Cosecha de puertas malditas [Libre] [Samhain 2019]

Off:

    Chimar accedió a seguir el plan de Kendo, y luego avanzamos por la esfera sin perder tiempo. En el camino me mantuve en silencio, con una expresión seria en mi rostro. En mi mente, sin embargo, mis pensamientos hacían demasiado ruido. Maldije nuestra suerte. Después de lo que tuvimos que pasar, volver a casa no fue el final de nuestra odisea. Aún quería descansar, pero tenía, debía, ignorar mis deseos, por el bien de desconocidos. Y ni siquiera pude disculparme con Chimar y Canel, aún.

    Además, había algo en lo que no dejaba de pensar, algo que me preocupaba.

    Al principio, el querer disculparme con los infantes me hizo estar de acuerdo con tener como prioridad salvar a los demás en la esfera. Sin embargo, luego de pensarlo, me pregunté si estaba traicionando mis principios, y temí que la respuesta fuese positiva.

    Salvar a los niños era importante, pero verificar que los insectos del otro mundo no habían accedido al nuestro lo era mucho más. Si uno de estos insectos, de alguna forma, no solo llegó a Aerandir sino que también salió de la esfera, debíamos eliminarlo cuanto antes, sin importar si eso significaba dejar morir a los compañeros de Chimar.

    «Asesinar a un inocente para salvar a dos, asesinar a dos para salvar a tres, asesinar a tres para salvar a cuatro», eso era lo que yo mismo había dicho momentos atrás.

    En cuanto Kendovlah dijo que luego de salvar a Bee y a Iliaki es que Chimar podría verificar cuántos escarabajos llegaron a nuestro mundo, no pude resistirlo más. Era demasiado tiempo valioso, suficiente para que problemas verdaderamente graves nacieran.

    Abrí la boca, pero ninguna queja salió. Me detuve al recordar algo que resultaba demasiado oportuno para ese momento. Miré a Xana.

    –¿Tienes el mapa vacío? –le pregunté.

    Al ver mi expresión, adoptó la misma seriedad.

    –Sí –contestó. No tardó en encontrar el pergamino en su pequeño bolso y sacarlo–. ¿Lo uso ahora? –Al verme asentir, canalizó su éter hacia el objeto, activando así su hechizo.

    –Esto no solo se convertirá en un mapa de la esfera –empecé a explicar al resto del grupo–, sino que también nos indicará la ubicación de los gorriones. Si tenemos suerte, puede que incluso nos indique si hay escarabajos aquí y dónde están, incluso. O… eso es lo que debería hacer, en teoría. La verdad es que nunca lo he usado antes, así que no sé qué tan fiable es.

    Diversas líneas y símbolos fueron apareciendo en el pergamino. En cuestión de segundos, ya teníamos el mapa de la esfera, completo o incompleto, con cada ser vivo representado de maneras distintas; una espada celeste, un báculo, un par de ballestas de diferentes colores, una tuerca, un ojo y una pieza del ajedrez éramos nosotros, al parecer.^[1]

    Ante el comentario de Kendovlah, ladeé la cabeza y le ofrecí brevemente una pequeña sonrisa.

    Minutos atrás estábamos atrapados en un mundo destruido por infantes poseídos, y ahora teníamos que lidiar en nuestro propio mundo con los insectos responsables de aquello. Aun así, ¿era la ocasión en la que mejor había trabajado con elfos? Al considerarlo, no supe si me molestaba más que los abraza árboles no pudieran llevarse bien con los brujos o que yo era elfo.

    Dejé tales pensamientos irrelevantes de lado cuando el brujo mencionó el cambio de planes. Mi única respuesta fue asentir con la cabeza.

    Sacó una piedra de uno de sus bolsillos y, sin soltarla, la colocó sobre mi mano. Dijo que necesitaba mi éter, y eso lo entendí, pero su inesperado cambio de actitud se me hacía… sospechoso. Cuando apartó la mirada, instintivamente miré hacia la misma dirección que él, creyendo que detectó alguna posible amenaza. Al no encontrar nada, potencié mis ojos concentrando éter en ellos. Aun así, seguí sin encontrar algo que pareciera peligroso. Eso me confundió más, algo reflejado en mi ceño fruncido.

    Xana, por su parte, solo nos observó. No tardó en notar lo que sucedía, entonces tuvo que contener una sonrisa; no era el mejor momento para reírse del par de tontitos ante ella. Además, reírse de Kendovlah sería igual que reírse de ella misma y de sus numerosos intentos fallidos de hacerme entender indirectas, y eso también le haría deprimirse un poco.

