar un grupo de niños ladrones en tierra salvaje.
Luego de dar muchas vueltas afuera de la oficina registradora toma aire y entra valientemente, una vez en el interior su fuerza de voluntad se esfuma pero recurre al poder oculto que tiene cada niño humano… ver el lado bueno. Esto mejorara su calidad de vida, la de sus hermanos y cualquier otro futuro integrante, debe hacerse.
Se para frente al funcionario y explica su caso, como siempre al principio el argumento que expresa es tomado como broma. Varias medallas, nombres de contactos y otros logros mostrados después Maquiavelo tiene la atención del personaje, naturalmente se debe romper los huevos antes de hacer la tortilla.
Omite partes demasiado complejas de la historia, solo se limita a decir que posee una nueva propiedad "rara" en un distrito evacuado por la plaga y desea tener todo en orden legalmente hablando. No es algo que un funcionario escuche todos los días pero en una ciudad capitalina plagada de vampiros con pandemia incluida… digamos que la gente puede ser receptiva si las condiciones son “bondadosas”.
Le dice el precio a Chimar, este se limita a suspirar pues hizo los cálculos quince veces antes de llegar al distrito siquiera. La persona a cargo tiene el suficiente profesionalismo como para incluir los sobornos necesarios para evitar turbas y esas cosas, lo bueno es que la mayoría de propietarios están muertos y el terrateniente quiere vender los edificios afectados para comprarse una mansión fuera de la ciudad.
El momento triste…
Dice mientras saca una serie de bolsas pesadas, las tiene repartidas en cada bolsillo funcional de su capa… ¿Cómo lleva tanto peso encima?, gracias a su exoesqueleto que discretamente hace fuerza debajo de la ropa. Cuando todos los montones están contados se le pasa el documento de propiedad al mocoso, es legalmente propietario de la esfera… una base inusual en el centro del mundo.
Un placer hacer negocios.
Guarda ese documento como si su vida dependiera de ello, luego sale por la puerta con educación. Es un gran paso… uno costoso pero todas las cosas importantes piden algo a cambio, por lo menos el dinero abunda y se puede recuperar. Mira con ironía y sonríe cuando nota que le pusieron quince años para que el documento fuera legal, el dinero sirve hasta para comprar años.
- Off:
- Bueno, seguro que la esfera ha despertado curiosidad en todo Aerandir “esa era la intención”, aquí la compro formalmente como base.
Sé que es un edificio vistoso y la describo como si fuera el Taj Mahal pero quiero aclarar algunas cosas para evitar malos entendidos.
La mayoría de las funciones contenidas por la esfera son puramente cosméticas pues no tienen aplicación práctica en Aerandir, solo mejoran la vida de los integrantes en el sentido argumental y sin pasarse, en pocas palabras es un refugio corriente bonito… el típico skin de call of duty.
La mayoría de aparatos tecnológicos híbridos y las habilidades especiales del edificio sufrieron muchos daños, está fuera de funcionamiento y no tengo intención de arreglarles sin primero debatir extensamente con la administración sobre eso en un futuro muuuuy lejano.
Carol solo tiene funciones de mayordomo, puede catalogarse como Npc de servicio con información importante que solo le compete a Chimar.
Los jardines comestibles no generan ingredientes para alquimia, solo alimentos básicos vegetales para la cocina del clan… con vegetales quiero decir que la carne debe ser adquirida afuera aunque dicho dato es algo minucioso pues nuestros personajes no gastan aeros reales cuando comen.
Es una esfera compacta que si bien tiene dimensiones interesantes es más que todo coraza, el área vital interna es acorde a la descripción que se aprecia en el mercado, eso sin mencionar que el 60% de la instalación está sellada.
Los talleres y cuartos raros que pueden facilitar objetos no deben preocupar tampoco, el gran laboratorio, el taller personal de Chimar y la grieta usan ciencias que no tienen aplicación práctica en Aerandir y sus productos son solo argumentales, están en un plano rolero nada más. Aunque si tenemos infraestructura para fabricar cosas mundanas adentro sé que tales objetos poseen requisitos que igualmente deberán ser cumplidos por los Gorriones, la esfera en dicho aspecto solo servirá para aumentar el dialogo o en última estancia fabricar cosas de mi taller “el que tengo en negocios”.
La hice aparecer en cuadra despoblada por la plaga más que todo para dar jugo rolero, bien pudo terminar en una plaza o algo así. Quise jugar un poco porque las bases pueden tener locaciones céntricas.
Creo que eso es todo, si quebrante alguna regla o debo dar más explicaciones estoy a un MP de distancia como siempre.
Para más información sobre el argumento “y para generar spam” coloco el tema oficial de la esfera en este Link.
OBJETO | AEROS |
Base | 5000 |
TOTAL | 5000 |
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Re: MERCADO de Aerandir
ACTUALIZADO
Se han descontado los aeros de tu perfil. Aunque ya está registrada en la información del clan, puedes añadir una pequeña mención en tu lista de tareas, además al ser base de clan, puedes hacer la solicitud para la creación de un subforo propio.
Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Morweena caminó por la calzada empedrada que marcaba el inicio de la civilización en ese pueblo olvidado de los dioses. El sol estaba en su cenit, así que calculó que arribaría a Baslodia, si continuaba ese curso al mismo trote, para cuando el astro rey comenzara a ocultarse detrás de las vastas montañas. Conforme avanzó internándose en esa pequeña villa, cuyos pobladores no prestaron atención a su presencia, la herrera observó lo variopinta que era su gente. A primera vista podía parecer un poblado común y corriente, sin embargo, las pinceladas de la gran urbe que la precedía y en cuyo camino se encontraba, hacía meya en las construcciones que se alzaban a ambos lados del camino. Pasó una granja donde las gallinas cloqueaban en su corral perfectamente construido a base de madera sólida y ricamente tallada, también a su siniestra pasó la taberna y posada del poblado, cuya pintura de un azul muy vivo contrastaba con la arquitectura en general. Pensó en quedarse, quizá así recobraría un poco de las energías gastadas durante el viaje, no obstante, aquella idea se borró en cuanto el barullo característico de un mercado, se hizo presente en sus oídos. Estaba consciente que su equipo de herrería estaba ya muy gastado e incluso había tenido que tirar gran parte de él debido a su precario estado. Así pues, tenía dos opciones: gastar sus aeros en una cama y buena comida, o hacerse con un nuevo equipo propio de su oficio y garantizar con ello poder trabajar. La decisión fue sencilla.
Continuó su camino siguiendo el sonido de la gente que gritaba a lo alto las ofertas de su puesto, hasta que, tras pasar una fila de hogares y unos cuantos negocios fijos, arribó a la plazoleta principal donde las tiendas, ya abiertas desde primera hora de la mañana, exhibían sus productos a todo aquél que deseara tan solo verlos o, aún mejor, comprar. Morweena se paseó entre las carpas multicolores que tapaban momentáneamente el sol y daban un fresco refugio al cliente, observando de vez en vez a los mercaderes quienes trataban de captar su atención llamándola de forma aduladora. Sus ojos repararon en la joyería –esa que ella podía fabricar pero que no podía darse el uso de portar–, en los frescos frutos y suculentos cortes de carne roja y blanca que le daban mil ideas de cocinarla. Y por mucho que todas esas visiones le hicieran sudar las manos y quemársele los aeros en los bolsillos, se contuvo hasta que dio con la herrería local
Un hombre corpulento y cenizo hasta la coronilla, golpeaba un trozo largo de acero en un yunque con un poderoso y pesado martillo. Tan solo de recordar la sensación que a ella le había dado hacer eso en su propia forja, vino a ella la nostalgia. El herrero, que quizá andaba por los treinta años y poco más, levantó el rostro quemado por las horas frente al fuego, y la observó con detenimiento.
