El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Aquella risa grave y pausada, calma y profunda, como una reverberación que nacía en la parte baja de la garganta, y que no dejaba de sonar, aun así, suave al oído, y grave al mismo tiempo, interrumpió los respingos y suspiros que emitía el nuevo Isha una vez más.
- ¿Pudor? - Encaró una ceja, que no tardó en volver a su posición natural. - ¿Pudor de qué? - Prosiguió con esa nimia estupefacción decorando sus rasgos. - ¿De qué vea el respaldo de la silla? ¿un pedazo de mis hombros o mi pelo? O como mucho, un poco de mi costado y parte de mis pantorrillas. - Mencionó el trovador, recorriendo dichas partes, o por lo menos, las que, si podía verse de sí mismo, con los ojos. La silla tapaba gran parte del elfo y el resto ayudaba que se hallara de espaldas. - Es a ti a quien puede ver el rostro. -Sonrió con picardía y malicia el viajero. - Y cómo te ruborizas, o como jadeas. - Y casi como si de aquel modo fuera a confirmar su punto, pellizcó su pezón otra vez mas con los dedos, y le dio al mismo tiempo una breve lamida en la oreja.
La piel del trovador se erizaba bajo las uñas, y las caricias. Pequeñas marcas rojas aparecían fácilmente y se borraban por completo con la misma rapidez con que habían aparecido, como si nunca antes hubieran estado allí.
La breve pausa hizo que el trovador mirara con cierta curiosidad a la pequeña, que no tardó en explicar con sus propios actos que había ocupado aquellos breves segundos su pensamiento. Se acomodó a ahorcajaras sobre el regazo del bardo, mucho más expuesta, pero con la ventaja de poder alcanzar cualquier parte del mismo con una facilidad que no podía conseguir de otra manera.
-Mejor. -Sonrió el de forma ladina, como respuesta, soltando un hondo suspiro de gozo al sentir la cálida lengua de la muchacha solazarle con las pacientes caricias que enardecían su piel, y hacían de su excitación algo mesurable, y cada vez más palpable en contra de su propio abdomen.
Las manos de él que tenía sobre el cuerpo de ella viraron por sus voluptuosas curvas mientras se acomodaba, la palma que dejaba su cálida huella sobre la superficie de los muslos viró por su cara trasera, rodeándolo desde a fuera, subió por este sin pudor ninguno, y se recreó al llegar a sus nalgas, separándose de los mismos contadas veces para peregrinar por su columna hasta la nuca, y tomando siempre el camino de vuelta a casa, para volver a constreñir entre las manos alguno de los glúteos.
La otra extremidad, más descarada, siguió en lo suyo un buen rato, y solo abandonó su confortable lugar para emprender una travesía por el pálido vientre de la joven, con el pulgar como precursor del recorrido, y repasando las preciadas curvas del costado el cuerpo, de la cintura y la cadera, adentrándose tentadoramente sobre el venus, y desviándose tortuosamente hasta las piernas, para luego subir una vez más hacia los senos, y cubrirlas de esas caricias y masajes, pellizcos suaves y medidos que como las teclas de un clavicémbalo iban arrancando diferentes notas a la joven que se erguía sobre el elfo.
Una vez más rio Iltharion ante el comentario de la pequeña muchacha de la que disfrutaba entre sus brazos, y a cuyo cuerpo regaba de afectos dedicados. Probablemente el espectador estaba imaginando más que viendo nada, y por otro lado, no culpaba al susodicho aldeano. ¿Qué entretenimiento podía haber en un pueblo para aquel que lo veía siempre igual todos los días? El en vez de espiar quizás se hubiera ahorcado, o aquello pensaba el hijo de los bosques desde su posición aventajada. -Pensaba que no querías que se moviera. - Le recodó en un tono algo jocoso, haciendo alusión a que la sugerencia de dar de que hablar, o que ver, había sido de la propia chiquilla, para sorpresa de él, y contra todo pronóstico. Probablemente una bravuconada que ahora le costaba sostener, y que esperaba que fuera el bardo quien detuviese. Iltharion sin embargo no tenía la más mínima intención de aquello, se estaba divirtiendo para sus adentros con ese juego de tentar el límite de la vergüenza, y disfrutaba de forma visible de las caricias y los mimos, tanto los que daba como los que recibía.
- ¿Quieres ir a saludar? -Bromeó el trovador, antes de atrapar los labios de la chiquilla en un apasionado y placido beso, recorriendo cada ápice y milímetro de su boca, de sus labios y su lengua, como si la quisiera toda para él, abarcarla por entero.
La joven tras las cortinas tardó unos instantes, primero creía que la chica tenía la mirada perdida, pero finalmente se dio cuenta que la había atrapado, y dio tal respingo del susto al saberse descubierta que se clavó la aguja de bordar en uno de los dedos que, sin dedal, repiqueteaban nerviosamente sobre la tela, en un gesto instintivo del que no se había dado cuenta, y que había comenzado al advertir esas trazas de lujuria en sus insospechados vecinos.
La doncella se escondió del todo tras la cortina, tan roja casi le dolía el rostro, y llevándose el dedo herido a la boca intentando detener el lleve sangrado. Con el corazón latiendo a mil por hora, temerosa de que salieran a decirle algo por el balcón o quizás incluso a su madre, y aun así, con la mano en el corazón, y los tímpanos ensordecidos por el golpeteo incesante y atolondrado de su pulso, no pudo evitar la curiosidad de empezar a asomarse nuevamente pasados unos instantes.
Probablemente un acto fruto del encierro del aburrimiento de estar todo el día encerrando bordando, mirando con suerte por alguna de las ventanas de la casa, soñando
- ¿Pudor? - Encaró una ceja, que no tardó en volver a su posición natural. - ¿Pudor de qué? - Prosiguió con esa nimia estupefacción decorando sus rasgos. - ¿De qué vea el respaldo de la silla? ¿un pedazo de mis hombros o mi pelo? O como mucho, un poco de mi costado y parte de mis pantorrillas. - Mencionó el trovador, recorriendo dichas partes, o por lo menos, las que, si podía verse de sí mismo, con los ojos. La silla tapaba gran parte del elfo y el resto ayudaba que se hallara de espaldas. - Es a ti a quien puede ver el rostro. -Sonrió con picardía y malicia el viajero. - Y cómo te ruborizas, o como jadeas. - Y casi como si de aquel modo fuera a confirmar su punto, pellizcó su pezón otra vez mas con los dedos, y le dio al mismo tiempo una breve lamida en la oreja.
La piel del trovador se erizaba bajo las uñas, y las caricias. Pequeñas marcas rojas aparecían fácilmente y se borraban por completo con la misma rapidez con que habían aparecido, como si nunca antes hubieran estado allí.
La breve pausa hizo que el trovador mirara con cierta curiosidad a la pequeña, que no tardó en explicar con sus propios actos que había ocupado aquellos breves segundos su pensamiento. Se acomodó a ahorcajaras sobre el regazo del bardo, mucho más expuesta, pero con la ventaja de poder alcanzar cualquier parte del mismo con una facilidad que no podía conseguir de otra manera.
-Mejor. -Sonrió el de forma ladina, como respuesta, soltando un hondo suspiro de gozo al sentir la cálida lengua de la muchacha solazarle con las pacientes caricias que enardecían su piel, y hacían de su excitación algo mesurable, y cada vez más palpable en contra de su propio abdomen.
Las manos de él que tenía sobre el cuerpo de ella viraron por sus voluptuosas curvas mientras se acomodaba, la palma que dejaba su cálida huella sobre la superficie de los muslos viró por su cara trasera, rodeándolo desde a fuera, subió por este sin pudor ninguno, y se recreó al llegar a sus nalgas, separándose de los mismos contadas veces para peregrinar por su columna hasta la nuca, y tomando siempre el camino de vuelta a casa, para volver a constreñir entre las manos alguno de los glúteos.
La otra extremidad, más descarada, siguió en lo suyo un buen rato, y solo abandonó su confortable lugar para emprender una travesía por el pálido vientre de la joven, con el pulgar como precursor del recorrido, y repasando las preciadas curvas del costado el cuerpo, de la cintura y la cadera, adentrándose tentadoramente sobre el venus, y desviándose tortuosamente hasta las piernas, para luego subir una vez más hacia los senos, y cubrirlas de esas caricias y masajes, pellizcos suaves y medidos que como las teclas de un clavicémbalo iban arrancando diferentes notas a la joven que se erguía sobre el elfo.
Una vez más rio Iltharion ante el comentario de la pequeña muchacha de la que disfrutaba entre sus brazos, y a cuyo cuerpo regaba de afectos dedicados. Probablemente el espectador estaba imaginando más que viendo nada, y por otro lado, no culpaba al susodicho aldeano. ¿Qué entretenimiento podía haber en un pueblo para aquel que lo veía siempre igual todos los días? El en vez de espiar quizás se hubiera ahorcado, o aquello pensaba el hijo de los bosques desde su posición aventajada. -Pensaba que no querías que se moviera. - Le recodó en un tono algo jocoso, haciendo alusión a que la sugerencia de dar de que hablar, o que ver, había sido de la propia chiquilla, para sorpresa de él, y contra todo pronóstico. Probablemente una bravuconada que ahora le costaba sostener, y que esperaba que fuera el bardo quien detuviese. Iltharion sin embargo no tenía la más mínima intención de aquello, se estaba divirtiendo para sus adentros con ese juego de tentar el límite de la vergüenza, y disfrutaba de forma visible de las caricias y los mimos, tanto los que daba como los que recibía.
- ¿Quieres ir a saludar? -Bromeó el trovador, antes de atrapar los labios de la chiquilla en un apasionado y placido beso, recorriendo cada ápice y milímetro de su boca, de sus labios y su lengua, como si la quisiera toda para él, abarcarla por entero.
La joven tras las cortinas tardó unos instantes, primero creía que la chica tenía la mirada perdida, pero finalmente se dio cuenta que la había atrapado, y dio tal respingo del susto al saberse descubierta que se clavó la aguja de bordar en uno de los dedos que, sin dedal, repiqueteaban nerviosamente sobre la tela, en un gesto instintivo del que no se había dado cuenta, y que había comenzado al advertir esas trazas de lujuria en sus insospechados vecinos.
La doncella se escondió del todo tras la cortina, tan roja casi le dolía el rostro, y llevándose el dedo herido a la boca intentando detener el lleve sangrado. Con el corazón latiendo a mil por hora, temerosa de que salieran a decirle algo por el balcón o quizás incluso a su madre, y aun así, con la mano en el corazón, y los tímpanos ensordecidos por el golpeteo incesante y atolondrado de su pulso, no pudo evitar la curiosidad de empezar a asomarse nuevamente pasados unos instantes.
Probablemente un acto fruto del encierro del aburrimiento de estar todo el día encerrando bordando, mirando con suerte por alguna de las ventanas de la casa, soñando
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Iltharion tenía razón, a él el mirón apenas llegaba a verle la figura de espaldas, en realidad no tenía por qué sentir pudor ante aquella mirada indiscreta, pero su última observación hizo que su rubor aumentara aún más. Lo estaba disfrutando, el elfo disfrutaba de hacerle sentir esa vergüenza tan notoria en su rostro, pero algo dentro de ella, le decía que en realidad también estaba disfrutando de aquella situación. Mientras el rubor se extendía, Wind volvió a gemir, tratando de reprimir aquel sonido que tan sólo confirmaba la observación del bardo. A pesar de su intento, el sonido salió de sus labios, bajo y meloso, como si tratara de hacerlo morir en su propia garganta.
Aquel punto de su cuerpo era demasiado sensible, hacía que las cosquillas de su bajo vientre llegaran a convertirse en pequeños latidos constantes que la humedecían por momentos, mientras ella trataba de calmar aquel instinto primario con besos y caricias, tratando de no turbar el ambiente creado en la habitación, el cual, resultaba cada vez más íntimo, a pesar de estar siendo observados.
Las caricias del bardo no permitían a la muchacha ni un solo momento de tranquilidad, rodeaban, acariciaban y maleaban cada parte que deseaban de su cuerpo, sin que ella pudiera decir nada coherente a parte de los suspiros y pequeños gemidos que seguían saliendo de sus labios, haciendo que su respiración comenzara a ser superficial e irregular. La piel se erizaba con cada caricia en alguna zona sensible de su cuerpo, mientras ella seguía con sus roces por cualquier lugar al que llegara su mano derecha mientras seguía sujetándose con la otra a la nuca del elfo. Acarició el costado de Iltharion durante un rato, antes de moverse a su hombro y comenzar a moverse por allí, bailando con los dedos entre su brazo y su cuello, mientras, de vez en cuando, volvía a dejar algún arañazo marcado sobre la piel de su compañero.
En cuanto notó como la mano del elfo abandonaba su pecho, aprovechó para volver a besarle, paciente, mientras rompían contra sus labios los pequeños jadeos que le proporcionaban las caricias tan cercanas a su zona más privada, aumentando al calor en su cuerpo y la humedad en su centro de placer. Ambos se estaban recreando en aquel encuentro, parecía que disfrutaban de todo lo que no habían hecho en la mañana, despacio, disfrutando de cada caricia y cada beso, aunque fura ante la atenta mirada de aquella persona escondida.
-Confiaba en que fuera él mismo el que acabara apartándose- Respondió mientras hacía un pequeño mohín, molesta, pero a la vez extrañamente excitada de que aquella persona no hubiera desaparecido. A pesar de la excitación, sí que comenzaba a ponerle ciertamente nerviosa aquella mirada indiscreta, que parecía no tener ni el más mínimo pudor.
Ese comentario le sacó una sonrisa pícara, que permaneció en su rostro mientras recorría su boca con su lengua, esperando encontrar en ella la solución al cosquilleo de su vientre - ¿Acaso quieres que me levante? - Preguntó tras aquel beso, mientras volvía a morder su cuello, a besarlo y a tironear de él despacio, con la esperanza de conseguir dejarle una marca morada, tal y como él le había dejado antes. La mano que seguía acariciando el cuerpo del bardo, bajó por su abdomen, siguiendo los surcos de sus músculos, hasta llegar a su excitación.
Mientras permanecía enterrada en el cuello de Iltharion, comenzó a acariciar, despacio, los alrededores de la erección, trazando sinuosas curvas por toda la zona circundante hasta que, a la vez que movía su rostro para volver a besarle, comenzó a acariciar con las yemas de los dedos toda su largura, con la misma parsimonia que como si acariciara aún su espalda -Si aún quieres que me levante para ir a saludar, siempre puedes pedírmelo- Comentó jocosa y aterciopelada contra sus labios, a la vez que comenzaba a juguetear con la punta de su erección, aun con las yemas de sus dedos, buscando su reacción, deseosa de ver un cambio en su respiración o en su expresión, que le diera la satisfacción de saber que ella no era la única que comenzaba sentir esa ansiedad en su cuerpo, que le exigía más de esos besos y de esas caricias.
Aquel punto de su cuerpo era demasiado sensible, hacía que las cosquillas de su bajo vientre llegaran a convertirse en pequeños latidos constantes que la humedecían por momentos, mientras ella trataba de calmar aquel instinto primario con besos y caricias, tratando de no turbar el ambiente creado en la habitación, el cual, resultaba cada vez más íntimo, a pesar de estar siendo observados.
Las caricias del bardo no permitían a la muchacha ni un solo momento de tranquilidad, rodeaban, acariciaban y maleaban cada parte que deseaban de su cuerpo, sin que ella pudiera decir nada coherente a parte de los suspiros y pequeños gemidos que seguían saliendo de sus labios, haciendo que su respiración comenzara a ser superficial e irregular. La piel se erizaba con cada caricia en alguna zona sensible de su cuerpo, mientras ella seguía con sus roces por cualquier lugar al que llegara su mano derecha mientras seguía sujetándose con la otra a la nuca del elfo. Acarició el costado de Iltharion durante un rato, antes de moverse a su hombro y comenzar a moverse por allí, bailando con los dedos entre su brazo y su cuello, mientras, de vez en cuando, volvía a dejar algún arañazo marcado sobre la piel de su compañero.
En cuanto notó como la mano del elfo abandonaba su pecho, aprovechó para volver a besarle, paciente, mientras rompían contra sus labios los pequeños jadeos que le proporcionaban las caricias tan cercanas a su zona más privada, aumentando al calor en su cuerpo y la humedad en su centro de placer. Ambos se estaban recreando en aquel encuentro, parecía que disfrutaban de todo lo que no habían hecho en la mañana, despacio, disfrutando de cada caricia y cada beso, aunque fura ante la atenta mirada de aquella persona escondida.
-Confiaba en que fuera él mismo el que acabara apartándose- Respondió mientras hacía un pequeño mohín, molesta, pero a la vez extrañamente excitada de que aquella persona no hubiera desaparecido. A pesar de la excitación, sí que comenzaba a ponerle ciertamente nerviosa aquella mirada indiscreta, que parecía no tener ni el más mínimo pudor.
Ese comentario le sacó una sonrisa pícara, que permaneció en su rostro mientras recorría su boca con su lengua, esperando encontrar en ella la solución al cosquilleo de su vientre - ¿Acaso quieres que me levante? - Preguntó tras aquel beso, mientras volvía a morder su cuello, a besarlo y a tironear de él despacio, con la esperanza de conseguir dejarle una marca morada, tal y como él le había dejado antes. La mano que seguía acariciando el cuerpo del bardo, bajó por su abdomen, siguiendo los surcos de sus músculos, hasta llegar a su excitación.
Mientras permanecía enterrada en el cuello de Iltharion, comenzó a acariciar, despacio, los alrededores de la erección, trazando sinuosas curvas por toda la zona circundante hasta que, a la vez que movía su rostro para volver a besarle, comenzó a acariciar con las yemas de los dedos toda su largura, con la misma parsimonia que como si acariciara aún su espalda -Si aún quieres que me levante para ir a saludar, siempre puedes pedírmelo- Comentó jocosa y aterciopelada contra sus labios, a la vez que comenzaba a juguetear con la punta de su erección, aun con las yemas de sus dedos, buscando su reacción, deseosa de ver un cambio en su respiración o en su expresión, que le diera la satisfacción de saber que ella no era la única que comenzaba sentir esa ansiedad en su cuerpo, que le exigía más de esos besos y de esas caricias.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
El hecho de que la chiquilla no pudiera responder con coherencia, e intentara acallar inútilmente los pequeños sonidos que producían las caricias sobre su cuerpo, solo lograban que el trovador se regocijara aún más en sus adentros. Iltharion se recreaba en esa vergüenza creciente que la turbaba de aquel modo tan encantador y tentador al mismo tiempo, y no se molestaba en ocultar el deleite que conseguía por ello. Primero, porque parecía que a la muchacha no le molestaba, y segundo, porque habría sido inútil teniendo tan expuesto su cuerpo, intentar esconder algo tan visible y palpable como los estragos del erotismo de la pequeña.
Al hijo de los bosques no le sorprendió aquella confesión de la muchacha, a la que su pequeño juego no le había terminado de salir como ella había imaginado, ingenua como había sido, y seguía siendo.
-Oh, a mí en cambio me parecía obvio que no iba a apartarse.-Sonrió divertido el elfo.- A mí también me cuesta dejar de mirarte.-Esbozó una arrebatadora sonrisa, tirando más leña a ese fuego que era la timidez y el pudor de la jovencita, poco acostumbrada a muchas cosas, entre ellas, por lo que había podido conocer, a los halagos.
Los parpados del trovador se entronaron, cayendo con lentitud mientras dejaba salir el aire entre sus labios, suspiros de placer ante los insidiosos mordisqueos de la elfina. La piel del cuello se enrojecía con facilidad, pero parecía no querer marcarse, y no fue sencillo que empezara a tomar aquel tono amoratado. Como si su cuerpo no se negara a las atenciones, pero si en el perdurar de cualquier seña.
“Isha” encaró una ceja ante esa pregunta, pero antes de responder, y con su avivada imaginación trayendo ideas a su mente, se limitó a soltar una risa entre dientes. Suave como siempre, grave como era su voz, y con una ligera ronquez que se hizo más presente a medida que las manos de la joven bajaban por su vientre, y que, cuyo origen, gesto de dichas manos, terminó por interrumpir la voz del elfo para arrancarle otra tanda de suspiros, que tensaron temporal y brevemente su cuerpo. No solo en el abdomen del elfo se mostraron los estragos de sentir las pequeñas manos de Windorind sobre su miembro, también en la mandíbula, o el cuello, la tensión de la tez, y como esta se erizó en varios puntos permitían discernir claramente el placer que surcaba al sujeto, o el hambre que despertaba, y que se reflejaba en sus luceros.
-Oh, es tu juego, tú decides. Pero.-Su sonrisa se volvió menos risueña, y mucho más hambrienta y pérfida.- Si te levantas, quizás no dejo que te ocultes de nuevo.- Amenazó el trovador, acompañando aquella advertencia de caminos más capciosos que recorrían sus manos, por esa piel de seda.
La mano que había estado tentando sin llegar a ningún lado, simplemente dejando a la mente elucubrar y evocar ciertos tactos ya añejos, y algunos otros de aquella misma mañana, volvió a descender por el abdomen de la muchacha, a recorrer la curva vertiginosa de sus caderas, y a surcar la piel sensible hasta su sexo.
Con el índice y el anular, separó los pliegues que ocultaban la parte más sensible de su género, y fue el corazón el que se deslizó entre ambos de forma tortuosa y lenta, explorando toda su extensión hasta su entrada, y sin sumergirse en esta, volviendo sobre sus pasos una vez tras otra, deslizándose por la húmeda calidez de su piel, en aquel lugar tan sensible y placentero.
Aquella otra mano más ingenua, que se explayaba en las posaderas de la joven, y que ascendía esporádicamente por su espalda hasta asirla por la nuca en cada beso, se mantuvo en su preciada ocupación, apenas desviándose de ese curso que ya era suyo, para rodearla por las costillas y llenar sus senos o el cuello del tibio tacto de la piel contra la de ella, pero volviendo siempre a su sendero preferido, que la mantenía sobre el elfo, y le daba la estabilidad suficiente como para que se moviera sobre este como quisiera.
Al hijo de los bosques no le sorprendió aquella confesión de la muchacha, a la que su pequeño juego no le había terminado de salir como ella había imaginado, ingenua como había sido, y seguía siendo.
-Oh, a mí en cambio me parecía obvio que no iba a apartarse.-Sonrió divertido el elfo.- A mí también me cuesta dejar de mirarte.-Esbozó una arrebatadora sonrisa, tirando más leña a ese fuego que era la timidez y el pudor de la jovencita, poco acostumbrada a muchas cosas, entre ellas, por lo que había podido conocer, a los halagos.
Los parpados del trovador se entronaron, cayendo con lentitud mientras dejaba salir el aire entre sus labios, suspiros de placer ante los insidiosos mordisqueos de la elfina. La piel del cuello se enrojecía con facilidad, pero parecía no querer marcarse, y no fue sencillo que empezara a tomar aquel tono amoratado. Como si su cuerpo no se negara a las atenciones, pero si en el perdurar de cualquier seña.
“Isha” encaró una ceja ante esa pregunta, pero antes de responder, y con su avivada imaginación trayendo ideas a su mente, se limitó a soltar una risa entre dientes. Suave como siempre, grave como era su voz, y con una ligera ronquez que se hizo más presente a medida que las manos de la joven bajaban por su vientre, y que, cuyo origen, gesto de dichas manos, terminó por interrumpir la voz del elfo para arrancarle otra tanda de suspiros, que tensaron temporal y brevemente su cuerpo. No solo en el abdomen del elfo se mostraron los estragos de sentir las pequeñas manos de Windorind sobre su miembro, también en la mandíbula, o el cuello, la tensión de la tez, y como esta se erizó en varios puntos permitían discernir claramente el placer que surcaba al sujeto, o el hambre que despertaba, y que se reflejaba en sus luceros.
-Oh, es tu juego, tú decides. Pero.-Su sonrisa se volvió menos risueña, y mucho más hambrienta y pérfida.- Si te levantas, quizás no dejo que te ocultes de nuevo.- Amenazó el trovador, acompañando aquella advertencia de caminos más capciosos que recorrían sus manos, por esa piel de seda.
La mano que había estado tentando sin llegar a ningún lado, simplemente dejando a la mente elucubrar y evocar ciertos tactos ya añejos, y algunos otros de aquella misma mañana, volvió a descender por el abdomen de la muchacha, a recorrer la curva vertiginosa de sus caderas, y a surcar la piel sensible hasta su sexo.
Con el índice y el anular, separó los pliegues que ocultaban la parte más sensible de su género, y fue el corazón el que se deslizó entre ambos de forma tortuosa y lenta, explorando toda su extensión hasta su entrada, y sin sumergirse en esta, volviendo sobre sus pasos una vez tras otra, deslizándose por la húmeda calidez de su piel, en aquel lugar tan sensible y placentero.
Aquella otra mano más ingenua, que se explayaba en las posaderas de la joven, y que ascendía esporádicamente por su espalda hasta asirla por la nuca en cada beso, se mantuvo en su preciada ocupación, apenas desviándose de ese curso que ya era suyo, para rodearla por las costillas y llenar sus senos o el cuello del tibio tacto de la piel contra la de ella, pero volviendo siempre a su sendero preferido, que la mantenía sobre el elfo, y le daba la estabilidad suficiente como para que se moviera sobre este como quisiera.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
El rubor que se negaba a desaparecer de su rostro volvió a acrecentarse hasta la punta de sus orejas, como si aquellas palabras fueran lo más vergonzoso que había escuchado en todo el día. No se le ocurrió nada que contestar, así que después de ver semejante sonrisa en la faz del elfo, enterró su rostro en entre su cuello y el hombro y le dio otro pequeño mordisco a modo de respuesta. Definitivamente, Wind estaba segura de que el bardo disfrutaba avergonzándola y jugando con aquel calor que se esparcía por su faz cuando le decía algún halago pícaro.
En cuanto comenzó a rozar el miembro del bardo, apareció la respuesta que tanto esperaba. Una sonrisa asomó de los labios de la elfa sin apartar la mirada de los ojos de su compañero mientras comenzaba a acariciar la zona más sensible de la erección y su propio cuerpo comenzaba a latir con más fuerza, ansioso por lo que sentía tan cerca, pero parecía tan lejano. La humedad de su interior aumentaba al mismo ritmo que los suspiros del elfo salían de sus labios y chocaban contra los suyos propios, haciendo que su cuerpo comenzara a tomar el control de sus actos y abandonara el raciocinio que había regido aquella escena.
Se lanzó de nuevo a sus labios para dejar ahí otro beso, primero corto y casto para continuarlo después con cierta urgencia, sin perder la sonrisa melosa de su rostro, pero jugando con su lengua, buscando el placer que sabía que podía obtener con él y sin dejar de acariciar la erección de Iltharion con su mano mientras la otra se enredaba en los bellos más cortos de su nuca. Buscaba su sabor, que su boca y sus labios paliaran la impaciencia que nacía en sus entrañas, pero no parecía ser suficiente, aquel beso sólo le había servido para aumentar el calor de su cuerpo, así que se separó de nuevo suspirando, con la respiración cálida y ligeramente irregular tratando inútilmente de recuperar la normalidad.
Aquella advertencia hizo que Wind levantara una ceja mientras el calor se extendía por todo su cuerpo. Miró al bardo con cierta inocencia ¿Lo decía en serio? No podía ser en serio, no podían hacer más de lo que ya estaban haciendo bajo la indiscreta mirada de un desconocido ¿Verdad? Ese pensamiento hizo que tragara saliva mientras la respiración se hacía más superficial, en parte por aquella amenaza tan carnal y en parte por las manos que comenzaban a recorrer su cuerpo con otras intenciones -Creo que prefiero no ponerte a prueba- Contestó con voz entrecortada y sumisa al decidir que era mejor no tentar a la suerte.
Los gemidos empezaron a intercalarse con los suspiros mientras continuaba acariciando a Iltharion cada vez más deprisa, sus dedos dejaron de pasear con tranquilidad para coger la erección la mano completa e iniciar una masaje lento y constante que se vió interrumpido en cuanto los dedos del elfo alcanzaron su zona más placentera. Un gemido salió de su garganta mientras su mano quedaba paralizada como si no fuera capaz de coordinar el placer que sentía con el movimiento de su brazo y, no fue hasta que las falanges del elfo pasearon unas pocas veces que ella pudo retomar aquella tarea con su mano.
La otra mano que parecía haber encontrado su lugar preferido en la nuca de su compañero, comenzó a moverse también en cuanto se sintió estable sobre el pelirrojo. La mano comenzó a bajar, sin despegar las manos de su cuerpo y quedando atascada unos instantes, ocasionalmente, cuando Iltharion se recreaba en su punto de placer. Algunos gemidos más altos que los demás salían de su boca, haciendo que estirara la espalda, como si una corriente eléctrica la obligara a erguirse hasta que su mano quedó apoyada sobre la parte baja del torso del bardo.
