El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
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El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Aún no era capaz de dar crédito a lo que había ocurrido. Las manos le temblaron ligeramente de alegría y la sonrisa más veraz que mostró en casi un mes se prendió de sus labios, sin saber si realmente le iba a abandonar en algún momento. Como si le hubieran quitado un tercio de su propio peso, o afianzado los cimientos de cualquiera de sus movimientos. Aún distaba del físico que había ostentado una semana antes, de su fuerza natural, sin mencionar rapidez o resistencia, aún perdidas en la lejanía. Era cierto sin duda, mas el Elfo hervía en triunfalismo. Aquella sacerdotisa no le había engañado. Los dioses no le habían abandonado. Había sufrido en la batalla, pero quedaba un camino. No era imposible.
Su rostro concentró los cambios más visibles, constató con un resignado punto de alivio, justo antes de volver a colocarse la máscara. Aún no se sentía capaz de mirar el mundo, no con las secuelas que portaba. Menos ostentosas, y sin embargo, el tono enfermizo de su piel, las arrugas que aún conservaba que si no tan pronunciadas y en menor número y los padecimientos que sus músculos y tendones soportaban le devolvieron a un nuevo pesimismo. Dos, dos eran los santuarios, y quedaba el más lejano, una carrera por la supervivencia en un territorio que recordaba gris, oscuro, y poco hospitalario con los forasteros.
Tras salir del santuario, contempló cómo el joven dragón se alejaba, después de la despedida. Habían tenido problemas, sorteado dificultades en los días anteriores, hasta alcanzar la meta que ahora el espadachín llevaba dentro de sí. Su compañero había formado una parte de su recuperación, como una tesela del mosaico que representaba su yo antiguo. Sonrió, mirando al suelo, sumido en sus propios pensamientos. Resultaba irónico cuanto había despreciado su propia debilidad, su falta de poder para alcanzar los objetivos que se había propuesto, cuando tras la batalla de Árbol Madre hubiese dado el alma por retornar a su físico natural. Cuestión de perspectiva. Cuestión de prioridades.
Se sentó en la escalinata pétrea cuya antigüedad se perdía en las leyendas de su gente, y dejó volar su imaginación, pensando cuantos héroes se habrían acercado hasta allí para pedir la bendición de las deidades, antes de sus grandes gestas, victorias y batallas, y llegar a los libros de historia, a los poemas y a los mitos.
Su sonrisa adquirió mayor profundidad, y con la máscara aún colocada, volteó sus ojos grises al cielo, entonando una calmada plegaria a Aquellos-Que-Todo-Veían. Y por primera vez en casi una semana, pensó qué haría cuando lograse desterrar la maldición.
A cuentagotas, peregrinos llegaban hasta el altar de las Tres Piedras, mientras Nou, un poco alejado, los observaba con franqueza y respeto, semiescondido entre otras rocas de la zona. Su atuendo para el rostro podría llamar la atención, y no era eso lo que buscaba. Cuando un guerrero armado se acercó, arrodillándose, su congénere recordó las luchas que había tenidos en los últimos meses, lo cerca que había estado de morir en varias ocasiones. Sí, se dijo. Precisaba una armadura con la que hacer frente a los duelos que le aguardaban. No pesada, confrontaba con su estilo, tampoco ligera, peligrosa en su acostumbrado cuerpo a cuerpo. Protegerse en mayor medida de la magia era otra de sus aspiraciones. Matar más deprisa a los hechiceros… Demasiadas ideas, todas ellas con una misma conclusión. Si salía con vida de su viaje al norte, necesitaba un buen herrero. Enfrentar con garantías lo que estuviera por venir.
Volvió, como le era recurrente en las últimas seis semanas a pensar en Neralia y Yinnon. Sabía que aquella era la manera en que debió terminar. Nunca había tenido una opción real… pero ¿era estúpido haber albergado esa pequeña esperanza? Quizá no, sólo destilaba una ingenuidad tal que parecía producto de un alma distinta a la suya.
Iori apareció entonces, con sus grandes ojos abiertos, sin que su rostro se correspondiese con las últimas palabras que intercambiaron al despedirse en el helado norte. ¿Una equivocación más? ¿Acaso tenía alguna expectativa cabal? ¿No habían quedado claras las intenciones de la humana, una nueva majadería haber dedicado tanto tiempo en asegurarse que sus propios pensamientos eran los que se supone debían ser? ¿Dónde encajaba ella en cuanto él pretendía llevar a cabo?
“Debajo de ti” le susurró esa voz oscura que nunca se alejaba demasiado de él, pernoctando siempre en los peores rincones de su cerebro. “¿O pretendes una mayor sinceridad?
Nousis sacudió la cabeza y se levantó. Dirigió una última mirada al altar y tras una última y corta plegaria, se dispuso a abandonar Sandorai rumbo a Urd.
Hasta que se detuvo en seco. Y es que los dioses parecían continuar atentos a él.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Estaba emocionada por volver a Sandorai, después de tanto tiempo había tomado la decisión de volver, aunque no para quedarse. Estaba nerviosa, no sabía lo que esperar, se imaginaba mil maneras distintas de presentarse en su casa al llegar a la aldea, pero ninguna de ellas le inspiraban la más mínima seguridad y, a pesar de sentirse orgullosa de regresar por fin con un objetivo real hacia el cual dirigir su vida, de poder mostrar todo lo que había aprendido y contar todo lo que había vivido, a cuántas cosas había sobrevivido... No podía evitar sentirse avergonzada, atemorizada, con aquella sensación de haber decepcionado a su padre al no haber tenido el valor de haberse despedido como era debido. Pero... ¿Qué iba a hacer? ¿No volver nunca? Ya no podía hacer otra cosa que no fuera enfrentarse a lo que se encontrase al llegar.
Aún le quedaban un par de kilómetros para llegar al limite donde comenzaba el bosque, su bosque, pero en la lejanía se podían distinguir varias columnas de humo, finas y casi disipadas por completo, pero llamativas. Extrañada, aligeró el paso. A medida que se acercaba, era más habitual cruzarse con grupos de elfos que caminaban en dirección opuesta a ella y en todos podía percibirse una tristeza abrumadora. Sus miradas al verla llegar la acongojaron, algo había pasado, algo malo. Aceleró aún más y en un momento, sintió una mano firme que tiraba de su capa hacia atrás. -Vienes de fuera, ¿no es así? Será mejor que retrocedas... No te hará ningún bien regresar ahora...- la voz apenada y sombría de aquel anciano elfo la estremeció, tanto que no pudo articular palabra, únicamente se soltó de él y echó a correr hacia el bosque. Lo que encontró al llegar la dejó paralizada, el paisaje arrasado dejaba una estampa desoladora. La frondosidad que había albergado vida durante años de manera imperturbable, se encontraba ahora reducida a... ¿qué había ocurrido allí? ¿cuándo? Durante unos minutos, se quedó inmóvil. Su respiración empezó a acelerarse, a la vez que una sensación de ahogo se agarraba a su pecho. Observó la panorámica. Zonas entre los árboles abrasadas, en las cuales aún quedaban ascuas; troncos arrancados por el suelo, restos de los mismos aún enraizados al suelo, astillados; surcos, hoyos, desniveles... El terreno estaba completamente transformado, destrozado. Cerró los ojos ante aquella imagen, tratando de no descomponerse. Finalmente se adentró entre lo que quedaba de maleza y atravesó la destrucción con sólo un propósito, llegar a casa. Algo horrible había azotado su tierra, desconocía el qué, aunque en aquel momento poco la importaba. Ahogó sus emociones y mantuvo su mirada al frente, evitó mirar alrededor mientras avanzaba y no hizo ni la intención de parar en las aldeas por las que cruzaba a su paso, derruidas. En algunas todavía se veía gente, tal vez en la suya también... A medida que se acercaba al corazón del bosque, la situación parecía agravarse y comenzó a temerse lo peor, ella creció no muy lejos del Árbol Madre y la devastación era mayor cuanto más avanzaba.
Al caer la noche ya se encontraba cerca, por lo que no se paró a descansar. La luna se alzaba en lo alto cuando distinguió los restos de la bandera de su clan enganchada en un muro a medio derruir. Agotada, entró en la aldea. No parecía haber nadie en los alrededores, las casas más alejadas estaban desiertas, algunas completamente derribadas, pero escuchó en la lejanía numerosas voces que le dieron esperanza. Al llegar a la plaza principal, iluminada por varias hogueras, encontró a varios elfos que parecían repartir alimento caliente al los pequeños grupos que se acercaban. Se quedó parada, ¿debía acercarse? No pudo pararse a pensar en ello demasiado, ya que una de las elfas que servía, se dirigió a ella desde el otro extremo. Las miradas de los presentes se dirigieron a Aylizz cuando ella le indicó que se acercara y cogiese un plato, y ella obedeció, algo temerosa. Comenzó a comer en silencio, la sensación de calor en el estómago la dio algo de fuerzas. Nadie se dirigió a ella, bien por no reconocerla o bien por no darle importancia, cosa que agradeció. A decir verdad ella tampoco fue capaz de reconocer a nadie. Cuando todos acabaron, se retiraron igual que habían llegado. La misma elfa la requirió una vez más, esta vez ofreciéndole un lugar donde dormir. Lo rechazó educadamente, ella ya tenía un lugar donde quedarse... O eso esperaba. Llegó hasta su casa y para su sorpresa, aun se mantenía casi por completo en pie. Había un árbol caído sobre el tejado, que provocaba una abertura por la que la luz nocturna iluminaba gran parte del interior, uno de los muros exteriores tenía restos de ceniza y los alrededores estaban calcinados. Se dispuso a entrar y la puerta cayó al suelo cuando la entornó, dejando ver la vivienda abandonada. En silencio y abrumada, examinó la estancia principal, aun quedaban muebles y pertenencias, lo mismo que en la habitación contigua, aunque no estaba absolutamente todo. Advirtió que faltaban cosas esenciales, las alacenas estaban vacías, los armarios no guardaban apenas ropa y no estaban las armas de caza. ¿Habrían evacuado? Subió a la buhardilla que antes fue su dormitorio, ahora dividida por el tronco que la atravesaba y abriéndose paso hasta un rincón, acomodó un par de viejas mantas y se tumbó. Ovillada contra la pared, clavó su mirada perdida en un jarrón con flores secas que había sobre una mesita de madera empolvada, pero no pensaba en nada. Sin previo aviso, notó que de sus ojos se desprendían varias lágrimas que recorrieron su rostro hasta caer al suelo. El silencio se apoderó de ella y por primera vez desde que había llegado al territorio, se permitió sentir todo lo que había reprimido hasta llegar allí.
Los primeros rayos que se filtraban entre las ramas, expandidas por toda la habitación, la hicieron despertar. No recordaba en qué momento se había quedado dormida, pero cuando abrió los ojos pudo apreciar que a pesar de las condiciones, había sido un reparador descanso. Sin perder más tiempo se levantó, era el momento de obtener respuestas. Miró entre el desorden por si quedase algo que pudiera ser rescatado, pero todo lo que hubiera podido merecer la pena llevar ya no se encontraba allí. Dio con varios armarios que habían quedado casi ocultos bajo los escombros del tejado, tras despejarlos como pudo, los abrió. En el primero encontró algunos vestidos intactos. Acarició con ternura aquellas pruebas de una vida anterior a su marcha, pero nada le pareció adecuado para la ocasión. Demasiado aparatosos. El segundo guardarropa estaba prácticamente vacío, a excepción de una camisa sencilla, algo desgastada por el tiempo colgada junto a unos estrechos y viejos pantalones de monta que muchos años atrás habrían pertenecido a su hermano. Podía valer. Se cambió de ropa, dejando allí la que ya se encontraba sucia e incluso con jirones y enganchadas. Salió de la casa y divisó a un par de elfos conversando en un extremo del camino, se acercó hacia ellos con precaución y les preguntó por lo ocurrido. Aylizz escuchó sin inmutarse los relatos de los que al parecer se trataban de dos supervivientes en la batalla que se había librado. Explicaron que en los alrededores había muchos que habían quedado aislados, perdidos o solos, heridos o no, y las aldeas vacías servían de refugio. Prestaba atención a sus palabras, sin dar crédito a lo que escuchaba... Dragones surcando los cielos, bolas de fuego arrasándolo todo, luchas en cada rincón de Sandorai. Y muerte. Entonces, algo de lo que uno de ellos dijo encajó en su cabeza. Al parecer, cuando se comprendió que el ataque tenía como objetivo final el Gran Árbol, las poblaciones más cercanas a él habían desalojado a los que no podían combatir cuando la amenaza aún se sostenía en las intermediaciones del bosque.
Las palabras de Bayron en aquella playa cobraron sentido de repente y entonces entendió lo que quiso decirla cuando se encontraron. De alguna manera intentó alejarla de allí, ¿tal vez entonces ya había comenzado la batalla? Eso explicaría por qué las patrullas llegaban hasta aquellos confines. Y con lo de cruzar el río, ¿sería hacia allí donde escaparon los que pudieron huir a tiempo? No le hizo falta saber más y tomó la decisión de ir hacia el sandoriano oeste, esta vez con las ideas claras de lo que buscar. Antes de marcharse, rebuscó en los cajones de un viejo escritorio y halló un pergamino a medio usar y un tintero que aún podía ser útil una última vez. Reviviendo los momentos previos a su huida, escribió una carta, pero esta vez no para decir adiós. En ella explicaba, a grandes rasgos, su último año y medio viajando por las tierras de Aerandir y el motivo de su regreso, explicando lo afectada que se encontraba por lo ocurrido, disculpándose por no haber estado presente cuando todo ocurrió, culpándose de no haber podido ayudar. Acabó la carta indicando sus intenciones de ruta y allí la dejó, por si alguien regresaba alguna vez a aquel lugar, supiera que había estado de vuelta. Emprendió su marcha su marcha hacia el río, pero dentro de ella algo le decía que aun tenía una cosa por hacer. La culpa por no haber vuelto a tiempo, o incluso por haberse ido, la removía las entrañas y pensó que lo único que podía hacer ante aquello era rendir culto a los caídos en batalla por proteger la tierra sagrada, de la forma que marcaba la tradición.
Se dirigió pues a los Baldios. Cuando llegó a las ruinas, se mantuvo distanciada de los muchos que, como ella, habían decidido acudir al templo para apaciguar el alma. Esperó hasta que hubiera menos afluencia y entonces se acercó a las rocas, erguidas sobre la hierba. Se descubrió la cabeza como muestra de respeto y con los ojos cerrados, guardó silencio, recitando mentalmente una plegaria por aquellos que dieron su vida para salvar su tierra.
Aún le quedaban un par de kilómetros para llegar al limite donde comenzaba el bosque, su bosque, pero en la lejanía se podían distinguir varias columnas de humo, finas y casi disipadas por completo, pero llamativas. Extrañada, aligeró el paso. A medida que se acercaba, era más habitual cruzarse con grupos de elfos que caminaban en dirección opuesta a ella y en todos podía percibirse una tristeza abrumadora. Sus miradas al verla llegar la acongojaron, algo había pasado, algo malo. Aceleró aún más y en un momento, sintió una mano firme que tiraba de su capa hacia atrás. -Vienes de fuera, ¿no es así? Será mejor que retrocedas... No te hará ningún bien regresar ahora...- la voz apenada y sombría de aquel anciano elfo la estremeció, tanto que no pudo articular palabra, únicamente se soltó de él y echó a correr hacia el bosque. Lo que encontró al llegar la dejó paralizada, el paisaje arrasado dejaba una estampa desoladora. La frondosidad que había albergado vida durante años de manera imperturbable, se encontraba ahora reducida a... ¿qué había ocurrido allí? ¿cuándo? Durante unos minutos, se quedó inmóvil. Su respiración empezó a acelerarse, a la vez que una sensación de ahogo se agarraba a su pecho. Observó la panorámica. Zonas entre los árboles abrasadas, en las cuales aún quedaban ascuas; troncos arrancados por el suelo, restos de los mismos aún enraizados al suelo, astillados; surcos, hoyos, desniveles... El terreno estaba completamente transformado, destrozado. Cerró los ojos ante aquella imagen, tratando de no descomponerse. Finalmente se adentró entre lo que quedaba de maleza y atravesó la destrucción con sólo un propósito, llegar a casa. Algo horrible había azotado su tierra, desconocía el qué, aunque en aquel momento poco la importaba. Ahogó sus emociones y mantuvo su mirada al frente, evitó mirar alrededor mientras avanzaba y no hizo ni la intención de parar en las aldeas por las que cruzaba a su paso, derruidas. En algunas todavía se veía gente, tal vez en la suya también... A medida que se acercaba al corazón del bosque, la situación parecía agravarse y comenzó a temerse lo peor, ella creció no muy lejos del Árbol Madre y la devastación era mayor cuanto más avanzaba.
Al caer la noche ya se encontraba cerca, por lo que no se paró a descansar. La luna se alzaba en lo alto cuando distinguió los restos de la bandera de su clan enganchada en un muro a medio derruir. Agotada, entró en la aldea. No parecía haber nadie en los alrededores, las casas más alejadas estaban desiertas, algunas completamente derribadas, pero escuchó en la lejanía numerosas voces que le dieron esperanza. Al llegar a la plaza principal, iluminada por varias hogueras, encontró a varios elfos que parecían repartir alimento caliente al los pequeños grupos que se acercaban. Se quedó parada, ¿debía acercarse? No pudo pararse a pensar en ello demasiado, ya que una de las elfas que servía, se dirigió a ella desde el otro extremo. Las miradas de los presentes se dirigieron a Aylizz cuando ella le indicó que se acercara y cogiese un plato, y ella obedeció, algo temerosa. Comenzó a comer en silencio, la sensación de calor en el estómago la dio algo de fuerzas. Nadie se dirigió a ella, bien por no reconocerla o bien por no darle importancia, cosa que agradeció. A decir verdad ella tampoco fue capaz de reconocer a nadie. Cuando todos acabaron, se retiraron igual que habían llegado. La misma elfa la requirió una vez más, esta vez ofreciéndole un lugar donde dormir. Lo rechazó educadamente, ella ya tenía un lugar donde quedarse... O eso esperaba. Llegó hasta su casa y para su sorpresa, aun se mantenía casi por completo en pie. Había un árbol caído sobre el tejado, que provocaba una abertura por la que la luz nocturna iluminaba gran parte del interior, uno de los muros exteriores tenía restos de ceniza y los alrededores estaban calcinados. Se dispuso a entrar y la puerta cayó al suelo cuando la entornó, dejando ver la vivienda abandonada. En silencio y abrumada, examinó la estancia principal, aun quedaban muebles y pertenencias, lo mismo que en la habitación contigua, aunque no estaba absolutamente todo. Advirtió que faltaban cosas esenciales, las alacenas estaban vacías, los armarios no guardaban apenas ropa y no estaban las armas de caza. ¿Habrían evacuado? Subió a la buhardilla que antes fue su dormitorio, ahora dividida por el tronco que la atravesaba y abriéndose paso hasta un rincón, acomodó un par de viejas mantas y se tumbó. Ovillada contra la pared, clavó su mirada perdida en un jarrón con flores secas que había sobre una mesita de madera empolvada, pero no pensaba en nada. Sin previo aviso, notó que de sus ojos se desprendían varias lágrimas que recorrieron su rostro hasta caer al suelo. El silencio se apoderó de ella y por primera vez desde que había llegado al territorio, se permitió sentir todo lo que había reprimido hasta llegar allí.
Los primeros rayos que se filtraban entre las ramas, expandidas por toda la habitación, la hicieron despertar. No recordaba en qué momento se había quedado dormida, pero cuando abrió los ojos pudo apreciar que a pesar de las condiciones, había sido un reparador descanso. Sin perder más tiempo se levantó, era el momento de obtener respuestas. Miró entre el desorden por si quedase algo que pudiera ser rescatado, pero todo lo que hubiera podido merecer la pena llevar ya no se encontraba allí. Dio con varios armarios que habían quedado casi ocultos bajo los escombros del tejado, tras despejarlos como pudo, los abrió. En el primero encontró algunos vestidos intactos. Acarició con ternura aquellas pruebas de una vida anterior a su marcha, pero nada le pareció adecuado para la ocasión. Demasiado aparatosos. El segundo guardarropa estaba prácticamente vacío, a excepción de una camisa sencilla, algo desgastada por el tiempo colgada junto a unos estrechos y viejos pantalones de monta que muchos años atrás habrían pertenecido a su hermano. Podía valer. Se cambió de ropa, dejando allí la que ya se encontraba sucia e incluso con jirones y enganchadas. Salió de la casa y divisó a un par de elfos conversando en un extremo del camino, se acercó hacia ellos con precaución y les preguntó por lo ocurrido. Aylizz escuchó sin inmutarse los relatos de los que al parecer se trataban de dos supervivientes en la batalla que se había librado. Explicaron que en los alrededores había muchos que habían quedado aislados, perdidos o solos, heridos o no, y las aldeas vacías servían de refugio. Prestaba atención a sus palabras, sin dar crédito a lo que escuchaba... Dragones surcando los cielos, bolas de fuego arrasándolo todo, luchas en cada rincón de Sandorai. Y muerte. Entonces, algo de lo que uno de ellos dijo encajó en su cabeza. Al parecer, cuando se comprendió que el ataque tenía como objetivo final el Gran Árbol, las poblaciones más cercanas a él habían desalojado a los que no podían combatir cuando la amenaza aún se sostenía en las intermediaciones del bosque.
