Las noches que quedan hasta llegar a Lunargenta [Privado]
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Las noches que quedan hasta llegar a Lunargenta [Privado]
Noche 2
El descanso en el caserío había sido reparador para la elfa, quien llevaba tiempo si pegar ojo. Tal vez el cansancio la venció totalmente, o el estrés que había sufrido el día anterior cuando se había topado con los miembros de su antiguo clan. Con solo acordarse de ellos sentía que le arrancaban un pedazo de ella. Pero eso nadie lo sabía. Su silencio callaba las ganas de gritar que tenía. Parecía vivir en una burbuja a la que nadie podía acceder, protegida por una coraza infranqueable que ayer había mellado sutilmente. Y el elfo era quien había pagado los platos rotos, aunque no le importaba. Sabía lo explosiva que era su amiga. Pero el tampoco conocía el sufrimiento de la joven. Sólo veía a alguien callado y malhumorado, alguien que no era la Kaeltha a quien conoció, ella tan risueña, decidida y con un don de liderazgo que ahora mismo no tenía.
Los días eran largos, los pasaban en silencio. Al menos, Helyare. El elfo rubio hablaba un poco con Ingela, aunque tampoco mucho. Preguntaba alguna que otra cosa y las conversaciones con su amiga no sumaban las cinco palabras entre los dos. La frase más larga que se dijeron los dos elfos fue referente a la ruta, aunque Helyare no respondió. Un gesto de su cabeza fue suficiente para reafirmar lo que dijo Aran. ¡Menos mal que la dragona llevaba hidromiel! Porque con esos compañeros de viaje iba a hacerle mucha falta.
Cayó la noche y, como siempre, Helyare se ofreció a vigilar. Sentada en una roca que estaba entre la arena se quedó escuchando el mar. Apoyó los codos en sus piernas y permaneció ahí durante unas horas, absorta en el sonido que inundaba su mente e impedía que pensase… demasiado. Aun así no podía evitar dar vueltas a la cabeza sobre su situación, sobre qué tendría que hacer si encontraba a Arzhak, sobre su viaje… Todo pintaba negro para ella y no sabía cómo aclararlo.
La voz del elfo la distrajo de sus pensamientos y, en parte, lo agradecía. –Cambio de turno. –Lo miró durante unos segundos y luego negó con la cabeza.
–Puedo seguir yo, no tengo sueño. –Insistió ella.
–Sabes que es mejor descansar un poco. Ayer te desmayaste a causa del cansancio.
–¿Y a ti desde cuándo te importa? –Preguntó la elfa de mala gana, como reprochando el comportamiento que había tenido hacía un par de días.
–¿Desde cuándo has dejado de importarme? –Aquello les dolió a ambos, pero el orgullo hablaba por ellos y no iban a flaquear ante el otro. Se hizo el silencio. Helyare iba a responder a eso con otro reproche pero, ¿qué le podía decir? ¿Qué la había tratado mal? Mejor que otros, sin duda, la había tratado, aun a riesgo de su propio status, se mantenía al margen y siempre impasible. Eso era lo que más dolía a la elfa, verlo tan cercano pero a la vez tan lejos. Y sin embargo, esa era la única forma que tenía Aranarth de mantener la cabeza pegada a su cuerpo. Ambos sabían lo mucho que habían cambiado las cosas para ellos y conocían lo importantísimas que eran las apariencias y su modo de actuar. Si él hubiera estado así, sentado junto a ella en la playa, cuando se encontraron, probablemente aún estaría justificando su acto delante de los líderes del clan. Tal y como había tenido que defenderse de la agresión a Rhiak en Claro.
–Desde que no pertenezco a los Eytherzair. –Prosiguió Helyare después de haber pensado un poco. No le estaba reprochando, sino, más bien, estableciendo el punto desde el que el elfo no debería preocuparse más por ella. Por mucho que le doliera, la elfa ya no pertenecía a ese grupo, lo había comprobado hacía dos días, lo había comprobado en Claro y, también, cuando fue expulsada. Pero se resistía a pensarlo y tener ahí a su amigo le daba una esperanza de que las cosas pudieran mejorar. Para él, tenerla a ella cerca también le daba esperanzas, pues pensó que la había perdido después de varias separaciones. Estar juntos arrojaba luz para ambos elfos, les proveía de la esperanza que les faltaba por sus pérdidas. Y siempre habían estado muy, muy bien juntos. Pero también era doloroso tener a alguien a quien le habías brindado tanta admiración y no poder, siquiera, darle un abrazo. Suponía un peso adicional a las apariencias que debían guardar. Y no por el que dijera Ingela, su opinión no era relevante. Sino porque estarían defraudando todo lo que aprendían desde pequeños, todos sus valores, por lo que luchaban. Ahora mismo, pese a haber crecido juntos, eran desconocidos. Y Helyare había marcado esa línea con su última respuesta.