Wind tardó unos instantes en volver a moverse, pero cuando pudo hacerlo, se inclinó ligeramente hacia atrás apoyando la mano que tenía libre sobre la rodilla de su compañero, quedando así sus rostros separados mientras los pequeños gemidos causados por las delicias de Iltharion sobre su cuerpo, inundaban la habitación.
La mano que no había soltado la excitación, continuó en ella, masajeándola, jugando con la presión que ejercía y aumentando la velocidad o disminuyéndola según era capaz de coordinarse y en función de las reacciones de su compañero, tratando de provocar las sensaciones más placenteras en cada momento. Mientras tanto su cuerpo comenzaba a estar tan húmedo que juraría que podía sentirlo por sus piernas, las cuales a su vez comenzaban a temblar involuntariamente al mismo tiempo que su piel emepzaba a erizarse con el más mínimo tacto sobre ella.
offrol: he hecho el post por fasciculos, me han interrumpido millones de veces, siento si ha quedado algo pobre >.<
En cuanto comenzó a rozar el miembro del bardo, apareció la respuesta que tanto esperaba. Una sonrisa asomó de los labios de la elfa sin apartar la mirada de los ojos de su compañero mientras comenzaba a acariciar la zona más sensible de la erección y su propio cuerpo comenzaba a latir con más fuerza, ansioso por lo que sentía tan cerca, pero parecía tan lejano. La humedad de su interior aumentaba al mismo ritmo que los suspiros del elfo salían de sus labios y chocaban contra los suyos propios, haciendo que su cuerpo comenzara a tomar el control de sus actos y abandonara el raciocinio que había regido aquella escena.
Se lanzó de nuevo a sus labios para dejar ahí otro beso, primero corto y casto para continuarlo después con cierta urgencia, sin perder la sonrisa melosa de su rostro, pero jugando con su lengua, buscando el placer que sabía que podía obtener con él y sin dejar de acariciar la erección de Iltharion con su mano mientras la otra se enredaba en los bellos más cortos de su nuca. Buscaba su sabor, que su boca y sus labios paliaran la impaciencia que nacía en sus entrañas, pero no parecía ser suficiente, aquel beso sólo le había servido para aumentar el calor de su cuerpo, así que se separó de nuevo suspirando, con la respiración cálida y ligeramente irregular tratando inútilmente de recuperar la normalidad.
Aquella advertencia hizo que Wind levantara una ceja mientras el calor se extendía por todo su cuerpo. Miró al bardo con cierta inocencia ¿Lo decía en serio? No podía ser en serio, no podían hacer más de lo que ya estaban haciendo bajo la indiscreta mirada de un desconocido ¿Verdad? Ese pensamiento hizo que tragara saliva mientras la respiración se hacía más superficial, en parte por aquella amenaza tan carnal y en parte por las manos que comenzaban a recorrer su cuerpo con otras intenciones -Creo que prefiero no ponerte a prueba- Contestó con voz entrecortada y sumisa al decidir que era mejor no tentar a la suerte.
Los gemidos empezaron a intercalarse con los suspiros mientras continuaba acariciando a Iltharion cada vez más deprisa, sus dedos dejaron de pasear con tranquilidad para coger la erección la mano completa e iniciar una masaje lento y constante que se vió interrumpido en cuanto los dedos del elfo alcanzaron su zona más placentera. Un gemido salió de su garganta mientras su mano quedaba paralizada como si no fuera capaz de coordinar el placer que sentía con el movimiento de su brazo y, no fue hasta que las falanges del elfo pasearon unas pocas veces que ella pudo retomar aquella tarea con su mano.
La otra mano que parecía haber encontrado su lugar preferido en la nuca de su compañero, comenzó a moverse también en cuanto se sintió estable sobre el pelirrojo. La mano comenzó a bajar, sin despegar las manos de su cuerpo y quedando atascada unos instantes, ocasionalmente, cuando Iltharion se recreaba en su punto de placer. Algunos gemidos más altos que los demás salían de su boca, haciendo que estirara la espalda, como si una corriente eléctrica la obligara a erguirse hasta que su mano quedó apoyada sobre la parte baja del torso del bardo.
Wind tardó unos instantes en volver a moverse, pero cuando pudo hacerlo, se inclinó ligeramente hacia atrás apoyando la mano que tenía libre sobre la rodilla de su compañero, quedando así sus rostros separados mientras los pequeños gemidos causados por las delicias de Iltharion sobre su cuerpo, inundaban la habitación.
La mano que no había soltado la excitación, continuó en ella, masajeándola, jugando con la presión que ejercía y aumentando la velocidad o disminuyéndola según era capaz de coordinarse y en función de las reacciones de su compañero, tratando de provocar las sensaciones más placenteras en cada momento. Mientras tanto su cuerpo comenzaba a estar tan húmedo que juraría que podía sentirlo por sus piernas, las cuales a su vez comenzaban a temblar involuntariamente al mismo tiempo que su piel emepzaba a erizarse con el más mínimo tacto sobre ella.
offrol: he hecho el post por fasciculos, me han interrumpido millones de veces, siento si ha quedado algo pobre >.<
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
No hubo risa por parte del hijo de los bosques, cuando la muchacha, le devolvió una anonadada y cándida expresión de sorpresa al elfo. Aquel preámbulo no dio opciones a dudar sobre cuál sería la respuesta, y el elfo, se limitó a sonreír en silencio, dejando que sus propios suspiros de gozo rompieran aquel gesto para hacerle emanar el aire. Lo cual, y gracias a las caricias dedicadas y bisoñas.
Iltharion no se quejó cuando la joven se detuvo en sus caricias, incapaz de coordinar aquello que la recorría por dentro, con lo que ejercía su cuerpo. No le molestaba. Porque cuando estaba con ella, no buscaba el placer de una amante experta, la contorsión de una mujer flexible versada en las artes amatorias, ni los caminos recónditos y exóticos que podía tomar un lecho. En aquel caso, disfrutaba de descubrir cada palmo de la piel incluso a su propia portadora, de un modo que no había sentido antes, de hacerla ir sintiendo más cómoda y confiada.
Disfrutaba, porque también se sabía único explorador de aquellas latitudes prohibidas, aunque no había tenido necesidad alguna de encerrarla como un pajarillo para que no extendiera las alas.
Y aún más en lo profundo, quizás sin siquiera ser del todo consciente de ello, disfrutaba porque le daba una alternativa a un pasado nefasto, y a un sino inevitable para la mayoría de muchachas, le dejaba saber que, aunque los dioses fueran tan crueles de atarla a un hombre, y todo lo que comportaba, que podía ser amada sin crueldad, sin violencia ni apuro, sin alcohol y bronca de por medio, y con una dedicación que pocos esposos mostraban.
No era que no hubiese otros motivos de por medio, claro estaba. A Iltharion le agradaba aquella pequeña. Le gustaban en especial aquellos reflejos de mar medianoche que tenía su melena, ahora corta, o su rubor, así se extendiera por cada palmo de la piel de ella, y la forma que tenía de ser cándida y atrevida al mismo tiempo, como si se hallara espectador de alguna clase de pelea interna, de crecimiento personal, o interjección en el ser que podía llegar a convertirse la chiquilla.
Por eso, y por otras tantas cosas, ya que el elfo era de gustos sencillos pero hondos, era que aquellas caricias llenas de inexperiencia, los agarres y bamboleos, seguían haciendo emerger suspiros y jadeos, enronqueciendo su voz con deseo, y erizando la piel que se tensaba entorno a su silueta.
Iltharion aminoró las caricias cuando sintió contra sus muslos aquel temblor revelador en las piernas de su acompañante, y la mano que se aventuraba normalmente por la espalda de ella, se detuvo en medio de esta para obligarla a enderezarse bien y pegarse contra su torso.
Una vez logrado ese objetivo fue bajando, más y más hasta mover a los glúteos, y en la parte baja de estos, y llevando la otra mano a la cadera por un breve momento, intento que se alzara un poco sobre él, aún con esa escasa distancia entre ambos.
Por primera vez era el elfo quien miraba al rostro de su acompañante desde abajo, al menos, en toda la tarde. Estiró el cuello, y alcanzó sus labios, devolviéndole un beso apasionado, pero sin aquella urgencia que ella había dejado traslucir las últimas veces, conocedor de lo que se avecinaba.
Dejó libre la cadera, esperando que fuera la joven quien se sostuviese, y tomándose a si mismo con dicha mano, recorrió el género de ella con el bálano, dejando que aquella humedad reveladora le empapase, antes de apoyarse con una leve presión sobre su entrada.
-Baja despacio. -Le indicó en un susurro claro y ronco a la joven, mientras atrapaba su labio inferior entre los dientes, y tironeaba del mismo con una lentitud y suavidad enfermizos, como si estuviera ilustrando sus palabras.
Del otro lado del callejón, la chiquilla había tenido que asirse al margen de la ventana, porque sentía que le iban a fallar sus temblorosas piernas. Todo su cuerpo estaba hecho un flan de nervios, su pulso se había convertido en orquesta permanente en sus oídos, como si fueran las fiestas mayores del pueblo, y aun así, su mirada escrutaba por esa rendija, las figuras a la luz del fuego de los dos elfos, cuyos cuerpos apenas se veían, pero le permitían intuir toda clase de cosas. Lo que más miraba la doncella, por pudor, y porque era de lo poco claro que tenía ante los ojos, era el rostro de la otra muchacha, que no parecía mucho mayor que ella, mientras dejaba que miles de preguntas asaltaran su mente con el febril énfasis de la adolescencia.
Iltharion no se quejó cuando la joven se detuvo en sus caricias, incapaz de coordinar aquello que la recorría por dentro, con lo que ejercía su cuerpo. No le molestaba. Porque cuando estaba con ella, no buscaba el placer de una amante experta, la contorsión de una mujer flexible versada en las artes amatorias, ni los caminos recónditos y exóticos que podía tomar un lecho. En aquel caso, disfrutaba de descubrir cada palmo de la piel incluso a su propia portadora, de un modo que no había sentido antes, de hacerla ir sintiendo más cómoda y confiada.
Disfrutaba, porque también se sabía único explorador de aquellas latitudes prohibidas, aunque no había tenido necesidad alguna de encerrarla como un pajarillo para que no extendiera las alas.
Y aún más en lo profundo, quizás sin siquiera ser del todo consciente de ello, disfrutaba porque le daba una alternativa a un pasado nefasto, y a un sino inevitable para la mayoría de muchachas, le dejaba saber que, aunque los dioses fueran tan crueles de atarla a un hombre, y todo lo que comportaba, que podía ser amada sin crueldad, sin violencia ni apuro, sin alcohol y bronca de por medio, y con una dedicación que pocos esposos mostraban.
No era que no hubiese otros motivos de por medio, claro estaba. A Iltharion le agradaba aquella pequeña. Le gustaban en especial aquellos reflejos de mar medianoche que tenía su melena, ahora corta, o su rubor, así se extendiera por cada palmo de la piel de ella, y la forma que tenía de ser cándida y atrevida al mismo tiempo, como si se hallara espectador de alguna clase de pelea interna, de crecimiento personal, o interjección en el ser que podía llegar a convertirse la chiquilla.
Por eso, y por otras tantas cosas, ya que el elfo era de gustos sencillos pero hondos, era que aquellas caricias llenas de inexperiencia, los agarres y bamboleos, seguían haciendo emerger suspiros y jadeos, enronqueciendo su voz con deseo, y erizando la piel que se tensaba entorno a su silueta.
Iltharion aminoró las caricias cuando sintió contra sus muslos aquel temblor revelador en las piernas de su acompañante, y la mano que se aventuraba normalmente por la espalda de ella, se detuvo en medio de esta para obligarla a enderezarse bien y pegarse contra su torso.
Una vez logrado ese objetivo fue bajando, más y más hasta mover a los glúteos, y en la parte baja de estos, y llevando la otra mano a la cadera por un breve momento, intento que se alzara un poco sobre él, aún con esa escasa distancia entre ambos.
Por primera vez era el elfo quien miraba al rostro de su acompañante desde abajo, al menos, en toda la tarde. Estiró el cuello, y alcanzó sus labios, devolviéndole un beso apasionado, pero sin aquella urgencia que ella había dejado traslucir las últimas veces, conocedor de lo que se avecinaba.
Dejó libre la cadera, esperando que fuera la joven quien se sostuviese, y tomándose a si mismo con dicha mano, recorrió el género de ella con el bálano, dejando que aquella humedad reveladora le empapase, antes de apoyarse con una leve presión sobre su entrada.
-Baja despacio. -Le indicó en un susurro claro y ronco a la joven, mientras atrapaba su labio inferior entre los dientes, y tironeaba del mismo con una lentitud y suavidad enfermizos, como si estuviera ilustrando sus palabras.
Del otro lado del callejón, la chiquilla había tenido que asirse al margen de la ventana, porque sentía que le iban a fallar sus temblorosas piernas. Todo su cuerpo estaba hecho un flan de nervios, su pulso se había convertido en orquesta permanente en sus oídos, como si fueran las fiestas mayores del pueblo, y aun así, su mirada escrutaba por esa rendija, las figuras a la luz del fuego de los dos elfos, cuyos cuerpos apenas se veían, pero le permitían intuir toda clase de cosas. Lo que más miraba la doncella, por pudor, y porque era de lo poco claro que tenía ante los ojos, era el rostro de la otra muchacha, que no parecía mucho mayor que ella, mientras dejaba que miles de preguntas asaltaran su mente con el febril énfasis de la adolescencia.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Wind se dejó mover mientras aprovechaba para recuperar parte de la respiración que cada vez era más rápida y superficial, externalizando el placer que recorría su cuerpo sin cesar. Ráfagas de calor que salían desde su epicentro y acaban en la punta de sus extremidades, obligándola a suspirar con dificultad y a temblar involuntariamente, al mismo tiempo que la piel blanquecina de todo su cuerpo se erizaba, obligándola a parar momentáneamente su masaje sobre el miembro del bardo.
Sus manos volvieron a cambiar de posición, una de ellos se movió hasta el bazo de bardo y se sujetó con firmeza sobre él mientras que la otra volvió a su cuello, en la unión del mismo y el hombro. Ahora que parecía estable, podía deleitarse con la situación privilegiada en la que se encontraba, mirando a su compañero desde arriba, disfrutando de la imagen que se presentaba ante sí, aunque sin olvidar que aquella escena tan privada, seguía siendo observada por una mirada indiscreta. Pero en aquel momento no le importó, no le importaba nada más que no fuera el placer que se respiraba en el ambiente, podrían haber estado en la mitad de una plaza llena de gente y para ella sólo habrían existido aquellos ojos celestes que la miraban desde abajo.
Sintió a Iltharion más cerca, pero no lo suficiente. Su cuerpo le exigía que estuvieran aún más juntos para poder calmar el hambre que sentía en lo más profundo de su ser, así que, siguiendo sus propios instintos, se acercó aún más para devolverle el beso, siguiendo el ritmo que marcaba su compañero. Demasiado lento para ella, en aquel momento cualquier cosa le parecía poco, Wind se lo hubiera comido entero comenzando por los labios, pero sabía que lo que calmaría su ansiedad llegaría pronto, por lo que mordió el labio inferior del pelirrojo como un pequeño desahogo a las peticiones de su cuerpo y se separó mientras lo dejaba libre.
Al verse más alta que el elfo, quiso sonreír, pero los músculos de su rostro no se lo permitieron. Tan sólo pudo mirar los ojos de Iltharion con voracidad mientras de sus labios salían aquellos gemidos que rompían contra la boca de su compañero, provocados por la cercanía entre ambos.
Más suspiros, más gemidos, más placer cuando comenzó a sentir el roce de la excitación de bardo tan cerca de propio epicentro. La respiración que ya era superficial antes, comenzó a hacerse insostenible, la turbación en ella que le causaba el bardo comenzaba a ser algo problemático, pero no duró mucho.
Aprovechando la indicación del pelirrojo trató de recomponerse y, sin más tardar, comenzó a bajar, con una lentitud mortificante mientras su respiración se hacía más lenta por el placer profundo que comenzaba a sentir. Se mordió su propio labio inferior mientras cerraba los ojos, recreándose en aquel momento y, no fue hasta que se sintió llena que volvió a abrir los ojos mientras los suspiros que surgían de lo más profundo de su garganta, comenzaban a salir entre sus labios.
Se quedó quieta unos instantes, disfrutando del momento mientras esperaba acostumbrarse a aquella sensación inicial.
No tardó mucho más de unos segundos en comenzar a moverse, despacio levantándose y volviendo a bajar mientras los hondos suspiros se escapaban de su boca. Trató de mantener la mirada al bardo mientras comenzaba a moverse, pero el pudor fue mayor que su deseo que observarle, así que volvió a cerrar los ojos, deleitándose con cada embate que ella misma provocaba.
Le temblaban los brazos y las piernas por el placer que invadía su cuerpo, así que, con la intención de tener más estabilidad, se sujetó con la mano que antes estaba en el hombro del elfo, al respaldo de la silla y comenzó a mover la cadera al mismo ritmo que subía y bajaba para, acto seguido enterrar su cabeza en el cuello del elfo. Depositó unos cuantos besos ahí, y permaneció en aquel lugar unos segundos mientras su cálido aliento rompía contra la piel de su compañero.
Sus manos volvieron a cambiar de posición, una de ellos se movió hasta el bazo de bardo y se sujetó con firmeza sobre él mientras que la otra volvió a su cuello, en la unión del mismo y el hombro. Ahora que parecía estable, podía deleitarse con la situación privilegiada en la que se encontraba, mirando a su compañero desde arriba, disfrutando de la imagen que se presentaba ante sí, aunque sin olvidar que aquella escena tan privada, seguía siendo observada por una mirada indiscreta. Pero en aquel momento no le importó, no le importaba nada más que no fuera el placer que se respiraba en el ambiente, podrían haber estado en la mitad de una plaza llena de gente y para ella sólo habrían existido aquellos ojos celestes que la miraban desde abajo.
Sintió a Iltharion más cerca, pero no lo suficiente. Su cuerpo le exigía que estuvieran aún más juntos para poder calmar el hambre que sentía en lo más profundo de su ser, así que, siguiendo sus propios instintos, se acercó aún más para devolverle el beso, siguiendo el ritmo que marcaba su compañero. Demasiado lento para ella, en aquel momento cualquier cosa le parecía poco, Wind se lo hubiera comido entero comenzando por los labios, pero sabía que lo que calmaría su ansiedad llegaría pronto, por lo que mordió el labio inferior del pelirrojo como un pequeño desahogo a las peticiones de su cuerpo y se separó mientras lo dejaba libre.
Al verse más alta que el elfo, quiso sonreír, pero los músculos de su rostro no se lo permitieron. Tan sólo pudo mirar los ojos de Iltharion con voracidad mientras de sus labios salían aquellos gemidos que rompían contra la boca de su compañero, provocados por la cercanía entre ambos.
Más suspiros, más gemidos, más placer cuando comenzó a sentir el roce de la excitación de bardo tan cerca de propio epicentro. La respiración que ya era superficial antes, comenzó a hacerse insostenible, la turbación en ella que le causaba el bardo comenzaba a ser algo problemático, pero no duró mucho.
Aprovechando la indicación del pelirrojo trató de recomponerse y, sin más tardar, comenzó a bajar, con una lentitud mortificante mientras su respiración se hacía más lenta por el placer profundo que comenzaba a sentir. Se mordió su propio labio inferior mientras cerraba los ojos, recreándose en aquel momento y, no fue hasta que se sintió llena que volvió a abrir los ojos mientras los suspiros que surgían de lo más profundo de su garganta, comenzaban a salir entre sus labios.
Se quedó quieta unos instantes, disfrutando del momento mientras esperaba acostumbrarse a aquella sensación inicial.
No tardó mucho más de unos segundos en comenzar a moverse, despacio levantándose y volviendo a bajar mientras los hondos suspiros se escapaban de su boca. Trató de mantener la mirada al bardo mientras comenzaba a moverse, pero el pudor fue mayor que su deseo que observarle, así que volvió a cerrar los ojos, deleitándose con cada embate que ella misma provocaba.
Le temblaban los brazos y las piernas por el placer que invadía su cuerpo, así que, con la intención de tener más estabilidad, se sujetó con la mano que antes estaba en el hombro del elfo, al respaldo de la silla y comenzó a mover la cadera al mismo ritmo que subía y bajaba para, acto seguido enterrar su cabeza en el cuello del elfo. Depositó unos cuantos besos ahí, y permaneció en aquel lugar unos segundos mientras su cálido aliento rompía contra la piel de su compañero.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Un gemido grave y ronco emanó de los labios del viajero, a medida que la joven lo atrapaba en su cuerpo, con una lentitud tortuosa, que lo desesperaba, pero le permitía apreciar, disfrutar de cada mínimo avance que hacía para adentrarse en ese pequeño y delicioso cuerpo.
Su respiración se cortó por completo, inexistente, en ese espasmo de gozó de ser engullido al completo, y fue así mientras permanecieron quietos, acostumbrándose a la presión adictiva que se profesaban mutuamente, y a los pálpitos irregulares de deseo que se dedicaban sus cuerpos.
Gratamente sintió como la joven empezaba a moverse, y le permitió unos instantes solo de ella antes de empezar a moverse levemente, lo que la silla le permitía, para acoplarse a aquel ritmo pasional y apacible al mismo tiempo, sumergiéndose en los ojos de ella, llenos de una voracidad y deseo de los que era espejo.
Aunque el beso le agradaba, así como las caricias, y los mismos que la muchacha profesaba en su cuello, el hecho de que le rehuyera la vista, con aquel atisbo de vergüenza, solo le azuzaba a hacerla más intensa.
Sin embargo, permaneció sentado, quieto en aquel sitio, pero sin dejar de mover la cadera. Dejando que las palmas de las manos recorrieran las curvas de ella, la asieran de la espalda para juntar sus pieles, y pegar sus torsos, le acariciaran la nuca y los costados, y la aferraran de los glúteos para hacer de cada envite algo mucho más profundo e intenso.
Con las manos, la aferraba a veces del borde de los muslos, y la guiaba en sus movimientos, no solo ascendentes, para que al moverse contra el, sus pieles rozaran de otras maneras, y estimulara no solo cada ápice de sus adentros, si no también aquel punto sensible y oculto que se hallaba a fuera.
La respiración del trovador era entrecortada, irregular, y cada envite en el que se encontraban sus sexos hacía de aquello algo más agudo, notorio. La temperatura de su cuerpo iba siempre creciendo, haciendo que fuera innecesario incluso el hecho de haber prendido la chimenea, pues empezaba a tener lava en vez de sangre corriéndole por las venas.
Pronto, los temblores de ella, y la pasividad a la que lo confinaba la silla, lo exiliaron de esta. Acomodó las manos bajo los glúteos de ella, y dejo que sus labios trazaran con su tacto un sendero hasta su oreja. -Agárrate. -Le advirtió, con ese tono aterciopelado, ronco y autoritario al mismo tiempo, dándole unos segundos antes de levantarse del asiento, sin separarse de ella.
Iltharion dio un par de pasos, lento, para que no se cayeran, y con un tono pícaro y bromista, sin poder alejar la lujuria que teñía su voz en ese momento, le susurró, con tal de generarle más vergüenza.-¿Quieres ir al balcón?.-Le dio un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.
Naturalmente, su trayecto fue lejos de aquello, y aunque dio un par de pasos hacía allí, solo para hacerle entrar el miedo, fue la cama el destino de su corta travesía por la estancia, rodeó el camastro hasta quedar ante el lado que encaraba la puerta, y apoyó la espalda de ella contra la sabana extendida del lecho.
Y aun parado en el margen, apoyando solo una de sus rodillas sobre el colchón, volvió a moverse, lo suficientemente cerca del cuerpo de ella como para poder seguir envolviéndolo con un brazo y explorándolo con la mano restante, y lo justo de lejos, como para impedir que volviera a ocultar su rostro de la mirada de él.
Aunque los envites seguían siendo igual de lentos, y los movimientos tan profundos como les permitía su existencia, el camastro rebotaba ligeramente con ellos, ayudándoles en su empeño, y emitiendo, a su vez, un revelador chirrido con las patas sobre el suelo, y un repiqueteo sobre la pared con el cabecero.
Su respiración se cortó por completo, inexistente, en ese espasmo de gozó de ser engullido al completo, y fue así mientras permanecieron quietos, acostumbrándose a la presión adictiva que se profesaban mutuamente, y a los pálpitos irregulares de deseo que se dedicaban sus cuerpos.
Gratamente sintió como la joven empezaba a moverse, y le permitió unos instantes solo de ella antes de empezar a moverse levemente, lo que la silla le permitía, para acoplarse a aquel ritmo pasional y apacible al mismo tiempo, sumergiéndose en los ojos de ella, llenos de una voracidad y deseo de los que era espejo.
Aunque el beso le agradaba, así como las caricias, y los mismos que la muchacha profesaba en su cuello, el hecho de que le rehuyera la vista, con aquel atisbo de vergüenza, solo le azuzaba a hacerla más intensa.
Sin embargo, permaneció sentado, quieto en aquel sitio, pero sin dejar de mover la cadera. Dejando que las palmas de las manos recorrieran las curvas de ella, la asieran de la espalda para juntar sus pieles, y pegar sus torsos, le acariciaran la nuca y los costados, y la aferraran de los glúteos para hacer de cada envite algo mucho más profundo e intenso.
Con las manos, la aferraba a veces del borde de los muslos, y la guiaba en sus movimientos, no solo ascendentes, para que al moverse contra el, sus pieles rozaran de otras maneras, y estimulara no solo cada ápice de sus adentros, si no también aquel punto sensible y oculto que se hallaba a fuera.
La respiración del trovador era entrecortada, irregular, y cada envite en el que se encontraban sus sexos hacía de aquello algo más agudo, notorio. La temperatura de su cuerpo iba siempre creciendo, haciendo que fuera innecesario incluso el hecho de haber prendido la chimenea, pues empezaba a tener lava en vez de sangre corriéndole por las venas.
Pronto, los temblores de ella, y la pasividad a la que lo confinaba la silla, lo exiliaron de esta. Acomodó las manos bajo los glúteos de ella, y dejo que sus labios trazaran con su tacto un sendero hasta su oreja. -Agárrate. -Le advirtió, con ese tono aterciopelado, ronco y autoritario al mismo tiempo, dándole unos segundos antes de levantarse del asiento, sin separarse de ella.
Iltharion dio un par de pasos, lento, para que no se cayeran, y con un tono pícaro y bromista, sin poder alejar la lujuria que teñía su voz en ese momento, le susurró, con tal de generarle más vergüenza.-¿Quieres ir al balcón?.-Le dio un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.
Naturalmente, su trayecto fue lejos de aquello, y aunque dio un par de pasos hacía allí, solo para hacerle entrar el miedo, fue la cama el destino de su corta travesía por la estancia, rodeó el camastro hasta quedar ante el lado que encaraba la puerta, y apoyó la espalda de ella contra la sabana extendida del lecho.
Y aun parado en el margen, apoyando solo una de sus rodillas sobre el colchón, volvió a moverse, lo suficientemente cerca del cuerpo de ella como para poder seguir envolviéndolo con un brazo y explorándolo con la mano restante, y lo justo de lejos, como para impedir que volviera a ocultar su rostro de la mirada de él.
Aunque los envites seguían siendo igual de lentos, y los movimientos tan profundos como les permitía su existencia, el camastro rebotaba ligeramente con ellos, ayudándoles en su empeño, y emitiendo, a su vez, un revelador chirrido con las patas sobre el suelo, y un repiqueteo sobre la pared con el cabecero.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Los movimientos del bardo acompasaban los suyos propios, haciendo que el placer que sentía incrementara con cada roce, oscilación o mirada. En aquel momento cualquier cosa que sucediera, aumentaba ese placer tan profundo que experimentaba todo su ser. Todo su cuerpo se hallaba bajo las órdenes que le daba su subconsciente más carnal haciendo que toda ella fuera una simple marioneta en manos de una lujuria que no acostumbraba a aparecer en la vida de Wind.
A pesar de aquella libido que le nublaba la mente, seguía siendo incapaz de mantener la mirada de su compañero, como si eso fuera un punto de inflexión para ella, como si aquellos ojos en aquel momento pudieran acabar con la poca cordura que conservaba ¿Tal vez porque ahora creía que esos ojos eran de una Diosa? Era posible, pero con las piernas temblorosas y los gemidos saliendo de lo más profundo de su garganta nada de eso le importaba. Si esos orbes pertenecían a un elfo, a una Diosa o al mismísimo Rey de Lunargenta, era irrelevante, pues en ese momento sólo era capaz de pensar en que podían devorarla hasta el punto de no dejar nada de ella.