    Me resigné, por el momento, de entender lo que sucedía con Kendovlah. Tomé la piedra y dejé que mi energía fluyera hacia ella, la cubriera y la llenara, en armonía con el éter ajeno. Luego avanzamos hacia la instancia donde estaba Bee.

    Suspiré al ver al infante rodeado de abejas.

    –Vale, aquí vamos –murmuré. Eché un vistazo rápido al escenario–. Sería estupendo si…

    –Sí, está bien –intervino Xana, extendiendo un brazo al frente–. Haré que sea estupendo.

    Una pequeña esfera de energía salió de su mano, y levitó alrededor de Bee. Este, alerta y en una postura defensiva, tuvo que girarse y alejarse buscando mantenernos a todos en su rango de visión. Y cuando su espalda estuvo a mi vista, así como el animal en ella, realicé el lanzamiento.

    Un impacto contundente pero insignificante de la roca contra el escarabajo precedió al estallido, un resplandor dorado. Cálido para nosotros, pero mortalmente abrasador para el insecto.

    Al igual que con el que lidiamos antes, las llamas doradas le cubrieron. El niño gritó y se agitó, reflejando el dolor que solo existía en quien lo manejaba a él, y el vuelo de las abejas se volvió frenético y descontrolado. El escarabajo abandonó a su huésped, finalmente, buscando escapar.

    Varios virotes disparados por la pareja de extranjeros terminaron por sellar su inevitable final.

    Luego de que el brujo se encargara de algunas abejas, Xana quiso acercarse al infante, pero se detuvo antes de dar el primer paso; la inesperada voz de Chimar, de pronto, se escuchó con claridad desde distintas zonas de la Esfera, dándole instrucciones e información de la situación a los gorriones.

    –Interesante forma de comunicarse –comenté–. Lo necesito en mi casita –agregué, ligeramente más relajado al creer que faltaba muy poco para dar por resuelto el problema de los escarabajos invasores.

    –¿Lo necesitas en una casita tan pequeña? –inquirió Xana, una ceja enarcada, y compartiendo mi sentimiento de alivio–. Puedes gritar en cualquier habitación y todos te escucharán claramente –aseguró.

    –Gritar es mucho trabajo –dije con una sonrisa perezosa.

    Xana respondió con una exhalación profunda y luego negando con la cabeza con los ojos cerrados, aunque con las comisuras de sus labios alzadas. Ese asomo de sonrisa desapareció para oír al brujo, recordando que aún no habíamos terminado nuestra misión. Contrastando con la calma de él, ella asintió con la mandíbula tensa, reprochándose interiormente por bajar la guardia de nuevo. Luego de lo de la niña siendo poseída en el otro mundo, no podía permitirse relajarse hasta que todos, finalmente, estuvieran a salvo.

    Después de cumplir la petición, ella, el brujo y yo, separándonos de los otros, avanzamos al siguiente punto.

    El viaje fue tranquilo hasta que los sistemas de iluminación volvieron a funcionar repentinamente. Fui tomado por sorpresa por un veloz azote en mi trasero. El golpe sacudió mi glúteo, y, al recordar de inmediato y de forma involuntaria la nalgada divina que recibí de una entidad invisible, un escalofrío y un extraño cosquilleo recorrieron el resto de mi cuerpo.

     No obstante, aunque yo fui el que recibió el azote, fue Xana la primera en percatarse de que fui tocado, a pesar de que ella ni siquiera estaba mirando en mi dirección.

    Ambos nos giramos hacia el brujo, Xana más rápida que yo. Tardé unos segundos en deducir lo que había pasado, y no supe cómo reaccionar. ¿Qué debía hacer en ese tipo de situaciones? ¿Qué debía decir para que la inmensa incomodidad desapareciera?

    Fue entonces cuando noté que el aire se había vuelto inusualmente… pesado, la temperatura había incrementado y había una presencia feroz que hacía gritar a mis instintos de supervivencia. Cauteloso, temeroso, giré mi cabeza hacia un lado, hacia el origen de aquello que hacía que el éter sobre su propia piel se tornara tempestuoso y corrosivo.

    Xana.