— ¿Se te ofrece algo?— inquirió dejando el martillo sobre su mesa de trabajo para, luego, tomar un pañuelo con el cual se limpió las manos.
Morweena tardó un instante en reaccionar, perdida en la forma que ya comenzaba a tomar la pieza de acero que a priori él golpeaba.
—Es un bonito bracamante. — pronunció alabando el trabajo del herrero, quien con curiosidad y una simpática sonrisa contestó.
— Gracias. Siempre es grato recibir cumplidos. Aún no está terminado, pero va tomando forma. ¿Te dedicas a esto también? — preguntó él, recargándose en uno de los pilares de su negocio, Morweena asintió con la cabeza.
— No de forma fija. No tengo un negocio como este. — tuvo que admitir con pesadez.
— Vaya… eso es algo extraño. — comentó él.
Dímelo a mí, pensó ella.
— Bueno, dudo que hayas llegado aquí para admirar solamente el trabajo de un compañero de oficio. ¿En qué puedo serte útil?— rompió el silencio él interesado en el negocio que podía hacer en ese momento.
—Verás, necesito un equipo básico de reparación, el que tengo… ya no me sirve. Y quizá instrumentos para afilar armas. — solicitó Morweena acercándose más a la mesa de trabajo que la separaba del herrero, él se giró para tomar algunas cosas de varias partes del lugar hasta que terminó poniéndole sobre la mesa, todo lo requerido.
— Martillo, tenazas, moldes, una rejilla pequeña, fuelle manual y afilador de hierro. — presentó las herramientas el herrero — Por un total de 200 aeros — reveló el precio.
Morweena estrujó la pequeña bolsa de cuero que llevaba atada al cinturón. Era casi todo el dinero que llevaba, pero necesitaba sus instrumentos de trabajo, así que no rechistó. Se quitó el bolsillo de la cintura — Está perfecto, me lo llevo — pronunció depositando la cantidad exacta de aeroes sobre la mesa mientras el herrero colocaba todos los instrumentos en una funda para entregársela.
—De herrero a herrero, espero que pronto tengas tu propio negocio. — comentó el en una voz que a Morweena le sonó cálida. Demasiado cálida quizá.
— De herrera a herrero, espero que te quede muy bien ese bracamante. — contestó ella tomando su compra y ajustándosela al cinturón, justo antes de dar una última mirada al propietario de la herrería y dar media vuelta para seguir su camino.
Continuó su camino siguiendo el sonido de la gente que gritaba a lo alto las ofertas de su puesto, hasta que, tras pasar una fila de hogares y unos cuantos negocios fijos, arribó a la plazoleta principal donde las tiendas, ya abiertas desde primera hora de la mañana, exhibían sus productos a todo aquél que deseara tan solo verlos o, aún mejor, comprar. Morweena se paseó entre las carpas multicolores que tapaban momentáneamente el sol y daban un fresco refugio al cliente, observando de vez en vez a los mercaderes quienes trataban de captar su atención llamándola de forma aduladora. Sus ojos repararon en la joyería –esa que ella podía fabricar pero que no podía darse el uso de portar–, en los frescos frutos y suculentos cortes de carne roja y blanca que le daban mil ideas de cocinarla. Y por mucho que todas esas visiones le hicieran sudar las manos y quemársele los aeros en los bolsillos, se contuvo hasta que dio con la herrería local
Un hombre corpulento y cenizo hasta la coronilla, golpeaba un trozo largo de acero en un yunque con un poderoso y pesado martillo. Tan solo de recordar la sensación que a ella le había dado hacer eso en su propia forja, vino a ella la nostalgia. El herrero, que quizá andaba por los treinta años y poco más, levantó el rostro quemado por las horas frente al fuego, y la observó con detenimiento.
— ¿Se te ofrece algo?— inquirió dejando el martillo sobre su mesa de trabajo para, luego, tomar un pañuelo con el cual se limpió las manos.
Morweena tardó un instante en reaccionar, perdida en la forma que ya comenzaba a tomar la pieza de acero que a priori él golpeaba.
—Es un bonito bracamante. — pronunció alabando el trabajo del herrero, quien con curiosidad y una simpática sonrisa contestó.
— Gracias. Siempre es grato recibir cumplidos. Aún no está terminado, pero va tomando forma. ¿Te dedicas a esto también? — preguntó él, recargándose en uno de los pilares de su negocio, Morweena asintió con la cabeza.
— No de forma fija. No tengo un negocio como este. — tuvo que admitir con pesadez.
— Vaya… eso es algo extraño. — comentó él.
Dímelo a mí, pensó ella.
— Bueno, dudo que hayas llegado aquí para admirar solamente el trabajo de un compañero de oficio. ¿En qué puedo serte útil?— rompió el silencio él interesado en el negocio que podía hacer en ese momento.
—Verás, necesito un equipo básico de reparación, el que tengo… ya no me sirve. Y quizá instrumentos para afilar armas. — solicitó Morweena acercándose más a la mesa de trabajo que la separaba del herrero, él se giró para tomar algunas cosas de varias partes del lugar hasta que terminó poniéndole sobre la mesa, todo lo requerido.
— Martillo, tenazas, moldes, una rejilla pequeña, fuelle manual y afilador de hierro. — presentó las herramientas el herrero — Por un total de 200 aeros — reveló el precio.
Morweena estrujó la pequeña bolsa de cuero que llevaba atada al cinturón. Era casi todo el dinero que llevaba, pero necesitaba sus instrumentos de trabajo, así que no rechistó. Se quitó el bolsillo de la cintura — Está perfecto, me lo llevo — pronunció depositando la cantidad exacta de aeroes sobre la mesa mientras el herrero colocaba todos los instrumentos en una funda para entregársela.
—De herrero a herrero, espero que pronto tengas tu propio negocio. — comentó el en una voz que a Morweena le sonó cálida. Demasiado cálida quizá.
— De herrera a herrero, espero que te quede muy bien ese bracamante. — contestó ella tomando su compra y ajustándosela al cinturón, justo antes de dar una última mirada al propietario de la herrería y dar media vuelta para seguir su camino.
OBJETO | AEROS |
Kit de Reparación | 100 |
Kit para armas | 100 |
TOTAL | 200 |
Morweena Laggard
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Re: MERCADO de Aerandir
ACTUALIZADO
Se han descontado los aeros de tu perfil. No olvides registrarlos en tu lista de tareas.
Además de eso, se ha sumado 1 punto de experiencia por uso del mercado a tu perfil y también al perfil de Chimar a quien no se lo sumé en su momento.
Además de eso, se ha sumado 1 punto de experiencia por uso del mercado a tu perfil y también al perfil de Chimar a quien no se lo sumé en su momento.
Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Hace cuarenta años en Beltrexus...
Amanecía una mañana gris en “El Emporio del Brujo Dorado”. El día apuntaba aburrido por la falta de actividad siempre en aquel lugar. Hacía unas semanas que había conseguido el trabajo en aquel lugar y, sin duda, había sido aburrido. - ¿Quién podría comprar nada con semejantes precios? – me preguntaba cada mañana. Nadie entraba. Me pregunaba cuánto dinero tenía aquella pareja de viejos millonarios para los que trabajaba. Nadie querría comprar aquellas antigüedades. Y mucho menos a los precios que se exigían.
Sin embargo, aquella mañana pasaron uno de los pocos clientes que tendría. La campanilla de la puerta retumbó y un matrimonio joven accedió al lugar. Él, de porte caballeresco y erguido. Con un traje con frac y un sombrero de copa. Agarrado a su brazo, también de porte elegante, una mujer vestida en rojo, que jamás perdía la sonrisa. Con una mirada sonriente, miró cada rinconcito de la tienda. Apasionada, sin perder la sonrisa.