Wind levantó la cabeza cuando escuchó las palabras del pelirrojo y, haciendo lo que éste le había pedido, soltó la silla y pasó ambos brazos por su cuello mientras la piel se le erizaba por aquel susurro en su oreja. Hizo fuerza con ambas piernas para no quedar colgando y, en cuanto Iltharion se levantó, la muchacha rodeó su cadera con ambas extremidades.
Volvió a depositar en el cuello de su compañero unos cuantos besos, suaves que, no dejaban de intercalarse con pequeños suspiros para, acto seguido separar su rostro de aquella zona. - ¡N-No! - Exclamó mientras el rubor volvía a invadir su rostro hasta las orejas al ver cómo el elfo realmente parecía caminar hacia el balcón. Enterró su rostro de nuevo en su cuello y lo dejó ahí hasta que cambiaron de dirección. Un pequeño mordisco a modo de venganza y volvió a mover su faz para intentar, vanamente, fulminar al bardo con la mirada.
Aquella mirada que debería haber sido recriminatoria, no podía serlo pues la pasión del momento era mayor que sus ganas de castigar al pelirrojo. Sus orbes acabaron transmitiendo deseo en vez de enojo y, con esa frustración de no poder pensar con claridad ni ser dueña de sus actos, volvió a cerrarlos hasta que su espalda tocó la colcha.
Sin mover las piernas de la cadera del bardo, bajó ambos brazos hasta que éstos quedaron a ambos lados de su propio cuerpo, sin saber demasiado bien qué hacer con ellos. Aun así, tardó poco en darles utilidad. Con su mano derecha, sujetó la sabana con fuerza, como si de aquella manera pudiera asimilar mejor el goce de las embestidas, mientras con su brazo izquierdo se tapaba la boca, dejando únicamente sus ojos realmente a la vista.
La muchacha no era capaz de sostener la mirada de Iltharion por más de unos pocos segundos, haciendo que, a pesar de su intento por mantenerle la mirada, acabara torciendo su rostro hacia algún lateral a la vez que cerraba los ojos para volver a centrarse en las sensaciones que salían de su epicentro y se repartían por todo su cuerpo, erizándole la piel y provocándole respiraciones agitadas e irregulares.
El bardo estaba demasiado lejos para que Wind pudiera enterrar su vergüenza entre sus labios, así que continuó con aquellos movimientos de cuello que trataban de evadir la mirada de Iltharion sin demasiado éxito.
El cuerpo de Wind se estremecía con cada embate que le proporcionaba el bardo y, sin siquiera pensarlo, comenzó a acompañarlos con su propia cadera, ayudando a que aquellos movimientos fueran más profundos a la vez que los gemidos que salían de lo más profundo de su ser, aumentaban en intensidad. Si de algo estaba segura la pequeña elfina, era que la cama era mucho más cómoda y bastante más placentera que la silla en la que estaban antes.
La habitación, que hacía unos segundos parecía tan silenciosa, ahora estaba llena de sonidos que trataban de taparse unos a otros. La cama chirriaba y golpeaba al mismo son que el fuego crepitaba mientras las respiraciones desacompasadas de los elfos parecían intentar tapar ambos sonidos.
A pesar de aquella libido que le nublaba la mente, seguía siendo incapaz de mantener la mirada de su compañero, como si eso fuera un punto de inflexión para ella, como si aquellos ojos en aquel momento pudieran acabar con la poca cordura que conservaba ¿Tal vez porque ahora creía que esos ojos eran de una Diosa? Era posible, pero con las piernas temblorosas y los gemidos saliendo de lo más profundo de su garganta nada de eso le importaba. Si esos orbes pertenecían a un elfo, a una Diosa o al mismísimo Rey de Lunargenta, era irrelevante, pues en ese momento sólo era capaz de pensar en que podían devorarla hasta el punto de no dejar nada de ella.
Wind levantó la cabeza cuando escuchó las palabras del pelirrojo y, haciendo lo que éste le había pedido, soltó la silla y pasó ambos brazos por su cuello mientras la piel se le erizaba por aquel susurro en su oreja. Hizo fuerza con ambas piernas para no quedar colgando y, en cuanto Iltharion se levantó, la muchacha rodeó su cadera con ambas extremidades.
Volvió a depositar en el cuello de su compañero unos cuantos besos, suaves que, no dejaban de intercalarse con pequeños suspiros para, acto seguido separar su rostro de aquella zona. - ¡N-No! - Exclamó mientras el rubor volvía a invadir su rostro hasta las orejas al ver cómo el elfo realmente parecía caminar hacia el balcón. Enterró su rostro de nuevo en su cuello y lo dejó ahí hasta que cambiaron de dirección. Un pequeño mordisco a modo de venganza y volvió a mover su faz para intentar, vanamente, fulminar al bardo con la mirada.
Aquella mirada que debería haber sido recriminatoria, no podía serlo pues la pasión del momento era mayor que sus ganas de castigar al pelirrojo. Sus orbes acabaron transmitiendo deseo en vez de enojo y, con esa frustración de no poder pensar con claridad ni ser dueña de sus actos, volvió a cerrarlos hasta que su espalda tocó la colcha.
Sin mover las piernas de la cadera del bardo, bajó ambos brazos hasta que éstos quedaron a ambos lados de su propio cuerpo, sin saber demasiado bien qué hacer con ellos. Aun así, tardó poco en darles utilidad. Con su mano derecha, sujetó la sabana con fuerza, como si de aquella manera pudiera asimilar mejor el goce de las embestidas, mientras con su brazo izquierdo se tapaba la boca, dejando únicamente sus ojos realmente a la vista.
La muchacha no era capaz de sostener la mirada de Iltharion por más de unos pocos segundos, haciendo que, a pesar de su intento por mantenerle la mirada, acabara torciendo su rostro hacia algún lateral a la vez que cerraba los ojos para volver a centrarse en las sensaciones que salían de su epicentro y se repartían por todo su cuerpo, erizándole la piel y provocándole respiraciones agitadas e irregulares.
El bardo estaba demasiado lejos para que Wind pudiera enterrar su vergüenza entre sus labios, así que continuó con aquellos movimientos de cuello que trataban de evadir la mirada de Iltharion sin demasiado éxito.
El cuerpo de Wind se estremecía con cada embate que le proporcionaba el bardo y, sin siquiera pensarlo, comenzó a acompañarlos con su propia cadera, ayudando a que aquellos movimientos fueran más profundos a la vez que los gemidos que salían de lo más profundo de su ser, aumentaban en intensidad. Si de algo estaba segura la pequeña elfina, era que la cama era mucho más cómoda y bastante más placentera que la silla en la que estaban antes.
La habitación, que hacía unos segundos parecía tan silenciosa, ahora estaba llena de sonidos que trataban de taparse unos a otros. La cama chirriaba y golpeaba al mismo son que el fuego crepitaba mientras las respiraciones desacompasadas de los elfos parecían intentar tapar ambos sonidos.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Aquella negativa alarmada arrancó una risa breve, grave y rasgada del cuello del bardo, que se limitó a inclinar la cabeza hacia la muchacha, cuando esta separó la faz de su cuello, para plantarle un corto beso en los labios, con una sonrisa socarrona pintada en la cara, que los gemidos y jadeos no tardaron en barrer de su lugar.
Iltharion suspiró con alivio al dejar de cargar con el peso, no porque fuera excesivo, sino porque aún tenía sobre el cuerpo el cansancio acumulado de todo aquel día, y había cargado suficientes cosas por una buena temporada.
Pese a eso, su traslado había valido la pena, no solo por la comodidad que ganaba, que ahora le permitía moverse libremente, ahondar en las entrañas de la muchacha hasta el tope de su cuerpo, y emerger del mismo sin descanso, atraído por la ambrosía que contenía entre los muslos, y por la presión de las piernas que le rodeaban.
También por la expresión turbada de vergüenza que la joven ahora no podía ocultar. La forma en la que la chiquilla se aferraba a las sabanas, que no pasaba desapercibida en el minucioso escrutinio del bardo, y aquellos giros de su delgado y marcado cuello, que intentaban inútilmente rehuirle la mirada.
Uno de los codos del trovador quedó hincado sobre el colchón, a la altura de los hombros de la muchacha, y dicha mano ascendió por esa curva con el cuello hasta asir el mismo con la palma en un lado, y recorrer con el pulgar desde el margen de la mandíbula de ella hasta el mentón, obligándola a encararle, y manteniéndola con firmeza mirándole a la cara.
El torso del trovador se inclinó aún más, dejando posar sus labios sobre la oreja de ella, lamiendo su forma, y dejando su respiración y aquellos sonidos que el cuerpo de ella le provocaba, golpear contra la carne erizada.
-Cuantos esfuerzos por no mirarme. – De nuevo un tono pícaro y dominante, como si hubiera alguna clase de placer sadista que lo excitara ante la expectativa de llevar la vergüenza de la muchacha a límites insospechados.
Deslizó su nariz por el mentón, dejando un reguero de besos a su paso, y deteniéndose en la boca de la muchacha.
La mano restante se acomodó sobre uno de los costados, subió por las costillas de la pequeña, y se adentró hacia su torso, escalando sin pudor alguno sus senos, acariciándolos y amasándolos sin descanso, marcando el paso de sus yemas por el contorno de los mismos, por la escalada hasta su cumbre, y pellizcando con suavidad el pezón que los coronaba.
Sin embargo, no se detuvo demasiado en aquel lugar, y esbozando una sonrisa divertida, que no auguraba ninguna intención piadosa, deslizó su palma por el vientre de la joven, la hizo virar por la cadera, y siguió bajando por la cara trasera de los muslos de la muchacha.
Sin fuerza, solo presionando con el pulgar en un par de puntos sensibles, hizo que las piernas de ella se desenredaran de su cadera, y con un quejido instintivo por su parte, emergió por completo de sus entrañas.
Como si la muchacha fuera alguna clase de muñeca de trapo, la hizo darse vuelta sobre el lecho en el que reposaba.
Su palma fue al abdomen otra vez, para lograr que se alzara, lo justo para que quedaran las piernas de ella flexionadas, y las rodillas contra la colcha en la que hacía unos instantes se agarraba con vehemencia.
Aquella mano que disponía según al elfo le venía en gana, terminó allí su trabajo, y ascendió una vez más hacia los senos de la muchacha para recrearse.
Él elfo no se demoró en volver a sumergirse en la joven de tez de porcelana, y una vez más, se detuvo unos instantes, como si esos segundos que había pasado fuera de la misma, lo hubieran desacostumbrado a tan sublime tacto. Luego volvió a moverse, como antes, sin prisa, pero con una profundidad consumada, saliendo casi por completo en cada envite, y golpeando con impúdico ruido al juntarse.
La extremidad que había sido el rostro de la muchacha para que lo mirase a él, volvió al mentón de la joven, esta vez con otro objetivo, y es que el ventanal del balcón acristalado, reflejaba toda la escena que acontecía en la cama, no tan bien como un espejo, pero lo suficiente como para discernir no solo lo que pasaba, si no los rasgos o sus miradas, y de aquel modo podía contemplarla, podía seguir viendo esos orbes de un azul prusiano cristalino y atrapante. Y sobre todo, y más que nada, ella se podía ver a sí misma en aquel reflejo sesgado, y azuzar esa rojez que teñía su piel clara.
Fue entonces, y con esos clones más allá del cristal, ese mundo paralelo que les devolvía la mirada, y permitía a sus ojos encontrarse, aun y cuando se hallaban despaldas, que el trovador empezó a moverse con más brío y ansias, y a dejar en sus acometidas, la prudencia y la delicadeza paulatinamente de lado.
En cuanto a la espectadora no invitada, el elfo se había olvidado por completamente de su presencia, o mejor dicho, no le importaba en lo más mínimo, ni para bien ni para mal, había cumplido su cometido, que era azorar a la muchacha, y lo que hiciera más allá de eso, le importaba menos que lo que cualquiera de los aldeanos fuera a cenar esa noche.
Algo que no era mutuo, pues la doncella costurera soltó de sus manos la labor de bordado al contemplar los acontecimientos de la posada, que se rompió por una de las patas, y mareada tuvo que asirse a la ventana para que las piernas no le fallaran, congelada en aquel lugar, temerosa de que si daba un solo paso, iba a reunirse con el bastidor de costura en el suelo de aquella estancia.
Iltharion suspiró con alivio al dejar de cargar con el peso, no porque fuera excesivo, sino porque aún tenía sobre el cuerpo el cansancio acumulado de todo aquel día, y había cargado suficientes cosas por una buena temporada.
Pese a eso, su traslado había valido la pena, no solo por la comodidad que ganaba, que ahora le permitía moverse libremente, ahondar en las entrañas de la muchacha hasta el tope de su cuerpo, y emerger del mismo sin descanso, atraído por la ambrosía que contenía entre los muslos, y por la presión de las piernas que le rodeaban.
También por la expresión turbada de vergüenza que la joven ahora no podía ocultar. La forma en la que la chiquilla se aferraba a las sabanas, que no pasaba desapercibida en el minucioso escrutinio del bardo, y aquellos giros de su delgado y marcado cuello, que intentaban inútilmente rehuirle la mirada.
Uno de los codos del trovador quedó hincado sobre el colchón, a la altura de los hombros de la muchacha, y dicha mano ascendió por esa curva con el cuello hasta asir el mismo con la palma en un lado, y recorrer con el pulgar desde el margen de la mandíbula de ella hasta el mentón, obligándola a encararle, y manteniéndola con firmeza mirándole a la cara.
El torso del trovador se inclinó aún más, dejando posar sus labios sobre la oreja de ella, lamiendo su forma, y dejando su respiración y aquellos sonidos que el cuerpo de ella le provocaba, golpear contra la carne erizada.
-Cuantos esfuerzos por no mirarme. – De nuevo un tono pícaro y dominante, como si hubiera alguna clase de placer sadista que lo excitara ante la expectativa de llevar la vergüenza de la muchacha a límites insospechados.
Deslizó su nariz por el mentón, dejando un reguero de besos a su paso, y deteniéndose en la boca de la muchacha.
La mano restante se acomodó sobre uno de los costados, subió por las costillas de la pequeña, y se adentró hacia su torso, escalando sin pudor alguno sus senos, acariciándolos y amasándolos sin descanso, marcando el paso de sus yemas por el contorno de los mismos, por la escalada hasta su cumbre, y pellizcando con suavidad el pezón que los coronaba.
Sin embargo, no se detuvo demasiado en aquel lugar, y esbozando una sonrisa divertida, que no auguraba ninguna intención piadosa, deslizó su palma por el vientre de la joven, la hizo virar por la cadera, y siguió bajando por la cara trasera de los muslos de la muchacha.
Sin fuerza, solo presionando con el pulgar en un par de puntos sensibles, hizo que las piernas de ella se desenredaran de su cadera, y con un quejido instintivo por su parte, emergió por completo de sus entrañas.
Como si la muchacha fuera alguna clase de muñeca de trapo, la hizo darse vuelta sobre el lecho en el que reposaba.
Su palma fue al abdomen otra vez, para lograr que se alzara, lo justo para que quedaran las piernas de ella flexionadas, y las rodillas contra la colcha en la que hacía unos instantes se agarraba con vehemencia.
Aquella mano que disponía según al elfo le venía en gana, terminó allí su trabajo, y ascendió una vez más hacia los senos de la muchacha para recrearse.
Él elfo no se demoró en volver a sumergirse en la joven de tez de porcelana, y una vez más, se detuvo unos instantes, como si esos segundos que había pasado fuera de la misma, lo hubieran desacostumbrado a tan sublime tacto. Luego volvió a moverse, como antes, sin prisa, pero con una profundidad consumada, saliendo casi por completo en cada envite, y golpeando con impúdico ruido al juntarse.
La extremidad que había sido el rostro de la muchacha para que lo mirase a él, volvió al mentón de la joven, esta vez con otro objetivo, y es que el ventanal del balcón acristalado, reflejaba toda la escena que acontecía en la cama, no tan bien como un espejo, pero lo suficiente como para discernir no solo lo que pasaba, si no los rasgos o sus miradas, y de aquel modo podía contemplarla, podía seguir viendo esos orbes de un azul prusiano cristalino y atrapante. Y sobre todo, y más que nada, ella se podía ver a sí misma en aquel reflejo sesgado, y azuzar esa rojez que teñía su piel clara.
Fue entonces, y con esos clones más allá del cristal, ese mundo paralelo que les devolvía la mirada, y permitía a sus ojos encontrarse, aun y cuando se hallaban despaldas, que el trovador empezó a moverse con más brío y ansias, y a dejar en sus acometidas, la prudencia y la delicadeza paulatinamente de lado.
En cuanto a la espectadora no invitada, el elfo se había olvidado por completamente de su presencia, o mejor dicho, no le importaba en lo más mínimo, ni para bien ni para mal, había cumplido su cometido, que era azorar a la muchacha, y lo que hiciera más allá de eso, le importaba menos que lo que cualquiera de los aldeanos fuera a cenar esa noche.
Algo que no era mutuo, pues la doncella costurera soltó de sus manos la labor de bordado al contemplar los acontecimientos de la posada, que se rompió por una de las patas, y mareada tuvo que asirse a la ventana para que las piernas no le fallaran, congelada en aquel lugar, temerosa de que si daba un solo paso, iba a reunirse con el bastidor de costura en el suelo de aquella estancia.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Wind se dejó hacer mientras el bardo recorría el contorno de su rostro con el dedo, disfrutando de aquel ligero roce mientras apartaba el brazo que tapaba parte de su faz. Un suspiro suave y ligero apareció entre sus labios, desentonando con todos los demás que habían salido hasta el momento, como si aquella exhalación no correspondiera con el momento en el que se había producido, pero, la caricia sobre su semblante hizo que, por un momento, recuperara parte de la respiración que había perdido a lo largo de aquel encuentro.
Aquel suspiro quedó rápidamente enterrado por otros sonidos más habituales causados por la lujuria de sus adentros que, se vio acrecentada cuando su rostro quedó anclado hacia el frente, obligándola a mirar directamente a Iltharion. El rubor subió rápidamente a su rostro, haciéndola sentir que podía estallar en llamas en cualquier momento, pero, al mismo tiempo, con la sensación de que no podía cerrar los ojos, la cual aumentó cuando aquel pequeño reproche llego a su oído.
Su corazón se aceleró y la respiración quedó cortada unos instantes haciendo que el tono carmesí que teñía su faz se encendiera aún más, como si hubiera sido pillada en una picardía que realmente no se había molestado en esconder. La respiración volvió más irregular que antes, impidiéndole decir alguna excusa para aquel comentario… aunque primero debería haber sido capaz de pensarla. Al mismo tiempo su interior latía con fuerza, como si esa reprimenda hubiera causado algo en ella que no era capaz de discernir.
Le devolvió el beso aún con cierto aturdimiento que parecía confrontarse con los gemidos profundos que salían de su garganta y volvió a centrarse en las manos del bardo, que volvían a recorrer su cuerpo, como si estuviera tratando de aprenderse cada rincón de su ser de memoria, cada palmo de su piel que se erizaba con el tacto de sus habilidosas manos, cada centímetro de carne que conformaba a la muchacha.
Apretó con fuerza la colcha cuando sintió los suaves tirones sobre las cumbres de su pecho y contuvo la respiración un instante, para después soltarla con un hondo suspiro en cuanto se alejaron de aquella zona tan sensible para ella.
Aquellos afectos sobre su cuerpo le gustaban en demasía, a pesar de que la sonrisa del rostro de Iltharion le indicaba que la diversión no había terminado, los afectos hacia su persona resultaban tan agradables que aquella parte libidinosa y juguetona que pretendía seguir jugando con la cordura de la muchacha y que se escondía tras las caricias, quedaba relegada a un segundo plano.
Wind bajó las piernas en cuanto vio que aquella era la intención del elfo ¿Qué pensaba hacer? Esa duda apenas aguantó unos instantes en su cabeza pues, algo más importante que su pregunta ocurrió de repente. Un quejido salió de sus labios al mismo tiempo que lo escuchaba de los labios de su compañero, soltó la colcha y le miró con incomprensión ¿Acaso iban a dejarlo así? No, ni hablar, aquello no podía quedar así y, cuando fue a abrir la boca para quejar, preguntar o vayan los cielos a saber qué, el pelirrojo la hizo girar sin mayor dificultad - ¿Qué...? - No terminó de formular aquella pregunta que realmente no tenía ningún final definido cuando comenzó a moverse según le marcaba Iltharion, hasta quedar alzada sobre sus cuatro extremidades.
No tenía demasiado claro que pretendía hacer el bardo, pero no pensaba quejarse pues, hasta el momento, no habían hecho nada que le desagradara. Apenas tuvo unos segundos para colocarse y disfrutar de las nuevas caricias sobre sus senos, cuando volvió a sentir a Iltharion dentro de ella haciendo que un gemido saliera de su garganta a la vez que sus brazos comenzaban a temblarle.
Con aquella posición, las sensaciones eran distintas. No sabía cuánto o por qué, pero algo dentro de ella se sentía diferente, quizás incluso más placentero, pero no estaba segura, su cabeza no podía analizar y comparar aquellas sensaciones como si fueran plantas en un bosque, tan sólo podía recrearse en el placer que le provocaban, disfrutando tanto como podía de ellas.
La elfa se dejó guiar, entre otras cosas, porque no podía oponerse. No tenía fuerza de voluntad suficiente ni el valor de encarar de nuevo otro reproche libidinoso de Iltharion, así que, entre jadeos y suspiros levantó la vista hasta que se dio cuenta de lo que el elfo quería que viera. Su rostro se encendió, mucho más de lo que podía haber imaginado, como si su rostro quisiera convertirse en una hoguera empezando por adoptar el color y seguido por el calor que lo acompañaba y se aglutinaba en sus orejas.
Aquella imagen era más de lo que podía soportar e, instintivamente miró el rostro del bardo, buscando alguna clase de reacción que le permitiera dejar de observarse, pero no fue así. Una sonrisa con cierto aire socarrón se entreveía entre la expresión de excitación que decoraba su rostro, como si realmente disfrutara de aquello. Al verle el rostro sabía que si apartaba de nuevo la mirada obtendría algún tipo de comentario que acabaría avergonzándola aún más, así que permaneció ahí, con los brazos temblorosos por las embestidas y el rostro inundado de una lujuria teñida de carmesí.
A pesar de que ella misma pensaba que era la que había decidido continuar observando, lo cierto era que Wind no podía dejar de mirar aquella pareja de elfos que se reflejaba en el cristal, que le parecían unos desconocidos, una pareja lasciva y sin pudor que cruzaban las miradas como si aquel acto no fuera tan carnal como parecía desde fuera. ¿Realmente ella tenía esa mirada? No, el cristal estaba distorsionando la escena, sin duda alguna, aquella muchacha que parecía tan libidinosa no podía ser ella, ella no podía poner un rostro como aquel que, a pesar de estar teñido por una vergüenza más que visible, se podía entrever en él los estragos del placer su expresión.
Cuando la delicadeza comenzó a desaparecer dejando paso a unas acometidas más rápidas, la elfa no pudo sostenerse sobre sus propios brazos, así que, con el mayor cuidado que pudo, tumbó el torso sobre la cama, sin bajar la cadera y volvió a mirar el espejo improvisado levantando ligeramente la cabeza y sujetando la colcha justo delante de su rostro con las manos apretadas. Osciló la mirada entre Iltharion y ella misma, olvidándose por completo de la tercera persona que también podía incluirse dentro de la escena, a la vez que los gemidos aumentaban de nuevo en intensidad, cuando un cosquilleo que ya conocía, comenzó a aparecer en su centro de placer, amenazando con incrementarse aún más si el ritmo de los embates no se reducía.
Aquel suspiro quedó rápidamente enterrado por otros sonidos más habituales causados por la lujuria de sus adentros que, se vio acrecentada cuando su rostro quedó anclado hacia el frente, obligándola a mirar directamente a Iltharion. El rubor subió rápidamente a su rostro, haciéndola sentir que podía estallar en llamas en cualquier momento, pero, al mismo tiempo, con la sensación de que no podía cerrar los ojos, la cual aumentó cuando aquel pequeño reproche llego a su oído.
Su corazón se aceleró y la respiración quedó cortada unos instantes haciendo que el tono carmesí que teñía su faz se encendiera aún más, como si hubiera sido pillada en una picardía que realmente no se había molestado en esconder. La respiración volvió más irregular que antes, impidiéndole decir alguna excusa para aquel comentario… aunque primero debería haber sido capaz de pensarla. Al mismo tiempo su interior latía con fuerza, como si esa reprimenda hubiera causado algo en ella que no era capaz de discernir.
Le devolvió el beso aún con cierto aturdimiento que parecía confrontarse con los gemidos profundos que salían de su garganta y volvió a centrarse en las manos del bardo, que volvían a recorrer su cuerpo, como si estuviera tratando de aprenderse cada rincón de su ser de memoria, cada palmo de su piel que se erizaba con el tacto de sus habilidosas manos, cada centímetro de carne que conformaba a la muchacha.
Apretó con fuerza la colcha cuando sintió los suaves tirones sobre las cumbres de su pecho y contuvo la respiración un instante, para después soltarla con un hondo suspiro en cuanto se alejaron de aquella zona tan sensible para ella.
Aquellos afectos sobre su cuerpo le gustaban en demasía, a pesar de que la sonrisa del rostro de Iltharion le indicaba que la diversión no había terminado, los afectos hacia su persona resultaban tan agradables que aquella parte libidinosa y juguetona que pretendía seguir jugando con la cordura de la muchacha y que se escondía tras las caricias, quedaba relegada a un segundo plano.
Wind bajó las piernas en cuanto vio que aquella era la intención del elfo ¿Qué pensaba hacer? Esa duda apenas aguantó unos instantes en su cabeza pues, algo más importante que su pregunta ocurrió de repente. Un quejido salió de sus labios al mismo tiempo que lo escuchaba de los labios de su compañero, soltó la colcha y le miró con incomprensión ¿Acaso iban a dejarlo así? No, ni hablar, aquello no podía quedar así y, cuando fue a abrir la boca para quejar, preguntar o vayan los cielos a saber qué, el pelirrojo la hizo girar sin mayor dificultad - ¿Qué...? - No terminó de formular aquella pregunta que realmente no tenía ningún final definido cuando comenzó a moverse según le marcaba Iltharion, hasta quedar alzada sobre sus cuatro extremidades.
No tenía demasiado claro que pretendía hacer el bardo, pero no pensaba quejarse pues, hasta el momento, no habían hecho nada que le desagradara. Apenas tuvo unos segundos para colocarse y disfrutar de las nuevas caricias sobre sus senos, cuando volvió a sentir a Iltharion dentro de ella haciendo que un gemido saliera de su garganta a la vez que sus brazos comenzaban a temblarle.
Con aquella posición, las sensaciones eran distintas. No sabía cuánto o por qué, pero algo dentro de ella se sentía diferente, quizás incluso más placentero, pero no estaba segura, su cabeza no podía analizar y comparar aquellas sensaciones como si fueran plantas en un bosque, tan sólo podía recrearse en el placer que le provocaban, disfrutando tanto como podía de ellas.
La elfa se dejó guiar, entre otras cosas, porque no podía oponerse. No tenía fuerza de voluntad suficiente ni el valor de encarar de nuevo otro reproche libidinoso de Iltharion, así que, entre jadeos y suspiros levantó la vista hasta que se dio cuenta de lo que el elfo quería que viera. Su rostro se encendió, mucho más de lo que podía haber imaginado, como si su rostro quisiera convertirse en una hoguera empezando por adoptar el color y seguido por el calor que lo acompañaba y se aglutinaba en sus orejas.
Aquella imagen era más de lo que podía soportar e, instintivamente miró el rostro del bardo, buscando alguna clase de reacción que le permitiera dejar de observarse, pero no fue así. Una sonrisa con cierto aire socarrón se entreveía entre la expresión de excitación que decoraba su rostro, como si realmente disfrutara de aquello. Al verle el rostro sabía que si apartaba de nuevo la mirada obtendría algún tipo de comentario que acabaría avergonzándola aún más, así que permaneció ahí, con los brazos temblorosos por las embestidas y el rostro inundado de una lujuria teñida de carmesí.
A pesar de que ella misma pensaba que era la que había decidido continuar observando, lo cierto era que Wind no podía dejar de mirar aquella pareja de elfos que se reflejaba en el cristal, que le parecían unos desconocidos, una pareja lasciva y sin pudor que cruzaban las miradas como si aquel acto no fuera tan carnal como parecía desde fuera. ¿Realmente ella tenía esa mirada? No, el cristal estaba distorsionando la escena, sin duda alguna, aquella muchacha que parecía tan libidinosa no podía ser ella, ella no podía poner un rostro como aquel que, a pesar de estar teñido por una vergüenza más que visible, se podía entrever en él los estragos del placer su expresión.
