Atacaron durante la noche [Desafío]

Un grupo de cazadores liderados de Marvilin Meyi se había adentrado en lo más profundo del Bosque del Oeste. Los vampiros sabían a la perfección la intención de este grupo: hacer daño a todo ser viviente que pueda ser vendido a un buen precio (también mal precio) en el mercado negro. Si no irrumpieron el avance de la expedición era porque Meyi les asustaba. El cazador imponía, no solo por su físico, sino también por su manera de hablar. En un principio, te hablaba como si estuviera bromeando contigo para luego matarte sin que nadie se diera cuenta. La última víctima de Meyi había sido un infeliz vampiro que osó comer al miembro más joven de los cazadores hacía unas noches atrás. Meyi tomó al vampiro por sorpresa devorando el cadáver. Lo ató en el tronco de un árbol y le estuvo torturando durante toda la noche.

-Toc, toc- dijo Meyi golpeando con el puño la sesera del vampiro- Ahora tienes que contestar: “¿Quién es?”.- el vampiro no dijo nada. - Soy Elque. Y tú tienes que preguntar: “¿quién es Elque?” El-que se va reír de ti cuando amanezca-.

El vampiro seguía en sus treces. Su rostro no mostraba ninguna expresión. Meyi intentó asustarlo con sus amenazas disfrazadas de bromas. Quemarlo vivo por los primeros rayos de sol no parecía ser suficiente. De acuerdo, subió el nivel. Con un cuchillo, el que el cazador reservaba para desollar la piel de los animales que cazaba, comenzó a hacer cortes superficiales en el cuerpo de vampiro. No quería que se desangrase, solo que sufriese. El condenado no gritó ni una sola vez; eso hizo enfadar a Meyi todavía más. En un arrebato de ira que solo duró un par de segundos, cortó las dos orejas de vampiro. Entonces gritó y Meyi se río a carcajadas.

-¿Me puedes escuchar por aquí?- le preguntó a una de las orejas sueltas- ¡HOLAAAA!-

Dejó que el vampiro se consumiera con el amanecer. Se sentó a su lado y lo estuvo viendo morir hasta que su cuerpo pasó a ser una negra amalgama de carne quemada y cenizas. Su cadáver sirvió de advertencia para los demás. Ninguno se atrevía a acercarse al grupo de cazadores. ¡Vía libre! Así el trabajo era más sencillo, podía cazar animales sin que nadie le estuviera jodiendo.

Pasado unos días, Meyi encontró lo que anduvo buscando: La cueva de los argazots, también llamados zorros voladores de Sacrestic. Eran murciélagos gigantes con cabeza y garras de zorro. Unos animales que no se veían en Verisar.

-Acampad aquí, pasaremos la noche y entraremos a la cueva durante el día; cuando todos duermen.- les dijo al grupo quienes obedecieron al instante.

Meyi se quitó toda la ropa a excepción de un collar que se había hecho con un trozo de hilo y las dos orejas del vampiro que mató hacía pocos días. Esperaba que la noche fuera tranquila, lo tenía que ser pues los condenados chupasangres ya habían aprendido la lección. Los cazadores descansarían como niños para mañana despertar como adultos.

Esos fueron los deseos de Marvilin Meyi, la realidad fue diferente: Una bandada de argazots atacó el campamento de los cazadores. Meyi no se despertó hasta tener uno de aquellos zorros voladores encima de su cabeza. Poco faltó para que le arrancase una oreja de un mordisco. El animal había hecho un agüero en la tienda del cazador, metido su largo cuello y daba mordiscos al aire para probar suerte si pillaba carne. ¡Intento fallido! Meyi se incorporó de un sobresalto. Cogió un cuchillo y se lo clavó en el ojo del zorro volador. Una vez penetrado, arrastró el filo por el interior del animal hasta cortarle la cabeza en dos mitades.

Completamente desnudo (a excepción del colgante de las dos orejas de vampiro), salió de la tienda con una ballesta cargada en su mano izquierda y un fardo de virotes en la derecha.

-¡Despertad muchachos, nuestros amigos quieren darnos la bienvenida al nuevo vecindario!-

Más imágenes de los zorros voladores:

* Bienhallado/a cazador/a de zorros voladores: Eres uno de los cazadores que se han unido a Marvilin Meyi. Debo decir que no me importa cómo has llegado hasta aquí, pero si deseas explicarlo, eres libre de hacerlo. Durante la noche, sufrís un ataque de las mismas criaturas que habéis ido a dar caza. El objetivo es fácil: defiéndete y defiende al grupo.
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Como extra: los argazots son una criatura nueva que me gustaría poner en el bestiario del foro. Cualquier nueva descripción que des sobre ellos será añadida al futuro animal.