Tras ellos, dos niñas. Morenas de pelo y también de negro. La mayor parecía bastante formal y se mantenía siempre al lado de su padre, que la cogía por el hombro. La menor, rizosa y más descuidada, iba detrás, aunque por su cara se la veía extraña. Desde luego no parecía muy contenta. Observaba con aborrecimiento todo lo de la tienda, hasta que se fijó en Mercy, el gato, que comenzó a maullarla al verla. La niña rizosa lo miró con mala leche, y se fue tras él, yendo a una de las salas contiguas. No iba a decirle nada, para unos clientes que tenía…
-¡Bienvenidos al Emporio! – saludé a los que serían mis primeros clientes de la semana. ¡Oh! No me lo podía creer de primeras. ¿Eran ellos? ¡¿Los Boisson?! - ¡Oh! Son ustedes la familia Boisson. Los cazavampiros. Es un orgullo tenerles en mi tienda. ¿Qué desean? - La mujer sonrió siempre del brazo de su marido. Con esa mirada tan rara y esos ojos tan poco brillantes.
-Saludos, caballero. – Saludó el hombre, quitándose el sombrero. – Venía a comprar las escrituras del Palacio de los Vientos.
-¡¿Del Palacio de los Vientos?! ¿El que está en ruinas en el Acantilado? – pregunté extasiado. Dios mío. Creía que nunca vendería aquel viejo palacio del acantilado de la muerte al que íbamos a jugar de niños. ¿Cuánto llevaría inhabitado? ¿Cien, doscientos años?
-No es una ruina. Es un castillo que perteneció a un sector histórica de la familia Skarth, del Hekshold. – recitó la niña mayor como si lo estuviera diciendo de memoria.
-Sí. Eso. – respondí para salir del paso. – Voy a por las escrituras. Son mil aeros.
-No es más que una mera limosna para mí. – sonrió el señor Boisson mirando a su mujer, que le acarició del brazo y rió.
Me agaché para desempolvar todos los puñeteros papeles mohosos de los viejos. A ver dónde encontraba yo las dichosas escrituras del Palacio de los Vientos. – Denme un segundo. – pedí.
-¡Oh! Tómese su tiempom caballero. – respondió el elegante hombre, apoyándose en el mostrador. Su elegante mujer contemplaba todas las baratijas que saturaban la tienda.
-¡Luc! ¿Has visto esa ballesta? ¡Me encanta! Es una pieza única de exquisita factura. Creo que deberíamos comprarla. – exclamó la mujer del enorme sombrero. Siempre agarrada al brazo de su marido.
-Concretamente un ejemplar del primer milenio. Esa madera de tejo es la mejor posible, y muy duradera a lo largo de los años. Ya no las fabrican así. – contestó la sabihonda de la niña.
-¡Qué lista eres, hija mía! – sonrió el marido, haciéndole una carentota en la cabeza. Satisfecho por el saber de la pequeña. ¡Por los dioses! Qué familia más pedante. – No le negaré nada a mí querida esposa, Anastasia. Démela también.
-¡Oh! ¡Y también esas dos de mano a juego que están al lado! Quiero el paquete completo. – dijo la mujer de negro que jamás perdía la sonrisa.
No hablé demasiado. Aquellos tipos tenían algo raro y no me gustaban nada. Claro que, ¿qué clase de excéntricos compraría en una tienda como el Emporio del Brujo Dorado? Definitivamente, tenía que buscarme trabajo en un lugar mejor.
Finalmente conseguí las escrituras y me subí a unas escaleras para bajar las ballestas. El hombre firmó la compra del piso sin apenas mirar las condiciones. Parecía que querían comprarlo a cualquier coste. ¿Acaso sabía lo que había comprado? Anda que no tendría que invertir dinero para reparar aquella ruina. Pero aquel no era mi problema. No debía hacer preguntas a los clientes. Simplemente vender. Incluso aunque los clientes fueran los raros de los Boisson.
Cuando todo terminó y el hombre pagó todo. La familia agradeció la compra y se mostró dispuesta a irse. -¡Bella! ¿Dónde estás, cariñito? Ya nos vamos. – llamó la matriarca, con una sonrisa, siempre agarrado al brazo de su marido. La pequeña andaría revolviendo en la tienda.
-Voy. – respondió agriamente la niña saliendo a paso calmado de la estancia de la que había salido. Con la misma cara de mala leche que tenía desde que entró. Qué mal rollo transmitía aquella chiquilla.
Su madre la tomó por el pequeño hombro y la hizo salir. La hermana mayor abandonó la tienda haciéndome una reverencia.
-Qué familia más rara. – me dije a mí mismo cuando salieron por la puerta. Luego me fui a ver qué era de Mercy, que había dejado de dar por saco y maullar, como acostumbraba. Mi sorpresa fue total cuando - ¡Mercy! ¡Mercy! – grité tratando de devolver a la vida al gato. Que se movía en convulsiones agonizante. ¿Qué demonios le había pasado? ¿Los gatos podían tener infartos?
Mercy nunca volvería.
Amanecía una mañana gris en “El Emporio del Brujo Dorado”. El día apuntaba aburrido por la falta de actividad siempre en aquel lugar. Hacía unas semanas que había conseguido el trabajo en aquel lugar y, sin duda, había sido aburrido. - ¿Quién podría comprar nada con semejantes precios? – me preguntaba cada mañana. Nadie entraba. Me pregunaba cuánto dinero tenía aquella pareja de viejos millonarios para los que trabajaba. Nadie querría comprar aquellas antigüedades. Y mucho menos a los precios que se exigían.
Sin embargo, aquella mañana pasaron uno de los pocos clientes que tendría. La campanilla de la puerta retumbó y un matrimonio joven accedió al lugar. Él, de porte caballeresco y erguido. Con un traje con frac y un sombrero de copa. Agarrado a su brazo, también de porte elegante, una mujer vestida en rojo, que jamás perdía la sonrisa. Con una mirada sonriente, miró cada rinconcito de la tienda. Apasionada, sin perder la sonrisa.
Tras ellos, dos niñas. Morenas de pelo y también de negro. La mayor parecía bastante formal y se mantenía siempre al lado de su padre, que la cogía por el hombro. La menor, rizosa y más descuidada, iba detrás, aunque por su cara se la veía extraña. Desde luego no parecía muy contenta. Observaba con aborrecimiento todo lo de la tienda, hasta que se fijó en Mercy, el gato, que comenzó a maullarla al verla. La niña rizosa lo miró con mala leche, y se fue tras él, yendo a una de las salas contiguas. No iba a decirle nada, para unos clientes que tenía…
-¡Bienvenidos al Emporio! – saludé a los que serían mis primeros clientes de la semana. ¡Oh! No me lo podía creer de primeras. ¿Eran ellos? ¡¿Los Boisson?! - ¡Oh! Son ustedes la familia Boisson. Los cazavampiros. Es un orgullo tenerles en mi tienda. ¿Qué desean? - La mujer sonrió siempre del brazo de su marido. Con esa mirada tan rara y esos ojos tan poco brillantes.
-Saludos, caballero. – Saludó el hombre, quitándose el sombrero. – Venía a comprar las escrituras del Palacio de los Vientos.
-¡¿Del Palacio de los Vientos?! ¿El que está en ruinas en el Acantilado? – pregunté extasiado. Dios mío. Creía que nunca vendería aquel viejo palacio del acantilado de la muerte al que íbamos a jugar de niños. ¿Cuánto llevaría inhabitado? ¿Cien, doscientos años?
-No es una ruina. Es un castillo que perteneció a un sector histórica de la familia Skarth, del Hekshold. – recitó la niña mayor como si lo estuviera diciendo de memoria.