Cuando la delicadeza comenzó a desaparecer dejando paso a unas acometidas más rápidas, la elfa no pudo sostenerse sobre sus propios brazos, así que, con el mayor cuidado que pudo, tumbó el torso sobre la cama, sin bajar la cadera y volvió a mirar el espejo improvisado levantando ligeramente la cabeza y sujetando la colcha justo delante de su rostro con las manos apretadas. Osciló la mirada entre Iltharion y ella misma, olvidándose por completo de la tercera persona que también podía incluirse dentro de la escena, a la vez que los gemidos aumentaban de nuevo en intensidad, cuando un cosquilleo que ya conocía, comenzó a aparecer en su centro de placer, amenazando con incrementarse aún más si el ritmo de los embates no se reducía.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
El trovador observó complacido como la muchacha, atrapada en aquella “maldad” que el mismo había catalogado como tal al remarcárselo, descubría su rostro, y lo observara como si estuviera pera de algún encanto. Sin embargo, si algo genero cierto regodeo en el trovador, no fue solo la obediencia, o el resplandeciente rubor que cubría por completo la faz de la chiquilla, y que ya había conquistado sus orejas.
Era esa presión palpitante que ejercía sobre su miembro, la constricción implacable que le sacó, por lo inesperado, el aire del cuerpo, cuando le soltó aquella reprimenda, revelando una predisposición, un gusto lujurioso del que probablemente la chica siquiera era consciente, pero que, aun así, había sacudido sus entrañas.
La gracia de ser el único conocedor del futuro permaneció los instantes que sus cuerpos se hallaron distantes, adornada del quejido por el disgusto de abandonar su tacto, y de aquella incógnita medio pronunciada que surgió de los dulces labios de la muchacha.
El hijo de los bosques dejó que fuera su cuerpo el que diera la respuesta, y que ella fuera percatándose de cada una de las cosas a medida que las fuera atisbando.
Iltharion habría podido decir el instante exacto en el que la muchacha se percató del reflejo. Su sonrisa socarrona, y llena de un sadismo que alimentaba su excitación, y que se deleitaba con la vergüenza, se mostró cristalina y sin ninguna mascara, un aspecto genuino, uno de los muchos gustos del bardo. Que, tras haberse visto aceptado por los latidos que lo constreñían y azuzaban, se permitía recrearse sin tapujos en la expresión azorada de Windorind, su rubor, o el temblor de sus extremidades.
Cuando la joven cayó sobre sus brazos, y viendo la mano encerrada entre el pecho de ella, y la cama, deslizó la mano por su vientre, hasta el pequeño hueco que permanecía intacto, por la cadera alzada de la muchacha, y dejó que sus dedos se adentraran nuevamente por los lares que ocultaban sus mulos, y juguetearan por aquellos pliegues húmedos y más dejados a los que el miembro del trovador no rozaba.
Un movimiento en la ventana, tras su reflejo, llamó la atención del viajero. La luz aumentó tras la cortina, y si bien los ojos habían desaparecido del hueco, no sabía desde cuándo, unas siluetas que iban de un lado a otro empezaron a presentarse.
En la estancia, la muchacha había desfallecido, de la impresión, o quizás por contener demasiado el aire, o había sido demasiado la presión de su sangre, de cualquier modo, había caído al suelo, turbada, y su familia ante el sonoro golpe había subido a auxiliarla.
Desde la cómoda postura de los hijos de los bosques, no podía saberse nada, solo ver aquellas sombras chinescas que se recortaban sobre la tela, dejando conocer que había movimiento en esa estancia al otro lado de la callejuela.
Cruel diversión la del bardo, que sabiendo crédula a su compañera, y habiendo comprobado que el pudor la avergonzaba, pero que a su vez las riñas y retos que la exponían parecían excitarla, no dudó en volver a asediar su oreja, primero con lamidas y mordiscos, y después con sus maldades.
-Parece que el mirón tiene visita. -Le remarcó primero, dándole unos segundos escasos para que viera aquellas sombras en la ventana. - Yo cuidaría el ruido. -Le aconsejó con cierta picardía. -A no ser que quieras que se asomen por la ventana al escucharte. - Finalizó aquella falaz amenaza, al tiempo que empezaba a asediarla con más vehemencia.
Iltharion sabía que era muy muy difícil que llegasen a oírla al otro lado de la calle, y que era una amenaza vana, también que probablemente la chiquilla, tan crédula como siempre, no se percataría en ese instante. Por otro lado, si alguien podía oírlos eran los convecinos de las demás habitaciones, o los de las cocinas y el salón de la posada. Aunque dudaba seriamente, que cualquiera de ellos pudiera ver nada, y más que picar la puerta para quejarse, no podrían hacer nada.
Aquel nuevo juego no tenía gracia si se lo ponía fácil, por ello, y naturalmente porque su cuerpo pedía más y más con ansias, el sanador le hizo juntar las rodillas sobre la cama, con una de las manos, para que la presión y la fricción para ambos fuera más intensa, y no cesó en su empeño de recorrer y acariciar con los dedos aquel punto más sensible con el que ya hacía un rato que jugaba.
Era esa presión palpitante que ejercía sobre su miembro, la constricción implacable que le sacó, por lo inesperado, el aire del cuerpo, cuando le soltó aquella reprimenda, revelando una predisposición, un gusto lujurioso del que probablemente la chica siquiera era consciente, pero que, aun así, había sacudido sus entrañas.
La gracia de ser el único conocedor del futuro permaneció los instantes que sus cuerpos se hallaron distantes, adornada del quejido por el disgusto de abandonar su tacto, y de aquella incógnita medio pronunciada que surgió de los dulces labios de la muchacha.
El hijo de los bosques dejó que fuera su cuerpo el que diera la respuesta, y que ella fuera percatándose de cada una de las cosas a medida que las fuera atisbando.
Iltharion habría podido decir el instante exacto en el que la muchacha se percató del reflejo. Su sonrisa socarrona, y llena de un sadismo que alimentaba su excitación, y que se deleitaba con la vergüenza, se mostró cristalina y sin ninguna mascara, un aspecto genuino, uno de los muchos gustos del bardo. Que, tras haberse visto aceptado por los latidos que lo constreñían y azuzaban, se permitía recrearse sin tapujos en la expresión azorada de Windorind, su rubor, o el temblor de sus extremidades.
Cuando la joven cayó sobre sus brazos, y viendo la mano encerrada entre el pecho de ella, y la cama, deslizó la mano por su vientre, hasta el pequeño hueco que permanecía intacto, por la cadera alzada de la muchacha, y dejó que sus dedos se adentraran nuevamente por los lares que ocultaban sus mulos, y juguetearan por aquellos pliegues húmedos y más dejados a los que el miembro del trovador no rozaba.
Un movimiento en la ventana, tras su reflejo, llamó la atención del viajero. La luz aumentó tras la cortina, y si bien los ojos habían desaparecido del hueco, no sabía desde cuándo, unas siluetas que iban de un lado a otro empezaron a presentarse.
En la estancia, la muchacha había desfallecido, de la impresión, o quizás por contener demasiado el aire, o había sido demasiado la presión de su sangre, de cualquier modo, había caído al suelo, turbada, y su familia ante el sonoro golpe había subido a auxiliarla.
Desde la cómoda postura de los hijos de los bosques, no podía saberse nada, solo ver aquellas sombras chinescas que se recortaban sobre la tela, dejando conocer que había movimiento en esa estancia al otro lado de la callejuela.
Cruel diversión la del bardo, que sabiendo crédula a su compañera, y habiendo comprobado que el pudor la avergonzaba, pero que a su vez las riñas y retos que la exponían parecían excitarla, no dudó en volver a asediar su oreja, primero con lamidas y mordiscos, y después con sus maldades.
-Parece que el mirón tiene visita. -Le remarcó primero, dándole unos segundos escasos para que viera aquellas sombras en la ventana. - Yo cuidaría el ruido. -Le aconsejó con cierta picardía. -A no ser que quieras que se asomen por la ventana al escucharte. - Finalizó aquella falaz amenaza, al tiempo que empezaba a asediarla con más vehemencia.
Iltharion sabía que era muy muy difícil que llegasen a oírla al otro lado de la calle, y que era una amenaza vana, también que probablemente la chiquilla, tan crédula como siempre, no se percataría en ese instante. Por otro lado, si alguien podía oírlos eran los convecinos de las demás habitaciones, o los de las cocinas y el salón de la posada. Aunque dudaba seriamente, que cualquiera de ellos pudiera ver nada, y más que picar la puerta para quejarse, no podrían hacer nada.
Aquel nuevo juego no tenía gracia si se lo ponía fácil, por ello, y naturalmente porque su cuerpo pedía más y más con ansias, el sanador le hizo juntar las rodillas sobre la cama, con una de las manos, para que la presión y la fricción para ambos fuera más intensa, y no cesó en su empeño de recorrer y acariciar con los dedos aquel punto más sensible con el que ya hacía un rato que jugaba.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Los brazos de la elfa parecían haber perdido cualquier tipo de consistencia que habían podido poseer en algún momento de su existencia, quedando ahora tan sólo como flácidas extremidades con una consistencia gelatinosa que no podía sujetar su propio peso. Lo único que alcanzaba a hacer, era asirse a la colcha de la cama, tratando de gestionar el placer que invadía todo su ser y sólo le permitía gemir y respirar superficialmente.
No pudo pensar en la mano del bardo que aun permanecía en su seno, bastante tenía con no desfallecer por causa de aquella espiral de lujuria y placer carnal que se arremolinaba en su cabeza y sólo le permitía regocijarse en las sensaciones que el bardo causaba en su interior haciendo que, al mismo tiempo el pudor luchara contra ellas.
Wind exhaló todo el aire que le quedaba en los pulmones en cuanto los habilidosos dedos de su compañero comenzaron a explorar de nuevo aquella parte tan privada de su cuerpo. Por todos los cielos, realmente la vorágine de sensaciones que se acumulaban en su interior comenzaban a resultar insostenibles, hacían que los temblores de su interior no hicieran más que aumentar, al mismo tiempo que el cosquilleo de sus entrañas crecía sin mesura, amenazando con estallar en cualquier momento.
No se percató de aquella luz que había aumentado en la casa de en frente hasta que el bardo comenzó a hacérselo notar. Un gemido suave salió de sus labios cuando notó la respiración agitada de Iltharion en su oreja, se le erizó la piel con aquellas pequeñas dedicaciones hacia su lóbulo y, sin esperarlo, la voz de su compañero llegó, dándole una noticia que turbaba tanto su mente como lo hacía con su cuerpo.
Cambió su foco de atención, miró más allá del reflejo de aquella escena tan carnal y, efectivamente, unas sombras estaban tras las cortinas. Ahogó un grito con un gemido, haciendo que un sonido algo extraño saliera de su boca, y la mirada que aún estaba llena de deseo, se tiñó de un pánico excitante que ni comprendía, ni quería comprender. Lo poco que su cabecita era capaz de razonar, era que aquellas personas que estaban al otro lado de la calle podían verles en cualquier momento con tan solo, abrir la cortina. Aquel pensamiento le provocó otro latido extraño en sus entrañas mientras dejaba de observar el cristal y abandonaba en su empeño por mantener la cabeza erguida, dejándola caer sobre el colchón.
De repente olvidó el posible reproche de Iltharion si volvía a esconder su rostro ruborizado, y sólo pudo pensar en acallar aquellos sonidos libidinosos que seguían saliendo de sus labios sin poder hacer nada para evitarlo.
Por si fuera poco con las sensaciones con las que la muchacha ya tenía que lidiar antes, al pelirrojo le apeteció complicar aún más aquel juego, haciendo que los gemidos de Wind resultaran aún más altos por el aumento de fricción.
Trató inútilmente de mantener la boca cerrada, pensando que tal vez así, podría mantener silencio, pero apenas un par de embates después, sabía que seguían sonando, en sus oídos se escuchaban tan fuerte que juraba que podían despertar al vecindario entero, por lo que no era una opción útil. Sujetó con mayor firmeza la colcha, como si realmente aquello la ayudara en algo más que no fuera mantener sus manos ocupadas y enterró por completo su rostro entre las sabanas para amortiguar el sonido, a la vez que, como si su propio cuerpo quisiera boicotearla, los gemidos emanaban con más fuerza.
El ritmo rápido y profundo que Iltharion había adoptado, sumado al resto de estímulos que le nublaban el raciocinio, comenzaba a resultar insostenible. Su interior latía con fuerza, el cosquilleo estaba llegando a su punto álgido y sus pequeños intentos de guardar silencio no servían para nada. En aquel momento toda ella era suya, sin fuerza ni ganas de moverse para buscar una posición menos excitante o que, al menos, la ayudara a acabar con aquellos sonidos que parecían querer avisar a la posada entera de lo que estaba sucediendo allí -Y-yo…- Suspiró y movió ligeramente las manos, como si pudiera recuperar algo de cordura con cada centímetro de colcha que se acercaba a ella misma -Voy a…- No pudo terminar la frase, un gemido más alto que los demás salió desde lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su piel se erizaba por la oleada de placer que recorría todo su cuerpo, olvidando por completo a aquellas personas que permanecían a unos escasos metros de la habitación.
Aquel cosquilleo incesante acababa de estallar como si fuera un volcán, con un estremecimiento involuntario de todo su cuerpo, haciendo que su interior siguiera latiendo, aunque ahora con menor intensidad, al mismo tiempo que su respiración jadeante e irregular trataba de recuperar parte del oxígeno que había perdido durante toda la escena.
No pudo pensar en la mano del bardo que aun permanecía en su seno, bastante tenía con no desfallecer por causa de aquella espiral de lujuria y placer carnal que se arremolinaba en su cabeza y sólo le permitía regocijarse en las sensaciones que el bardo causaba en su interior haciendo que, al mismo tiempo el pudor luchara contra ellas.
Wind exhaló todo el aire que le quedaba en los pulmones en cuanto los habilidosos dedos de su compañero comenzaron a explorar de nuevo aquella parte tan privada de su cuerpo. Por todos los cielos, realmente la vorágine de sensaciones que se acumulaban en su interior comenzaban a resultar insostenibles, hacían que los temblores de su interior no hicieran más que aumentar, al mismo tiempo que el cosquilleo de sus entrañas crecía sin mesura, amenazando con estallar en cualquier momento.
No se percató de aquella luz que había aumentado en la casa de en frente hasta que el bardo comenzó a hacérselo notar. Un gemido suave salió de sus labios cuando notó la respiración agitada de Iltharion en su oreja, se le erizó la piel con aquellas pequeñas dedicaciones hacia su lóbulo y, sin esperarlo, la voz de su compañero llegó, dándole una noticia que turbaba tanto su mente como lo hacía con su cuerpo.
Cambió su foco de atención, miró más allá del reflejo de aquella escena tan carnal y, efectivamente, unas sombras estaban tras las cortinas. Ahogó un grito con un gemido, haciendo que un sonido algo extraño saliera de su boca, y la mirada que aún estaba llena de deseo, se tiñó de un pánico excitante que ni comprendía, ni quería comprender. Lo poco que su cabecita era capaz de razonar, era que aquellas personas que estaban al otro lado de la calle podían verles en cualquier momento con tan solo, abrir la cortina. Aquel pensamiento le provocó otro latido extraño en sus entrañas mientras dejaba de observar el cristal y abandonaba en su empeño por mantener la cabeza erguida, dejándola caer sobre el colchón.
De repente olvidó el posible reproche de Iltharion si volvía a esconder su rostro ruborizado, y sólo pudo pensar en acallar aquellos sonidos libidinosos que seguían saliendo de sus labios sin poder hacer nada para evitarlo.
Por si fuera poco con las sensaciones con las que la muchacha ya tenía que lidiar antes, al pelirrojo le apeteció complicar aún más aquel juego, haciendo que los gemidos de Wind resultaran aún más altos por el aumento de fricción.
Trató inútilmente de mantener la boca cerrada, pensando que tal vez así, podría mantener silencio, pero apenas un par de embates después, sabía que seguían sonando, en sus oídos se escuchaban tan fuerte que juraba que podían despertar al vecindario entero, por lo que no era una opción útil. Sujetó con mayor firmeza la colcha, como si realmente aquello la ayudara en algo más que no fuera mantener sus manos ocupadas y enterró por completo su rostro entre las sabanas para amortiguar el sonido, a la vez que, como si su propio cuerpo quisiera boicotearla, los gemidos emanaban con más fuerza.
El ritmo rápido y profundo que Iltharion había adoptado, sumado al resto de estímulos que le nublaban el raciocinio, comenzaba a resultar insostenible. Su interior latía con fuerza, el cosquilleo estaba llegando a su punto álgido y sus pequeños intentos de guardar silencio no servían para nada. En aquel momento toda ella era suya, sin fuerza ni ganas de moverse para buscar una posición menos excitante o que, al menos, la ayudara a acabar con aquellos sonidos que parecían querer avisar a la posada entera de lo que estaba sucediendo allí -Y-yo…- Suspiró y movió ligeramente las manos, como si pudiera recuperar algo de cordura con cada centímetro de colcha que se acercaba a ella misma -Voy a…- No pudo terminar la frase, un gemido más alto que los demás salió desde lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su piel se erizaba por la oleada de placer que recorría todo su cuerpo, olvidando por completo a aquellas personas que permanecían a unos escasos metros de la habitación.
Aquel cosquilleo incesante acababa de estallar como si fuera un volcán, con un estremecimiento involuntario de todo su cuerpo, haciendo que su interior siguiera latiendo, aunque ahora con menor intensidad, al mismo tiempo que su respiración jadeante e irregular trataba de recuperar parte del oxígeno que había perdido durante toda la escena.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Iltharion rió, ronca y entrecortadamente, cuando escuchó aquel grito ahogado que profirió la joven ante su advertencia. Percibió a través del reflejo, y de soslayo de su propia mirada, el pánico y a la excitación que se reflejaban en la faz de la pequeña. Y una vez más, el cuerpo de la muchacha constriño al bardo, como si no quisiera dejar lugar a dudas de que encontraba un secreto e íntimo placer en que este se metiera con ella.
A la chiquilla no se le daba nada bien mantenerse en silencio, y el trovador solo se deleitaba mas ante ese quiero y no puedo de la pequeña intentando contener los reveladores sonidos que escapaban a su control, y ante su ineficacia, empezaba a hacer acopio de la ropa de cama, como si aquellos rejuntes de tela pudieran lograr, solo por el hecho de apropiárselos y estrujarlos entre sus manos, que sus gemidos fueran menos reveladores, o lograran ahogarse en su garganta.
El trovador no estaba mucho más sereno que la joven, y desde luego, no menos excitado. La piel cosquilleaba allí donde rozaba con la de ella, incitándole a explorarla por completo, a unir sus cuerpos. El corazón le latía tan rápido por la lujuria y el esfuerzo, que le dolía en el pecho, y por sus venas corrían ríos de fuego, que le dejaban la tez ardiendo, y llena de una energía primitiva y eufórica que guiaba sus movimientos.
Sus labios emanaban aquella prueba de gozo que era su respiración agitada, fuerte, o los gemidos guturales que le arrancaba la pequeña con la presión insana con que le hacía del miembro, y así como el resto del cuerpo estaba embotado del placer carnal y del delirio del sexo, también lo estaba la mente, con esos juegos retorcidos que lo estremecían hasta la medula, tanto como las caricias o los gestos.
Los gestos con las pequeñas manos de la chiquilla sobre las sabanas, y tartamudeo, acompañado de aquella extraña pantomima, no decían nada, y a la vez resultaban sumamente claros para el elfo, quien le hizo alzar el rostro una vez más para contemplar la contorsión de su rostro al exhalar la inconfundible melodía del éxtasis.
Iltharion tensó la mandíbula con fuerza, y soltó todo el aire al ser asaltado por las sendas constricciones del cuerpo de ella, que parecían empeñados en hacerle perder la cordura, y conducirlo a un abandono absoluto. Pero no aún, el día había sido muy largo, y pensaba disfrutar de aquella recompensa, por lo menos, un poco más, lo poco que pudiera sostener su agotado cuerpo tras aquella jornada intensa.
El sanador le dio unos segundos de paz, que no de quietud, moviéndose con más lentitud y parsimonia, no solo para que ambos recobraran el aliento, si no para alejarse un poco de ese límite que se encontraba tan pronto a cruzar.
Se inclinó sobre la joven, dejando que su torso se apoyara levemente sobre la espalda de ella, y recorrió el hueco de su cuello, llenándolo de besos, y de pequeñas marcas rojizas, algunas de las cuales terminarían tomando un tono violáceo para acompañarla las próximas jornadas.
Dejo sobre sus hombros esa estela, y subió nuevamente a su oreja, la cual llenó de afectos.
-Tu “silencio” debe de haber despertado media taberna. – Le reveló sin reproche, solo con un retintín jocoso tras la ronquedad de su excitación latente. Dejando en paz el mentón de la chica, para recorrerle el labio inferior con el dedo, como si de algún modo aquel gesto ilustrara sus palabras.
Los movimientos del sanador no tardaron en volver a ser vehementes, profundos y prestos, consumados en su afán de recorrer cada pulgada de su sexo, de someter al mismo con su grosor latente, y chocar sin pudor contra su piel, en una percusión delatora y persistente, que se negaba en quedar acallada bajo el resto de ruidos que provocaba el elfo.
Para que la chiquilla no terminase conteniendo bajo de si, una bola con todas las sabanas del lecho, tomó una de sus muñecas, y la juntó con la otra, aferrando ambas de ella con una de las propias, como si esta fuera un grillete, aun a coste de dejar de acariciar su faz, o tenerle el rostro para no perderse el placer de sumergirse en sus luceros, mares oscuros y profundos de lujuria y vergüenza.
Su agarre no era especialmente fuerte, pero a medida que embestía sostenía parte del peso del elfo, dándole una firmeza que dejaba atrás la gentileza, sin llegar a resultar violento.
A la chiquilla no se le daba nada bien mantenerse en silencio, y el trovador solo se deleitaba mas ante ese quiero y no puedo de la pequeña intentando contener los reveladores sonidos que escapaban a su control, y ante su ineficacia, empezaba a hacer acopio de la ropa de cama, como si aquellos rejuntes de tela pudieran lograr, solo por el hecho de apropiárselos y estrujarlos entre sus manos, que sus gemidos fueran menos reveladores, o lograran ahogarse en su garganta.
El trovador no estaba mucho más sereno que la joven, y desde luego, no menos excitado. La piel cosquilleaba allí donde rozaba con la de ella, incitándole a explorarla por completo, a unir sus cuerpos. El corazón le latía tan rápido por la lujuria y el esfuerzo, que le dolía en el pecho, y por sus venas corrían ríos de fuego, que le dejaban la tez ardiendo, y llena de una energía primitiva y eufórica que guiaba sus movimientos.
Sus labios emanaban aquella prueba de gozo que era su respiración agitada, fuerte, o los gemidos guturales que le arrancaba la pequeña con la presión insana con que le hacía del miembro, y así como el resto del cuerpo estaba embotado del placer carnal y del delirio del sexo, también lo estaba la mente, con esos juegos retorcidos que lo estremecían hasta la medula, tanto como las caricias o los gestos.
Los gestos con las pequeñas manos de la chiquilla sobre las sabanas, y tartamudeo, acompañado de aquella extraña pantomima, no decían nada, y a la vez resultaban sumamente claros para el elfo, quien le hizo alzar el rostro una vez más para contemplar la contorsión de su rostro al exhalar la inconfundible melodía del éxtasis.
Iltharion tensó la mandíbula con fuerza, y soltó todo el aire al ser asaltado por las sendas constricciones del cuerpo de ella, que parecían empeñados en hacerle perder la cordura, y conducirlo a un abandono absoluto. Pero no aún, el día había sido muy largo, y pensaba disfrutar de aquella recompensa, por lo menos, un poco más, lo poco que pudiera sostener su agotado cuerpo tras aquella jornada intensa.
El sanador le dio unos segundos de paz, que no de quietud, moviéndose con más lentitud y parsimonia, no solo para que ambos recobraran el aliento, si no para alejarse un poco de ese límite que se encontraba tan pronto a cruzar.
Se inclinó sobre la joven, dejando que su torso se apoyara levemente sobre la espalda de ella, y recorrió el hueco de su cuello, llenándolo de besos, y de pequeñas marcas rojizas, algunas de las cuales terminarían tomando un tono violáceo para acompañarla las próximas jornadas.
Dejo sobre sus hombros esa estela, y subió nuevamente a su oreja, la cual llenó de afectos.
-Tu “silencio” debe de haber despertado media taberna. – Le reveló sin reproche, solo con un retintín jocoso tras la ronquedad de su excitación latente. Dejando en paz el mentón de la chica, para recorrerle el labio inferior con el dedo, como si de algún modo aquel gesto ilustrara sus palabras.
Los movimientos del sanador no tardaron en volver a ser vehementes, profundos y prestos, consumados en su afán de recorrer cada pulgada de su sexo, de someter al mismo con su grosor latente, y chocar sin pudor contra su piel, en una percusión delatora y persistente, que se negaba en quedar acallada bajo el resto de ruidos que provocaba el elfo.
Para que la chiquilla no terminase conteniendo bajo de si, una bola con todas las sabanas del lecho, tomó una de sus muñecas, y la juntó con la otra, aferrando ambas de ella con una de las propias, como si esta fuera un grillete, aun a coste de dejar de acariciar su faz, o tenerle el rostro para no perderse el placer de sumergirse en sus luceros, mares oscuros y profundos de lujuria y vergüenza.
Su agarre no era especialmente fuerte, pero a medida que embestía sostenía parte del peso del elfo, dándole una firmeza que dejaba atrás la gentileza, sin llegar a resultar violento.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Los sonidos que emitía Iltharion sonaban tan claros en sus oídos como lo hacían los suyos propios, haciendo que el resto de ruidos que pudieran realizar los demás elementos de la habitación, quedaran relegados a la nada. El fuego, la cama, sus cuerpos chocando constantemente, incluso el bullicio que pudiera estar haciendo el askki, todo parecía tan lejano, que hasta el latido de su propio corazón parecía montar más jaleo que todo lo demás sonando al unísono.
Wind, con la poca fuerza de voluntad que poseía en aquel momento, no pudo hacer nada ante las ráfagas de placer que invadían su cuerpo ni contra la mano del bardo que sujetaba su rostro para que volviera a observar aquella escena tan carnal que se reflejaba en el cristal, como si fuera una pareja distinta, como si no fueran ellos y esa faz que reflejaba el éxtasis del placer no fuera la suya.
Con la boca entre abierta, los labios húmedos, el pecho moviéndosele compulsivamente tratando de recuperar el aliento y los ojos con una mirada libidinosa mezclada con la vorágine de placer que sentía, todo ello teñido de un color rojizo que invadía su rostro. Aquel rostro era el fiel reflejo del placer máximo que podía llegar a sentir una persona.
Pero todo aquello parecía no haber tocado a su fin, Iltharion no había terminado y esos cortos segundos de paz, no eran tan pacificadores como parecían. Su cuerpo estaba tan sensible que el simple contacto de los labios del pelirrojo en su cuello, le erizaban la piel al completo y le sacaban pequeños suspiros hondos desde lo profundo de su ser, los cuales, se entrelazaban como un baile acompasado, a los gemidos suaves que aún le salían de la garganta por los movimientos lentos que seguía procurando el bardo.
La muchacha soltó un poco la colcha, ahora que parecía tener bajo control los sonidos que seguían saliendo de su boca, no sentía la necesidad imperiosa de acumular más tela a su alrededor.
Otro comentario vergonzoso llegó amortiguado a su oreja por culpa de los latidos que seguían resonando en sus oídos. Aquello hizo que cerrara los ojos y tratara de quejarse con un sonido más revelador que las propias palabras mientras notaba como Iltharion soltaba su mentón para acariciar su labio y, como si aquello fuera un movimiento automático de su propio cuerpo, sacó la lengua y lamió parte del dedo mientras volvía a abrir los ojos.
No sabía por qué había hecho eso, pero su cuerpo parecía estar entrando de nuevo en materia, con aquel pequeño gesto, su interior volvió la latir de excitación haciendo que sus temblorosos brazos siguieran sin ser capaces de mantener el cuerpo de la muchacha, obligándola a mantenerse en aquella posición sugerente y servicial.
En cuanto en ritmo comenzó a aumentar de nuevo, Wind volvió a apretar con fuerza la colcha en un nuevo intento de mantener silencio o, al menos, la menor cantidad de ruido posible y, como si fuera un resorte en su mente, recordó a las personas que seguían moviéndose tras las cortinas al mismo tiempo que su interior reaccionaba ante aquel pensamiento con unos incesantes temblores y su exterior volvía a adoptar en tono encendido que había comenzado a perder durante los segundos de “calma”.