Otro día más, de nuevo, tratando de limpiar la imagen de los cazadores. Había despedido a tantos y tantos que no hacían bien su trabajo, que habían irrumpido en casas y cometido crímenes en nombre de nuestro gremio durante mi ausencia y no podía permitirlo. Habían atacado a enemigos “confundiéndolos” con vampiros, habían abusado de jóvenes, saqueado hogares… Todas esas noticias que me llegaban me retorcían las tripas y me sentía culpable por todo lo que había permitido durante mi ausencia. A veces, también culpaba a mi madre por haberme hecho ir a Lunargenta sin quererlo yo. Ella no quería que fuera cazadora, y menos después de lo ocurrido en Sacrestic Ville. Pero a día de hoy todavía estaba resentida porque había elegido el camino que a ella no le agradaba. Era mi trabajo. Sabía que ella hubiese preferido verme sólo de profesora, de hecho, aprovechando la jubilación de algunos profesores sería más probable que me dieran más clases. Pero, aunque me gustaba, no era ese el trabajo que me llenaba. Sí, no estaba todos los días cazando vampiros, pero debía llevar el gremio. Más bien, levantarlo, hacer que resurgiera de sus cenizas, las mismas que yo había creado.

Esta vez tocaba volver a los reinos del oeste. No había vuelto desde lo ocurrido en la capital del lugar. Pero no me quedaba otra, nos requerían y cualquier contrato era merecedor de que me tocase chuparme no se cuántos kilómetros para limpiar el nombre de los cazadores.

- Hay unos vampiros asustando al pueblo. Viven cerca de la Cueva del Orbe Negro.  - Comentó el contratante una vez que llegué. Suspiré y asentí, tratando de mostrarme lo más amable posible para causar buena imagen. Apenas llegaban contratos y tenía que aprovechar para enganchar a todos los clientes que pudiera, que hablasen bien del gremio, pues mal hablaban todos…
Me negaba a dejarlo caer de nuevo. Hacía más de treinta años ya había caído y resurgirlo era muy complicado. Ahora, más que nunca, el logo se había convertido en el fénix, únicamente representando a los Harrowmont. Lo que pocos sabían es que el cuervo se encontraba detrás en el nuevo logo, surcando los cielos mientras el ave fénix emergía.

Seguí las indicaciones del contratante y me dirigí hacia la cueva, con tal suerte –no sé si buena o mala-  que me encontré a un grupo de cazadores, aunque estos no eran de mi gremio, sino de animales. Sin preguntar demasiado me uní a ellos. Tan solo bastó con preguntarles eso, si podía acompañarlos, al descubrir que ellos iban a la cueva.

Muchos soltaban comentarios pero rápidamente les cortaba. Sólo era una acompañante, no iba a soportar sus bromitas. Con ser simpática con mis contratantes me valía, no iba a serlo con los demás. - ¿Qué cazáis?
- Vampiros. - Respondió uno. Pero no le creí demasiado, no tenían armamento para cazarlos, aunque uno de ellos llevaba una ballesta. Pero no estaba tan preparada como la de Anastasia. Tampoco llevaban ningún tipo de logo. ¿Serían una competencia? No iba a preguntarles nada aun, quería esperar a ver qué decían.
Caminé junto a ellos, algo más retrasada que el resto del grupo, hasta que el líder, el de la ballesta, dijo que acamparían ahí. No solía hacerlo, precisamente los vampiros se cazaban por la noche, pero me tuve que aguantar si no quería seguir sola, y esos sabían bien a dónde debían dirigirse. Además, que planeaban una emboscada a los vampiros, así que me podían venir bien. Total, a mí me iban a pagar por mis servicios, y no a ellos. O eso esperaba.

Me senté en una roca a esperar al amanecer. Obviamente no me iba a dormir y dejar mis armas sin cuidado con esos desconocidos por ahí rondando. Además, que las pintas que llevaban no daban confianza. No me fiaba de esa gente ni de coña.
Y qué bien hice en no fiarme, pues nos atacaron por la noche. Pero no eran los bandidos esos ni otros asaltantes de camino, para nada. Eran murciélagos enormes que sobrevolaban nuestras cabezas. Rápidamente el líder salió con su ballesta en ristre y totalmente desnudo. Resoplé al verlo. Era una imagen bastante grotesca de ver, quitando el hecho del ataque, pues esos bichos no eran normales. - ¿Podrías taparte? - Inquirí. - ¿Desde cuándo se duerme desnudo mientras se acampa?
Qué desfachatez, ir con todo ahí… Haciendo más fácil que un animal de esos te atacase de lleno.