-Sí. Eso. – respondí para salir del paso. – Voy a por las escrituras. Son mil aeros.
-No es más que una mera limosna para mí. – sonrió el señor Boisson mirando a su mujer, que le acarició del brazo y rió.
Me agaché para desempolvar todos los puñeteros papeles mohosos de los viejos. A ver dónde encontraba yo las dichosas escrituras del Palacio de los Vientos. – Denme un segundo. – pedí.
-¡Oh! Tómese su tiempom caballero. – respondió el elegante hombre, apoyándose en el mostrador. Su elegante mujer contemplaba todas las baratijas que saturaban la tienda.
-¡Luc! ¿Has visto esa ballesta? ¡Me encanta! Es una pieza única de exquisita factura. Creo que deberíamos comprarla. – exclamó la mujer del enorme sombrero. Siempre agarrada al brazo de su marido.
-Concretamente un ejemplar del primer milenio. Esa madera de tejo es la mejor posible, y muy duradera a lo largo de los años. Ya no las fabrican así. – contestó la sabihonda de la niña.
-¡Qué lista eres, hija mía! – sonrió el marido, haciéndole una carentota en la cabeza. Satisfecho por el saber de la pequeña. ¡Por los dioses! Qué familia más pedante. – No le negaré nada a mí querida esposa, Anastasia. Démela también.
-¡Oh! ¡Y también esas dos de mano a juego que están al lado! Quiero el paquete completo. – dijo la mujer de negro que jamás perdía la sonrisa.
No hablé demasiado. Aquellos tipos tenían algo raro y no me gustaban nada. Claro que, ¿qué clase de excéntricos compraría en una tienda como el Emporio del Brujo Dorado? Definitivamente, tenía que buscarme trabajo en un lugar mejor.
Finalmente conseguí las escrituras y me subí a unas escaleras para bajar las ballestas. El hombre firmó la compra del piso sin apenas mirar las condiciones. Parecía que querían comprarlo a cualquier coste. ¿Acaso sabía lo que había comprado? Anda que no tendría que invertir dinero para reparar aquella ruina. Pero aquel no era mi problema. No debía hacer preguntas a los clientes. Simplemente vender. Incluso aunque los clientes fueran los raros de los Boisson.
Cuando todo terminó y el hombre pagó todo. La familia agradeció la compra y se mostró dispuesta a irse. -¡Bella! ¿Dónde estás, cariñito? Ya nos vamos. – llamó la matriarca, con una sonrisa, siempre agarrado al brazo de su marido. La pequeña andaría revolviendo en la tienda.
-Voy. – respondió agriamente la niña saliendo a paso calmado de la estancia de la que había salido. Con la misma cara de mala leche que tenía desde que entró. Qué mal rollo transmitía aquella chiquilla.
Su madre la tomó por el pequeño hombro y la hizo salir. La hermana mayor abandonó la tienda haciéndome una reverencia.
-Qué familia más rara. – me dije a mí mismo cuando salieron por la puerta. Luego me fui a ver qué era de Mercy, que había dejado de dar por saco y maullar, como acostumbraba. Mi sorpresa fue total cuando - ¡Mercy! ¡Mercy! – grité tratando de devolver a la vida al gato. Que se movía en convulsiones agonizante. ¿Qué demonios le había pasado? ¿Los gatos podían tener infartos?
Mercy nunca volvería.
Off: Compro "el Palacio de los Vientos" (casa lujosa) que la familia de Huracán ya posee desde que nació. Y mejoro las ballestas que a la postre tendrá Huracán (ballestas de mano + ballesta pesada), al nivel superior la pesada y las otras al normal. También mejoro armadura de cuero a superior. Por lógica de mi rol debía de ser en el pasado.
OBJETO | AEROS |
Armadura Media normal | 320 |
Armadura Media superior | 480 |
Casa Lujosa | 1000 |
Ballesta normal | 200 |
Ballesta normal | 300 |
Ballesta normal | 200 |
TOTAL | 2500 |
Anastasia Boisson
Honorable
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Re: MERCADO de Aerandir
Nunca me lo había planteado hasta ese momento. ¿Como demonios se construye una casa?
Me había quedado pensando durante días después de ponernos un nombre. No tenía ni idea de como hacer aquello. Raramente le prestaba atención a las construcciones en Lunargenta. Estaba más interesado en destruir, de todas formas. Pero me veía en una situación algo más dificil. Al menos no estaba sólo.
Claro. Pero eso también significaba que mis acciones afectaban a otros. Suspiré. ¿Que era lo razonable? ¿Lo primero? ¿Lo básico? Materiales. Las opciones eran piedra o madera. Pero si construir en si era complicado, no podía imaginarme lo que debía ser utilizar piedra. Estabamos en un bosque. Madera.
Pero eso no significaba que pudiesemos obtenerla facilmente. Por supuesto, podiamos talar un árbol. O derribarlo. Pero luego iba a necesitar tablas. O como minimo, cortar los troncos. Las herramientas de Rakfyr eran útiles para tallar y cortes pequeños, pero no podía usarlas para darle forma a árboles enteros. Si no podía recolectar las cosas yo mismo... pagaría a otro. Tenía el dinero.
Y talar árboles sonaba muy aburrido de todas formas.
La gente del poblado me había dedicado miradas extrañas. No debían tener muchos visitantes, supuse. Al menos, visitantes que no fuesen en carrozas para comerciar. Ulmer no era la clase de sitio al que estaba acostumbrado. Era una aldea, si. Como la misma en la que me crié. Pero el olor era distinto. Había cierta tensión. Típico de los licántropos: entras en su territorio, y te hacen saber que es suyo sin palabras.
Daba igual. Era el lugar más cercano con algo parecido a civilización. Suspiré y entré en la tienda. Muebles. No era exactamente lo que buscaba, pero el propietario sabría donde encontrarlo. A diferencia del resto de su pueblo, el hombre de pelo largo mantuvo una sonrisa desde que me vio entrar.
-¡Bienvenido! ¿En qué puedo...?-
-Necesito madera.- le interrumpí. -Materiales. Estoy construyendo un lugar. Una casa.- el hombre no dejó de mirarme a los ojos. Se quedó pensativo unos segundos, y asintió lentamente.
-Muy... bien. No es... exactamente lo que vendo, pero imagino que eso ya lo sabes. Aunque no eres el primero que se lo propone...- dijo, volviendo a su brillante sonrisa. -Roln es el que trata todo lo que me llega. Creo que podría encargarle algo. ¿Sabes donde va a estar?-
Me detuve un instante. ¿Era buena idea el llevar gente hasta ahí? Tensé la mandíbula. Parte del motivo por el que había elegido aquel claro era lo aislado que estaba. Sin embargo, asentí.
-¿Tienes apuntes? ¿Planos? ¿Notas?- pregunté. El hombre me miró, extrañado. -¿...sabes leer?-
-Err... sí. ¿Sabes tú?- preguntó, frunciendo el ceño. Me crucé de brazos. -Oh. Perdón, no quería decir... eh, sí. Tengo. Espera, no tienes ni idea de como construir una casa, ¿eh?-
Me mantuve en silencio.
-Puedo hacer una copia de algunos planos, creo. Poner algunas instrucciones. Pero no gratis. En total, sumando los materiales, el transporte, y lo demás... diría que 400 aeros valdrían.- dijo, añadiendo una sonrisa al final.
Estaba casi seguro de que no había recibido clientes en mucho tiempo. Daba igual. Aquello se ajustaba bastante a lo que tenía pensado gastar, de todas formas. Saqué el monedero de mi bolsillo y lo desaté del cinturón. Casi me daba pena librarme del peso adicional.
-¡Un placer hacer negocios contigo!
