La Encrucijada [3/3] [Interpretativo] [Libre]
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Re: La Encrucijada [3/3] [Interpretativo] [Libre]
No fue misterio para Alexandra el darse cuenta que se había excedido nuevamente en la forma de expresarse, quizás empujada por el reciente fervor de la batalla y otro poco por sus torpes formas de comunicación. Afortunadamente, Helena había tomado la situación a bien y no consideró que se debían tener compromisos de un nivel tan alto. Y también por fortuna que Eltrant lo entendió de esa forma, pero el que le repitiera el gesto la dejó algo sorprendida, ya que no esperaba a que repitiera el gesto.
Aquello le agradaba, pero sentía que si intentaba expresarlo de alguna forma, terminaría con algo equivalente al juramento de un caballero a su rey, y le bastaba suficiente vergüenza por esta noche. Pero le gustaba, de la misma forma en que ambos la trataban de Alex en vez de su nombre completo, aunque no sabía si podría acostumbrarse a ello.
Fue la última en entrar, cerrando la puerta. Observó como la posadera quedó descansando en un costado de la posada, mientras los inquilinos temporales pasaban lentamente del miedo a un estado menos temeroso, aunque manteniendo el susto en sus corazones. Algunos no parecían creer que realmente había acabado todo, pero la apariencia de los tres guerreros contaba la historia por si misma. La mujer bestia ni se molestó en preguntar por una habitación, simplemente entró a una que se encontraba sin uso y encendió la vela para no quedar a ciegas. Siquiera pensó en si debía tomarse esa libertad, pero habían salvado las vidas de la posada y trajeron de vuelta a la encargada, mínimo se merecía un espacio de algunos metros cuadrados para dormir.
Y si eso fallaba, tomaría la invitación de Eltrant de pedir lo que quisieran con libertad.
Sus ropas permanecían en un estado deplorable gracias a la pelea y a la ducha nocturna involuntaria, por lo que las dejó a un lado, esperando a que mañana en la mañana estuvieran más secas. También era gracias al hechizo de la Tensai que sus heridas se habían lavado de su cuerpo, por lo que ya no se encontraba ensangrentada por los ligeros cortes que había recibido, pero aquello no la detuvo para sacar vendajes entre sus pertenencias y comenzar el arduo camino de la recuperación. Y digo arduo porque cada movimiento que hacía se hacía más doloroso que el anterior. Y es que la adrenalina de la acción había abandonado su cuerpo, dejandola como si hubiera caído un muro de ladrillos encima suyo.
Cuando terminó de vendarse, estaba lista para rendirse ante el sueño y el cansancio, pero mientras su cuerpo se dejaba, su mente no pudo evitar pensar de forma distinta. Y es que cuando cerraba sus ojos para intentar dormir, volvía a abrirlos y dirigir su mirada hacia la ventana que mostraba la luna.
“¿Y si hubiera hecho algo distinto?”
Miraba su mano herida, pensando en qué hubiera pasado si no se hubiera lanzado en aquel entonces para intentar salvar a la mujer que llevaba la posada. ¿Acaso hubieran llevado a esa criatura gigante a la posada en vez de las criaturas que manejaba? ¿Habrían habido más muertos o lastimados? ¿La posadera hubiera sufrido un destino aún más cruel?
Pero aquellas no eran las únicas preguntas que inundaban su cabeza. ¿Hizo bien al enfrentarse a algo que desconocía por completo? ¿Y si hubiera dudado en el momento más crítico? ¿Habría podido aguantar más tiempo si sus compañeros hubieran tardado más en llegar? Y si no hubieran estado ahí, ¿podría haber hecho algo para marcar la diferencia, para ayudar al resto?
Antes de poder responder algunas, o dejar más preguntas sin respuestas, su mente lentament abandonó la consciencia, dejando aquellas preguntas sin respuesta. Aunque, cuando cantó el primer galló que daba fin a la madrugada, la mujer también se levantó, verificando que, como pensaba, sus ropas se mantenían mojadas.
- … ze, el invierrno ez pézimo para la rropa.