–Es difícil. –La elfa asintió. –Pero tienes razón, lo único que debe importar es sólo nuestra búsqueda.
–Tu búsqueda. –Remarcó el “tu”. Si bien, Helyare también iba a buscar a su antiguo prometido, ella no podría regresar junto a él, ni él volvería a estar con ella si quería respetar el marcado status que tenían.
Aranarth suspiró, mirando al mar. Sabía que aunque recuperase a su hermano, perdería a su amiga. Y ahora era al revés. Parecía que los dioses estaban poniéndolo a prueba, arrebatándole a una de las personas que más amaba a cambio de la otra a quien también quería con todo su ser. Helyare se levantó de la roca, se sacudió el pantalón y comenzó a caminar, descalza, en la orilla de la playa, dejando que las olas tocasen sus pies. No quería hablar más, no de Arzhak. Extrañaba a diario a ese elfo con quien había compartido parte de su vida. Y sabía que, a pesar de encontrarlo, no volvería a disfrutar de su compañía, al igual que tampoco de la de Aran, por quien también sentía una ferviente admiración. En su posición social no tenía derecho a nada. Simplemente a vagar hasta el fin de sus días.
Él la miró desde su posición, sin decir nada más. En esos momentos veía a su amiga derrotada, sin ganas de buscar a la persona con quien había estado, a su propio hermano. Desanimada, abatida… Le dieron ganas de levantarse y brindar un abrazo a quien había sido su mejor amiga, pero estaban aún demasiado cerca del bosque como para acercarse, y la posición que él tenía y lo que representaba su uniforme impedía cualquier tipo de afectividad con alguien que había defraudado y pisoteado el orgullo de su clan. Simplemente la dejó a su aire hasta que el alba despuntase.
Helyare
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Re: Las noches que quedan hasta llegar a Lunargenta [Privado]
Noche 3
Los días no cambiaban mucho. ¿Cómo era posible que la dragona fuese capaz de aguantar a los elfos? Era un misterio que solo los dioses sabían, pues tanto Helyare como Aranarth hablaban lo justo y necesario. Y aún quedaban diez días más hasta llegar a Lunargenta.
De nuevo caía la noche y la elfa se había ofrecido a vigilar, aunque esta vez se quedó dormida en una hora. El guerrero se levantó, no había dormido porque sabía que su amiga caería presa del sueño, la había visto débil otra vez y no dudaría mucho despierta por más que se empeñase en vigilar. Así que la cogió en brazos y la tumbó en la arena, colocando la mochila en su cabeza a poco de almohada. Él se quedó sentado a su lado, mirando al mar. Tenía la sensación de que en cuanto pudiera, su amiga se largaría y, pese a que ya no podrían siquiera verse, él se negaba a perderla. Ambos sentían cierta preocupación por el otro pero sólo parecía aflorar cuando nadie los veía. De cara a ojos ajenos apenas se hablaban, y si lo hacían era en un tono seco.
Helyare se encogió. Estaba visiblemente alterada y musitaba frases inentendibles. Estaba teniendo otra pesadilla de las que habitualmente ocupaban su mente todas las noches. Se veía a sí misma, de nuevo, en Sarniâr, de rodillas, mientras la sangre caía por su cara hasta la hierba. Sus manos temblaban a causa del dolor, y apretaba los rastrojos entre sus dedos. Si alzaba la mirada veía el tono verde de las armaduras de los soldados, rodeándola. El cáno del grupo estaba frente a ella, podía ver la risa envenenada de Rhiak, aún se acordaba de sus palabras cuando dictó la condena. Ella no lo sabía, pues estaba durmiendo, pero las lágrimas caían por sus mejillas mientras se encogía más aún sobre la arena. –Nunca os traicionaría. –Murmuró entre sollozos. –No puedo separarme de mi hermana.