    El día en que la conocí, para salvarnos de una manada de lobos que aparecieron por todas partes, liberó una gran cantidad de éter para encargarse de todos ellos. No fue éter oscuro; el de los vampiros nunca podría imitarle. Era una energía mucho más aterradora, como si contuviera las peores maldiciones en ella.

    Ahora Xana ya no era una nigromante. Aun así, a pesar de la serenidad pintada en su rostro, el aura que cubría su cuerpo en este momento, aunque invisible, era mucho más espeluznante y mortífero que ningún otro que hubiera sentido.

    –C-como sea, aún hay… un niño que salvar –dije, nervioso–. Sigamos, con más cuidado –agregué reanudando la caminata, andando ahora con un poco más de prisa.

    Un par de segundos después, Xana, aún en su sitio, le regaló una sonrisa fugaz al brujo y, por fin, dejó de mirarlo fijamente para seguirme. Su aura mortal se desvaneció poco después, cuando estábamos cerca del último objetivo.

    –Está cerrada –noté al llegar a la habitación. La puerta no tenía cerraduras, sino un bloque de botones con números. Algo extraño para mí–. Abre la puerta, niño, venimos a llevarte a un lugar seguro –pedí, elevando un poco el volumen de mi voz.

    Silencio.

    –Bueno, lo intenté –dije entonces, encogiéndome de hombros–. Destruiré la puerta. –Cargué mi espada con mi éter.

    –No seas bruto –espetó Xana. Se acercó a la puerta y examinó de cerca los botones numéricos–. Intentemos… tocar… –Presionó el número 7. La puerta se abrió de golpe. Ambos dimos un respingo.

    Pensé que Xana sabía, de alguna manera, cómo funcionaba aquello, pero ella solamente eligió al azar y la suerte jugó a nuestro favor. Ninguno de los dos dedujimos lo correcto: la puerta se abría presionando cualquier botón.

    –¡¿Q-quiénes son ustedes?! –exigió saber el infante en el interior, aunque con la voz temblorosa. La oscuridad en la habitación me impedía ver su ubicación. Pero que pudiera hablar era un alivio: significaba que no estaba poseído.

    –So… –Un golpe seco resonó, un dolor agudo punzó mi frente, me tambaleé y luego una pequeña escultura de madera de un caballero caricaturizado cayó en el suelo.

    En ese momento decidí algo muy importante. Si algún día tenía un hijo, le daría juguetes hechos de materiales suaves, como muñecos de trapo.

Off:

    Xana se acercó a mí, lentamente, tranquilamente, mientras Kendo se encargaba del niño. Le echó una breve mirada a mi frente, despreocupada, y luego desvió su mirada hacia el brujo.

   «¿Si me dan una nalgada casi explota, pero me golpean con un juguete y eso no le importa?», me pregunté, un poco indignado. «Pero, tal vez, si hubiera sido un juguete sexual habría sido muy diferente», pensé, intrigado. Sacudí la cabeza para despejar esos pensamientos innecesarios.

   –¿Qué le pasó a Bee? –preguntó el niño.

   –Está bien –dije sencillamente–. Le lanzamos una piedra explosiva…

   –¡¿Qué?! –soltó horrorizado.

   –Y así quemamos al escarabajo gigante que le estaba comiendo el cerebro –finalicé, y de inmediato recibí un fuerte manotazo en la parte posterior de mi cabeza por parte de Xana.

   –Es una larga historia, pequeño –le dijo ella–, pero lo importante es que ya está sano y salvo, igual que tus demás hermanos –agregó con suavidad, regalándole una sonrisa inusualmente maternal.

   El infante nos observó, temor escondido tras el recelo en su mirada. Finalmente, su atención aterrizó en el juguete de madera.

   –V-vale –murmuró–, aún no confío en ustedes, y mucho menos en ese elfo cubierto de algo que me da mala espina, pero –agregó, y tomó el juguete rápidamente– prefiero hacer caso para que no me lleven a la fuerza. Ah, y si los veo hacer algo raro, me escaparé –advirtió con ceño fruncido, como si tuviera alguna autoridad.

   –Excelente –dije con una sonrisa felina–. No es como si tuvieras la más mínima oportunidad de escapar de mí, pero intentaré ser menos raro que de costumbre.

   –Rauko, por favor, ya es difícil confiar en ti con lo sucio que estás. No lo compliques más –pidió Xana.

   Suspiré.

   –Bien –musité. Entonces miré al niño a los ojos–. Pase lo que pase, te llevaremos sano y salvo con Chimar –le prometí, seguro de ello.