Los gemidos constantes, irregulares y profundos volvieron en cuanto notó el agarre del elfo sobre sus muñecas. Trató de quejarse, pero su cabeza no podía hacer las conexiones necesarias para hablar y su interior parecía no darle tregua con aquellos latidos continuos que se habían visto incrementados con la presión ejercida en sus muñecas, así que, soltó la colcha y miró suplicante al elfo a través del cristal, como si realmente pudiera conseguir que la soltara para volver a aferrarse a las sabanas y seguir haciendo una acumulación compulsiva de ellas a su alrededor.
Wind, con la poca fuerza de voluntad que poseía en aquel momento, no pudo hacer nada ante las ráfagas de placer que invadían su cuerpo ni contra la mano del bardo que sujetaba su rostro para que volviera a observar aquella escena tan carnal que se reflejaba en el cristal, como si fuera una pareja distinta, como si no fueran ellos y esa faz que reflejaba el éxtasis del placer no fuera la suya.
Con la boca entre abierta, los labios húmedos, el pecho moviéndosele compulsivamente tratando de recuperar el aliento y los ojos con una mirada libidinosa mezclada con la vorágine de placer que sentía, todo ello teñido de un color rojizo que invadía su rostro. Aquel rostro era el fiel reflejo del placer máximo que podía llegar a sentir una persona.
Pero todo aquello parecía no haber tocado a su fin, Iltharion no había terminado y esos cortos segundos de paz, no eran tan pacificadores como parecían. Su cuerpo estaba tan sensible que el simple contacto de los labios del pelirrojo en su cuello, le erizaban la piel al completo y le sacaban pequeños suspiros hondos desde lo profundo de su ser, los cuales, se entrelazaban como un baile acompasado, a los gemidos suaves que aún le salían de la garganta por los movimientos lentos que seguía procurando el bardo.
La muchacha soltó un poco la colcha, ahora que parecía tener bajo control los sonidos que seguían saliendo de su boca, no sentía la necesidad imperiosa de acumular más tela a su alrededor.
Otro comentario vergonzoso llegó amortiguado a su oreja por culpa de los latidos que seguían resonando en sus oídos. Aquello hizo que cerrara los ojos y tratara de quejarse con un sonido más revelador que las propias palabras mientras notaba como Iltharion soltaba su mentón para acariciar su labio y, como si aquello fuera un movimiento automático de su propio cuerpo, sacó la lengua y lamió parte del dedo mientras volvía a abrir los ojos.
No sabía por qué había hecho eso, pero su cuerpo parecía estar entrando de nuevo en materia, con aquel pequeño gesto, su interior volvió la latir de excitación haciendo que sus temblorosos brazos siguieran sin ser capaces de mantener el cuerpo de la muchacha, obligándola a mantenerse en aquella posición sugerente y servicial.
En cuanto en ritmo comenzó a aumentar de nuevo, Wind volvió a apretar con fuerza la colcha en un nuevo intento de mantener silencio o, al menos, la menor cantidad de ruido posible y, como si fuera un resorte en su mente, recordó a las personas que seguían moviéndose tras las cortinas al mismo tiempo que su interior reaccionaba ante aquel pensamiento con unos incesantes temblores y su exterior volvía a adoptar en tono encendido que había comenzado a perder durante los segundos de “calma”.
Los gemidos constantes, irregulares y profundos volvieron en cuanto notó el agarre del elfo sobre sus muñecas. Trató de quejarse, pero su cabeza no podía hacer las conexiones necesarias para hablar y su interior parecía no darle tregua con aquellos latidos continuos que se habían visto incrementados con la presión ejercida en sus muñecas, así que, soltó la colcha y miró suplicante al elfo a través del cristal, como si realmente pudiera conseguir que la soltara para volver a aferrarse a las sabanas y seguir haciendo una acumulación compulsiva de ellas a su alrededor.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
La piel se tensaba sobre los músculos del elfo, cansados por el día y aun así, soportando aquel esfuerzo, como si cualquier tipo de queja en la forma que fuere, no resultara suficiente como para convencer a su dueño de que fuera consecuente con su estado, y con la edad que portaba a cuestas, y siempre ganaras el libido y el deleite, entes privilegiados en esa mente superpoblada de estímulos y seres.
La melean cobriza, lisa y lacia, y algo alborotada, se resbalaba a cada envite de la espalda por encima de sus hombros, y se escurría hasta quedar a lado y lado del pecho del trovador, e incluso entorpecer su mirada cruzándole la cara, hasta que en la nuca se partió pulcramente en dos, dejando limpio el espinazo.
Las manos y los relieves del sanador se crisparon ante los latidos espontáneos, que correspondían a esos pequeños gestos, fruto de unos placeres abyectos, que lo tenían a el de malhechor, y a ella de victima consumada, y que gustaban tanto a uno como a otro, de un modo comprensible más allá de las palabras, pues eran sus cuerpos los que hablaban, con una claridad tal, que ni siquiera el trovador tenía la desfachatez de negarlo.
Azuzado por esos pálpitos que lo enardecían con ahínco, emprendió asaltos prestos, vigorosos y exaltados, usando como soporte para su cuerpo, más las muñecas, que tenía atrapadas en su mano, que la cama, en la que permanecía su rodilla hincada. Los latidos y presiones, deliciosas y viles sobre su cuerpo, le cortaban el aire, y, lo elevaban más allá de su cuerpo, constreñían sus entrañas y lo conducían a ese borde vesano, en donde la locura y el placer se arrojaban de la mano.
Las marcas enrojecidas que repasaba de la mañana, eran una preocupación para otros instantes.
Consumado en su labor de arremeter contra la muchacha, golpeó contra esta hasta que su cuerpo marcó el basta. Se tensaron los músculos escasos de su figura alta, grácil y encorvada, que asía a la joven contra la cama. Su voz se quebró en la garganta, en una exhalación que era a su vez gruñido y quejido, y que dejaba ir un profundo alivio cargado de dicha. Sus extremidades se cerraron con una fuerza incontenida, pero moderada, no dejaba de ser un bardo. Y, finalmente, vertió su ser en la muchacha, con el cuerpo palpitando con fruición.
Por unos instantes permaneció inmóvil, luego, con lentitud, empezó a abrir los dedos de la mano, devolviéndole el libre albedrio de sus brazos a la joven muchacha. Abrió y cerro esa mano, acartonada por la tensión pasada. Con la misma parsimonia emergió de su cuerpo, y se sentó en el borde de la cama, con una sonrisa apacible, satisfecha y algo socarrona en la cara.
Se apartó el pelo de la faz, y lo echó hacia atrás con la mano, y después de aquel gesto, se alzó a recorrer la estancia.
La cajita de madera de nein fue su objetivo, del cual sacó uno de sus cigarros, y no se demoró en la misma más que para encender el canuto con el yesquero antes de volver a la vera de la cama.
Dio una profunda calada, y aun con la respiración agitada, que se negaba a abandonar su cuerpo, y a dejarle recomponerse como si fuera un jovato, se sentó en el margen del colchón, y se inclinó hasta darle un beso en la frente a la muchacha.
- ¿Cómo estás?.- Le preguntó con esa sonrisa divertida que tanto el caracterizaba, antes de dejarse caer de espaldas, para descansar un rato.
La melean cobriza, lisa y lacia, y algo alborotada, se resbalaba a cada envite de la espalda por encima de sus hombros, y se escurría hasta quedar a lado y lado del pecho del trovador, e incluso entorpecer su mirada cruzándole la cara, hasta que en la nuca se partió pulcramente en dos, dejando limpio el espinazo.
Las manos y los relieves del sanador se crisparon ante los latidos espontáneos, que correspondían a esos pequeños gestos, fruto de unos placeres abyectos, que lo tenían a el de malhechor, y a ella de victima consumada, y que gustaban tanto a uno como a otro, de un modo comprensible más allá de las palabras, pues eran sus cuerpos los que hablaban, con una claridad tal, que ni siquiera el trovador tenía la desfachatez de negarlo.
Azuzado por esos pálpitos que lo enardecían con ahínco, emprendió asaltos prestos, vigorosos y exaltados, usando como soporte para su cuerpo, más las muñecas, que tenía atrapadas en su mano, que la cama, en la que permanecía su rodilla hincada. Los latidos y presiones, deliciosas y viles sobre su cuerpo, le cortaban el aire, y, lo elevaban más allá de su cuerpo, constreñían sus entrañas y lo conducían a ese borde vesano, en donde la locura y el placer se arrojaban de la mano.
Las marcas enrojecidas que repasaba de la mañana, eran una preocupación para otros instantes.
Consumado en su labor de arremeter contra la muchacha, golpeó contra esta hasta que su cuerpo marcó el basta. Se tensaron los músculos escasos de su figura alta, grácil y encorvada, que asía a la joven contra la cama. Su voz se quebró en la garganta, en una exhalación que era a su vez gruñido y quejido, y que dejaba ir un profundo alivio cargado de dicha. Sus extremidades se cerraron con una fuerza incontenida, pero moderada, no dejaba de ser un bardo. Y, finalmente, vertió su ser en la muchacha, con el cuerpo palpitando con fruición.
Por unos instantes permaneció inmóvil, luego, con lentitud, empezó a abrir los dedos de la mano, devolviéndole el libre albedrio de sus brazos a la joven muchacha. Abrió y cerro esa mano, acartonada por la tensión pasada. Con la misma parsimonia emergió de su cuerpo, y se sentó en el borde de la cama, con una sonrisa apacible, satisfecha y algo socarrona en la cara.
Se apartó el pelo de la faz, y lo echó hacia atrás con la mano, y después de aquel gesto, se alzó a recorrer la estancia.
La cajita de madera de nein fue su objetivo, del cual sacó uno de sus cigarros, y no se demoró en la misma más que para encender el canuto con el yesquero antes de volver a la vera de la cama.
Dio una profunda calada, y aun con la respiración agitada, que se negaba a abandonar su cuerpo, y a dejarle recomponerse como si fuera un jovato, se sentó en el margen del colchón, y se inclinó hasta darle un beso en la frente a la muchacha.
- ¿Cómo estás?.- Le preguntó con esa sonrisa divertida que tanto el caracterizaba, antes de dejarse caer de espaldas, para descansar un rato.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Sus silenciosas súplicas no tuvieron ningún efecto, ni siquiera creía haber sido capaz de poder encontrar la mirada del bardo, así que, con sus muñecas engrilletadas por la mano de su compañero, se vio obligada a buscar alguna otra manera de tratar calmar aquel placer que seguía resonando por toda la habitación.
Los sonidos de ambos no dejaban de retumbar por la sala, haciendo que la mente de Wind amenazara con precipitarse a aquel profundo abismo de placer en el que ya había caído una vez durante aquel encuentro. Sus suspiros se mezclaban en sus oídos a los de Iltharion y todos ellos quedaban amortiguados por los latidos de su propio corazón, que parecía haberse subido hasta sus orejas, impidiéndole escuchar nada más.
El pelo que caía a los lados del bardo le rozaba de vez en cuando algunas partes de su sensible piel, haciendo que erizara en cuanto sentía el cosquilleo recorrer su cuerpo.
Su miraba, que aún no había sido capaz de abandonar el reflejo, bailó entre su rostro y el del bardo, complementando así los sonidos que escuchaba sin descanso en su cabeza. No podía apartar la vista del cristal, la curiosidad por ver a aquella pareja libidinosa había superado con creces la vergüenza de que esa pareja fueran ellos mismos y, con los ojos entrecerrados, luchando por no volver a precipitarse al éxtasis hasta que el bardo también lo hiciera, no apartó la vista del rostro de Iltharion marcado por el placer. Realmente disfrutaba tanto del goce que sentía en su propio cuerpo provocado por los embates, el agarre de sus manos e incluso del pelo que la acariciaba, como de escuchar y ver al bardo regocijarse en aquel placer que era capaz de proporcionarle su pequeño cuerpo haciendo que su interior palpitara con bravura, tratando de sacarle más de aquellas expresiones al bardo.
Wind notó casi al instante lo que estaba por llegar, cuando la expresión de su compañero cambió, sus músculos se tensaron y se dejó caer al abismo del placer, haciendo que ella, al fin, pudiera volver a dejarse llevar hacia aquel éxtasis que tanto le había costado mantener a raya, al mismo tiempo que sentía como Iltharion se derramaba dentro de ella.
En cuanto el miembro del bardo abandonó sus entrañas, la muchacha cerró los ojos casi por instinto al mismo tiempo que un suspiro más profundo que los demás emanaba de sus labios.
Los gemidos pasaron a ser suspiros suaves y los latidos de su interior menguaron lentamente hasta que comenzaron a resultar una mera anécdota de lo que habían sido mientras sentía como el agarre sobre sus muñecas aminoraba y recuperaba la movilidad de sus manos. Dejó caer la cabeza sobre la colcha, apoyando su mejilla sobre la manoseada sábana a la vez que trataba de recuperar la respiración con largos suspiros que intentaban llenar sus pulmones.
En cuanto notó que Iltharion se alejaba, Wind se tumbó en la cama, haciéndose una bolita en el lecho, pero si moverse demasiado del lugar que había ocupado durante todo el encuentro. Abrió los ojos y miró al bardo sentarse a su lado con una sonrisa de satisfacción en el rostro mientras que ella, apenas era capaz de moverse. El tono rojizo de su rostro desaparecía lentamente y de sus labios húmedos y entreabiertos salían profundos suspiros, mientras que en sus ojos aparecía un brillo que denotaba el placer que aún embargaba su cuerpo.
Por todos los cielos ¿Cómo podía moverse con semejante facilidad? Realmente los Dioses tenían demasiada energía.
El olor a menta volvió a invadir la habitación y la cama no tardó en moverse con el peso del elfo. Cerró los ojos ante aquel pequeño beso y sonrió tranquila mientras volvía a abrir los ojos -Feliz. Pero aun así, parece que peor que tú- Contestó con una risa suave, mientras comenzaba a estirarse de nuevo, ahora que parecía que su respiración volvía a algo parecido a la normalidad. -Me sorprende la rapidez a la que has sido capaz de moverte- añadió mientras terminaba de estirarse y se quedaba tumbada boca abajo a la altura de Iltharion, con la cabeza sobre sus propios brazos y mirando su rostro, el cual, le transmitía una tranquilidad absolutamente placentera -¿Y tú?- Preguntó con una sonrisa a la vez que movía el brazo derecho hasta su abdomen y comenzaba acariciarlo con las yemas de los dedos, de arriba a abajo, con movimientos pequeños que denotaban el cansancio de la joven.
Los sonidos de ambos no dejaban de retumbar por la sala, haciendo que la mente de Wind amenazara con precipitarse a aquel profundo abismo de placer en el que ya había caído una vez durante aquel encuentro. Sus suspiros se mezclaban en sus oídos a los de Iltharion y todos ellos quedaban amortiguados por los latidos de su propio corazón, que parecía haberse subido hasta sus orejas, impidiéndole escuchar nada más.
El pelo que caía a los lados del bardo le rozaba de vez en cuando algunas partes de su sensible piel, haciendo que erizara en cuanto sentía el cosquilleo recorrer su cuerpo.
Su miraba, que aún no había sido capaz de abandonar el reflejo, bailó entre su rostro y el del bardo, complementando así los sonidos que escuchaba sin descanso en su cabeza. No podía apartar la vista del cristal, la curiosidad por ver a aquella pareja libidinosa había superado con creces la vergüenza de que esa pareja fueran ellos mismos y, con los ojos entrecerrados, luchando por no volver a precipitarse al éxtasis hasta que el bardo también lo hiciera, no apartó la vista del rostro de Iltharion marcado por el placer. Realmente disfrutaba tanto del goce que sentía en su propio cuerpo provocado por los embates, el agarre de sus manos e incluso del pelo que la acariciaba, como de escuchar y ver al bardo regocijarse en aquel placer que era capaz de proporcionarle su pequeño cuerpo haciendo que su interior palpitara con bravura, tratando de sacarle más de aquellas expresiones al bardo.
Wind notó casi al instante lo que estaba por llegar, cuando la expresión de su compañero cambió, sus músculos se tensaron y se dejó caer al abismo del placer, haciendo que ella, al fin, pudiera volver a dejarse llevar hacia aquel éxtasis que tanto le había costado mantener a raya, al mismo tiempo que sentía como Iltharion se derramaba dentro de ella.
En cuanto el miembro del bardo abandonó sus entrañas, la muchacha cerró los ojos casi por instinto al mismo tiempo que un suspiro más profundo que los demás emanaba de sus labios.
Los gemidos pasaron a ser suspiros suaves y los latidos de su interior menguaron lentamente hasta que comenzaron a resultar una mera anécdota de lo que habían sido mientras sentía como el agarre sobre sus muñecas aminoraba y recuperaba la movilidad de sus manos. Dejó caer la cabeza sobre la colcha, apoyando su mejilla sobre la manoseada sábana a la vez que trataba de recuperar la respiración con largos suspiros que intentaban llenar sus pulmones.
En cuanto notó que Iltharion se alejaba, Wind se tumbó en la cama, haciéndose una bolita en el lecho, pero si moverse demasiado del lugar que había ocupado durante todo el encuentro. Abrió los ojos y miró al bardo sentarse a su lado con una sonrisa de satisfacción en el rostro mientras que ella, apenas era capaz de moverse. El tono rojizo de su rostro desaparecía lentamente y de sus labios húmedos y entreabiertos salían profundos suspiros, mientras que en sus ojos aparecía un brillo que denotaba el placer que aún embargaba su cuerpo.
Por todos los cielos ¿Cómo podía moverse con semejante facilidad? Realmente los Dioses tenían demasiada energía.
El olor a menta volvió a invadir la habitación y la cama no tardó en moverse con el peso del elfo. Cerró los ojos ante aquel pequeño beso y sonrió tranquila mientras volvía a abrir los ojos -Feliz. Pero aun así, parece que peor que tú- Contestó con una risa suave, mientras comenzaba a estirarse de nuevo, ahora que parecía que su respiración volvía a algo parecido a la normalidad. -Me sorprende la rapidez a la que has sido capaz de moverte- añadió mientras terminaba de estirarse y se quedaba tumbada boca abajo a la altura de Iltharion, con la cabeza sobre sus propios brazos y mirando su rostro, el cual, le transmitía una tranquilidad absolutamente placentera -¿Y tú?- Preguntó con una sonrisa a la vez que movía el brazo derecho hasta su abdomen y comenzaba acariciarlo con las yemas de los dedos, de arriba a abajo, con movimientos pequeños que denotaban el cansancio de la joven.
Windorind Crownguard
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Iltharion se arrastró perezosamente por la cama, y con una mano, acomodó las almoahdas para que le hicieran de respaldo, y así, no quedar completamente estirado, pudiendo observar a placer no solo a la muchacha, que estaba hecha una bolita en la cama, si no cualquier parte de la estancia, incluido el travieso Aski que ahora se entretenía mordiendo una pata de la silla, y dejando sobre ella, arados con sus garras.
El sanador colocó una de sus manos con la palma en la nuca, entre la misma y el lecho, mientras la otra extremidad se movía con perezosa gracia, acercando y alejando el cigarrillo de menta entre sus labios, dando esporádicas caladas con una respiración presta y agitada que parecía no querer calmarse.
Aquello era lo único que odiaba el trovador de hacer esfuerzos, que luego tenía esa sensación de ahogo, de que no podría recuperar el aire normalmente, y, aunque sabía que quizás el humo no ayudaba, también era algo que ayudaba a hacerlo más soportable.
La muchacha también se reponía, mucho más prestamente que el bardo, que, pese a que no se quejara, sentía todo el cuerpo palpitar quejoso por haberse excedido demasiado. Las agujetas le acompañarían toda la próxima jornada, pero por lo que quedaba de día hasta que se abandonara al sueño, solo sería una molestia pasajera y soportable.
Iltharion se limitó a sonreír de forma enigmática cuando la muchacha marcó lo bien que estaba. Lo cierto era que parecía en mejor estado del que se hallaba, y que, por otro lado, esa clase de esfuerzos eran unos a los que estaba habituado, tanto por su presente, como por su pasado, en el que tenía que parecer fresco y entusiasmado en cada encuentro.
Quizás fue la claridad de la relajación del momento, es ambrosía hormonal que corría por sus venas gracias al sexo, o fue solo esa maldad pérfida que anidaba en su mente, pero una sonrisa más burlona se esbozó sin que la contuviera en la faz del bardo, acordándose de su pequeña treta.
- ¿Esperabas menos? – Encaró una ceja. – Isha representa la sanación y a la fertilidad, sería triste que no fuera ducho en ambas. - Añadió con ese tono confuso, que parecía hablar de algo familiar y lejano al mismo tiempo, con un guiño cómplice, como si ocultara el secreto compartido de su naturaleza.
Acomodó el cigarrillo entre sus labios, soltando el humo por la nariz, entrecortado por las respiraciones pesadas, y con esa misma mano, ya libre, la alargo y acomodó tras las trenzas un mechón de pelo de la muchacha.
-Además, estoy lleno de sorpresas. – Añadió con cierto misterio, dejando entrever que había mucho que sabía de esas artes del cuerpo, y que la presteza no era sino una de las cosas más básicas que dependía más del vigor y el ahínco que de cierta complejidad real. Algún día, a medida que la joven se familiarizara con el contacto entre géneros, era algo que ella también podría hacer sin problemas.
-Yo estoy bien. – Se dejó mimar el elfo, entornando los ojos, tranquilo y cansado. – Relajado. – Añadió. – Aunque la próxima vez quizás deberíamos empezar por esto y dejar para después el baño. –Acotó en un tono más bromista. Parecía de un repentino buen humor, y se notaba tanto en su expresión serena, como en su voz grave, que perdía la ronquez para tomar una suavidad cálida y compañera.
El sanador colocó una de sus manos con la palma en la nuca, entre la misma y el lecho, mientras la otra extremidad se movía con perezosa gracia, acercando y alejando el cigarrillo de menta entre sus labios, dando esporádicas caladas con una respiración presta y agitada que parecía no querer calmarse.
Aquello era lo único que odiaba el trovador de hacer esfuerzos, que luego tenía esa sensación de ahogo, de que no podría recuperar el aire normalmente, y, aunque sabía que quizás el humo no ayudaba, también era algo que ayudaba a hacerlo más soportable.
La muchacha también se reponía, mucho más prestamente que el bardo, que, pese a que no se quejara, sentía todo el cuerpo palpitar quejoso por haberse excedido demasiado. Las agujetas le acompañarían toda la próxima jornada, pero por lo que quedaba de día hasta que se abandonara al sueño, solo sería una molestia pasajera y soportable.
Iltharion se limitó a sonreír de forma enigmática cuando la muchacha marcó lo bien que estaba. Lo cierto era que parecía en mejor estado del que se hallaba, y que, por otro lado, esa clase de esfuerzos eran unos a los que estaba habituado, tanto por su presente, como por su pasado, en el que tenía que parecer fresco y entusiasmado en cada encuentro.
Quizás fue la claridad de la relajación del momento, es ambrosía hormonal que corría por sus venas gracias al sexo, o fue solo esa maldad pérfida que anidaba en su mente, pero una sonrisa más burlona se esbozó sin que la contuviera en la faz del bardo, acordándose de su pequeña treta.
- ¿Esperabas menos? – Encaró una ceja. – Isha representa la sanación y a la fertilidad, sería triste que no fuera ducho en ambas. - Añadió con ese tono confuso, que parecía hablar de algo familiar y lejano al mismo tiempo, con un guiño cómplice, como si ocultara el secreto compartido de su naturaleza.
Acomodó el cigarrillo entre sus labios, soltando el humo por la nariz, entrecortado por las respiraciones pesadas, y con esa misma mano, ya libre, la alargo y acomodó tras las trenzas un mechón de pelo de la muchacha.
-Además, estoy lleno de sorpresas. – Añadió con cierto misterio, dejando entrever que había mucho que sabía de esas artes del cuerpo, y que la presteza no era sino una de las cosas más básicas que dependía más del vigor y el ahínco que de cierta complejidad real. Algún día, a medida que la joven se familiarizara con el contacto entre géneros, era algo que ella también podría hacer sin problemas.
-Yo estoy bien. – Se dejó mimar el elfo, entornando los ojos, tranquilo y cansado. – Relajado. – Añadió. – Aunque la próxima vez quizás deberíamos empezar por esto y dejar para después el baño. –Acotó en un tono más bromista. Parecía de un repentino buen humor, y se notaba tanto en su expresión serena, como en su voz grave, que perdía la ronquez para tomar una suavidad cálida y compañera.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Wind miró al elfo sin comprender exactamente a qué se refería y, antes de que pudiera poner aquella duda en sus labios, la explicación llegó a sus oídos al mismo tiempo que en su rostro se dejaba entrever la confusión.
Se rio levemente por el comentario, y, tras unos instantes, se percató de lo que aquello implicaba. Su expresión cambió poco a poco. No pudo tomarse aquello como simple aclaración, sino que en su cabeza sonó como una advertencia… o más bien como una amenaza “¿De… la… fertilidad?” Sus ojos se abrieron con pánico al mismo tiempo que sus labios hacían lo mismo, como si quisieran decir algo que aún no se había llegado a formar en su mente. Se incorporó levemente sobre su brazo, quedando éste estirado, quedando su rostro a una altura superior a la cara de Iltharion y se planteó por un momento darle tal guantazo que la mano quedaría marcada en su rostro durante días, pero lo descartó. No era buena idea agredir a una Diosa… al menos no era buena idea hacerlo fuerte.
El pavor quedó como una expresión tallada en su rostro, ahora más pálido de lo que era habitual, sin la menor intención de cambiar ni de modificarse lo más mínimo - ¿Fertilidad? - Murmuró con el mismo pánico que se mostraba en su faz. ¿Cómo demonios podía seguir fumando como si aquello no significara nada? Por todos los cielos, ¿Es que acaso no podía haberlo dicho antes? ¿Y además le guiñaba un ojo? Si hubiera sido por ella, en aquel mismo instante, le hubiera sacado esa orbe de su cuenca y se lo hubiera dado de comer al aski.
Obvió cualquier cosa que pudiera suceder en el tiempo que duró aquel estado casi catatónico en el que se encontraba. El miedo de su rostro fue transformándose en una expresión de enojo, por todos los Dioses ¿Cómo no iba a estar enfadada? -Tú…- Masculló entre dientes mientras entornaba los ojos - ¡Maldito seas! - Ahí estaba, la explosión que estaba condenada a suceder, había aparecido - ¿Cómo no se te ocurre decirme algo así? ¿¡Acaso estás buscando descendencia tan desesperadamente!?- Apretó los puños, como si éstos estuvieran deseosos de descargarse contra el elfo - ¿¡No podías elegir a alguna otra muchacha!? Por todos los cielos… - ¿Era egoísta por haber deseado que semejante marrón cayera a otra moza? Es posible ¿Le importaba? Ni lo más mínimo - ¡Joder! - No recordaba la última vez que había dicho una palabra malsonante como aquella, pero como si no pudiera evitarlo, salió de sus labios. Sabía que por el simple hecho de mantener relaciones existía la posibilidad de quedar en cinta, pero si además lo hacía con una Diosa de la fertilidad…Por todos los infiernos, iba a acabar criando a una camada de chiquillos pelirrojos.
La mano que hacía ya un buen rato que se había detenido encima del torso del bardo y que, se había convertido en un puño bien apretado, se levantó y cayó con fuerza al mismo tiempo que apretaba los dientes con el enojo que parecía negarse a abandonar su cuerpo. No le importó lo más mínimo si aquello hizo daño a Iltharion o no, de hecho, habría agradecido enormemente que aquel golpe le hubiera causado dolor, incluso romperle alguna costilla no parecía una mala idea, pero sabía que su fuerza no era suficiente para hacer aquello. Si conseguía que después acabara saliéndole un moratón, quedaría más que satisfecha.
Una respuesta tardía salió de sus labios, los cuales se habían mantenido cerrados mientras su cuerpo enardecía, pero esta vez, de un sentimiento bastante distinto a la excitación sexual de antes -Si ahora tuviera agua esa bañera, te juro por todos los dioses que te acompañan en los cielos, que tu estarías ahogándote en ella- Un susurro lleno de impotencia, quería volver a golpearle, pero aquello no solucionaría nada, en todo caso, acabaría peor, tal vez con cuatrillizos por culpa de una absurda maldición de la Diosa que tenía al lado.