Todas las noches su mente se llenaba de recuerdos demasiado vividos en forma de pesadillas que no la dejaban dormir apenas. Hasta el punto de darle miedo quedarse dormida, pues sabía que al cerrar los ojos vería otras cosas distintas que quería evitar. Abrió los ojos de golpe, respiraba de forma entrecortada y notaba su rostro húmedo. Los ojos azules del elfo se clavaron en ella. –¿Estás bien? –Preguntaba por disimular, pero él sabía de sobra que no lo estaba. No quería entrometerse e intentar que hablase de algo que, claramente, no estaba preparada para afrontar, y menos viniendo de él.
–Sí. –Respondió Helyare, tratando de retomar el habitual tono que tenía para con él, ahogando las ganas de lanzarse sobre el elfo y apretarle entre sus brazos en busca de cualquier tipo de apoyo. Pero sabía de sobra que no podía contar con él, no ahora. Y él pensaba que tampoco podía ayudarla demasiado, así que ambos se quedaron ahí, quietos, sin hacer nada.
La elfa se incorporó, quedando sentada al lado del rubio, mirando al frente. Cerca de ellos descansaba la dragona, ajena a todo. Ella sí que parecía no preocuparse por nada, su felicidad habitual era un misterio para ambos. Aunque su modo de pensar les hacía ver que el enfoque vital de la muchacha del norte era un completo error. Había dejado su tierra para viajar, ¿en qué cabeza cabía eso?
–Veo que no puedes dormir, Kaeltha. –Comenzó a decir el elfo después de coger aire. Nunca se había encontrado con la situación de tener que tratar de forma tan distante a una amiga, a quien le había llamado “arael’sha”. Pero tampoco era capaz de fingir que nada pasaba.
–Ha sido un mal sueño, nada más. –Ella siempre a la defensiva.
–¿Sólo hoy? –Ella asintió, pero no la creía. –Sé que te ha sucedido más veces. No quieres dormir.
–¿Y? –Movió levemente la cabeza para mirar al guerrero.
–¿Cómo “y”?
–¿Qué esperas que haga? –El rostro de Helyare mostraba su enfado. Él no iba a entender lo que ella estaba viviendo. Hacía un tiempo había sido intocable y ahora…
–¿Por qué lo haces todo tan complicado? –Refunfuñó.
–¡Porque lo es! ¡Tú no has tenido que abandonar tu casa! –Él hizo un gesto para que bajase la voz, mirando a Ingela durante escasos segundos. –¡A ti no te echaron, ni tienes que ocultar tu rostro porque no estás marcado de por vida!
–¡Porque no he traicionado a mi clan! –Se levantó, enfadado y comenzó a andar por la orilla de la playa. No era consciente aún del efecto de sus palabras sobre ella. Helyare, por su parte, se quedó mirándolo, atónita. No esperaba que explícitamente Aranarth le dijera eso. Simplemente suspiró, sabía que todos lo pensaban y que no se iba a quitar la etiqueta de dhaerow nunca. Tantas veces se lo habían dicho ya que ella misma lo había interiorizado y se creía de verdad una traidora.
Helyare
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Re: Las noches que quedan hasta llegar a Lunargenta [Privado]
El carácter de ambos elfos era explosivo y tampoco sabían contener su lengua, así que a la mínima que alguno de los dos encendiera la mecha ocurría una gran explosión de mal humor. Eran muy cabezotas y orgullosos. Rara vez peleaban, la verdad es que se entendían a la perfección. Pero sus discusiones eran muy fuertes. Y esta no había llegado a serlo, Aranarth había decidido ir a caminar por la playa para calmarse. Era consciente de lo que había dicho y mientras andaba por la orilla se arrepentía contra sí mismo internamente por no haberse mordido la lengua. Helyare lo vio levantarse malhumorado y se quedó ahí durante unos segundos, asimilando sus palabras. Ambos lo sabían, pero soltarlo así de golpe ya era otro nivel.
Sí, ella sabía de sobra que era una traidora. Pero le dio tanta rabia que su amigo se lo dijera de esa forma que no dudó en levantarse e ir a buscarlo.
Tenía ganas de cruzarle la cara de un tortazo, se lo habría merecido de no ser porque una norma impedía que levantase su mano contra cualquiera que perteneciera al clan. Apretó los puños con tanta fuerza que se hacía daño, mientras avanzaba dando zancadas hacia donde se encontraba el rubio.