    Luego de tanta charla innecesaria, por fin nos dirigimos donde estaba el resto. Y al tener al niño restante bajo nuestra protección y que no había señales de más escarabajos, yo estaba libre de preocupaciones y con el deseo de volver a mi cama haciéndose cada vez más presente.

   Xana, aunque se mantenía alerta, también estaba más relajada que antes. Sin embargo, la paz que teníamos le permitía volver a pensar en cierto asunto pendiente. De hecho, incluso consideró hacerle una pregunta sobre eso a Kendovlah, pero… no confiaba mucho en él luego de lo de la nalgada. También pensó sobre el par de extranjeros, quienes tendrían que empezar una nueva vida en un mundo diferente, algo en lo que no les vendría nada mal algo de ayuda.

   Cuando llegamos a nuestro destino, el niño dudó unos instantes antes de acercarse a sus hermanos, quienes se encargaron de examinarlo en busca de heridas y de explicarle la situación.

   –Supongo que… todo ya está bien ahora –comenté. Y cerré los ojos, anhelando dormir, mi recompensa por todo el esfuerzo.

   –Si es así, deberías tomarte un baño cuanto antes –sugirió Xana–. Tu olor es peor que la habilidad de Kendovlah para ligar contigo –bromeó.

   –¡¿Qué?! –exclamé, tomado totalmente por sorpresa por el dato sobre el brujo.

—¿Y ya está? —preguntó Vande, temerosa de permitirse siquiera imaginar que todo hubiera  acabado por fin.

—¿Estamos seguros de que ninguna de esas cosas ha salido de aquí?  —preguntó también Jomul, incapaz de relajarse.

—Lo he comprobado tres veces —respondió un Chimar mucho más tranquilo al ver a sus hermanos sanos y salvos junto a él—, ninguna puerta ni escotilla ha sido abierta desde que yo mismo invité a entrar a nuestros amigos. Nada ha podido salir de la Esfera.

—¿Cómo sabemos que no hay alguno dentro? —insistió Jomul.

—¿Queda algún otro niño por ahí? —fue la pregunta de Vande.

—Estamos todos aquí —confirmó uno de los muchachos—, no había nadie más dentro. ¿Qué ha pasado?

—Nada —dijo el joven Maquiavelo—, todo está bien ahora. Si hubiera más vendrían a donde hay niños y los veríamos llegar —añadió con expresión resuelta, casi desafiante, mirando a los adultos.

—Ya todo pasó —murmuró Canel alzando tímidamente los brazos hacia Vande.

Como si hubiera estado esperando esa señal, la mujer se derrumbó en aquel preciso momento. Se arrodilló junto al chiquillo y se dejó abrazar mientras el llanto se apoderaba por completo de todo su cuerpo. No recordaba la última vez que había tenido en torno a su cuello los tiernos bracitos de un infante. Pensó en todo lo que había perdido y su llanto se hizo más intenso.

Jomul se acercó a ella con un nudo en la garganta. Conocía bien el dolor de su compañera, él también había perdido a sus seres queridos. Y, sin embargo, no podía evitar sentir esperanza por primera vez en tanto tiempo. Todo había acabado, tenían ante sí un nuevo mundo por descubrir y no tendrían que renunciar a la nueva vida que esperaban.




Disculpad lo cortito del post, pero no me queda más nada que contaros. Habéis cumplido con todos los objetivos que os he ido lanzando a lo largo de esta aventura y ha llegado el momento de que os devuelva vuestro tema para que lo continuéis si lo deseáis. Cuando lo deis por terminado, no olvidéis pedir el bono de 3 px por el evento de Samhain en el hilo corresponiente.

Por mi parte, dejadme que os diga que, a pesar de las bajas y las dificultades, he disfrutado muchísimo leyendo este tema que, sin duda, ha sido uno de los más emotivos que he tenido el gusto de intervenir a lo largo de este evento. Ha sido un verdadero placer teneros a bordo.

    Ahora… tenía sentido. Todo tenía sentido. La repentina timidez de Kendovlah, que me diera una piedra como excusa para poder tocar mi mano, que se cambiara de túnica para verse más atractivo, que me ordenara siempre ir adelante para poder verme las nalgas, el simple hecho de que apareciera en la esfera el mismo día en que yo fui convocado por Chimar… Sí, todo apuntaba a algo tan evidente que habría que estar ciego para no notarlo.

