Caminante no hay camino...[Libre]
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Cuando Iredia hubo salido de la estancia, me levanté despacio y me giré al camarero.
- Eh.
Al girarse, recibio con toda mi fuerza un puñetazo en los morros, que lo hizo saltar para atras y caer incosciente al suelo. Moví el cuello para hacerme sonar los huesos.
- Que ganas tenia, joder...
Me fui hacia la puerta y, en el camino, tomé de un rapido gesto la abultada bolsa que el inconsciente cuerpo del hombre gordo tenía en el cinturon. La coloqué en una de mis alforjas y salí para encontrarme fuera con la elfa, que estaba paseando de un lado a otro. Yo me crucé de brazos mientras ella empezaba su monologo.
– Vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale. Vale.-respiró hondo- Vale. Eres un brujo. Claro, no podía ser de otra forma. ¿Cuándo puñetas me lo ibas a decir? ¡Sabes que mi raza odia a los tuyos! Pero... pero yo no te odio- manifestó visiblemente angustiada de que yo hubiera entendido eso en mi ferreo silencio.
-Acabas de salvarme la vida dos veces. Soy tu protegida, pero nuestras razas se odian. Bueno, mi raza odia a la tuya, al menos. Pero... pero yo no puedo odiarte y esto me genera angustia, sin ti no estaría viva. Y encima esa forma de luchar ha sido... impresionante.
Por respuesta, me encogí de hombros. No consideraba que hubiera sido gran cosa. Pero lo cierto era que habia notado menguar algo mis fuerzas. Probablemente no podria conjurar nada nuevo hasta pasado un rato.
– ¿Cómo se supone que me tengo que sentir ahora? Porque encima me has dicho que no pretendes hacer daño a los míos. Joder, no entiendo nada.
Segui en silencio mientras, bajo la bufanda, sonreia ante el lio que tenia en la cabeza esa elfa.
De pronto, se giro y me miró muy seria.
-¿No estarás pensando en cortarme las orejas?
Entonces , incontrolablemente, estallé a carcajadas.
Tube que levantar una mano para pedirle un minuto a la elfa. Hacia años que no me reia.
Cuando por fin me detuve, la mire sonriente.
–Por el momento no... Y no te preocupes. Desde hace bastante ya que los brujos y yo caminamos por caminos muy diferentes... Yo voy a lo mio, aunque si que es cierto que los elfos deberiais aprender a que no todo el mundo esta en el mismo saco.
Ella me miró largamente, sospesando la verdad de mis palabras.
Yo me encogí de hombros.
– Eres mi protegida. Para bien o para mal.
Luego, me giré y empecé a caminar hasta que la elfa me preguntó hacia donde iba.
– Vamos a buscar tu arco.
- Eh.
Al girarse, recibio con toda mi fuerza un puñetazo en los morros, que lo hizo saltar para atras y caer incosciente al suelo. Moví el cuello para hacerme sonar los huesos.
- Que ganas tenia, joder...
Me fui hacia la puerta y, en el camino, tomé de un rapido gesto la abultada bolsa que el inconsciente cuerpo del hombre gordo tenía en el cinturon. La coloqué en una de mis alforjas y salí para encontrarme fuera con la elfa, que estaba paseando de un lado a otro. Yo me crucé de brazos mientras ella empezaba su monologo.
– Vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale, vale. Vale.-respiró hondo- Vale. Eres un brujo. Claro, no podía ser de otra forma. ¿Cuándo puñetas me lo ibas a decir? ¡Sabes que mi raza odia a los tuyos! Pero... pero yo no te odio- manifestó visiblemente angustiada de que yo hubiera entendido eso en mi ferreo silencio.
-Acabas de salvarme la vida dos veces. Soy tu protegida, pero nuestras razas se odian. Bueno, mi raza odia a la tuya, al menos. Pero... pero yo no puedo odiarte y esto me genera angustia, sin ti no estaría viva. Y encima esa forma de luchar ha sido... impresionante.
Por respuesta, me encogí de hombros. No consideraba que hubiera sido gran cosa. Pero lo cierto era que habia notado menguar algo mis fuerzas. Probablemente no podria conjurar nada nuevo hasta pasado un rato.
– ¿Cómo se supone que me tengo que sentir ahora? Porque encima me has dicho que no pretendes hacer daño a los míos. Joder, no entiendo nada.
Segui en silencio mientras, bajo la bufanda, sonreia ante el lio que tenia en la cabeza esa elfa.
De pronto, se giro y me miró muy seria.
-¿No estarás pensando en cortarme las orejas?
Entonces , incontrolablemente, estallé a carcajadas.
Tube que levantar una mano para pedirle un minuto a la elfa. Hacia años que no me reia.
Cuando por fin me detuve, la mire sonriente.
–Por el momento no... Y no te preocupes. Desde hace bastante ya que los brujos y yo caminamos por caminos muy diferentes... Yo voy a lo mio, aunque si que es cierto que los elfos deberiais aprender a que no todo el mundo esta en el mismo saco.
Ella me miró largamente, sospesando la verdad de mis palabras.
Yo me encogí de hombros.
– Eres mi protegida. Para bien o para mal.
Luego, me giré y empecé a caminar hasta que la elfa me preguntó hacia donde iba.
– Vamos a buscar tu arco.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
La elfa observó atónita cómo su protector se desternillaba de risa después de preguntarle lo de las orejas. Por instinto, se tocó las orejas para cercionarse de que seguían ahí. Se sentía completamente confundida. Él, por el contrario, parecía hasta feliz. Bueno, al menos alguien se reía de los dos.
-¡Oye! Que muchos las usan para hechizos de esos raros que hacéis con las manos... -frunció el ceño y puso una mueca graciosamente triste.
-Por el momento no... Y no te preocupes. Desde hace bastante ya que los brujos y yo caminamos por caminos muy diferentes... Yo voy a lo mio, aunque si que es cierto que los elfos deberiais aprender a que no todo el mundo esta en el mismo saco.
Eso, inevitablemente, le provocó más preguntas. Y, ademas, le dio qué pensar, pues era cierto que no todos los elfos (al igual que muchas razas) se planteaban el porqué de sus odios o afectos. Ella sólo odiaba a un brujo y lo hacía por miedo, no por venganza. Este, en cambio, le había ofrecido protección a cambio de conocimiento. Casi parecía altruista, si no fuera porque realmente seguro que quería usar sus artes medicinales para algo. En el momento en el que dejarse de serle útil, se desharía de ella. Todo esto lo pensaba mientras lo miraba como si fuera boba, como si le hubiera dado un colapso cerebral.
De repente, vio que echaba a andar y entonces recibió la respuesta del arco.
-Pero... Igual eso implica volver a ver al señor almejas. ¿Tú estás seguro de esto? ¡Espera, hombre!- se puso a su lado mientras hablaba y lo miró con preocupación.
Luego, acordándose de su trato, le relató un pequeño detalle mientras andaban.
-¿Sabías que el Niye se puede usar como emplaste para curar heridas profundas? -esperó su reacción ante la información. Eso, al menos, le aseguraría de que tenía intención de que el acuerdo siguiese en pie. Ella, por su parte, de repente, sonrió. Se sintió estúpidamente orgullosa de haberle dado esa información, le hizo sentirse útil por unos segundos.
<<Si me viera mi madre ir con un brujo... me deshereda. Ojalá pudieran comprender lo que ha pasado.>>
-¡Oye! Que muchos las usan para hechizos de esos raros que hacéis con las manos... -frunció el ceño y puso una mueca graciosamente triste.
-Por el momento no... Y no te preocupes. Desde hace bastante ya que los brujos y yo caminamos por caminos muy diferentes... Yo voy a lo mio, aunque si que es cierto que los elfos deberiais aprender a que no todo el mundo esta en el mismo saco.
Eso, inevitablemente, le provocó más preguntas. Y, ademas, le dio qué pensar, pues era cierto que no todos los elfos (al igual que muchas razas) se planteaban el porqué de sus odios o afectos. Ella sólo odiaba a un brujo y lo hacía por miedo, no por venganza. Este, en cambio, le había ofrecido protección a cambio de conocimiento. Casi parecía altruista, si no fuera porque realmente seguro que quería usar sus artes medicinales para algo. En el momento en el que dejarse de serle útil, se desharía de ella. Todo esto lo pensaba mientras lo miraba como si fuera boba, como si le hubiera dado un colapso cerebral.
De repente, vio que echaba a andar y entonces recibió la respuesta del arco.
-Pero... Igual eso implica volver a ver al señor almejas. ¿Tú estás seguro de esto? ¡Espera, hombre!- se puso a su lado mientras hablaba y lo miró con preocupación.
Luego, acordándose de su trato, le relató un pequeño detalle mientras andaban.
-¿Sabías que el Niye se puede usar como emplaste para curar heridas profundas? -esperó su reacción ante la información. Eso, al menos, le aseguraría de que tenía intención de que el acuerdo siguiese en pie. Ella, por su parte, de repente, sonrió. Se sintió estúpidamente orgullosa de haberle dado esa información, le hizo sentirse útil por unos segundos.
<<Si me viera mi madre ir con un brujo... me deshereda. Ojalá pudieran comprender lo que ha pasado.>>
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Sonrei por debajo de mis coberturas de ropa mientras ella, apasionada y feliz, contaba ese detalle sobre la mezcla. La mire de reojo mientras continuábamos andando.
- He oído rumores, pero nunca me he puesto a comprobarlo... En cambio, conozco que unas grandes dosis aspiradas de los vapores que desprende esa mezcla al ser quemada pueden llegar a provocar alucinaciones y tendencias suicidas.
Me detuve a mirarla a los ojos.
- Eso, en cambio, si que lo he comprobado.
Y volví a girarme hacia la calle, retomando la marcha.
- Y no te preocupes por el almejero. Tengo aun más trucos. - Expliqué sereno. - Ademas, no creo que cause demasiados problemas. No vamos a ir a su puesto directamente.
- ¿Porque no?
- Porque no vamos a buscar tu arco directamente. Es un arco elfico en una calle concurrida. Abra volado casi tan rápido como haya tocado el suelo. Lo que vamos a buscar es los alrededores. Quiero averiguar quien lo ha tomado. Y de ser así, seguramente se donde podremos recuperarlo...
Con esa conversación, por fin habíamos llegado a la calle.
Concurrida. Llena de gente. Tanto Iredia como yo hicimos una mueca de asco.
- No te separes... - Le dije. - No quiero estar aquí más de lo necesario.
Y dicho esto, atravesé la gente, notando a Iredia tras de mi. Observé por lo alto. Varios callejones. Uno de ellos era el de los barriles de antes. Me acerqué a ese y empecé a mirar por las esquinas de las paredes. Aparté uno de los barriles. Ahí, grabado en la pared, había un pequeño símbolo con forma de rombo atravesado por dos esferas. Lo acaricie con cuidado y me gire.
- Por aquí.
Me fui de nuevo hacia la gente. Iredia la atravesó también como pudo, visiblemente agobiada. Cuando llegamos al otro extremo, me puse a mirar las partes altas de los edificios. Buscando una ventana. Encontré varias. Me fije en concreto en una con bastantes rasguños y marcas alrededor de su cornisa inferior. Di un suspiro. Me asomé de nuevo a la calle. Efectivamente, ese edificio no tenia puertas.
Miré a ambos lados del callejón. No había nadie en el, y la gente de la calle comercial ni siquiera miraba en esta dirección. Asentí en silencio y me acerque a la elfa, tomándola en brazos de golpe.
- Agárrate.
Con un nuevo gesto de manos, tracé el mismo conjuro de antes. Aire, fuerza, empuje.
Y con un pequeño chillido por parte de la elfa, nos alzamos varios metros arriba, entrando por la ventana abierta. La deje en el suelo tambaleandose un poco.
- He oído rumores, pero nunca me he puesto a comprobarlo... En cambio, conozco que unas grandes dosis aspiradas de los vapores que desprende esa mezcla al ser quemada pueden llegar a provocar alucinaciones y tendencias suicidas.
Me detuve a mirarla a los ojos.
- Eso, en cambio, si que lo he comprobado.
Y volví a girarme hacia la calle, retomando la marcha.
- Y no te preocupes por el almejero. Tengo aun más trucos. - Expliqué sereno. - Ademas, no creo que cause demasiados problemas. No vamos a ir a su puesto directamente.
- ¿Porque no?
- Porque no vamos a buscar tu arco directamente. Es un arco elfico en una calle concurrida. Abra volado casi tan rápido como haya tocado el suelo. Lo que vamos a buscar es los alrededores. Quiero averiguar quien lo ha tomado. Y de ser así, seguramente se donde podremos recuperarlo...
Con esa conversación, por fin habíamos llegado a la calle.
Concurrida. Llena de gente. Tanto Iredia como yo hicimos una mueca de asco.
- No te separes... - Le dije. - No quiero estar aquí más de lo necesario.
Y dicho esto, atravesé la gente, notando a Iredia tras de mi. Observé por lo alto. Varios callejones. Uno de ellos era el de los barriles de antes. Me acerqué a ese y empecé a mirar por las esquinas de las paredes. Aparté uno de los barriles. Ahí, grabado en la pared, había un pequeño símbolo con forma de rombo atravesado por dos esferas. Lo acaricie con cuidado y me gire.
- Por aquí.
Me fui de nuevo hacia la gente. Iredia la atravesó también como pudo, visiblemente agobiada. Cuando llegamos al otro extremo, me puse a mirar las partes altas de los edificios. Buscando una ventana. Encontré varias. Me fije en concreto en una con bastantes rasguños y marcas alrededor de su cornisa inferior. Di un suspiro. Me asomé de nuevo a la calle. Efectivamente, ese edificio no tenia puertas.
Miré a ambos lados del callejón. No había nadie en el, y la gente de la calle comercial ni siquiera miraba en esta dirección. Asentí en silencio y me acerque a la elfa, tomándola en brazos de golpe.
- Agárrate.
Con un nuevo gesto de manos, tracé el mismo conjuro de antes. Aire, fuerza, empuje.
Y con un pequeño chillido por parte de la elfa, nos alzamos varios metros arriba, entrando por la ventana abierta. La deje en el suelo tambaleandose un poco.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Sí, efectivamente Iredia puso no sólo cara de asco sino cara de agobio. Toda esa gente agrupada en un mismo lugar le provocaba cierta ansiedad. Cuando le dijo que no se separase, instintivamente la elfa le asió de la chaqueta y fueron atravesando la multitud. La elfa casi no veía su alrededor, veía borrosidades, demasiado ruido, demasiada gente, demasiado todo.
Entonces llegaron a su ya querido barril y él acarició aquel símbolo. Ella lo miró interrogante, pero no esperó respuesta alguna. Después, cuando vio que volvían a atravesar la gente, ella soltó un suspiro largo, como quien trata de mantener la compostura. De repente, vio cómo se ponía a mirar ventanas y no entendió absolutamente nada. Para más inri, el brujo la cogió en brazos como si fuera un trapo de cocina.
En cuanto le dijo "Agárrate", lo miró con horror.
-¿Pero que ha...?
Acabó la frase con un grito y, como por arte de magia (qué ironía) estaba en un cuartucho oscuro y sucio. Una ratilla los miró fijamente, como dándolos la bienvenida. Efectivamente, la elfa se tambaleó un poco y después miró a su protector con sorpresa.
-¿También sabes volar? Madre mía con los tirabolas...- rió levemente y puso una mano en la pared, tratando de estabilizar sus piernas temblorosas.
Unos pasos apresurados parecían subir unas escaleras. La puerta del cuarto estaba cerrada, tan mohosa que parecía ceder con una patada contundente. Pronto la abrió un chiquito de unos ocho años, con greñas en el pelo, ojos vivaces y delgado como un palo. Se los quedó mirando unos momentos antes de alzar las cejas, como si acabase de ver a un ídolo que adoraba.
-¡El Negro!. -tras decir esto, salió corriendo mientras vociferaba "El Negro", "El Negro", perfectamente audible entre esas paredes de papel.
Iredia miró entonces a Karkaran, con una ceja levantada y mirada divertida.
-Parece ser que eres toda una leyenda...
Volvió a oírse ruido en las escaleras y apareció por la puerta un hombre encapuchado, alto y fibrado con dos puñales en el cinturón. Iba vestido entero de negro: mallas camisa y capa. Solamente llevaba un distintivo en el cinturón, el símbolo del rombo atravesado con dos círculos. No se le adivinaba la mirada bajo la capucha, solo una barba pelirroja y una nariz aguileña. El niño apareció detrás de él, escondiéndose ligeramente tras el marco de la puerta.
-Miren quien ha vuelto a colarse en mi sede... -miró entonces a la elfa de arriba abajo- Y ya veo que traes compañía. ¿Qué haces aquí? Y no me digas que es por ese pequeño incidente con tus pócimas de fuego- una sonrisa traviesa asomó entonces bajo la capucha- Ya quedó zanjado cuando te cargaste a mi segundo. -espetó secamente y con cierta ironía.
Al menos, Iredia agradeció el cambio. Ni estaba gordo, ni era un violador. Lamentablemente, también parecía un hombre al que no convenía enfadar. Se cruzó de brazos. Empezó a pensar que lo primero que haría cuando tuviera algo de dinero sería comprarse una capa. Así, grande y negra, ideal para tapar elfas, muecas, miradas y cuerpos esbeltos.
Entonces llegaron a su ya querido barril y él acarició aquel símbolo. Ella lo miró interrogante, pero no esperó respuesta alguna. Después, cuando vio que volvían a atravesar la gente, ella soltó un suspiro largo, como quien trata de mantener la compostura. De repente, vio cómo se ponía a mirar ventanas y no entendió absolutamente nada. Para más inri, el brujo la cogió en brazos como si fuera un trapo de cocina.
En cuanto le dijo "Agárrate", lo miró con horror.
-¿Pero que ha...?
Acabó la frase con un grito y, como por arte de magia (qué ironía) estaba en un cuartucho oscuro y sucio. Una ratilla los miró fijamente, como dándolos la bienvenida. Efectivamente, la elfa se tambaleó un poco y después miró a su protector con sorpresa.
-¿También sabes volar? Madre mía con los tirabolas...- rió levemente y puso una mano en la pared, tratando de estabilizar sus piernas temblorosas.
