[Trama de la guerra] Libre con condena (Ingela+Logia)
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[Trama de la guerra] Libre con condena (Ingela+Logia)
El viaje había sido largo y tedioso, sobre todo, tedioso. Recorrer la distancia desde Lunargenta a Dundarak en un carromato era eterno y la rabia de la elfa iba en aumento a cada día que pasaba allí metida. A veces pateaba los barrotes, presa de un ataque de ira incontenible. Quería salir de allí, lo necesitaba. No supo cuántos días habían pasado, pero por fin llegó a la ciudad de los dragones. Al atravesar las puertas de la muralla pareció encontrar la salvación, ya se acabaría ese horrible viaje…
Pero no fue así. Cambió el carromato con barrotes por una celda… ¡con vampiros! Ya el primer día trató de defenderse de ellos, evitando que probasen su sangre. Por suerte, la luz que sus dioses le dieron hacía daño a esos seres, pero su cansancio impedía que el don de Imbar saliera de su cuerpo. Si el viaje había sido largo, las noches en esa cárcel lo eran más, tratando de combatir contra el cansancio que impedía que pudiera combatir contra los chupasangres.
–Si me tocáis, os reduciré a cenizas, sanguijuelas –advirtió la pelirroja, aunque tal vez sólo funcionó el primer momento. La noche la pasó contemplando los rostros de esos seres, que la miraban como si fuera deliciosa. Y para ellos lo era, querían su sangre. Y el día llegó… pero la celda era oscura. La luz de Anar no llegaba hasta ahí para protegerla.
En un rincón, exhausta, trataba de mantenerse sentada, pero le era casi imposible. Y los vampiros aprovecharon para poder alimentarse de ella. Tan débil se encontraba, que apenas notaba las punzadas de los colmillos atravesar su piel. La cabeza se le caía hacia todos lados de tan poca fortaleza que tenía ya, independientemente de que le estuvieran drenando la sangre.
Por suerte, aunque Anar no la ayudó, sí lo hicieron un par de guardias que se encargaban de vigilar a los presos. Raudos entraron para intentar acabar con el festín que se pretendían dar los vampiros a costa de Helyare.
–¡Eh! ¡Fuera, sanguijuelas! –apareció uno de ellos con un mandoble, echando hacia atrás a los otros presos, liberando a la elfa de sus fauces. Su cuerpo cayó al suelo como si fuera el de una muñeca y, sin muchas contemplaciones, otro de los soldados la agarró de los brazos y tiró de ella para sacarla de esa celda.
–¿A quién se le ha ocurrido meterla con los vampiros? –preguntó uno de ellos, mientras vigilaba la puerta –, si Su Majestad quería mantenerla viva, en esta celda tiene pocas posibilidades.
–Ni idea, decían que había pocas celdas libres.
–Ya, pero, con vampiros…
–De hecho, nos queda una. Uno de los presos murió ayer –comentó el que llevaba el mandoble, que había acabado de poner a los vampiros pegados a la pared, y ahora retrocedía hasta salir de la celda. El que vigilaba la puerta, cerró con un fuerte estruendo.
Quien arrastraba a Helyare se detuvo unos segundos para buscar una libre. Tenían a multitud de rateros, ladronzuelos, estafadores… podían haberla metido en cualquiera de esas. Pero era tan agresiva que el peligro podía estar presente para los otros presos. Así que decidieron dejarla sola en la celda de al lado.
–¿Está viva? –preguntó el más anciano. Quien la trasportaba asintió, apartándole el pelo de la cara a Helyare.
–Está débil, más bien.
–Lógico, casi acaba de almuerzo de este puñado de chupasangres –chocó la punta del mandoble contra los barrotes, haciendo un estruendoso ruido.
–Ay, estos comeflores, ¿quién les mandará meterse con Su Majestad? Complicaron mucho las cosas… pero bueno, ganamos la guerra.
–Sólo estaba defendiendo su bosque como nosotros defenderíamos Dundarak, Sig.