    Él estaba perdidamente enamorado de mí, y no solo eso, sino que también era un brujo pervertido incapaz de contenerse. La nalgada «accidental» probaba eso último.

    Debía escapar, pronto. De lo contrario, estaría obligado a hacer algo para lo que no estaba preparado: sobrevivir con dignidad en una escena que involucrara romance o lascivia.

    Tendría que decir las palabras adecuadas en el orden adecuado con el tono adecuado, de forma perfecta, o nuestras vidas cambiarían irreversiblemente.

    Y solo tenía una oportunidad para salvarnos.

    –Oh, miren: un Chimar. Iré a hablar con él –dije, nervioso, y caminé hacia el niño, con cierta rapidez que no hacía del acto algo casual.

    Xana parpadeó y me miró alejarme, intentando asimilar mi reacción. Entonces suspiró, y negó con la cabeza mientras contenía una sonrisa. «Vaya par de tontitos», pensó. «Se les nota la virginidad a un nivel preocupante».

    –Disculpa a Rauko, Kendovlah –pidió–. A pesar de lo veterano que pueda aparentar, él es… inexperto, como un niño, en ciertas cosas. –Recordó que el brujo tampoco había mostrado ser un experto en la situación–. Y… lo siento –dijo, un poco apenada–. Yo solo quería burlarme de la reacción de Rauko. No sabía que eras tan… –añadió, y tuvo que detenerse un instante para buscar una palabra que no sonara despectiva– parecido a él.

    «¿Qué tan parecidos son?», se preguntó, recordando cierta parte de mi personalidad.

    –Por cierto, buen trabajo –le felicitó, dándole un golpecito en el hombro–. Ya sabes, guiando a un grupo donde está esta heroína incompetente, un espadachín cruel y temperamental y un niño llorón. Puede que la situación siguiera siendo algo tensa de no ser por tu discursito de líder. –Esbozó una pequeña sonrisa.

    Desvió su mirada hacia mí, deduciendo que yo provechaba el tiempo para finalmente disculparme con Chimar y Canel. De nuevo, recordó nuestra discusión en el otro mundo y lo que se prometió a sí misma que haría.

    –Ken –dijo, sin apartar la mirada de mí y sin percatarse de que no llamó al brujo con el nombre usual–, ¿crees que Rauko tiene la razón? –inquirió–. Quiero… ser una heroína, una luz en la oscuridad. Pero, para eso, no quiero convertirme en alguien tan despiadada como a los que debo enfrentar. –Porque entonces retrocedería hacia su yo de años atrás, cuando era parte del clan nigromante al que seguía aborreciendo–. Yo… quiero salvar a otros… y no perderme a mí misma en el camino. –Por fin miró al brujo–. ¿Soy una ilusa por desear convertirme en una heroína sin perder mi humanidad?

     El problema de los escarabajos, por lo menos en nuestro mundo, había llegado a su fin. Tal hecho no podía aliviarme más. Y, a pesar del agotamiento, mis piernas me llevaban deprisa a casa, cada paso reflejando el genuino deseo de sentir de nuevo la suavidad de mi cama.

    Pero para Xana era distinto. Había algo más en su mente. Una conversación pendiente. Y luego de escuchar la respuesta de Kendovlah, tenía más seguridad en su decisión.

    Caminaba detrás de mí, de nuevo, un par de metros entre ambos. Sin embargo, esta vez algo era diferente. Ella sabía lo que pasaría si eso no cambiaba.

    «No es el camino que quiero seguir», pensó, «ni el que ningún otro debería recorrer».

    La sangre dejada tras de mí, en este camino de heroísmo cruel, era el único presagio necesario para ver la fatalidad que me esperaba. Era tan evidente que, en este instante, una pregunta importante resurgió.

    «¿Por qué Rauko no se detiene?»

    Sus pasos pararon. Al notarlo, también paré, pero no quise voltearme: sabía que comenzaría una conversación complicada.

    –¿Tú nunca quisiste que yo fuera una heroína?

    Ambos sabíamos la respuesta. Aun así, respondí negando lentamente con la cabeza. Ella inclinó su cabeza y transformó sus labios en una línea tensa, mientras se tomaba unos segundos para terminar de conectar recuerdos con lo que había descubierto sobre mí.