Cargué el arco y disparé contra uno, que cayó cerca de mí, tratando de levantarse. Lo miré más de cerca, a pesar de que el animal intentaba levantar el vuelo y emitía chirridos muy fuertes. Entrecerré los ojos para verlos mejor. - Esto no son vampiros… Son sólo murciélagos.
Los pueblerinos habían confundido a estos seres con vampiros. Sí era cierto que los vampiros podían adoptar la forma de una bandada de murciélagos, pero no eran tan grandes ni tenían esas pintas. Eran pequeños, negros, e iban siempre todos juntos. Estos eran gigantes, con cara de zorro.

Me giré hacia el líder, quien lanzaba tiros contra los mamíferos voladores. - ¡Eh! ¿¡Estos son vuestros vampiros!? - No sabía si eran del grupo este o que los que me habían contratado pensaban que eran estos. Pero esta bandada nos estaba atacando y no era cosa de risa, con su gran tamaño podían hacernos bastante daño. Me agaché cuando uno de ellos sobrevolaba mi cabeza, y me golpeó con su ala, cayendo cerca del murciélago que tenía tirado en el suelo. Rodé sobre mí misma y cargué el arco, apuntando al que me había golpeado. Volví a disparar y el tiro fue certero.

Según había oído, algunos animales eran confundidos con vampiros, como el caso de estos. Se llevaban al ganado más pequeño, como gallinas, cabras o corderitos y se alimentaban de su sangre y carne, por lo que creían más efusivamente que se trataba de seres de la noche. Y sí, también salían por la noche, por el día dormían. Tenían muchas similitudes con los chupasangres, pero no eran ellos, estos sólo eran animales creados por los dioses. Volví a disparar a otro que sobrevolaba al grupo en círculos. - Joder… -Maldije cuando veía que descendían el vuelo para atacarnos. Otra flecha más salió de mi arco, atravesando una de las alas del más cercano, que chilló y empezó a aletear tratando de emprender el vuelo.

-¿Tú nunca lo has hecho?- respondió a la chica mientras cargaba un virote de la ballesta- Deberías probarlo, es uno de los grandes placeres de las cacerías-.

Aunque fuera una broma, una que quizás la chica no entendería, Marvilin Meyi estaba convencido de lo que decía. Al dormir desnudo, vulnerable, reafirmaba su posición autoritaria en la cacería. Era como decirles a los vampiros: “Miradme, me siento tan seguro en vuestro bosque que duermo en pelota picadas”.

Se ayudó de la boca para preparar el virote que estaba cargando. Tenía las manos ocupadas: la derecha sujetando la ballesta y la izquierda el fardo de virotes. El aspecto del cazador era enloquecedor. Reía, disparaba con la ballesta y escupía las motas de polvo que se le pegaban en la lengua a la hora de cargar la ballesta con la boca. Algunos de sus compañeros se alejaron de él; tenían miedo que les contagiase su locura. Imbéciles, no sabían que dentro de la locura se hallaba la genialidad. Meyi era el mejor en su trabajo. A pesar de estar desnudo y disparar con una sola mano, erró ni uno de sus disparos. A excepción de la chica escrupulosa que parecía que jamás había visto una polla, los demás no podían decir lo mismos. Acertaban uno de cada tres disparos. ¡Y da gracias que conseguían disparar! Eran lentos cargando las ballestas. Ni punto de comparación con Marvilin Meyi, quien usaba sin reparos la lengua con tal de cargar los virotes más deprisa.

-¡Haced el favor y dadle un premio a la capitana obviedad!- dijo señalando a la chica escrupulosa con el fardo de virotes. –Se llaman argazots, pero también les puedes llamar “zorros de los cojones que intenta matarnos”-.

La Cueva del Orbe Negro, aquel era el lugar donde Meyi se dirigía. Allí era donde los argazots ponían sus preciados y caros huevos. Fue una bruja, no recordaba el nombre de ésta, quien había contratado al cazador para que le trajera un par de aquellos huevos. Según creía, era un ingrediente esencial para la cura de la pandemia que asolaba Aerandir. Lo había visto ciento de veces, desde que empezaron a morir los primeros enfermos, cada dos días salía un nuevo brujo diciendo que conociendo un nuevo ingrediente secreto para la dichosa cura. Todo mentiras… No existía tal cura, sin embargo todos querían probar suerte. Mejor para el cazador, se estaba haciendo de oro cazando todos los animales exóticos que los alquimistas demandaban.