–Pero atacó al rey, Harold, eso es pena capital –el aludido hizo una mueca y cerró la puerta de la nueva celda de la elfa, quien seguía tirada en el suelo.
–¿Para qué creéis que la quiere viva el rey? ¿Qué hará con ella? –los otros tres se encogieron de hombros.
–Nada bueno, seguro. Ya sabéis cómo se las gasta Su Majestad.
El destino no parecía alentador para la elfa, quien seguía casi incosciente por la extenuación que tenía. A los guardias, ya solo les quedaba seguir vigilando a los presos, sobre todo a los chupasangres, para que no armasen escándalo.
Pero no fue así. Cambió el carromato con barrotes por una celda… ¡con vampiros! Ya el primer día trató de defenderse de ellos, evitando que probasen su sangre. Por suerte, la luz que sus dioses le dieron hacía daño a esos seres, pero su cansancio impedía que el don de Imbar saliera de su cuerpo. Si el viaje había sido largo, las noches en esa cárcel lo eran más, tratando de combatir contra el cansancio que impedía que pudiera combatir contra los chupasangres.
–Si me tocáis, os reduciré a cenizas, sanguijuelas –advirtió la pelirroja, aunque tal vez sólo funcionó el primer momento. La noche la pasó contemplando los rostros de esos seres, que la miraban como si fuera deliciosa. Y para ellos lo era, querían su sangre. Y el día llegó… pero la celda era oscura. La luz de Anar no llegaba hasta ahí para protegerla.
En un rincón, exhausta, trataba de mantenerse sentada, pero le era casi imposible. Y los vampiros aprovecharon para poder alimentarse de ella. Tan débil se encontraba, que apenas notaba las punzadas de los colmillos atravesar su piel. La cabeza se le caía hacia todos lados de tan poca fortaleza que tenía ya, independientemente de que le estuvieran drenando la sangre.
Por suerte, aunque Anar no la ayudó, sí lo hicieron un par de guardias que se encargaban de vigilar a los presos. Raudos entraron para intentar acabar con el festín que se pretendían dar los vampiros a costa de Helyare.
–¡Eh! ¡Fuera, sanguijuelas! –apareció uno de ellos con un mandoble, echando hacia atrás a los otros presos, liberando a la elfa de sus fauces. Su cuerpo cayó al suelo como si fuera el de una muñeca y, sin muchas contemplaciones, otro de los soldados la agarró de los brazos y tiró de ella para sacarla de esa celda.
–¿A quién se le ha ocurrido meterla con los vampiros? –preguntó uno de ellos, mientras vigilaba la puerta –, si Su Majestad quería mantenerla viva, en esta celda tiene pocas posibilidades.
–Ni idea, decían que había pocas celdas libres.
–Ya, pero, con vampiros…
–De hecho, nos queda una. Uno de los presos murió ayer –comentó el que llevaba el mandoble, que había acabado de poner a los vampiros pegados a la pared, y ahora retrocedía hasta salir de la celda. El que vigilaba la puerta, cerró con un fuerte estruendo.
Quien arrastraba a Helyare se detuvo unos segundos para buscar una libre. Tenían a multitud de rateros, ladronzuelos, estafadores… podían haberla metido en cualquiera de esas. Pero era tan agresiva que el peligro podía estar presente para los otros presos. Así que decidieron dejarla sola en la celda de al lado.
–¿Está viva? –preguntó el más anciano. Quien la trasportaba asintió, apartándole el pelo de la cara a Helyare.
–Está débil, más bien.
–Lógico, casi acaba de almuerzo de este puñado de chupasangres –chocó la punta del mandoble contra los barrotes, haciendo un estruendoso ruido.
–Ay, estos comeflores, ¿quién les mandará meterse con Su Majestad? Complicaron mucho las cosas… pero bueno, ganamos la guerra.
–Sólo estaba defendiendo su bosque como nosotros defenderíamos Dundarak, Sig.
–Pero atacó al rey, Harold, eso es pena capital –el aludido hizo una mueca y cerró la puerta de la nueva celda de la elfa, quien seguía tirada en el suelo.