"...la zona oeste. Cada vez se forman más colonias en la frontera."
Las palabras de Bayron en aquella playa cobraron sentido de repente y entonces entendió lo que quiso decirla cuando se encontraron. De alguna manera intentó alejarla de allí, ¿tal vez entonces ya había comenzado la batalla? Eso explicaría por qué las patrullas llegaban hasta aquellos confines. Y con lo de cruzar el río, ¿sería hacia allí donde escaparon los que pudieron huir a tiempo? No le hizo falta saber más y tomó la decisión de ir hacia el sandoriano oeste, esta vez con las ideas claras de lo que buscar. Antes de marcharse, rebuscó en los cajones de un viejo escritorio y halló un pergamino a medio usar y un tintero que aún podía ser útil una última vez. Reviviendo los momentos previos a su huida, escribió una carta, pero esta vez no para decir adiós. En ella explicaba, a grandes rasgos, su último año y medio viajando por las tierras de Aerandir y el motivo de su regreso, explicando lo afectada que se encontraba por lo ocurrido, disculpándose por no haber estado presente cuando todo ocurrió, culpándose de no haber podido ayudar. Acabó la carta indicando sus intenciones de ruta y allí la dejó, por si alguien regresaba alguna vez a aquel lugar, supiera que había estado de vuelta. Emprendió su marcha su marcha hacia el río, pero dentro de ella algo le decía que aun tenía una cosa por hacer. La culpa por no haber vuelto a tiempo, o incluso por haberse ido, la removía las entrañas y pensó que lo único que podía hacer ante aquello era rendir culto a los caídos en batalla por proteger la tierra sagrada, de la forma que marcaba la tradición.
Se dirigió pues a los Baldios. Cuando llegó a las ruinas, se mantuvo distanciada de los muchos que, como ella, habían decidido acudir al templo para apaciguar el alma. Esperó hasta que hubiera menos afluencia y entonces se acercó a las rocas, erguidas sobre la hierba. Se descubrió la cabeza como muestra de respeto y con los ojos cerrados, guardó silencio, recitando mentalmente una plegaria por aquellos que dieron su vida para salvar su tierra.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
-Gira aquí, a la derecha.- dijo Lixis tranquilamente, una rodilla en el pecho mientras dejaba que la otra pierna colgara del carro.
-¿Seguro? Por la izquierda hay el camino hacia…-
-Seguro. Hay comida y refugio. Y te compraran la comida a un buen precio.-
-¿Qué? ¡Ni hablar! ¡Esa comida es para la gente que no tiene nada!- los dos upeleros que habían empezado a girar, frenaron en seco a la orden de su mano.
-No son bandidos, Elthan, no te van a robar la comida si les dices que no. Para eso estoy aquí.- respondió con una sonrisa, y el carro continuó su camino. Una no encontraba ese tipo de… pureza a menudo, por lo que no había dudado en escoltar al hombre gratis desde Lunargenta. Para su desgracia, no todo el mundo tenía tan buenas intenciones.
Finalmente llegaron a un claro, donde tres figuras bloqueaban el resto del camino, y ella bajo, tranquilamente. Los tres llevaban una capa azul, y tenían unos ojos de un extraño azul, bañado en diversos tonos de plateado. Isil, entonces. Esos eran los peores.
-Hermano.- empezó ella. Podía notar sus miradas en ella, analizándola igual que había hecho ella.
-Hermana. ¿Y tú escudo?- y había acertado, impresionante.
-Se lo comió un oso.- fue lo último que dijo mientras entrelazaban brazos, sus palmas tocando el antebrazo del otro. Ambos dejaron fluir un poco de Luz en el otro, ella recibiendo un escalofrió. La Luz de los seguidores de Isil en la orden era siempre tan… fría, tan distante, no podía entender como alguien tomaba ese camino, o como algo que representaba a una madre en las creencias elficas daba esa sensación.
La Luz de ambos recorrió el otro, aunque desde el principio dejaba claro que la del hombre era más fuerte. -¿Circulo?- preguntó, con una sonrisa de suficiencia. Imbécil. No había manera de que el no fuera del primer círculo, por lo que estaba claro que ella estaba incluso por debajo de eso.
-Solo una iniciada, di la vuelta en cuando oí las noticias del ataque.-
-Muy noble por tu parte.- dijo, con un tono que dejaba claro que no lo creía en absoluto. -¿Y tú acompañante?-
-Un alma caritativa que reunió comida y mantas para los afectados de la guerra, lo he escoltado desde Lunargenta.-
-Ah, bien hecho, sin duda la Orden se beneficiara mucho de esa mercancía.- la manera en como decía eso, con la Luz del hombre extendiéndose por su cuerpo violentamente, intentando avasallara…
-No estarás sugiriendo… venderle a las pobres almas desoladas por la guerra… la comida que tanto necesita…. ¿cierto?- su voz helada, contrastando con su Luz, que rugía con furia, sus manos apretando lentamente el brazo del hombre, los dedos enguantados clavándose en el musculo. Los ojos del hombre se llenaron de incredulidad, su brazo intentando retirarse para romper el contacto. Lixis dio un tirón, empujándolo contra ella hasta que sus cuerpos se tocaron, su cabeza encima de su hombro. -¿Cierto?- repitió con su voz más dulce.
-P…p-por supuesto que no, hermana. Jamás…- ¿y porque lucia tan horrorizado de repente entonces? Puede que hubiera juzgado a los seguidores de Isil con demasiada severidad. Idiotas que llegaban al mínimo poder necesario para volver y esperaban ascender con política y maniobras turbias para mandonear y abusar del resto había en todas las ramas, aunque por suerte jamás habían llegado lejos. No, no había sido su recuerdo de cuál era su deber lo que lo había horrorizado, sino que había visto claramente lo que pasaría si no lo cumplía, su mente no era capaz de comprender la posibilidad de que le habría abierto la cabeza como un melón sin dudarlo.
-Bien, guía el camino, quiero asentarlo rápido, me gustaría visitar el bosque antes de volver…-
-¿Seguro? Por la izquierda hay el camino hacia…-
-Seguro. Hay comida y refugio. Y te compraran la comida a un buen precio.-
-¿Qué? ¡Ni hablar! ¡Esa comida es para la gente que no tiene nada!- los dos upeleros que habían empezado a girar, frenaron en seco a la orden de su mano.
-No son bandidos, Elthan, no te van a robar la comida si les dices que no. Para eso estoy aquí.- respondió con una sonrisa, y el carro continuó su camino. Una no encontraba ese tipo de… pureza a menudo, por lo que no había dudado en escoltar al hombre gratis desde Lunargenta. Para su desgracia, no todo el mundo tenía tan buenas intenciones.
Finalmente llegaron a un claro, donde tres figuras bloqueaban el resto del camino, y ella bajo, tranquilamente. Los tres llevaban una capa azul, y tenían unos ojos de un extraño azul, bañado en diversos tonos de plateado. Isil, entonces. Esos eran los peores.
-Hermano.- empezó ella. Podía notar sus miradas en ella, analizándola igual que había hecho ella.
-Hermana. ¿Y tú escudo?- y había acertado, impresionante.
-Se lo comió un oso.- fue lo último que dijo mientras entrelazaban brazos, sus palmas tocando el antebrazo del otro. Ambos dejaron fluir un poco de Luz en el otro, ella recibiendo un escalofrió. La Luz de los seguidores de Isil en la orden era siempre tan… fría, tan distante, no podía entender como alguien tomaba ese camino, o como algo que representaba a una madre en las creencias elficas daba esa sensación.
La Luz de ambos recorrió el otro, aunque desde el principio dejaba claro que la del hombre era más fuerte. -¿Circulo?- preguntó, con una sonrisa de suficiencia. Imbécil. No había manera de que el no fuera del primer círculo, por lo que estaba claro que ella estaba incluso por debajo de eso.
-Solo una iniciada, di la vuelta en cuando oí las noticias del ataque.-
-Muy noble por tu parte.- dijo, con un tono que dejaba claro que no lo creía en absoluto. -¿Y tú acompañante?-
-Un alma caritativa que reunió comida y mantas para los afectados de la guerra, lo he escoltado desde Lunargenta.-
-Ah, bien hecho, sin duda la Orden se beneficiara mucho de esa mercancía.- la manera en como decía eso, con la Luz del hombre extendiéndose por su cuerpo violentamente, intentando avasallara…
-No estarás sugiriendo… venderle a las pobres almas desoladas por la guerra… la comida que tanto necesita…. ¿cierto?- su voz helada, contrastando con su Luz, que rugía con furia, sus manos apretando lentamente el brazo del hombre, los dedos enguantados clavándose en el musculo. Los ojos del hombre se llenaron de incredulidad, su brazo intentando retirarse para romper el contacto. Lixis dio un tirón, empujándolo contra ella hasta que sus cuerpos se tocaron, su cabeza encima de su hombro. -¿Cierto?- repitió con su voz más dulce.
-P…p-por supuesto que no, hermana. Jamás…- ¿y porque lucia tan horrorizado de repente entonces? Puede que hubiera juzgado a los seguidores de Isil con demasiada severidad. Idiotas que llegaban al mínimo poder necesario para volver y esperaban ascender con política y maniobras turbias para mandonear y abusar del resto había en todas las ramas, aunque por suerte jamás habían llegado lejos. No, no había sido su recuerdo de cuál era su deber lo que lo había horrorizado, sino que había visto claramente lo que pasaría si no lo cumplía, su mente no era capaz de comprender la posibilidad de que le habría abierto la cabeza como un melón sin dudarlo.
-Bien, guía el camino, quiero asentarlo rápido, me gustaría visitar el bosque antes de volver…-
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
¿Era ella? No podía estar seguro. Dudaba que confundiese su cabello o sus facciones, pero pese a ello, se acercó aún más. Su máscara atrajo varias miradas, mas él obvió tales reacciones. No eran algo importante en ese momento. Avanzó nuevamente. ¿Habían transcurrido cuantas, cinco, seis semanas? La sangre aún brotaba del corazón del bosque cinco días atrás, y parecía haber vuelto a coincidir con esa elfa. La misma que había compartido su destino en las calles de Baslodia y en los poblados del norte. Contra bandidos y trasgos. Riesgos y escaso premio. Y ambos, junto a la humana. Su fuero interno no pudo evitar sentir una punzada de decepción por no ver a ambas. Y aún asi, su practicismo le indujo a pensar que era probable no volver a coincidir. Poco tenían en verdad en común.
Sonrió tras la máscara. Se alegraba sinceramente de ver a Aylizz allí, y comprobar que el tiempo separados no le había pasado factura. Si bien no deseaba mostrarle su rostro, no en las presentes circunstancias, sí quiso saludarla, comprobar de primera mano sus últimas andanzas, intercambiar noticias como viejos compañeros.
-Ha pasado tiempo. No tanto como habría esperado- su voz sonaba gentil. Amable, levemente sofocada por el embozo. Esperaba que ella lo reconociese.
A su alrededor, una casi total mayoría de elfos paseaban, llegaban y abandonaban las ruinas. Pudo comprobar como aquella que había compartido dos veces ya sus pasos llegó a sobresaltarse al girarse hacia él. Su rostro resultó un libro abierto, evidenciando desconfianza y cierto temor. El espadachín la comprendió raudo. Embozado, acercándose a ella sin la familiaridad esperaba de quien había vertido sangre junto a ella. Comprendió su paso atrás, ¿cómo no hacerlo? Se dijo conteniendo un suspiro.
-¿Nousis?- la elfa tragó saliva y lo miró de arriba a abajo -¿De verdad eres tú?
Nou dudó un momento, buscando las palabras exactas para responder a la fémina - Un poco más que ayer- su ánimo se había aclarado tras ver como la magia divina funcionaba tras su plegaria y retomaba una parte de su fuerza y su apariencia. No obstante, no era en absoluto suficiente- La guerra ha dejado cicatrices. No he sido ninguna excepción. ¿Qué te ha traído de nuevo al hogar?
No obstante sí logró sorprenderle la catarata de sentimientos que expresó tras la información del Índirel, llegando ésta a formar un cauce para las lágrimas.
-Perdona... Es que... Llegué y encontré todo... No había nadie... No sabía qué había pasado- hizo un claro esfuerzo por no perder los nervios -Regresé porque necesitaba volver a un lugar seguro... Después de todo, por fin parecía tener las ideas claras, pero tenía que volver y volver a sentir la paz... Irónico, ¿no crees? Supongo que ya nada de eso tiene sentido- Calló unos instantes, antes de tratar de adoptar dificultosamente un tono menos dramático- ¿¡Y tú!? No me digas que... ¿Combatiste? ¿Cómo supiste lo que estaba pasando? ¿Cuándo empezó todo esto? - guardó silencio de nuevo y pareció clavar sus ojos en la máscara - ¿Estás bien?
-Yo también regresé del norte, tras separarnos, pensando en un descanso, tal vez varias semanas en el país... pese a las extrañas noticias que se escuchaban en el exterior -una triste sonrisa se escondió tras la máscara- Llegué casi al mismo tiempo que el ejército de los dragones del norte. Ha sido algo... complejo de explicar. Necesitaría más tiempo, pero puedo resumirte cuanto ha ocurrido en que vencimos. Contra criaturas casi inexplicables, manteniendo el Árbol Madre en pie. Muchos han muerto, y brujos, humanos y otras razas han pisado el lugar más sagrado- su voz estaba teñida de odio- Yo sobreviví a duras penas. La máscara es mi argumento a la maldición que aún llevo conmigo, según parece, hasta un santuario en Urd. Elen sila lúmenn omentielvo, amiga. Debo continuar hacia el norte- finalizó, tocando el brazo con suavidad de la elfa. Era el momento de partir, endulzado por haberla visto.
-¡Espera!- le agarró el brazo para frenar su marcha, sin que el aludido se mostrase alterado o curioso por su gesto, el cansancio aún era excesivo -¿Has dicho Urd? Eso está al oeste, ¿no? Me dirijo a Midgar, al Sandorai occidental. ¿Te importa si... viajamos juntos?
El elfo no respondió al instante. ¿Llevarla consigo? Aún recordaba las dos últimas ocasiones- ¿Estás segura? Mis... Actuales condiciones no me hacen un aliado muy adecuado para posibles problemas. He perdido demasiado de mí mismo.
Aylizz se llevó la mano al mentón, como si interpretase pensar en alto, bromeó en tono irónico -Quizá debería pensarlo mejor... Viajar sola o viajar junto a alguien conocido... Aunque sea Nousis...- lo miró burlona -Sí, creo que me arriesgaré.
-Es tu decisión- admitió él- Egoístamente me alegra. Hará el camino más liviano- se encogió de hombros.
Los dioses le habían vuelto a regalar que sus huellas no apareciesen solas en el trayecto que le aguardaba.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
A su alrededor, unos llegaban y otros marchaban, pero ella se mantenía ajena al gentío que la rodeaba, centrada únicamente en sus pensamientos. Su mente se encontraba turbada, en ebullición, no lograba apartar la oscuridad de su cabeza. Después de lo que le había contado aquella pareja de combatientes en su desolada aldea, la arrolladora imagen de todo paisaje a su alrededor, la incertidumbre de cómo estarían los suyos, las personas que conocía, su familia... No podía temer sino otra cosa que lo peor. Su padre era mayor, pero aun estaba en plenas facultades para la lucha, conociéndolo, habría sido el primero en movilizar a los convecinos capaces de sostener un arma para defender la aldea, y como exsoldado lo más seguro es que lo hubieran convocado a servir una vez más... Aunque cabía una mínima, remota posibilidad de que su función hubiera estado enfocada a la evacuación, a servir a su gente guiándolos y protegiéndolos en el camino, y hubiera abandonado el territorio a tiempo de ponerse a salvo lejos de allí. Había que reconocerlo, Alain Wendell era un elfo rudo, hecho a sí mismo, orgulloso de haber servido a su país y bien cimentado en los valores tradicionales de su raza, pero por ello mismo siempre pensaba en la protección de su gente y sabía establecer las prioridades. Ella misma había visto con sus ojos cómo los protegió cuando su aldea fue atacada, hacía más de una década y cómo no llegar a evitar la muerte de su mujer, Visselle, le marcó para el resto de su vida... Por ella, no permitiría que se perdieran más vidas. Pero Naiodin... Su joven hermano habría estado en la obligación de luchar hasta dar su vida protegiendo Sandorai. Apretó dientes y puños, luchando por reprimir el derrumbe. Más que nunca, ahora se sentía perdida... Y hundida.
Entonces, esa voz a su espalda la sobresaltó. Sin duda le era familiar, aunque sonaba algo diferente, como distorsionada. No, no podía ser. ¿O sí? Se dio la vuelta de inmediato y la imagen del elfo, parado frente a ella, con aquella máscara inexpresiva, la dejó helada. Retrocedió un paso, precavida, aunque convencida de saber quién era. Su aspecto general la desconcertó, le notaba cambiado, algo más deteriorado de lo que cabría esperar, no hacía tanto que se había despedido en aquel pequeño puerto del norte. Su forma de hablar lo confirmó, en medio de la destrucción de fuera y del caos de dentro, Nousis. Él era la única cara conocida que había encontrado allí, bueno, cara... Aquella pregunta terminó de romper la poca entereza que se había esforzado por mantener desde que había llegado "al hogar". Un impulso nacido de la angustia más profunda de verse sola ante la devastación, la hizo avanzar, sin pensar en las formas, hacia él y aferrarse a su cuello en un abrazo sincero, desesperado, como el náufrago que después de vagar a deriva llega por fin a tierra firme. No pudo siquiera reprimir las lágrimas. Tan sólo unos instantes después se recompuso y lo liberó, sorprendida por su reacción hacia el elfo. Desde el inicio lo había tratado con cierta distancia, fundamentada en el respeto que irracionalmente le infundía su característica actitud solemne. Aunque sus andanzas habían generado cierto acercamiento y él siempre había sido gentil con ella, su relación estaba lejos de algo tan íntimo como para mostrarse así... Sin embargo, su reacción fue algo que no pudo controlar. Recobrando la compostura, intentó responderle, aunque de forma tan atropellada que apenas acertó a explicar nada con sentido para su congénere.
"Elen sila lúmenn omentielvo, amiga". Una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro. Aquella fue su delicada manera de poner fin a aquel encuentro fugaz, sin embargo... ¿Sería demasiado pedirle ir con él? Siempre le había visto como alguien solitario, que prefería los viajes silenciosos en los que poder preocuparse únicamente de su propia vida, sin importar las consecuencias que a él de deparasen. Pero lo que habían vivido le había demostrado algo de aquel maldito elfo estirado, era leal a quien caminase a su lado, aunque eso truncase sus planes. Y aquello precisamente es lo que le hacía pensar a Aylizz que su presencia, irrumpiendo en su viaje, sólo sería una carga. Sumarse a su ruta le haría tener que preocuparse por alguien más. En realidad, ella conocía el camino al oeste, podía hacerlo sola... Pero entonces, el tacto en su brazo, en señal de despedida, le hizo aflorar una repentina sensación de vacío que la hizo reaccionar como un resorte. Careciendo de filtro entre sus pensamientos y sus palabras, se aventuró a sugerirle ser compañeros de viaje, una vez más. ¿Pero qué haces? Te acaba de decir que está maltrecho por haber participado en la guerra, Aylizz, ¡por los dioses! Lo último que necesita es ser el custodio de nadie. Deja de comportarte como una niña asustada. El silencio durante unos instantes la hizo arrepentirse de haberle propuesto tal cosa, pero cuando abrió la boca para corregir su error y retirar su palabra, él la instó a reafirmarse. ¿Que si estaba segura? Por supuesto que no, ¿cuándo había sido la última vez que estuvo segura de algo? Sin embargo, las palabras de Nousis no sonaban como una negativa camuflada en amabilidad, sino más bien como preocupación, como si pensase que dado a su estado, la elfa tendría mejor suerte yendo sola. La forma en la que dijo aquello, ¿de verdad se encontraba en tan malas condiciones? Notó en su voz un matiz de orgullo herido. Pfff. Le había visto pelear en situaciones lamentables y saliendo airoso en enfrentamientos que le superaban en número y tamaño, con que fuera capaz de sostener su espada ya sería más útil que la soledad. Y si resultaba estar en lo cierto, bueno, él mismo lo había dicho. Aliado. Ella pondría todo de su parte para sumar las fuerzas que le faltaban, no sería un lastre. Se atrevió a bromear, con intención de hacerle ver que aquello no la importaba. No quería una escolta, no recurría a su compañía por protección. Lo que buscaba era exactamente eso, tener a alguien cerca. Y entonces, él aceptó, incluso parecía aliviado por no tener que hacerlo solo.