-Señoras y señores, allá dentro se esconde nuestro objetivo.- la ballesta de Meyi brilló en un tono anaranjado debido a las runas que había dibujado en ellas- ¡El último en llegar paga la primera ronda!-

Corrió como alma que lleva el diablo hasta la entrada de la caverna. Una vez en el umbral, disparó cuatro veces a la oscuridad. Los virotes se clavaron en la piedra y brillaron como luciérnagas naranjas. ¡Se hizo la luz! Ahora venía lo más complicado: encontrar los malditos huevos de argazots.


*   Cassandra C. Harrowmont: El objetivo final de este tema es sencillo; nada de decisiones complicadas ni giros inesperados: Debes entrar en el interior de la cueva, coger un par de huevos de argazots y salir con vida. Lanzarás la Voluntad de los Dioses; que sean ellos quienes digan si consigues salir más sana que salva o al revés.

Ese imbécil aparte de paleto era soez y me estaba costando mucho mantener la sonrisa y la buena educación de cara al gremio. Demasiado me estaba costando. Pero debía portarme bien, ya había hecho bastante mal al gremio como para echarme más enemigos a la espalda. Inspiré y expiré para no responder a ese tío tan desagradable aunque no pude evitar soltar un “¡que te jodan!” cuando me llamó “Capitana obviedad”. Él comentó cierta información sobre esos bichos, pero no presté mucha atención porque estaba intentando que no me cenaran.
Seguí disparando y rematando a los que estaban en el suelo. Eran tan grandes que no me extrañaba que los lugareños los tomasen por vampiros. Desde hacía un tiempo hasta ahora había mucho pánico generalizado hacia este tipo de animales, todos los vecinos de pequeñas villas temían que se convirtieran en un ser de la noche y los matasen.

Miré de reojo al tipo ese esperando que algún murciélago le arrancase el miembro de un bocado por ser tan soez de ir exhibiendo sus partes pudorosas a todo el mundo. ¿A quién se le ocurría dormir desnudo en medio de un campo? Parecía que buscaba la mutilación, el tonto.

Pero me dejé de fijar en él, más bien centré la atención en la apuesta que había hecho para ir dentro de la cueva y coger unos huevos de argazots. Salí corriendo tras él y, mientras clavaba las flechas y estas se iluminaban entré la primera a la cueva, con mi arco en ristre. Había recuperado las flechas que estaban atravesando a los animales en el suelo y ahora las usaría para los que me atacasen en el interior de ese lugar. Miré a todos lados. Al instante, nada más dar un paso en la cueva, una gran bandada de esos seres empezó a revolotear sin rumbo fijo, asustados por la luz. O enfadados, más bien. El estúpido del cazador había molestado a los bichos esos y se estaban alborotando.
¡Que les atacasen a ellos! Salté a un recoveco entre dos piedras y permanecí allí mientras veía cómo se movían por el aire con fiereza. En mi escondite no me encontraban, no sabían dónde estaba ni los murciélagos ni esos catetos. Y desde esa posición podía disparar al argazot que se acercara demasiado a mí.
De hecho, abatí a uno que sí había dado conmigo. El resto estaban bastante entretenidos con los otros y mejor, que siguieran así. Era culpa del cazador el haber iluminado la cueva, que se atuviera a las consecuencias.

Tal vez haber entrado en silencio, en la oscuridad… Pero tampoco sería esa buena idea. No sabíamos el alcance de los ojos de esos seres. A lo mejor nos veían antes que nosotros a ellos. Esto me recordó a cuando estuve en la cueva del acantilado, la primera vez que vi un vampiro. Me pareció tan repulsivo… Ese día, por una serie de catastróficas desdichas estaba con Anastasia.
Torcí el gesto al acordarme de mi antigua compañera de gremio. Ahora era mío y había conseguido superar un poco su muerte. De hecho, estaba aquí para intentar hacer resurgir a los cazadores de vampiros de Beltrexus, así que debía dejarme de cavilaciones y pensamientos e ir a realizar mi trabajo. Lancé otro virote contra un murciélago cercano y eché a correr, aprovechando que estaban entretenidos con los humanos.