Unos pasos apresurados parecían subir unas escaleras. La puerta del cuarto estaba cerrada, tan mohosa que parecía ceder con una patada contundente. Pronto la abrió un chiquito de unos ocho años, con greñas en el pelo, ojos vivaces y delgado como un palo. Se los quedó mirando unos momentos antes de alzar las cejas, como si acabase de ver a un ídolo que adoraba.
-¡El Negro!. -tras decir esto, salió corriendo mientras vociferaba "El Negro", "El Negro", perfectamente audible entre esas paredes de papel.
Iredia miró entonces a Karkaran, con una ceja levantada y mirada divertida.
-Parece ser que eres toda una leyenda...
Volvió a oírse ruido en las escaleras y apareció por la puerta un hombre encapuchado, alto y fibrado con dos puñales en el cinturón. Iba vestido entero de negro: mallas camisa y capa. Solamente llevaba un distintivo en el cinturón, el símbolo del rombo atravesado con dos círculos. No se le adivinaba la mirada bajo la capucha, solo una barba pelirroja y una nariz aguileña. El niño apareció detrás de él, escondiéndose ligeramente tras el marco de la puerta.
-Miren quien ha vuelto a colarse en mi sede... -miró entonces a la elfa de arriba abajo- Y ya veo que traes compañía. ¿Qué haces aquí? Y no me digas que es por ese pequeño incidente con tus pócimas de fuego- una sonrisa traviesa asomó entonces bajo la capucha- Ya quedó zanjado cuando te cargaste a mi segundo. -espetó secamente y con cierta ironía.
Al menos, Iredia agradeció el cambio. Ni estaba gordo, ni era un violador. Lamentablemente, también parecía un hombre al que no convenía enfadar. Se cruzó de brazos. Empezó a pensar que lo primero que haría cuando tuviera algo de dinero sería comprarse una capa. Así, grande y negra, ideal para tapar elfas, muecas, miradas y cuerpos esbeltos.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
No respondí a Iredia cuando me dijo que era conocido. No consideraba que fuera necesario hacer mención a eso, pero independientemente, le di una explicación.
- Conocí a su padre hace cosa de unos años. Supongo que el niño no recuerda mi nombre.
Cuando entro la figura musculada, no pude sino dar un suspiro y bajar un poco los hombros, ligeramente más relajado.
- Había oído que habías muerto. - Dije inicialmente por respuesta.
- Sabes que se necesita más para matarme, monstruito. - Dijo este con una sonrisa.
Luego, me destape el rostro y le mostré mi mutilada sonrisa. El se quito la capucha y mostró sus cabellos, cayendo por ambos lados de su cara y sus dos ojos. El derecho, de un color marrón cobrizo muy intenso. El izquierdo, marcado por una cicatriz que también surcaba parte de su frente y mejilla, de un color blanco perla. Sin iris. Pese a eso, su sonrisa no era desagradable.
Ambos nos acercamos con brazos extendidos y nos dimos un fuerte apretón de manos, agarrándonos casi por el codo.
- Casi me alegro de verte, Kar - Dijo el.
- Casi me alegro de que no estés muerto, Verch. - Le respondí.
El grandullón se rió y me golpeó el hombro.
- Pero mira que eres hijo de puta... ¡Pero no os quedéis ahí, coño! Pasad, pasad...
Y sin borrar la sonrisa de su rostro, nos indico que nos fuéramos por la puerta, donde el niño seguía mirándonos con la boca abierta. Hice una seña con la cabeza a Iredia, haciéndole entender que se podía confiar en Verch.
Lo había conocido hacia bastante. Casi después de que me expulsaran de la academia. Verch había sido el primero en enseñarme a usar un cuchillo y a forzar una cerradura... Y con el tiempo, se había convertido en uno de mis contrabandistas favoritos a la hora de recurrir a armas o materiales difíciles de encontrar.
Mientras bajábamos, el piso se volvía algo mejor y más habitable. Había más luz de antorcha. Las paredes parecían más cuidadas y, miraras donde miraras, se notaba que Verch era un hombre que le gustaba tener sus propias cosas bien cuidadas.
Armas, herramientas de tortura y armaduras eran la decoracion principal de la casa.
Finalmente, acabamos por entrar en un salón con varios sillones rojizos puestos alrededor de una hoguera que estaba creada justo en un pequeño subnivel del suelo, decorando e iluminando toda la sala. Verch se sentó en el primero y puso a su hijo en su rodilla. Luego, nos hizo un gesto para sentarnos.
- ¿Y bien? - Dijo entonces. - ¿Que andáis buscando?
- Conocí a su padre hace cosa de unos años. Supongo que el niño no recuerda mi nombre.
Cuando entro la figura musculada, no pude sino dar un suspiro y bajar un poco los hombros, ligeramente más relajado.
- Había oído que habías muerto. - Dije inicialmente por respuesta.
- Sabes que se necesita más para matarme, monstruito. - Dijo este con una sonrisa.
Luego, me destape el rostro y le mostré mi mutilada sonrisa. El se quito la capucha y mostró sus cabellos, cayendo por ambos lados de su cara y sus dos ojos. El derecho, de un color marrón cobrizo muy intenso. El izquierdo, marcado por una cicatriz que también surcaba parte de su frente y mejilla, de un color blanco perla. Sin iris. Pese a eso, su sonrisa no era desagradable.
Ambos nos acercamos con brazos extendidos y nos dimos un fuerte apretón de manos, agarrándonos casi por el codo.
- Casi me alegro de verte, Kar - Dijo el.
- Casi me alegro de que no estés muerto, Verch. - Le respondí.
El grandullón se rió y me golpeó el hombro.
- Pero mira que eres hijo de puta... ¡Pero no os quedéis ahí, coño! Pasad, pasad...
Y sin borrar la sonrisa de su rostro, nos indico que nos fuéramos por la puerta, donde el niño seguía mirándonos con la boca abierta. Hice una seña con la cabeza a Iredia, haciéndole entender que se podía confiar en Verch.
Lo había conocido hacia bastante. Casi después de que me expulsaran de la academia. Verch había sido el primero en enseñarme a usar un cuchillo y a forzar una cerradura... Y con el tiempo, se había convertido en uno de mis contrabandistas favoritos a la hora de recurrir a armas o materiales difíciles de encontrar.
Mientras bajábamos, el piso se volvía algo mejor y más habitable. Había más luz de antorcha. Las paredes parecían más cuidadas y, miraras donde miraras, se notaba que Verch era un hombre que le gustaba tener sus propias cosas bien cuidadas.
Armas, herramientas de tortura y armaduras eran la decoracion principal de la casa.
Finalmente, acabamos por entrar en un salón con varios sillones rojizos puestos alrededor de una hoguera que estaba creada justo en un pequeño subnivel del suelo, decorando e iluminando toda la sala. Verch se sentó en el primero y puso a su hijo en su rodilla. Luego, nos hizo un gesto para sentarnos.
- ¿Y bien? - Dijo entonces. - ¿Que andáis buscando?
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Se mantuvo al margen de la conversación, pues era obvio que se conocían y se llevaban bien. Algún día, su querido protector iba a sufrir un implacable cuestionario.
Cuando Karkaran le hizo el gesto para que confiase en su anfitrión, ella se descruzó de brazos y se dispuso a seguirlos. Se fijó en la decoración, pues era tan pintoresca y rara que no podía parar de mirarla. Obviamente, no conocía los usos de esas herramientas. Mientras el jefecillo y el brujo iban por delante, Iredia se paró enfrente de unas esposas con pinchos internos colgadas mediante argollas. Tocó uno y obviamente, se pinchó. Sangró un poco, pero se lamió la herida del dedo y siguió fisgando. Hasta que tocó un poco más de la cuenta y acabó cayéndose la cadena y las esposas al suelo con un terrible estrépito.
Con gestos apresurados y mordiéndose el labio, intentó colocarla sin éxito. Se giró despacio para ver que el niño la observaba riéndose, situado detrás de ella. Rindiéndose con la cadena, se apresuró a seguir los pasos de los dos hombres hasta aquel gran salón de sillones rojizos, dejándola ahí en el suelo como si la cosa no fuese con ella. Avanzó hasta el salón de sillones rojizos con gesto distraído tratando de disimular su trastada. Era más que obvio que el jefe se había dado cuenta del estrépito. Sin embargo, a quien echó la culpa fue al pequeño, que acababa de entrar también en el salón.
-Más te vale recoger lo que hayas tirado. -el niño fue a protestar, pero una mirada de aquellos ojos bicolor bastó para que el niño enmudeciese y se fuese.
-¿Y bien? - Dijo entonces. - ¿Que andáis buscando?
Fue entonces Iredia quién se apresuró a contestar.
-Un arco elfo. MI arco elfo- recalcó con cierto ímpetu y mirando al bicolor- De madera de roble, con refuerzos de plata. Tenía un par de inscripciones élficas en el centro.
-Hum... -el jefe frunció el ceño y, de repente, alzó las cejas recordando algo- ¡Coño! Sí, lo trajo un viejo decrépito, con media dentadura y que olía a almejas que tiraba para atrás. Ese viejo cabrón... como sabe que tengo contactos, me pidió que encontrase un buen comprador. Y lo hice. No sé cuánto se llevó, pero una pasta. Se lo pilló un tal Tiv.- sonrió ampliamente y se giró a Karkaran- Lo puedes encontrar en el barrio de las putas por la noche. Ya sabes que ponen el mercado "especial" ahí.- marcó con retintín.
Iredia, sin embargo, una vez más, volvió a poner cara de angustia.
-¡Pero no pongas esa cara, mujer!- rió entonces el jefe, viendo su gesto- Con Tiv hay tres maneras de hacer tratos: Con una bolsa llena de aeros, con los dados o con putas. No sé si tendrás dinero, moza, pero teniendo a este mamonazo aquí-dijo, asiendo amistosamente el hombro de Karkaran- te aseguro que a los dados igual tienes una oportunidad.
-Oye, voy a sacar una botellita de sijama, coño, que ya que estás aquí hay que celebrarlo. -se fue a una alacena lateral y sacó una botella de aquel líquido rojizo tan matador.
Sirvió tres copas, pero después, miró a Iredia con duda.
-Tú me da que de alcohol poco, ¿verdad?- en cuanto Iredia asintió, dejó la botella y una copa enfrente de Karkaran, por si quería servirse, y cogió una jarra de agua, vertiendo el contenido en el vaso restante. Se lo tendió a Iredia, que se lo bebió casi de un trago.
-¿Tenéis hambre? ¿Y sitio donde dormir? Hombre, aquí dormimos como veinte hombres, pero seguro que puedo acomodaros un cuarto o dos sin muchas pulgas. -se volvió a sentar en el sofá- Tío, pero cuéntame. ¿Cómo te has ido a topar con ésta? Esta ciudad sigue igual, como ves. Putas, borrachos, pescado y barcos, lo de siempre.- el jefe parecía bastante predispuesto a hablar y muy relajado, como si los conociese de toda la vida.
Iredia, entonces, reparó en que llevaba sin comer todo el día. Ahora atardecía y tenía que confesar que algo de necesidad sí que tenía. La verdad es que era el único cacho de conversación al que verdaderamente había prestado atención, puesto que en cuanto el jefe volvió a sentarse con Karkaran, la elfa se dedicó a mirar al techo. Bebió con avidez el vaso de agua. El niño volvió a entrar y se acercó a ella. Le hizo una seña para que se agachase. Ella lo hizo y le susurró al oído:
-¿Quieres ver una cosa chula?
La cara de asombro de Iredia le bastó al niño para cogerla de la mano y, con permiso del jefe, quien dio su asentimiento, llevársela por el pasillo donde había tirado las esposas de pinchos. Siguieron avanzando por un pasillo estrecho y largo, torcieron un par de esquinas y llegaron a una puerta gruesa que estaba entreabierta. Olía a muerte y la elfa lo percibió en cuanto se fueron acercando a dicho lugar.
-¿Qué es? -a Iredia le tembló ligeramente la voz. O la estaban llevando a una trampa o el niño tenía un concepto diferente de lo que era algo "chulo".
El crío entonces abrió la puerta y, efectivamente, olía a muerte. Porque en esa sala había un muerto. Un hombre-lobo, concretamente, a medio transformar. Le habían abierto las tripas desde el cuello hasta el estómago y se le salían los intestinos. Iredia se quedó entonces blanca como la cera al pasar a la habitación y verlo y el niño empezó a reírse sin parar de ella. Al parecer, la muerte era algo que veía a menudo. Iredia supo que era una venganza por haberle caído a él la bronca por la caída de las esposas. Se quedó blanca como la cera y retrocedió despacio, mirando al maldito crío con casi ira.
-¿¡Y a ti esto te parece chulo!?
Esa frase fue un grito que se oyó hasta en el salón donde estaban los dos hombres. Si aparecían, vería que Iredia se había quedado sin color en la piel y tenía los ojos absolutamente fijos en el cadáver.
Cuando Karkaran le hizo el gesto para que confiase en su anfitrión, ella se descruzó de brazos y se dispuso a seguirlos. Se fijó en la decoración, pues era tan pintoresca y rara que no podía parar de mirarla. Obviamente, no conocía los usos de esas herramientas. Mientras el jefecillo y el brujo iban por delante, Iredia se paró enfrente de unas esposas con pinchos internos colgadas mediante argollas. Tocó uno y obviamente, se pinchó. Sangró un poco, pero se lamió la herida del dedo y siguió fisgando. Hasta que tocó un poco más de la cuenta y acabó cayéndose la cadena y las esposas al suelo con un terrible estrépito.
Con gestos apresurados y mordiéndose el labio, intentó colocarla sin éxito. Se giró despacio para ver que el niño la observaba riéndose, situado detrás de ella. Rindiéndose con la cadena, se apresuró a seguir los pasos de los dos hombres hasta aquel gran salón de sillones rojizos, dejándola ahí en el suelo como si la cosa no fuese con ella. Avanzó hasta el salón de sillones rojizos con gesto distraído tratando de disimular su trastada. Era más que obvio que el jefe se había dado cuenta del estrépito. Sin embargo, a quien echó la culpa fue al pequeño, que acababa de entrar también en el salón.
-Más te vale recoger lo que hayas tirado. -el niño fue a protestar, pero una mirada de aquellos ojos bicolor bastó para que el niño enmudeciese y se fuese.
-¿Y bien? - Dijo entonces. - ¿Que andáis buscando?
Fue entonces Iredia quién se apresuró a contestar.
-Un arco elfo. MI arco elfo- recalcó con cierto ímpetu y mirando al bicolor- De madera de roble, con refuerzos de plata. Tenía un par de inscripciones élficas en el centro.
-Hum... -el jefe frunció el ceño y, de repente, alzó las cejas recordando algo- ¡Coño! Sí, lo trajo un viejo decrépito, con media dentadura y que olía a almejas que tiraba para atrás. Ese viejo cabrón... como sabe que tengo contactos, me pidió que encontrase un buen comprador. Y lo hice. No sé cuánto se llevó, pero una pasta. Se lo pilló un tal Tiv.- sonrió ampliamente y se giró a Karkaran- Lo puedes encontrar en el barrio de las putas por la noche. Ya sabes que ponen el mercado "especial" ahí.- marcó con retintín.
Iredia, sin embargo, una vez más, volvió a poner cara de angustia.
-¡Pero no pongas esa cara, mujer!- rió entonces el jefe, viendo su gesto- Con Tiv hay tres maneras de hacer tratos: Con una bolsa llena de aeros, con los dados o con putas. No sé si tendrás dinero, moza, pero teniendo a este mamonazo aquí-dijo, asiendo amistosamente el hombro de Karkaran- te aseguro que a los dados igual tienes una oportunidad.
-Oye, voy a sacar una botellita de sijama, coño, que ya que estás aquí hay que celebrarlo. -se fue a una alacena lateral y sacó una botella de aquel líquido rojizo tan matador.
Sirvió tres copas, pero después, miró a Iredia con duda.
-Tú me da que de alcohol poco, ¿verdad?- en cuanto Iredia asintió, dejó la botella y una copa enfrente de Karkaran, por si quería servirse, y cogió una jarra de agua, vertiendo el contenido en el vaso restante. Se lo tendió a Iredia, que se lo bebió casi de un trago.
-¿Tenéis hambre? ¿Y sitio donde dormir? Hombre, aquí dormimos como veinte hombres, pero seguro que puedo acomodaros un cuarto o dos sin muchas pulgas. -se volvió a sentar en el sofá- Tío, pero cuéntame. ¿Cómo te has ido a topar con ésta? Esta ciudad sigue igual, como ves. Putas, borrachos, pescado y barcos, lo de siempre.- el jefe parecía bastante predispuesto a hablar y muy relajado, como si los conociese de toda la vida.
Iredia, entonces, reparó en que llevaba sin comer todo el día. Ahora atardecía y tenía que confesar que algo de necesidad sí que tenía. La verdad es que era el único cacho de conversación al que verdaderamente había prestado atención, puesto que en cuanto el jefe volvió a sentarse con Karkaran, la elfa se dedicó a mirar al techo. Bebió con avidez el vaso de agua. El niño volvió a entrar y se acercó a ella. Le hizo una seña para que se agachase. Ella lo hizo y le susurró al oído:
-¿Quieres ver una cosa chula?
La cara de asombro de Iredia le bastó al niño para cogerla de la mano y, con permiso del jefe, quien dio su asentimiento, llevársela por el pasillo donde había tirado las esposas de pinchos. Siguieron avanzando por un pasillo estrecho y largo, torcieron un par de esquinas y llegaron a una puerta gruesa que estaba entreabierta. Olía a muerte y la elfa lo percibió en cuanto se fueron acercando a dicho lugar.
-¿Qué es? -a Iredia le tembló ligeramente la voz. O la estaban llevando a una trampa o el niño tenía un concepto diferente de lo que era algo "chulo".
El crío entonces abrió la puerta y, efectivamente, olía a muerte. Porque en esa sala había un muerto. Un hombre-lobo, concretamente, a medio transformar. Le habían abierto las tripas desde el cuello hasta el estómago y se le salían los intestinos. Iredia se quedó entonces blanca como la cera al pasar a la habitación y verlo y el niño empezó a reírse sin parar de ella. Al parecer, la muerte era algo que veía a menudo. Iredia supo que era una venganza por haberle caído a él la bronca por la caída de las esposas. Se quedó blanca como la cera y retrocedió despacio, mirando al maldito crío con casi ira.
-¿¡Y a ti esto te parece chulo!?