–¿Para qué creéis que la quiere viva el rey? ¿Qué hará con ella? –los otros tres se encogieron de hombros.
–Nada bueno, seguro. Ya sabéis cómo se las gasta Su Majestad.
El destino no parecía alentador para la elfa, quien seguía casi incosciente por la extenuación que tenía. A los guardias, ya solo les quedaba seguir vigilando a los presos, sobre todo a los chupasangres, para que no armasen escándalo.
Helyare
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Re: [Trama de la guerra] Libre con condena (Ingela+Logia)
Qué agradable era volver a Dundarak cuando la temporada fría estaba a punto de comenzar. Echaba de menos su hogar, su nieve, el vaho que se formaba al hablar, la comida muy caliente y las masitas fritas con miel. También las noches largas y estrelladas, ver el pico más alto completamente blanco, las guerras con bolas de nieve ese año serían maravillosas con Fëanor, Zatch y Helyare...
Zatch... el rostro de la dragona se entristeció al pensar en el zorro. ¿Dónde estará? ¿Seguirá vivo? ¿Pensará en ella? ¿Todavía la querría?
Exhaló despacio, aguantando las ganas de llorar. Su mirada bajó hasta sus manos, que sujetaban las riendas del caballo que avanzaba lento por el camino. Ella iba al final de una caravana de sobrevivientes de la guerra, muchos que habían salido a luchar contra los vampiros y sus aliados no regresaron, así que aquel grupo era relativamente pequeño en comparación con el que había salido meses atrás. De hecho iba de escolta, pues en aquella caravana iban algunos carromatos con presos, aquellos que no habían querido meter en la prisión de la base de los biocibernéticos por no considerarse tan peligrosos. Ella no tenía idea de quiénes iban allí, por el momento. Así que asumía que eran delincuentes de poca monta, cuyo mayor castigo sería soportar el invierno en las heladas jaulas de los dragones.
Mejor no pensar en el zorro. Mejor no pensar en hombres. ¿Cómo estará Oma Elle? Eso, mejor pensar en la familia y en lo primero que haría ni bien llegara a su casa. Bueno, más bien después del tremendo regaño que recibiría de su padre. Sonrió de medio lado. Se imaginaba la angustia de sus padres todo este tiempo. No, no se la llevaría fácil. -Seguro me castigarán- pensó. Pero aquel castigo sería muy bienvenido, lo aceptaría contenta. De hecho, ojalá la dejaran encerrada en su habitación, ya estaba agotada de tanto viajar.
Pero Ingela ya no era la misma niña que había salido de Dundarak dos años atrás. Ni siquiera podía decir que lucía exactamente igual. El casancio se le notaba en el rostro, al igual que los horrores que había tenido que vivir. Se podía decir que lucía apagada. Hasta ella misma se daba cuenta de que algo se había perdido en su personalidad. Eso era la inocencia. La forma alegre y confiada de ver la vida que solía tener, eso había cambiado mucho, un vuelco completo. Sí, había felicidad, alegría y dicha. Habían momentos de éxtasis y furor, pero también de completa soledad, de total desolación. Conoció la crueldad de los seres de primera mano y sobre todo, conoció la propia. Ingela, la joven dragona, ahora sabía que era capaz de asesinar y que disfrutaba de hacerlo.
-¿Por qué termino pensando estas cosas?- pensó, inhaló hondo y cerró los ojos, apretando los párpados. Al abrirlos resopló. Ya estaba cerca de Dundarak, ya estaba llegando a casa y no quería que la vieran así, desanimada y triste. Así que comenzó a sonreír, aunque para ser honestos, le contó mucho hacerlo al principio. Sabía que no eran sonrisas honestas, eran prácticamente por compromiso. Pero luego le salieron mejor porque comenzó a imaginarse frente a su familia.