Me había quedado pensando durante días después de ponernos un nombre. No tenía ni idea de como hacer aquello. Raramente le prestaba atención a las construcciones en Lunargenta. Estaba más interesado en destruir, de todas formas. Pero me veía en una situación algo más dificil. Al menos no estaba sólo.
Claro. Pero eso también significaba que mis acciones afectaban a otros. Suspiré. ¿Que era lo razonable? ¿Lo primero? ¿Lo básico? Materiales. Las opciones eran piedra o madera. Pero si construir en si era complicado, no podía imaginarme lo que debía ser utilizar piedra. Estabamos en un bosque. Madera.
Pero eso no significaba que pudiesemos obtenerla facilmente. Por supuesto, podiamos talar un árbol. O derribarlo. Pero luego iba a necesitar tablas. O como minimo, cortar los troncos. Las herramientas de Rakfyr eran útiles para tallar y cortes pequeños, pero no podía usarlas para darle forma a árboles enteros. Si no podía recolectar las cosas yo mismo... pagaría a otro. Tenía el dinero.
Y talar árboles sonaba muy aburrido de todas formas.
La gente del poblado me había dedicado miradas extrañas. No debían tener muchos visitantes, supuse. Al menos, visitantes que no fuesen en carrozas para comerciar. Ulmer no era la clase de sitio al que estaba acostumbrado. Era una aldea, si. Como la misma en la que me crié. Pero el olor era distinto. Había cierta tensión. Típico de los licántropos: entras en su territorio, y te hacen saber que es suyo sin palabras.
Daba igual. Era el lugar más cercano con algo parecido a civilización. Suspiré y entré en la tienda. Muebles. No era exactamente lo que buscaba, pero el propietario sabría donde encontrarlo. A diferencia del resto de su pueblo, el hombre de pelo largo mantuvo una sonrisa desde que me vio entrar.
-¡Bienvenido! ¿En qué puedo...?-
-Necesito madera.- le interrumpí. -Materiales. Estoy construyendo un lugar. Una casa.- el hombre no dejó de mirarme a los ojos. Se quedó pensativo unos segundos, y asintió lentamente.
-Muy... bien. No es... exactamente lo que vendo, pero imagino que eso ya lo sabes. Aunque no eres el primero que se lo propone...- dijo, volviendo a su brillante sonrisa. -Roln es el que trata todo lo que me llega. Creo que podría encargarle algo. ¿Sabes donde va a estar?-
Me detuve un instante. ¿Era buena idea el llevar gente hasta ahí? Tensé la mandíbula. Parte del motivo por el que había elegido aquel claro era lo aislado que estaba. Sin embargo, asentí.
-¿Tienes apuntes? ¿Planos? ¿Notas?- pregunté. El hombre me miró, extrañado. -¿...sabes leer?-
-Err... sí. ¿Sabes tú?- preguntó, frunciendo el ceño. Me crucé de brazos. -Oh. Perdón, no quería decir... eh, sí. Tengo. Espera, no tienes ni idea de como construir una casa, ¿eh?-
Me mantuve en silencio.
-Puedo hacer una copia de algunos planos, creo. Poner algunas instrucciones. Pero no gratis. En total, sumando los materiales, el transporte, y lo demás... diría que 400 aeros valdrían.- dijo, añadiendo una sonrisa al final.
Estaba casi seguro de que no había recibido clientes en mucho tiempo. Daba igual. Aquello se ajustaba bastante a lo que tenía pensado gastar, de todas formas. Saqué el monedero de mi bolsillo y lo desaté del cinturón. Casi me daba pena librarme del peso adicional.
-¡Un placer hacer negocios contigo!
OBJETO | AEROS |
Casa común | 400 |
TOTAL | 400 |
Asher Daregan
Aerandiano de honor
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Re: MERCADO de Aerandir
Chimar suele depender de su intelecto científico para sobrevivir a situaciones complicadas, ser inventor trae consigo muchas posibilidades… y uno que otro explosivo curioso. Sin embargo incluso él debe admitir que lo simple puede salvar incluso al más inteligente, nunca lo dirá abiertamente pero está presente en su mente.
En esta visita al mercado Maquiavelo avanza a un área nunca antes visitada, cierto lugar que menosprecio en el pasado. Quiere encantar varios objetos para mejor desempeño, el colmo de cualquier intelectual humano. Por suerte ningún conocido está cerca y se cubre bastante bien su identidad con la capa negra multibolsillos.
¡Pero si es chimar Maquiavelo, el chico de la esfera!
Pero que rayos…
Gastar una fortuna no es bueno para el secretismo, claramente media ciudad ya debe conocer su nombre… o al menos sus activos. Una cosa esta clara, esta compra planea ser más modesta que la anterior. Es un chico listo, laborioso y hábil con las manos pero no tiene lazos con la nobleza mejor acomodada.
Revisa la sección de encantamientos debidamente explicados en un libro amarillo polvoriento, es bastante obvio que nadie pasa sus páginas en mucho tiempo. Encuentra un par de cosillas que le vendrían bien, lo cierto es que se sorprende bastante por los efectos raros y no logra evitar relacionarlos con algunas ideas técnicas que revolotean en su cabeza.
Se decide por encantar su armadura de combate ligera y el arma secundaria, la ballesta automática continuara siendo el artículo batallador principal pues es insuperable. Le suelta su decisión al tendero arcano quien parece no poder contener la emoción, Chimar debe ser lo más cercano a una celebridad que puede permitirse el curioso personaje.
Lleva los objetos a encantar con el mismo animo a la parte trasera de su tienda, allí tienen lugar una serie de ruidos raros y poco naturales que hacen dudar al niño sobre la integridad de sus cosas. Por suerte todo termina rápido y el adulto aparece cargando ambos artículos, se encuentran intactos.
Maquiavelo recibe la mercancía y pasa a inspeccionarla, puede jurar que ahora brilla un poco. Pasa a probársela y de inmediato es capaz de decir con propiedad que también se siente rara, todo indica algo extraño tiene. Hace unas pruebas adicionales para ver si no lo están estafando, dos minutos después queda satisfecho.
Sonríe y afloja la bolsa de aeros, una cantidad minina en comparación a su última compra. Cuando inicia la retirada es detenido por el mismo mercader, tiene un propuesta un tanto rara… quiere un autógrafo para exhibirlo y de esa forma poder decir que atiende clientes importantes llenos de dinero.
Las cosas que debo hacer… bien, ¿donde firmo?
En esta visita al mercado Maquiavelo avanza a un área nunca antes visitada, cierto lugar que menosprecio en el pasado. Quiere encantar varios objetos para mejor desempeño, el colmo de cualquier intelectual humano. Por suerte ningún conocido está cerca y se cubre bastante bien su identidad con la capa negra multibolsillos.
¡Pero si es chimar Maquiavelo, el chico de la esfera!
Pero que rayos…
Gastar una fortuna no es bueno para el secretismo, claramente media ciudad ya debe conocer su nombre… o al menos sus activos. Una cosa esta clara, esta compra planea ser más modesta que la anterior. Es un chico listo, laborioso y hábil con las manos pero no tiene lazos con la nobleza mejor acomodada.
Revisa la sección de encantamientos debidamente explicados en un libro amarillo polvoriento, es bastante obvio que nadie pasa sus páginas en mucho tiempo. Encuentra un par de cosillas que le vendrían bien, lo cierto es que se sorprende bastante por los efectos raros y no logra evitar relacionarlos con algunas ideas técnicas que revolotean en su cabeza.
Se decide por encantar su armadura de combate ligera y el arma secundaria, la ballesta automática continuara siendo el artículo batallador principal pues es insuperable. Le suelta su decisión al tendero arcano quien parece no poder contener la emoción, Chimar debe ser lo más cercano a una celebridad que puede permitirse el curioso personaje.