Su mano, ahora abierta, se movió hasta el pelo del elfo y, una sonrisa que desentonaba con su humor, apareció en su rostro. Una tierna curva en sus labios, que en otra circunstancia casi podría resultar incluso adorable y cándida, pero que, en aquellos momentos sólo daba un aspecto tétrico a la escena. Cerró la mano sobre la cabeza del bardo, agarrando parte de su cabellera, sin tirar -Reza a tus congéneres para que de aquí no salga ningún mini-tú, o me encargaré de encontrarte y acabar contigo, o con todos tus futuros descendientes- Obvió por completo la posibilidad de que pudiera embarazarse por el simple hecho de haber tenido sexo con un hombre, aquello había dejado de tener relevancia en el mismo momento en el que el elfo, se había convertido en Isha, la diosa de la fertilidad. Durante aquel corto discurso no perdió la sonrisa ni un instante, y, con su última palabra, desvió su mirada hacia las partes más nobles del pelirrojo, ilustrando así a que se refería.
Soltó la mano de la cabellera como el atardecer y acarició la misma un par de veces mientras las yemas de sus dedos se movían delicadamente hasta el brazo del bardo para volver a acariciarle, sin perder aquella extraña sonrisa que aún decoraba su rostro.
Se rio levemente por el comentario, y, tras unos instantes, se percató de lo que aquello implicaba. Su expresión cambió poco a poco. No pudo tomarse aquello como simple aclaración, sino que en su cabeza sonó como una advertencia… o más bien como una amenaza “¿De… la… fertilidad?” Sus ojos se abrieron con pánico al mismo tiempo que sus labios hacían lo mismo, como si quisieran decir algo que aún no se había llegado a formar en su mente. Se incorporó levemente sobre su brazo, quedando éste estirado, quedando su rostro a una altura superior a la cara de Iltharion y se planteó por un momento darle tal guantazo que la mano quedaría marcada en su rostro durante días, pero lo descartó. No era buena idea agredir a una Diosa… al menos no era buena idea hacerlo fuerte.
El pavor quedó como una expresión tallada en su rostro, ahora más pálido de lo que era habitual, sin la menor intención de cambiar ni de modificarse lo más mínimo - ¿Fertilidad? - Murmuró con el mismo pánico que se mostraba en su faz. ¿Cómo demonios podía seguir fumando como si aquello no significara nada? Por todos los cielos, ¿Es que acaso no podía haberlo dicho antes? ¿Y además le guiñaba un ojo? Si hubiera sido por ella, en aquel mismo instante, le hubiera sacado esa orbe de su cuenca y se lo hubiera dado de comer al aski.
Obvió cualquier cosa que pudiera suceder en el tiempo que duró aquel estado casi catatónico en el que se encontraba. El miedo de su rostro fue transformándose en una expresión de enojo, por todos los Dioses ¿Cómo no iba a estar enfadada? -Tú…- Masculló entre dientes mientras entornaba los ojos - ¡Maldito seas! - Ahí estaba, la explosión que estaba condenada a suceder, había aparecido - ¿Cómo no se te ocurre decirme algo así? ¿¡Acaso estás buscando descendencia tan desesperadamente!?- Apretó los puños, como si éstos estuvieran deseosos de descargarse contra el elfo - ¿¡No podías elegir a alguna otra muchacha!? Por todos los cielos… - ¿Era egoísta por haber deseado que semejante marrón cayera a otra moza? Es posible ¿Le importaba? Ni lo más mínimo - ¡Joder! - No recordaba la última vez que había dicho una palabra malsonante como aquella, pero como si no pudiera evitarlo, salió de sus labios. Sabía que por el simple hecho de mantener relaciones existía la posibilidad de quedar en cinta, pero si además lo hacía con una Diosa de la fertilidad…Por todos los infiernos, iba a acabar criando a una camada de chiquillos pelirrojos.
La mano que hacía ya un buen rato que se había detenido encima del torso del bardo y que, se había convertido en un puño bien apretado, se levantó y cayó con fuerza al mismo tiempo que apretaba los dientes con el enojo que parecía negarse a abandonar su cuerpo. No le importó lo más mínimo si aquello hizo daño a Iltharion o no, de hecho, habría agradecido enormemente que aquel golpe le hubiera causado dolor, incluso romperle alguna costilla no parecía una mala idea, pero sabía que su fuerza no era suficiente para hacer aquello. Si conseguía que después acabara saliéndole un moratón, quedaría más que satisfecha.
Una respuesta tardía salió de sus labios, los cuales se habían mantenido cerrados mientras su cuerpo enardecía, pero esta vez, de un sentimiento bastante distinto a la excitación sexual de antes -Si ahora tuviera agua esa bañera, te juro por todos los dioses que te acompañan en los cielos, que tu estarías ahogándote en ella- Un susurro lleno de impotencia, quería volver a golpearle, pero aquello no solucionaría nada, en todo caso, acabaría peor, tal vez con cuatrillizos por culpa de una absurda maldición de la Diosa que tenía al lado.
Su mano, ahora abierta, se movió hasta el pelo del elfo y, una sonrisa que desentonaba con su humor, apareció en su rostro. Una tierna curva en sus labios, que en otra circunstancia casi podría resultar incluso adorable y cándida, pero que, en aquellos momentos sólo daba un aspecto tétrico a la escena. Cerró la mano sobre la cabeza del bardo, agarrando parte de su cabellera, sin tirar -Reza a tus congéneres para que de aquí no salga ningún mini-tú, o me encargaré de encontrarte y acabar contigo, o con todos tus futuros descendientes- Obvió por completo la posibilidad de que pudiera embarazarse por el simple hecho de haber tenido sexo con un hombre, aquello había dejado de tener relevancia en el mismo momento en el que el elfo, se había convertido en Isha, la diosa de la fertilidad. Durante aquel corto discurso no perdió la sonrisa ni un instante, y, con su última palabra, desvió su mirada hacia las partes más nobles del pelirrojo, ilustrando así a que se refería.
Soltó la mano de la cabellera como el atardecer y acarició la misma un par de veces mientras las yemas de sus dedos se movían delicadamente hasta el brazo del bardo para volver a acariciarle, sin perder aquella extraña sonrisa que aún decoraba su rostro.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Iltharion asintió pausadamente, sin prever el huracán que se le avecinaba, fumando tranquilamente, y sorprendiéndose de que, incluso viviendo entre humanos, la pequeña no hubiera tenido interés suficiente en su cultura originaria, como para aprenderse como mínimo, algo tan simple como las competencias de los dioses.
Una de sus cejas subió, al percatarse de ese miedo en las facciones de la muchacha, y el elfo revisó sus palabras, en busca de algo que pudiera haber dicho u hecho para asustarla.
La ira que empezó a suplantar el pánico, tampoco ayudo al elfo a tener una idea más clara, y no fue hasta que la pequeña habló para echarle todo aquello en cara que tuvo una idea más o menos acurada de que era lo que la estaba alterando.
Sin embargo, y por gritona, el trovador decidió dejar que se recreara en su propio enojo y que siguiera sufriendo de nervios y pánico un poco más, solo por el hecho de haberse alterado tanto en vez de hablar las cosas como los dioses mandaban.
El sanador se limitó a seguir fumando, y a soltar un quejido de dolor cuando sintió el puño sobre su costado, no porque ella poseyera una gran fuerza, sino porque su cuerpo ya estaba algo cansado.
Solo con la amenaza de muerte empezó a crisparse, y aunque le tembló un poco la ceja con aquel comentario sobre ahogarle, simplemente esbozó una sonrisa más grande, con tal de hacer mayor la desesperación de la muchacha, una pequeña venganza.
-Basta. -Su tono la interrumpió finalmente con la última amenaza, tomando cierta frialdad autoritaria.
Tomó un par de pipadas seguidas del canuto, y exhaló el humo esperando a que ella se serenase, o por lo menos, dejara por un instante los reproches a un lado.
- ¿A caso te dejé un hijo la última vez? - Le preguntó finalmente encarando una ceja, como si aquel reproche que le hacía la elfa fuera necio. Tardo unos instantes en percatarse de que había asociado lo de la "fertilidad" con cierta implacabilidad a la hora de procrear, pero incluso con esa asociación algo retorcida, el elfo seguía teniendo su punto. Si siempre fuera dejando hijos, Windorind ya tendría uno de sus retoños.
– Si no quieres correr el riesgo, no deberías acostarte con nadie, es cuestión de suerte. Y yo no te he obligado a nada. – Eso ultimo no iba con reproche, pero si con cierto retintín por la jugarreta que le había hecho la joven esa misma mañana.
-Y ya tengo descendencia de sobras, descuida. – Exhaló el humo hacia el techo de la estancia, el sanador sin perder su mirada, controlándola por el rabillo del ojo sin ninguna confianza, sobre todo, después de sus claras amenazas. – Del mismo modo en el que corres el riesgo de exponerte, puedes ir a un boticario si tanto te repele la idea de ser madre, o tomar algún voto para abstenerte de los placeres de la carne. – Se encogió de hombros el trovador. No era de su incumbencia, a fin de cuentas, no era el quien podía quedar embarazado. – De cualquier modo, lo que saques de nuestro encuentro no está en mi mano. – Sentenció el trovador, levantándose de la cama, más que nada por no dejarle tan a mano ninguna parte sensible de su anatomía de la que pudiera jalar en algún arranque.
Jaló los pantalones de los pies de la cama, y empezó a vestirse a moderada distancia, sin darle la espalda, por precaución, y porque pese a que era obvio que lo último no le había hecho la más mínima gracia, seguían hablando.
-¿Hay alguna otra clase de información personal que tenga que darte de antemano?. – Le preguntó con cierto retintín por su primer reproche, mientras se abrochaba el pantalón y pasaba el cinto alrededor del mismo para afianzarlo en su lugar.
Lo cierto era que el elfo estaba a responder a cualquier pregunta por personal que fuera, y había cierta determinación en su mirada que lo revelaba, pero aquel enojo hacía ya unos segundos que había dejado de hacerle gracia, y eso significaba que se estaba acercando peligrosamente a no ser tolerado y mostrar una parte que solía repeler bastante de su carácter.
Una de sus cejas subió, al percatarse de ese miedo en las facciones de la muchacha, y el elfo revisó sus palabras, en busca de algo que pudiera haber dicho u hecho para asustarla.
La ira que empezó a suplantar el pánico, tampoco ayudo al elfo a tener una idea más clara, y no fue hasta que la pequeña habló para echarle todo aquello en cara que tuvo una idea más o menos acurada de que era lo que la estaba alterando.
Sin embargo, y por gritona, el trovador decidió dejar que se recreara en su propio enojo y que siguiera sufriendo de nervios y pánico un poco más, solo por el hecho de haberse alterado tanto en vez de hablar las cosas como los dioses mandaban.
El sanador se limitó a seguir fumando, y a soltar un quejido de dolor cuando sintió el puño sobre su costado, no porque ella poseyera una gran fuerza, sino porque su cuerpo ya estaba algo cansado.
Solo con la amenaza de muerte empezó a crisparse, y aunque le tembló un poco la ceja con aquel comentario sobre ahogarle, simplemente esbozó una sonrisa más grande, con tal de hacer mayor la desesperación de la muchacha, una pequeña venganza.
-Basta. -Su tono la interrumpió finalmente con la última amenaza, tomando cierta frialdad autoritaria.
Tomó un par de pipadas seguidas del canuto, y exhaló el humo esperando a que ella se serenase, o por lo menos, dejara por un instante los reproches a un lado.
- ¿A caso te dejé un hijo la última vez? - Le preguntó finalmente encarando una ceja, como si aquel reproche que le hacía la elfa fuera necio. Tardo unos instantes en percatarse de que había asociado lo de la "fertilidad" con cierta implacabilidad a la hora de procrear, pero incluso con esa asociación algo retorcida, el elfo seguía teniendo su punto. Si siempre fuera dejando hijos, Windorind ya tendría uno de sus retoños.
– Si no quieres correr el riesgo, no deberías acostarte con nadie, es cuestión de suerte. Y yo no te he obligado a nada. – Eso ultimo no iba con reproche, pero si con cierto retintín por la jugarreta que le había hecho la joven esa misma mañana.
-Y ya tengo descendencia de sobras, descuida. – Exhaló el humo hacia el techo de la estancia, el sanador sin perder su mirada, controlándola por el rabillo del ojo sin ninguna confianza, sobre todo, después de sus claras amenazas. – Del mismo modo en el que corres el riesgo de exponerte, puedes ir a un boticario si tanto te repele la idea de ser madre, o tomar algún voto para abstenerte de los placeres de la carne. – Se encogió de hombros el trovador. No era de su incumbencia, a fin de cuentas, no era el quien podía quedar embarazado. – De cualquier modo, lo que saques de nuestro encuentro no está en mi mano. – Sentenció el trovador, levantándose de la cama, más que nada por no dejarle tan a mano ninguna parte sensible de su anatomía de la que pudiera jalar en algún arranque.
Jaló los pantalones de los pies de la cama, y empezó a vestirse a moderada distancia, sin darle la espalda, por precaución, y porque pese a que era obvio que lo último no le había hecho la más mínima gracia, seguían hablando.
-¿Hay alguna otra clase de información personal que tenga que darte de antemano?. – Le preguntó con cierto retintín por su primer reproche, mientras se abrochaba el pantalón y pasaba el cinto alrededor del mismo para afianzarlo en su lugar.
Lo cierto era que el elfo estaba a responder a cualquier pregunta por personal que fuera, y había cierta determinación en su mirada que lo revelaba, pero aquel enojo hacía ya unos segundos que había dejado de hacerle gracia, y eso significaba que se estaba acercando peligrosamente a no ser tolerado y mostrar una parte que solía repeler bastante de su carácter.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
El enfado de su interior se convirtió en un remolino autodestructivo que amenazaba con acabar con cualquier idea lógica que pudiera intentar formarse en su cabeza. Sabía que el escándalo que había montado para aquel elfo no tendría ni la mitad de lógica que tenía para ella, pero tal y cómo había expuesto antes, la libertad era un bien preciado que le había costado mucho tiempo conseguir y no podía tomarse a la ligera la posibilidad de acabar con una camada de chiquillos pelirrojos mientras ella se veía forzada acabar contrayendo matrimonio con cualquier idiota que no se percatara de que los hijos de su vientre, no le pertenecían.
La sonrisa que ensanchó el bardo no ayudó a que se calmara ¿Acaso le resultaba divertido? Había una importante diferencia entre molestarla en un contexto carnal y hacerlo cuando se trataba un tema como aquel, que le afectaba, por lo menos, igual que el tema del matrimonio solo que esto no lo aceptaba, sobre todo porque era cosa de una Diosa caprichosa que no la había advertido de aquel pequeñísimo detalle sobre que era la deidad de la fertilidad…Por todos los cielos… ¡De la fertilidad! Eso podría acabar en desastre tanto para ella, como para él pues, por muy Isha que fuese, pagaría con las mismas monedas que si fuera un mortal más.
Aquella orden hizo que la elfa se terminara de incorporar en la cama, ceñuda y con el enfado aun recorriéndole las entrañas. Encima de dejarle un regalo, se ponía mandón. Realmente parecía una Diosa, de las que no aceptan reproches ni enfados, alegando cualquier tipo de argumento que pudiera hacerla desentenderse del problema.
La pregunta dejó a la muchacha algo confusa. Tuvo que pensar durante algunos instantes en su primer encuentro y en por qué, en aquel momento, no le preocupó lo más mínimo quedar en cinta. Levantó una ceja, aun con el ceño fruncido, dejando en su rostro una mueca ligeramente extraña y bufó suavemente en cuanto cayó en el motivo por el cual no se había preocupado antes sobre su embarazo -Por supuesto que no, la primera vez no puedes quedar en cinta- Lo dijo como si aquello fuera lo más lógico y normal del mundo. Todo el mundo sabía eso, hasta que no había una segunda vez no se podía quedar embarazada, eso le dijo la anciana y eso le dijeron algunas mozas de su edad en Vulwulfar, aquello era algo de cultura básica.
Iltharión continuó argumentando los motivos por los que aquel enojo no tenía ni pies ni cabeza, al mismo tiempo que Wind se calmaba, no del todo, pero si en gran medida dejando paso a un malestar que no sabía calificar -Puede que sea cuestión de suerte, pero desde luego la suerte jugará en mi contra si me acuesto con la maldita Diosa de la fertilidad- El tono de voz normal había vuelto en el mismo momento en el que el elfo comenzó a hablar, pero no así su humor jovial de siempre. Ni siquiera se percató de la referencia hacia su encuentro de la mañana y cómo ella le había empujado hacia sus propios brazos, no le interesaba, sobre todo porque esa pelea la tenía perdida.
Seguía crispada, se le notaba en los ojos y en la expresión del rostro, pero aquel torbellino de pánico y odio, se había calmado hasta ser una simple sombra de lo que había sido.
Para ser Isha, era demasiado irresponsable ¿Ir a un boticario o tomar un voto de castidad? ¿Qué no estaba en su mano? Sus soluciones eran simplonas y con cierto deje de prepotencia, como si pensara que Wind era estúpida y él, una Diosa avispada que sabía más de la vida que cualquiera -Lo que saque de aquí, está más en tu mano que en la de cualquiera, parece que se te olvide que tú eres la que aporta los chiquillos a los vientres maternos. La que permite que se tengan camadas de niños de un mismo embarazo- Serena, expuso aquella lógica, para ella, aplastante pero sin perder el tono de crispación en lo más profundo de sus palabras.
Aún ceñuda observó al bardo levantarse del lecho e ir a vestirse al mismo tiempo que sus emociones parecían calmarse hasta un punto tan neutro, que asustaba. Al fin y al cabo, Wind seguía siendo poco más que una adolescente y ello conllevaba una exaltación de cualquier sentimiento, además, su carácter no era especialmente tranquilo, sino que aquella energía y alegría que llevaba siempre consigo, rápidamente se podía convertir en cualquier otra emoción que surgiera de su mente.
Con la última pregunta, gruñó y bufó al mismo tiempo y se dejó caer a la cama de nuevo, como si supiera que aquella batalla la tenía completamente perdida, solo que ahora, ella parecía ser la mala de toda la historia por enfadarse con motivos más que suficientes y lógicos, al menos para ella.
Con el rostro entre las sabanas hinchó los mofletes, molesta y abatida. Por todos los cielos, hacía apenas unos minutos su cuerpo estaba embriagado de placer y ahora, sin embargo, parecía tan abatido que daba pena verlo. Dejó su rostro de lado, mirando al elfo y decidió explicarse como una persona normal antes de que aquello pasara a mayores -No quiero conocer tu vida, ni la de Ilth ni la de Isha. No te exijo explicaciones de nada, no lo he hecho nunca y no planeo empezar a hacerlo hoy, pero detalles tan importantes como que tú eres quien decide la fertilidad en las mujeres y que, por ende, tu semilla asegura una nueva vida, son cosas que, como poco, deberías comunicar desde el principio- Su voz sonó baja, como un susurro que, a pesar de ser tal, podía escucharse con claridad -Y tranquilo, las amenazas solo serán efectivas en el caso de que haya quedado en cinta, no tengo pensado asesinarte aunque te acerques- Añadió sin despegar la cabeza del colchón al mismo tiempo que la ira terminaba de desaparecer.
Parecía que aquella emoción tan fuerte, había desaparecido con la misma velocidad con la que llegó dejando tras de sí a una muchacha cansada y ligeramente avergonzada por no haber sabido gestionar la situación con la suficiente delicadeza.
La sonrisa que ensanchó el bardo no ayudó a que se calmara ¿Acaso le resultaba divertido? Había una importante diferencia entre molestarla en un contexto carnal y hacerlo cuando se trataba un tema como aquel, que le afectaba, por lo menos, igual que el tema del matrimonio solo que esto no lo aceptaba, sobre todo porque era cosa de una Diosa caprichosa que no la había advertido de aquel pequeñísimo detalle sobre que era la deidad de la fertilidad…Por todos los cielos… ¡De la fertilidad! Eso podría acabar en desastre tanto para ella, como para él pues, por muy Isha que fuese, pagaría con las mismas monedas que si fuera un mortal más.
Aquella orden hizo que la elfa se terminara de incorporar en la cama, ceñuda y con el enfado aun recorriéndole las entrañas. Encima de dejarle un regalo, se ponía mandón. Realmente parecía una Diosa, de las que no aceptan reproches ni enfados, alegando cualquier tipo de argumento que pudiera hacerla desentenderse del problema.
La pregunta dejó a la muchacha algo confusa. Tuvo que pensar durante algunos instantes en su primer encuentro y en por qué, en aquel momento, no le preocupó lo más mínimo quedar en cinta. Levantó una ceja, aun con el ceño fruncido, dejando en su rostro una mueca ligeramente extraña y bufó suavemente en cuanto cayó en el motivo por el cual no se había preocupado antes sobre su embarazo -Por supuesto que no, la primera vez no puedes quedar en cinta- Lo dijo como si aquello fuera lo más lógico y normal del mundo. Todo el mundo sabía eso, hasta que no había una segunda vez no se podía quedar embarazada, eso le dijo la anciana y eso le dijeron algunas mozas de su edad en Vulwulfar, aquello era algo de cultura básica.
Iltharión continuó argumentando los motivos por los que aquel enojo no tenía ni pies ni cabeza, al mismo tiempo que Wind se calmaba, no del todo, pero si en gran medida dejando paso a un malestar que no sabía calificar -Puede que sea cuestión de suerte, pero desde luego la suerte jugará en mi contra si me acuesto con la maldita Diosa de la fertilidad- El tono de voz normal había vuelto en el mismo momento en el que el elfo comenzó a hablar, pero no así su humor jovial de siempre. Ni siquiera se percató de la referencia hacia su encuentro de la mañana y cómo ella le había empujado hacia sus propios brazos, no le interesaba, sobre todo porque esa pelea la tenía perdida.
Seguía crispada, se le notaba en los ojos y en la expresión del rostro, pero aquel torbellino de pánico y odio, se había calmado hasta ser una simple sombra de lo que había sido.
Para ser Isha, era demasiado irresponsable ¿Ir a un boticario o tomar un voto de castidad? ¿Qué no estaba en su mano? Sus soluciones eran simplonas y con cierto deje de prepotencia, como si pensara que Wind era estúpida y él, una Diosa avispada que sabía más de la vida que cualquiera -Lo que saque de aquí, está más en tu mano que en la de cualquiera, parece que se te olvide que tú eres la que aporta los chiquillos a los vientres maternos. La que permite que se tengan camadas de niños de un mismo embarazo- Serena, expuso aquella lógica, para ella, aplastante pero sin perder el tono de crispación en lo más profundo de sus palabras.
Aún ceñuda observó al bardo levantarse del lecho e ir a vestirse al mismo tiempo que sus emociones parecían calmarse hasta un punto tan neutro, que asustaba. Al fin y al cabo, Wind seguía siendo poco más que una adolescente y ello conllevaba una exaltación de cualquier sentimiento, además, su carácter no era especialmente tranquilo, sino que aquella energía y alegría que llevaba siempre consigo, rápidamente se podía convertir en cualquier otra emoción que surgiera de su mente.
Con la última pregunta, gruñó y bufó al mismo tiempo y se dejó caer a la cama de nuevo, como si supiera que aquella batalla la tenía completamente perdida, solo que ahora, ella parecía ser la mala de toda la historia por enfadarse con motivos más que suficientes y lógicos, al menos para ella.
Con el rostro entre las sabanas hinchó los mofletes, molesta y abatida. Por todos los cielos, hacía apenas unos minutos su cuerpo estaba embriagado de placer y ahora, sin embargo, parecía tan abatido que daba pena verlo. Dejó su rostro de lado, mirando al elfo y decidió explicarse como una persona normal antes de que aquello pasara a mayores -No quiero conocer tu vida, ni la de Ilth ni la de Isha. No te exijo explicaciones de nada, no lo he hecho nunca y no planeo empezar a hacerlo hoy, pero detalles tan importantes como que tú eres quien decide la fertilidad en las mujeres y que, por ende, tu semilla asegura una nueva vida, son cosas que, como poco, deberías comunicar desde el principio- Su voz sonó baja, como un susurro que, a pesar de ser tal, podía escucharse con claridad -Y tranquilo, las amenazas solo serán efectivas en el caso de que haya quedado en cinta, no tengo pensado asesinarte aunque te acerques- Añadió sin despegar la cabeza del colchón al mismo tiempo que la ira terminaba de desaparecer.
Parecía que aquella emoción tan fuerte, había desaparecido con la misma velocidad con la que llegó dejando tras de sí a una muchacha cansada y ligeramente avergonzada por no haber sabido gestionar la situación con la suficiente delicadeza.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Iltharion no respondió nada ante la contestación de la muchacha, no porque tuviese razón, sino porque le parecía tan asombroso que pudiera creer dicha barbarie con tanta firmeza, que el estupor fue el ganador de todo lo que le provocaba en un primer momento. Se la quedó mirando, casi como si esperara que ella declarara aquello como una broma de mal gusto, o fruto de un humor maltrecho, pero no, y el trovador finalmente terminó rompiendo en una carcajada algo amarga mientras se llevaba una de sus palmas a la cara.
- ¿Se puede saber quién te ha contado esa falacia? -Echó su melena cobriza hacía atrás. –Ni la primera ni la cuarta te van a hacer más afortunada y menos madre. Y la suerte jugará en tu contra siempre que escojas un varón fértil, lo cual no me incluye solo a mí, si no a cualquier elfo u humano que todavía sea capaz de llevarte al lecho. – Le aclaró a la joven, con la firmeza no solo de tener la razón y saberse dueño de ella, si no la que poseía la autoridad de su voz por el simple hecho de pronunciar con ella.
-Los elfos ya tenían hijos antes, y los seguirán teniendo después de mi presencia, y prefiero no hacer más por ello de lo que dejó a la suerte. Por otro lado, yo no te he ocultado nada, y si no sabes de tus ancestros no deberías culparme por ello. - El elfo dio otra profunda calada a su cigarrillo, y terminó de acomodarse dentro de los propios pantalones, antes de volver a caminar por la habitación, ignorando al felino que seguía causando destrozos por la estancia.
Tomó del respaldo la silla, y la arrastro sin cuidado alguno hasta el mueble sobre el que su morral descansaba, dejando este a los pies del mismo. Se dejó caer sobre el asiento, y abrió la bolsa, de la cual sacó el carpesano, y con aquel rictus casi religioso de respeto, desató sus cuerdas para sacar una hoja en blanco.
Guardó la carpeta en la bolsa, e hizo emerger su estuche, que depositó sobre la superficie de madera, al lado del lienzo. -Amenaza cuanto quieras. – Suspiró sin darle apenas importancia. No el gustaba terminar las veladas con muertos de por medio, no las de ese tipo, pero había acontecido ya tantas veces, que solo era una molestia leve, y sabía cómo manearse en esas circunstancias. Por otro lado, aunque windorind pudiese ser una consumada arquera, le conocía el cuerpo lo suficiente como para acertarle en una arteria a ojos ciegos, y como para saber que ahora mismo no podía hacer acopio de todas sus fuerzas ni facultades, aunque quisiera. – No serás la primera ni la última. Ya lo hacían hace años elfas que podrían ser hoy por hoy tu abuela. Sin embargo, mi cuello sigue intacto, al igual que mis otros miembros, como tú misma habrás podido darte cuenta. – Si el trovador recibiera un aero por cada amenaza que recibía, en los diferentes menesteres en los que se ocupaba, probablemente no habría tenido que volver a tocar.
Pronto el ruido del papel siendo rasgado al escribir se sumó al crepitar del fuego de la sala. No se demoró demasiado el sanador en su lista, y a los pocos segundos se hallaba guardando sus utensilios y limpiándose los dedos entre ellos.
-Por otro lado, por mucho que te quejes, no voy a permanecer en un mismo sitio el suficiente tiempo como para que se note nada, así que te agrade o te enoje, el problema va a ser tuyo en el momento en el que me marche. Que pasará, tarde o temprano. – Le aseguró el elfo, quien quizás habría sido más amable si el planteo hubiera acontecido de otro modo, pero no había sido el caso. – Así que si, es tu problema. – Se levantó de la silla tomando el papel, y con la misma gracia y calma surco el espacio hasta la calma, dejando el papel delante de la muchacha. Una lista con varios ingredientes, sales y aceites, y un par de líneas en cursiva de como mezclarlos. – Deberían tener todo eso en una botica, así de sencillo es de librarte de cualquier “inconveniente” que pueda surgir de nuestro encuentro. Procura tener varios días de descanso. - Exhaló junto con el humo mentolado. Volviendo a sus andanzas por el dormitorio hasta hacerse con el cepillo. Le habría recomendado también un experto en el Darae, de no haber sido ella una elfa, pues aquellos potingues descomponían por dentro de una manera atroz que podía asustar mas que incluso la perspectiva de tener descendientes.
Con una mano aparto el pelo de su nuca, haciéndolo caer todo al completo por encima de uno solo de sus hombros, después apoyó la espalda en una de las paredes, y con parsimonia comenzó a peinarse, dándole a la joven algo de tiempo para leer aquel remedio extraño, que el elfo había preparado para terceros más veces de las que podía contar.