Esa frase fue un grito que se oyó hasta en el salón donde estaban los dos hombres. Si aparecían, vería que Iredia se había quedado sin color en la piel y tenía los ojos absolutamente fijos en el cadáver.
Última edición por Iredia el Miér 31 Mayo - 10:00, editado 2 veces
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
-¿Y bien? - Dijo entonces. - ¿Que andáis buscando?
Fue Iredia quién contesto.
-Un arco elfo. MI arco elfo- recalcó - De madera de roble, con refuerzos de plata. Tenía un par de inscripciones élficas en el centro.
-Hum... -Verch frunció el ceño y, de repente, alzó las cejas recordando algo- ¡Coño! Sí, lo trajo un viejo decrépito, con media dentadura y que olía a almejas que tiraba para atrás. Ese viejo cabrón... como sabe que tengo contactos, me pidió que encontrase un buen comprador. Y lo hice. No sé cuánto se llevó, pero una pasta. Se lo pilló un tal Tiv.- sonrió ampliamente y se giró a Karkaran- Lo puedes encontrar en el barrio de las putas por la noche. Ya sabes que ponen el mercado "especial" ahí.
Esta vez, no sonreí a la broma. El barrio de las putas, sobretodo en lo que respectaba a ciertas horas de la noche, era conocido por ofrecer servicios variopintos y, sobre todo, para todos los gustos.
TODOS los gustos. Desde gente que quería sodomizar a una mujer bestia o elfa a gente que pretendía gustos un poco más... Bizarros.
Iredia, aun sin ser conocedora de ese detalle, dejo leer en su rostro el mal rollo que le daba la idea de ir a un barrio donde acudían los degenerados y los viciosos.
"Teniendo en cuenta el almejero de antes... No me extraña..." Pensé para mi.
Cuando el hombre saco la botella, no hice mención alguna a que había pronunciado mal el nombre de la sujama. Pues ademas, dependiendo del lugar donde se encontraba uno, recibía varios nombres. Sutj, Sujama, Sijama o Sangre de Nerk.
-¿Tenéis hambre? ¿Y sitio donde dormir? Hombre, aquí dormimos como veinte hombres, pero seguro que puedo acomodaros un cuarto o dos sin muchas pulgas. -se volvió a sentar en el sofá- Tío, pero cuéntame. ¿Cómo te has ido a topar con ésta? Esta ciudad sigue igual, como ves. Putas, borrachos, pescado y barcos, lo de siempre.
Inicialmente, incline la cabeza, algo reacio a dar demasiados detalles desagradables estando su protegida con el.
Pero pareció que, por una vez, la suerte me sonrió un poco. El niño, que había acabado por levantarse, se acercó a la elfa y se la llevo por los pasillos. Los miré hasta que salieron del cuarto y mire a Verch.
- Me ha contratado para protegerla. - Empecé, directo al grano. - Hambre, es probable que tengamos dentro de muy poco, no te lo discuto. Aun no estamos establecidos en ningún sitio, aunque la idea de meterla en medio de veinte ladrones no me atrae en exceso... La conocí mientras estaba metido en un barril.
- Ah, no es la historia que esperaba oír, para que te mentiré... - Dijo alzando las cejas divertido. - ¿Y como que has vuelto por aquí?
De nuevo, inclinación de cabeza. Empezaba a cansarme del gesto.
- Tuve que irme lejos de Lunargenta durante un tiempo. Ademas, ya fui al lago de la luna a por los ingredientes que te comente. Tuve un encuentro con una dragona... Volví y me encontré con una bruja que no pensaba en nada más que en si misma...
- Como todos los putos brujos... - Murmuro riendo.
- ... Y luego vine para aquí. Lo cierto es que solo había venido a ver la tumba de Isila.
Y reino el silencio. Verch ya no reía. En su lugar, había sustituido la sonrisa por un gesto de lamento. Justo pareció que iba a decir algo cuando nos sorprendió a ambos un grito.
-¿¡Y a ti esto te parece chulo!?
Me levanté sin mirar a Verch y corrí en dirección a donde provenía el grito. Un par de pasillos a la derecha, me encontré a Iredia mirando una sala de torturas. En el centro, sentado y atado en una silla sobre un gran charco de una sangre negriza, había un licantropo a medio transformar. Tenia el cráneo deformado, como si los huesos se hubieran visto obligados a trazar un punto intermedio entre sus dos formas.
Iredia, pálida como la misma nieve, no podía apartar la vista del cadáver.
Di un pequeño respiro y la tomé despacio por el hombro.
- No lo mires. - Dije.
Entonces la atraje contra mi hombro, impidiendo que sus ojos tuvieran angulo para ver la criatura destrozada.
Verch llego entonces y entendió la situación. Miro a su hijo con severidad.
- Al salón. - Ordenó. - YA.
El niño no rió esta vez. Seguramente porque sabia que había sobrepasado los limites.
- Ruego que disculpéis la visión... No es una habitacion abierta a todos los públicos.
No dije nada. Por respuesta mire de reojo una vez más al cadáver y dije.
- Los tatuajes son de la banda de Ubel. Pero no es el. ¿Lo sabes, no?
- Si... - Dijo Verch tras un momento de silencio, apretando los puños.
No dije nada más. Aun con Iredia aferrada a mi hombro, nos dirigimos hacia la escalera y empezamos a hacer camino hacia la única vía de entrada y salida de la casa.
- No dormiremos aquí esta noche. Nos iremos a otro lugar. No creo poder dormir sabiendo que eso esta bajo mis pies. - Dije seco. - La comida te la agradecemos, e iremos a La Gruta Del Lobo a comer algo con el permiso de ponerlo bajo tus costes...
- No es problema. - Dijo Verch desde abajo.
Mientras nosotros salíamos a la calle, el contrabandista no se había apartado en ningún momento de la mutilación con la que, sin lugar a dudas, había estado pagando su dolor durante varios días antes de dejar que muriese completamente.
Fue Iredia quién contesto.
-Un arco elfo. MI arco elfo- recalcó - De madera de roble, con refuerzos de plata. Tenía un par de inscripciones élficas en el centro.
-Hum... -Verch frunció el ceño y, de repente, alzó las cejas recordando algo- ¡Coño! Sí, lo trajo un viejo decrépito, con media dentadura y que olía a almejas que tiraba para atrás. Ese viejo cabrón... como sabe que tengo contactos, me pidió que encontrase un buen comprador. Y lo hice. No sé cuánto se llevó, pero una pasta. Se lo pilló un tal Tiv.- sonrió ampliamente y se giró a Karkaran- Lo puedes encontrar en el barrio de las putas por la noche. Ya sabes que ponen el mercado "especial" ahí.
Esta vez, no sonreí a la broma. El barrio de las putas, sobretodo en lo que respectaba a ciertas horas de la noche, era conocido por ofrecer servicios variopintos y, sobre todo, para todos los gustos.
TODOS los gustos. Desde gente que quería sodomizar a una mujer bestia o elfa a gente que pretendía gustos un poco más... Bizarros.
Iredia, aun sin ser conocedora de ese detalle, dejo leer en su rostro el mal rollo que le daba la idea de ir a un barrio donde acudían los degenerados y los viciosos.
"Teniendo en cuenta el almejero de antes... No me extraña..." Pensé para mi.
Cuando el hombre saco la botella, no hice mención alguna a que había pronunciado mal el nombre de la sujama. Pues ademas, dependiendo del lugar donde se encontraba uno, recibía varios nombres. Sutj, Sujama, Sijama o Sangre de Nerk.
-¿Tenéis hambre? ¿Y sitio donde dormir? Hombre, aquí dormimos como veinte hombres, pero seguro que puedo acomodaros un cuarto o dos sin muchas pulgas. -se volvió a sentar en el sofá- Tío, pero cuéntame. ¿Cómo te has ido a topar con ésta? Esta ciudad sigue igual, como ves. Putas, borrachos, pescado y barcos, lo de siempre.
Inicialmente, incline la cabeza, algo reacio a dar demasiados detalles desagradables estando su protegida con el.
Pero pareció que, por una vez, la suerte me sonrió un poco. El niño, que había acabado por levantarse, se acercó a la elfa y se la llevo por los pasillos. Los miré hasta que salieron del cuarto y mire a Verch.
- Me ha contratado para protegerla. - Empecé, directo al grano. - Hambre, es probable que tengamos dentro de muy poco, no te lo discuto. Aun no estamos establecidos en ningún sitio, aunque la idea de meterla en medio de veinte ladrones no me atrae en exceso... La conocí mientras estaba metido en un barril.
- Ah, no es la historia que esperaba oír, para que te mentiré... - Dijo alzando las cejas divertido. - ¿Y como que has vuelto por aquí?
De nuevo, inclinación de cabeza. Empezaba a cansarme del gesto.
- Tuve que irme lejos de Lunargenta durante un tiempo. Ademas, ya fui al lago de la luna a por los ingredientes que te comente. Tuve un encuentro con una dragona... Volví y me encontré con una bruja que no pensaba en nada más que en si misma...
- Como todos los putos brujos... - Murmuro riendo.
- ... Y luego vine para aquí. Lo cierto es que solo había venido a ver la tumba de Isila.
Y reino el silencio. Verch ya no reía. En su lugar, había sustituido la sonrisa por un gesto de lamento. Justo pareció que iba a decir algo cuando nos sorprendió a ambos un grito.
-¿¡Y a ti esto te parece chulo!?
Me levanté sin mirar a Verch y corrí en dirección a donde provenía el grito. Un par de pasillos a la derecha, me encontré a Iredia mirando una sala de torturas. En el centro, sentado y atado en una silla sobre un gran charco de una sangre negriza, había un licantropo a medio transformar. Tenia el cráneo deformado, como si los huesos se hubieran visto obligados a trazar un punto intermedio entre sus dos formas.
Iredia, pálida como la misma nieve, no podía apartar la vista del cadáver.
Di un pequeño respiro y la tomé despacio por el hombro.
- No lo mires. - Dije.
Entonces la atraje contra mi hombro, impidiendo que sus ojos tuvieran angulo para ver la criatura destrozada.
Verch llego entonces y entendió la situación. Miro a su hijo con severidad.
- Al salón. - Ordenó. - YA.
El niño no rió esta vez. Seguramente porque sabia que había sobrepasado los limites.
- Ruego que disculpéis la visión... No es una habitacion abierta a todos los públicos.
No dije nada. Por respuesta mire de reojo una vez más al cadáver y dije.
- Los tatuajes son de la banda de Ubel. Pero no es el. ¿Lo sabes, no?
- Si... - Dijo Verch tras un momento de silencio, apretando los puños.
No dije nada más. Aun con Iredia aferrada a mi hombro, nos dirigimos hacia la escalera y empezamos a hacer camino hacia la única vía de entrada y salida de la casa.
- No dormiremos aquí esta noche. Nos iremos a otro lugar. No creo poder dormir sabiendo que eso esta bajo mis pies. - Dije seco. - La comida te la agradecemos, e iremos a La Gruta Del Lobo a comer algo con el permiso de ponerlo bajo tus costes...
- No es problema. - Dijo Verch desde abajo.
Mientras nosotros salíamos a la calle, el contrabandista no se había apartado en ningún momento de la mutilación con la que, sin lugar a dudas, había estado pagando su dolor durante varios días antes de dejar que muriese completamente.
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Ella seguía contemplando la escena del cadáver a medio transformar. Apenas sintió aquella fuerza que delicadamente la tocó el hombro y llevó sus ojos a la negrura, acogiéndola en un abrazo cálido que su cuerpo agradeció. No era muy consciente de lo que veía, la imagen del hombre-lobo semitransformado seguía implantada en su cerebro vivamente. Tampoco lo fue de que iba agarrada de Karkaran todo el camino hasta la salida. Estaba en una especie de shock.
Cuando salieron a la calle y sintió el aire fresco, volvió en sí. No escuchó nada de lo que habían dicho previamente, así que no tenía ni idea de a dónde iban. Pero de una cosa estaba segura: no le iba a gustar.
Una vez fuera, se paró en seco a mirar al brujo, su protector. Se soltó suavemente de él y lo miró con dolor, como quien, aún sabiendo la verdad, busca oírla de otros labios. Aún así, si pensaba convertirse en una médico decente en aquel mundo, tendría que empezar a asumir que iba a ver ese tipo de cosas todos los días. Mejor era ir haciéndose pronto a la idea.
-Los humanos son horribles.- hizo una pausa y continuó, algo más determinante- Esto es siempre así, ¿verdad?
De pronto, un rugido terrible salió de sus tripas durante varios segundos, tiempo suficiente para que Iredia notase que se le enrojecían las mejillas. Puso cara de circunstancias.
-Quizás... solamente quizás... tenga algo de hambre.- se encogió de hombros con una débil sonrisa de disculpa.
En circunstancias normales, las situaciones que había vivido ese día le habrían hecho perder el apetito. Sin embargo, se sentía débil, tenía que llevarse algo a la boca. Aunque fuesen almejas.
Cuando salieron a la calle y sintió el aire fresco, volvió en sí. No escuchó nada de lo que habían dicho previamente, así que no tenía ni idea de a dónde iban. Pero de una cosa estaba segura: no le iba a gustar.
Una vez fuera, se paró en seco a mirar al brujo, su protector. Se soltó suavemente de él y lo miró con dolor, como quien, aún sabiendo la verdad, busca oírla de otros labios. Aún así, si pensaba convertirse en una médico decente en aquel mundo, tendría que empezar a asumir que iba a ver ese tipo de cosas todos los días. Mejor era ir haciéndose pronto a la idea.
-Los humanos son horribles.- hizo una pausa y continuó, algo más determinante- Esto es siempre así, ¿verdad?
De pronto, un rugido terrible salió de sus tripas durante varios segundos, tiempo suficiente para que Iredia notase que se le enrojecían las mejillas. Puso cara de circunstancias.
-Quizás... solamente quizás... tenga algo de hambre.- se encogió de hombros con una débil sonrisa de disculpa.
En circunstancias normales, las situaciones que había vivido ese día le habrían hecho perder el apetito. Sin embargo, se sentía débil, tenía que llevarse algo a la boca. Aunque fuesen almejas.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
No contesté enseguida al comentario. Mire hacia al cielo que parecía estar dispuesto a descargar sobre nosotros una lluvia de un momento a otro.
- Hay casos especiales en los que algunos son majos... - Dije sereno. - Pero no esperes encontrarlos de forma habitual.
Y entonces, como para romper toda posible seriedad del momento, sus tripas gruñeron de una forma que jamas espere de una elfa. Esta vez, no me reí. (Pero no por falta de ganas). La mire a los ojos mientras sus mejillas tomaban un endiabladamente bello tono rosado. Guarde esa imagen para mi.
-Quizás... solamente quizás... tenga algo de hambre.
Chasqueé la lengua por debajo de la ropa, sonriente. Realmente se me hacia difícil a mi mismo no empezar a engatusarme con aquella joven. Tan inocente. Tan perdida. Tan sincera.
- Bien... Vamos a comer algo.
Empecé a andar en dirección contraria al mercado, hacia una pequeña trampilla que había por ahí. De nuevo, dibujado con carbón sobre esta, el símbolo del rombo y los dos círculos. Iredia lo miro bastante mal, pero la tranquilice.
- Es una taberna escondida de las autoridades. - Expliqué. - Nos darán de comer y nos dejaran irnos. Al dueño no le gusta que estemos demasiado rato ahí dentro.
La elfa asintió despacio. Yo pique en la trampilla y salio un hombrecillo bastante feo, con una deformidad en la mejilla que hacia que pareciera que tenia un huevo escondido en la boca.
- Venimos de parte de Casimiro. - Dije con sorna. El deformado sonrió bastante desagradablemente y nos dejo entrar.
El lugar, por dentro, era algo oscuro, pero increíblemente limpio para tratarse de un antro de ladrones. No había decoraciones. Solo se podía distinguir al fondo una pequeña cocina donde un hombre gordo con un cuchillo de carnicero trabajaba la carne y un par de mesas repartidas entre las sombras. El deformado nos condujo hasta la primera mesa e hizo un ruido muy gutural para referir que nos debíamos sentar. Ambos tomamos asiento.
- No te tomara nota. - Dije tranquilo, apoyando mi cabeza contra mi mano. Viendo como la elfa observaba alejarse al enano. - Nos harán algo rápido y nos despedirán. No quieren que estemos mucho aquí.
Mire a los ojos a la elfa, que ademas de mirar inquieta alrededor, parecía estar erguida, como conteniendo las ganas de decir o preguntar algo. Di un suspiro.
- Vas a estallar como no lo digas... ¿Que te ronda?
- Hay casos especiales en los que algunos son majos... - Dije sereno. - Pero no esperes encontrarlos de forma habitual.
Y entonces, como para romper toda posible seriedad del momento, sus tripas gruñeron de una forma que jamas espere de una elfa. Esta vez, no me reí. (Pero no por falta de ganas). La mire a los ojos mientras sus mejillas tomaban un endiabladamente bello tono rosado. Guarde esa imagen para mi.
-Quizás... solamente quizás... tenga algo de hambre.
Chasqueé la lengua por debajo de la ropa, sonriente. Realmente se me hacia difícil a mi mismo no empezar a engatusarme con aquella joven. Tan inocente. Tan perdida. Tan sincera.
- Bien... Vamos a comer algo.
Empecé a andar en dirección contraria al mercado, hacia una pequeña trampilla que había por ahí. De nuevo, dibujado con carbón sobre esta, el símbolo del rombo y los dos círculos. Iredia lo miro bastante mal, pero la tranquilice.
- Es una taberna escondida de las autoridades. - Expliqué. - Nos darán de comer y nos dejaran irnos. Al dueño no le gusta que estemos demasiado rato ahí dentro.
La elfa asintió despacio. Yo pique en la trampilla y salio un hombrecillo bastante feo, con una deformidad en la mejilla que hacia que pareciera que tenia un huevo escondido en la boca.
- Venimos de parte de Casimiro. - Dije con sorna. El deformado sonrió bastante desagradablemente y nos dejo entrar.
El lugar, por dentro, era algo oscuro, pero increíblemente limpio para tratarse de un antro de ladrones. No había decoraciones. Solo se podía distinguir al fondo una pequeña cocina donde un hombre gordo con un cuchillo de carnicero trabajaba la carne y un par de mesas repartidas entre las sombras. El deformado nos condujo hasta la primera mesa e hizo un ruido muy gutural para referir que nos debíamos sentar. Ambos tomamos asiento.