Lleva los objetos a encantar con el mismo animo a la parte trasera de su tienda, allí tienen lugar una serie de ruidos raros y poco naturales que hacen dudar al niño sobre la integridad de sus cosas. Por suerte todo termina rápido y el adulto aparece cargando ambos artículos, se encuentran intactos.
Maquiavelo recibe la mercancía y pasa a inspeccionarla, puede jurar que ahora brilla un poco. Pasa a probársela y de inmediato es capaz de decir con propiedad que también se siente rara, todo indica algo extraño tiene. Hace unas pruebas adicionales para ver si no lo están estafando, dos minutos después queda satisfecho.
Sonríe y afloja la bolsa de aeros, una cantidad minina en comparación a su última compra. Cuando inicia la retirada es detenido por el mismo mercader, tiene un propuesta un tanto rara… quiere un autógrafo para exhibirlo y de esa forma poder decir que atiende clientes importantes llenos de dinero.
Las cosas que debo hacer… bien, ¿donde firmo?
OBJETO | AEROS |
Cascada de Fortaleza | 240 |
Cascada Vampírica | 300 |
TOTAL | 540 |
Invitado
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Re: MERCADO de Aerandir
ACTUALIZADO
Se han descontado los aeros de sus perfiles. No olviden registrar los en sus lista de tareas y las armas en el nuevo Registro de armas y armaduras.
Además de eso, según las nuevas normas, se ha sumado 1 punto de experiencia por uso del mercado a sus perfiles.
Además de eso, según las nuevas normas, se ha sumado 1 punto de experiencia por uso del mercado a sus perfiles.
Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
- Que contrariedad...- dijo Tom.
-¿Que ha pasado? - no hizo falta que el hombre me respondiera. Cuando pude fijarme pude ver como los cimientos de lo que había sido nuestra casa estaban esparramados por el suelo. -¿¡C-c-cómo!?
-Creo que ha tenido una larga vida... La dureza de la pandemia y mi continuo trabajo han acabado con ella. - me miró encogiéndose de hombros. -En verdad no estaba preparada para ser una herrería, y menos mi herrería.
-Bueno pero... aún así... Me gustaba. Era acogedora...
Miré las ruinas de aquella casa de madera. No había quedado nada. Puede que lo único que pudieran hacer era salvar algunos elementos de la forja.
-¿Y si la reconstruimos? Puede que no nos podamos permitir muchos lujos, por no decir ninguno, pero al menos podríamos asegurarnos de que los cimientos estén preparados para cobijar una herrería.- apreté los puños y sonreí intentando sujetarme a aquella fugaz esperanza.
Mmmm....- Tom miró también hacía las runas mientras se rascaba la barbilla. -Es una posibilidad, pero creo que no tenemos el dinero suficiente para hacerlo. - se encogió de hombros. - Supongo que es el destino de los emprendedores pobres.
-Emm...- murmuré. -Yo puede que tenga algo ahorrado.
Tom arqueó una ceja.
- ¿Dos centenas de aeros?
-Es muy probable que si...- una sonrisa comenzó a asomarse en mi rostro.
Tom arqueó la otra ceja mientras su boca fue quedandose gradualmente más abierta que nunca.
- ¡JA! ¡Eres una caja de sorpresas chico!- me revolvió el pelo con su característica efusividad que me provocaba alegría y mareos al mismo tiempo.
Sin perder un segundo fuimos al protoayuntamiento de Ulmer para realizar el encargo. Al final todo nos siguió costando 200 aeros, pero gracias a que el solar ya era propiedad de Tom, pudimos destinar parte de ese ahorro a realizar pequeñas reformas estructurales para que esta vez el edificio pudiera soportar sin problemas el ejercicio productivo de la herrería.
Unas cuantas semanas después, nuestra nueva casa ya estaba completada. Seguía siendo tan adusta y pequeña como la anterior, pero al menos ya estaba preparada para lo que en ella se iba a realizar, a la par que estaba preparada para llevar a cabo futuras reformas. Me daba igual que estuviera alejada de los principales núcleos importantes de Ulmer, que aún no contaba con muchos, aquel lugar ya era para mi especial.
_________________________________________________________________________________________________________-¿Que ha pasado? - no hizo falta que el hombre me respondiera. Cuando pude fijarme pude ver como los cimientos de lo que había sido nuestra casa estaban esparramados por el suelo. -¿¡C-c-cómo!?
-Creo que ha tenido una larga vida... La dureza de la pandemia y mi continuo trabajo han acabado con ella. - me miró encogiéndose de hombros. -En verdad no estaba preparada para ser una herrería, y menos mi herrería.
-Bueno pero... aún así... Me gustaba. Era acogedora...
Miré las ruinas de aquella casa de madera. No había quedado nada. Puede que lo único que pudieran hacer era salvar algunos elementos de la forja.
-¿Y si la reconstruimos? Puede que no nos podamos permitir muchos lujos, por no decir ninguno, pero al menos podríamos asegurarnos de que los cimientos estén preparados para cobijar una herrería.- apreté los puños y sonreí intentando sujetarme a aquella fugaz esperanza.
Mmmm....- Tom miró también hacía las runas mientras se rascaba la barbilla. -Es una posibilidad, pero creo que no tenemos el dinero suficiente para hacerlo. - se encogió de hombros. - Supongo que es el destino de los emprendedores pobres.
-Emm...- murmuré. -Yo puede que tenga algo ahorrado.
Tom arqueó una ceja.
- ¿Dos centenas de aeros?
-Es muy probable que si...- una sonrisa comenzó a asomarse en mi rostro.
Tom arqueó la otra ceja mientras su boca fue quedandose gradualmente más abierta que nunca.
- ¡JA! ¡Eres una caja de sorpresas chico!- me revolvió el pelo con su característica efusividad que me provocaba alegría y mareos al mismo tiempo.
Sin perder un segundo fuimos al protoayuntamiento de Ulmer para realizar el encargo. Al final todo nos siguió costando 200 aeros, pero gracias a que el solar ya era propiedad de Tom, pudimos destinar parte de ese ahorro a realizar pequeñas reformas estructurales para que esta vez el edificio pudiera soportar sin problemas el ejercicio productivo de la herrería.
Unas cuantas semanas después, nuestra nueva casa ya estaba completada. Seguía siendo tan adusta y pequeña como la anterior, pero al menos ya estaba preparada para lo que en ella se iba a realizar, a la par que estaba preparada para llevar a cabo futuras reformas. Me daba igual que estuviera alejada de los principales núcleos importantes de Ulmer, que aún no contaba con muchos, aquel lugar ya era para mi especial.
OBJETO | AEROS |
Casa pobre | 200 |
TOTAL | 200 |
Ircan
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Re: MERCADO de Aerandir
ACTUALIZADO
Se han descontado los aeros de tu perfil. No olvides registrar la casa en tu lista de tareas.
Además de eso, según las nuevas normas, se ha sumado 1 punto de experiencia por uso del mercado a tu perfil.
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Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
Con el espectáculo de un atardecer pisándome las botas dejé atrás la comodidad del bosque, pues al fin y al cabo, más allá del terreno espeso aún debo atender fines privados. La sombra alargada y fémina que persigue mi silueta resulta conocida, como para no serlo si somos la misma elfa, el respirar profundo que compartimos y el ancla que nos une no se trata de lo más insignificante del mundo, pero a su vez, tampoco irremplazable. Si bien no soy de transitar poblados o puestos aglomerados de estafadores o borrachos, el celuloide que cala por dentro y la tirantez del cuero ya viejuno debe ser restaurado. Frágil ante ya el pasado invierno y raída por las continuas batallas, la vestimenta que porto no sirve ni para retirar el polvo de las ventanas.