Salió de su habitación solo envuelta en una capa de viaje, para ver que, aunque las cosas estaban más tranquilas, seguía habiendo cierta tensión en el ambiente. Algunos clientes se mantenían despiertos por el miedo de si algo más volvía, otros yacían dormidos junto con botellas de licor, mientras que el posadero parecía haber estado despierto toda la noche cuidando de su esposa. Algunas miradas se quedaron siguiéndola, mientras que salía por un costado de la posada. Quedaron extrañados de ver que no les dirigió la palabra ni nada, pensando incluso que había decidido marcharse del lugar, pero cuando volvieron a verla por una de las ventanas del lugar, pudieron ver como comenzaba a manejar su lanza con una mano, como si estuviera más preocupada de lo que ocurría en su mente.
Lentamente, las posiciones que usaba imitaban a las de pelea, pero la diferencia es que se quedaba quieta a momentos para retomar un flujo lento y calmado, como si fuera parte de un entrenamiento que concentraba la esencia física con la mental, pero también encerraba un significado más personal para la mujer bestia.
Cada movimiento que hacía repetía la forma en que anoche había peleado contra esas criaturas. Y cuando se detenía, el mismo pensamiento volvía a su mente:
“¿Y si hubiera hecho algo distinto?”
No podía evitar pensar en si hubiera sido una mejor opción moverse a la derecha en vez de la izquierda, de atacar en vez de defender, de saltar en vez de presionar. En cada momento, recreaba el escenario que había vivido anoche y se preguntaba si podía haber hecho algo mejor, si hubiera sido menos herida, haber manejado mejor su ira o miedo… y cuando volvía a moverse, olvidaba todo eso para volver a entrenar, a volver a sentirse viva.
Quizás para muchos, la meditación y la paciencia eran las virtudes que los llevaban a la iluminación filosófica que necesitaban para encontrar las respuestas, pero Alexandra no tenía aquellas capacidades. En contraste, encontraba la tranquilidad cada vez que sentía que su cuerpo se movía y blandía su arma. A veces su mente se imaginaba a sus posibles contrincantes, exigiendo el choque de las armas, el esquivar ataques, repeler fuerzas… la hacían sentir viva, más en aquel momento que nunca.
Aunque, por sus heridas, no pudo evitar encorvarse como una anciana de 80 años que se queja de sus dolores reumáticos o de cadera cuando terminó.
Aquello le agradaba, pero sentía que si intentaba expresarlo de alguna forma, terminaría con algo equivalente al juramento de un caballero a su rey, y le bastaba suficiente vergüenza por esta noche. Pero le gustaba, de la misma forma en que ambos la trataban de Alex en vez de su nombre completo, aunque no sabía si podría acostumbrarse a ello.
Fue la última en entrar, cerrando la puerta. Observó como la posadera quedó descansando en un costado de la posada, mientras los inquilinos temporales pasaban lentamente del miedo a un estado menos temeroso, aunque manteniendo el susto en sus corazones. Algunos no parecían creer que realmente había acabado todo, pero la apariencia de los tres guerreros contaba la historia por si misma. La mujer bestia ni se molestó en preguntar por una habitación, simplemente entró a una que se encontraba sin uso y encendió la vela para no quedar a ciegas. Siquiera pensó en si debía tomarse esa libertad, pero habían salvado las vidas de la posada y trajeron de vuelta a la encargada, mínimo se merecía un espacio de algunos metros cuadrados para dormir.
Y si eso fallaba, tomaría la invitación de Eltrant de pedir lo que quisieran con libertad.
Sus ropas permanecían en un estado deplorable gracias a la pelea y a la ducha nocturna involuntaria, por lo que las dejó a un lado, esperando a que mañana en la mañana estuvieran más secas. También era gracias al hechizo de la Tensai que sus heridas se habían lavado de su cuerpo, por lo que ya no se encontraba ensangrentada por los ligeros cortes que había recibido, pero aquello no la detuvo para sacar vendajes entre sus pertenencias y comenzar el arduo camino de la recuperación. Y digo arduo porque cada movimiento que hacía se hacía más doloroso que el anterior. Y es que la adrenalina de la acción había abandonado su cuerpo, dejandola como si hubiera caído un muro de ladrillos encima suyo.