- No te tomara nota. - Dije tranquilo, apoyando mi cabeza contra mi mano. Viendo como la elfa observaba alejarse al enano. - Nos harán algo rápido y nos despedirán. No quieren que estemos mucho aquí.
Mire a los ojos a la elfa, que ademas de mirar inquieta alrededor, parecía estar erguida, como conteniendo las ganas de decir o preguntar algo. Di un suspiro.
- Vas a estallar como no lo digas... ¿Que te ronda?
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
A Iredia lo que le sorprendió más, efectivamente, fue la limpieza del lugar. Aunque fuera el emplazamiento más soso ornamentalmente hablando que había visto en su vida. No dejaba de mirar al enano porque, nada más verlo por aquella trampilla, estuvo a punto de estallar de risa por su bulto en la boca. Probablemente fuese un tumor, pero juntando ese hecho a lo feo que era, le pareció muy gracioso. Hasta que sonrió. Entonces ya no.
Se sentaron entonces a la mesa, ella sin parar de mirar al enano. El enano no se había enterado de que lo miraba insistentemente, supuso que sus ojos estaban demasiado altos para él y por eso no alcanzaba a ver su mirada. Daba pereza alzar tanto la cabeza para gente que realmente no te importa un bledo.
El brujo, entonces, le explicó que los echarían pronto sin tomar nota. Sólo les darían lo que tuviesen por allí y con eso le bastaba. Se comería una vaca entera si pudiese. Se irguió en su asiento. Oía los cuchillos afilarse y la carne aplastada por su filo con un rítmico "plaf", "plaf", "plaf". Ahora que estaban ahí sentados y solos, se moría de ganas de acosarle a todo tipo de preguntas. El enano les trajo dos jarras de un líquido amarillo con espuma. Iredia, por una vez, lo reconoció en cuanto lo olfateó. Era cerveza.
Fue entonces cuando Karkaran leyó prácticamente sus pensamientos, manifestándolo en voz alta. Ella sonrió avergonzada.
-Me vas conociendo ya.-su protector vería que, sin dudar, cogía la jarra de cerveza y pegaba un sorbo. Se le quedó la espuma en la parte superior de los labios y la relamió con visible gusto. La cerveza y el vino no le disgustaban, eran dos bebidas suaves que podía tolerar (una jarra era el límite).
-Mira -dejó la jarra sobre la mesa y empezó a gesticular con brío- Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar, Kar-se tomó la confianza de llamarlo así de forma inconsciente- He hablado con un barril, del barril ha salido un brujo, ¡he hecho un trato con un brujo!¿Tú sabes que si se entera mi madre, renegaría de hija? Encima, me han intentado violar dos veces, he visto dos cadáveres...-tuvo que hacer una pausa amarga al recordar a aquel licántropo rajado a medio transformar- ¡Me han pasado más cosas aquí que en casi toda mi vida en Sandorai!
Hizo una pausa, tomó otro trago de cerveza y siguió.
-Empiezo con las preguntas:- carraspeó- ¿Quienes son esos ladrones, qué era ese símbolo, quién era ese lobo muerto y qué tienen que ver contigo? ¿Por qué en este pueblo se intenta violar todo el rato, es una costumbre humana? Diablos, ¿¡y por qué estabas metido en un barril!? -en esta pregunta se notó que, en cuanto la dijo, se quedó mucho más agusto- ¿Y es costumbre aquí pelearse en las tabernas? Y, y, ¿y por qué te intereso, para qué me necesitas? Porque seguro que, si no quieres cortarme las orejas, me quieres usar para algo. Y fijo que me dejas tirada en cuanto deje de serte útil- lo dijo con convicción, no era idiota, aunque no disimuló la tristeza que le producía pensar eso- Y... ¿los humanos y los brujos no os lleváis bien? ¿Estás seguro de que no corro más peligro contigo que sin ti?- al decir eso, de repente, frunció el ceño y se respondió a sí misma, algo más sonriente- Vale, esa ha sido una pregunta estúpida, está claro que sin ti me hubiera muerto.
Lo miró entonces fijamente. Sus ojos violáceos se pararon en esas cicatrices que sabía que se escondían tras esa bufanda. Se moría por tocarlas otra vez, pero se contuvo.
- Te haría más preguntas sobre ellas- él sabría que se refería a las cicatrices- Pero, la verdad, creo que prefiero que me lo cuentes tú cuando quieras, si es que quieres- le sonrió entonces con comprensión.
Se quitó como cuatro kilos de peso en preguntas de golpe, aunque aún le quedaba la curiosidad de sus marcas. Pero no quería incomodarlo, le tenía empezaba a tener un preocupante aprecio, se sentía más segura con él y no quería que se alejase de ella por su malsana curiosidad. Hay secretos que quizás era mejor no saber.
-Ya.- sonrió deslumbrante.
Oportunamente, el enano les trajo la comida. Sopa de pescado, un pan algo mohoso y un estofado de grull (algo reseco). Con las mismas, gruñendo otra vez, el enano de la boca abultada se marchó. Sin embargo, Iredia sabía que no los perdía de vista. Se alzó entonces en el asiento, acercándose al oído de Karkaran y mirando de reojillo al enano.
-Tiene un tumor horrible en la boca. Seguramente, por una muela. Se morirá si no se lo quitan pronto.-no parecía preocupada, más bien le informó de sus dotes médicas a simple vista. Volvió a sentarse bien, le guiñó un ojo y empezó a comer.
Se sentaron entonces a la mesa, ella sin parar de mirar al enano. El enano no se había enterado de que lo miraba insistentemente, supuso que sus ojos estaban demasiado altos para él y por eso no alcanzaba a ver su mirada. Daba pereza alzar tanto la cabeza para gente que realmente no te importa un bledo.
El brujo, entonces, le explicó que los echarían pronto sin tomar nota. Sólo les darían lo que tuviesen por allí y con eso le bastaba. Se comería una vaca entera si pudiese. Se irguió en su asiento. Oía los cuchillos afilarse y la carne aplastada por su filo con un rítmico "plaf", "plaf", "plaf". Ahora que estaban ahí sentados y solos, se moría de ganas de acosarle a todo tipo de preguntas. El enano les trajo dos jarras de un líquido amarillo con espuma. Iredia, por una vez, lo reconoció en cuanto lo olfateó. Era cerveza.
Fue entonces cuando Karkaran leyó prácticamente sus pensamientos, manifestándolo en voz alta. Ella sonrió avergonzada.
-Me vas conociendo ya.-su protector vería que, sin dudar, cogía la jarra de cerveza y pegaba un sorbo. Se le quedó la espuma en la parte superior de los labios y la relamió con visible gusto. La cerveza y el vino no le disgustaban, eran dos bebidas suaves que podía tolerar (una jarra era el límite).
-Mira -dejó la jarra sobre la mesa y empezó a gesticular con brío- Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar, Kar-se tomó la confianza de llamarlo así de forma inconsciente- He hablado con un barril, del barril ha salido un brujo, ¡he hecho un trato con un brujo!¿Tú sabes que si se entera mi madre, renegaría de hija? Encima, me han intentado violar dos veces, he visto dos cadáveres...-tuvo que hacer una pausa amarga al recordar a aquel licántropo rajado a medio transformar- ¡Me han pasado más cosas aquí que en casi toda mi vida en Sandorai!
Hizo una pausa, tomó otro trago de cerveza y siguió.
-Empiezo con las preguntas:- carraspeó- ¿Quienes son esos ladrones, qué era ese símbolo, quién era ese lobo muerto y qué tienen que ver contigo? ¿Por qué en este pueblo se intenta violar todo el rato, es una costumbre humana? Diablos, ¿¡y por qué estabas metido en un barril!? -en esta pregunta se notó que, en cuanto la dijo, se quedó mucho más agusto- ¿Y es costumbre aquí pelearse en las tabernas? Y, y, ¿y por qué te intereso, para qué me necesitas? Porque seguro que, si no quieres cortarme las orejas, me quieres usar para algo. Y fijo que me dejas tirada en cuanto deje de serte útil- lo dijo con convicción, no era idiota, aunque no disimuló la tristeza que le producía pensar eso- Y... ¿los humanos y los brujos no os lleváis bien? ¿Estás seguro de que no corro más peligro contigo que sin ti?- al decir eso, de repente, frunció el ceño y se respondió a sí misma, algo más sonriente- Vale, esa ha sido una pregunta estúpida, está claro que sin ti me hubiera muerto.
Lo miró entonces fijamente. Sus ojos violáceos se pararon en esas cicatrices que sabía que se escondían tras esa bufanda. Se moría por tocarlas otra vez, pero se contuvo.
- Te haría más preguntas sobre ellas- él sabría que se refería a las cicatrices- Pero, la verdad, creo que prefiero que me lo cuentes tú cuando quieras, si es que quieres- le sonrió entonces con comprensión.
Se quitó como cuatro kilos de peso en preguntas de golpe, aunque aún le quedaba la curiosidad de sus marcas. Pero no quería incomodarlo, le tenía empezaba a tener un preocupante aprecio, se sentía más segura con él y no quería que se alejase de ella por su malsana curiosidad. Hay secretos que quizás era mejor no saber.
-Ya.- sonrió deslumbrante.
Oportunamente, el enano les trajo la comida. Sopa de pescado, un pan algo mohoso y un estofado de grull (algo reseco). Con las mismas, gruñendo otra vez, el enano de la boca abultada se marchó. Sin embargo, Iredia sabía que no los perdía de vista. Se alzó entonces en el asiento, acercándose al oído de Karkaran y mirando de reojillo al enano.
-Tiene un tumor horrible en la boca. Seguramente, por una muela. Se morirá si no se lo quitan pronto.-no parecía preocupada, más bien le informó de sus dotes médicas a simple vista. Volvió a sentarse bien, le guiñó un ojo y empezó a comer.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Cuando hubo acabado de soltar todo ese adalid de preguntas, pareció tomar aire y recuperar todo ese esfuerzo de golpe.
"Normal que pareciera que iba a explotar..." Me dije a mi mismo.
Miré mi jarra de cerveza y la tomé tranquilamente, pegando un sorbo. También me lamí los labios.
- Vayamos por partes. - Dije tranquilo. - Esos ladrones son Verch, un contrabandista de bastante renombre entre los barrios bajos. El símbolo que tiene el es el del rombo con dos esferas atravesándolo. Son los símbolos que utilizan los ladrones para guiarse.
Despacio, tracé un par de dibujos con un carbón y un trozo de papel que guardaba en una de las alforjas. Le acerque el dibujo a Iredia y se lo mostró.
- Es un código que se utiliza entre los guardias bajos para comunicarse y que los guardias no los atrapen. - Explique sereno. - Verch fue uno de mis maestros de las malas artes en el pasado. Fue el primero en enseñarme a hurtar, usar un cuchillo y forzar cerraduras.
Me encogí de hombros, echando otro sorbo de cerveza.
- El lobo muerto es un miembro de una manada de licantropos más grande que Verch odia con todo su ser. En el pasado, el jefe de esta manada mato a su mujer. No fue intencionado, y creo que Verch lo sabe, pues era una de las primeras veces que el líder se transformaba bajo la influencia de la luna... Pero Verch no puede evitar odiar a todos los lobos por culpa de eso. Los tortura y trata de averiguar, sin éxito, donde encontrar a su líder. Yo no tengo nada que ver con todo eso, me aparté de eso nada más averiguarlo. De echo, fue uno de los motivos por los que me fui.
Me detuve un momento a tomar aire. Pocas eran las veces que se me forzaba a hablar tanto.
- Estaba en el barril porque me estaba escondiendo. Por ciertos problemas, se me acusa de un asesinato que no recuerdo haber cometido... Aunque no niego que quizás lo hiciera, no te mentiré. Pero seria en defensa propia. - Expliqué tranquilo. Lo cierto era que eso era lo que menos me importaba.
Comí un poco de la carne que habían traído. Estaba algo reseca, pero acabe el filete y continué, notando la mirada de la elfa.
- Si, las peleas y violaciones son casi tradición, pero no son algo oficial. - Luego tomé aire. - Y me interesas principalmente porque eres interesante como tal. Una elfa con afán de ver un mundo horrible y desagradable. Conocedora de que es poco probable que le guste. Ademas, mi mayor afán es el conocimiento. De todo. Quiero saberlo todo... Para uso personal.
Ahí callé un instante. No le iba a dar más detalles sobre eso.
- No te dejare tirada, pero llegado el momento, te pediré que me acompañes tu a mi. Mi contrato contigo sera tan largo como quieras que sea... Pero te aviso que una parte de lo que dices puede ser cierta. Ir conmigo es peligroso. No soy una persona de principios ni de moral demasiado fija. Si vas conmigo veras cosas desagradables, te lo prometo... Pero nunca alzare un solo mal intento contra ti. Eres mi protegida. Así lo dice la sangre... Y las deudas, en oro o en sangre. - Dije recitando el dicho.
Me estiré en la silla. Tome la jarra y acabe por vaciarla. Ya casi había contestado a todo.
- Los humanos no se fían de la magia. Pero ni de eso, ni de los elfos, ni de nada en general. Ni de ellos mismos, de echo...
No hice mención a las cicatrices. No me importaba contarlo, pero no era ese el momento. Ya habría otro lugar y tiempo.
Cuando hizo el comentario del enano deforme, lo mire por la espalda mientras se alejaba.
- Entonces morirá. - Dije tranquilo. - No tiene dinero para un medico o galeno. Mucho menos para un mago o sanador. Y ademas, aun si tuviera las monedas, es tonto. - No lo dije con sorna o desdén. Lo dije como un echo. - Al ser imbécil, no entenderá que es por su bien. Lo único que notara es que le hacen daño, por lo que no querrá quitárselo jamas.
Apoyé ambos codos sobre la mesa y me puse las manos cruzadas sobre la boca.
- Una estúpida muerte, la verdad.
"Normal que pareciera que iba a explotar..." Me dije a mi mismo.
Miré mi jarra de cerveza y la tomé tranquilamente, pegando un sorbo. También me lamí los labios.
- Vayamos por partes. - Dije tranquilo. - Esos ladrones son Verch, un contrabandista de bastante renombre entre los barrios bajos. El símbolo que tiene el es el del rombo con dos esferas atravesándolo. Son los símbolos que utilizan los ladrones para guiarse.
Despacio, tracé un par de dibujos con un carbón y un trozo de papel que guardaba en una de las alforjas. Le acerque el dibujo a Iredia y se lo mostró.
- Spoiler:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
- Es un código que se utiliza entre los guardias bajos para comunicarse y que los guardias no los atrapen. - Explique sereno. - Verch fue uno de mis maestros de las malas artes en el pasado. Fue el primero en enseñarme a hurtar, usar un cuchillo y forzar cerraduras.
Me encogí de hombros, echando otro sorbo de cerveza.
- El lobo muerto es un miembro de una manada de licantropos más grande que Verch odia con todo su ser. En el pasado, el jefe de esta manada mato a su mujer. No fue intencionado, y creo que Verch lo sabe, pues era una de las primeras veces que el líder se transformaba bajo la influencia de la luna... Pero Verch no puede evitar odiar a todos los lobos por culpa de eso. Los tortura y trata de averiguar, sin éxito, donde encontrar a su líder. Yo no tengo nada que ver con todo eso, me aparté de eso nada más averiguarlo. De echo, fue uno de los motivos por los que me fui.
Me detuve un momento a tomar aire. Pocas eran las veces que se me forzaba a hablar tanto.
- Estaba en el barril porque me estaba escondiendo. Por ciertos problemas, se me acusa de un asesinato que no recuerdo haber cometido... Aunque no niego que quizás lo hiciera, no te mentiré. Pero seria en defensa propia. - Expliqué tranquilo. Lo cierto era que eso era lo que menos me importaba.
Comí un poco de la carne que habían traído. Estaba algo reseca, pero acabe el filete y continué, notando la mirada de la elfa.
- Si, las peleas y violaciones son casi tradición, pero no son algo oficial. - Luego tomé aire. - Y me interesas principalmente porque eres interesante como tal. Una elfa con afán de ver un mundo horrible y desagradable. Conocedora de que es poco probable que le guste. Ademas, mi mayor afán es el conocimiento. De todo. Quiero saberlo todo... Para uso personal.
Ahí callé un instante. No le iba a dar más detalles sobre eso.
- No te dejare tirada, pero llegado el momento, te pediré que me acompañes tu a mi. Mi contrato contigo sera tan largo como quieras que sea... Pero te aviso que una parte de lo que dices puede ser cierta. Ir conmigo es peligroso. No soy una persona de principios ni de moral demasiado fija. Si vas conmigo veras cosas desagradables, te lo prometo... Pero nunca alzare un solo mal intento contra ti. Eres mi protegida. Así lo dice la sangre... Y las deudas, en oro o en sangre. - Dije recitando el dicho.
Me estiré en la silla. Tome la jarra y acabe por vaciarla. Ya casi había contestado a todo.
- Los humanos no se fían de la magia. Pero ni de eso, ni de los elfos, ni de nada en general. Ni de ellos mismos, de echo...
No hice mención a las cicatrices. No me importaba contarlo, pero no era ese el momento. Ya habría otro lugar y tiempo.
Cuando hizo el comentario del enano deforme, lo mire por la espalda mientras se alejaba.
- Entonces morirá. - Dije tranquilo. - No tiene dinero para un medico o galeno. Mucho menos para un mago o sanador. Y ademas, aun si tuviera las monedas, es tonto. - No lo dije con sorna o desdén. Lo dije como un echo. - Al ser imbécil, no entenderá que es por su bien. Lo único que notara es que le hacen daño, por lo que no querrá quitárselo jamas.
Apoyé ambos codos sobre la mesa y me puse las manos cruzadas sobre la boca.
- Una estúpida muerte, la verdad.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
En estos momentos, el defecto de Iredia sobre su facilidad de distraerse en conversaciones largas salió a la luz. Escuchó con atención casi todo lo que le dijo y miró aquellos dibujos tratando de memorizarlos, suponiendo que algún día puede que le fueran útiles. Pero irremediablemente, mientras le explicaba la triste historia del hombre-lobo y Verch, se distrajo unos segundos con un mechón de pelo de Karkaran que le sobresalía por encima de la bufanda. Así que se perdió lo que dijo sobre la obsesión del jefe ladrón por encontrar al líder. En cambio, volvió en sí cuando dijo que él no tenía nada que ver. Le gustó escuchar eso y asintió.