Tomaron así el camino hacia el norte, la misma ruta que ya una vez recorrió con Iori. Sonrío al recordar lo intensa que había sido, ruborizándose al pensar en aquello, aunque las buenas sensaciones se disiparon cuando se forzó a retomar la seriedad. Tampoco había sido un camino de rosas, después de todo no era el territorio más apacible de Aerandir. -No sé qué tenías pensado pero... Lo mejor será que sigamos río arriba. Tendrás bosque suficiente cuando tengas que desviarte hasta Urd... Creeme, agradecerás haber podido avanzar sin preocuparte de los árboles un tiempo- sabía de lo que hablaba, las altas copas de los bosques del oeste, lejos de proporcionar protección, albergaban criaturas que vistas una vez era suficiente para tener claro que lo mejor sería evitarlas y por muy habilidoso que fuera el espadachín, tendría que cruzar aquel territorio solo. Lo miró de medio lado, caminando a su mismo paso, y un detalle que había pasado desapercibido en la conversación de su encuentro, resaltó de repente en su cabeza. Miraba con curiosidad la máscara que al principio le resultó siniestra, pero al advertir su evidente descaro al haber fijado su mirada en ella, apartó en seguida la vista -Antes dijiste algo sobre una maldición... ¿Debería preguntar?- no quiso incomodarlo, supuso que algo tenía que ver con su aspecto, sino ¿por qué ocultarlo? Pero se preguntaba si aquello causaría problemas. Acostumbrada, por sus andanzas previas, a seguir de cerca las espaldas del elfo, en aquella ocasión Aylizz caminaba con la seguridad de haber recorrido ya esos senderos, siendo capaz de seguir el ritmo de su compañero y convenciéndose de poder mantener algo de calma. Algo había cambiado en él, podía apreciarse que su ligereza al andar había disminuido y de alguna manera, su energía parecía haberse atenuado. Aunque, después de todo, había sobrevivido a una guerra... Lo sobrenatural sería no encontrarse agotado.
Entonces, esa voz a su espalda la sobresaltó. Sin duda le era familiar, aunque sonaba algo diferente, como distorsionada. No, no podía ser. ¿O sí? Se dio la vuelta de inmediato y la imagen del elfo, parado frente a ella, con aquella máscara inexpresiva, la dejó helada. Retrocedió un paso, precavida, aunque convencida de saber quién era. Su aspecto general la desconcertó, le notaba cambiado, algo más deteriorado de lo que cabría esperar, no hacía tanto que se había despedido en aquel pequeño puerto del norte. Su forma de hablar lo confirmó, en medio de la destrucción de fuera y del caos de dentro, Nousis. Él era la única cara conocida que había encontrado allí, bueno, cara... Aquella pregunta terminó de romper la poca entereza que se había esforzado por mantener desde que había llegado "al hogar". Un impulso nacido de la angustia más profunda de verse sola ante la devastación, la hizo avanzar, sin pensar en las formas, hacia él y aferrarse a su cuello en un abrazo sincero, desesperado, como el náufrago que después de vagar a deriva llega por fin a tierra firme. No pudo siquiera reprimir las lágrimas. Tan sólo unos instantes después se recompuso y lo liberó, sorprendida por su reacción hacia el elfo. Desde el inicio lo había tratado con cierta distancia, fundamentada en el respeto que irracionalmente le infundía su característica actitud solemne. Aunque sus andanzas habían generado cierto acercamiento y él siempre había sido gentil con ella, su relación estaba lejos de algo tan íntimo como para mostrarse así... Sin embargo, su reacción fue algo que no pudo controlar. Recobrando la compostura, intentó responderle, aunque de forma tan atropellada que apenas acertó a explicar nada con sentido para su congénere.
"Elen sila lúmenn omentielvo, amiga". Una estrella brilla en la hora de nuestro encuentro. Aquella fue su delicada manera de poner fin a aquel encuentro fugaz, sin embargo... ¿Sería demasiado pedirle ir con él? Siempre le había visto como alguien solitario, que prefería los viajes silenciosos en los que poder preocuparse únicamente de su propia vida, sin importar las consecuencias que a él de deparasen. Pero lo que habían vivido le había demostrado algo de aquel maldito elfo estirado, era leal a quien caminase a su lado, aunque eso truncase sus planes. Y aquello precisamente es lo que le hacía pensar a Aylizz que su presencia, irrumpiendo en su viaje, sólo sería una carga. Sumarse a su ruta le haría tener que preocuparse por alguien más. En realidad, ella conocía el camino al oeste, podía hacerlo sola... Pero entonces, el tacto en su brazo, en señal de despedida, le hizo aflorar una repentina sensación de vacío que la hizo reaccionar como un resorte. Careciendo de filtro entre sus pensamientos y sus palabras, se aventuró a sugerirle ser compañeros de viaje, una vez más. ¿Pero qué haces? Te acaba de decir que está maltrecho por haber participado en la guerra, Aylizz, ¡por los dioses! Lo último que necesita es ser el custodio de nadie. Deja de comportarte como una niña asustada. El silencio durante unos instantes la hizo arrepentirse de haberle propuesto tal cosa, pero cuando abrió la boca para corregir su error y retirar su palabra, él la instó a reafirmarse. ¿Que si estaba segura? Por supuesto que no, ¿cuándo había sido la última vez que estuvo segura de algo? Sin embargo, las palabras de Nousis no sonaban como una negativa camuflada en amabilidad, sino más bien como preocupación, como si pensase que dado a su estado, la elfa tendría mejor suerte yendo sola. La forma en la que dijo aquello, ¿de verdad se encontraba en tan malas condiciones? Notó en su voz un matiz de orgullo herido. Pfff. Le había visto pelear en situaciones lamentables y saliendo airoso en enfrentamientos que le superaban en número y tamaño, con que fuera capaz de sostener su espada ya sería más útil que la soledad. Y si resultaba estar en lo cierto, bueno, él mismo lo había dicho. Aliado. Ella pondría todo de su parte para sumar las fuerzas que le faltaban, no sería un lastre. Se atrevió a bromear, con intención de hacerle ver que aquello no la importaba. No quería una escolta, no recurría a su compañía por protección. Lo que buscaba era exactamente eso, tener a alguien cerca. Y entonces, él aceptó, incluso parecía aliviado por no tener que hacerlo solo.
Tomaron así el camino hacia el norte, la misma ruta que ya una vez recorrió con Iori. Sonrío al recordar lo intensa que había sido, ruborizándose al pensar en aquello, aunque las buenas sensaciones se disiparon cuando se forzó a retomar la seriedad. Tampoco había sido un camino de rosas, después de todo no era el territorio más apacible de Aerandir. -No sé qué tenías pensado pero... Lo mejor será que sigamos río arriba. Tendrás bosque suficiente cuando tengas que desviarte hasta Urd... Creeme, agradecerás haber podido avanzar sin preocuparte de los árboles un tiempo- sabía de lo que hablaba, las altas copas de los bosques del oeste, lejos de proporcionar protección, albergaban criaturas que vistas una vez era suficiente para tener claro que lo mejor sería evitarlas y por muy habilidoso que fuera el espadachín, tendría que cruzar aquel territorio solo. Lo miró de medio lado, caminando a su mismo paso, y un detalle que había pasado desapercibido en la conversación de su encuentro, resaltó de repente en su cabeza. Miraba con curiosidad la máscara que al principio le resultó siniestra, pero al advertir su evidente descaro al haber fijado su mirada en ella, apartó en seguida la vista -Antes dijiste algo sobre una maldición... ¿Debería preguntar?- no quiso incomodarlo, supuso que algo tenía que ver con su aspecto, sino ¿por qué ocultarlo? Pero se preguntaba si aquello causaría problemas. Acostumbrada, por sus andanzas previas, a seguir de cerca las espaldas del elfo, en aquella ocasión Aylizz caminaba con la seguridad de haber recorrido ya esos senderos, siendo capaz de seguir el ritmo de su compañero y convenciéndose de poder mantener algo de calma. Algo había cambiado en él, podía apreciarse que su ligereza al andar había disminuido y de alguna manera, su energía parecía haberse atenuado. Aunque, después de todo, había sobrevivido a una guerra... Lo sobrenatural sería no encontrarse agotado.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
-¿Y bien?- preguntó Lixis al hombre, Elthan, una vez se acercó a ella, sentándose en la hierba, compartiendo la sombra del árbol.
-Ya me han dado un sitio, y han descargado la comida.-
-¿Les has hecho meter las cajas en tu habitación o les has dejado usar el almacén al menos?- El hombre evitó su mirada, ligeramente ruborizado. Lo había calado, y no podía evitar reírse a su costa. El hombre le puso una rebanada de pan en la mano, aun sin mirarla.
-No son malos Elthan, la mayoría al menos, solo un montón de almas perdidas, intentando hacer lo correcto, intentando expiar sus pecados.- El hombre volvió a mirarla, pero esta vez era ella quien estaba mirando al frente, fingiendo tan bien como podía que no estaba evitando su mirada.
-¿Y cuánto tiempo tend…?- pero no continuó, aunque ambos supieran lo que quería preguntar. No era algo que quisiera pensar, mucho menos explicar. El simple acto de calcular, de pensar en la posibilidad que un número arbitrario de buenas obras pudiera compensar la luz más brillante de su vida… Y que dicha luz no hubiese tardado ni un momento en perdonarla de inmediato no lo mejoraba, justo al contrario. Rompió una migaja de pan y se la llevo la boca, para intentar aliviar el silencio incómodo.
-¿Y ahora? ¿Qué piensas hacer, mi radiante salvadora?- su intento de humor cayó en oídos sordos, pero era un intento de llenar el silencio, y lo aceptó igualmente.
-Ya te he llevado donde querías, desde aquí podrás distribuir la comida, así que supongo… que buscaré a alguien que salga del bosque y necesite protección, llegue demasiado tarde para luchar o sanar.- No estaba mirándolo aún, pero podía notar su boca abrirse, puede que por tener que pasar tanto tiempo juntos. –No.- lo calló de inmediato. –No ir en carro me habría ganado un día o dos, habría necesitado semanas. Asegurarme de que tu buena obra era culminada era más importante.- si realmente hubiera habido tiempo, si realmente hubiese necesitado ir… puede que hubiera podido forzar a los caballos con un flujo constante de luz revitalizante, pero seguramente los hubiera matado en cuando dejará de suplirles energía, si tuviese la monstruosa cantidad de Luz necesaria siquiera.
Con el pan ya comido, se levantó de su lugar bajo el árbol, quitándose briznas de hierba y hojas de la armadura. –Si quieres una escolta de vuelta, busca a la Instructora Nogal, se asegurará de que llegues a salvo.- Empezaba a hacerse tarde, y ella ya había cumplido su misión, por lo que sería mejor que Elthan cumpliera la suya. En cuanto a ella, ya había localizado a alguien necesitado de protección.
Es decir, un tipo armado y enmascarado viajando junto a una jovencita lucía extremadamente sospechoso, si eso hubiera pasado en Lunargenta, esperaría tener que sanar una puñalada en unos minutos, así que lo mejor sería evitar ese desagradable final. –Buenos días, viajeros.- los saludó. –Los caminos son peligrosos, seguro que podríais usar compañía…- Claramente parecían alejarse de Sandorai, así que podía seguirlos un rato, si no intentaban apuñalarla demasiado. Importaba poco el lugar, aún no le apetecía volver a Lunargenta... olia un poco mal, y nada la retenía allí.
-Ya me han dado un sitio, y han descargado la comida.-
-¿Les has hecho meter las cajas en tu habitación o les has dejado usar el almacén al menos?- El hombre evitó su mirada, ligeramente ruborizado. Lo había calado, y no podía evitar reírse a su costa. El hombre le puso una rebanada de pan en la mano, aun sin mirarla.
-No son malos Elthan, la mayoría al menos, solo un montón de almas perdidas, intentando hacer lo correcto, intentando expiar sus pecados.- El hombre volvió a mirarla, pero esta vez era ella quien estaba mirando al frente, fingiendo tan bien como podía que no estaba evitando su mirada.
-¿Y cuánto tiempo tend…?- pero no continuó, aunque ambos supieran lo que quería preguntar. No era algo que quisiera pensar, mucho menos explicar. El simple acto de calcular, de pensar en la posibilidad que un número arbitrario de buenas obras pudiera compensar la luz más brillante de su vida… Y que dicha luz no hubiese tardado ni un momento en perdonarla de inmediato no lo mejoraba, justo al contrario. Rompió una migaja de pan y se la llevo la boca, para intentar aliviar el silencio incómodo.
-¿Y ahora? ¿Qué piensas hacer, mi radiante salvadora?- su intento de humor cayó en oídos sordos, pero era un intento de llenar el silencio, y lo aceptó igualmente.
-Ya te he llevado donde querías, desde aquí podrás distribuir la comida, así que supongo… que buscaré a alguien que salga del bosque y necesite protección, llegue demasiado tarde para luchar o sanar.- No estaba mirándolo aún, pero podía notar su boca abrirse, puede que por tener que pasar tanto tiempo juntos. –No.- lo calló de inmediato. –No ir en carro me habría ganado un día o dos, habría necesitado semanas. Asegurarme de que tu buena obra era culminada era más importante.- si realmente hubiera habido tiempo, si realmente hubiese necesitado ir… puede que hubiera podido forzar a los caballos con un flujo constante de luz revitalizante, pero seguramente los hubiera matado en cuando dejará de suplirles energía, si tuviese la monstruosa cantidad de Luz necesaria siquiera.
Con el pan ya comido, se levantó de su lugar bajo el árbol, quitándose briznas de hierba y hojas de la armadura. –Si quieres una escolta de vuelta, busca a la Instructora Nogal, se asegurará de que llegues a salvo.- Empezaba a hacerse tarde, y ella ya había cumplido su misión, por lo que sería mejor que Elthan cumpliera la suya. En cuanto a ella, ya había localizado a alguien necesitado de protección.
Es decir, un tipo armado y enmascarado viajando junto a una jovencita lucía extremadamente sospechoso, si eso hubiera pasado en Lunargenta, esperaría tener que sanar una puñalada en unos minutos, así que lo mejor sería evitar ese desagradable final. –Buenos días, viajeros.- los saludó. –Los caminos son peligrosos, seguro que podríais usar compañía…- Claramente parecían alejarse de Sandorai, así que podía seguirlos un rato, si no intentaban apuñalarla demasiado. Importaba poco el lugar, aún no le apetecía volver a Lunargenta... olia un poco mal, y nada la retenía allí.
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Era hora de continuar, se dijo, echando un último vistazo bajo la máscara al sagrado lugar. Todo el mundo parecía allí calmado, como si la guerra no hubiese existido. Acercándose y alejándose de las grandes piedras, lo que observaba quizá podría no variar en siglos. Tal pensamiento le agradó.
Además, el camino siempre se acortaba cuando los pasos estaban acompañados. Giró la cabeza, observando a Aylizz, sin evitar su espontáneo gesto de cariño. Era preferible dejar atrás lo ocurrido en Hjalldorn. Le bastaba saber que había salido ilesa.
El plan de la elfa le hizo preguntarse cómo y por qué habría llegado a visitar la región de Urd. Acudir a cualquiera de las urbes de Verisar, o al norte, podría tener una explicación que ni siquiera era preciso que necesitase nada más allá de simple ánimo de viajar. No imaginaba por cuanto había leído, visitado y escuchado, que alguien pusiera allí sus pies sin un propósito muy concreto. El mero hecho de que conociese parte del camino ya resultaba una ayuda inestimable. Parecía que los dioses querían en verdad ayudarle a terminar con esa maldición dándole herramientas adecuadas.
-Comprendo que te cause cierta reticencia- respondió a su compañera, refiriéndose a su atuendo- La guerra causó muchas muertes, y he visto poderes que no había creído posibles- evocó- Lo hablaremos si lo deseas más adelante, al fin y al cabo, también es tu tierra- sonrió bajo la máscara- A mí, además de peligros, me dejó una marca que ha afectado a mis capacidades y a mi físico. Ha sido… duro, verme tras ello- admitió- Hoy mismo he conseguido una pequeña victoria. Me encontraba mucho peor antes de llegar al santuario, no habría aguantado el viaje a Urd. Si ocurre lo mismo allí, podré recuperarme. Esa es la idea.
Tras las plegarias, tras el milagro de haber recibido de regreso parte de su antiguo yo, no dudaba ya de las palabras de la misteriosa sacerdotisa. Sólo elucubraba acerca de lo que podría aguardarles a lo largo del viaje al norte.
E iba a instarla a comenzar la ruta cuando fueron interpelados por una mujer que nunca antes había visto. Estudió sus agraciadas facciones, así como todo cuanto portaba a simple vistea. No era una clériga, comerciante o campesina. Su destacada armadura la señalaban como una auténtica guerrera.
-Me llamo Nousis, del clan Índirel, vasallos de los Neril- se presentó con cortesía. Allí, en su tierra, frente a dos de los suyos, agradecía el remanso de amabilidad que pudiese hacer nacer. Su especie siempre merecería el beneficio de la confianza. Así debía ser, ante la vorágine bárbara que azotaba el mundo exterior.
-Me dirijo a las tierras de Urd- explicó- No tengo inconveniente alguno en aumentar el grupo- con otra de mi especie, pensó para sí. Ya había visto suficientes extranjeros juntos por un tiempo, pese a los resultados de las batallas. Le parecía curiosamente adecuado emprender el camino inmerso en un ambiente donde cada miembro de la compañía era un pedazo del hogar.
No obstante, giró la cabeza en dirección a Aylizz. Tal vez ella pusiera reparos. De no ser así, sería el momento de abandonar los Baldíos por una temporada.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Aquellas palabras sobre la guerra la removieron por dentro, el aliento por haber coincidido con un antiguo conocido se desvaneció al volver a ser consciente de la situación... Lo que la rodeaba... No se esperaba la sugerencia del elfo acerca de hablar de lo sucedido, lo cierto es que en sus encuentros anteriores no habían tenido ocasión de hablar de manera cercana, pero en aquel momento agradeció profundamente el acercamiento, aún tenía muchas preguntas -Estaría bien...- respondió, esbozando media sonrisa, aunque sin levantar la mirada del suelo. Apenas entendió la explicación que él la dio, pero fue lo suficientemente claro como para entender que la guerra no sólo se había cobrado vidas, sino que también dejaba profundas secuelas a los que se les había perdonado de la muerte.
Apenas pudieron intercambiar muchas más palabras mientras caminaban cuando de un lado del sendero se adelantó una joven elfa, cubierta de una elegante armadura, que se paró frente a ellos. Aylizz la miró sorprendida, analizando el aspecto de su igual, con cierta admiración. No reconoció los detalles de su armazón, sólo pudo diferenciar que no pertenecía a la guardia, ¿quizá protección privada de alguna familia importante? No se preocupó por pensarlo demasiado, de manera sutil se había ofrecido a acompañarlos, tal vez era una más de todos los que se habían quedado solos tras la batalla, y lo cierto era que no les vendría bien una escolta. Que Nousis fuera el primero en responder ante la extraña no era algo nuevo, formaba parte de su carácter, aunque no era usual que lo hiciese con ese tono amable y despreocupado, al menos no con terceras personas. En cierto modo, podía notarse que una parte de él se encontraba en calma al tratarse de una más.
Con una escueta presentación, el elfo aportó más información sobre sí que en todo el tiempo que habían pasado juntos en sus anteriores encuentros. Al escuchar que pertenecía a un clan vasallo de los Neril, todo pareció encajar con él un poco más, las ideas que defendía, su actitud ante la vida... Muy en la línea de aquel resonado apellido. Y entonces cayó en la cuenta, servías a su casa... Recordó la conversación que tuvieron camino a Hjalldorn sobre los motivos del enmascarado para dirigirse hacia allí, sobre ella y cómo lo suyo no acabó bien... Ahora creyó entender algo más de aquella historia, aunque ¿realmente importaba? No, tan sólo se trataba de un fragmento del pasado otro, nada tenía que ver con ella, pero... En cierto modo, percibía un trasfondo que iba más allá de una anécdota de amoríos de juventud. Algo que le permitía ver algo más del enmascarado, más que a un "maldito elfo estirado".