No sabía si alguno de esos catetos me seguía o no, no miraba atrás nada más que para ver si había algún argazot cerca. Esquivé a uno que volaba hacia mí y luego lancé una flecha, que impactó en su ala derecha, haciendo que emitiera un sonido chirriante, que se escuchó en toda la cueva. La luz de los virotes del hombre me dejaban el camino despejado para alcanzar los huevos. La verdad es que no sé para qué los querían, pero si los buscaban es que te daban algo por ellos, así que me apunté sin pensarlo.
Yo eché a correr dispuesta a encontrarlos. Todo perfecto salvo por una “nimiedad”: no sabía cómo eran los huevos de esos bichos.  Me detuve un momento mirando a mi alrededor. ¿Qué podían ser? Lo primero en lo que me intenté fijar es en si había huevos “comunes”, de esos blancos. Pero nada. Con cuidado avancé un poco. Estaba mirando si había algo ovalado entre las rocas, en nidos sobre la pared o visibles en repisas. Pero nada. Aparte de arañas, ciempiés y gusanos no había más. - Joder… - No iba a preguntar a esos desgraciados, sería volver atrás y enfrentarme a los murciélagos. Y no quería.
Continué mi marcha, atenta a cualquier material que no fuera una roca, usando para eso mis poderes. Podía sentir qué materiales eran los que formaban la cueva, me servía para descartar otros materiales. Y entre ellos, un par de óvalos de color negro. No brillaban, estaban llenos de polvillo en algunas partes, lo que les confería un aspecto bastante descuidado. Me detuve a mirarlos y a comprobar, de nuevo, si mi poder hacía algo en esas cosas. Pero no.
Con cuidado acerqué la mano y, al ver que no pasaba nada, tomé uno.

huevos:

Soplé para apartar el polvo de la cáscara, pero no se quitó todo. De hecho, tenía textura áspera por la arenilla. Eran negros, muy extraños.

No me dio tiempo a ver mucho más, el ruido de una bandada de esos bichos me “despertó”, haciendo que tuviera que salir de allí corriendo. Estaba claro que eran sus huevos…  Y que yo era su presa. La dificultad estaba en esquivarlos mientras seguía agarrando los huevos, tratando de no chafarlos. Corrí hacia la salida de la cueva, haciendo que las estalactitas cayeran a mi paso, para interrumpir el vuelo de esos animales. Lo que no sabía era si esa técnica estaba siendo efectiva o no, porque no miraba ni para atrás.

En la cabeza de Meyi sonaron decenas de campanas que celebraban el triunfo de su cacería. Entre todos los cazadores que se unieron en la expedición, la mitad de ellos eran unos cobardes que no se atrevieron a entrar en la Cueva del Orbe Negro y la otra mitad unos inútiles que no sabían diferenciar entre un puñado de rocas negras y unos huevos de argazots, fue la chica escrupulosa, aquella que le había criticado por dormir desnudo, la que salió de la caverna con un puñado de huevos en la manos. Si no fuera tan arisca y desagradable, le daría un beso. ¡¿Qué coño?! Se lo dio igualmente. Le cogió desprevenida por el brazo y le dio un fuerte beso en la mejilla.

-¡Dadle el segundo premio de la noche a la capitana obviedad!- le dijo en cuanto le soltó.

No pidió permiso para coger los huevos de argazots a la chica, no lo necesitaba. Meyi había formado el grupo de cazadores, por lo tanto, él era el dueño de cada animal que ellos cazasen. Con un rápido movimiento de manos, introdujo todos los huevos en una bolsa de cuero, la misma que entregaría, días después, a los alquimistas para que hicieran sus malas curas contra la enfermedad de Dundarak (ninguna de ellas sirvió para nada). Mientras ponía, sin cuidado, los huevos en la bolsa, Meyi relamió los labios pensando en todo el dinero que iba a ganar con las ventas de los huevos. ¡Muchísimo!

Uno de los huevos comenzó a eclosionar. Meyi lo observó con un gesto vacilante, como si no pudiera creer lo que estaba pasando. No había pensado en la posibilidad de que los huevos nacieran antes de ser vendidos. Solo le interesaban los huevos, no lo que salía de ellos. Cogió el huevo que se movía solo en la bolsa y lo devolvió en las manos de la capitana obviedad no sin antes ponerse de rodillas como si estuviera pidiendo matrimonio; otra de sus malas bromas que solo a él le hacían gracia.

-Yo, Marvilin Meyi, en esta gloriosa noche de murciélagos y vampiros, hago entrega a la capitana obviedad de este huevo de argazot que nos unirá para siempre en eterno matrimonio.- Se puso de pie de un salto- Para que luego digas que no tengo detalles contigo, mujer-.


* Cassandra Cecilia Harrowmont: Has demostrado que no solamente cazas vampiros, también argazots. ¡Bien hecho! En unos días subiré el animal en el bestiaio.
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Objeto:Cría de argazot

cría de argazot:

¿Maldición?: En los próximos temas que te cruces con Meyi, esté te reconocerá como su esposa para hacerte picar.