-No me agrada tomar decisiones por terceros, y mucho menos, tener que hacerme cargo de sus elecciones. - Su tono seguía siendo algo amable, como lo había sido en todas sus respuestas, aunque estuvieran teñidas de cierta superioridad y altivez, como si le hablara a un niño que no supiera de las palabras que pronunciaba. Pero esta última tenía un cáliz de advertencia. Era mucho lo que había aguantado el elfo por la edad, y por aquellas cosas que le gustaban de la elfa, pero su paciencia no era infinita, y sus lazos, frágiles y efímeros como su encuentro.
- ¿Se puede saber quién te ha contado esa falacia? -Echó su melena cobriza hacía atrás. –Ni la primera ni la cuarta te van a hacer más afortunada y menos madre. Y la suerte jugará en tu contra siempre que escojas un varón fértil, lo cual no me incluye solo a mí, si no a cualquier elfo u humano que todavía sea capaz de llevarte al lecho. – Le aclaró a la joven, con la firmeza no solo de tener la razón y saberse dueño de ella, si no la que poseía la autoridad de su voz por el simple hecho de pronunciar con ella.
-Los elfos ya tenían hijos antes, y los seguirán teniendo después de mi presencia, y prefiero no hacer más por ello de lo que dejó a la suerte. Por otro lado, yo no te he ocultado nada, y si no sabes de tus ancestros no deberías culparme por ello. - El elfo dio otra profunda calada a su cigarrillo, y terminó de acomodarse dentro de los propios pantalones, antes de volver a caminar por la habitación, ignorando al felino que seguía causando destrozos por la estancia.
Tomó del respaldo la silla, y la arrastro sin cuidado alguno hasta el mueble sobre el que su morral descansaba, dejando este a los pies del mismo. Se dejó caer sobre el asiento, y abrió la bolsa, de la cual sacó el carpesano, y con aquel rictus casi religioso de respeto, desató sus cuerdas para sacar una hoja en blanco.
Guardó la carpeta en la bolsa, e hizo emerger su estuche, que depositó sobre la superficie de madera, al lado del lienzo. -Amenaza cuanto quieras. – Suspiró sin darle apenas importancia. No el gustaba terminar las veladas con muertos de por medio, no las de ese tipo, pero había acontecido ya tantas veces, que solo era una molestia leve, y sabía cómo manearse en esas circunstancias. Por otro lado, aunque windorind pudiese ser una consumada arquera, le conocía el cuerpo lo suficiente como para acertarle en una arteria a ojos ciegos, y como para saber que ahora mismo no podía hacer acopio de todas sus fuerzas ni facultades, aunque quisiera. – No serás la primera ni la última. Ya lo hacían hace años elfas que podrían ser hoy por hoy tu abuela. Sin embargo, mi cuello sigue intacto, al igual que mis otros miembros, como tú misma habrás podido darte cuenta. – Si el trovador recibiera un aero por cada amenaza que recibía, en los diferentes menesteres en los que se ocupaba, probablemente no habría tenido que volver a tocar.
Pronto el ruido del papel siendo rasgado al escribir se sumó al crepitar del fuego de la sala. No se demoró demasiado el sanador en su lista, y a los pocos segundos se hallaba guardando sus utensilios y limpiándose los dedos entre ellos.
-Por otro lado, por mucho que te quejes, no voy a permanecer en un mismo sitio el suficiente tiempo como para que se note nada, así que te agrade o te enoje, el problema va a ser tuyo en el momento en el que me marche. Que pasará, tarde o temprano. – Le aseguró el elfo, quien quizás habría sido más amable si el planteo hubiera acontecido de otro modo, pero no había sido el caso. – Así que si, es tu problema. – Se levantó de la silla tomando el papel, y con la misma gracia y calma surco el espacio hasta la calma, dejando el papel delante de la muchacha. Una lista con varios ingredientes, sales y aceites, y un par de líneas en cursiva de como mezclarlos. – Deberían tener todo eso en una botica, así de sencillo es de librarte de cualquier “inconveniente” que pueda surgir de nuestro encuentro. Procura tener varios días de descanso. - Exhaló junto con el humo mentolado. Volviendo a sus andanzas por el dormitorio hasta hacerse con el cepillo. Le habría recomendado también un experto en el Darae, de no haber sido ella una elfa, pues aquellos potingues descomponían por dentro de una manera atroz que podía asustar mas que incluso la perspectiva de tener descendientes.
Con una mano aparto el pelo de su nuca, haciéndolo caer todo al completo por encima de uno solo de sus hombros, después apoyó la espalda en una de las paredes, y con parsimonia comenzó a peinarse, dándole a la joven algo de tiempo para leer aquel remedio extraño, que el elfo había preparado para terceros más veces de las que podía contar.
-No me agrada tomar decisiones por terceros, y mucho menos, tener que hacerme cargo de sus elecciones. - Su tono seguía siendo algo amable, como lo había sido en todas sus respuestas, aunque estuvieran teñidas de cierta superioridad y altivez, como si le hablara a un niño que no supiera de las palabras que pronunciaba. Pero esta última tenía un cáliz de advertencia. Era mucho lo que había aguantado el elfo por la edad, y por aquellas cosas que le gustaban de la elfa, pero su paciencia no era infinita, y sus lazos, frágiles y efímeros como su encuentro.
Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
¿Se estaba riendo? ¿Realmente algo de lo que había dicho era gracioso? Wind trató de analizar sus palabras buscando alguna broma oculta de la que ella misma no se hubiera percatado o, en su defecto, alguna extraña ofensa que le hubiera hecho reír de aquel modo que nunca le había escuchado antes.
A Wind le tembló la ceja que tenía enarcada en cuanto escuchó la explicación. Le crispaba, aquella conversación realmente comenzaba a crisparle los nervios y no por la ira que se había adueñado de ella hacía escasos minutos, sino porque la prepotencia que demostraba el bardo la ponía de los nervios. Pensó realmente en contestarle algo, cualquier cosa que hiciera que Iltharion se tragara sus palabras, pero decidió abstenerse de ello quedando con la boca abierta y el ceño fruncido, como si realmente las palabras que aún no había pensado, quisieran salir de sus labios. Cuando se percató de que realmente prefería mantener silencio, volvió a cerrar la boca sin perder de vista al elfo.
Escuchó la siguiente argumentación del bardo y volvió a resoplar ¿Cuántos balones era capaz de echar fuera sin sentir ni un poco de remordimiento? Probablemente muchos, bastantes más de lo que ella misma era capaz de imaginar. El ultimo comentario le resultó especialmente cruel, él ya sabía el desconocimiento generalizado que tenía sobre su propia raza y, a pesar de que nunca le había dicho explícitamente que fue abandonada por sus verdaderos padres, era algo que él podía imaginarse con suma facilidad -Bien sabes que mi desconocimiento sobre los nuestros es amplio, ni siquiera sé hasta qué edad voy a vivir ¿Cómo debería saber sobre, los que se supone, son mis Dioses? Mucho es que conocía tu nombre- Sí, auqella seguia sin tener nada que ver con él pero su voz seguía teñida de un enojo que apenas era la sombra de lo que había sido, demostrando que aquellos argumentos no hacían que pensara, ni por un momento, que Iltharion tenía razón.
Wind escuchó el resto de argumentos en silencio, sin quitar la vista de encima al bardo y preguntándose qué demonios pensaba hacer ahora con sus herramientas de dibujo. Se levantó de la cama, harta de permanecer en ella y abrió el armario para coger sus vestimentas mientras ignoraba ampliamente aquellas palabras que parecían clavarse dentro de ella con una inusitada profundidad. A fin de cuentas, todo aquello se relacionaba con aquello que tantos años le había costado obtener y que, por unos minutos de placer, iba a quedar reducido a cenizas.
En realidad, no tenía planeado marcharse, pero al ritmo que avanzaba en encuentro, una huida rápida por su parte o por la de Iltharion era más que posible.
Dejó sus ropas en la cama y comenzó a vestirse de espaldas al elfo, deseando que, cuando se girara, aquel momento tan desagradable hubiera terminado, aunque obviamente no iba pasar pues, ella misma tenía que seguir hablando para zanjar el asunto.
Se colocó los pantalones y la camisa, dejando el resto de cosas dentro de la bolsa. Solo con esas prendas encima podía salir de la posada sin llamar en exceso la atención, así que, volvió a dejar las demás pertenencias en el armario de nuevo y se giró para continuar aquella conversación que realmente no quería continuar.
La “amabilidad” del elfo seguía aumentado a cada momento y con cada palabra, parecía que estaban en plena lucha por ver cuál de los dos resultaba más insoportable y, realmente, no sabía quién iba ganando. Después de colocar las cosas en el armario, se sentó al borde de la cama y miró a Iltharion con estupefacción pues, no esperaba, ni por un solo segundo, que se hiciera cargo de algo tan gordo como un hijo, pero tampoco lo quería, sabía perfectamente que ese problema acabaría comiéndoselo sola sin la necesidad de que él se lo hiciera notar -Claro que lo es ¿Acaso me tomas por estúpida?- Sabía que esa pregunta podía sonar más retórica que otra cosa, pero en lo profundo de su cabeza sentía curiosidad por saber cuál sería la respuesta a pesar de que, lo más probable es que fuera un simple “Sí”.
Inconveniente, librarte, sencillo… Palabras normales que, hablando como lo hacían de un aborto causado por un remedio, tenían un matiz extraño. En efecto, era un inconveniente y, en efecto, quería librarse de él, pero ¿Sencillo? ¿Acaso era estúpido? No habían sido pocas las veces que se había encontrado con muchachas saliendo de la pequeña botica de Turion, con caras descompuestas y a él con un matiz oscuro en el rostro, para, después, descubrir que las mozas habían acabado muertas a los pocos días por culpa de un desangramiento. No era difícil sumar dos más dos y, con su edad y sus conocimientos sobre la alquimia, resultaba casi imposible que no conociera la existencia de esos remedios que podían acabar con su vida (a pesar de que, realmente no sabía elaborarlos).
Una sonrisa con un matiz amargo asomó por sus labios mientras cogía el papel y lo examinaba unos instantes -Si tanto deseas mi muerte, sería más fácil acabar conmigo aquí mismo en vez de ofrecerme semejante solución. Rodar por unas escaleras sería bastante menos peligroso -Dijo la muchacha mientras aplastaba el folio por el centro con su mano, dejándolo como un acordeón.
Tras aquello observó como el bardo se arreglaba el pelo y las ganas de salir de allí se hicieron tan patentes que realmente se levantó de la cama, cogió la bolsa y se dirigió a la puerta sin soltar el papel, con una indignación más que obvia -Tampoco pensaba exigírtelo- Comentó enojada, como si fuera un bufido en vez de una frase, mientras guardaba el dichoso papel en la bolsa, por el simple motivo de que no sabía que hacer con él. Pero, apenas había posado la mano sobre el pomo cuando vio el anillo en su dedo. -Mierda- Masculló entre dientes mientras se percataba en la situación en la que se encontraba.
Era de noche, había aparecido en aquel lugar desmayada, semi desnuda y casada con Iltharion. No podía largarse sin más, así que soltó un bufido y desandó sus pasos hasta a cama, donde tiró de nuevo sus pertenencias.
Ante aquel cambio de dirección tan brusco, sintió la necesidad de explicarse -Como me vaya ahora, la guardia tardará menos de diez minutos en llamar a la puerta por nuestra entrada triunfal y porque yo pareceré algo así como una esposa a la fuga. No quiero ser buscada como una criminal- Suspiró enojada y salió al balcón, al menos allí le daría el aire.
A Wind le tembló la ceja que tenía enarcada en cuanto escuchó la explicación. Le crispaba, aquella conversación realmente comenzaba a crisparle los nervios y no por la ira que se había adueñado de ella hacía escasos minutos, sino porque la prepotencia que demostraba el bardo la ponía de los nervios. Pensó realmente en contestarle algo, cualquier cosa que hiciera que Iltharion se tragara sus palabras, pero decidió abstenerse de ello quedando con la boca abierta y el ceño fruncido, como si realmente las palabras que aún no había pensado, quisieran salir de sus labios. Cuando se percató de que realmente prefería mantener silencio, volvió a cerrar la boca sin perder de vista al elfo.
Escuchó la siguiente argumentación del bardo y volvió a resoplar ¿Cuántos balones era capaz de echar fuera sin sentir ni un poco de remordimiento? Probablemente muchos, bastantes más de lo que ella misma era capaz de imaginar. El ultimo comentario le resultó especialmente cruel, él ya sabía el desconocimiento generalizado que tenía sobre su propia raza y, a pesar de que nunca le había dicho explícitamente que fue abandonada por sus verdaderos padres, era algo que él podía imaginarse con suma facilidad -Bien sabes que mi desconocimiento sobre los nuestros es amplio, ni siquiera sé hasta qué edad voy a vivir ¿Cómo debería saber sobre, los que se supone, son mis Dioses? Mucho es que conocía tu nombre- Sí, auqella seguia sin tener nada que ver con él pero su voz seguía teñida de un enojo que apenas era la sombra de lo que había sido, demostrando que aquellos argumentos no hacían que pensara, ni por un momento, que Iltharion tenía razón.
Wind escuchó el resto de argumentos en silencio, sin quitar la vista de encima al bardo y preguntándose qué demonios pensaba hacer ahora con sus herramientas de dibujo. Se levantó de la cama, harta de permanecer en ella y abrió el armario para coger sus vestimentas mientras ignoraba ampliamente aquellas palabras que parecían clavarse dentro de ella con una inusitada profundidad. A fin de cuentas, todo aquello se relacionaba con aquello que tantos años le había costado obtener y que, por unos minutos de placer, iba a quedar reducido a cenizas.
En realidad, no tenía planeado marcharse, pero al ritmo que avanzaba en encuentro, una huida rápida por su parte o por la de Iltharion era más que posible.
Dejó sus ropas en la cama y comenzó a vestirse de espaldas al elfo, deseando que, cuando se girara, aquel momento tan desagradable hubiera terminado, aunque obviamente no iba pasar pues, ella misma tenía que seguir hablando para zanjar el asunto.
Se colocó los pantalones y la camisa, dejando el resto de cosas dentro de la bolsa. Solo con esas prendas encima podía salir de la posada sin llamar en exceso la atención, así que, volvió a dejar las demás pertenencias en el armario de nuevo y se giró para continuar aquella conversación que realmente no quería continuar.
La “amabilidad” del elfo seguía aumentado a cada momento y con cada palabra, parecía que estaban en plena lucha por ver cuál de los dos resultaba más insoportable y, realmente, no sabía quién iba ganando. Después de colocar las cosas en el armario, se sentó al borde de la cama y miró a Iltharion con estupefacción pues, no esperaba, ni por un solo segundo, que se hiciera cargo de algo tan gordo como un hijo, pero tampoco lo quería, sabía perfectamente que ese problema acabaría comiéndoselo sola sin la necesidad de que él se lo hiciera notar -Claro que lo es ¿Acaso me tomas por estúpida?- Sabía que esa pregunta podía sonar más retórica que otra cosa, pero en lo profundo de su cabeza sentía curiosidad por saber cuál sería la respuesta a pesar de que, lo más probable es que fuera un simple “Sí”.
Inconveniente, librarte, sencillo… Palabras normales que, hablando como lo hacían de un aborto causado por un remedio, tenían un matiz extraño. En efecto, era un inconveniente y, en efecto, quería librarse de él, pero ¿Sencillo? ¿Acaso era estúpido? No habían sido pocas las veces que se había encontrado con muchachas saliendo de la pequeña botica de Turion, con caras descompuestas y a él con un matiz oscuro en el rostro, para, después, descubrir que las mozas habían acabado muertas a los pocos días por culpa de un desangramiento. No era difícil sumar dos más dos y, con su edad y sus conocimientos sobre la alquimia, resultaba casi imposible que no conociera la existencia de esos remedios que podían acabar con su vida (a pesar de que, realmente no sabía elaborarlos).
Una sonrisa con un matiz amargo asomó por sus labios mientras cogía el papel y lo examinaba unos instantes -Si tanto deseas mi muerte, sería más fácil acabar conmigo aquí mismo en vez de ofrecerme semejante solución. Rodar por unas escaleras sería bastante menos peligroso -Dijo la muchacha mientras aplastaba el folio por el centro con su mano, dejándolo como un acordeón.
Tras aquello observó como el bardo se arreglaba el pelo y las ganas de salir de allí se hicieron tan patentes que realmente se levantó de la cama, cogió la bolsa y se dirigió a la puerta sin soltar el papel, con una indignación más que obvia -Tampoco pensaba exigírtelo- Comentó enojada, como si fuera un bufido en vez de una frase, mientras guardaba el dichoso papel en la bolsa, por el simple motivo de que no sabía que hacer con él. Pero, apenas había posado la mano sobre el pomo cuando vio el anillo en su dedo. -Mierda- Masculló entre dientes mientras se percataba en la situación en la que se encontraba.
Era de noche, había aparecido en aquel lugar desmayada, semi desnuda y casada con Iltharion. No podía largarse sin más, así que soltó un bufido y desandó sus pasos hasta a cama, donde tiró de nuevo sus pertenencias.
Ante aquel cambio de dirección tan brusco, sintió la necesidad de explicarse -Como me vaya ahora, la guardia tardará menos de diez minutos en llamar a la puerta por nuestra entrada triunfal y porque yo pareceré algo así como una esposa a la fuga. No quiero ser buscada como una criminal- Suspiró enojada y salió al balcón, al menos allí le daría el aire.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Iltharion había sospechado que el contacto de Windorind con los suyos era sesgado, pero nunca había tenido una confirmación clara de ella, ni de hasta qué punto la muchacha no tenía ni el más mínimo contacto con su especie. Por otro lado, era mucha la gente que el trovador conocía en sus viajes, y pese a que poseía una memoria privilegiada, para él era más que comprensible que se le hubiese pasado aquel detalle.
El elfo estuvo a punto de contestarle, pero decidió morderse la lengua, y tomarse un instante para analizar la situación con más calma. A fin de cuentas, la muchacha era solo una niña, no más mayor que cualquier humana, y pese a que fuera de su especie, quizás le estaba exigiendo demasiado para lo poco que sabía del mundo que la rodeaba.
Aquella pregunta de la joven llegó en una situación y un momento muy desafortunado. El sanador no respondió con palabras, simplemente le dedicó una mirada fija, de esas que dejaban en claro que la muchacha probablemente no podría tolerar una respuesta en voz alta. No la creía estúpida, pero si estaba comportándose como una niña pequeña, irresponsable y caprichosa, que dejaba llevarse por un enojo en vez de atenderse a razones, aquello era lo que pensaba el trovador de la chiquilla en aquel momento, con una firmeza que no se molestó en velar de sus ojos.
El elfo observó como la chica semi vestida tomaba sus cosas y se encaminaba hacia la puerta. No sería el quien la obligara a quedarse, no pensaba retener a nadie, y ella suscitaría más sospechas que otra cosa saliendo a esas horas, además que, de noche, no era una buena opción, si lo aborrecía tanto como pata tirarse al camino en esas circunstancias, era libre de irse.
Iltharion se limitó a verla entrar y escuchar como justificaba su cambio de opinión. Decidió ser el maduro de ambos, y dejar que pasaran unos instantes, que a la chica le diera el aire y se tranquilizara, por lo menos, si es que tenía alguna intención de zanjar esa conversación con un mínimo de coherencia.
Mientras, sus dedos separaron su propio pelo, y empezó a trenzar su melena baja, por encima de un hombro, en una trenza gruesa y ancha. No fue hasta que llegó a la mitad de las hebras cobrizas, llenas de estelas blancas, que su voz volvió a irrumpir en la sala, lo suficientemente alta y clara para que llegara a la muchacha.
-Los elfos podemos usar el Darae, es una magia poderosa que sirve para sanar el cuerpo. Por eso no es tan peligroso para ti, como podría ser para cualquier otra muchacha. - Empezó el trovador, aspirando con profundidad de su cigarro. – Con el Darae pueden reconstruirse miembros amputados. Si no eres capaz de usarlo, cualquier elfo que haya vivido algunos años en Sandorai debería poder hacerlo por ti. – Prosiguió el trovador, desviando sus orbes aguamarina hacia el rabillo de sus ojos, para observar a la muchacha. – Si quisiera matarte, podría haberlo hecho en muchas ocasiones. Quizás deberías recordarlo la próxima vez que quieras acusarme de algo, pues no solo te he cuidado esta mañana, si no que te he propiciado remedios y cuidados, algo por lo que los doctores no solemos hacer por “caridad cristiana”. - Cito aquel culto relativamente reciente que poseían los humanos, y con el que quizás Windorind estaba más familiarizada que con la fé de su pueblo.
Iltharion sacó de su bolsillo un guiñapo de cintas de raso, y desenredó una empleando una sola de sus manos, con esta, ató la gruesa trenza con un pequeño lazo. De las cintas restantes separó dos pedazos, y el resto las guardó allí de donde las había sacado.
-Si tanto me aborreces puedo solicitar otra estancia, con el pretexto de ser para el familiar tuyo que mandé a buscar con un mensajero, y así no tienes que soportar mi “abominable presencia” mientras aguardas su llegada. - Ofreció finalmente el trovador, dejando de lado su sitio para volver a la mesa donde había dejado sus cosas. Empezó a tomar algunos de los dijes y a pasarlos por las cintas, haciendo nudos antes y después de cada uno de ellos para que quedaran fijos cada poca pulgada, intercalando las piezas huecas de vidrio, madera y arcilla, con las borlas de diferentes metales.
Finalmente se levantó y salió al balcón hasta quedar al lado de la muchacha. Recostó uno de sus codos sobre la barandilla, dejando que el aire nocturno golpeara sobre su torso desnudo, marcado con las cicatrices de varias puñaladas, y aquel trazo horizontal de la garra del driope. La luz plateada de la luna se reflejaba de un modo distinto sobre la piel lastimada, haciendo más visibles aquellas marcas.
El elfo sostuvo su canuto entre los dedos de una mano, y con la otra, extendió las dos cintas llenas de dijes, que podían usarse tanto como collares, como dar varias vueltas con ellas en cada muñeca para tener brazales.
-No creo que quieras dar explicaciones a nadie sobre las marcas de los brazos. –Aclaró, haciendo una alusión a aquella preferencia suya que se había dado el gusto de liberar, y que había dejado la marca de sus manos por el peso y por su fuerza en las frágiles y delicadas extremidades de la elfa. Iltharion era bastante consciente de lo que hacía.
Unos golpes apurados a la puerta llamaron la atención del trovador, quien, en el caso de que la chiquilla no hubiese tomado los brazales, los dejaría colgando de la barandilla para encaminarse hacia la puerta de la habitación.
-¿Quién va?.- Alzó la voz el trovador, mientras se encaminaba a la entrada del dormitorio arrendado.
-¿Es esta la habitación del sanador?.- Una voz algo alarmada llegó desde el otro lado de la puerta, con el timbre agudo de la preocupación pintado con una claridad nítida.
El elfo abrió la puerta para encontrarse a un señor que estreñía la gorra entre ambas manos, y que estaba tan despeinado que parecía haber llegado corriendo. Su respiración estaba algo cortada, y su rostro pálido y sonrosado al mismo tiempo.
-Es muy tarde. - Advirtió el elfo en un tono severo y grave, pues, aunque había logrado suavizar su humor tras los exabruptos de la muchacha, aquel día no estaba precisamente sobrado de paciencia.
-Siento mucho molestarle tan tarde, pero… verá, vivo en la casa de al lado, y mi hija se ha desmayado, y se ha golpeado en la cabeza… ¿no podría ir a verla? Algo rápido. - La mirada y el tono de voz del hombre era casi suplicante. – Les pagaremos. – No tardo en añadir. – El psoadero me ha dicho que su esposa no se encuentra demasiado bien, puede traerla… mi señora la atenderá bien, se lo prometo. - Parecía intentar convencerle el sujeto.
Iltharion se pasó una mano por la cara y exhaló ese vaho mentolado hacia un costado, para no tirarle al hombre todo el humo a la cara.
-Espere abajo. – Le indicó sin demasiado tacto, mientras el hombre, agradecido como si hubiera logrado alguna clase de favor divino, asentía y le daba las gracias.
El sandor cerró la puerta y se dio la vuelta, encarando la estancia.
.
El elfo estuvo a punto de contestarle, pero decidió morderse la lengua, y tomarse un instante para analizar la situación con más calma. A fin de cuentas, la muchacha era solo una niña, no más mayor que cualquier humana, y pese a que fuera de su especie, quizás le estaba exigiendo demasiado para lo poco que sabía del mundo que la rodeaba.
Aquella pregunta de la joven llegó en una situación y un momento muy desafortunado. El sanador no respondió con palabras, simplemente le dedicó una mirada fija, de esas que dejaban en claro que la muchacha probablemente no podría tolerar una respuesta en voz alta. No la creía estúpida, pero si estaba comportándose como una niña pequeña, irresponsable y caprichosa, que dejaba llevarse por un enojo en vez de atenderse a razones, aquello era lo que pensaba el trovador de la chiquilla en aquel momento, con una firmeza que no se molestó en velar de sus ojos.
El elfo observó como la chica semi vestida tomaba sus cosas y se encaminaba hacia la puerta. No sería el quien la obligara a quedarse, no pensaba retener a nadie, y ella suscitaría más sospechas que otra cosa saliendo a esas horas, además que, de noche, no era una buena opción, si lo aborrecía tanto como pata tirarse al camino en esas circunstancias, era libre de irse.
Iltharion se limitó a verla entrar y escuchar como justificaba su cambio de opinión. Decidió ser el maduro de ambos, y dejar que pasaran unos instantes, que a la chica le diera el aire y se tranquilizara, por lo menos, si es que tenía alguna intención de zanjar esa conversación con un mínimo de coherencia.
Mientras, sus dedos separaron su propio pelo, y empezó a trenzar su melena baja, por encima de un hombro, en una trenza gruesa y ancha. No fue hasta que llegó a la mitad de las hebras cobrizas, llenas de estelas blancas, que su voz volvió a irrumpir en la sala, lo suficientemente alta y clara para que llegara a la muchacha.
-Los elfos podemos usar el Darae, es una magia poderosa que sirve para sanar el cuerpo. Por eso no es tan peligroso para ti, como podría ser para cualquier otra muchacha. - Empezó el trovador, aspirando con profundidad de su cigarro. – Con el Darae pueden reconstruirse miembros amputados. Si no eres capaz de usarlo, cualquier elfo que haya vivido algunos años en Sandorai debería poder hacerlo por ti. – Prosiguió el trovador, desviando sus orbes aguamarina hacia el rabillo de sus ojos, para observar a la muchacha. – Si quisiera matarte, podría haberlo hecho en muchas ocasiones. Quizás deberías recordarlo la próxima vez que quieras acusarme de algo, pues no solo te he cuidado esta mañana, si no que te he propiciado remedios y cuidados, algo por lo que los doctores no solemos hacer por “caridad cristiana”. - Cito aquel culto relativamente reciente que poseían los humanos, y con el que quizás Windorind estaba más familiarizada que con la fé de su pueblo.
Iltharion sacó de su bolsillo un guiñapo de cintas de raso, y desenredó una empleando una sola de sus manos, con esta, ató la gruesa trenza con un pequeño lazo. De las cintas restantes separó dos pedazos, y el resto las guardó allí de donde las había sacado.
-Si tanto me aborreces puedo solicitar otra estancia, con el pretexto de ser para el familiar tuyo que mandé a buscar con un mensajero, y así no tienes que soportar mi “abominable presencia” mientras aguardas su llegada. - Ofreció finalmente el trovador, dejando de lado su sitio para volver a la mesa donde había dejado sus cosas. Empezó a tomar algunos de los dijes y a pasarlos por las cintas, haciendo nudos antes y después de cada uno de ellos para que quedaran fijos cada poca pulgada, intercalando las piezas huecas de vidrio, madera y arcilla, con las borlas de diferentes metales.
Finalmente se levantó y salió al balcón hasta quedar al lado de la muchacha. Recostó uno de sus codos sobre la barandilla, dejando que el aire nocturno golpeara sobre su torso desnudo, marcado con las cicatrices de varias puñaladas, y aquel trazo horizontal de la garra del driope. La luz plateada de la luna se reflejaba de un modo distinto sobre la piel lastimada, haciendo más visibles aquellas marcas.
El elfo sostuvo su canuto entre los dedos de una mano, y con la otra, extendió las dos cintas llenas de dijes, que podían usarse tanto como collares, como dar varias vueltas con ellas en cada muñeca para tener brazales.
-No creo que quieras dar explicaciones a nadie sobre las marcas de los brazos. –Aclaró, haciendo una alusión a aquella preferencia suya que se había dado el gusto de liberar, y que había dejado la marca de sus manos por el peso y por su fuerza en las frágiles y delicadas extremidades de la elfa. Iltharion era bastante consciente de lo que hacía.