–¡Eh! –Trató de llamar su atención, muy enfadada. –¡Gracias por haber dicho en alto lo que ambos pensamos! ¡Soy una maldita traidora! ¡Lo sé! –Gritó, sin tener en cuenta que Ingela todavía descansaba. –¡Y tú no deberías caminar al lado de una!
Esas palabras hicieron que el elfo se girase, con gesto enfadado. Mientras, Helyare se acercó varios pasos más a él, que no se movía. –No grites, Ingela está...
–¡Me da igual! –Gruñó acercándose y propinándole un empujón, presa de la rabia. En esos momentos no pensaba en la dragona, al menos, no pensaba que pudiese despertarla. Para ella, ahora mismo, estaban Aranarth y ella. –¡A ella no parece importarle que yo haya traicionado a mi clan! ¡Aún me trata bien! –Esas palabras salieron con otro tono de voz diferente. Se estaba ahogando y cuanto más trataba de coger aire, más agua anegaba sus pulmones. Desde que se había ido del bosque, Aran siempre había sido quien estaba tirándole la cuerda para que consiguiese salir del pozo. Con ese comentario, la había recogido, dejando a Helyare sumida en la oscuridad, nadando sin rumbo, a contracorriente.
Pese a la gran impetuosidad que caracterizaba los comportamientos del elfo, esta vez se quedó parado, mirando cómo le volvía a caer otra gran tormenta como la de Claro, cuando se había encontrado con su amiga después de tanto tiempo. Sí, se había pasado. –Kael… –Sin dejar que acabase, ella se giró y empezó a caminar por donde había ido. Ahora era él quien trataba de seguir sus pasos, aunque sin acercarse demasiado, sólo la llamaba. –Kaeltha, espera.
Ella se detuvo, tal vez porque lo había pedido alguien que ahora estaba en el clan, o tal vez porque quería que la siguiera, que se disculpase. Ni siquiera se giró. El rubio se quedó a unos metros, callado, sin saber bien cómo arreglar lo que había dicho. Se había equivocado por no saber controlarse. En esos momentos desearía haber sido como su hermano y haber contenido sus palabras. Lo ideal hubiera sido que le pidiera perdón, pero su orgullo impedía que esas palabras salieran de su boca. Ella le había cabreado.
Y por su parte, Helyare creía que él era quien la había hecho enfadar. Suspiró, pasando sus brazos por su abdomen, abrazándose a sí misma a la orilla del mar. No sabía si había despertado o no a la dragona, pero no quería averiguarlo, pues supondría tener que dar más explicaciones. Y hacía un par de días había tenido que darlas y no le había gustado nada. Sí, apreciaba a la joven del norte, pero no quería verse expuesta de ese modo. A pesar de todo, Ingela no le había dicho nada más aparte de que intentara vivir su “nueva” vida. Inocente dragona… Cómo se notaba su juventud. El destino de Kaeltha ya estaba marcado hasta el día de su muerte, y que fuera pronta, en esos momentos, era el deseo de la elfa. Pero no iba a ser como el resto de desterrados, que se habían reunido con sus dioses nada más salir del bosque. ¿Por qué? Porque todavía quería ver a Arzhak por última vez, quería saber qué había pasado en su pueblo, quién o quiénes habían sido los desalmados que habían atacado a sus antiguos hermanos. Y, también, porque detrás de ella había un elfo a quien le procesaba gran cariño, quien en esos momentos se había colocado frente a ella con los brazos ligeramente extendidos.
Helyare alzó un poco la vista para cruzar su mirada con la del hombre. En ese momento sintió como el suelo se deshacía bajo sus pies, cómo había estado a punto de caer a otro pozo oscuro y sin fondo. Sentía cómo su cuerpo era débil, cómo sus rodillas se doblaban ante su peso, cómo su cabeza era incapaz de mantenerse recta. Sentía punzadas por todo su cuerpo. Quería abrazar al elfo, sentir la calidez que había sentido en Claro. Notarse rodeada por los brazos de alguien.
Pero no podía. Al cruzar sus miradas, ella negó levemente y luego desvió la vista hacia el bosque que estaba a su espalda. Aranarth hizo una mueca de disgusto y simplemente hizo un asentimiento con la cabeza. –Descansa. Yo me encargo de vigilar. Ve.