Volvió a prestar atención a la guerrera cuando advirtió que Nousis la miraba, como si esperase aprobación. Sacudió la cabeza con discreción, aquello en lo que pensaba poco o nada era de su incumbencia, y se dirigió entonces a la extraña. -Aylizz Wendell, de Eddambir, o al menos lo que fue algún día...- sonrió tratando de no hacer notar el nudo que se le hizo en la garganta al mentar su aldea -Comparto parte de su camino hacia el oeste- explicó, señalando al elfo con la mirada -Lo cierto es que no nos vendría mal alguien como tú- al escuchar cómo sonaron aquellas palabras en alto se enrojeció, ¿como tú? ¿Qué demonios significaba eso? -Es decir... Salta a la vista que estás preparada... Eh... Eso da seguridad...- añadió, frotándose la nuca, esforzándose por parecer menos rara y más amigable.
Apenas pudieron intercambiar muchas más palabras mientras caminaban cuando de un lado del sendero se adelantó una joven elfa, cubierta de una elegante armadura, que se paró frente a ellos. Aylizz la miró sorprendida, analizando el aspecto de su igual, con cierta admiración. No reconoció los detalles de su armazón, sólo pudo diferenciar que no pertenecía a la guardia, ¿quizá protección privada de alguna familia importante? No se preocupó por pensarlo demasiado, de manera sutil se había ofrecido a acompañarlos, tal vez era una más de todos los que se habían quedado solos tras la batalla, y lo cierto era que no les vendría bien una escolta. Que Nousis fuera el primero en responder ante la extraña no era algo nuevo, formaba parte de su carácter, aunque no era usual que lo hiciese con ese tono amable y despreocupado, al menos no con terceras personas. En cierto modo, podía notarse que una parte de él se encontraba en calma al tratarse de una más.
Con una escueta presentación, el elfo aportó más información sobre sí que en todo el tiempo que habían pasado juntos en sus anteriores encuentros. Al escuchar que pertenecía a un clan vasallo de los Neril, todo pareció encajar con él un poco más, las ideas que defendía, su actitud ante la vida... Muy en la línea de aquel resonado apellido. Y entonces cayó en la cuenta, servías a su casa... Recordó la conversación que tuvieron camino a Hjalldorn sobre los motivos del enmascarado para dirigirse hacia allí, sobre ella y cómo lo suyo no acabó bien... Ahora creyó entender algo más de aquella historia, aunque ¿realmente importaba? No, tan sólo se trataba de un fragmento del pasado otro, nada tenía que ver con ella, pero... En cierto modo, percibía un trasfondo que iba más allá de una anécdota de amoríos de juventud. Algo que le permitía ver algo más del enmascarado, más que a un "maldito elfo estirado".
Volvió a prestar atención a la guerrera cuando advirtió que Nousis la miraba, como si esperase aprobación. Sacudió la cabeza con discreción, aquello en lo que pensaba poco o nada era de su incumbencia, y se dirigió entonces a la extraña. -Aylizz Wendell, de Eddambir, o al menos lo que fue algún día...- sonrió tratando de no hacer notar el nudo que se le hizo en la garganta al mentar su aldea -Comparto parte de su camino hacia el oeste- explicó, señalando al elfo con la mirada -Lo cierto es que no nos vendría mal alguien como tú- al escuchar cómo sonaron aquellas palabras en alto se enrojeció, ¿como tú? ¿Qué demonios significaba eso? -Es decir... Salta a la vista que estás preparada... Eh... Eso da seguridad...- añadió, frotándose la nuca, esforzándose por parecer menos rara y más amigable.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
-Hola, Nousis, del clan Índirel.- se limitó a decir, aun mirando la máscara que llevaba el hombre. O estaba muy comprometido con su estilo, o no era un estilo exactamente. ¿Quemaduras? Posiblemente. Se habría ofrecido a ayudar, pero poco podía hacer si no eran muy recientes, remover cicatrices estaba fuera de sus capacidades ahora mismo. De momento al menos.
Y ante el nombre de su clan, simplemente pestañeo, sin decir nada. Su educación en clanes elficos había sido… no, había sido impecable, simplemente había sido a primera hora, por lo que se había dormido en la inmensa mayoría de ellas. Embarazoso, ahora que se encontraba en esa situación, pero no parecía esperar algún tipo de reconocimiento o trato especial cual noble petulante, sino con la misma naturalidad con la que ella habría dicho que le su plato favorito era el pastel de limón, así que asintió como si ese nombre significara algo para ella y siguió a lo suyo. No se le había perdido nada a Urd, pero tampoco tenía ningún sitio al que ir ahora mismo, así que no le importaría hacer turismo.
Y cuando el hombre se giró hacia la mujer, ella lo hizo también, más para comprobar si su primera asunción era correcta y la chiquilla estaba siendo coaccionada que por querer una confirmación también, pero no le costaba nada mantener las formas igualmente.
-Buenos días Aylizz Wendell.- contestó a su vez a la mujer, que pareció tropezarse con sus propias palabras. No estaba segura como se suponía que iba a malinterpretar la frase anterior, pero quedaría raro preguntar, además de hacer la situación incómoda, y no se había dado por aludida, por lo que siguió como si nada.
-Yo soy Lixis. Solo Lixis.- la Orden tenía cierta… reputación, la mayoría completamente inmerecida, pero intentar explicarse cuando (si) reconocían el nombre solo causaría problemas, así que si no reconocían el emblema, no iba a deletreárselo. –Estoy de peregrinaje. Sin ninguna dirección en concreto. Y he oído que Urd es muy…- estaba estrujándose el cerebro buscando algo positivo en una zona que, por lo que recordaba, era describía como “agreste, fría y oscura”. Aparentemente también te apuñalaban por medio aero, pero eso venía de Lunargenta, donde la gente se apuñalaba con preocupante regularidad, así que creía que eso último era simplemente los humanos proyectando. Ah, ya lo tenía. –Misteriosa, en esta época del año. ¿Visitando familia?- No estaba muy segura con eso de la coacción, y aunque de momento se inclinaba por el "no", un poco de vigilancia extra no hacía daño a nadie.
Y ante el nombre de su clan, simplemente pestañeo, sin decir nada. Su educación en clanes elficos había sido… no, había sido impecable, simplemente había sido a primera hora, por lo que se había dormido en la inmensa mayoría de ellas. Embarazoso, ahora que se encontraba en esa situación, pero no parecía esperar algún tipo de reconocimiento o trato especial cual noble petulante, sino con la misma naturalidad con la que ella habría dicho que le su plato favorito era el pastel de limón, así que asintió como si ese nombre significara algo para ella y siguió a lo suyo. No se le había perdido nada a Urd, pero tampoco tenía ningún sitio al que ir ahora mismo, así que no le importaría hacer turismo.
Y cuando el hombre se giró hacia la mujer, ella lo hizo también, más para comprobar si su primera asunción era correcta y la chiquilla estaba siendo coaccionada que por querer una confirmación también, pero no le costaba nada mantener las formas igualmente.
-Buenos días Aylizz Wendell.- contestó a su vez a la mujer, que pareció tropezarse con sus propias palabras. No estaba segura como se suponía que iba a malinterpretar la frase anterior, pero quedaría raro preguntar, además de hacer la situación incómoda, y no se había dado por aludida, por lo que siguió como si nada.
-Yo soy Lixis. Solo Lixis.- la Orden tenía cierta… reputación, la mayoría completamente inmerecida, pero intentar explicarse cuando (si) reconocían el nombre solo causaría problemas, así que si no reconocían el emblema, no iba a deletreárselo. –Estoy de peregrinaje. Sin ninguna dirección en concreto. Y he oído que Urd es muy…- estaba estrujándose el cerebro buscando algo positivo en una zona que, por lo que recordaba, era describía como “agreste, fría y oscura”. Aparentemente también te apuñalaban por medio aero, pero eso venía de Lunargenta, donde la gente se apuñalaba con preocupante regularidad, así que creía que eso último era simplemente los humanos proyectando. Ah, ya lo tenía. –Misteriosa, en esta época del año. ¿Visitando familia?- No estaba muy segura con eso de la coacción, y aunque de momento se inclinaba por el "no", un poco de vigilancia extra no hacía daño a nadie.
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
La brisa llegó cálida al entrar en el claro y se sentía densa, pesada. No se veía una nube en el cielo, pero Falathar supo que llovería antes de que acabara el día. Nada le dijo a Indis, su compañera; sin duda, ella también lo habría notado.
Ambos bordearon el claro con los arcos preparados, escudriñando cada arbusto y apuntando alternativamente allá donde escuchasen algún sonido extraño o percibiesen el más mínimo movimiento. Ardillas, urracas, el viento, nada parecido al gemido apagado que los había llevado en aquella dirección.
Sus patrullas no solían traerlos tan al sur, no antes de la nueva normalidad con los grupos de refugiados abandonando Sandorai y la entrada de la Nowo Khan en el foco de interés del misterioso Hombre Muerto. Aún así, conocían lo suficiente de la zona como para saber que aquel claro, con sus frondosos lindes y su fuente de agua clara, era un lugar estupendo para una emboscada, por lo que no bajarían la guardia.
Los dos elfos se pusieron inmediatamente en tensión cuando oyeron de nuevo aquel gemido, más nítido de lo que lo habían oído antes. Se miraron en silencio, Indis señaló con un gesto de la cabeza un grupo de arbustos y volvió a otear los alrededores con el arco siempre preparado. Falathar apuntó hacia los arbustos mientras se acercaba con pie firme, pero en el más absoluto silencio. Tras asomarse por encima del ramaje, hizo una señal a su compañera, bajó el arco, devolvió la flecha al carcaj y desapareció en la espesura. Indis se acercó más a los arbustos, pero permaneció alerta, vigilando el resto del claro.
—Ya está, muchacho —murmuró Falathar—. No grites, deja que te ayude con eso.
Indis echó un breve vistazo al otro lado de los arbustos antes de volver la vista de nuevo al claro. Su compañero tenía en la mano un paño de un color parduzco que debía haber sido usado como mordaza para el joven elfo que yacía entre el ramaje, atado con lo que parecían las perneras de un pantalón. Falathar no se detuvo a deshacer el apresurado nudo, sino que sacó su cuchillo del cinto y cortó la prenda. El chico, que no podía tener más de dieciocho o veinte años, se tomó un momento para incorporarse, con lentitud, como si cada movimiento sobrecargase sus músculos. Isil sabría cuánto tiempo llevaba allí tirado.
—Soy Falathar —se presentó el veterano— y ella es Indis. —La aludida se acercó un poco más al arbusto para que el muchacho pudiera verla desde allí, pero no apartó la vista de los alrededores— Somos del clan Sondve.
—M-me llamo Handir, del clan Fëde —dijo el joven. Su voz sonaba seca, rasgada. Falathar le ofreció su odre de agua. El chico ni siquiera dudó antes de beber con ganas.
—Dime —continuó Falathar—, ¿quién te ha hecho esto?
El rostro del joven se contorsionó como si acabara de recordar algo especialmente doloroso, devolvió apresuradamente el odre y trató de levantarse, pero sus piernas no respondieron adecuadamente y cayó de nuevo al suelo. De su garganta, escapó un quejido a medio camino entre el llanto y la frustración.
—Fue mi padre —respondió al fin. Una lágrima resbaló por su mejilla—. Paramos junto a la fuente, a descansar y a reponer nuestras reservas de agua. Mi padre y yo vinimos detrás de los arbustos, a orinar, y justo entonces nos atacaron.
Falathar cruzó una breve mirada con Indis. No era la primera vez que les llegaban noticias de algún ataque, nunca faltaba quien aprovechaba la desgracia ajena y un grupo de refugiados desprevenidos era una presa muy golosa. Lo verdaderamente alarmante no eran los robos en sí, sino los pocos cuerpos que dejaban atrás. Era una de las razones de que sus patrullas se hubiesen alargando en las últimas semanas: alguien se estaba llevando elfos del bosque.
—¡Quise ayudar a los demás! —prosiguió el chico en un tono más agitado. Falathar asintió para indicar que lo creía—, pero mi padre me golpeó por la espalada y me dejó aquí tirado.
—Lo hizo para protegerte —dijo Falathar.
—¿Y a Madre quién la protege? —gritó Handir. Indis se pegó contra el arbusto pasando la vista a toda velocidad de un lado a otro del claro, Falathar gesticuló desesperadamente con las manos para indicarle que bajara la voz, atento a cualquier señal de aviso de su compañaera—. ¿Y a los pequeños? —añadió el joven al borde del llanto—, ¿están…? —No se atrevió a terminar la pregunta.
—Han de estar vivos —respondió Indis en voz baja, pero lo suficiente audible para los dos elfos agazapados tras el arbusto— o habrían dejado los cuerpos atrás.
—¡Entonces debo ir tras ellos! —dijo el joven. Aquel rayo de esperanza pareció infundir fuerzas en el muchacho, que en esa ocasión, sí fue capaz de levantarse.
—Hey, espera, chico —dijo Falathar levantándose tras él—. ¿Piensas ir tú sólo? Sin armas, sin víveres.
—¡Debo hacerlo! —insistió Handir—. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, he pasado al menos una noche ahí tirado. Ya me llevan mucha ventaja. ¡Si espero más tiempo, no podré hallar el rastro!
—Las huellas junto a la fuente no pueden tener más de dos días —confirmó Indis. Falathar la miró a los ojos y ella supo al instante lo que estaba pensando—. No, debemos volver a la aldea o se alarmarán —le dijo.
—Vuelve tú —dijo él sin ningún asomo de rencor—, lleva el reporte. Te mueves más rápido sola igualmente. El chico tiene razón, si esperamos, el rastro se enfriará.
Indis miró seria a su compañero, pero algo la alertó y se volvió hacia el borde del claro con el arco en alto. Falathar dio un paso atrás indicándole a Handir que guardara silencio mientras echaba mano de su propio arco.
—¿Quién eres? —dijo la elfa con voz alta y clara—. Muéstrate.
¡Sorpresa! O no, da igual. El cielo permitió que la primera parte del peregrinaje de Nousis fuera relativamente tranquila (masacre de cultistas aparte), pero para esta segunda sección, el camino más largo, he querido introducir un poco de caos divino.
Suponiendo que hagáis caso del sabio consejo de Aylizz y decidáis viajar río arriba, bordeando Midgar, eso os llevaría a las cercanías de Nytt Hus, hogar del clan Sondve (imagino que sabéis de quiénes os hablo, ya que los tres —con una u otra cuenta— os habéis ofrecido a ayudarlos en el evento de los 19 objetos, pero os dejo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] igualmente la información del clan, que no me cuesta nada).
Os encontráis con la escena descrita más arriba. Tal vez seáis vosotros a los que apunta Indis o no, lo dejo a vuestro criterio. Podéis ofrecer vuestra ayuda al joven Handir o pasar de largo, es vuestra decisión. Tenéis permiso para manejar a los tres elfos, incluso para aportar descripciones o imágenes si lo deseáis. También para avanzar un poco la trama, siempre que cumpláis un par de premisas: 1) pase lo que pase, Indis y Falathar se separarán, él irá con Handir y ella regresará a Nytt Hus para reportar lo que han visto; 2) no encontraréis a los atacantes en este turno (podéis decidir vosotros hacia dónde lleva el rastro). Si preferís pasar de largo, tirad runa.
Por supuesto, también está la opción de seguir una ruta distinta. En ese caso, no os encontraréis con los personajes mencionados (al menos, no aún), pero algo os toparéis. Tirad runa para ver qué.
Nos vemos en el próximo turno.
Ambos bordearon el claro con los arcos preparados, escudriñando cada arbusto y apuntando alternativamente allá donde escuchasen algún sonido extraño o percibiesen el más mínimo movimiento. Ardillas, urracas, el viento, nada parecido al gemido apagado que los había llevado en aquella dirección.
Sus patrullas no solían traerlos tan al sur, no antes de la nueva normalidad con los grupos de refugiados abandonando Sandorai y la entrada de la Nowo Khan en el foco de interés del misterioso Hombre Muerto. Aún así, conocían lo suficiente de la zona como para saber que aquel claro, con sus frondosos lindes y su fuente de agua clara, era un lugar estupendo para una emboscada, por lo que no bajarían la guardia.
Los dos elfos se pusieron inmediatamente en tensión cuando oyeron de nuevo aquel gemido, más nítido de lo que lo habían oído antes. Se miraron en silencio, Indis señaló con un gesto de la cabeza un grupo de arbustos y volvió a otear los alrededores con el arco siempre preparado. Falathar apuntó hacia los arbustos mientras se acercaba con pie firme, pero en el más absoluto silencio. Tras asomarse por encima del ramaje, hizo una señal a su compañera, bajó el arco, devolvió la flecha al carcaj y desapareció en la espesura. Indis se acercó más a los arbustos, pero permaneció alerta, vigilando el resto del claro.
—Ya está, muchacho —murmuró Falathar—. No grites, deja que te ayude con eso.
Indis echó un breve vistazo al otro lado de los arbustos antes de volver la vista de nuevo al claro. Su compañero tenía en la mano un paño de un color parduzco que debía haber sido usado como mordaza para el joven elfo que yacía entre el ramaje, atado con lo que parecían las perneras de un pantalón. Falathar no se detuvo a deshacer el apresurado nudo, sino que sacó su cuchillo del cinto y cortó la prenda. El chico, que no podía tener más de dieciocho o veinte años, se tomó un momento para incorporarse, con lentitud, como si cada movimiento sobrecargase sus músculos. Isil sabría cuánto tiempo llevaba allí tirado.
—Soy Falathar —se presentó el veterano— y ella es Indis. —La aludida se acercó un poco más al arbusto para que el muchacho pudiera verla desde allí, pero no apartó la vista de los alrededores— Somos del clan Sondve.
—M-me llamo Handir, del clan Fëde —dijo el joven. Su voz sonaba seca, rasgada. Falathar le ofreció su odre de agua. El chico ni siquiera dudó antes de beber con ganas.
—Dime —continuó Falathar—, ¿quién te ha hecho esto?
El rostro del joven se contorsionó como si acabara de recordar algo especialmente doloroso, devolvió apresuradamente el odre y trató de levantarse, pero sus piernas no respondieron adecuadamente y cayó de nuevo al suelo. De su garganta, escapó un quejido a medio camino entre el llanto y la frustración.
—Fue mi padre —respondió al fin. Una lágrima resbaló por su mejilla—. Paramos junto a la fuente, a descansar y a reponer nuestras reservas de agua. Mi padre y yo vinimos detrás de los arbustos, a orinar, y justo entonces nos atacaron.
Falathar cruzó una breve mirada con Indis. No era la primera vez que les llegaban noticias de algún ataque, nunca faltaba quien aprovechaba la desgracia ajena y un grupo de refugiados desprevenidos era una presa muy golosa. Lo verdaderamente alarmante no eran los robos en sí, sino los pocos cuerpos que dejaban atrás. Era una de las razones de que sus patrullas se hubiesen alargando en las últimas semanas: alguien se estaba llevando elfos del bosque.
—¡Quise ayudar a los demás! —prosiguió el chico en un tono más agitado. Falathar asintió para indicar que lo creía—, pero mi padre me golpeó por la espalada y me dejó aquí tirado.
—Lo hizo para protegerte —dijo Falathar.
—¿Y a Madre quién la protege? —gritó Handir. Indis se pegó contra el arbusto pasando la vista a toda velocidad de un lado a otro del claro, Falathar gesticuló desesperadamente con las manos para indicarle que bajara la voz, atento a cualquier señal de aviso de su compañaera—. ¿Y a los pequeños? —añadió el joven al borde del llanto—, ¿están…? —No se atrevió a terminar la pregunta.
—Han de estar vivos —respondió Indis en voz baja, pero lo suficiente audible para los dos elfos agazapados tras el arbusto— o habrían dejado los cuerpos atrás.
—¡Entonces debo ir tras ellos! —dijo el joven. Aquel rayo de esperanza pareció infundir fuerzas en el muchacho, que en esa ocasión, sí fue capaz de levantarse.
—Hey, espera, chico —dijo Falathar levantándose tras él—. ¿Piensas ir tú sólo? Sin armas, sin víveres.
—¡Debo hacerlo! —insistió Handir—. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, he pasado al menos una noche ahí tirado. Ya me llevan mucha ventaja. ¡Si espero más tiempo, no podré hallar el rastro!
—Las huellas junto a la fuente no pueden tener más de dos días —confirmó Indis. Falathar la miró a los ojos y ella supo al instante lo que estaba pensando—. No, debemos volver a la aldea o se alarmarán —le dijo.
—Vuelve tú —dijo él sin ningún asomo de rencor—, lleva el reporte. Te mueves más rápido sola igualmente. El chico tiene razón, si esperamos, el rastro se enfriará.
Indis miró seria a su compañero, pero algo la alertó y se volvió hacia el borde del claro con el arco en alto. Falathar dio un paso atrás indicándole a Handir que guardara silencio mientras echaba mano de su propio arco.
—¿Quién eres? —dijo la elfa con voz alta y clara—. Muéstrate.