Cuando terminó de vendarse, estaba lista para rendirse ante el sueño y el cansancio, pero mientras su cuerpo se dejaba, su mente no pudo evitar pensar de forma distinta. Y es que cuando cerraba sus ojos para intentar dormir, volvía a abrirlos y dirigir su mirada hacia la ventana que mostraba la luna.
“¿Y si hubiera hecho algo distinto?”
Miraba su mano herida, pensando en qué hubiera pasado si no se hubiera lanzado en aquel entonces para intentar salvar a la mujer que llevaba la posada. ¿Acaso hubieran llevado a esa criatura gigante a la posada en vez de las criaturas que manejaba? ¿Habrían habido más muertos o lastimados? ¿La posadera hubiera sufrido un destino aún más cruel?
Pero aquellas no eran las únicas preguntas que inundaban su cabeza. ¿Hizo bien al enfrentarse a algo que desconocía por completo? ¿Y si hubiera dudado en el momento más crítico? ¿Habría podido aguantar más tiempo si sus compañeros hubieran tardado más en llegar? Y si no hubieran estado ahí, ¿podría haber hecho algo para marcar la diferencia, para ayudar al resto?
Antes de poder responder algunas, o dejar más preguntas sin respuestas, su mente lentament abandonó la consciencia, dejando aquellas preguntas sin respuesta. Aunque, cuando cantó el primer galló que daba fin a la madrugada, la mujer también se levantó, verificando que, como pensaba, sus ropas se mantenían mojadas.
- … ze, el invierrno ez pézimo para la rropa.
Salió de su habitación solo envuelta en una capa de viaje, para ver que, aunque las cosas estaban más tranquilas, seguía habiendo cierta tensión en el ambiente. Algunos clientes se mantenían despiertos por el miedo de si algo más volvía, otros yacían dormidos junto con botellas de licor, mientras que el posadero parecía haber estado despierto toda la noche cuidando de su esposa. Algunas miradas se quedaron siguiéndola, mientras que salía por un costado de la posada. Quedaron extrañados de ver que no les dirigió la palabra ni nada, pensando incluso que había decidido marcharse del lugar, pero cuando volvieron a verla por una de las ventanas del lugar, pudieron ver como comenzaba a manejar su lanza con una mano, como si estuviera más preocupada de lo que ocurría en su mente.
Lentamente, las posiciones que usaba imitaban a las de pelea, pero la diferencia es que se quedaba quieta a momentos para retomar un flujo lento y calmado, como si fuera parte de un entrenamiento que concentraba la esencia física con la mental, pero también encerraba un significado más personal para la mujer bestia.
Cada movimiento que hacía repetía la forma en que anoche había peleado contra esas criaturas. Y cuando se detenía, el mismo pensamiento volvía a su mente:
“¿Y si hubiera hecho algo distinto?”
No podía evitar pensar en si hubiera sido una mejor opción moverse a la derecha en vez de la izquierda, de atacar en vez de defender, de saltar en vez de presionar. En cada momento, recreaba el escenario que había vivido anoche y se preguntaba si podía haber hecho algo mejor, si hubiera sido menos herida, haber manejado mejor su ira o miedo… y cuando volvía a moverse, olvidaba todo eso para volver a entrenar, a volver a sentirse viva.
Quizás para muchos, la meditación y la paciencia eran las virtudes que los llevaban a la iluminación filosófica que necesitaban para encontrar las respuestas, pero Alexandra no tenía aquellas capacidades. En contraste, encontraba la tranquilidad cada vez que sentía que su cuerpo se movía y blandía su arma. A veces su mente se imaginaba a sus posibles contrincantes, exigiendo el choque de las armas, el esquivar ataques, repeler fuerzas… la hacían sentir viva, más en aquel momento que nunca.
Aunque, por sus heridas, no pudo evitar encorvarse como una anciana de 80 años que se queja de sus dolores reumáticos o de cadera cuando terminó.
Alexandra Whiskers
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