Sonó muy seco, no estaba enfadado porque Kaeltha hubiese rechazado su abrazo, sino porque él había sido estúpido por haberse permitido el dejarse llevar por las emociones. ¡No! Él era un guerrero. Era el káno del clan. No podía permitirse esos deslices, y menos con alguien del status de Kaeltha. Por más que le doliera no haber podido acercarse tanto. Tampoco había sido capaz de pedirle perdón.
Ella se despidió y fue junto a la dragona, que dormía plácidamente en el suelo. ¿Cómo era capaz de dormir durante toda la noche? Helyare se lo preguntaba cada vez que la veía caer en sueño profundo al instante. Eso desearía ella, caer dormida durante horas. Pero no, las pesadillas y el miedo eran quienes velaban por su sueño interrumpido.
Sí, ella sabía de sobra que era una traidora. Pero le dio tanta rabia que su amigo se lo dijera de esa forma que no dudó en levantarse e ir a buscarlo.
Tenía ganas de cruzarle la cara de un tortazo, se lo habría merecido de no ser porque una norma impedía que levantase su mano contra cualquiera que perteneciera al clan. Apretó los puños con tanta fuerza que se hacía daño, mientras avanzaba dando zancadas hacia donde se encontraba el rubio.
–¡Eh! –Trató de llamar su atención, muy enfadada. –¡Gracias por haber dicho en alto lo que ambos pensamos! ¡Soy una maldita traidora! ¡Lo sé! –Gritó, sin tener en cuenta que Ingela todavía descansaba. –¡Y tú no deberías caminar al lado de una!
Esas palabras hicieron que el elfo se girase, con gesto enfadado. Mientras, Helyare se acercó varios pasos más a él, que no se movía. –No grites, Ingela está...
–¡Me da igual! –Gruñó acercándose y propinándole un empujón, presa de la rabia. En esos momentos no pensaba en la dragona, al menos, no pensaba que pudiese despertarla. Para ella, ahora mismo, estaban Aranarth y ella. –¡A ella no parece importarle que yo haya traicionado a mi clan! ¡Aún me trata bien! –Esas palabras salieron con otro tono de voz diferente. Se estaba ahogando y cuanto más trataba de coger aire, más agua anegaba sus pulmones. Desde que se había ido del bosque, Aran siempre había sido quien estaba tirándole la cuerda para que consiguiese salir del pozo. Con ese comentario, la había recogido, dejando a Helyare sumida en la oscuridad, nadando sin rumbo, a contracorriente.
Pese a la gran impetuosidad que caracterizaba los comportamientos del elfo, esta vez se quedó parado, mirando cómo le volvía a caer otra gran tormenta como la de Claro, cuando se había encontrado con su amiga después de tanto tiempo. Sí, se había pasado. –Kael… –Sin dejar que acabase, ella se giró y empezó a caminar por donde había ido. Ahora era él quien trataba de seguir sus pasos, aunque sin acercarse demasiado, sólo la llamaba. –Kaeltha, espera.
Ella se detuvo, tal vez porque lo había pedido alguien que ahora estaba en el clan, o tal vez porque quería que la siguiera, que se disculpase. Ni siquiera se giró. El rubio se quedó a unos metros, callado, sin saber bien cómo arreglar lo que había dicho. Se había equivocado por no saber controlarse. En esos momentos desearía haber sido como su hermano y haber contenido sus palabras. Lo ideal hubiera sido que le pidiera perdón, pero su orgullo impedía que esas palabras salieran de su boca. Ella le había cabreado.
Y por su parte, Helyare creía que él era quien la había hecho enfadar. Suspiró, pasando sus brazos por su abdomen, abrazándose a sí misma a la orilla del mar. No sabía si había despertado o no a la dragona, pero no quería averiguarlo, pues supondría tener que dar más explicaciones. Y hacía un par de días había tenido que darlas y no le había gustado nada. Sí, apreciaba a la joven del norte, pero no quería verse expuesta de ese modo. A pesar de todo, Ingela no le había dicho nada más aparte de que intentara vivir su “nueva” vida. Inocente dragona… Cómo se notaba su juventud. El destino de Kaeltha ya estaba marcado hasta el día de su muerte, y que fuera pronta, en esos momentos, era el deseo de la elfa. Pero no iba a ser como el resto de desterrados, que se habían reunido con sus dioses nada más salir del bosque. ¿Por qué? Porque todavía quería ver a Arzhak por última vez, quería saber qué había pasado en su pueblo, quién o quiénes habían sido los desalmados que habían atacado a sus antiguos hermanos. Y, también, porque detrás de ella había un elfo a quien le procesaba gran cariño, quien en esos momentos se había colocado frente a ella con los brazos ligeramente extendidos.