Unos golpes apurados a la puerta llamaron la atención del trovador, quien, en el caso de que la chiquilla no hubiese tomado los brazales, los dejaría colgando de la barandilla para encaminarse hacia la puerta de la habitación.
-¿Quién va?.- Alzó la voz el trovador, mientras se encaminaba a la entrada del dormitorio arrendado.
-¿Es esta la habitación del sanador?.- Una voz algo alarmada llegó desde el otro lado de la puerta, con el timbre agudo de la preocupación pintado con una claridad nítida.
El elfo abrió la puerta para encontrarse a un señor que estreñía la gorra entre ambas manos, y que estaba tan despeinado que parecía haber llegado corriendo. Su respiración estaba algo cortada, y su rostro pálido y sonrosado al mismo tiempo.
-Es muy tarde. - Advirtió el elfo en un tono severo y grave, pues, aunque había logrado suavizar su humor tras los exabruptos de la muchacha, aquel día no estaba precisamente sobrado de paciencia.
-Siento mucho molestarle tan tarde, pero… verá, vivo en la casa de al lado, y mi hija se ha desmayado, y se ha golpeado en la cabeza… ¿no podría ir a verla? Algo rápido. - La mirada y el tono de voz del hombre era casi suplicante. – Les pagaremos. – No tardo en añadir. – El psoadero me ha dicho que su esposa no se encuentra demasiado bien, puede traerla… mi señora la atenderá bien, se lo prometo. - Parecía intentar convencerle el sujeto.
Iltharion se pasó una mano por la cara y exhaló ese vaho mentolado hacia un costado, para no tirarle al hombre todo el humo a la cara.
-Espere abajo. – Le indicó sin demasiado tacto, mientras el hombre, agradecido como si hubiera logrado alguna clase de favor divino, asentía y le daba las gracias.
El sandor cerró la puerta y se dio la vuelta, encarando la estancia.
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Iltharion Dur'Falas
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
Efectivamente, la mirada del bardo más que patente la idea de que la consideraba estúpida. ¿Le molestaba? Si ¿Le importaba realmente? La verdad era que bastante poco. Sabía que sus reacciones exageradas podían tacharla de idiota o histérica, pero en aquel momento, a pesar de no justificarlas del todo, la situación ameritaba algo de pánico y enfado exacerbado. No podía ponerla de estúpida cuando se trataba un tema tan grave, sobre todo después de aquel día tan largo y agotador, tanto física como emocionalmente que había acabado por dejarla como un trapo viejo.
Una vez en el balcón, el aire frío meció su pelo, cerró los ojos y respiró profundamente unas cuantas veces, como si el frescor del viento pudiera diluir su mal humor y acabar con aquel cansancio que invadía su cuerpo. Además, y ya de paso, ahí fuera, de espaldas al bardo, podía soltar algunas lágrimas que habían amenazado con salir en cuanto el enojo dejó paso a una profunda y molesta tristeza. Lagrimear delante del bardo, no ayudaría, las lágrimas no ayudaban nunca, especialmente cuando de discusiones se trataba, lo único que lograban, era que el ambiente acabara más caldeado, eso lo sabía y por eso trataba de reprimirlas hasta que podía soltarlas en soledad.
Las lágrimas corrieron silenciosas por su rostro, mientras ella suspiraba con los ojos cerrados. El sonido podía ser más expresivo que las lágrimas, así que soltarlas en silencio era lo mejor que podía hacer, sin enjuagarlas por si acaso los movimientos desvelaban más de lo necesario, caían como un reguero hasta la calle y, al mismo tiempo, se secaban por el viento.
Mientras aquel riachuelo salado bajaba por sus mejillas, la voz del bardo llegó hasta ella, distrayéndola de su propia tristeza “¿Así que eso se llama Darae?” No tenía ni idea, siempre lo había llamado súplica a los cielos o “eso de las manos que sana” Pero desde luego, su alcance no era el que el elfo indicaba. Apenas podía sanar pequeñas heridas del todo y, lo habitual era que tuviera que terminar de curarlas con algún ungüento de alquimia.
A pesar de que le hubiera encantado contestar a aquello, sabía que su voz la delataría como una llorona empedernida, haciendo que Iltharion sólo pensara en ella como una muchacha ridícula que no era capaz de manejar laa situaciones con la suficiente madurez. Siempre era la misma historia desde que tenía uso de razón y ya estaba cansada de que todo el mundo la tomara por estúpida e infantil, tanto era así, que cualquier momento para tratar de demostrar que no lo era, era bueno. Así, y con todo el valor de su alma, trató de calmar su voz para intentar hablar, pero el temblor de su garganta la delataba - ¿Doctor? - Fue lo único que pudo pronunciar con la suficiente claridad y entereza antes de que las lágrimas volvieran a fluir por su rostro.
No sabía que Iltharion fuera doctor, probablemente sería una de las muchas facetas que desconocía de él. “Nadie te pidió que lo hicieras, podías haberme dejado allí y, en cualquier caso, tú fuiste quien me ofreció comer de esa mierda en primer lugar” Cientos de aeros o, incluso miles, hubiera pagado Wind con tal de poder decir aquellas palabras sin que la voz le titubeara, pero no era así y esa respuesta, quedó solo en su mente, dejando un sabor amargo en su boca, como si realmente le doliera no poder contestarle.
Las lágrimas comenzaron a disminuir, al mismo tiempo que su voz parecía clarificarse con cada suspiro que se llevaba el viento -No es tu presencia lo que me incomoda- “sino la falta de empatía por tu parte” Hubiera añadido encantada, pero no lo hizo, era una muchacha que a veces sabía cuándo callarse “Realmente, en estos momentos parece que seas uno de esos hombres con menos empatía que una piedra de río” Más frases que se quedaban en su cabeza para no aumentar más aquella tensión del ambiente que casi se podía cortar con un cuchillo.
El enrojecido e hinchado rostro de Wind, que había tratado de esconder todo lo posible, quedó a la vista en cuanto el bardo salió al balcón con ella ¿Por qué no se podía quedar dentro de la maldita habitación? Esconder sus lágrimas carecía de todo el sentido si al final el bardo acababa descubriéndolas, no quería más enojo por aquella noche. No quería más reacciones ni emociones exageradas para problemas absurdamente graves, sólo quería pasar el resto de la noche tranquila, durmiendo o incluso echándose a los caminos bajo el amparo de la luna, estaba cansada de malos humores que no aportaban nada a su vida.
Suspiró una última vez y giró el rostro hacia el elfo, ahora sin lagirmas, solo con un reguero seco por donde antes habían discurrido, con la esperanza de que éste se abstuviera de hacer comentarios.
-Desde luego- Sentenció la muchacha mientras cogía las cintas, seria, y comenzaba enrollarlas alrededor de sus muñecas -Gracias- Añadió, con un tono algo más cálido, cuando terminó de colocarse la primera y se daba cuenta de que aquellos adornos eran los que antes adornaban su cabellera.
Apenas hubo terminado de colocarse el brazalete cuando alguien llamó a la puerta. El hastío era notorio en la habitación y como aquella persona viniera a quejarse por el ruido de antes, pensaba echarla de allí a patadas hasta que su trasero pareciera haber caído en una hoguera.
Wind se adentró en la sala para escuchar la conversación mientras se colocaba el segundo brazalete, una cosa era estar enfadada y otra, que no tuviera curiosidad por saber que quería aquel hombre.
La conversación llegó clara a sus oídos, mientras observaba aquel hombre al cual, se le notaba la preocupación en el rostro. No tenía ni la más mínima gana de ayudar, pero sabía que debían hacerlo así que suspiró y se sentó en la cama mientras se ponía las botas.
Iltharion no tardó en aceptar el favor y la elfa volvió a suspirar abatida -El día no parece tener fin- Comentó con una maestral tranquilidad fingida, tratando de quitarle hierro al asunto pues, supuso que al elfo le apetecía lo mismo que a ella, o incluso menos, ir a ayudar a aquella chiquilla desconocida.
La elfina se levantó de la cama y terminó de vestirse deprisa, se colocó la camisa correctamente, abotonándola hasta arriba para que aquellas marcas moradas de su cuello se vieran lo menos posible y después se colocó el corsé que iba por encima de la camisa, sin apretar, meramente para no sentirse poco vestida. Se puso la capa y miró a Iltharion -Al menos mientras lleve el anillo nadie me mirará demasiado mal por las marcas del cuello- Se encogió de hombros y se colocó la pequeña bolsa con algunas plantas en la cadera, por si acaso al sanador le faltaba alguna -Tengo algunas hierbas, si te falta alguna, quizás la tenga yo- Comentó con cierta seriedad mientras luchaba contra sí misma para eliminarla de su cuerpo y dejar paso a la alegría que tanto la caracterizaba -Cuando quieras- Se fue hacia la puerta y esperó a Iltharion para salir detrás de él.
Una vez en el balcón, el aire frío meció su pelo, cerró los ojos y respiró profundamente unas cuantas veces, como si el frescor del viento pudiera diluir su mal humor y acabar con aquel cansancio que invadía su cuerpo. Además, y ya de paso, ahí fuera, de espaldas al bardo, podía soltar algunas lágrimas que habían amenazado con salir en cuanto el enojo dejó paso a una profunda y molesta tristeza. Lagrimear delante del bardo, no ayudaría, las lágrimas no ayudaban nunca, especialmente cuando de discusiones se trataba, lo único que lograban, era que el ambiente acabara más caldeado, eso lo sabía y por eso trataba de reprimirlas hasta que podía soltarlas en soledad.
Las lágrimas corrieron silenciosas por su rostro, mientras ella suspiraba con los ojos cerrados. El sonido podía ser más expresivo que las lágrimas, así que soltarlas en silencio era lo mejor que podía hacer, sin enjuagarlas por si acaso los movimientos desvelaban más de lo necesario, caían como un reguero hasta la calle y, al mismo tiempo, se secaban por el viento.
Mientras aquel riachuelo salado bajaba por sus mejillas, la voz del bardo llegó hasta ella, distrayéndola de su propia tristeza “¿Así que eso se llama Darae?” No tenía ni idea, siempre lo había llamado súplica a los cielos o “eso de las manos que sana” Pero desde luego, su alcance no era el que el elfo indicaba. Apenas podía sanar pequeñas heridas del todo y, lo habitual era que tuviera que terminar de curarlas con algún ungüento de alquimia.
A pesar de que le hubiera encantado contestar a aquello, sabía que su voz la delataría como una llorona empedernida, haciendo que Iltharion sólo pensara en ella como una muchacha ridícula que no era capaz de manejar laa situaciones con la suficiente madurez. Siempre era la misma historia desde que tenía uso de razón y ya estaba cansada de que todo el mundo la tomara por estúpida e infantil, tanto era así, que cualquier momento para tratar de demostrar que no lo era, era bueno. Así, y con todo el valor de su alma, trató de calmar su voz para intentar hablar, pero el temblor de su garganta la delataba - ¿Doctor? - Fue lo único que pudo pronunciar con la suficiente claridad y entereza antes de que las lágrimas volvieran a fluir por su rostro.
No sabía que Iltharion fuera doctor, probablemente sería una de las muchas facetas que desconocía de él. “Nadie te pidió que lo hicieras, podías haberme dejado allí y, en cualquier caso, tú fuiste quien me ofreció comer de esa mierda en primer lugar” Cientos de aeros o, incluso miles, hubiera pagado Wind con tal de poder decir aquellas palabras sin que la voz le titubeara, pero no era así y esa respuesta, quedó solo en su mente, dejando un sabor amargo en su boca, como si realmente le doliera no poder contestarle.
Las lágrimas comenzaron a disminuir, al mismo tiempo que su voz parecía clarificarse con cada suspiro que se llevaba el viento -No es tu presencia lo que me incomoda- “sino la falta de empatía por tu parte” Hubiera añadido encantada, pero no lo hizo, era una muchacha que a veces sabía cuándo callarse “Realmente, en estos momentos parece que seas uno de esos hombres con menos empatía que una piedra de río” Más frases que se quedaban en su cabeza para no aumentar más aquella tensión del ambiente que casi se podía cortar con un cuchillo.
El enrojecido e hinchado rostro de Wind, que había tratado de esconder todo lo posible, quedó a la vista en cuanto el bardo salió al balcón con ella ¿Por qué no se podía quedar dentro de la maldita habitación? Esconder sus lágrimas carecía de todo el sentido si al final el bardo acababa descubriéndolas, no quería más enojo por aquella noche. No quería más reacciones ni emociones exageradas para problemas absurdamente graves, sólo quería pasar el resto de la noche tranquila, durmiendo o incluso echándose a los caminos bajo el amparo de la luna, estaba cansada de malos humores que no aportaban nada a su vida.
Suspiró una última vez y giró el rostro hacia el elfo, ahora sin lagirmas, solo con un reguero seco por donde antes habían discurrido, con la esperanza de que éste se abstuviera de hacer comentarios.
-Desde luego- Sentenció la muchacha mientras cogía las cintas, seria, y comenzaba enrollarlas alrededor de sus muñecas -Gracias- Añadió, con un tono algo más cálido, cuando terminó de colocarse la primera y se daba cuenta de que aquellos adornos eran los que antes adornaban su cabellera.
Apenas hubo terminado de colocarse el brazalete cuando alguien llamó a la puerta. El hastío era notorio en la habitación y como aquella persona viniera a quejarse por el ruido de antes, pensaba echarla de allí a patadas hasta que su trasero pareciera haber caído en una hoguera.
Wind se adentró en la sala para escuchar la conversación mientras se colocaba el segundo brazalete, una cosa era estar enfadada y otra, que no tuviera curiosidad por saber que quería aquel hombre.
La conversación llegó clara a sus oídos, mientras observaba aquel hombre al cual, se le notaba la preocupación en el rostro. No tenía ni la más mínima gana de ayudar, pero sabía que debían hacerlo así que suspiró y se sentó en la cama mientras se ponía las botas.
Iltharion no tardó en aceptar el favor y la elfa volvió a suspirar abatida -El día no parece tener fin- Comentó con una maestral tranquilidad fingida, tratando de quitarle hierro al asunto pues, supuso que al elfo le apetecía lo mismo que a ella, o incluso menos, ir a ayudar a aquella chiquilla desconocida.
La elfina se levantó de la cama y terminó de vestirse deprisa, se colocó la camisa correctamente, abotonándola hasta arriba para que aquellas marcas moradas de su cuello se vieran lo menos posible y después se colocó el corsé que iba por encima de la camisa, sin apretar, meramente para no sentirse poco vestida. Se puso la capa y miró a Iltharion -Al menos mientras lleve el anillo nadie me mirará demasiado mal por las marcas del cuello- Se encogió de hombros y se colocó la pequeña bolsa con algunas plantas en la cadera, por si acaso al sanador le faltaba alguna -Tengo algunas hierbas, si te falta alguna, quizás la tenga yo- Comentó con cierta seriedad mientras luchaba contra sí misma para eliminarla de su cuerpo y dejar paso a la alegría que tanto la caracterizaba -Cuando quieras- Se fue hacia la puerta y esperó a Iltharion para salir detrás de él.
Windorind Crownguard
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Re: El dulce más amargo [Interpretativo] [Privado] [+18]
El elfo no se sorprendió de que la muchacha no hubiera tomado su profesión con seriedad, aunque recordaba haberla encontrado mientras recolectaba hierbas para sus remedios hacía ya largos meses, en la tundra nevada.
Asintió, aunque la muchacha no pudiera verle, haciendo tintinear los pendientes de su oreja en el proceso, ese ruido metálico y suave que siempre lo acompañaba.
-Tanto como mis habilidades me permiten. – No era ni de lejos el mejor de todo Aerandir, pero sabía un poco de aquí y allá, lo suficiente para tratar lo que necesitaba, ayudar a procesar la muerte a los incurables, y auxiliarse con el Darae si sus capacidades no daban abasto.
El trovador se percató de los ojos abrillantados por las lágrimas, de la hinchazón en el rostro dela muchacha, de ese otro rojo que teñía su faz, y que lejos estaba del que lo excitaba. El reguero seco de sal delas lagrimas sobre su faz eran la huella inconfundible de un silencioso llanto. El trovador no acoto nada al respecto, solo suspiró largamente, y agradeció mil veces el no estar desposado, ni con ella, ni con nadie.
-No hay de qué. – Respondió por defecto, y porque realmente, lo veía como parte de lo que si era cosa suya, más teniendo en cuenta que la pequeña probablemente era desconocedora de muchas sutilezas. Él había dejado esas marcas por su capricho, y siéndole tan sencillo de encubrirlas, habría sido una necedad no hacerlo.
Iltharion se pasó una mano por la cara, no parecía tener las más mínimas ganas de ayudar a nadie, pero al mismo tiempo sabía que eran esa clase de favores los que a la larga podían sacarle las castañas del fuego, y que le convenía tras aquella entrada en la aldea, hacer buena letra.
Fue hacia sus ropas, y se puso la camisa, la abrochó sobre su pecho y se calzó las botas, luego se detuvo delante de la mesa, para sacar del morral lo innecesario, y volver a dejar en el mismo lo que fuera a llevar a la casa del aldeano.
-Tengo un par de cintas gruesas si quieres atártelas al cuello, o una bufanda que uso cuando visito tierras de dragones. - Le ofreció el trovador, terminando de preparar sus enseres. – De cualquier modo, puedo excusarte devenir aludiendo que sigues enferma si estas demasiado cansada, o quieres perderme de vista un rato. – No había reproche alguno en sus palabras, simplemente lo ofrecía con esa cortesía suya tan característica. Para Iltharion no era doloroso el rechazo en ese aspecto, ni le parecía extraño que pudieran rehuir presentarse en público con él, porque había formado parte de una de esas realidades duraderas dentro de los senderos que había transitado, y la huella de normalizar cierto desprecio, de un modo en el que surgiera tan natural de sus labios que era claro como el día que estaba habituado a ello, y no le lastimaba en lo más mínimo, se podía notar fácilmente. El elfo no era un hombre de profundos afectos, ni tampoco duraderos, y la soledad que era su eterna compañera se exhibía en todo su esplendor en actitudes como aquella.
-Probablemente con los girofles, un poco de ron, algo dulce y poco de corteza de sauce sea suficiente. – Meditó en voz alta, pasando lista y de paso contemplando el ofrecimiento de la muchacha. - ¿Tienes Lastia? La pasta de Tuore también me sirve. Si no, me bastaré con lo que me queda de miel. - La miró de soslayo esperando una respuesta antes de meter lo mencionado y algunos extras en el morral y colgarlo cruzado contra su pecho.
Iltharion se pasó la mano por la cara una vez más, tiró el canuto casi consumido por completo, que a nada estaba de abrasarle los dedos, a las brasas del hogar, dejando que se consumiera, y cerró las ventanas del balcón para que el aski no cayera en alguno de sus juegos. Por último, se dirigió hacia la puerta, la abrió dejando salir a la joven, y le ofreció el brazo una vez la hubo cerrado con llave.
El bullicio de la posada era moderado, pues a esas horas la mitad de los comensales habían vuelto a sus casas, y de los restantes, una parte estaba lo bastante ebria para haber quedado semi traspuesta en los taburetes y mesas.
El hombre que había golpeado a su puerta hablaba con el tabernero, aun retorciendo su gorra entre sus rollizos y callosos dedos, mientras, el posadero parecía animarle dándole sendas palmadas en los hombros y lo brazos, hasta que vió llegar a la pareja de elfos.
-Vas a ver como no es para tanto, en un santiamén volverá a estar zurciéndote los calcetines como siempre. – Se despidió con ese ánimo el tabernero, volviendo a sus quehaceres.
El sujeto, un hombre bajo, de complexión robusta y extremidades gruesas, se acercó a ambos elfos con una expresión humilde y suplicante.
-Gracias maese. -Se apuró a hablar, y enseguida con un gesto los condujo hacia la calle. Apenas caminaron unos pocos metros, bordearon la fachada de la posada hacia el callejón al que daba s balconada, y entraron en la casa de en frente, donde las siluetas que habían visto en la ventana, se podían observar desde una de las paredes de la morada.
El sujeto abrió la puerta y los invitó a pasar. Si había una palabra que describiera la casa a la perfección era “común”, los muebles, los manteles, los utensilios de cocina de cobre usados, todo aquello podría haber pertenecido a cualquiera de las casas del pueblo, esa vida casi estándar que se esforzaban por mantener los comunes, y que tanto repelía al pelirrojo de apropiarse de ella.
El hombre los dirigió directamente hacia el piso de arriba, y por un pasillo estrecho. Luego abrió una puerta, donde una habitación pequeña les dio la bienvenida.
Era una alcoba sencilla, un camastro contra una de las paredes, una mesilla con un canto enrojecido, al lado de una ventana, con su respectiva silla, y las cortinas viejas y entreabiertas desde las que se veía su propia habitación en la posada.
En la cama, yacía cubierta por las sabanas una muchacha de tez mortecina, con un dedo ensangrentado, y un corte en la frente.
Arrodillada a los pies de la misma, una señora de rasgos similares, ajados por las arrugas y los desperfectos de las inclemencias de la vida campesina, le limpiaba la frente con un paño humeante, que mojaba y aclaraba en una cubeta que tenía a sus pies.
-¿Qué ha ocurrido?.-La mirada aguamarina del trovador paseó por la ventana, la labor que había en el suelo, la mancha escueta de sangre de la mesa, y rápidamente se figuró una escena, aún así, miró a la madre con una fingida ignorancia.
-Estábamos cenando cuando hemos oído un ruido fuerte, al subir, Priscila estaba en el suelo, con sangre en la cabeza. -Explicó el hombre, que se quedó en una esquina de la habitación, de pie, a la espera de alguna indicación, o de algún cambio en el ambiente.
La señora se apuró a acercarse a windorind y a ofrecerle la silla como asiento.
-Lamentamos haberles sacado de la cama a estas horas. - Se disculpó la señora, con una voz cansada. E inquieta, sin saber bien que hacer mientras aguardaba, se quedó cerca de la elfa buscando cierta complicidad con su homóloga en condición y género.
Asintió, aunque la muchacha no pudiera verle, haciendo tintinear los pendientes de su oreja en el proceso, ese ruido metálico y suave que siempre lo acompañaba.
-Tanto como mis habilidades me permiten. – No era ni de lejos el mejor de todo Aerandir, pero sabía un poco de aquí y allá, lo suficiente para tratar lo que necesitaba, ayudar a procesar la muerte a los incurables, y auxiliarse con el Darae si sus capacidades no daban abasto.
El trovador se percató de los ojos abrillantados por las lágrimas, de la hinchazón en el rostro dela muchacha, de ese otro rojo que teñía su faz, y que lejos estaba del que lo excitaba. El reguero seco de sal delas lagrimas sobre su faz eran la huella inconfundible de un silencioso llanto. El trovador no acoto nada al respecto, solo suspiró largamente, y agradeció mil veces el no estar desposado, ni con ella, ni con nadie.
-No hay de qué. – Respondió por defecto, y porque realmente, lo veía como parte de lo que si era cosa suya, más teniendo en cuenta que la pequeña probablemente era desconocedora de muchas sutilezas. Él había dejado esas marcas por su capricho, y siéndole tan sencillo de encubrirlas, habría sido una necedad no hacerlo.
Iltharion se pasó una mano por la cara, no parecía tener las más mínimas ganas de ayudar a nadie, pero al mismo tiempo sabía que eran esa clase de favores los que a la larga podían sacarle las castañas del fuego, y que le convenía tras aquella entrada en la aldea, hacer buena letra.
Fue hacia sus ropas, y se puso la camisa, la abrochó sobre su pecho y se calzó las botas, luego se detuvo delante de la mesa, para sacar del morral lo innecesario, y volver a dejar en el mismo lo que fuera a llevar a la casa del aldeano.
-Tengo un par de cintas gruesas si quieres atártelas al cuello, o una bufanda que uso cuando visito tierras de dragones. - Le ofreció el trovador, terminando de preparar sus enseres. – De cualquier modo, puedo excusarte devenir aludiendo que sigues enferma si estas demasiado cansada, o quieres perderme de vista un rato. – No había reproche alguno en sus palabras, simplemente lo ofrecía con esa cortesía suya tan característica. Para Iltharion no era doloroso el rechazo en ese aspecto, ni le parecía extraño que pudieran rehuir presentarse en público con él, porque había formado parte de una de esas realidades duraderas dentro de los senderos que había transitado, y la huella de normalizar cierto desprecio, de un modo en el que surgiera tan natural de sus labios que era claro como el día que estaba habituado a ello, y no le lastimaba en lo más mínimo, se podía notar fácilmente. El elfo no era un hombre de profundos afectos, ni tampoco duraderos, y la soledad que era su eterna compañera se exhibía en todo su esplendor en actitudes como aquella.
-Probablemente con los girofles, un poco de ron, algo dulce y poco de corteza de sauce sea suficiente. – Meditó en voz alta, pasando lista y de paso contemplando el ofrecimiento de la muchacha. - ¿Tienes Lastia? La pasta de Tuore también me sirve. Si no, me bastaré con lo que me queda de miel. - La miró de soslayo esperando una respuesta antes de meter lo mencionado y algunos extras en el morral y colgarlo cruzado contra su pecho.
Iltharion se pasó la mano por la cara una vez más, tiró el canuto casi consumido por completo, que a nada estaba de abrasarle los dedos, a las brasas del hogar, dejando que se consumiera, y cerró las ventanas del balcón para que el aski no cayera en alguno de sus juegos. Por último, se dirigió hacia la puerta, la abrió dejando salir a la joven, y le ofreció el brazo una vez la hubo cerrado con llave.
El bullicio de la posada era moderado, pues a esas horas la mitad de los comensales habían vuelto a sus casas, y de los restantes, una parte estaba lo bastante ebria para haber quedado semi traspuesta en los taburetes y mesas.
El hombre que había golpeado a su puerta hablaba con el tabernero, aun retorciendo su gorra entre sus rollizos y callosos dedos, mientras, el posadero parecía animarle dándole sendas palmadas en los hombros y lo brazos, hasta que vió llegar a la pareja de elfos.
-Vas a ver como no es para tanto, en un santiamén volverá a estar zurciéndote los calcetines como siempre. – Se despidió con ese ánimo el tabernero, volviendo a sus quehaceres.
El sujeto, un hombre bajo, de complexión robusta y extremidades gruesas, se acercó a ambos elfos con una expresión humilde y suplicante.
-Gracias maese. -Se apuró a hablar, y enseguida con un gesto los condujo hacia la calle. Apenas caminaron unos pocos metros, bordearon la fachada de la posada hacia el callejón al que daba s balconada, y entraron en la casa de en frente, donde las siluetas que habían visto en la ventana, se podían observar desde una de las paredes de la morada.
El sujeto abrió la puerta y los invitó a pasar. Si había una palabra que describiera la casa a la perfección era “común”, los muebles, los manteles, los utensilios de cocina de cobre usados, todo aquello podría haber pertenecido a cualquiera de las casas del pueblo, esa vida casi estándar que se esforzaban por mantener los comunes, y que tanto repelía al pelirrojo de apropiarse de ella.
El hombre los dirigió directamente hacia el piso de arriba, y por un pasillo estrecho. Luego abrió una puerta, donde una habitación pequeña les dio la bienvenida.
Era una alcoba sencilla, un camastro contra una de las paredes, una mesilla con un canto enrojecido, al lado de una ventana, con su respectiva silla, y las cortinas viejas y entreabiertas desde las que se veía su propia habitación en la posada.
En la cama, yacía cubierta por las sabanas una muchacha de tez mortecina, con un dedo ensangrentado, y un corte en la frente.
Arrodillada a los pies de la misma, una señora de rasgos similares, ajados por las arrugas y los desperfectos de las inclemencias de la vida campesina, le limpiaba la frente con un paño humeante, que mojaba y aclaraba en una cubeta que tenía a sus pies.
-¿Qué ha ocurrido?.-La mirada aguamarina del trovador paseó por la ventana, la labor que había en el suelo, la mancha escueta de sangre de la mesa, y rápidamente se figuró una escena, aún así, miró a la madre con una fingida ignorancia.
-Estábamos cenando cuando hemos oído un ruido fuerte, al subir, Priscila estaba en el suelo, con sangre en la cabeza. -Explicó el hombre, que se quedó en una esquina de la habitación, de pie, a la espera de alguna indicación, o de algún cambio en el ambiente.
La señora se apuró a acercarse a windorind y a ofrecerle la silla como asiento.
-Lamentamos haberles sacado de la cama a estas horas. - Se disculpó la señora, con una voz cansada. E inquieta, sin saber bien que hacer mientras aguardaba, se quedó cerca de la elfa buscando cierta complicidad con su homóloga en condición y género.
Iltharion Dur'Falas
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