La temperatura de mi boca va humectando el camino para combatir el sentido frío, el desequilibrio de ambas piernas y vertir en el dichoso pasear la propia soberbia, bebe de mis venas y por supuesto, no muestra debilidad aún cuando los huesos me chirrían. La madre que me parió, con lo rápido que sería echarse una carrera hasta el puesto más cercano, asolarlo a base de miradas inquisitorias y arrebatarles lo necesario, cuestión de segundos. No obstante y con la cabeza alta, el estándar no me abandona y mucho menos el contornear de caderas, la mayoría como no, contemplan con el rabillo del ojo a la morena de ropajes rasgados, esa que se acerca, cual fiera hambrienta y devoción hacia la resistencia.
El comercio elegido fue uno a conciencia, era cerrado y en su interior se preveía calor, quizá de una fogata o de algún que otro candelabro. La dueña canta en su dialecto lo que vendría siendo la típica bienvenida, baja los brazos e intenta alisar las arrugas provenientes de su atavío. ─ ¡P-p-por fin! ¡Es t-t-todo un placer! Mi nombre es Ata-ta-talanta. ¿En qu-u-ué puedo servirle? ─ Con las cuencas bien abiertas analizo su tartamudeo, el cabello cobre y ondulado que desciende cual cascada ilusoria por los hombros de la muchacha, qué desperdicio. ─ Estáte callada, a ser posible sentada y quieta y yo misma me serviré, humana. ─ No hay mucho donde mirar pero sí bastante diversidad.
Por un lateral se divisan todo tipo de vestidos, algunos largos, otros más cortos pero en general, de buena calidad y llamativos. Todos lejanos a lo que vengo buscando, sin embargo, finalizo tocando algunos cual tortura que inunda mis adentros. Solía llevarlos, pero como no, todo quedó en un borroso pasado. En el área contraria gritan mi nombre las armaduras, son muy pesadas y lo que yo necesito es un cuero resistente. ─ Tan s-s-solo comparta conmigo qu-u-ué anda buscando. ¿Un vest-t-tido de gala? ¿R-r-ropa de hogar? ¿Es ust-ted una sirvienta? También t-t-tengo de esos. ─ Atrevida como ninguna la acorralé en contra de una pared, sedienta por soltar improperios y acabar de acojonarla.
─ Busco algo ligero, pero resistente, que no se atraviese con facilidad y me permita tener una fantástica movilidad. A esta sirvienta le gusta lo duro, ya sabes. ─ Toleré un ligero silencio antes de entreabrir nuevamente los labios. ─ Persecuciones, cacerías, ─ y en su oído aflojé la respiración, susurrándole a continuación. ─ Asesinatos, ¿tienes o no? ─ La criatura blanca cual alabastro parpadeó ante cualquier improvisto, incluso sonrió mientras se escabullía bajo uno de mis brazos. ─ ¡S-s-sí! ─ El deje de mano que mostró solo significaba una cosa, que la siguiese con total entusiasmo por lo visto. Abrió la puerta trasera y ahora sí, alcé ambas comisuras y le revolví el cabello como premio.
Ni permiso ni chorradas, fuera botas, pantalones y hasta la camisa ceñida. Como me trajeron al mundo me planté en medio de la sala, la dueña chilló incrédula y con esa inocencia que no me esperaba se tapó los luceros. ─ R-r-rayos, rayos, rayos. ─ Y relámpagos. No tardé en encontrar un bonito corsé ajustado de una calidad increíble, parte de abajo, unas medias duras acompañadas de un bajo tacón, oh sí. Guantes y un cubriente que sobresale por los hombros. ─ ¿Y bien? ─ Nuevos atavíos, buen humor, tanto que la impulso a que me halague o quien sabe, quizá diga que no le guste. ─ Sexy. ─ Y asiente. ─ No sabía que las elfas fueran tan impulsivas, aunque me puedo esperar de todo en esta dichosa aldea.
¿Y donde se ha dejado esta el tartamudeo? Solté una carcajada, lo que decía al principio, mentirosos y truhánes. ─ P-p-precio. ─ La imité yo esta vez por gozo personal, le dio importancia sin siquiera abrir la boca, su cuerpo se encogió de manera rápida mientras pensaba. ─ Hmm, que sean 430 aeros. ─ Antes de salir y dejarle la ropa antigua tirada por los tablones del suelo me coloco las armas y demás menesteres por el torso. ─ 360 y no te toco ni a ti, ni a tu impecable tienda. ─ La humana retuerce el gesto y bufa exasperada. ─ ¡N-n-no por favor! S-solo soy una pobre v-v-víctima. ─ En frente por fin del mostrador alzo una de las cejas, ladeando una de las comisuras. ─ Pobrecita, si aún no sabes lo que es ser una. ─ Uno de sus mechones acabó entre mis dedos, le dí forma y la contemplé de cerca. Podría haberle dado el leñazo de su vida, dejarla inconsciente y ahorrarme los aeros, a estas alturas no es que el remordimiento vaya a ser mella.
Por última vez le advertí con la mirada café que me caracteriza, le dejé los 360 sobre la repisa y sin más que discutir, la joven se conformó. ─ Vamos, vete de aquí. ─ Y eso hice, no hizo falta que lo repitiese para ya estar fuera del comercio rodeada de una esplendida aura, nuevos ropajes, aumento de supremacía.
La temperatura de mi boca va humectando el camino para combatir el sentido frío, el desequilibrio de ambas piernas y vertir en el dichoso pasear la propia soberbia, bebe de mis venas y por supuesto, no muestra debilidad aún cuando los huesos me chirrían. La madre que me parió, con lo rápido que sería echarse una carrera hasta el puesto más cercano, asolarlo a base de miradas inquisitorias y arrebatarles lo necesario, cuestión de segundos. No obstante y con la cabeza alta, el estándar no me abandona y mucho menos el contornear de caderas, la mayoría como no, contemplan con el rabillo del ojo a la morena de ropajes rasgados, esa que se acerca, cual fiera hambrienta y devoción hacia la resistencia.
El comercio elegido fue uno a conciencia, era cerrado y en su interior se preveía calor, quizá de una fogata o de algún que otro candelabro. La dueña canta en su dialecto lo que vendría siendo la típica bienvenida, baja los brazos e intenta alisar las arrugas provenientes de su atavío. ─ ¡P-p-por fin! ¡Es t-t-todo un placer! Mi nombre es Ata-ta-talanta. ¿En qu-u-ué puedo servirle? ─ Con las cuencas bien abiertas analizo su tartamudeo, el cabello cobre y ondulado que desciende cual cascada ilusoria por los hombros de la muchacha, qué desperdicio. ─ Estáte callada, a ser posible sentada y quieta y yo misma me serviré, humana. ─ No hay mucho donde mirar pero sí bastante diversidad.
Por un lateral se divisan todo tipo de vestidos, algunos largos, otros más cortos pero en general, de buena calidad y llamativos. Todos lejanos a lo que vengo buscando, sin embargo, finalizo tocando algunos cual tortura que inunda mis adentros. Solía llevarlos, pero como no, todo quedó en un borroso pasado. En el área contraria gritan mi nombre las armaduras, son muy pesadas y lo que yo necesito es un cuero resistente. ─ Tan s-s-solo comparta conmigo qu-u-ué anda buscando. ¿Un vest-t-tido de gala? ¿R-r-ropa de hogar? ¿Es ust-ted una sirvienta? También t-t-tengo de esos. ─ Atrevida como ninguna la acorralé en contra de una pared, sedienta por soltar improperios y acabar de acojonarla.