Helyare alzó un poco la vista para cruzar su mirada con la del hombre. En ese momento sintió como el suelo se deshacía bajo sus pies, cómo había estado a punto de caer a otro pozo oscuro y sin fondo. Sentía cómo su cuerpo era débil, cómo sus rodillas se doblaban ante su peso, cómo su cabeza era incapaz de mantenerse recta. Sentía punzadas por todo su cuerpo. Quería abrazar al elfo, sentir la calidez que había sentido en Claro. Notarse rodeada por los brazos de alguien.
Pero no podía. Al cruzar sus miradas, ella negó levemente y luego desvió la vista hacia el bosque que estaba a su espalda. Aranarth hizo una mueca de disgusto y simplemente hizo un asentimiento con la cabeza. –Descansa. Yo me encargo de vigilar. Ve.
Sonó muy seco, no estaba enfadado porque Kaeltha hubiese rechazado su abrazo, sino porque él había sido estúpido por haberse permitido el dejarse llevar por las emociones. ¡No! Él era un guerrero. Era el káno del clan. No podía permitirse esos deslices, y menos con alguien del status de Kaeltha. Por más que le doliera no haber podido acercarse tanto. Tampoco había sido capaz de pedirle perdón.
Ella se despidió y fue junto a la dragona, que dormía plácidamente en el suelo. ¿Cómo era capaz de dormir durante toda la noche? Helyare se lo preguntaba cada vez que la veía caer en sueño profundo al instante. Eso desearía ella, caer dormida durante horas. Pero no, las pesadillas y el miedo eran quienes velaban por su sueño interrumpido.
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Re: Las noches que quedan hasta llegar a Lunargenta [Privado]
Noche 4
Otro día normal, siguiendo la línea de la costa pero sin dejar de ver los árboles de Sandorai. Lo único un poco más extraño era que Aran trató de hablar algo más con la dragona. Poco, eso sí. El hombre no era muy dicharachero. Helyare, sin embargo, iba unos pasos por detrás, distraída con el ir y venir de las olas, sin dirigirles la palabra, como casi todos los días.
Y la noche era igual a las anteriores, ella era quien tomaba el turno de vigilancia. La noche anterior había dormido algo más, así aguantaría para hacer una buena vigilancia. Los dos rubios se tumbaron para dormir y la elfa se quedó sentada en la arena, haciendo garabatos con un palo. Pero entre todos esos rayajos en la arena dibujó un par de hojas, una superpuesta a la otra, en diagonal. Era el símbolo del clan. En cuanto escuchó que el elfo se estaba moviendo borró el dibujo de un pisotón, arrastrando el pie de un lado al otro. Falsa alarma, sólo se había cambiado de postura para quedar de lado. Helyare lo miró con detenimiento. El pelo casi platino del elfo caía sobre su cara, tal como le ocurría a su hermano. No pudo evitar sentir que el corazón le daba un vuelco al acordarse de su prometido. Sacudió la cabeza, pensando en lo mucho que estaba extrañando ya a Arzhak como para ver su reflejo en el hermano pequeño. Aunque de pequeño ya tenía poco. La armadura que había llevado Arzhak le daba un aspecto más adulto e imponente. Pero… ahora no llevaba la armadura y aun así era muy grande, casi tanto como su hermano. Helyare volvió a mirar a Aran mientras este descansaba plácidamente. Sí, era la viva imagen de Arzhak cuando era más joven, pero aun así tenía cosas muy diferentes. Sin duda, ambos habían sido honrados con la belleza y con unas virtudes que les hacía ser únicos. Pero, ¿por qué la elfa no era capaz de apartar la vista de Aran? ¿Por qué se parecía a Arzhak o por algo más?
