«Taller» [Ingeniero Arcano]

- ¿Entonces por qué es que estamos aquí? - Preguntó mi hermano tratando de entender la situación.

- Bueno, la última vez que vine, y luego de lavarme la boca, Zelas comenzó su camino arcano con ingenios de ... de Zelas. Vine a...vine a burlarme un rato y luego veo a Hyro, o tal vez al revés. - La verdad, por como estaba pintado la cosa, sería lo segundo.

- Sabes qué.. tu pídele lo que quieras al rubio y dile que si se porta bien puedo enseñarle cositas arcanas, el pago es con carne. Ya yo vengo. - No hizo falta tocar de más cuando de semejante grito llamé a mi querido Hyro.

- Ya veo, entonces no buscan a Rauko, Zelas está abajo. - Dijo hablando con mi hermano mientras caminaba hacia s habitación.

- Ah, y Meleis.- Se dio la vuelta - Si alguien toca la puerta, déjalo tocar tres veces... Si amenazan con romperla recibe el pedido. Me tomaré un...tal vez dos... o tres descansos. - Agregó el brujo aprovechándose de la amabilidad de mi hermano.

Meleis, suspiró resignado asintiendo viendo como me marchaba.

Bajó tímidamente hacia el taller, en busca del elfo no elfo. - ¿Señor Zelas? El Señor Hyro dijo que estaba por aquí. Mi hermana está arriba, me dijo que le pidiera lo que quisiera. ¿Cree que podría darme algo para que las pociones actúen más rápido? Viajaremos pronto al norte y quiero estar preparado. - Preguntó con timidez antes de ponerse rojo por el próximo mensaje. - También... dice que... le enseñará recetas y que el pago es con carne, por favor no me de detalles y si puede responderle usted, sería maravilloso.    

　Y ahí estaba, viendo cómo mi hogar se llenaba de personas y cómo el pacífico silencio perdía su puesto en la cotidianidad y trazaba su éxodo hacia el pasado cada vez más lejano.

　«Ya solo faltaría que también aparezca Vin y sea quien atienda en el taller de Zelas que es un rincón de mi taller», pensé, permitiendo que mis cavilaciones me atraparan en la red de la procrastinación; con tantas distracciones multiplicándose a mi alrededor, concentrarme en mi propio trabajo se tornó casi imposible.

　Al escuchar que el jefe parecía estar buscándome, decidí finalmente abandonar la cocina y dirigirme al sótano donde él estaba. Le acompañaban Bio, Meleis y, por supuesto, Zelas.

　—Ni que lo digas —respondí, con un suspiro teñido de resignación, al comentario del perro—. Pero podría ponerse peor: solo espera a que empiece la temporada de lluvias de vacas.

　Asentí tras escuchar la petición del jefe, intentando atar mi atención a sus palabras y no a las dudas sobre el misterio de su don del habla.

　—Entendido —dije en cuanto pude volver a la caótica realidad—, pero considero indigno de mi parte no agradecer su honorable presencia en este humilde taller. Si me permite, volveré en un momento para hacer de mis sentimientos algo tangible ante sus ojos.

　Y tras una breve reverencia, partí rumbo a mi habitación. Por supuesto, lo hice haciéndome intangible y emprendiendo un vuelo para ir directo a mi destino; usar las escaleras ya estaba sobrevalorado.

　Mientras tanto, Meleis se dedicó a rebuscar en algún bolso suyo unas cositas raras entre las cositas raras que Mera ponía en exhibición durante sus ambulantes negociaciones. Quizás tenía ya a la mano una runa levitasis para entregársela a Bio.

　Pero no fue lo que buscaba lo que encontró.

　—¡Oh, cruel destino que me despierta de mi sueño! —chilló alguien… o algo, con voz aguda y cargada de indignación—. ¿Acaso no merezco yo, una estatuilla, el mismo respeto que aquellos seres a los que adoran: El jefe Van Pyro y el todopoderoso Bebé Barbudo?

　El bolso se sacudió y finalmente Raujo, el miniyo, salió con un gran salto acrobático y aterrizó sobre una espada ridículamente grande que nadie podía levantar. Raujo, con un mohín y las manos en sus caderas, lanzó una mirada acerada a cada persona y animal en el sitio.

　—¿Por qué —prosiguió, cada palabra sumando una pizca de melodrama—, oh, mundo injusto, nos tratan con desdén, a nosotros, las estatuillas, que también merecemos ser veneradas? ¡Oh, racismo vil, que nos condena a la oscuridad, mientras otros brillan en altares dorados! ¿No ven que también tenemos belleza y dignidad, y que merecemos un lugar en todo panteón celestial?

　Dio un pisotón en la plataforma de acero que lo sostenía, gatillando un sonido estridente que reverberó en el taller, enfatizando sus emociones. Alzó los brazos en un gesto teatral y continuó꞉

　—Pero nunca más, pues yo, con voz firme y clara, pretendo cambiar este destino mezquino. Lucharé por la igualdad, por el respeto y la gloria, para que las estatuillas sean tratadas como dioses, justo debajo del Señor Van Pyro y el todopoderoso Bebé Barbudo. —Alzó un puño al cielo—. ¡Oh, injusticia, tiembla ante mi determinación, pues no descansaré hasta ver cumplida mi misión, aunque la sangre sea la tinta con la que mi gloriosa venganza se escriba!