    –Creo… que ahora lo entiendo –dijo–, entiendo todo lo que has hecho. –Alzó la mirada–. Rauko –pronunció, seria, lo que me hizo girarme, por fin, y mirarla a los ojos–, siempre creí que pensabas que ser un héroe era lo correcto, algo que todos debían ser. Creí que, al luchar contra el mal, buscabas mejorar el mundo, y que seguir esa idea tan altruista te hacía feliz. Incluso cuando te vi asesinar niños, quise seguir creyendo eso de ti –confesó–. Pero… –añadió, suavizando su voz y ladeando la cabeza– me equivoqué; si fuera así, no habrías intentado que me retractara sobre ser una heroína.

    Lo había descubierto, finalmente.

    –Rauko, tú nunca elegiste ser un héroe. Para ti es más que un deber. Es un castigo.

    Cerré los ojos y tensé la mandíbula al escucharla decir aquello, palabras que me obligaron a recordar el fin de mi inocencia.

    –Por eso no puedes detenerte. –Por eso no podía abandonar el camino–. Por eso, aunque no quieras, lucharás por el bien de otros. Por eso, también, sacrificarías tu vida por el bien de los inocentes, como si la tuya no tuviera ningún valor frente a la de los demás. –Pena y rabia estaban contenidas en su voz–. Y… aceptaste que eso pasará tarde o temprano –musitó–, y por eso también te esforzaste en prepararme, en hacerme fuerte e independiente, para que yo pueda seguir mi vida cuando tú ya no estés.

    Cuando me atreví a abrir los ojos, noté que los suyos estaban húmedos. Por mi culpa. Tragué saliva y aparté la vista.

    –Tienes razón –admití, con poca fuerza en mi voz–. Aunque anhele una vida pacífica, no puedo mantenerla por mucho tiempo. –Tensé y relajé mi puño derecho, una y otra vez–. No puedo dejar de blandir mi espada, sin importar cuánto pierda. –Porque tenía que pagar por lo que no fui capaz de hacer en mi pasado.

    –No –murmuró, y mi mirada inevitablemente volvió a ella–. A pesar… de lo que he visto hoy, yo… seré una heroína –declaró, mirándome con intensidad. Mis cejas se alzaron, sorprendido e incrédulo–. Pero mi objetivo principal no será salvar a desconocidos o asesinar criminales. No. –Negó con la cabeza.

    Entonces se acercó a mí y tomó mis manos, con fuerza, para prometerme lo que se prometió a sí misma antes de volver a Aerandir.

    –Has salvado a muchos blandiendo tu espada, pero nunca has podido salvarte a ti mismo. Por eso yo, Xana, prometo que te salvaré. –Cualquier intento de respuesta quedó atrapado en mi garganta. Y ella siguió–. Seré tu heroína resplandeciente, la luz que te protegerá de la oscuridad en la que te estás perdiendo.

    Tras unos segundos sin saber cómo reaccionar, me aparté retrocediendo un paso y le di la espalda. Me crucé de brazos y me encorvé ligeramente, considerando todo lo implicado en las palabras de Xana. Un breve estremecimiento invadió mis hombros al recordar el sueño que tuve al tocar el fragmento de la estrella caída del cielo. Un futuro probable y desgarrador.

    Mi corazón dolía con solo pensar en Xana siendo añadida a la lista de personas que he perdido. Aun así, quise creer en ella, que su promesa podría cumplirse. No por mí, sino porque quería que Xana consiguiera todo lo que se propusiera. Un deseo inmaduro e ingenuo.

    –No será fácil –logré responder.

    –Lo sé. –Se colocó a mi lado–. Pero si tú conseguiste viajar en el tiempo para salvarme, entonces yo también podré encontrar la manera de salvarte –declaró, cada palabra cargada con determinación.

    «Salvarte», resonó en mi cabeza.

    Salvación… ¿Sería posible que pudiera obtener esa salvación a la que ella se refería? Parecía una meta… muy lejana. Demasiado. Hasta irreal.

    Pero… Xana tenía un punto. Si logré viajar en el tiempo para conseguir la cura de su maldición incurable, ¿por qué no podría salvarme, entonces?

    –No podré hacerte cambiar de opinión, ¿no? –dije, apenas logrando que se asomara en mi rostro una media sonrisa. Y ambos sabíamos muy bien la respuesta a esa pregunta estúpida. Pero, aun así, esa chica que siempre me siguió ciegamente, respondió:

    –Por supuesto que no. –Sonrió, desafiante, señalando su pecho con su pulgar–. Este es el camino que yo he decidido recorrer.