Todo lo demás lo escuchó con atención, pues le interesaba muchísimo más. No le pillaba por sorpresa que dijera que era posible que hubiera cometido asesinatos. Tal y como luchaba, lo raro sería lo contrario.
Cuando ya dijo que ella le interesaba como tal y que no la iba a abandonar, no pudo evitar sorprenderse y sonreír ligeramente. Era todo un halago que un hombre como él considerara interesante a una elfa ignorante del mundo exterior. Resultaba agradable ese gesto positivo en ese día de mierda. Le preocupó, en cambio, cuando le contó que era probable que conociera muchas cosas desagradables con él. No se asustó, pero se le quedó un gesto algo más sombrío.
<<Para eso estás aquí>>.
El comentario de la deuda con la sangre y el oro le hizo enarcar una ceja. Ella no le había pagado. Se miró el dedo pinchado. Decidió esperar a que terminase de hablar.
Ya al final, en el momento del comentario del enano, frunció el ceño y volvió a mirarlo. Después, volvió a mirar al brujo y le enseñó la herida del dedo. Era un agujerito rojo en la yema del índice derecho, nada grave. Ella buscaba otra cosa.
-Como no te he dado oro, aquí tienes sangre.-dijo resuelta y convencidísima de que lo estaba haciendo bien- Es que... fui yo la que causó aquel estrépito antes de encontrar a ese pobre lobo.-añadió con tono culpable.
-En mi pueblo, se dice que si compartes el pan, compartes la canción. Viene a ser que, una vez compartes algo con alguien, sea un secreto, la mitad de tu comida o tu cerveza, estableces un vínculo de afecto. Se suele hacer mucho en las bodas.
Se dio cuenta de que, entre escuchar a Karkaran, el mechón de pelo y mirar al enano, se le había olvidado comer. Le entró la prisa de golpe, recordando que debían marcharse pronto de allí. Se llenó los mofletes de aquel filete reseco y de cerveza y consiguió engullirlo todo más o menos rápido. Con dichos papos hinchados, le hizo un gesto con las dos manos alzando el pulgar en señal de que estaba lista para irse.
Todo lo demás lo escuchó con atención, pues le interesaba muchísimo más. No le pillaba por sorpresa que dijera que era posible que hubiera cometido asesinatos. Tal y como luchaba, lo raro sería lo contrario.
Cuando ya dijo que ella le interesaba como tal y que no la iba a abandonar, no pudo evitar sorprenderse y sonreír ligeramente. Era todo un halago que un hombre como él considerara interesante a una elfa ignorante del mundo exterior. Resultaba agradable ese gesto positivo en ese día de mierda. Le preocupó, en cambio, cuando le contó que era probable que conociera muchas cosas desagradables con él. No se asustó, pero se le quedó un gesto algo más sombrío.
<<Para eso estás aquí>>.
El comentario de la deuda con la sangre y el oro le hizo enarcar una ceja. Ella no le había pagado. Se miró el dedo pinchado. Decidió esperar a que terminase de hablar.
Ya al final, en el momento del comentario del enano, frunció el ceño y volvió a mirarlo. Después, volvió a mirar al brujo y le enseñó la herida del dedo. Era un agujerito rojo en la yema del índice derecho, nada grave. Ella buscaba otra cosa.
-Como no te he dado oro, aquí tienes sangre.-dijo resuelta y convencidísima de que lo estaba haciendo bien- Es que... fui yo la que causó aquel estrépito antes de encontrar a ese pobre lobo.-añadió con tono culpable.
-En mi pueblo, se dice que si compartes el pan, compartes la canción. Viene a ser que, una vez compartes algo con alguien, sea un secreto, la mitad de tu comida o tu cerveza, estableces un vínculo de afecto. Se suele hacer mucho en las bodas.
Se dio cuenta de que, entre escuchar a Karkaran, el mechón de pelo y mirar al enano, se le había olvidado comer. Le entró la prisa de golpe, recordando que debían marcharse pronto de allí. Se llenó los mofletes de aquel filete reseco y de cerveza y consiguió engullirlo todo más o menos rápido. Con dichos papos hinchados, le hizo un gesto con las dos manos alzando el pulgar en señal de que estaba lista para irse.
Iredia
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Miré el corte de su dedo y no pude si no recordar una situación muy similar de mi pasado.
No quise reírme por como había podido entender el dicho de los ladrones, pues me pareció un gesto demasiado noble y tierno a la vez como para quitarle el merito a la elfa.
"Un vinculo... Eh?" Pensé para mi, mirando fijamente ese pulgar que había estado alzado mientras Iredia lo movía de un lado para otro para echarse comida a la boca a toda prisa. Cuando me alzo los dos pulgares, aproveche para tomarle la mano con el dedo cortado y meter su pulgar en mi boca, lamiendo por todo alrededor el dedo y su herida.
Luego, quite de ahí la mano y sonreí en una mezcla entre diversión y algo de salvajismo.
- Ahora... Es un pacto de sangre.
Y sin decir nada más, me levante de la mesa e hice una señal de despedida a los chicos del bar, que sacudieron la cabeza y nos observaron irnos en silencio.
Al salir, tomamos de nuevo el callejón y esta vez nos metimos directos en la calle del mercado, pues, como había avanzado un poco el tiempo, bastante gente había aprovechado esa hora para irse a comer, dejando la calle bastante más transitable que antes, pese a que seguía habiendo gente alrededor.
El puesto del almejero, sin tanta gente de por medio, estaba desierto. Entrecerré los ojos un poco. Hubiera preferido tenerlo controlado.
- El burdel debe de estar... - Murmuré, mirando alrededor.
Vi como un hombre gordo salia de una esquina arremangándose unos pantalones. Luego, tras el y pasados unos segundos de decoro, salio una joven de cabellos castaños rizados que se arreglaba el carmín de los labios.
- En esa dirección. - Afirmé siguiendo a la puta en la distancia.
Anduvimos un par de calles hasta distinguir el edificio en la lejanía.
Era viejo, pero bien cuidado. Un gran cartel con el dibujo de un caballito de mar decoraba las letras rojas de debajo.
"Las yeguas del mar"
En silencio, pensé que era el peor nombre posible para un burdel, pero no hice comentario alguno. Vimos como la chica saludaba a un matón que custodiaba la puerta. Llevaba una porra y nos sacaba tanto a Iredia como a mi varias cabezas de alto y varias personas de ancho.
- ¿Como entramos? - Preguntó la elfa.
Tardé un momento en contestar.
- Tengo una idea... Pero no te va a gustar.
No quise reírme por como había podido entender el dicho de los ladrones, pues me pareció un gesto demasiado noble y tierno a la vez como para quitarle el merito a la elfa.
"Un vinculo... Eh?" Pensé para mi, mirando fijamente ese pulgar que había estado alzado mientras Iredia lo movía de un lado para otro para echarse comida a la boca a toda prisa. Cuando me alzo los dos pulgares, aproveche para tomarle la mano con el dedo cortado y meter su pulgar en mi boca, lamiendo por todo alrededor el dedo y su herida.
Luego, quite de ahí la mano y sonreí en una mezcla entre diversión y algo de salvajismo.
- Ahora... Es un pacto de sangre.
Y sin decir nada más, me levante de la mesa e hice una señal de despedida a los chicos del bar, que sacudieron la cabeza y nos observaron irnos en silencio.
Al salir, tomamos de nuevo el callejón y esta vez nos metimos directos en la calle del mercado, pues, como había avanzado un poco el tiempo, bastante gente había aprovechado esa hora para irse a comer, dejando la calle bastante más transitable que antes, pese a que seguía habiendo gente alrededor.
El puesto del almejero, sin tanta gente de por medio, estaba desierto. Entrecerré los ojos un poco. Hubiera preferido tenerlo controlado.
- El burdel debe de estar... - Murmuré, mirando alrededor.
Vi como un hombre gordo salia de una esquina arremangándose unos pantalones. Luego, tras el y pasados unos segundos de decoro, salio una joven de cabellos castaños rizados que se arreglaba el carmín de los labios.
- En esa dirección. - Afirmé siguiendo a la puta en la distancia.
Anduvimos un par de calles hasta distinguir el edificio en la lejanía.
Era viejo, pero bien cuidado. Un gran cartel con el dibujo de un caballito de mar decoraba las letras rojas de debajo.
"Las yeguas del mar"
En silencio, pensé que era el peor nombre posible para un burdel, pero no hice comentario alguno. Vimos como la chica saludaba a un matón que custodiaba la puerta. Llevaba una porra y nos sacaba tanto a Iredia como a mi varias cabezas de alto y varias personas de ancho.
- ¿Como entramos? - Preguntó la elfa.
Tardé un momento en contestar.
- Tengo una idea... Pero no te va a gustar.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
La cara de Iredia cuando Karkaran le relamió el dedo fue digna de mención, pues se quedó con los ojos como platos, la boca entreabierta y casi se podía leer un interrogante encima de su cabeza. La frase que dijo, además, no mejoró en absoluto a que entendiera lo que acababa de pasar. Igual es que los brujos, en vez de mezclar sangres, chupaban dedos. Se preocupó al pensar qué hubiese pasado si la herida la hubiese tenido en una ceja o en un ojo. O... no siguió pensando.
Ya al salir, lo siguió en silencio durante todo el trayecto hasta "La yegua del mar". Le pareció un nombre de lo más acertado para lo que allí se vendía. Un trueno sonó de golpe y unas pocas gotas de lluvia comenzaron a caer. Suaves, el preludio de una tormenta.
-Tengo una idea, pero no te va a gustar.
Miró a la chica que se iba, miró al guardia. Efectivamente, sabía por dónde iban los tiros y no le gustaba. No le gustaba nada.
-No. -miró a la mujer que se quedaba en la puerta, hablando con otra. Miró al brujo- Oh, demonios, dime que no.
Antes de que pudiera seguir protestando, el enorme guardia reparó en ellos y se acercó. Sin miramientos, agarró a Iredia del brazo.
-¿Qué, de cháchara? O te lo follas o te metes dentro sola, pero déjate de tonterías que hay clientes dentro que están esperando. Si no quieres nada, largo.- le espetó entonces al brujo, con mirada feroz.
Las mujeres que estaban en la puerta miraron la escena. Una de ellas, cuarenta años, rubia teñida, vestida con apenas un top para tapar los pechos y una minifalda, se acercó a ellos.
-Dolan, para. -asió al guarda del brazo que aprisionaba el de Iredia- Que igual es de las nuestras... o igual no. ¿Cómo te llamas, cielo? -la miró de arriba abajo y luego miró al brujo- Me sorprende que hayas ligado con esas ropas. Debes de ser nueva. Entra, va a caer tormenta y así vestida no te quiero ver. Y tú, - le espetó a Karkaran- Te vas a la otra puerta, entras por allí y te esperas en el bar. O te vas por donde has venido. Si la quieres, te la llevo en un rato. Sino, tienes más para elegir.
Sin miramientos, hizo que el guarda soltara a Iredia del brazo y se la llevó al interior, dejando al brujo y al grandote solos.
La prostituta jefa arrastró entonces a Iredia hasta uno de los cuartos a lo largo de un extenso, amplio y adornado pasillo lleno de habitaciones a ambos lados. Era enorme, predominaban el dorado y el rojo. Al pasar, se oían gemidos y chasquidos de lo que parecían ser látigos. Entraron entonces por una puerta marcada con una gran P gris. La sala que contenía era espaciosa, llena de cortinas y tocadores con un surtido de maquillaje muy amplio. Estaban solas.
De golpe, la cuarentona cerró la puerta y, repentinamente, desenfundó un cuchillo sacándoselo de su espalda. Lo debía tener enganchado al sujetador. Agarró del pelo a la elfa y tiró hacia atrás violentamente, poniendo el filo en su cuello y haciendo que una gotita de sangre resbalase por su piel.
-Ya sé que no eres de este burdel, guapa. Y que no eres nueva.-le susurró al oído. Iredia cerró los ojos, tratando de aguantar el dolor por el tirón- Apestas a elfa, y eso es bueno. Me hacen faltan elfas aquí. Iba a buscar a alguna de esas zorras mendigas que van por ahí pidiendo, pero tú me gustas más. Así que ahora, guapa, tu vida va a cambiar. Te vas a poner ese traje de ahí -señaló un traje dorado de escote pronunciado- Vas a bajar al bar y quiero que vuelvas con esas tetas llenas de dinero. Me da igual lo que te metan, cómo y por dónde, si oigo una sola queja de algún cliente,
te arrepentirás.
La soltó, la giró y le dio un bofetón que tumbó a la elfa en el suelo.
-Y pobrecita de ti como se te ocurra pedir ayuda. Te voy a estar vigilando.
La prostituta volvió entonces a guardarse el cuchillo en la parte de atrás del top y salió de la estancia, dando un sonoro portazo. Iredia se levantó lentamente del suelo, acariciándose la mejilla dolorida y mirando a su alrededor. Esa mujer había actuado con mucha desesperación. Sea lo que fuese que le pasaba, esta situación era demasiado forzada para que hubiese sido tan fácil entrar. La necesitaba y le preocupaba el porqué. A sabiendas de que pronto iría a buscarla de nuevo si no bajaba, se cambió de ropa y se puso el vestido que le señaló, un vestido dorado con escote que enseñaba el ombligo con una falda que apenas le tapaba los glúteos. Sí, se sentía muy prostituta y terriblemente incómoda. Ocultó sus otras ropas detrás de uno de los tocadores, por si tenía que volver a por ellas.
Temblando de pies a cabeza, salió de la estancia, bajó las escaleras y se fue al bar. Allí divisó al brujo, siendo acosado por dos chicas. Le entró una punzada estomacal que no pudo identificar muy bien, aunque fue sin dudas una sensación desagradable. Iba a acercarse a él cuando, de golpe, apareció de nuevo aquella arpía que la había abofeteado.
-Quiero que te vayas a por ese. Y coge esto y se lo echas en la copa.- le guardó sin miramientos un saquito de hierbas negras en la teta derecha.
La jefa prostituta le señaló entonces a un hombre viejo y feo, sentado con una mujer morena y entrada en carnes en sus rodillas. Iredia miró interrogante a la jefa, pero esta le dio un empujón. Sintiéndose acorralada, pues la mujer estaba en la puerta de entrada, se acercó irremediablemente hacia aquel viejo. Él la miró de arriba abajo y puso la otra pierna para que ella se sentase. La otra prostituta ni se inmutó. Iredia, negándose en redondo a sentarse encima de ese vejestorio, optó por rodearlo y situarse a su espalda, fingiendo que le daba un masaje en los hombros. Miró de reojo a Karkaran. Tenían que encontrar la forma de reunirse.
Ya al salir, lo siguió en silencio durante todo el trayecto hasta "La yegua del mar". Le pareció un nombre de lo más acertado para lo que allí se vendía. Un trueno sonó de golpe y unas pocas gotas de lluvia comenzaron a caer. Suaves, el preludio de una tormenta.
-Tengo una idea, pero no te va a gustar.
Miró a la chica que se iba, miró al guardia. Efectivamente, sabía por dónde iban los tiros y no le gustaba. No le gustaba nada.
-No. -miró a la mujer que se quedaba en la puerta, hablando con otra. Miró al brujo- Oh, demonios, dime que no.
Antes de que pudiera seguir protestando, el enorme guardia reparó en ellos y se acercó. Sin miramientos, agarró a Iredia del brazo.
-¿Qué, de cháchara? O te lo follas o te metes dentro sola, pero déjate de tonterías que hay clientes dentro que están esperando. Si no quieres nada, largo.- le espetó entonces al brujo, con mirada feroz.
Las mujeres que estaban en la puerta miraron la escena. Una de ellas, cuarenta años, rubia teñida, vestida con apenas un top para tapar los pechos y una minifalda, se acercó a ellos.
-Dolan, para. -asió al guarda del brazo que aprisionaba el de Iredia- Que igual es de las nuestras... o igual no. ¿Cómo te llamas, cielo? -la miró de arriba abajo y luego miró al brujo- Me sorprende que hayas ligado con esas ropas. Debes de ser nueva. Entra, va a caer tormenta y así vestida no te quiero ver. Y tú, - le espetó a Karkaran- Te vas a la otra puerta, entras por allí y te esperas en el bar. O te vas por donde has venido. Si la quieres, te la llevo en un rato. Sino, tienes más para elegir.
Sin miramientos, hizo que el guarda soltara a Iredia del brazo y se la llevó al interior, dejando al brujo y al grandote solos.
La prostituta jefa arrastró entonces a Iredia hasta uno de los cuartos a lo largo de un extenso, amplio y adornado pasillo lleno de habitaciones a ambos lados. Era enorme, predominaban el dorado y el rojo. Al pasar, se oían gemidos y chasquidos de lo que parecían ser látigos. Entraron entonces por una puerta marcada con una gran P gris. La sala que contenía era espaciosa, llena de cortinas y tocadores con un surtido de maquillaje muy amplio. Estaban solas.
De golpe, la cuarentona cerró la puerta y, repentinamente, desenfundó un cuchillo sacándoselo de su espalda. Lo debía tener enganchado al sujetador. Agarró del pelo a la elfa y tiró hacia atrás violentamente, poniendo el filo en su cuello y haciendo que una gotita de sangre resbalase por su piel.
-Ya sé que no eres de este burdel, guapa. Y que no eres nueva.-le susurró al oído. Iredia cerró los ojos, tratando de aguantar el dolor por el tirón- Apestas a elfa, y eso es bueno. Me hacen faltan elfas aquí. Iba a buscar a alguna de esas zorras mendigas que van por ahí pidiendo, pero tú me gustas más. Así que ahora, guapa, tu vida va a cambiar. Te vas a poner ese traje de ahí -señaló un traje dorado de escote pronunciado- Vas a bajar al bar y quiero que vuelvas con esas tetas llenas de dinero. Me da igual lo que te metan, cómo y por dónde, si oigo una sola queja de algún cliente,
te arrepentirás.
La soltó, la giró y le dio un bofetón que tumbó a la elfa en el suelo.
-Y pobrecita de ti como se te ocurra pedir ayuda. Te voy a estar vigilando.