Al anochecer, llegaron a Dundarak. Se acercó al líder del pelotón y solicitó permiso de ir a ver inmediatamente a su familia -Solo porque sé de quién eres hija... te permitiré partir- fue la respuesta del viejo soldado, que le dedicó una sonrisa agotada a la muchacha y anotó su nombre en una planilla que llevaba. Ella devolvió la montura y se fue caminando hacia su hogar.
Estuvo un buen rato frente a su casa. Se sentía nerviosa e incluso con algo de temor. Podía ver lumbres encendidas en el interior. Le tomó mucho reunir el valor para dar los últimos pasos que la acercaron a la puerta y tocar.
Zatch... el rostro de la dragona se entristeció al pensar en el zorro. ¿Dónde estará? ¿Seguirá vivo? ¿Pensará en ella? ¿Todavía la querría?
Exhaló despacio, aguantando las ganas de llorar. Su mirada bajó hasta sus manos, que sujetaban las riendas del caballo que avanzaba lento por el camino. Ella iba al final de una caravana de sobrevivientes de la guerra, muchos que habían salido a luchar contra los vampiros y sus aliados no regresaron, así que aquel grupo era relativamente pequeño en comparación con el que había salido meses atrás. De hecho iba de escolta, pues en aquella caravana iban algunos carromatos con presos, aquellos que no habían querido meter en la prisión de la base de los biocibernéticos por no considerarse tan peligrosos. Ella no tenía idea de quiénes iban allí, por el momento. Así que asumía que eran delincuentes de poca monta, cuyo mayor castigo sería soportar el invierno en las heladas jaulas de los dragones.
Mejor no pensar en el zorro. Mejor no pensar en hombres. ¿Cómo estará Oma Elle? Eso, mejor pensar en la familia y en lo primero que haría ni bien llegara a su casa. Bueno, más bien después del tremendo regaño que recibiría de su padre. Sonrió de medio lado. Se imaginaba la angustia de sus padres todo este tiempo. No, no se la llevaría fácil. -Seguro me castigarán- pensó. Pero aquel castigo sería muy bienvenido, lo aceptaría contenta. De hecho, ojalá la dejaran encerrada en su habitación, ya estaba agotada de tanto viajar.
Pero Ingela ya no era la misma niña que había salido de Dundarak dos años atrás. Ni siquiera podía decir que lucía exactamente igual. El casancio se le notaba en el rostro, al igual que los horrores que había tenido que vivir. Se podía decir que lucía apagada. Hasta ella misma se daba cuenta de que algo se había perdido en su personalidad. Eso era la inocencia. La forma alegre y confiada de ver la vida que solía tener, eso había cambiado mucho, un vuelco completo. Sí, había felicidad, alegría y dicha. Habían momentos de éxtasis y furor, pero también de completa soledad, de total desolación. Conoció la crueldad de los seres de primera mano y sobre todo, conoció la propia. Ingela, la joven dragona, ahora sabía que era capaz de asesinar y que disfrutaba de hacerlo.
-¿Por qué termino pensando estas cosas?- pensó, inhaló hondo y cerró los ojos, apretando los párpados. Al abrirlos resopló. Ya estaba cerca de Dundarak, ya estaba llegando a casa y no quería que la vieran así, desanimada y triste. Así que comenzó a sonreír, aunque para ser honestos, le contó mucho hacerlo al principio. Sabía que no eran sonrisas honestas, eran prácticamente por compromiso. Pero luego le salieron mejor porque comenzó a imaginarse frente a su familia.
Al anochecer, llegaron a Dundarak. Se acercó al líder del pelotón y solicitó permiso de ir a ver inmediatamente a su familia -Solo porque sé de quién eres hija... te permitiré partir- fue la respuesta del viejo soldado, que le dedicó una sonrisa agotada a la muchacha y anotó su nombre en una planilla que llevaba. Ella devolvió la montura y se fue caminando hacia su hogar.
Estuvo un buen rato frente a su casa. Se sentía nerviosa e incluso con algo de temor. Podía ver lumbres encendidas en el interior. Le tomó mucho reunir el valor para dar los últimos pasos que la acercaron a la puerta y tocar.
Ingela
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