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¡Sorpresa! O no, da igual. El cielo permitió que la primera parte del peregrinaje de Nousis fuera relativamente tranquila (masacre de cultistas aparte), pero para esta segunda sección, el camino más largo, he querido introducir un poco de caos divino.
Suponiendo que hagáis caso del sabio consejo de Aylizz y decidáis viajar río arriba, bordeando Midgar, eso os llevaría a las cercanías de Nytt Hus, hogar del clan Sondve (imagino que sabéis de quiénes os hablo, ya que los tres —con una u otra cuenta— os habéis ofrecido a ayudarlos en el evento de los 19 objetos, pero os dejo [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] igualmente la información del clan, que no me cuesta nada).
Os encontráis con la escena descrita más arriba. Tal vez seáis vosotros a los que apunta Indis o no, lo dejo a vuestro criterio. Podéis ofrecer vuestra ayuda al joven Handir o pasar de largo, es vuestra decisión. Tenéis permiso para manejar a los tres elfos, incluso para aportar descripciones o imágenes si lo deseáis. También para avanzar un poco la trama, siempre que cumpláis un par de premisas: 1) pase lo que pase, Indis y Falathar se separarán, él irá con Handir y ella regresará a Nytt Hus para reportar lo que han visto; 2) no encontraréis a los atacantes en este turno (podéis decidir vosotros hacia dónde lleva el rastro). Si preferís pasar de largo, tirad runa.
Por supuesto, también está la opción de seguir una ruta distinta. En ese caso, no os encontraréis con los personajes mencionados (al menos, no aún), pero algo os toparéis. Tirad runa para ver qué.
Nos vemos en el próximo turno.
Fehu
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Habían caminado varias horas, y el elfo se sentía ya bastante cansado. Aún no se había recuperado, en absoluto, y el esfuerzo pesaba. La máscara lo agobiaba, mas en ningún momento llegó a pensar en quitársela. Mucho distaba para siquiera plantearse algo así. Sabía que, a cada paso, Urd estaba más cerca y con ello, el final del maldito viaje.
La reacción de Ayl ante Lixis le indicó que su compañera no había cambiado en los meses que habían dejado de verse. Aún llevaba consigo ese punto de cierta timidez y cortesía que ya le había visto expresar con anterioridad. No realizó en ese momento comentario a sus curiosas palabras. Atento como solía, levantaron no obstante suspicacias. Archivó la laguna para más adelante, confiando en que nada malo hubiera ocurrido en el pasado de la joven elfa.
La guerra por otra parte no había hablado demasiado durante el breve tiempo que llevaban de viaje, en relación a cuanto ante sí aún tenían por delante. Nousis compuso una mueca bajo la máscara al escuchar la palabra peregrinaje. Tal afirmación venía como anillo al dedo para él, aun tratándose de algo completamente impuesto. ¿Sabría ella algo del santuario que debía alcanzar? La observó de reojo. No parecía probable, y por algún motivo, aún no deseaba compartir tanta información, ni siquiera con otro elfo. Ya conocía de primera mano que esas plegarias surtirían efecto, y se resistía a ponerse por completo, con toda la información dada, en manos de otra criatura. Confiar en su raza, sí, siempre. Pecar de ingenuidad por otro lado, no conllevaba más que problemas.
La foresta fue haciéndose más y más densa, sin llegar a resultar impracticable, y tal hecho, produjo en el espadachín un sentimiento de arropo, sintiéndose un poco más seguro aún en sus circunstancias actuales. No apretó el paso, dejándose imbuir por la vida que se respiraba en la región. Decidió que sería un buen lugar para detenerse el tiempo suficiente para reponer fuerzas, cuando todo pudieron escuchar unas voces en su lengua madre llegadas de un lugar cercano. Nou miró hacia varias zonas, esperando concretar más la ubicación o que alguien apareciese de improviso. No fue así.
Tomó entonces la empuñadura de su espada… antes de desechar la idea. Sólo tenía fuerza suficiente para dos o tres golpes, imposible mantener una pugna continuada. Suspiró, odiando su debilidad, cuando una perentoria voz femenina les dio un alto hostil, haciendoles detenerse al traspasar la última pareja de arbustos.
-Viajeros. Nos dirigimos al norte- explicó el enmascarado con convicción. Por fortuna, su atuendo dejaba ver claramente sus orejas. Además, encontrar gentes de los suyos implicaba un resquicio de sosiego de los que solían escasear. Sin embargo, cuando pudieron contemplar la escena por entero, el espadachín comprendió rápidamente la urgencia del rostro del más joven, y la desconfianza de la arquera. Ésta, tras un vistazo a la máscara de Nou, y algo más largo a la armadura de Lixis, bajó su arma lentamente. Volvió la vista a Falathar, el tiempo apremiaba. No había tiempo para interesarse por desconocidos que no supusieran un peligro inmediato.
-Nos veremos en Nytt Hus- aventuró, hablando a su compañero- Cuidaos- y rauda, serpenteó entre los árboles, perdiéndose de la vista de los tres viajeros.
Falathar y Handir sí les prestaron una atención más profunda. El mayor de ambos, pese a la crispación del joven, que a todas luces luchaba por no echar a correr en busca de los suyos, se dirigió con cortesía a los recién llegados.
-En otras circunstancias no me plantearía algo así, pero es algo inusual- habló rápidamente- Han atacado a algunos elfos, y han desaparecido. No tengo tiempo a que lleguen refuerzos, y no sé nada de vosotros, pero el padre del muchacho y otros podrían morir mientras hablamos- aseguró, dando un primer paso para seguir el rastro- Si preferís seguir vuestro camino, que Anar os guarde.
En un primer momento, el elfo maldito se sintió inclinado a evitar cualquier distracción que no llevase en el menor tiempo posible hacia su objetivo. Tal fue el consejo de esa parte oscura de sí mismo que siempre luchaba por evitar. Despreció ese pensamiento casi al instante. ¿Cómo negarse a ayudar, aún en su estado, a su sangre? Esperaba que algo pudiera hacer, por poco que ello fuera.
Le alegró comprobar como Lixis decidía con presteza atender al joven. La mirada de Aylizz señalaba no estar en contra de una pequeña aventura de auxilio. Su comentario acerca de seguir los pasos del muchacho fue respondidos por el guerrero, deteniéndose un momento con cierta contrariedad.
-Él sabría llegar a su aldea. Yo trataré de seguir el rastro del ataque- manifestó, poniéndose en marcha.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
La viajera se presentó, sin mencionar más que su nombre. Por alguna razón aquello la despertó mayor curiosidad hacia la guerrera, era poco habitual en los elfos no ensalzar su nombre, incluso los apellidos menos sonados se nombraban con orgullo, al menos estando entre ellos. Aunque ella misma solía omitir su origen cuando se daba a conocer fuera de los límites de la tierra donde se suponía que podían sentirse seguros -aunque aquella idea ahora parecía difusa- cuando el elfo se presentó, sintió que debía corresponder con las formalidades que los suyos acostumbraban. Al revelar su condición de peregrina, supuso que en ello residía la razón por la que no dio más detalles, igualmente tampoco la importaba. Se mostraba cortés, mantenía las distancias mientras caminaban, interesándose comedidamente por las razones de la pareja para dirigirse al oeste, -Ojalá- bromeó, ante la pregunta -En realidad espero dar con los refugiados al otro lado del río. Él... Bueno, su viaje es más espiritual.- esperó que aquella explicación fuera suficiente para hacerle sentir cómoda a su nueva acompañante, dedicándole un guiño de complicidad al espadachín.
La conversación no fue más allá, después de aquello continuaron en un silencio que, en cierto modo, era reconfortante, la espesura del bosque que empezaba a rodearles propiciaba un entorno que le hacía fácil sumirse en sus pensamientos. Avanzando hacia a un territorio que, por lo que conocía, aumentaba en hostilidad a medida que el sur iba quedando más lejos, agradeció para sí la compañía que tenía a ambos lados. Aquella imagen evocó algunos recuerdos de hacía años, cuando podía caminar despreocupada por los alrededores de su aldea a sabiendas de que siempre había unos ojos tras los árboles, velando por ella... Aunque aquello la irritase. En aquellos días no era capaz de comprenderlo, se sentía como una niñita blanda e incapaz de evitar tropezar con una piedra sin ayuda. Ahora, con perspectiva, se regañó mentalmente por no haberlo valorado entonces. Sonrío melancólica y aquella sensación reconfortante tornó de nuevo a la preocupación que trataba por mantener a raya, ¿estarían bien? Por los dioses, que lo estuvieran...
Las voces tras los arbustos dispersaron sus recuerdos y paró la marcha cuando se percató de que Lixis y Nousis también lo habían hecho, ahora dándola la espalda ya que, sin darse cuenta, se había quedado ligeramente atrás. Una de expresión seria e imponente que se apareció ante ellos había clavado sus ojos castaños y profundos sobre el grupo, inquiriendo que se identificasen. Una vez más, el moreno intercedió por los tres. Apenas pareció importarle, con la misma firmeza con la que se había dirigido hacia ellos se giró hacia los otros dos que los miraban desde atrás, despidiéndose fugazmente y acto seguido, alejó su estilizada figura cubierta por una armadura detallada en azul. Parecían haberse encontrado en un momento complejo. Entonces el segundo, atuendado también con armazón, se dirigió a ellos con una inesperada solicitud. Las voz del que parecía un soldado era profunda y directa, inundada con tonos de sincera preocupación, ¿ataques? ¿allí? Aunque no esperaba que fuese un viaje sin contratiempos, dada la zona a la que se dirigían, no los creía tan pronto... Apenas acababan de traspasar los límites más occidentales de Sandorai. Lo siguiente la provocó un escalofrío que recorrió toda su espalda, ¿desaparecidos? Aquello le pareció un deja vu. -¿Se sabe quién está detrás?- preguntó, con cierto nerviosismo -No es la primera vez que ocurre... Pero no, no tenemos mayor información. Por eso el tiempo apremia.- Aylizz asintió, con gesto de preocupación, tratando de convencerse de que tal vez, seguramente, se trataría de bandidos... Dados los acontecimientos recientes, el bosque se encontraba debilitado, no serían pocos los que habrían tenido la osadía de arrebatar los últimos resquicios de riqueza de su pueblo. Pero aquellos ataques... No era la primera vez que escuchaba algo así. Tomada la decisión de acompañar al joven elfo, ella se acercó al más maduro antes de partir -Eh... Esto...- dudó un momento, decidiendo como dirigirse a él -¿Si?- se giró, mientras terminaba de acomodarse la coraza, dispuesto a marchar de inmediato -Hace no mucho tiempo seguí este mismo camino hasta los lagos... Ya entonces me topé con un ataque así. Por lo que pude saber, eran más habituales cuanto más al noroeste. Nadie supo decir quién los orquestaba pero... Los que hablaban de ello se referían a "cosas".- esperó que aquello no tuviera nada que ver, aun así, creyó conveniente mencionarlo.
Iniciaron el camino tras el joven de pelo castaño, su marcha era torpe y ansiosa. Ni si quiera se preocupaba de voltearse para asegurarse que lo seguían, realmente no le importaba tener ayuda, aunque en su situación... Cualquiera hubiera reaccionado de aquella manera. La tarde caía, sin aminorar el rimo atravesaron la maleza, obviando los senderos, aun con la mente nublada el muchacho desprendía una seguridad que dejaba claro que sería capaz de llegar a su aldea aun sin el sentido de la vista. -¡Rápido! Aun quedará una hora para llegar, ¡no puede pasar otra noche! Ha pasado mucho tiempo... No los encontraré...- aquellas palabras rozaban la desesperación, la atención del que encabezaba el grupo comenzaba a fijarse demasiado en el sol, que ya acariciaba el horizonte, comenzando a esconder su parte más baja. Apenas quedaban los últimos reflejos en el cielo cuando otearon a lo lejos un conjunto de construcciones, muchas de las cuales derribadas, siguiendo la tónica general del entorno. Handir frenó en seco, tratando de retomar el aliento de forma atropellada, con los ojos abiertos y fijos en el poblado. -Allí es. No parece que haya nadie...
La conversación no fue más allá, después de aquello continuaron en un silencio que, en cierto modo, era reconfortante, la espesura del bosque que empezaba a rodearles propiciaba un entorno que le hacía fácil sumirse en sus pensamientos. Avanzando hacia a un territorio que, por lo que conocía, aumentaba en hostilidad a medida que el sur iba quedando más lejos, agradeció para sí la compañía que tenía a ambos lados. Aquella imagen evocó algunos recuerdos de hacía años, cuando podía caminar despreocupada por los alrededores de su aldea a sabiendas de que siempre había unos ojos tras los árboles, velando por ella... Aunque aquello la irritase. En aquellos días no era capaz de comprenderlo, se sentía como una niñita blanda e incapaz de evitar tropezar con una piedra sin ayuda. Ahora, con perspectiva, se regañó mentalmente por no haberlo valorado entonces. Sonrío melancólica y aquella sensación reconfortante tornó de nuevo a la preocupación que trataba por mantener a raya, ¿estarían bien? Por los dioses, que lo estuvieran...
-¡Deja de seguirme!
-No te estoy siguiendo.
-Lo haces, sieeeeeeeeeempre lo haces, ¡déjame en paz!
-Que nooooo. Tengo cosas que hacer en esta dirección.
-¿Cosas como seguirme?
-Lo que tú digas.
-¡Dioses!
-No te estoy siguiendo.
-Lo haces, sieeeeeeeeeempre lo haces, ¡déjame en paz!
-Que nooooo. Tengo cosas que hacer en esta dirección.
-¿Cosas como seguirme?
-Lo que tú digas.
-¡Dioses!
Las voces tras los arbustos dispersaron sus recuerdos y paró la marcha cuando se percató de que Lixis y Nousis también lo habían hecho, ahora dándola la espalda ya que, sin darse cuenta, se había quedado ligeramente atrás. Una de expresión seria e imponente que se apareció ante ellos había clavado sus ojos castaños y profundos sobre el grupo, inquiriendo que se identificasen. Una vez más, el moreno intercedió por los tres. Apenas pareció importarle, con la misma firmeza con la que se había dirigido hacia ellos se giró hacia los otros dos que los miraban desde atrás, despidiéndose fugazmente y acto seguido, alejó su estilizada figura cubierta por una armadura detallada en azul. Parecían haberse encontrado en un momento complejo. Entonces el segundo, atuendado también con armazón, se dirigió a ellos con una inesperada solicitud. Las voz del que parecía un soldado era profunda y directa, inundada con tonos de sincera preocupación, ¿ataques? ¿allí? Aunque no esperaba que fuese un viaje sin contratiempos, dada la zona a la que se dirigían, no los creía tan pronto... Apenas acababan de traspasar los límites más occidentales de Sandorai. Lo siguiente la provocó un escalofrío que recorrió toda su espalda, ¿desaparecidos? Aquello le pareció un deja vu. -¿Se sabe quién está detrás?- preguntó, con cierto nerviosismo -No es la primera vez que ocurre... Pero no, no tenemos mayor información. Por eso el tiempo apremia.- Aylizz asintió, con gesto de preocupación, tratando de convencerse de que tal vez, seguramente, se trataría de bandidos... Dados los acontecimientos recientes, el bosque se encontraba debilitado, no serían pocos los que habrían tenido la osadía de arrebatar los últimos resquicios de riqueza de su pueblo. Pero aquellos ataques... No era la primera vez que escuchaba algo así. Tomada la decisión de acompañar al joven elfo, ella se acercó al más maduro antes de partir -Eh... Esto...- dudó un momento, decidiendo como dirigirse a él -¿Si?- se giró, mientras terminaba de acomodarse la coraza, dispuesto a marchar de inmediato -Hace no mucho tiempo seguí este mismo camino hasta los lagos... Ya entonces me topé con un ataque así. Por lo que pude saber, eran más habituales cuanto más al noroeste. Nadie supo decir quién los orquestaba pero... Los que hablaban de ello se referían a "cosas".- esperó que aquello no tuviera nada que ver, aun así, creyó conveniente mencionarlo.
Iniciaron el camino tras el joven de pelo castaño, su marcha era torpe y ansiosa. Ni si quiera se preocupaba de voltearse para asegurarse que lo seguían, realmente no le importaba tener ayuda, aunque en su situación... Cualquiera hubiera reaccionado de aquella manera. La tarde caía, sin aminorar el rimo atravesaron la maleza, obviando los senderos, aun con la mente nublada el muchacho desprendía una seguridad que dejaba claro que sería capaz de llegar a su aldea aun sin el sentido de la vista. -¡Rápido! Aun quedará una hora para llegar, ¡no puede pasar otra noche! Ha pasado mucho tiempo... No los encontraré...- aquellas palabras rozaban la desesperación, la atención del que encabezaba el grupo comenzaba a fijarse demasiado en el sol, que ya acariciaba el horizonte, comenzando a esconder su parte más baja. Apenas quedaban los últimos reflejos en el cielo cuando otearon a lo lejos un conjunto de construcciones, muchas de las cuales derribadas, siguiendo la tónica general del entorno. Handir frenó en seco, tratando de retomar el aliento de forma atropellada, con los ojos abiertos y fijos en el poblado. -Allí es. No parece que haya nadie...
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
No hablaron mucho más, la travesía sumiéndose en un tranquilo silencio, atravesando tranquilamente el bosque sin problemas. Hasta que los hubo, como solía pasar con los problemas. Eran elfos, algo más agresivos de lo que esperaba por esos lares, pero parecieron relajarse en cuando los vieron.
No agresivos, desesperados, parecía ser. El conflicto entre el deber y ayudar a una pobre alma, lo conocía bien. Y tenía dudas de poder proteger al muchacho y acabar con quien fuera que se había llevado a las personas al mismo tiempo, así que les pedía ayuda. No hacía falta, se habría ofrecido igualmente aunque no hubiera querido.
Escoltarían a chaval hacia su aldea, se asegurarían de que estaba bien y llegaba seguro, puede que reclutaran a algún cazador competente y, con suerte, llegarían a tiempo de buscar a su familia. Al fin y al cabo, si alguien se tomaba la molestia de tomar prisioneros, solía significar que los necesitaba para algo, así que estarían bien un tiempo, era mejor salvar lo que pudiera y luego intentar salvar a lo que suponía que serían rehenes.
Era un largo camino hacia la aldea, y tener que aguantar al chaval ansioso empezaba a poder con su paciencia. Se planteaba decirle que él no iba a encontrar nada, que a pesar de lo que pudieran decir las historias, la mayoría de idiotas que tomaban un arma y se iban a la aventura morían en una cuneta a las pocas semanas, que solo oía las historias de los que lo habían conseguido… Pero hacerlo introduciría en su mente la posibilidad de que podía hacer algo, y solo le faltaba tener que hacerle de canguro mientras buscaba a su familia. No, mejor no decir nada.
Y finalmente llegaron a la aldea, guiados por el muchacho. Muchacho que se paró inmediatamente, en vez de correr hacia la seguridad de su casa como habría esperado, o puede que gritar en busca de ayuda. Miró al sol, los rayos cada vez más ocultos, dentro de nada anochecería. Puede que fuese simplemente un toque de queda por los recientes acontecimientos, familias refugiándose en silencio en sus casas, muertas de miedo.
Pero el instinto era algo poderoso, y si el chaval creía que algo en su hogar iba mal, ella no iba a ser la que despreciara esa sensación. Avanzó hasta quedarse junto al muchacho, susurrándole. –No hables, ¿cuál es tu casa?- abrió la boca y luego la cerró como un pez fuera del agua, y finalmente se lo indicó con gestos. Cuatro, derecha. La cuarta a la derecha. Si no era nada y solo estaban refugiados muertos de miedo, los únicos que contestarían serían los que lo conocieran, y seguramente, solo los de su propia familia, así que allí tenían que llegar.
Pero había tantas posibilidades sobre qué podía haber ido mal… dio unos pasos hacia delante, poniéndose premeditadamente ante el elfo, y empezó a avanzar lentamente, al frente, donde esperaba que su armadura parara el primer golpe si todo salía mal, su vista escaneando los tejados, árboles y callejones, por si acaso. Era solo un pequeño trecho hacia la casa, el chaval podía esperar cinco minutos más para que lo dejaran en casa.
No agresivos, desesperados, parecía ser. El conflicto entre el deber y ayudar a una pobre alma, lo conocía bien. Y tenía dudas de poder proteger al muchacho y acabar con quien fuera que se había llevado a las personas al mismo tiempo, así que les pedía ayuda. No hacía falta, se habría ofrecido igualmente aunque no hubiera querido.
Escoltarían a chaval hacia su aldea, se asegurarían de que estaba bien y llegaba seguro, puede que reclutaran a algún cazador competente y, con suerte, llegarían a tiempo de buscar a su familia. Al fin y al cabo, si alguien se tomaba la molestia de tomar prisioneros, solía significar que los necesitaba para algo, así que estarían bien un tiempo, era mejor salvar lo que pudiera y luego intentar salvar a lo que suponía que serían rehenes.