La prostituta volvió entonces a guardarse el cuchillo en la parte de atrás del top y salió de la estancia, dando un sonoro portazo. Iredia se levantó lentamente del suelo, acariciándose la mejilla dolorida y mirando a su alrededor. Esa mujer había actuado con mucha desesperación. Sea lo que fuese que le pasaba, esta situación era demasiado forzada para que hubiese sido tan fácil entrar. La necesitaba y le preocupaba el porqué. A sabiendas de que pronto iría a buscarla de nuevo si no bajaba, se cambió de ropa y se puso el vestido que le señaló, un vestido dorado con escote que enseñaba el ombligo con una falda que apenas le tapaba los glúteos. Sí, se sentía muy prostituta y terriblemente incómoda. Ocultó sus otras ropas detrás de uno de los tocadores, por si tenía que volver a por ellas.
Temblando de pies a cabeza, salió de la estancia, bajó las escaleras y se fue al bar. Allí divisó al brujo, siendo acosado por dos chicas. Le entró una punzada estomacal que no pudo identificar muy bien, aunque fue sin dudas una sensación desagradable. Iba a acercarse a él cuando, de golpe, apareció de nuevo aquella arpía que la había abofeteado.
-Quiero que te vayas a por ese. Y coge esto y se lo echas en la copa.- le guardó sin miramientos un saquito de hierbas negras en la teta derecha.
La jefa prostituta le señaló entonces a un hombre viejo y feo, sentado con una mujer morena y entrada en carnes en sus rodillas. Iredia miró interrogante a la jefa, pero esta le dio un empujón. Sintiéndose acorralada, pues la mujer estaba en la puerta de entrada, se acercó irremediablemente hacia aquel viejo. Él la miró de arriba abajo y puso la otra pierna para que ella se sentase. La otra prostituta ni se inmutó. Iredia, negándose en redondo a sentarse encima de ese vejestorio, optó por rodearlo y situarse a su espalda, fingiendo que le daba un masaje en los hombros. Miró de reojo a Karkaran. Tenían que encontrar la forma de reunirse.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Observé en silencio como la madame se metía con Iredia para dentro. Cambien me fije en el cuchillo que escondía entre el cosido del corset a su espalda. No hice comentarios. Estaba claro que lo mejor seria seguirle el juego.
Sin mirar tampoco al gorila, me fui hacia la otra entrada en silencio, esquivando borrachos nobles y pobres que había por el lugar.
Cuando por fin entre, me senté dentro, en la barra.
- ¿Que sera? - Me dijo picara una mujer que trabajaba de camarera.
- Eso quisiera yo saber... - Murmuré - Ponme algo suave. La noche sera larga.
Ella lo miro con una sonrisa aun más traviesa al oírle decir eso, pero le sirvió un vino especiado bastante suave.
- Hola guapo... - Dijo una voz a mi espalda.
Me giré. Sin lugar a dudas, la prostituta que se había acabado por acercar junto a su compañera no tenia ni idea de quien era. De lo contrario, el adjetivo hubiera sido otro.
- ¿Quieres que nos lo pasemos bien?
- ¿No seria mejor que una pareja fuera directa a un noble que tenga más dinero? - Pregunté tranquilo.
- Somos veteranas aquí, chato... Sabemos ver clientes y conocerlos al momento... - Dijo la segunda, colocándose a mi derecha.
- No me digáis... - Dije interesado. Luego, saqué del saquito que había birlado esa tarde un par de monedas de plata. Las coloque con cuidado en cada uno de los laterales de la silla. - ¿Podríais entonces hacerme de guía? Busco más información que calor esta noche...
Las chicas se miraron y se me sentaron en las rodillas, sonrientes, pero su voz fue totalmente diferente al preguntar:
- Tu dirás.
- Quiero saber donde encuentro a un tal Tiv y ademas...
De pronto, me corté.
Mirando alrededor, vi al fondo a la elfa. O eso creía.
Llevaba un vestido dorado escotado que me hizo replantearme si realmente era ella. Hasta entonces no me había fijado en el cuerpo de la elfa y, para que mentirnos, no fueron unas vistas que fuera a olvidar fácilmente.
- Eh, encapuchado. - Dijo la puta de mi derecha.
- Si...- Dije distraído. - También quiero que una de vosotras se cambie disimuladamente un momento por esa elfa del fondo.
Di un cabezazo en esa dirección y la puta de la izquierda se fue dando brincos.
Sin mirar tampoco al gorila, me fui hacia la otra entrada en silencio, esquivando borrachos nobles y pobres que había por el lugar.
Cuando por fin entre, me senté dentro, en la barra.
- ¿Que sera? - Me dijo picara una mujer que trabajaba de camarera.
- Eso quisiera yo saber... - Murmuré - Ponme algo suave. La noche sera larga.
Ella lo miro con una sonrisa aun más traviesa al oírle decir eso, pero le sirvió un vino especiado bastante suave.
- Hola guapo... - Dijo una voz a mi espalda.
Me giré. Sin lugar a dudas, la prostituta que se había acabado por acercar junto a su compañera no tenia ni idea de quien era. De lo contrario, el adjetivo hubiera sido otro.
- ¿Quieres que nos lo pasemos bien?
- ¿No seria mejor que una pareja fuera directa a un noble que tenga más dinero? - Pregunté tranquilo.
- Somos veteranas aquí, chato... Sabemos ver clientes y conocerlos al momento... - Dijo la segunda, colocándose a mi derecha.
- No me digáis... - Dije interesado. Luego, saqué del saquito que había birlado esa tarde un par de monedas de plata. Las coloque con cuidado en cada uno de los laterales de la silla. - ¿Podríais entonces hacerme de guía? Busco más información que calor esta noche...
Las chicas se miraron y se me sentaron en las rodillas, sonrientes, pero su voz fue totalmente diferente al preguntar:
- Tu dirás.
- Quiero saber donde encuentro a un tal Tiv y ademas...
De pronto, me corté.
Mirando alrededor, vi al fondo a la elfa. O eso creía.
Llevaba un vestido dorado escotado que me hizo replantearme si realmente era ella. Hasta entonces no me había fijado en el cuerpo de la elfa y, para que mentirnos, no fueron unas vistas que fuera a olvidar fácilmente.
- Eh, encapuchado. - Dijo la puta de mi derecha.
- Si...- Dije distraído. - También quiero que una de vosotras se cambie disimuladamente un momento por esa elfa del fondo.
Di un cabezazo en esa dirección y la puta de la izquierda se fue dando brincos.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
-Vaya manitas tienes, elfita... - respondió aquel viejo a las caricias de la elfa en los hombros.
Iredia trató de conservar la calma. La jefa no paraba de mirarla y el saquito de hierbas que tenía en el pecho derecho empezaba a irritarle. ¿Qué quería esa mujer? ¿Por qué se quería cargar a ese vejestorio? Si esperaba un poco más, no necesitaría hierbas de ningún tipo, moriría de forma natural.
De pronto, una pelirroja le tocó el hombro y le hizo un gesto hacia el brujo, que se hallaba en la barra.
-Le gustas a ese. Yo te sustituyo aquí. Hola, Tiv.... dijo entonces la fulana. Parecía que ese vejestorio era veterano allí. Y, para más gracia, era el tío que tenía su arco.
Tomó entonces su lugar y puso las manos donde antes las tenía Iredia. Al viejo le dio igual qué manos le tocasen, tenía los ojos cerrados y la otra prostituta de sus rodillas había empezado ya a acariciarle zonas más sensibles por encima de la ropa. Con cierta prisa, la elfa se deslizó entre las mesas, los borrachos y los salidos. Notó manos en su trasero, pero cada vez que se daba la vuelta eran demasiados los hombres que la miraban con deseo y no podía asegurar a ciencia cierta quién de todos era el que la había tocado. Ella no era consciente de que su vestido, su cuerpo y su exótico aspecto y aroma eran mercancía de lo más solicitada e irresistible.
Llegó a donde Karkaran. La otra prostituta que estaba sentada en su rodilla derecha la miró con sorpresa, pero se encogió de hombros y siguió acariciando el torso del brujo. Iredia, en cambio, hizo la misma operación que antes: se puso a la espalda de su protector y puso suavemente las manos sobre sus hombros, masajeándolos. Le daba una vergüenza terrible. No era novata en cuestiones íntimas, pero sí en los prostíbulos. Aunque, por otro lado, era mucho más agradable tocarlo a él que a ese tal Tiv. La mirada de la jefa de la puerta se transformó en un rostro iracundo cuando vio cómo la elfa se marchaba con Karkaran. Sin embargo, parece ser que no podía hacer nada con todo ese público delante. Con evidente gesto frustrado, salió por la puerta. Iredia sospechó que no tardaría en volver a verla.
-Tengo un problema gordo.-le susurró al oído. Luego se dirigió a la chica- Le gustas a ese.
Yo te sustituyo aquí. -copió exactamente las mismas palabras que le dijo la otra muchacha mientras señalaba las mesas por donde había pasado unos momentos antes.
Funcionó, la chica asintió, le lanzó un beso y un guiño al brujo y se marchó por donde indicó la elfa. Entonces, Iredia se puso al lado del brujo, rodeó con uno de sus brazos el cuello de él, pegando el cuerpo a su costado y le habló al oído.
-Tengo un saquito de hierbas negras en el pecho. Me lo ha dado esa tía loca rubia que parece la jefa, la que me arrastró hasta aquí. -hizo una pausa, mirando preocupada a su espalda. -Quiere que mate al anciano de ahí, que por cierto, se llama Tiv. Y como no lo haga, me raja el cuello y no salgo de aquí. -estaba visiblemente inquieta y miraba constantemente a los lados a ver si volvía a ver a esa loca. Karkaran podría ver, si se fijaba, un pequeño corte en el cuello de ella y su mejilla derecha algo enrojecida por aquel sopapo.
Casualmente, al mismo tiempo que hablaba Iredia, se oía de lejos una conversación que mantenían las camareras de la barra.
-Se va a liar... La ex mujer de Tiv... fortuna en armas... cadáver... -no estaban lejos de ellos.
Mejorando la situación, el tal Tiv se dio la vuelta para mirar a la que creyó que era la elfa. Cuando vio que no lo era, se irguió en el asiento y agitó los brazos visiblemente enfadado.
-Tú no, ¡joder! ¿Dónde está la elfa? -buscó como un loco por toda la sala, pero iba demasiado borracho para ver de lejos. Creyó verla con un tío de negro, pero no la distinguía bien, estaban en la barra y ellos sentados al fondo. Además, le estaban metiendo mano y eso le hacía perder la concentración. Se olvidó unos momentos de Iredia, pero no tardaría en volver a reclamarla con más vehemencia.
Ella, en cuanto oyó aquél grito, dio la espalda aposta a la mesa del viejo. Cuando miró a Karkaran, hizo un gesto de angustia y sus ojos transmitían resignación.
-Voy a tener que hacerlo, ¿verdad? -resopló.
Iredia trató de conservar la calma. La jefa no paraba de mirarla y el saquito de hierbas que tenía en el pecho derecho empezaba a irritarle. ¿Qué quería esa mujer? ¿Por qué se quería cargar a ese vejestorio? Si esperaba un poco más, no necesitaría hierbas de ningún tipo, moriría de forma natural.
De pronto, una pelirroja le tocó el hombro y le hizo un gesto hacia el brujo, que se hallaba en la barra.
-Le gustas a ese. Yo te sustituyo aquí. Hola, Tiv.... dijo entonces la fulana. Parecía que ese vejestorio era veterano allí. Y, para más gracia, era el tío que tenía su arco.
Tomó entonces su lugar y puso las manos donde antes las tenía Iredia. Al viejo le dio igual qué manos le tocasen, tenía los ojos cerrados y la otra prostituta de sus rodillas había empezado ya a acariciarle zonas más sensibles por encima de la ropa. Con cierta prisa, la elfa se deslizó entre las mesas, los borrachos y los salidos. Notó manos en su trasero, pero cada vez que se daba la vuelta eran demasiados los hombres que la miraban con deseo y no podía asegurar a ciencia cierta quién de todos era el que la había tocado. Ella no era consciente de que su vestido, su cuerpo y su exótico aspecto y aroma eran mercancía de lo más solicitada e irresistible.
Llegó a donde Karkaran. La otra prostituta que estaba sentada en su rodilla derecha la miró con sorpresa, pero se encogió de hombros y siguió acariciando el torso del brujo. Iredia, en cambio, hizo la misma operación que antes: se puso a la espalda de su protector y puso suavemente las manos sobre sus hombros, masajeándolos. Le daba una vergüenza terrible. No era novata en cuestiones íntimas, pero sí en los prostíbulos. Aunque, por otro lado, era mucho más agradable tocarlo a él que a ese tal Tiv. La mirada de la jefa de la puerta se transformó en un rostro iracundo cuando vio cómo la elfa se marchaba con Karkaran. Sin embargo, parece ser que no podía hacer nada con todo ese público delante. Con evidente gesto frustrado, salió por la puerta. Iredia sospechó que no tardaría en volver a verla.
-Tengo un problema gordo.-le susurró al oído. Luego se dirigió a la chica- Le gustas a ese.
Yo te sustituyo aquí. -copió exactamente las mismas palabras que le dijo la otra muchacha mientras señalaba las mesas por donde había pasado unos momentos antes.
Funcionó, la chica asintió, le lanzó un beso y un guiño al brujo y se marchó por donde indicó la elfa. Entonces, Iredia se puso al lado del brujo, rodeó con uno de sus brazos el cuello de él, pegando el cuerpo a su costado y le habló al oído.
-Tengo un saquito de hierbas negras en el pecho. Me lo ha dado esa tía loca rubia que parece la jefa, la que me arrastró hasta aquí. -hizo una pausa, mirando preocupada a su espalda. -Quiere que mate al anciano de ahí, que por cierto, se llama Tiv. Y como no lo haga, me raja el cuello y no salgo de aquí. -estaba visiblemente inquieta y miraba constantemente a los lados a ver si volvía a ver a esa loca. Karkaran podría ver, si se fijaba, un pequeño corte en el cuello de ella y su mejilla derecha algo enrojecida por aquel sopapo.
Casualmente, al mismo tiempo que hablaba Iredia, se oía de lejos una conversación que mantenían las camareras de la barra.
-Se va a liar... La ex mujer de Tiv... fortuna en armas... cadáver... -no estaban lejos de ellos.
Mejorando la situación, el tal Tiv se dio la vuelta para mirar a la que creyó que era la elfa. Cuando vio que no lo era, se irguió en el asiento y agitó los brazos visiblemente enfadado.
-Tú no, ¡joder! ¿Dónde está la elfa? -buscó como un loco por toda la sala, pero iba demasiado borracho para ver de lejos. Creyó verla con un tío de negro, pero no la distinguía bien, estaban en la barra y ellos sentados al fondo. Además, le estaban metiendo mano y eso le hacía perder la concentración. Se olvidó unos momentos de Iredia, pero no tardaría en volver a reclamarla con más vehemencia.
Ella, en cuanto oyó aquél grito, dio la espalda aposta a la mesa del viejo. Cuando miró a Karkaran, hizo un gesto de angustia y sus ojos transmitían resignación.
-Voy a tener que hacerlo, ¿verdad? -resopló.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Atendí en silencio a las palabras de la elfa, mirando por el rabillo del ojo a ese susodicho Tiv. No veía en él ninguna amenaza a destacar...
Cuando de nuevo grito, también yo puse el desagrado a reflejar en mi rostro.
-Voy a tener que hacerlo, ¿verdad?
Por respuesta, y sin responderle aun a nada para que no se notase que nos conocíamos, enterré mi cara en sus senos. La elfa se sorprendió, sin duda, pero busque con la nariz lo que iba buscando. Cuando encontré la bolsa, olfateé rápidamente. Belladona, campana nocturna y... Algo afrutado. No supe reconocer lo último.
Aparté mi rostro de sus carnes sonriente y la acerqué a mi oído.
- Siento eso, tenia que mirar una cosa. Tendrás que soportarlo un poco. Aguanta.
Y tras eso, y con una sonrisa lo más garrula posible, le di la vuelta y le di una cachetada en el culo. He de decir que eso fue una de mis partes favoritas de la noche, junto al enterrar mi cabeza en su delantera.
Sonreí mientras me miraba algo avergonzada y roja.
Tras eso, me centré de nuevo en recabar informacion. La mezcla de hierbas que tenia Iredia era, sin lugar a dudas, mortal. De echo, podia llegar incluso a provocar irritacion en sus pezones si la tenia ahi demasiado rato. Busqué con la mirada el siguiente objetivo y vi a las camareras tras la barra cotorreando como gallinas.
"No hay más ciego que el que no quiere ver... Y no hay más sabio del que calla lo que sabe"
Me acerqué despacio y tranquilamente a ese grupo, que se tenso enseguida al verme llegar. Yo solté el resto de la bolsa de monedas sobre la barra, sin sacarlas del saco para no llamar la atención. El saquito dio un golpe sordo que, para no ser demasiado ruidoso, atrajo las miradas de las tres camareras.
- ¿Suficiente para contarme todo lo referente a Tiv?
Cuando de nuevo grito, también yo puse el desagrado a reflejar en mi rostro.
-Voy a tener que hacerlo, ¿verdad?
Por respuesta, y sin responderle aun a nada para que no se notase que nos conocíamos, enterré mi cara en sus senos. La elfa se sorprendió, sin duda, pero busque con la nariz lo que iba buscando. Cuando encontré la bolsa, olfateé rápidamente. Belladona, campana nocturna y... Algo afrutado. No supe reconocer lo último.
Aparté mi rostro de sus carnes sonriente y la acerqué a mi oído.
- Siento eso, tenia que mirar una cosa. Tendrás que soportarlo un poco. Aguanta.
Y tras eso, y con una sonrisa lo más garrula posible, le di la vuelta y le di una cachetada en el culo. He de decir que eso fue una de mis partes favoritas de la noche, junto al enterrar mi cabeza en su delantera.
Sonreí mientras me miraba algo avergonzada y roja.
Tras eso, me centré de nuevo en recabar informacion. La mezcla de hierbas que tenia Iredia era, sin lugar a dudas, mortal. De echo, podia llegar incluso a provocar irritacion en sus pezones si la tenia ahi demasiado rato. Busqué con la mirada el siguiente objetivo y vi a las camareras tras la barra cotorreando como gallinas.
"No hay más ciego que el que no quiere ver... Y no hay más sabio del que calla lo que sabe"
Me acerqué despacio y tranquilamente a ese grupo, que se tenso enseguida al verme llegar. Yo solté el resto de la bolsa de monedas sobre la barra, sin sacarlas del saco para no llamar la atención. El saquito dio un golpe sordo que, para no ser demasiado ruidoso, atrajo las miradas de las tres camareras.