─ Busco algo ligero, pero resistente, que no se atraviese con facilidad y me permita tener una fantástica movilidad. A esta sirvienta le gusta lo duro, ya sabes. ─ Toleré un ligero silencio antes de entreabrir nuevamente los labios. ─ Persecuciones, cacerías, ─ y en su oído aflojé la respiración, susurrándole a continuación. ─ Asesinatos, ¿tienes o no? ─ La criatura blanca cual alabastro parpadeó ante cualquier improvisto, incluso sonrió mientras se escabullía bajo uno de mis brazos. ─ ¡S-s-sí! ─ El deje de mano que mostró solo significaba una cosa, que la siguiese con total entusiasmo por lo visto. Abrió la puerta trasera y ahora sí, alcé ambas comisuras y le revolví el cabello como premio.
Ni permiso ni chorradas, fuera botas, pantalones y hasta la camisa ceñida. Como me trajeron al mundo me planté en medio de la sala, la dueña chilló incrédula y con esa inocencia que no me esperaba se tapó los luceros. ─ R-r-rayos, rayos, rayos. ─ Y relámpagos. No tardé en encontrar un bonito corsé ajustado de una calidad increíble, parte de abajo, unas medias duras acompañadas de un bajo tacón, oh sí. Guantes y un cubriente que sobresale por los hombros. ─ ¿Y bien? ─ Nuevos atavíos, buen humor, tanto que la impulso a que me halague o quien sabe, quizá diga que no le guste. ─ Sexy. ─ Y asiente. ─ No sabía que las elfas fueran tan impulsivas, aunque me puedo esperar de todo en esta dichosa aldea.
¿Y donde se ha dejado esta el tartamudeo? Solté una carcajada, lo que decía al principio, mentirosos y truhánes. ─ P-p-precio. ─ La imité yo esta vez por gozo personal, le dio importancia sin siquiera abrir la boca, su cuerpo se encogió de manera rápida mientras pensaba. ─ Hmm, que sean 430 aeros. ─ Antes de salir y dejarle la ropa antigua tirada por los tablones del suelo me coloco las armas y demás menesteres por el torso. ─ 360 y no te toco ni a ti, ni a tu impecable tienda. ─ La humana retuerce el gesto y bufa exasperada. ─ ¡N-n-no por favor! S-solo soy una pobre v-v-víctima. ─ En frente por fin del mostrador alzo una de las cejas, ladeando una de las comisuras. ─ Pobrecita, si aún no sabes lo que es ser una. ─ Uno de sus mechones acabó entre mis dedos, le dí forma y la contemplé de cerca. Podría haberle dado el leñazo de su vida, dejarla inconsciente y ahorrarme los aeros, a estas alturas no es que el remordimiento vaya a ser mella.
Por última vez le advertí con la mirada café que me caracteriza, le dejé los 360 sobre la repisa y sin más que discutir, la joven se conformó. ─ Vamos, vete de aquí. ─ Y eso hice, no hizo falta que lo repitiese para ya estar fuera del comercio rodeada de una esplendida aura, nuevos ropajes, aumento de supremacía.
OBJETO | AEROS |
Armadura Ligera superior | 360 |
TOTAL | 360 |
Eretria Noorgard
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Re: MERCADO de Aerandir
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Se han descontado los aeros de tu perfil. No olvides registrar el objeto en tu lista de tareas.
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Ansur
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Re: MERCADO de Aerandir
–Es hora de partir, ellos partieron hace muy poco –comentó una mujer, sabía a quién se refería, y simplemente asintió. Pero la más pequeña fue hacia ella y se abrazó a sus piernas, de forma tierna. El más anciano también se acercó, con algo alargado entre sus manos.
–Es el arco que usaste, con el que nos salvaste. Estaba valorado en 160 aeros cuando lo compró, lo sé, es algo antiguo pero… Por favor, quédatelo, queremos agradecer lo que hiciste por todos nosotros.
La elfa los miró, sin saber qué decir. Había usado ese arco en un momento puntual, no sabía ni de quién era, sólo lo había visto tirado en el suelo y ya, pero seguramente hubiese pertenecido a alguien que había muerto en el ataque del brujo. El elfo trataba de darle valor, pero no era un arco tan hermoso como el que ella tuvo, aun así, lo aceptó, a pesar de las reticencias que tenía. No quería quedarse con alguien de otra persona, no así, como un regalo. Trató de negociar el pago, incluso, pero no quisieron. Se sentían demasiado agradecidos para ello.
Helyare miró a la pequeña, que aún seguía abrazada a ella, y se agachó un poco para quedar a su altura –¿sabes? Los mayores no lo aceptan, pero es justo que yo pague por ese arco. ¿Qué te parecería si tú guardas estas monedas para ayudar al clan? –le susurró al oído, mientras tendía unas cuantas moneditas en las pequeñas manos de la niña rubia. Técnicamente estaba comprando el arco, no quería que le dieran más cosas, aparte de la hospitalidad le habían regalado demasiado para quien realmente era ella. La trataban como algún tipo de deidad y no. Ella no era nadie para eso. Ante la atónita mirada de los más mayores, ella pagó a la pequeña por el arco, no quería irse de allí con otro favor más. La niña fue corriendo hacia el elfo más mayor y le tendió el dinero, mientras Helyare se levantaba, tratando de reflejar en su mirada que no aceptaría un no por respuesta.
–Pero… esto…
–He dicho que pagaría el arco. Tómalo como un pago por la gran ayuda que me estáis dando para mi viaje. Es un pequeño pago. No habría monedas para pagar todo lo que me habéis dado.
Sin mediar palabra se giró, buscó todas sus cosas –que no eran muchas –y emprendió el viaje.
–Es el arco que usaste, con el que nos salvaste. Estaba valorado en 160 aeros cuando lo compró, lo sé, es algo antiguo pero… Por favor, quédatelo, queremos agradecer lo que hiciste por todos nosotros.
La elfa los miró, sin saber qué decir. Había usado ese arco en un momento puntual, no sabía ni de quién era, sólo lo había visto tirado en el suelo y ya, pero seguramente hubiese pertenecido a alguien que había muerto en el ataque del brujo. El elfo trataba de darle valor, pero no era un arco tan hermoso como el que ella tuvo, aun así, lo aceptó, a pesar de las reticencias que tenía. No quería quedarse con alguien de otra persona, no así, como un regalo. Trató de negociar el pago, incluso, pero no quisieron. Se sentían demasiado agradecidos para ello.
Helyare miró a la pequeña, que aún seguía abrazada a ella, y se agachó un poco para quedar a su altura –¿sabes? Los mayores no lo aceptan, pero es justo que yo pague por ese arco. ¿Qué te parecería si tú guardas estas monedas para ayudar al clan? –le susurró al oído, mientras tendía unas cuantas moneditas en las pequeñas manos de la niña rubia. Técnicamente estaba comprando el arco, no quería que le dieran más cosas, aparte de la hospitalidad le habían regalado demasiado para quien realmente era ella. La trataban como algún tipo de deidad y no. Ella no era nadie para eso. Ante la atónita mirada de los más mayores, ella pagó a la pequeña por el arco, no quería irse de allí con otro favor más. La niña fue corriendo hacia el elfo más mayor y le tendió el dinero, mientras Helyare se levantaba, tratando de reflejar en su mirada que no aceptaría un no por respuesta.
–Pero… esto…
–He dicho que pagaría el arco. Tómalo como un pago por la gran ayuda que me estáis dando para mi viaje. Es un pequeño pago. No habría monedas para pagar todo lo que me habéis dado.
Sin mediar palabra se giró, buscó todas sus cosas –que no eran muchas –y emprendió el viaje.
OBJETO | AEROS |
Arco normal | 160 |
TOTAL | 160 |
Helyare
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Re: MERCADO de Aerandir
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Ansur
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