Era un largo camino hacia la aldea, y tener que aguantar al chaval ansioso empezaba a poder con su paciencia. Se planteaba decirle que él no iba a encontrar nada, que a pesar de lo que pudieran decir las historias, la mayoría de idiotas que tomaban un arma y se iban a la aventura morían en una cuneta a las pocas semanas, que solo oía las historias de los que lo habían conseguido… Pero hacerlo introduciría en su mente la posibilidad de que podía hacer algo, y solo le faltaba tener que hacerle de canguro mientras buscaba a su familia. No, mejor no decir nada.
Y finalmente llegaron a la aldea, guiados por el muchacho. Muchacho que se paró inmediatamente, en vez de correr hacia la seguridad de su casa como habría esperado, o puede que gritar en busca de ayuda. Miró al sol, los rayos cada vez más ocultos, dentro de nada anochecería. Puede que fuese simplemente un toque de queda por los recientes acontecimientos, familias refugiándose en silencio en sus casas, muertas de miedo.
Pero el instinto era algo poderoso, y si el chaval creía que algo en su hogar iba mal, ella no iba a ser la que despreciara esa sensación. Avanzó hasta quedarse junto al muchacho, susurrándole. –No hables, ¿cuál es tu casa?- abrió la boca y luego la cerró como un pez fuera del agua, y finalmente se lo indicó con gestos. Cuatro, derecha. La cuarta a la derecha. Si no era nada y solo estaban refugiados muertos de miedo, los únicos que contestarían serían los que lo conocieran, y seguramente, solo los de su propia familia, así que allí tenían que llegar.
Pero había tantas posibilidades sobre qué podía haber ido mal… dio unos pasos hacia delante, poniéndose premeditadamente ante el elfo, y empezó a avanzar lentamente, al frente, donde esperaba que su armadura parara el primer golpe si todo salía mal, su vista escaneando los tejados, árboles y callejones, por si acaso. Era solo un pequeño trecho hacia la casa, el chaval podía esperar cinco minutos más para que lo dejaran en casa.
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
—Por fin despiertas. Cuidado, no quieres levantarte demasiado deprisa, créeme. Llevas un rato moviéndote y murmurando en sueños, pero no estaba seguro de si estaría relacionado con lo que sea que nos han estado dando para mantenernos dormidos. ¿Qué es lo último que recuerdas? Yo recuerdo nuestro encuentro y recuerdo revisar aquel maldito rastro, pero ni siquiera sé si llegué a salir del claro. Luego, sólo algunas imágenes borrosas hasta que desperté hace unas pocas horas. Alguien vino a asegurarnos las ataduras, así que supongo que han dejado de darnos lo que sea que me ha causado esta horrible migraña. No, no te molestes, son anti magia. No es que yo tenga mucha, para empezar, pero supongo que esta gente sabía lo que hacía cuando se decidió a capturar elfos. ¿El muchacho, Handir? No, no está muerto, por desgracia. Está con ellos. Lo vi hace un rato, caminando junto al carro. Ni siquiera se dignó a alzar la vista hacia aquí para que pudiera escupirle en su cara de traidor. Aunque, si te digo la verdad, tengo la boca tan seca que ni sé si habría salido algo. No, tampoco sé cuánto tiempo llevamos viajando, pero ¿ves la masa de agua brumosa más allá de esos árboles ralos? Creo que es el lago Heimdal. Y este frío, la penumbra… Diría que estamos muy al norte ya, tierra de vampiros.
Falathar no se equivocaba en su apreciación y, como si la propia luna intentase darle la razón, no tardó en mostrarle, entre los árboles, la silueta de una modesta edificación de piedra. El castillo de Benasis, situado en el extremo sureste de la comarca de Urd, había sido en su día una pequeña fortaleza que, si bien carecía de grandes lujos, poco tenía que envidiar a otras edificaciones de la zona, exceptuando al propio castillo de Urd. Sin embargo, la masa de piedra a la que se acercaban nuestros prisioneros, con dos de sus tres torres completamente derruidas y la humedad haciendo estragos en toda la fachada este, ni siquiera parecía habitable.
Una hora después, el pequeño grupo de captores con su carreta de cautivos atravesó el vano de piedra que daba paso al patio del castillo. Hacía décadas que el pesado portón había caído presa de los años y la humedad y nadie se había molestado en sustituirlo.
El interior del patio no tenía mucho mejor aspecto que el exterior. La mayoría de anexos estaban casi completamente inutilizables y había varios muros derribados. Había dos áreas, por otro lado, que sí mostraban algunos trabajos de refuerzo: el establo y la torre principal, la única que quedaba en pie. Por la entrada de esta última, salieron tres figuras a recibir al grupo recién llegado.
—Saludos, Jorvik —dijo el único varón y el único que iba desarmado—. ¿Qué nos traes hoy?
—Juzga por ti mismo, Dante —respondió el fornido hombre que conducía el carro.
A una señal suya, Handir, si es que ese era su verdadero nombre, y una mujer-puma de movimientos precisos y fluidos subieron a la parte posterior del carro e hicieron bajar a los cuatro prisioneros. Como si el movimiento de cuerpos hubiera despertado algo en el ambiente, Dante olfateó el aire varias veces hasta fijar su vista en la elfa de larga melena rubia.
Se acercó a ella sin despegar, en ningún momento, los ojos propios de los ajenos, disfrutando del miedo y la confusión que pudiera estar causando en la chica. Le apartó el pelo detrás de la oreja casi con dulzura, para luego agarrarle la nuca, con mucha menos delicadeza, y forzarla a exponer el cuello. Entonces, pegó la nariz a la delicada piel y aspiró con fuerza una vez más.
—Vaya, vaya —murmuró—. Por fin apareces.
—¿Es ella? —preguntó una de las mujeres a su espalda.
—Una de ellas, al menos —respondió él al tiempo que se separaba de la elfa y volvía a mirarla a los ojos—. Había dos muestras de sangre en aquel claro. Dime, ¿dónde está tu amiga? Bueno, es igual, ya nos lo dirás cuando estés más despejada.
A una señal de Dante, la mujer que había hablado se llevó a una Aylizz aún tambaleante al interior de la torre. Mientras tanto, el vampiro revisaba el resto de la mercancía. Asintió con aprobación ante Falathar y la elfa de pelo corto. Ambos parecían fuertes y saludables. Después se acercó al elfo de la máscara y se la apartó de la cara con un rápido tirón.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo sin molestarse en disimular un gesto de desagrado—. Jorvik, ¿intentas engañarnos?
—De engañar, nada —dijo el aludido mientras desenganchaba del carro al caballo, como si todo aquello no fuera con él—. El trato son cien monedas por cada par de orejas picudas y ese tiene dos bien visibles. Lo que haya entre medio, no es de mi incumbencia.
Dante lo miró sin decir nada durante un momento, como si estuviera midéndolo. Al cabo, volvió la vista hacia el elfo y se encogió de hombros.
—Bueno, se lo daremos a Mirna —dijo finalmente—. Andaba con ganas de probar algo diferente.
Ante todo, disculpad la tardanza, he tenido un par de semanas algo complicadas. La buena noticia es que, a partir de aquí, el tema queda completamente en vuestras manosyo ya hice mi travesura. Seguiré leyéndoos, por supuesto, pero no intervendré más a menos que realmente lo considere necesario.
Puede que os estéis preguntando qué ha pasado. Se resume fácilmente: Handir os ha engañado; él y sus amigos os han tendido una trampa y os han llevado junto con unos amigos de la vampira que Aylizz y Iori tan amablemente se cargaron en este tema de aquí ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Los detalles concretos del cómo los dejo a vuestra imaginación, si es que queréis adentraros en ellos.
Debido a las drogas que os han estado suministrando, puede que os lleve un poco recuperaros y recordar, pero miradlo por el lado bueno: 1) los vampiros no os hincarán el diente hasta que vuestra sangre vuelva a estar limpia, lo que os da algo de tiempo para planear la huida, y 2) ¡ya estáis en Urd!, os habéis ahorrado un buen paseo.
Nousis: Handir conoce la zona y, evidentemente, también la cultura elfa. Es posible que sepa algo acerca del templo que buscas, si es que estás dispuesto a tratar con él, claro.
Falathar no se equivocaba en su apreciación y, como si la propia luna intentase darle la razón, no tardó en mostrarle, entre los árboles, la silueta de una modesta edificación de piedra. El castillo de Benasis, situado en el extremo sureste de la comarca de Urd, había sido en su día una pequeña fortaleza que, si bien carecía de grandes lujos, poco tenía que envidiar a otras edificaciones de la zona, exceptuando al propio castillo de Urd. Sin embargo, la masa de piedra a la que se acercaban nuestros prisioneros, con dos de sus tres torres completamente derruidas y la humedad haciendo estragos en toda la fachada este, ni siquiera parecía habitable.
Una hora después, el pequeño grupo de captores con su carreta de cautivos atravesó el vano de piedra que daba paso al patio del castillo. Hacía décadas que el pesado portón había caído presa de los años y la humedad y nadie se había molestado en sustituirlo.
El interior del patio no tenía mucho mejor aspecto que el exterior. La mayoría de anexos estaban casi completamente inutilizables y había varios muros derribados. Había dos áreas, por otro lado, que sí mostraban algunos trabajos de refuerzo: el establo y la torre principal, la única que quedaba en pie. Por la entrada de esta última, salieron tres figuras a recibir al grupo recién llegado.
—Saludos, Jorvik —dijo el único varón y el único que iba desarmado—. ¿Qué nos traes hoy?
—Juzga por ti mismo, Dante —respondió el fornido hombre que conducía el carro.
A una señal suya, Handir, si es que ese era su verdadero nombre, y una mujer-puma de movimientos precisos y fluidos subieron a la parte posterior del carro e hicieron bajar a los cuatro prisioneros. Como si el movimiento de cuerpos hubiera despertado algo en el ambiente, Dante olfateó el aire varias veces hasta fijar su vista en la elfa de larga melena rubia.
Se acercó a ella sin despegar, en ningún momento, los ojos propios de los ajenos, disfrutando del miedo y la confusión que pudiera estar causando en la chica. Le apartó el pelo detrás de la oreja casi con dulzura, para luego agarrarle la nuca, con mucha menos delicadeza, y forzarla a exponer el cuello. Entonces, pegó la nariz a la delicada piel y aspiró con fuerza una vez más.
—Vaya, vaya —murmuró—. Por fin apareces.
—¿Es ella? —preguntó una de las mujeres a su espalda.
—Una de ellas, al menos —respondió él al tiempo que se separaba de la elfa y volvía a mirarla a los ojos—. Había dos muestras de sangre en aquel claro. Dime, ¿dónde está tu amiga? Bueno, es igual, ya nos lo dirás cuando estés más despejada.
A una señal de Dante, la mujer que había hablado se llevó a una Aylizz aún tambaleante al interior de la torre. Mientras tanto, el vampiro revisaba el resto de la mercancía. Asintió con aprobación ante Falathar y la elfa de pelo corto. Ambos parecían fuertes y saludables. Después se acercó al elfo de la máscara y se la apartó de la cara con un rápido tirón.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo sin molestarse en disimular un gesto de desagrado—. Jorvik, ¿intentas engañarnos?
—De engañar, nada —dijo el aludido mientras desenganchaba del carro al caballo, como si todo aquello no fuera con él—. El trato son cien monedas por cada par de orejas picudas y ese tiene dos bien visibles. Lo que haya entre medio, no es de mi incumbencia.
Dante lo miró sin decir nada durante un momento, como si estuviera midéndolo. Al cabo, volvió la vista hacia el elfo y se encogió de hombros.
—Bueno, se lo daremos a Mirna —dijo finalmente—. Andaba con ganas de probar algo diferente.
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Ante todo, disculpad la tardanza, he tenido un par de semanas algo complicadas. La buena noticia es que, a partir de aquí, el tema queda completamente en vuestras manos
Puede que os estéis preguntando qué ha pasado. Se resume fácilmente: Handir os ha engañado; él y sus amigos os han tendido una trampa y os han llevado junto con unos amigos de la vampira que Aylizz y Iori tan amablemente se cargaron en este tema de aquí ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]). Los detalles concretos del cómo los dejo a vuestra imaginación, si es que queréis adentraros en ellos.
Debido a las drogas que os han estado suministrando, puede que os lleve un poco recuperaros y recordar, pero miradlo por el lado bueno: 1) los vampiros no os hincarán el diente hasta que vuestra sangre vuelva a estar limpia, lo que os da algo de tiempo para planear la huida, y 2) ¡ya estáis en Urd!, os habéis ahorrado un buen paseo.
Nousis: Handir conoce la zona y, evidentemente, también la cultura elfa. Es posible que sepa algo acerca del templo que buscas, si es que estás dispuesto a tratar con él, claro.
Fehu
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
No estaba seguro si enorgullecerse de su propia reacción o entristecerse ante la resignación de lo que acababa de ocurrir. ¿Habría sido así de no continuar maldito? ¿Mera frialdad, o lógica ante la imposibilidad de remediarlo? En cualquier, caso, nada agradable.
La conversación entre dos de sus captores le hizo espabilar, y un negro sarcasmo afloró a su lengua. Sabía que no ganaría nada, que no serviría de nada, mas no puedo reprimirse. La maldición, la situación y el desprecio habían resultado una suma excesiva.
-Con fortuna yo cambiaré- dijo, sin sentir en absoluto las palabras que emitía- pero vosotros continuaréis siendo la misma escoria.
El vampiro que había mencionado a la tal Mirna lo tomó del cuello y lo arrojó al suelo. En su semblante no apareció rastro alguna de ira.
-De vivo a muerto verás dicho cambio, nada más- aseguró, precediéndolo. Nou trató de intercambiar una última mirada con Aylizz y Lixis, pese a la vergüenza de su actual condición. ¿iba su viaje a terminar así? Las cuerdas eran recias y su fuerza se hallaba muy mermada. La oposición, además, demasiado fuerte. Debía, quería pensar algo, pero fue avanzando junto al vampiro sin valoración o juicio alguno que añadir.
Alzó una ceja al verse cada vez más alejado de las ruinas de lo que parecía haber sido un castillo en tiempos pasados, el mismo lugar donde los habían llevado. Lo que Falathar había relato aún le abrasaba por dentro. Él, como sus acompañantes, habían elegido ayudar a uno de los suyos, y eso les había conducido a una situación imposible. Traicionar a otro elfo era uno de los pecados más graves que podía imaginar el espadachín. Handir debía morir. Y pese a su situación, Nou miró alrededor, como si en cualquier momento pudiese encontrar la silueta del despreciable sujeto.
Que Anar e Isil sean testigos, rezó en silencio. Juro que si me es posible en modo alguno, Handir, o cualquiera que fuera su nombre, morirá con el terror clavado en el rostro y su sangre servirá como advertencia a quien busque seguir sus pasos.
Quiso llevar una mano al rostro para completar el sarcástico gesto que compuso. Que un pensamiento así se colase en su mente cuando estaba por entero a merced del enemigo no estaba seguro si decía más de un extraño y momentáneo optimismo o de su locura.
El vampiro volvió a echarlo por tierra, y ésta vez el elfo no se ahorró un par de insultos en su lengua madre. Sin embargo, tras ello, el primero se alejó, y al alzar la cabeza, el hijo de Sandorai contempló a una mujer de espaldas, arrodillada frente a… los ojos de Nousis se abrieron mucho más de lo habitual.
Su pensamiento volvió a los Baldíos. Era demasiado semejante.
Sí, un santuario, no cabía otro tipo de explicación. Su corazón dio un vuelco. ¿Podría ser…? Siempre había esperado una edificación al hallarse lejos del bosque. ¿Todo era una prueba de sus dioses?
No obstante, eso no era todo. Las grandes piedras que componían la estructura religiosa habían sido profanadas. La sangre había tapado los nombres de las deidades, y se habrían reescrito caracteres que el elfo desconocía. Su furia llegó a unos límites difíciles de definir. Aquellos que cuidaban de su raza no podría comunicarse a través de algo tan blasfemo.
-¿Sabes lo que has hecho?- preguntó en un tono tan tranquilo como un dique a punto de partirse por la fuerza del océano.
La mujer se volteó con cuidado, como si temiese manchar o descuidar la parte baja de su vestido. Su palidez y su sonrisa a la luz de las antorchas indicaba su abominable clase sin dificultad alguna. Sus labios se curvaron hacia abajo por el desagrado.
-Creía haber escuchado un elfo. ¿Había algo en tu cara que necesitaban quemar o desfigurar por alguna razón? Debía de ser grave- rio con una clara carcajada- ¡Vamos, no pongas esa…!- volvió a echarse a reír- No puedo terminar.
Nou se limitó a no apartar sus ojos grises de la vampiresa. Pese a su mal momento, sintió una agradable sensación al corroborar sus prejuicios contra tales malditos. Resultaba reconfortante recordar que tenía razón, tras los devaneos con aquella humana.
-¿No vas a dignarte a responderme?- preguntó de nuevo, acercándose a él y con una rapidez que no previó, sintió un golpe en la cabeza que creyó partirle el cráneo. De lado por el impacto, no tardó en notar la sangre fluyendo hasta su mejilla y de ahí al suelo. El mareo le produjo grandes dificultades para enfocar la vista y las ideas- Si te han traído hasta mí debe ser porque se han extrañado de tu aspecto. Ni los elfos ancianos lo presentan.
-Estoy maldito – sonrió el espadachín de medio lado, pese al dolor- Poco vas a sacar de mi carcasa.
-Eso lo decidiré yo, cuando los sedantes dejen de hacer efecto por entero- cortó la aparente líder del pequeño grupo- Una de tus amigas mató a mi protegida, por eso estáis aquí. Os localizamos, os atrapamos, y aquí termina vuestra historia, elfo. Este es el altar de mi señor, donde ofreceré vuestros despojos.
-Es un antiguo altar de mi gente- replicó Nousis, mostrando parte de la furia que guardaba- No has hecho más que profanarlo.
Rápido, pudo esquivar la siguiente patada directa a su rostro, que no obstante le alcanzó en un brazo. Su atacante rio una vez más.
Aylizz. Lixis. Dioses… si tan negro se había puesto todo, que ellas tuviesen mejor suerte que la que los cielos le habían regalado a él.
Última edición por Nousis Indirel el Sáb 5 Sep 2020 - 11:36, editado 1 vez
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Parpadeó lentamente, sin poder abrir los ojos del todo ante las palabras de Falathar, distinguiendo su silueta a duras penas, todo estaba borroso. ¿Eh? Un golpe por la espalda y caer desplomada era lo último que recordaba. La cabeza le tronaba y el movimiento del carro la mareaba, ni si quiera era capaz de erguirse para contemplar su alrededor. ¿Handir? Ah, sí... Se miró las manos, sujetas al frente, encadenadas a los barrotes que cubrían la carreta que los transportaba. Así que habían caído en una trampa... ¿Vampiros? Parpadeó de nuevo, esta vez más despacio aun. Notaba su respiración lenta, pero no se ahogaba, se sentía como en un profundo sueño, pero consciente... Hasta que en la última caída de párpados, dejó de estarlo.
La despertaron con un zarandeo y a voces, lo primero que vio fue aquel rostro felino al que siguieron unas finas garras que tiraron de sus amarres y sin ella poder si quiera pensar, sus piernas obedecieron y caminaron. Aun le costaba mantener los ojos abiertos, pero se esforzó por comprender lo que estaba ocurriendo. Al alzar su mirada al frente pudo diferenciar a sus dos compañeros caminar delante de ella, maniatados, junto a un tercero El soldado... Entonces no lo había soñado, los habían capturado, pero ¿por qué ella era la única con cierres de cadenas? El cuerpo le pesaba demasiado y era incapaz de mantener su cabeza alta, casi agradeció cuando aquel vampiro la agarró, forzándola a elevar la vista. Sus manos frías y ásperas se clavaron en su garganta, haciéndola toser y sentir un fuerte dolor en el pecho al hacerlo, hasta para aquello le faltaban fuerzas. Realmente sintió terror cuando acercó su rostro al cuello, pero a pesar de la angustia, la ansiedad y el miedo, no notó su ritmo acelerarse ni un pulso. Se removió internamente al verle enseñar los caninos y como un acto reflejo, no pudo más que cerrar los ojos con fuerza cuando se le pegó a la piel para aspirar su olor. Notaba su conciencia adormecida, su cuerpo obedecía ordenes que su cabeza apenas podía llegar a analizar y si se esforzaba por razonar el dolor se intensificaba. ¿Amiga? Antes de poder pensar si quiera en responder dos mujeres se la llevaron, sólo tuvieron que tirar de las cadenas que colgaban de sus grilletes y ella las siguió sin oponer la mínima resistencia. No... ¿Por qué?... No puedo negarme...