- ¿Suficiente para contarme todo lo referente a Tiv?
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
La cara de la elfa cuando Karkaran hundió el rostro en sus pechos fue legendaria. Pero lo peor de todo no fue eso. Lo peor fue que el hecho de que le olfatease en esa zona le provocaba una sensación horrible: cosquillas. No pudo evitar poner una mueca rara tratando de aguantarse las ganas de estallar a carcajadas. Y ella no quería reírse, le quería pegar y luego, si eso, reírse. Para mejorar la situación, a esas alturas, tenía las mejillas de un vivo color tomate.
- Siento eso, tenia que mirar una cosa. Tendrás que soportarlo un poco. Aguanta.
<<No, no lo sientes>>, pensó inmediatamente la elfa.
Y entonces, ocurrió. Le dio la vuelta y le dio un sonoro cachete. No le miró avergonzada, sino con dudas. No tenía claro si le había gustado o no.
<<Me ha gustado. No... no, Iredia, claro que no te ha gustado. Bueno.. igual sí. Un poquito. O no. Ay... no sé.>>
Al final, llegó a una sabia conclusión.
<<Maldito brujo diabólico>>, sacudió la cabeza sonriente mientras se dirigía de nuevo a aquel viejales. Ya se vengaría de él después.
Entretanto, las tres camareras miraron aquel saquito de monedas y luego se rieron entre sí. La más alta de ellas posó los codos en la barra frente a Karkaran, dejando que él disfrutase de unas espléndidas vistas de su escote. Las otras dos se pusieron a ambos lados de la más alta, mirando el dinero. La de la izquierda, jugaba sensualmente con uno de sus mechones de pelo cobrizo. La otra se acariciaba ligeramente la piel del cuello, como pidiendo un mordisco.
-No se lo diremos a la jefa... - comentó la alta, que parecía ser quien llevaba la voz cantante. Las otras asintieron con miradas de complicidad. No parecían tener mucho cariño a su madame.
La alta, entonces, comenzó.
-Ese viejo... es un hijo de puta. Un hijo de puta que maneja pasta, tiene todo el cotarro en cuanto a venta de armas y sustancias... malas. Si son robadas, mejor. -añadió mientras cogía el saquito y jugueteaba con él- Pero eso no es todo... la madame, la jefa, es su mujer. Bueno, ex mujer, él la repudió. Nunca se supo por qué, aunque me da que se casaron sólo porque el hermano de la madame, Randal, es su socio.
-Se pasa el día aquí, follándose a todas, yo creo que la jefa no sabía darle lo suyo. -comentó la de la izquierda en un cuchicheo, riéndose.
-Pero, ¿qué le va a dar? Es una amargada, bastante es que alguien haya querido casarse con esa. -mencionó la de la derecha.
Las tres rieron y la más alta continuó.
-Verás... la madame decidió, cuando la repudió el marido, meterse aquí a puta a ver si al menos pagando el viejo accedía a tener sexo con ella, o eso dicen. Ni por esas -soltó una risita- Y la verdad es que cada vez que se juntan suele haber problemas. Como hoy. Tiv, además, tiene una conocida debilidad por las elfas. Y creo que la jefa quiere usar a la monada violácea para cargarse al viejo y que el negocio de armas pase a su hermano. Es que aquí viene cada costro orejudo que da arcadas... -señaló con la cabeza a una elfa entrada en carnes que se morreaba con otro de parecida envergadura- Fíjate: lo mata por venganza y encima se quedan los hermanitos de los cojones el negocio. Lo siento por la nueva, es probable que la madame le eche la culpa de la muerte, demande justicia por su marido y la manden a la horca.
-La belleza tiene un alto precio... -dijo la de la derecha de nuevo. Las demás corroboraron esa afirmación asintiendo casi con pena.
-Por unas moneditas más... igual podemos llorar por esa elfa los cuatro cuando acabemos el turno- le guiñó entonces el ojo al brujo y las otras dos lo miraron con lascivia.
Mientras ellos hablaban, Iredia se volvió a acercar a aquel viejo frotándose ligeramente el glúteo izquierdo. Cuando llegó al viejo, este sin miramientos empujó a la prostituta que le estaba metiendo mano, se levantó de la silla ignorando a la que le daba el masaje, agarró a la elfa del culo y la besó con todas sus asquerosas ganas.
<<Aguanta...Aguanta...>>, trató de mantener ese eco de la voz del brujo para no soltar un instintivo bofetón mientras el viejo le metía la lengua hasta la campanilla.
-Vamos, guapa, que aquí hay mucha gente.
Y entonces, otro cachete. En el mismo sitio donde le había dado el brujo momentos antes. Iredia respiró hondo y tuvo dos pensamientos algo positivos. El primero: que parece ser que tenía un culo bonito y cacheteable, lo cual en parte le alegraba y le subía la autoestima. El segundo: que, definitivamente, le había gustado más el cachete de Karkaran. Añadió un tercero, aunque era más bien una petición a quien la escuchase: que si le daban otro cachete, fuera en el glúteo derecho. Le dolía ya demasiado el otro.
Ambos, viejo y elfa, marcharon por un pasillo. Ambos ignoraban que una figura rubia les seguía por dicho pasillo a una distancia prudencial. Cuando la pareja se metió en un cuarto, la madame se quedó fuera, poniendo la oreja en la puerta. Y entonces, sacó el cuchillo de su espalda y entró.
Karkaran descubriría que, cuando terminase de hablar con las camareras, la elfa no estaba ya en el bar.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Tras escuchar las palabras de las putas, me gire a mirar al viejo, pero ya no estaba ahí sentado.
- Mierda de... - Maldije por lo bajo, buscando a mi alrededor a la escurridiza elfa. "No se le puede quitar el ojo de encima, verdad?" Me pregunté a mi mismo.
Pero no la vi a ella. Vi un brillo de cabellos rubios deslizarse entre la gente. Lo seguí con la mirada para comprobar como, efectivamente, se trataba de la madame.
La seguí en silencio y la observe desde la distancia. Pude ver como acosaba a Tiv (Y a la elfa) y les seguía hasta un cuartillo apartado. Ponía la oreja en la puerta y entraba. Yo me deslice rápidamente y me colé tras ella en silencio. Parecía que esa puerta, pese a dar a una habitacion, era grande y de varias estancias.
Tras esa entrada, solo pude ver a la madame, pero podía oír al viejo cascando con Iredia. (Cosas bastante obscenas, a mi parecer). En silencio, me coloqué tras la madame y le agarré la boca mientra colocaba un cuchillo en su cuello. Ella trato de gritar y hundí ligeramente el cuchillo en su carne, haciendo que un fino y bello hilo de sangre empezara a dibujarse por la hoja de mi cuchillo prestado. Negué con la cabeza muy elocuentemente. Ella guardo despacio el cuchillo, sin intentar gritar de nuevo.
Empecé a alejarme, pero la puerta estaba cerrada y no podía abrirla sin soltar a la chica. Las voces de Tiv parecían empezar a dirigirse hacia esa habitacion.
Por un instante, consideré la teoría de matar directamente a la madame. Fin del problema. Luego hacemos que Tiv nos de el arco y salimos de ahí pitando...
No era mal plan.
Pero la madame pareció percatarse de mis intenciones y me propino un golpe en la boca del estomago, haciendo que la presión de su cuello se aflojara. Yo maldije y trate de cortarla con un arco. Ella dio un silencioso salto hacia atras y se fue en dirección contraria a donde venían las voces. Yo la seguí en silencio.
Ella me recibió con un tajo que esquive, pues no podía arriesgarme a que sonara el golpe de los dos cuchillos al golpearse. Trate de acometer contra ella con una estocada, ella se agacho y rajo mi brazo. Maldije apretando los dientes mientras, con los brazos, paraba una puñalada que quedo a escasos centímetros de mi ojo.
Su mirada era de psicópata.
- Okey... - Acabé por decir. - Me he cansado.
Tracé otro gesto con la mano. La cabeza empezaba a darme vueltas por el numero de conjuros de hoy.
Aire. Bloqueo.
Y entonces, ella empezó a ponerse roja. Se agarro el cuello mientras seguía haciendo fuerza con el puñal. Miro mis manos y entendió su error. Sus fuerzas menguaban y el color de su piel ya no era rojo, sino lilaceo. Con un empujón, la aparté de mi y la sujete para que no diera un golpe en el suelo mientras, en silencio, el oxigeno dejaba de llegar a sus pulmones.
Y así murió. En silencio y sin un rasguño salvo el pequeño corte del cuello.
Y sin mirar siquiera al cadaver, decidi aparecer de golpe en la habitacion donde venia la voz de Tiv.
- Mierda de... - Maldije por lo bajo, buscando a mi alrededor a la escurridiza elfa. "No se le puede quitar el ojo de encima, verdad?" Me pregunté a mi mismo.
Pero no la vi a ella. Vi un brillo de cabellos rubios deslizarse entre la gente. Lo seguí con la mirada para comprobar como, efectivamente, se trataba de la madame.
La seguí en silencio y la observe desde la distancia. Pude ver como acosaba a Tiv (Y a la elfa) y les seguía hasta un cuartillo apartado. Ponía la oreja en la puerta y entraba. Yo me deslice rápidamente y me colé tras ella en silencio. Parecía que esa puerta, pese a dar a una habitacion, era grande y de varias estancias.
Tras esa entrada, solo pude ver a la madame, pero podía oír al viejo cascando con Iredia. (Cosas bastante obscenas, a mi parecer). En silencio, me coloqué tras la madame y le agarré la boca mientra colocaba un cuchillo en su cuello. Ella trato de gritar y hundí ligeramente el cuchillo en su carne, haciendo que un fino y bello hilo de sangre empezara a dibujarse por la hoja de mi cuchillo prestado. Negué con la cabeza muy elocuentemente. Ella guardo despacio el cuchillo, sin intentar gritar de nuevo.
Empecé a alejarme, pero la puerta estaba cerrada y no podía abrirla sin soltar a la chica. Las voces de Tiv parecían empezar a dirigirse hacia esa habitacion.
Por un instante, consideré la teoría de matar directamente a la madame. Fin del problema. Luego hacemos que Tiv nos de el arco y salimos de ahí pitando...
No era mal plan.
Pero la madame pareció percatarse de mis intenciones y me propino un golpe en la boca del estomago, haciendo que la presión de su cuello se aflojara. Yo maldije y trate de cortarla con un arco. Ella dio un silencioso salto hacia atras y se fue en dirección contraria a donde venían las voces. Yo la seguí en silencio.
Ella me recibió con un tajo que esquive, pues no podía arriesgarme a que sonara el golpe de los dos cuchillos al golpearse. Trate de acometer contra ella con una estocada, ella se agacho y rajo mi brazo. Maldije apretando los dientes mientras, con los brazos, paraba una puñalada que quedo a escasos centímetros de mi ojo.
Su mirada era de psicópata.
- Okey... - Acabé por decir. - Me he cansado.
Tracé otro gesto con la mano. La cabeza empezaba a darme vueltas por el numero de conjuros de hoy.
Aire. Bloqueo.
Y entonces, ella empezó a ponerse roja. Se agarro el cuello mientras seguía haciendo fuerza con el puñal. Miro mis manos y entendió su error. Sus fuerzas menguaban y el color de su piel ya no era rojo, sino lilaceo. Con un empujón, la aparté de mi y la sujete para que no diera un golpe en el suelo mientras, en silencio, el oxigeno dejaba de llegar a sus pulmones.
Y así murió. En silencio y sin un rasguño salvo el pequeño corte del cuello.
Y sin mirar siquiera al cadaver, decidi aparecer de golpe en la habitacion donde venia la voz de Tiv.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Iredia no se percató de nada de la lucha entre la madame y el brujo, pues tenía ella otra lucha entre manos.
Era la primera vez que se enfrentaba a varias cosas: a pasarse por prostituta, a que la besasen sin consentimiento, a que le cacheteasen y sufriera dos sentimientos (que le gustase y que no) y, ahora, a que un viejo intentase violarla.
En cuanto entraron en la habitación, vio cómo el viejo se sentaba en la cama y sacaba una petaca con un líquido azul dentro. Mientras él bebía la petaca, ella llegó a la conclusión de que necesitaba un objeto punzante, Y lo encontró, más o menos. Vio un espejo de mesa, algo pequeño, pero funcional. Tuvo la suerte de que además, el viejo ansioso se estaba quitando los pantalones y estaba concentrado en no caerse, así que aprovechó y de un codazo "sin querer" tiró el espejo al suelo.
-Ay... perdón. Se rompió.. -soltó una risita y se mordió el labio fingiendo lamento de forma juguetona.
Se agachó y cogió un trozo con la mano. Dado que Karkaran parecía ocupado con las camareras, probablemente ni se hubiese percatado de que ella ya no estaba en el bar, lo cual hasta le dejó un gusto amargo.
<<Esto es igual en todas las razas...>>
Por tanto, le tocaba averiguar a ella dónde estaba su arco. Y no, no lo haría por la vía de dejarse meter mano u otras cosas. Estaba muerta de miedo, pero ya había sufrido suficientes vejaciones ese día y comenzaba a sentir hastío. Tenía que sobrevivir. En el momento en el que se levantó, ya tenía al viejo encima, quien volvió a besarla a la fuerza. Sabía a alcohol, tabaco y no se cuantas sustancias más que le provocaban arcadas. Violentamente, le bajó uno de los tirantes del vestido, rompiéndoselo y haciendo que uno de sus pechos saliese al aire. Desafortunadamente, fue precisamente el pecho que tenía las hierbas venenosas. Él fue a agacharse a lamérsela y cuando lo vio, paró y la miró. Iredia cogió rápidamente el saquillo con la mano que tenía libre. Fue un alivio, tenía el pezón excesivamente irritado y le dolía.
-Qué cojones...
No dijo nada más, pues notó de repente en sus testículos un filo agudo que le hizo poner voz de pito. Era un hombre viejo, curtido y duro, pero todos ponen la misma voz cuando un objeto amenaza con cortarles su hombría. A iredia le daba un asco terrible notar el pene erecto del hombre en su mano, pero tuvo el efecto deseado. La soltó y la miró con sorpresa.
-Mi arco. -dijo ella solamente, con un ligero tembleque de voz.
-Bonita, no sabes usar eso... Te tiembla el pulsooooOOOOO. -alzó la voz en cuanto notó que el filo empezaba a hacer sangre en sus testículos.
-Pues ten cuidado, igual se me escapa un corte. MI ARCO. -repitió la elfa con tono más determinante.
En ese mismo instante, entró Karkaran por la puerta de golpe, encontrándose a los dos de pie y con Iredia con el fragmento de espejo en sus testículos y una teta fuera, más el saquillo venenoso en la otra. Salía sangre de su mano, pues aparte del corte, ella no se había percatado por la situación de que también se había cortado (otra vez). A poco le da un vuelco el corazón del susto que le dio y de la alegría de verlo. Sin embargo, fue capaz de no soltar el fragmento y mirar sólo de reojo al brujo. El viejo miró entonces ambos, sin osar moverse por si sus huevos sufrían otro corte.
-¿¡Qué cojones está pasando aquí!?- gritó, con cierta esperanza de que alguien que fuese aliado suyo apareciese.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
La situación al llegar al otro lado de la puerta no fue exactamente li que esperaba.
Nada más ver como Iredia agarraba el miembro del hombre y sostenía en la otra mano, sangrante y goteante, un trozo de espejo afilado que colocaba con fuerza contra los testículos del hombre, que también parecían haber sufrido algún daño.
No dije nada del echo de que Iredia tuviera un pecho fuera, pues me llego al cerebro antes la sensación de rabia que la de erotismo.
Moví el cuello hasta que mis huesos sonaron de una forma bastante amenazadora.
Me quité la bufanda y la capa, quedándome con el cabello oscuro y la cara mutilada completamente al descubierto. Mi expresión era severa e hizo entender a Tiv que, en caso de esperar algún tipo de ayuda, no iba a recibirla por mi parte.
Saqué el cuchillo, aun con ese hilo de sangre dibujado en su hoja, y lo coloque justo encima de su pene, sin mirarlo siquiera.
- Tienes tres segundos para decirme donde esta el arco. - Dije con una voz muerta.
- No lo harás... - Dijo Tiv con una sonrisa.
- Uno.
- Estas de broma! - La sonrisa se estaba borrando de su rostro.
- Dos.
- Vale! - Dijo de pronto. Había empezado a sudar mucho. - Se lo vendí a un coleccionista de cosas elficas. Vive en las afueras, en una mansión bastante grande, cerca de la puerta este. Se llama Koizvel. Es un hombre bestia.
Le miré larga y silenciosamente durante un rato.
- Gracias. - Dije seco.
Y con un corte rápido y preciso, corte su pene, que empezó a brotar sangre rápidamente, pues estaba erecto. Al ir a gritar, tapé su boca y le amenacé con el mismo cuchillo al cuello. El lloraba.
Deje el cuchillo a un lado y saque una pasta verde de un frasco que guardaba en mi alforja, soltándolo justo encima de su entrepierna sangrante. Se oyó el sonido de algo similar al ácido. Tiv se sacudió. Parecía que sus ojos fueran a salirse de sus órbitas.
Cuando el sonido acabo, Tiv se había desmayado, pero la herida del miembro se había cerrado.
- Ve a buscar tu ropa y tus cosas... - Dije sin mirar a la elfa. Estaba demasiado rabioso pensando en lo que ese hombre le habría podido hacer. - Nos vamos a dormir a algún lado... Mañana iremos a por tu arco.
Lo dije en un tono que no dejaba lugar a negación.
Nada más ver como Iredia agarraba el miembro del hombre y sostenía en la otra mano, sangrante y goteante, un trozo de espejo afilado que colocaba con fuerza contra los testículos del hombre, que también parecían haber sufrido algún daño.
No dije nada del echo de que Iredia tuviera un pecho fuera, pues me llego al cerebro antes la sensación de rabia que la de erotismo.
Moví el cuello hasta que mis huesos sonaron de una forma bastante amenazadora.
Me quité la bufanda y la capa, quedándome con el cabello oscuro y la cara mutilada completamente al descubierto. Mi expresión era severa e hizo entender a Tiv que, en caso de esperar algún tipo de ayuda, no iba a recibirla por mi parte.