Sin duda se parecía. Recordaba que a su prometido también se le caían los mechones de pelo por la cara y ella se los colocaba tras la oreja. Después de eso, si él se despertaba, muchas veces acababa llenándola de abrazos, besos y caricias que al final terminaban en algo más pasional. Le amaba con locura, su corazón latía muy fuerte al acordarse de todas las noches que pasaban juntos, de todos sus entrenamientos… incluso de su cara. Y a la vez se entristecía al pensar en todo lo que había perdido.
Pero volvió a mirar al elfo que dormía al lado de Ingela. También sentía algo muy parecido a cuando Arzhak estaba cerca. Y Helyare seguía pensando que tenía que ver eso de que echase tanto de menos a su prometido. Después de todo, era su hermano, se parecían. Y cuando le había visto con la armadura… Se acordó de ese momento mientras seguía moviendo el palo sobre la arena, con la mirada perdida en el muchacho. De no haber estado en esa situación tan delicada habría corrido a sus brazos. Y lo había intentado, pero el aviso del guardia había sido suficiente para persuadirla: no podía acercarse al káno.
Se estaba volviendo loca al estar ahí sentada. La soledad y el sonido de las olas del mar la estaban aturullando y estaba pensando cosas que no eran correctas así que se levantó, dejando el palo sobre la arena y se alejó unos metros de donde descansaban ambos.
“Deja de pensar lo que estás pensando”, se regañó a sí misma a la vez que suspiraba. Se había tenido que levantar porque había deseado con todas sus fuerzas acurrucarse junto al elfo. Y eso no estaba bien para nada. No podía tocarle. ¿Y si venía alguien que conocía de su status y los viera así? Aparte, ella estaba de vigilante, no para pensar ese tipo de estupideces. Y peor se sintió al pensar que quería acurrucarse al lado de Aran y no de su prometido. Su cabeza era un lío, algo que atribuyó a su falta de sueño y a la soledad, pues las noches anteriores había estado acompañada, aunque hubieran discutido. ¡Eso! No podía pensar esas cosas de Aran cuando habían peleado durante un par de días.
“Además, ¿a dónde quiero llegar? Ninguno de los dos volverá a fijarse en mí”, empezó a pensar hasta que se dio cuenta de su error. “¡No! Ninguno de los dos no. Arzhak, sólo él”, discrepó entre sacudidas de cabeza. Ella ya no estaba en posición de nada, no tenía permitido ningún tipo de afecto. Ayer le había costado horrores no sucumbir cuando el elfo había extendido sus brazos en señal de disculpa, y hoy le estaba costando muchísimo más el no ir y dormir a su lado.
Ya había dormido en varias ocasiones con él. ¿Varias? Realmente habían sido tantas que había perdido la cuenta. Y siempre se había encontrado tan a gusto, pero tan a gusto…
De nuevo las ganas de retroceder y tumbarse a su lado. “No, no, vigila”. Unos cuantos paseos más, idas y vueltas sobre sus pasos, hasta que en una de esas veces, al girarse, se encontró de frente con Aranarth. No dijo nada, solo alzó la vista para mirarle.
–Cambio de turno –informó el chico mientras se recogía el pelo en una semi-coleta. Se había acabado su idea de dormir abrazada a él. ¡Esa estúpida idea! Asintió y le dejó ahí después de darle las buenas noches. Por una parte se alivió, pues ya tenía que descartar la idea de dormir a su lado. Dormiría junto a Ingela. Y así lo hizo, tumbándose a su lado se acurrucó y trató de dormir, pero no pudo evitar mirar al chico, que en esos momentos se estaba sentando donde ella había estado garabateando. Él giró la cabeza y le dedicó una mueca que hacía las veces de sonrisa, a la cual respondió de la misma forma –descansa.
Helyare cerró los ojos para tratar de esquivar la mirada azul de él, tan penetrante que la podía sentir como un roce. Era Aran quien ahora miraba a la elfa, aunque de reojo. Y todavía pensaba que lo hacía para cuidar que no tuviera pesadillas. A fin de cuentas, trataba de justificar el por qué la estaba mirando, y todavía se machacaba al pensar en lo que le había soltado la noche anterior. Ella no merecía esas palabras salir de su boca. Tenía miedo de acabar perdiéndola pero... en su posición poco podía hacer. Y esa distancia que debía mantener con ella era una condena que debía cumplir.
Y así, sentado de cara al mar, hizo la guardia hasta que el alba despuntó.
Helyare
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