Antes de atravesar el envejecido portón que se alzaba bajo la torre, escuchó la voz del vampiro elevarse tras ella y más débil, la de Nousis. Trató de forcejear, darse la vuelta, intentar retroceder... Pensó en hacerlo, lo deseó, se obligó a hacerlo... Tan sólo consiguió girar de perfil y mirar sobre su hombro. Los separaban, ¡¿a dónde os los lleváis?! Gritó sus nombres en la cabeza, siendo incapaz de pronunciar palabra, parecía haberse quedado muda, como si no supiera transformar sus pensamientos en palabras. "...supongo que han dejado de darnos lo que sea que me ha causado esta horrible migraña." Un flash en su cabeza le recordó lo que dijo el elfo, ¿cuánto hacía que no comía ni bebía? Si así era como los habían sedado, hacía por lo menos... No era capaz de recordarlo. Podía notar cómo poco a poco parecía recobrar la lucidez, aunque aun no era dueña de sus acciones. Las dos encapuchadas que la escoltaban, una a su frente sujetando las cadenas y otra a su espalda portando sus pertenencias, indicaban hacia donde debía dirigir sus pasos, escaleras arriba. El caracol se elevaba varios pisos y todavía continuaba subiendo desde la estancia en la que se detuvieron. Una alcoba, sencillamente amueblada con antiguallas que hacía tiempo habrían pertenecido a alguna familia de bien, dueña de aquella edificación, se abrió tras una puerta de madera roída. La primera la abrió, la otra le ordenó entrar. Ella obedeció.
Observó la habitación. Un diván aterciopelado y polvoriento junto una ventana rota, un mostrador de madera añejada bajo un cristal ennegrecido, la estructura a medio caer de lo que fue un ropero y a su lado un biombo laminado que apenas se tendía en pie. Se detuvo ante la bañera de la esquina, tras el separador. -Te prepararemos para la recepción.- Sin oponer resistencia, se dejó desvestir y se introdujo en el agua tibia y mezclada con esencias, aun con los grilletes puestos. -¿Recepción?- Fue lo único que fue capaz de decir pasados unos minutos. -Te llevaremos ante Valeria en una hora y pagarás por lo que hiciste como debes. Serás la ofrenda a Habakhuk para que la vida que quitaste viva plenamente en la oscuridad eterna.- contestó una, sin siquiera mirarla -Kasith era su favorita, oh sí... Sufrirás. Lamentarás haber prendido aquella hoguera.- añadió la otra, regodeándose. Y entonces, lo comprendió. Aquella noche... Sólo había tenido contacto con aquella raza una vez, junto a Iori, a ella debía de referirse el que la recibió. -¡¿Dónde están ellos?!- trató de elevar la voz, el agua en la cara la había despejado, si buscaban venganza... -No tienen nada que ver.- Cerró los puños bajo el agua, no sin sorprenderse al hacerlo, era la primera vez en horas que notaba una respuesta física consciente. -Oh, tranquila, los verás pronto. Todos estarán presentes... Y si hay suerte los verás morir.- Aquel cinismo era igual que el que mostró la tal Kasith cuando las atacó, seguridad infundida por el miedo, aunque a aquella pobre diabla no le funcionó al final. -Ya basta. No seas tan mala... Se porta bien.- La que parecía más seria la mandó salir del baño con un gesto, la cubrió para secarla y la ordenó sentarse en el diván. -Espera aquí.-
Y así lo hizo.
La despertaron con un zarandeo y a voces, lo primero que vio fue aquel rostro felino al que siguieron unas finas garras que tiraron de sus amarres y sin ella poder si quiera pensar, sus piernas obedecieron y caminaron. Aun le costaba mantener los ojos abiertos, pero se esforzó por comprender lo que estaba ocurriendo. Al alzar su mirada al frente pudo diferenciar a sus dos compañeros caminar delante de ella, maniatados, junto a un tercero El soldado... Entonces no lo había soñado, los habían capturado, pero ¿por qué ella era la única con cierres de cadenas? El cuerpo le pesaba demasiado y era incapaz de mantener su cabeza alta, casi agradeció cuando aquel vampiro la agarró, forzándola a elevar la vista. Sus manos frías y ásperas se clavaron en su garganta, haciéndola toser y sentir un fuerte dolor en el pecho al hacerlo, hasta para aquello le faltaban fuerzas. Realmente sintió terror cuando acercó su rostro al cuello, pero a pesar de la angustia, la ansiedad y el miedo, no notó su ritmo acelerarse ni un pulso. Se removió internamente al verle enseñar los caninos y como un acto reflejo, no pudo más que cerrar los ojos con fuerza cuando se le pegó a la piel para aspirar su olor. Notaba su conciencia adormecida, su cuerpo obedecía ordenes que su cabeza apenas podía llegar a analizar y si se esforzaba por razonar el dolor se intensificaba. ¿Amiga? Antes de poder pensar si quiera en responder dos mujeres se la llevaron, sólo tuvieron que tirar de las cadenas que colgaban de sus grilletes y ella las siguió sin oponer la mínima resistencia. No... ¿Por qué?... No puedo negarme...
Antes de atravesar el envejecido portón que se alzaba bajo la torre, escuchó la voz del vampiro elevarse tras ella y más débil, la de Nousis. Trató de forcejear, darse la vuelta, intentar retroceder... Pensó en hacerlo, lo deseó, se obligó a hacerlo... Tan sólo consiguió girar de perfil y mirar sobre su hombro. Los separaban, ¡¿a dónde os los lleváis?! Gritó sus nombres en la cabeza, siendo incapaz de pronunciar palabra, parecía haberse quedado muda, como si no supiera transformar sus pensamientos en palabras. "...supongo que han dejado de darnos lo que sea que me ha causado esta horrible migraña." Un flash en su cabeza le recordó lo que dijo el elfo, ¿cuánto hacía que no comía ni bebía? Si así era como los habían sedado, hacía por lo menos... No era capaz de recordarlo. Podía notar cómo poco a poco parecía recobrar la lucidez, aunque aun no era dueña de sus acciones. Las dos encapuchadas que la escoltaban, una a su frente sujetando las cadenas y otra a su espalda portando sus pertenencias, indicaban hacia donde debía dirigir sus pasos, escaleras arriba. El caracol se elevaba varios pisos y todavía continuaba subiendo desde la estancia en la que se detuvieron. Una alcoba, sencillamente amueblada con antiguallas que hacía tiempo habrían pertenecido a alguna familia de bien, dueña de aquella edificación, se abrió tras una puerta de madera roída. La primera la abrió, la otra le ordenó entrar. Ella obedeció.
Observó la habitación. Un diván aterciopelado y polvoriento junto una ventana rota, un mostrador de madera añejada bajo un cristal ennegrecido, la estructura a medio caer de lo que fue un ropero y a su lado un biombo laminado que apenas se tendía en pie. Se detuvo ante la bañera de la esquina, tras el separador. -Te prepararemos para la recepción.- Sin oponer resistencia, se dejó desvestir y se introdujo en el agua tibia y mezclada con esencias, aun con los grilletes puestos. -¿Recepción?- Fue lo único que fue capaz de decir pasados unos minutos. -Te llevaremos ante Valeria en una hora y pagarás por lo que hiciste como debes. Serás la ofrenda a Habakhuk para que la vida que quitaste viva plenamente en la oscuridad eterna.- contestó una, sin siquiera mirarla -Kasith era su favorita, oh sí... Sufrirás. Lamentarás haber prendido aquella hoguera.- añadió la otra, regodeándose. Y entonces, lo comprendió. Aquella noche... Sólo había tenido contacto con aquella raza una vez, junto a Iori, a ella debía de referirse el que la recibió. -¡¿Dónde están ellos?!- trató de elevar la voz, el agua en la cara la había despejado, si buscaban venganza... -No tienen nada que ver.- Cerró los puños bajo el agua, no sin sorprenderse al hacerlo, era la primera vez en horas que notaba una respuesta física consciente. -Oh, tranquila, los verás pronto. Todos estarán presentes... Y si hay suerte los verás morir.- Aquel cinismo era igual que el que mostró la tal Kasith cuando las atacó, seguridad infundida por el miedo, aunque a aquella pobre diabla no le funcionó al final. -Ya basta. No seas tan mala... Se porta bien.- La que parecía más seria la mandó salir del baño con un gesto, la cubrió para secarla y la ordenó sentarse en el diván. -Espera aquí.-
Y así lo hizo.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
-Hey, finalmente te has despertado, intentabas cruzar la frontera, ¿cierto?- la voz la despertó, aunque puede que no fuera la misma que estaba hablando ahora mismo. Puede que lo hubiera soñado, era difícil saberlo, con la cabeza dándole vueltas. Así que extendió su voluntad hacia la luz, años de uso volviéndolo un instinto.
Pero no funcionó, su preciada acompañante escurriéndose como agua entre sus dedos. Eso la despertó bien rápido con un comprensible pánico, y presto atención a lo que el elfo estaba diciendo, en vez de estar ignorándolo como ahora. Ataduras antimagia. O la droga, ambas podían estar causándole problemas, y solo una seria temporal.
Se acurrucó un poco mejor por el frío, dándose cuenta por primera vez que no tenía la armadura, por lo que estaba sin zapatos, solo con la fina tela que llevaba debajo la armadura para evitar roces. Tenía sentido, pero la verdad, no le hacía la más mínima gracia perderla, ya le faltaba el escudo, se moriría de vergüenza si perdía también la armadura.
Las horas pasaron volando, el intercambio, más bien la venta, una brisa, tanto por la droga como por sus propios esfuerzos de despejar su mente con pura fuerza de voluntad. Sin mucho éxito, debía decir, seguramente porque su apoyo constante en la Luz había dejado otros aspectos de su educación atrofiados. Y eso era imperdonable.
El grupo fue separado, y ella estaba siguiendo al vampiro hacia otro lugar, lo que implicaba que su primera idea de abrirle la cabeza con una roca, coger las llaves de sus ataduras y escapar se volvía… subpar, no podía abandonarlos. Sus ataduras se abrieron con un clack, y el hombre le pasó una enorme mochila con una mano, con un hacha en la otra. Una vez tuvo la mochila puesta, las ataduras volvieron a su sitio.
-No querréis pasar frío, ¿cierto? Vamos a buscar leña.- iban a fuera, no muy lejos, pero fuera, eso era una oportunidad. Siguió los pasos del hombre, sin decir nada, pensando en algún plan. Sus notas en estrategia y planificación no habían sido estelares precisamente, así que se encontraba un poco fuera de su elemento, pero conocía sus capacidades. –Sois vampiros, ¿vais a comernos?-
-Oh, no te preocupes, esperaremos a que la droga desaparezca…-
-Me ofrezco, si no tocáis a los otros tres, puedo curarme, no será un problema.- aun a pesar de que el hombre estaba detrás, prácticamente podía oír su cabeza pensar. Por lo que había oído, estaban enfadados con Aylizz, lo que era malo, y Nousis había ido a alguien que sonaba aun peor, así que el hombre seguramente pensaría que no perdía nada por asegurar un poco de colaboración voluntaria a cambio de no alimentarse de personas que morirían en poco tiempo.
-Pensaremos en ello.- estaba segura de que lo había convencido, ¿Qué riesgo había en quitarle las ataduras a una sola elfa para que se sanara, si ellos eran varios y armados, a cambio de ganado voluntario? Ninguno. Lixis tropezó por culpa de una rama, casi abriéndose la cabeza con un tronco, pero consiguiendo caer al lado de este. -¿Qué diablos te pasa?-
-Bueno, para empezar, no tengo botas.- El hombre no dijo nada, aunque frenó un poco el paso, y no tardó en ponerse a cortar ramas y recoger branquillones para hacer leña, siempre teniéndola a la vista. Poco importaba, estaba siendo una prisionera ejemplar. Al fin y al cabo, tenía un plan, la pregunta era si saldría viva de este. Al fin y al cabo, no estaba muy segura de los efectos de esa seta venenosa que había recogido, si el veneno hacia efecto antes de que bebieran de ella, seria… malo, o si le ponían las ataduras de vuelta demasiado rápido. Pero de momento, tenía que preocuparse de cargar ese montón de leña de vuelta, no parecía que ese desgraciado fuera a ayudarla demasiado.
Pero no funcionó, su preciada acompañante escurriéndose como agua entre sus dedos. Eso la despertó bien rápido con un comprensible pánico, y presto atención a lo que el elfo estaba diciendo, en vez de estar ignorándolo como ahora. Ataduras antimagia. O la droga, ambas podían estar causándole problemas, y solo una seria temporal.
Se acurrucó un poco mejor por el frío, dándose cuenta por primera vez que no tenía la armadura, por lo que estaba sin zapatos, solo con la fina tela que llevaba debajo la armadura para evitar roces. Tenía sentido, pero la verdad, no le hacía la más mínima gracia perderla, ya le faltaba el escudo, se moriría de vergüenza si perdía también la armadura.
Las horas pasaron volando, el intercambio, más bien la venta, una brisa, tanto por la droga como por sus propios esfuerzos de despejar su mente con pura fuerza de voluntad. Sin mucho éxito, debía decir, seguramente porque su apoyo constante en la Luz había dejado otros aspectos de su educación atrofiados. Y eso era imperdonable.
El grupo fue separado, y ella estaba siguiendo al vampiro hacia otro lugar, lo que implicaba que su primera idea de abrirle la cabeza con una roca, coger las llaves de sus ataduras y escapar se volvía… subpar, no podía abandonarlos. Sus ataduras se abrieron con un clack, y el hombre le pasó una enorme mochila con una mano, con un hacha en la otra. Una vez tuvo la mochila puesta, las ataduras volvieron a su sitio.
-No querréis pasar frío, ¿cierto? Vamos a buscar leña.- iban a fuera, no muy lejos, pero fuera, eso era una oportunidad. Siguió los pasos del hombre, sin decir nada, pensando en algún plan. Sus notas en estrategia y planificación no habían sido estelares precisamente, así que se encontraba un poco fuera de su elemento, pero conocía sus capacidades. –Sois vampiros, ¿vais a comernos?-
-Oh, no te preocupes, esperaremos a que la droga desaparezca…-
-Me ofrezco, si no tocáis a los otros tres, puedo curarme, no será un problema.- aun a pesar de que el hombre estaba detrás, prácticamente podía oír su cabeza pensar. Por lo que había oído, estaban enfadados con Aylizz, lo que era malo, y Nousis había ido a alguien que sonaba aun peor, así que el hombre seguramente pensaría que no perdía nada por asegurar un poco de colaboración voluntaria a cambio de no alimentarse de personas que morirían en poco tiempo.
-Pensaremos en ello.- estaba segura de que lo había convencido, ¿Qué riesgo había en quitarle las ataduras a una sola elfa para que se sanara, si ellos eran varios y armados, a cambio de ganado voluntario? Ninguno. Lixis tropezó por culpa de una rama, casi abriéndose la cabeza con un tronco, pero consiguiendo caer al lado de este. -¿Qué diablos te pasa?-
-Bueno, para empezar, no tengo botas.- El hombre no dijo nada, aunque frenó un poco el paso, y no tardó en ponerse a cortar ramas y recoger branquillones para hacer leña, siempre teniéndola a la vista. Poco importaba, estaba siendo una prisionera ejemplar. Al fin y al cabo, tenía un plan, la pregunta era si saldría viva de este. Al fin y al cabo, no estaba muy segura de los efectos de esa seta venenosa que había recogido, si el veneno hacia efecto antes de que bebieran de ella, seria… malo, o si le ponían las ataduras de vuelta demasiado rápido. Pero de momento, tenía que preocuparse de cargar ese montón de leña de vuelta, no parecía que ese desgraciado fuera a ayudarla demasiado.
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
El golpe le dolió, pero en absoluto tanto como los que llegaron a continuación. Al mismo tiempo, maldijo su propia maldición, por un lado, mientras por otro, no podía sino agradecer haberse recuperado en los Baldíos lo suficiente, o sin duda habría muerto cuando su cuerpo crujió contra el suelo tras un puñetazo que lo derribó por cuarta vez. La mujer parecía disfrutar con un sadismo entusiasta. Sólo restaba tratar de continuar dándole conversación, elucubró. Entretenerla para resistir. ¿Con qué objetivo? Lo ignoraba. No podía huir corriendo, ni vencerla cuerpo a cuerpo. Aún era media broma de sí mismo.
-¿Handir… siempre trabajó para vosotros?- se le ocurrió preguntar entre dientes, respirando para aliviar el dolor.
-El muchacho es un activo importante- comentó ella con una voz tétricamente suave- los Elfos son criaturas del Bien, ¿no es eso lo que siempre sostenéis? - su faz compuso una mueca de fingida sorpresa, que hizo que el odio y la ira del espadachín se multiplicasen- ¿Por qué desconfiar de uno de los tuyos?
-Él no es de los míos- rebatió Nou, y rememorando a su congénere que tantas vidas había segado en Manzanal, tomando la fortaleza y aterrorizando a los campesinos humanos…
-No sois especiales- añadió la vampiresa- Refugiados de una guerra perdida en un bosque perdido. Y os atrevéis a decir que mi especie es la malvada, con sujetos como OjosVerdes en vuestras tierras.
Nou se sorprendió de escuchar en nombre de uno de los grandes clanes en labios de su enemiga, mas el fondo de sus palabras llegó a una profundidad aún mayor. Y casi deseó reír.
-De modo que los golpes son parte de la bond… -pudo decir antes de recibir uno nuevo que estuvo a punto de partirle un brazo. No fue capaz de ahogar un grito.
-La mayor parte eligen morir rápido. Escucho sus historias, veo qué les hace especiales, qué les da valor, antes de entregárselos a nuestro Dios. Me disgusta la mediocridad, la normalidad, hay demasiado de eso en todas partes. Tú en cambio solo pareces portar una extraña maldición, y desear llegar al otro lado de forma lenta y cruel. ¿Te gusta el dolor? – quiso saber, y llegó a parecer realmente interesada en la respuesta acercándose a él.
-A nadie le gusta el dolor, si no es un sádico o un masoquista enfermo.
“¿No querrías tú desventrar a los brujos, colgados a ser posible de los muros de cada ciudad de las islas Illidenses? ¿Acabar con la plaga de los dienteslargos? ¿No darías justo ahora días de vida por ver agonizar a Handir hervido en su dolor? No te mientas a ti mismo, no es producente…”
-A mí me gusta- apuntó con lentitud la vampiresa. Nou sólo pudo emplear sus ojos grises en una mirada que expresaba mucho más que un largo comentario. Por ello, llegó la siguiente patada contra una de sus piernas. Ya sólo se dirigió a los dioses calladamente para que no le alcanzase en la rodilla. Sintió un gran dolor, suspirando aún así al haber tenido suerte.
-Aún así puedo esperar un poco antes de desmembrarte. E incluso matarte deprisa. Me interesa lo que puedas contarme sobre la que falta. La humana- especificó enseñando los dientes- y qué tan cercano eres a la elfa de cabello más largo. Ella sí morirá con una dosis de mi imaginación más… sádica- acentuó con toda la intención, por mor del comentario previo del espadachín- ¿Por qué no está la humana con vosotros?
El Indirel sólo había visto a Aylizz con una sola humana. Una, en las dos ocasiones que habían coincidido. En el norte y en Baslodia. Y maldito fuera el mundo entero si sabía algo de ella en ese momento.
-Los humanos son basura- escupió Nousis con todo el desprecio que fue capaz- llamas de caos e ilogia que se consumen en poco tiempo. Yo viajo con los míos.
Su enemiga le tomó el rostro con una mano, apretando su mandíbula.
-¿Dices que no conoces a esa humana, y en cambio te internas en Urd con su amiga?
-Yo viajo con los míos- volvió a decir, mirándola a los ojos. Tal acto la hizo sonreír.
-Mientes.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
No tardaron en volver, pero en el tiempo que esperó sola en aquella habitación notó cómo su mente comenzaba a razonar, aunque todavía lenta. Y cuando la conciencia volvió, el miedo también lo hizo. ¿Dónde estaba? ¿Qué era aquel lugar? ¿Y los demás? ¿Qué iba a hacer? Dioses... Se ovilló, envolviéndose más aún en la toalla, mientras repasaba mentalmente lo acontecido. Entonces, aquel joven elfo no era una víctima, no había habido ningún ataque, sólo los había engañado. Maldita sea, ¡ella quería haber seguido río arriba! Fueran de donde fuesen, ya había guardias implicados cuando lo encontraron, pero no... Tenían que entrometerse, porque la raza salva a la raza. Pues la raza se la había jugado... Entonces, cayó en la cuenta, ¡claro! Aquella otra elfa los había dejado para dar el parte de los imprevistos y de los planes de su compañero, ¡alguien los estaría buscando! O al menos a él. Pero... ¿Cuánto tiempo haría de aquello? No era capaz de recordar nada con claridad... Un puñetazo inconsciente, cargado de rabia, sobre el mullido del diván la hizo percatarse de que su cuerpo empezaba a ser otra vez suyo, los efectos de las drogas cada vez eran más tenues, lo que significaba que faltaba poco para lo que fuera que fuesen a hacer con ella. Trató de ponerse de pie, pero sus piernas aun parecían dormidas y temblorosas, siendo incapaces de mantenerla erguida. Era asombroso, cuando eran sus captores los que la ordenaban caminar se mostraban tan firmes... Respiró profundo y masajeó sus sienes, todavía notaba demasiada bruma en su cabeza que no la permitía terminar de pensar con claridad.