Saqué el cuchillo, aun con ese hilo de sangre dibujado en su hoja, y lo coloque justo encima de su pene, sin mirarlo siquiera.
- Tienes tres segundos para decirme donde esta el arco. - Dije con una voz muerta.
- No lo harás... - Dijo Tiv con una sonrisa.
- Uno.
- Estas de broma! - La sonrisa se estaba borrando de su rostro.
- Dos.
- Vale! - Dijo de pronto. Había empezado a sudar mucho. - Se lo vendí a un coleccionista de cosas elficas. Vive en las afueras, en una mansión bastante grande, cerca de la puerta este. Se llama Koizvel. Es un hombre bestia.
Le miré larga y silenciosamente durante un rato.
- Gracias. - Dije seco.
Y con un corte rápido y preciso, corte su pene, que empezó a brotar sangre rápidamente, pues estaba erecto. Al ir a gritar, tapé su boca y le amenacé con el mismo cuchillo al cuello. El lloraba.
Deje el cuchillo a un lado y saque una pasta verde de un frasco que guardaba en mi alforja, soltándolo justo encima de su entrepierna sangrante. Se oyó el sonido de algo similar al ácido. Tiv se sacudió. Parecía que sus ojos fueran a salirse de sus órbitas.
Cuando el sonido acabo, Tiv se había desmayado, pero la herida del miembro se había cerrado.
- Ve a buscar tu ropa y tus cosas... - Dije sin mirar a la elfa. Estaba demasiado rabioso pensando en lo que ese hombre le habría podido hacer. - Nos vamos a dormir a algún lado... Mañana iremos a por tu arco.
Lo dije en un tono que no dejaba lugar a negación.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Iredia trago saliva y procuró no mover absolutamente ni un músculo mientras veía como Karkaran daba rienda suelta a su furia. Al ver cómo se quitaba la capa y la bufanda y dejaba todo su rostro lleno de cicatrices al aire, no pudo menos que sorprenderse. Su gesto, su aura y su porte eran severos.
Después, fue cuando le hizo el cuestionario a aquel hombre. Y de golpe, le cortó el miembro. Iredia apartó la vista y no vio cómo además Karkaran le echaba el emplaste. Ya tenía bastante con oír cómo lloraba el viejo que hace unos segundos se comportaba como si fuera el hombre más viril de la tierra.
- Ve a buscar tu ropa y tus cosas... Nos vamos a dormir a algún lado... Mañana iremos a por tu arco.
Iredia, en silencio, cogió el cuchillo (el suyo) que había dejado aparte el brujo al echarle el emplaste al vejestorio. Lo hizo por dos cosas: no sabía si se iba a encontrar a la madame afuera y... no sabía si también se tenía que defender del brujo en esta ocasión. Ese tono le dio miedo y temía que se le fuera la mano y le diese una torta si no hacía lo que él decía. Salió de la estancia, cuchillo en mano, con la teta fuera (no parecía importarle mucho, agradecía el fresquito en el pezón después de haber tenido hierbas venenosas ahí). En cuanto salió, vio el cadáver de la madame. Ahora sólo se tenía que preocuparse por el brujo que tenía detrás. Ella no imaginaba que la furia del brujo era precisamente por la situación.
Salió del cuartucho grande y buscó aquella P a la que habían ido al principio. La encontró dos habitaciones más a la derecha. Entró, encontró sus ropas tras el tocador, se quitó el vestido roto, se vistió con sus ropas normales y después miró su mano sangrante. Lanzó una patada de golpe al vestido dorado con furia y unas lágrimas salieron silenciosas de sus ojos. También se había dado cuenta de que Karkaran tenía una herida en el brazo, pero ahora mismo no quería ni tocarlo por miedo a su furia. Ya se encargaría después en la posada.
Una vez vestida, salió a la calle. Llovía muchísimo. Menos mal que sólo les quedaba dormir. Su cabello quedó calado en apenas unos instantes. Sin embargo, no le molestaba la lluvia. Cerró los ojos y alzó el rostro al cielo, dejando que las gotas de agua fría corriesen por su piel y disimulasen las lágrimas que había derramado hace un momento. Seguía con el cuchillo en la mano, pero en ese momento bajó la guardia, había encontrado un segundo de paz.
Después, fue cuando le hizo el cuestionario a aquel hombre. Y de golpe, le cortó el miembro. Iredia apartó la vista y no vio cómo además Karkaran le echaba el emplaste. Ya tenía bastante con oír cómo lloraba el viejo que hace unos segundos se comportaba como si fuera el hombre más viril de la tierra.
- Ve a buscar tu ropa y tus cosas... Nos vamos a dormir a algún lado... Mañana iremos a por tu arco.
Iredia, en silencio, cogió el cuchillo (el suyo) que había dejado aparte el brujo al echarle el emplaste al vejestorio. Lo hizo por dos cosas: no sabía si se iba a encontrar a la madame afuera y... no sabía si también se tenía que defender del brujo en esta ocasión. Ese tono le dio miedo y temía que se le fuera la mano y le diese una torta si no hacía lo que él decía. Salió de la estancia, cuchillo en mano, con la teta fuera (no parecía importarle mucho, agradecía el fresquito en el pezón después de haber tenido hierbas venenosas ahí). En cuanto salió, vio el cadáver de la madame. Ahora sólo se tenía que preocuparse por el brujo que tenía detrás. Ella no imaginaba que la furia del brujo era precisamente por la situación.
Salió del cuartucho grande y buscó aquella P a la que habían ido al principio. La encontró dos habitaciones más a la derecha. Entró, encontró sus ropas tras el tocador, se quitó el vestido roto, se vistió con sus ropas normales y después miró su mano sangrante. Lanzó una patada de golpe al vestido dorado con furia y unas lágrimas salieron silenciosas de sus ojos. También se había dado cuenta de que Karkaran tenía una herida en el brazo, pero ahora mismo no quería ni tocarlo por miedo a su furia. Ya se encargaría después en la posada.
Una vez vestida, salió a la calle. Llovía muchísimo. Menos mal que sólo les quedaba dormir. Su cabello quedó calado en apenas unos instantes. Sin embargo, no le molestaba la lluvia. Cerró los ojos y alzó el rostro al cielo, dejando que las gotas de agua fría corriesen por su piel y disimulasen las lágrimas que había derramado hace un momento. Seguía con el cuchillo en la mano, pero en ese momento bajó la guardia, había encontrado un segundo de paz.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Iredia no volvía a la habitacion.
Di un suspiro, tratando de calmarme y me levanté despacio, tomando aire y sacándolo forzosamente despacio por las vías nasales. Me apoyé en la pared. La cabeza seguía dándome vueltas. Necesitaba con urgencia dormir para regenerar toda esa energía.
Despacio, tapándome de nuevo muy adecuadamente, salí al pasillo y vi por el rabillo del ojo como una silueta esbelta, de cabellos rojizos, salia por la parte de atrás del local. Di otro suspiro. Había conseguido calmar mis pulsaciones. Fuí tras ella despacio, sin alterar mis pisadas y procurando no hacer más esfuerzo del necesario.
Al salir, la vi allí, de pie, mirando al cielo con unos ojos cerrados. En silencio, camuflado por el ruido que hacia la lluvia al golpear el adoquinado del suelo, me quité la capa y la bufanda, dejando que mis cicatrices fueran acariciadas por el agua. Odiaba mucho esa sensación... Pero odiaba aun más haberle echo ver a la elfa ese pequeño secreto mio:
El echo de que era un monstruo por fuera y por dentro.
Pasando por su lado, coloque la capa y la bufanda sobre su espalda, cubriendo su cabeza para que no acabara más mojada de lo que ya estaba. Por mi lado, aparté mis cabellos mojados de mi cara y no la mire cuando le dije:
- Tengo un pequeño cuarto alquilado en una posada en las afueras...
Ella asintió sin decir nada tampoco, ocultándose un poco bajo la capa.
Yo camine en silencio entre las calles mojadas de esa ciudad. Salvo las ratas y las gotas al romperse en el suelo, no había ningún ruido alrededor. Si nos concentrabamos, estoy seguro de que hubiéramos podido oírnos respirar mutuamente.
Cuando por fin llegamos, la tabernera parecía estar cerrando la puerta de madera cuando nos vio llegar.
No trato siquiera de disimular su horror cuando me vio la cara, llamó rápidamente a su marido, que vino con una ballesta ligera y me apunto con ella en la frente.
- ¿Que queréis?- Exigió.
- Tengo una reserva a nombre de Media Serpiente. - Dije tranquilo. El hombre bajo el arma.
- Acompáñame.
Ambos nos dirigimos en silencio a la habitacion, en el primer piso.
Había una cama, una chimenea de madera en una esquina y una pequeña mesilla de madera. Aun sin mediar palabra, me quité el chaleco de cuero oscuro que llevaba y la camisa de tonos grises que me iba por debajo, dejando mi pecho (también demacrado) al descubierto. Coloqué la ropa cerca del fuego y me senté en el suelo, mirando a ningún sitio en concreto.
En ese momento, solo queria dormir.
Di un suspiro, tratando de calmarme y me levanté despacio, tomando aire y sacándolo forzosamente despacio por las vías nasales. Me apoyé en la pared. La cabeza seguía dándome vueltas. Necesitaba con urgencia dormir para regenerar toda esa energía.
Despacio, tapándome de nuevo muy adecuadamente, salí al pasillo y vi por el rabillo del ojo como una silueta esbelta, de cabellos rojizos, salia por la parte de atrás del local. Di otro suspiro. Había conseguido calmar mis pulsaciones. Fuí tras ella despacio, sin alterar mis pisadas y procurando no hacer más esfuerzo del necesario.
Al salir, la vi allí, de pie, mirando al cielo con unos ojos cerrados. En silencio, camuflado por el ruido que hacia la lluvia al golpear el adoquinado del suelo, me quité la capa y la bufanda, dejando que mis cicatrices fueran acariciadas por el agua. Odiaba mucho esa sensación... Pero odiaba aun más haberle echo ver a la elfa ese pequeño secreto mio:
El echo de que era un monstruo por fuera y por dentro.
Pasando por su lado, coloque la capa y la bufanda sobre su espalda, cubriendo su cabeza para que no acabara más mojada de lo que ya estaba. Por mi lado, aparté mis cabellos mojados de mi cara y no la mire cuando le dije:
- Tengo un pequeño cuarto alquilado en una posada en las afueras...
Ella asintió sin decir nada tampoco, ocultándose un poco bajo la capa.
Yo camine en silencio entre las calles mojadas de esa ciudad. Salvo las ratas y las gotas al romperse en el suelo, no había ningún ruido alrededor. Si nos concentrabamos, estoy seguro de que hubiéramos podido oírnos respirar mutuamente.
Cuando por fin llegamos, la tabernera parecía estar cerrando la puerta de madera cuando nos vio llegar.
No trato siquiera de disimular su horror cuando me vio la cara, llamó rápidamente a su marido, que vino con una ballesta ligera y me apunto con ella en la frente.
- ¿Que queréis?- Exigió.
- Tengo una reserva a nombre de Media Serpiente. - Dije tranquilo. El hombre bajo el arma.
- Acompáñame.
Ambos nos dirigimos en silencio a la habitacion, en el primer piso.
Había una cama, una chimenea de madera en una esquina y una pequeña mesilla de madera. Aun sin mediar palabra, me quité el chaleco de cuero oscuro que llevaba y la camisa de tonos grises que me iba por debajo, dejando mi pecho (también demacrado) al descubierto. Coloqué la ropa cerca del fuego y me senté en el suelo, mirando a ningún sitio en concreto.
En ese momento, solo queria dormir.
Erenair
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
Disfrutaba de la lluvia cuando de repente algo cubrió su cara y su espalda. Se giró para mirar con sorpresa a su protector.
<<Qué muchacho tan impredecible>>.
- Tengo un pequeño cuarto alquilado en una posada en las afueras...
Ella asintió. Aún lo tenía miedo, pero no dudo en seguirlo. El silencio entre ellos era pesado. Ella agradeció tener la capa para ocultar su rostro y su abatimiento. Definitivamente, tenía que hacerse con una capa de esas, eran muy prácticas.
Al llegar a la posada, ya los recibieron con aprecio, como siempre. Con una ballesta. Iredia, casi por acto reflejo, se puso detrás del brujo, aunque al parecer dijo unas palabras clave para el posadero, que los dejó entrar y les preparó un cuartucho bastante aceptable con algo fundamental: Una chimenea. Calorcito.
Mientras Karkaran se quitaba la camisa, ella se desnudó también por completo, cogiendo una manta y enrollándosela alrededor del pecho a modo vestido. No se tapaba por pudor, se tapaba para coger calor. Ella no concebía la desnudez igual que la concebían los humanos, pues para ella lucir un cuerpo desnudo era una muestra de belleza y de sinceridad y ocultarlo no tenía sentido. La ropa para ella era algo práctico, para salir al bosque o para abrigarse, no para adornar nada.
Colocó entonces toda su ropa, incluidas las botas y la capa del brujo,al calor del fuego y se escurrió el pelo con un cacho de manta. Después, lo miró. Vio todas y cada una de sus cicatrices y, sobre todo, ya no vio esa figura terrorífica de hace unos momentos. Vio a un hombre cansado y abatido. Un hombre atormentado. Aún lo temía, pero no podía aguantar ese silencio. Frunciendo el ceño, cogió de una de las mesillas una palangana de agua y un paño blanco que había allí, un poco andrajoso, pero útil. Los puso al lado de él y, después, se arrodilló ella a su lado. Escurrió el paño. No se iba a quedar tranquila sin limpiar esa herida del brazo. No tenía hierbas allí, más que las venenosas, y no iban a ser muy útiles en ese momento.
-Déjame limpiarte eso. -le pidió- Si quieres dormir, lo puedo hacer mientras estás tumbado.
No notarás nada, no te despertaré. -además quería tocarle las cicatrices otra vez, pero eso no lo dijo en voz alta. Empezaba a convertirse en un fetiche.
Entonces, lo soltó.
-Kar, me das miedo. Mucho. Pero confío en ti.-si miraba a la elfa, vería en su rostro una sinceridad arrolladora- Te debo la vida. Ni con oro ni con sangre ni con nada puedo pagar lo que has hecho por mí. -dijo con un ligero temblor de voz. Se miró el corte de la mano y dio gracias a los dioses por tener sólo esa herida.
Iredia
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Re: Caminante no hay camino...[Libre]
-Déjame limpiarte eso. Si quieres dormir, lo puedo hacer mientras estás tumbado. No notarás nada, no te despertaré.
Pero lo cierto era que, en ese mismo momento, no sabia si podría dormirme aunque quisiera. Por el rabillo del ojo, no pude evitar mirar como Iredia se desnudaba.
No era ajeno a la filosofía de los elfos respecto a la belleza del cuerpo y de como este se podía exponer sin reparo, pero eso no hacia más fácil que una sensación de querer mirarla le recorriera el cuerpo.
Tampoco dijo nada en respecto a que la elfa tratara sus heridas. Era hora de cumplir parte del trato. Por fin vería los métodos de la elfa. El espero a notar en su brazo sus manos, y así fue. Noto unos dedos finos y de piel suave que acabaron por erizar todo su cuerpo.
-Kar, me das miedo.
Esas palabras impactaron como agua fría de golpe.
- Mucho. Pero confío en ti. Te debo la vida. Ni con oro ni con sangre ni con nada puedo pagar lo que has hecho por mí.
Miré de nuevo por el rabillo del ojo a la elfa. Esta vez, a los ojos, que ella los tenia puestos en la herida de mi brazo que trataba. Aparté la mirada y la centré en el fuego.
- La sangre y el oro son un dicho de las calles de Lunargenta. - Dije tranquilo, explicándole eso. - Se dice que solo puedes pagar tus deudas y tus favores de dos formas. O sacrificándote por alguien o compensando a alguien. Tu me estas compensando, y yo sacrifico por ti.
La miré a los ojos de nuevo.
- Eso es la sangre y el oro. - Mire entonces su mano. - Y trae aquí eso. - Dije severo. - Lo único que me faltaría ya seria que nos pasemos varios días buscando tu puñetero arco y luego no seas capaz de usarlo por una mera herida...
Me acerqué a mi ropa, al lado del fuego, y tome varias vendas y hiervas.
- Escocerá un poco... - Dije tranquilo. - Pero cicatrizara rápido... No te preocupes. - Añadí al ver como miraba las hierbas. - No es los mismo que use para Tiv.
Pero lo cierto era que, en ese mismo momento, no sabia si podría dormirme aunque quisiera. Por el rabillo del ojo, no pude evitar mirar como Iredia se desnudaba.
No era ajeno a la filosofía de los elfos respecto a la belleza del cuerpo y de como este se podía exponer sin reparo, pero eso no hacia más fácil que una sensación de querer mirarla le recorriera el cuerpo.
Tampoco dijo nada en respecto a que la elfa tratara sus heridas. Era hora de cumplir parte del trato. Por fin vería los métodos de la elfa. El espero a notar en su brazo sus manos, y así fue. Noto unos dedos finos y de piel suave que acabaron por erizar todo su cuerpo.
-Kar, me das miedo.
Esas palabras impactaron como agua fría de golpe.
- Mucho. Pero confío en ti. Te debo la vida. Ni con oro ni con sangre ni con nada puedo pagar lo que has hecho por mí.
Miré de nuevo por el rabillo del ojo a la elfa. Esta vez, a los ojos, que ella los tenia puestos en la herida de mi brazo que trataba. Aparté la mirada y la centré en el fuego.
- La sangre y el oro son un dicho de las calles de Lunargenta. - Dije tranquilo, explicándole eso. - Se dice que solo puedes pagar tus deudas y tus favores de dos formas. O sacrificándote por alguien o compensando a alguien. Tu me estas compensando, y yo sacrifico por ti.
La miré a los ojos de nuevo.
- Eso es la sangre y el oro. - Mire entonces su mano. - Y trae aquí eso. - Dije severo. - Lo único que me faltaría ya seria que nos pasemos varios días buscando tu puñetero arco y luego no seas capaz de usarlo por una mera herida...
Me acerqué a mi ropa, al lado del fuego, y tome varias vendas y hiervas.
- Escocerá un poco... - Dije tranquilo. - Pero cicatrizara rápido... No te preocupes. - Añadí al ver como miraba las hierbas. - No es los mismo que use para Tiv.
Erenair
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