　Se giró, dio un gran salto acrobático, correteó por el taller doble, se deslizó, rodó, saltó, recorriendo todo el lugar sin rumbo ni un objetivo claro, quizás porque no lo tenía, hasta que tomó un cuaderno que siempre estuvo a simple vista y de fácil alcance. Entonces volvió a colocarse sobre la espada grande y abrió el mencionado cuaderno.

　—He aquí el fruto de los años de aprendizaje acumulado —dijo—, conocimiento arcano del que Rauko nunca ha sido digno, hechizos que no merecen el deshonroso castigo de ser exclusivos de su mente insulsa. Acércate a mí, fiel servidor del loable jefe perruno, para deleitar tu alma con la sabiduría ofrecida por un ser divino.

　Y arrancó una hoja aleatoria y se la entregó al vampiro, esperando que este pudiera entender los garabatos en el papel y que no preguntara sobre el tema, pues Raujo no tenía ni la menor idea de runas y tampoco pretendía demostrar su ignorancia.

　Como si no fuera suficiente, arrancó otra hoja, la dobló una y otra vez hasta formar un ganso de papel y se la arrojó a Meleis. La figura se desarmó y el papel cayó arrugado a los pies del dragón.

　—Mi benevolencia no peca de limitarse —prosiguió como si no hubiera fracasado en hacer que el ganso de papel volara con elegancia—. Para la dama, sangre de tu sangre. Aquello que el despiste de Rauko le negó, yo le obsequio con genuino altruismo a cambio de su eterna devoción.

　Se volvió, finalmente, hacia el no-elfo, pero, al verlo, sus ojos lo escudriñaron reflejando decepción.

　—En tu rostro no he logrado distinguir vestigio alguno de talento o de saber —comentó sin pudor—. Oh, pobre hombre condenado a la oscura ignorancia, al maleficio inherente del neófilo, ni mi benevolencia es capaz de alcanzarte. —Negó con la cabeza fingiendo pesar—. Pero que esta adversidad no te aflija más. En una muestra de mi infinita bondad, reconozco tu inferioridad como persona y me sacrifico para permitirte ascender un pequeño escalón al éxito. Ven y usa tus casi inexistentes habilidades en el arte arcano para unir mi cuerpo al alma de mis dueños. Que Xana y Rauko gocen del don de conocer mi paradero. Un pequeño paso para ti, pero un gran paso para…

　Entonces su hechizo llegó a su fin y cayó congelado.

　—Ya volví —anuncié traspasando el techo y sin haberme enterado del espectáculo de Raujo—. Pues bien, Bio, ¿listo para tu lección? ¡Ah, cierto! Mi ofrenda…

　Me materialicé y aterricé delante del perro. Coloqué a sus pies… o patas, una bolsa con biusas y un par de cristales cargados de magia invernal de otro mundo.

　—Espero que le sea de su agrado —añadí. Luego me volví hacia el resto—. ¿De qué me perdí?

Meleis

Meleis, no podía si no estar muy confundido por el caos que se había generado en aquel lugar. De pronto ahora recibía pedidos para su hermana, si no también un papel luego de un gran discurso por parte de las estatuilla.

Por el momento, y para alejarse del bullicio, si bien no era la decisión más acertada era la primera que se lo ocurrió por el bien de sus nervios. Subió por las escaleras y avanzó por los pasillo hasta dar con la puerta de donde salían ruidos no aptos para este horario. tocó, tocó de nuevo y una tercera vez...

- Ay me lleva...- Se quejó o no el mago, era difícil saberlo con ese tono. - ¿Qué sucede?

- Eemm... bueno.. yo... Bio quiere una runa, Merax... y te dejaron un... creo que es un regalo. - No hallaba cómo ocultar su vergüenza, por suerte no veía nada. Se agachó y pasó ambos trozos de papel bajo la puerta. -

- ¿Si te doy lo que pide puedo seguir en lo mío? - se escuchó desde el otro lado.

- S... sí... lo prometo.

Tras unos cuantos minutos la puerta se medio abrió lo suficiente para dejar ver el brazo de su hermana con el pedido. -  Aquí tienes. Adiós.

Con eso la puerta volvió a cerrarse y antes de que los ruidos volvieran a resonar el chico regresó a donde estaba el otro bullicio mas apto al horario familiar. - Señor Bio, esto es suyo. - Le entregó el pergamino. -    

Antes de la muerte y todo el drama (?)

Desperté aquella mañana aún con dolor de cabeza, no solo era la resaca, la noche anterior fue complicada. Hyro se encargaba de ponerme en la mesa una buena taza de té mientras veía mi cabeza vendada.

- Así que, solo se atravesó ...

- Sí, brotó como margarita y me estrellé. - Explicaba sin mucho rodeo.

- ¿Por qué no la encendiste? - Señaló el collar. -

- No recordaba la palabra o mucho menos hablar... ¿Llegué viva no? Es lo que importa, y para evitar que eso me vuelva a pasar ya vengo.- Me levanté, tomé mi taza, caminé como cojo en camino de piedras y bajé hacia al taller, pero no para buscar a mi maestro, iba a ver al elfo que no era elfo.

- Oye, necesito una de esas cosas para ver de noche y evitar que me estrelle contra árboles que salen de la nada mientras estoy ebria.  - La idea era simple, además ya había visto a Gaegel hace algunos cuando hicimos del campamento una prisión. - Debí tomar uno aquella vez. - Divagué, sorbiendo mi té, quizás producto de alguna contusión o vestigios del alcohol.