Acomodándose de nuevo en el asiento, miró por la ventana y observó el exterior con detalle, desde aquella altura alcanzaba a distinguir todo el valle alrededor de la torre ruinosa, todo parecía envuelto en un aura tétrica e infernal y aunque con todas sus fuerzas deseó que no fuese así, tuvo claro que se encontraban en el corazón de las tierras del oeste. Bajo el torreón se encontraba la plaza donde vio a los demás por última vez, ahora desierta, aunque por uno de los agujeros del cristal roto llegaba el ligero rumor de voces lejanas cuyas palabras no alcanzaba a diferenciar. Envolviendo sus amordazadas manos con el extremo más largo de la toalla, tiró de los bordes del boquete, tratando partir más el vidrio y logrando arrancar un buen pedazo, que a su vez, partió en dos mitades. Una la ocultó bajo el cojín y otra la dejó caer al exterior, orillando el cuerpo en el borde para no ser vista desde fuera. Tan pronto como el cristal cascó en el suelo, dos figuras parecieron salir del portón principal asomándose a la plaza. Ligeramente asomada pudo ver claramente al que los había recibido, junto a otro bien armado, que parecía ser su escolta. Ninguno de ellos se percató de su presencia y al no notar nada raro volvieron a desaparecer de su vista bajo la ventana, seguramente aquella estancia quedaba en línea con la puerta y hacia abajo no alcanzaba a verlos, pero le sirvió para comprobar cuántos "hombres" custodiaban la entrada. Nada más parecía edificado, los muros y demás estructuras del complejo estaban derruidos, así que los demás debían encontrarse en algún lugar dentro de la torre, ¿o no? Reparó entonces en un camino pedregoso que partía desde uno de los laterales de la muralla a medio caer y lo siguió con la vista, serpenteaba entre las hierbas altas y la bruma espesa que se acomodaba baja en el páramo hasta llegar a un alto del que comenzaba a elevarse una columna de humo negra como el carbón. -El templo. Es allí donde te esperan. Mirna ya ha prendido las llamas en tu honor.- La puerta de la estancia se abrió tras ella, las dos encapuchadas estaban de regreso y portaban algo envuelto en una tela color grana. Echó un último vistazo, de reojo, hacia la lejanía. Ellas habían dicho que vería a sus compañeros pronto, ¿se encontrarían todos allí?
Se giró hacia ellas, recuperando la actitud dócil. -Vamos, quítate eso. El tiempo apremia y tenemos que terminar de arreglarte. Levántate y sube los brazos.- Dejó caer la toalla sobre el asiento, de manera que el cristal roto quedase oculto bajo la misma, y atendió a cada instrucción. De la tela roja desenvolvieron un vestido negro, que caía hasta el suelo, con mangas hasta las muñecas pero de cuello abierto, dejando a la vista todo lo que quedaba por encima de sus clavículas. Parecía que lo hubieran hecho a medida, entallaba cada forma de su cuerpo. -¿Quién es Mirna?- se atrevió a preguntar, mientras recogían su melena alta, quedando sus orejas completamente descubiertas. -Nuestro enlace directo con El Primero. Llevará a cabo el ritual.- Cuántas molestias se estaban tomado para acabar con su vida, sí que les gustaba el drama... -Y entonces, ¿quién es Valeria?- La más desagradable de las dos frunció el ceño -Nuestra señora. Kasith fue la última incorporación a nuestro selecto círculo, aquella noche salió a cazar sus ofrendas para ser bendecida y nombrada mano derecha. Habrase visto... Después de años de eternidad sirviendo a esa zorra y decide hacer confidente a una recién llegada... Se pierde al ver una cara bonita.- Hablaba con cierto desagrado, incluso podría decirse que se percibían celos en sus palabras, Aylizz escuchó cada una de ellas con atención. En aquel punto, la otra hizo un gesto para mandarla callar, claramente había dado demasiada información. -Ten, bebe.- Sobre sus manos colocaron un pequeño cáliz lleno de un brebaje oscuro en el que clavó sus ojos un instante, manteniéndose inmóvil, ¿más drogas? No, gracias. La pareja pareció extrañarse de que la orden no fuera acatada al momento, aunque en un segundo la elfa se llevó finalmente la copa a la boca y dio un sorbo. Aunque de aire. Se mojó los labios y tragó su propia saliva, simulando así beber. Pareció ser suficiente, porque tan pronto como le arrebataron el recipiente soltaron sus grilletes, quedando liberada por fin de sus cadenas. -Vamos, camina.- Ambas avanzaron hacia la puerta, dándola la espalda de manera despreocupada, como esperando que las siguiera como había hecho hasta el momento. Y lo hizo, aunque no sin antes llevar su mano al diván para recoger el pedazo de vidrio cortante, que ocultó bajo una de las mangas.
Las siguió en silencio, aunque ya siendo plenamente consciente y dueña de sus pasos, claro que por su bien sería mejor no levantar sospechas por el momento. Al salir al exterior, la cubrieron con el manto rojo que antes envolvió el vestido, no sabiendo muy bien si tratando de ocultarla o protegerla del frío, ¡qué considerados! Atravesó la llanura, siguiendo el sendero que divisó desde la torre y fue entonces cuando comenzó a sentir de nuevo que la energía fluía a través de ella. Graso error haberla soltado las esposas. Aprovechó su marcha lenta y la noche muda para concentrarse en la tierra bajo sus pies, la maleza que atravesaban, el silbar del viento entre las ramas de los árboles lejanos... Se empapó de todo lo que pudo hasta llegar al templo, que estando casi derribado por completo, dejaba grandes aperturas al aire libre. Eso les daría mayores oportunidades para la huida, en caso de conseguir zafarse. Tal y como la habían dicho, allí la esperaban, una corte de, supuso que vampiros, aguardaban expectantes rodeando las ruinas, algunos armados -supuso que la guardia- y otros meramente espectadores. En el centro de la sala, junto a una pira de llamas negras marcada con símbolos incrustados en el borde, una elegante y esbelta pelirroja le dio la bienvenida, y en el extremo contrario al de la elfa, de frente, un apaleado Nousis de rodillas junto a otra mujer. Abrió al máximo los ojos al verlo, maltrecho y sin la máscara, su rostro aviejado ahora se dejaba apreciar, aunque ensangrentado. Apretó los dientes, ahogando la rabia, podría correr hacia él, estaba dispuesta a clavar su rudimentario filo oculto en su custodia hasta desgarrar sus entrañas y sin embargo no se movió. No, estarían muertos antes de que él se hubiese levantado del suelo, debía pensar otra forma, por ahora sólo quedaba esperar. Además, faltaban dos. De una mirada rápida a la panorámica se percató de que Lixis y Falathar no estaban presentes...
Chsk Un chasquido de dedos fue la orden para que sus dos escoltas la instaran a avanzar hasta la dama junto al fuego. Una vez allí, la desquitaron del manto que la cubría y se retiraron, dejándola a su suerte, a la vista de todos. -¡No sabes el tiempo que llevo buscándote! Vaya... Mírate. Casi me va a dar pena tener que matarte.- Valeria acarició su rostro con suavidad, su cuello y lo que se dejaba ver de su pecho. Aylizz la siguió con la mirada, sin inmutarse, tratando de no expresar lo más mínimo, a pesar de que podía notar los latidos bombear de forma acelerada ahora que el efecto de los sedantes había pasado. -Parece mentira que consiguieras acabar con Kas, tan enclenque, tan...- dejó la frase inacabada mientras la examinaba, de arriba a abajo -Me han dicho que has obedecido sin queja, ¡qué sencillo es todo cuando envenenas a alguien, ¿verdad?! Manejar los hilos a voluntad... Así debe sentirse una Diosa.- El autobombo era ya más que evidente, a aquellos seres parecía preocuparles más engordar su ego que cuidarse las espaldas, fue aquella misma vanidad la que les permitió salvar la vida aquella noche. -Dime, querida, ¿dónde está tu amiga? Te daré una última oportunidad de salvación, a pesar de lo que pueda parecer somos benevolentes aquí, en Urd.- una carcajada sirvió de broche final para aquella frase y los presentes la siguieron con sus risas, aquello era todo un espectáculo para ellos, pero en su intento por intimidarla había escupido una valiosa información. Así que, finalmente, el elfo lo había logrado, curiosos los acontecimientos que les habían hecho acabar en el santuario que buscaba. Fue la rubia la que esbozó una sonrisa ahora. -¿Sabes? Me ha costado entender qué estaba pasando, pero ya empiezo a recordar lo que ocurrió. No era mi amiga, simplemente la acompañaba en un viaje. Tu servidora fue una impertinente, nos atacó y nos defendimos, pero yo no la maté. Aunque sí ayudé.- Se puso a su altura y sin dejar de hablar, adquirió el mismo tono sádico con el que aquella raza de oscuridad habituaba a tratar -Fue la humana que buscas la que acabó con su vida y la verdad... Creo que lo disfrutó. Recuerdo cada grito, cada convulsión en la hoguera y sus ojos clavados en las llamas hasta que no hubo nada más que ver arder.- Hablaba mirándola directamente a los ojos, pero sus palabras no iban dirigidas expresamente a su captora, todos allí la escuchaban y eso tenía que aprovecharlo -Realmente pensé que iba a morir aquella noche... Tiene gracia que al final acabásemos en el norte. Después de aquello, no volví a verla.- Con aquella última frase esperó haber dado los detalles suficientes para hacerle entender a su compañero lo que estaba pasando, ojalá estuviera lo suficientemente sereno para comprender quién sería la siguiente a la que buscarían, quizá el saber que se trataba de Iori le removería algo por dentro que le diese fuerzas, al menos para levantarse, al fin y al cabo se encontraban donde quería, ¿no? De alguna manera la maldición tendría que desaparecer. Ella había asumido que las probabilidades de ser pasto para cuervos jugaban en su contra, por mucho que tratase de defenderse aquella arpía podría acabar con ella en un suspiro, tenía toda una corte a sus pies.
Pudo advertir la rabia en la expresión de Valeria al escuchar el relato de la elfa, aunque lejos de perder los papeles, mantuvo la compostura sin abandonar aquella sonrisa cínica. Se llevó la mano al mentón y guardó silencio unos instantes antes de contestar. -Ya veo... ¡Bien, cambio de planes! Esperaba poder torturarte hasta que me dieras la información que necesito, incluso había mantenido con vida a ese trozo de carne marchita para, yo qué sé, jugar la baza sentimental, pero he tenido una idea mejor. ¡Mirna!- La que parecía una sacerdotisa se acercó al instante. -¿Podría valer el elfo como ofrenda? Ya sabes, ocupar el lugar de esta.- Mirna asintió con la cabeza. -Entonces, ¡estás de suerte, querida! No me hará falta buscar a esa sucia rata mortal, ¡tú lo harás por mí! Cuando haya mordido ese cuello apetitoso, no podrás hacer otra cosa que serme leal. Y entonces terminarás lo que Kasith comenzó.- Aylizz se quedó muda, ni por asomo había pensado en aquella posibilidad, habiendo dado por hecho que la matarían se había lanzado de lleno a tratar de desestabilizar la mente de su contraria, igual que habían hecho con ella. Claro, que los estupefacientes habían resultado ser más efectivos que su fallido intento de jugar con las palabras. La vampiresa se acercó entonces a una de las sirvientas que antes la habían atendido y ésta le entregó la daga que habían requisado de sus pertenencias. Después, se acercó nuevamente a ella. -Tu sangre aun debería estar contaminada, lo justo para responder a una última orden antes de poder beber de ti. Esto será muy divertido...- Le puso el arma en la mano y la hizo girar hacia su congénere -Mátalo.
Acomodándose de nuevo en el asiento, miró por la ventana y observó el exterior con detalle, desde aquella altura alcanzaba a distinguir todo el valle alrededor de la torre ruinosa, todo parecía envuelto en un aura tétrica e infernal y aunque con todas sus fuerzas deseó que no fuese así, tuvo claro que se encontraban en el corazón de las tierras del oeste. Bajo el torreón se encontraba la plaza donde vio a los demás por última vez, ahora desierta, aunque por uno de los agujeros del cristal roto llegaba el ligero rumor de voces lejanas cuyas palabras no alcanzaba a diferenciar. Envolviendo sus amordazadas manos con el extremo más largo de la toalla, tiró de los bordes del boquete, tratando partir más el vidrio y logrando arrancar un buen pedazo, que a su vez, partió en dos mitades. Una la ocultó bajo el cojín y otra la dejó caer al exterior, orillando el cuerpo en el borde para no ser vista desde fuera. Tan pronto como el cristal cascó en el suelo, dos figuras parecieron salir del portón principal asomándose a la plaza. Ligeramente asomada pudo ver claramente al que los había recibido, junto a otro bien armado, que parecía ser su escolta. Ninguno de ellos se percató de su presencia y al no notar nada raro volvieron a desaparecer de su vista bajo la ventana, seguramente aquella estancia quedaba en línea con la puerta y hacia abajo no alcanzaba a verlos, pero le sirvió para comprobar cuántos "hombres" custodiaban la entrada. Nada más parecía edificado, los muros y demás estructuras del complejo estaban derruidos, así que los demás debían encontrarse en algún lugar dentro de la torre, ¿o no? Reparó entonces en un camino pedregoso que partía desde uno de los laterales de la muralla a medio caer y lo siguió con la vista, serpenteaba entre las hierbas altas y la bruma espesa que se acomodaba baja en el páramo hasta llegar a un alto del que comenzaba a elevarse una columna de humo negra como el carbón. -El templo. Es allí donde te esperan. Mirna ya ha prendido las llamas en tu honor.- La puerta de la estancia se abrió tras ella, las dos encapuchadas estaban de regreso y portaban algo envuelto en una tela color grana. Echó un último vistazo, de reojo, hacia la lejanía. Ellas habían dicho que vería a sus compañeros pronto, ¿se encontrarían todos allí?
Se giró hacia ellas, recuperando la actitud dócil. -Vamos, quítate eso. El tiempo apremia y tenemos que terminar de arreglarte. Levántate y sube los brazos.- Dejó caer la toalla sobre el asiento, de manera que el cristal roto quedase oculto bajo la misma, y atendió a cada instrucción. De la tela roja desenvolvieron un vestido negro, que caía hasta el suelo, con mangas hasta las muñecas pero de cuello abierto, dejando a la vista todo lo que quedaba por encima de sus clavículas. Parecía que lo hubieran hecho a medida, entallaba cada forma de su cuerpo. -¿Quién es Mirna?- se atrevió a preguntar, mientras recogían su melena alta, quedando sus orejas completamente descubiertas. -Nuestro enlace directo con El Primero. Llevará a cabo el ritual.- Cuántas molestias se estaban tomado para acabar con su vida, sí que les gustaba el drama... -Y entonces, ¿quién es Valeria?- La más desagradable de las dos frunció el ceño -Nuestra señora. Kasith fue la última incorporación a nuestro selecto círculo, aquella noche salió a cazar sus ofrendas para ser bendecida y nombrada mano derecha. Habrase visto... Después de años de eternidad sirviendo a esa zorra y decide hacer confidente a una recién llegada... Se pierde al ver una cara bonita.- Hablaba con cierto desagrado, incluso podría decirse que se percibían celos en sus palabras, Aylizz escuchó cada una de ellas con atención. En aquel punto, la otra hizo un gesto para mandarla callar, claramente había dado demasiada información. -Ten, bebe.- Sobre sus manos colocaron un pequeño cáliz lleno de un brebaje oscuro en el que clavó sus ojos un instante, manteniéndose inmóvil, ¿más drogas? No, gracias. La pareja pareció extrañarse de que la orden no fuera acatada al momento, aunque en un segundo la elfa se llevó finalmente la copa a la boca y dio un sorbo. Aunque de aire. Se mojó los labios y tragó su propia saliva, simulando así beber. Pareció ser suficiente, porque tan pronto como le arrebataron el recipiente soltaron sus grilletes, quedando liberada por fin de sus cadenas. -Vamos, camina.- Ambas avanzaron hacia la puerta, dándola la espalda de manera despreocupada, como esperando que las siguiera como había hecho hasta el momento. Y lo hizo, aunque no sin antes llevar su mano al diván para recoger el pedazo de vidrio cortante, que ocultó bajo una de las mangas.
Las siguió en silencio, aunque ya siendo plenamente consciente y dueña de sus pasos, claro que por su bien sería mejor no levantar sospechas por el momento. Al salir al exterior, la cubrieron con el manto rojo que antes envolvió el vestido, no sabiendo muy bien si tratando de ocultarla o protegerla del frío, ¡qué considerados! Atravesó la llanura, siguiendo el sendero que divisó desde la torre y fue entonces cuando comenzó a sentir de nuevo que la energía fluía a través de ella. Graso error haberla soltado las esposas. Aprovechó su marcha lenta y la noche muda para concentrarse en la tierra bajo sus pies, la maleza que atravesaban, el silbar del viento entre las ramas de los árboles lejanos... Se empapó de todo lo que pudo hasta llegar al templo, que estando casi derribado por completo, dejaba grandes aperturas al aire libre. Eso les daría mayores oportunidades para la huida, en caso de conseguir zafarse. Tal y como la habían dicho, allí la esperaban, una corte de, supuso que vampiros, aguardaban expectantes rodeando las ruinas, algunos armados -supuso que la guardia- y otros meramente espectadores. En el centro de la sala, junto a una pira de llamas negras marcada con símbolos incrustados en el borde, una elegante y esbelta pelirroja le dio la bienvenida, y en el extremo contrario al de la elfa, de frente, un apaleado Nousis de rodillas junto a otra mujer. Abrió al máximo los ojos al verlo, maltrecho y sin la máscara, su rostro aviejado ahora se dejaba apreciar, aunque ensangrentado. Apretó los dientes, ahogando la rabia, podría correr hacia él, estaba dispuesta a clavar su rudimentario filo oculto en su custodia hasta desgarrar sus entrañas y sin embargo no se movió. No, estarían muertos antes de que él se hubiese levantado del suelo, debía pensar otra forma, por ahora sólo quedaba esperar. Además, faltaban dos. De una mirada rápida a la panorámica se percató de que Lixis y Falathar no estaban presentes...
Chsk Un chasquido de dedos fue la orden para que sus dos escoltas la instaran a avanzar hasta la dama junto al fuego. Una vez allí, la desquitaron del manto que la cubría y se retiraron, dejándola a su suerte, a la vista de todos. -¡No sabes el tiempo que llevo buscándote! Vaya... Mírate. Casi me va a dar pena tener que matarte.- Valeria acarició su rostro con suavidad, su cuello y lo que se dejaba ver de su pecho. Aylizz la siguió con la mirada, sin inmutarse, tratando de no expresar lo más mínimo, a pesar de que podía notar los latidos bombear de forma acelerada ahora que el efecto de los sedantes había pasado. -Parece mentira que consiguieras acabar con Kas, tan enclenque, tan...- dejó la frase inacabada mientras la examinaba, de arriba a abajo -Me han dicho que has obedecido sin queja, ¡qué sencillo es todo cuando envenenas a alguien, ¿verdad?! Manejar los hilos a voluntad... Así debe sentirse una Diosa.- El autobombo era ya más que evidente, a aquellos seres parecía preocuparles más engordar su ego que cuidarse las espaldas, fue aquella misma vanidad la que les permitió salvar la vida aquella noche. -Dime, querida, ¿dónde está tu amiga? Te daré una última oportunidad de salvación, a pesar de lo que pueda parecer somos benevolentes aquí, en Urd.- una carcajada sirvió de broche final para aquella frase y los presentes la siguieron con sus risas, aquello era todo un espectáculo para ellos, pero en su intento por intimidarla había escupido una valiosa información. Así que, finalmente, el elfo lo había logrado, curiosos los acontecimientos que les habían hecho acabar en el santuario que buscaba. Fue la rubia la que esbozó una sonrisa ahora. -¿Sabes? Me ha costado entender qué estaba pasando, pero ya empiezo a recordar lo que ocurrió. No era mi amiga, simplemente la acompañaba en un viaje. Tu servidora fue una impertinente, nos atacó y nos defendimos, pero yo no la maté. Aunque sí ayudé.- Se puso a su altura y sin dejar de hablar, adquirió el mismo tono sádico con el que aquella raza de oscuridad habituaba a tratar -Fue la humana que buscas la que acabó con su vida y la verdad... Creo que lo disfrutó. Recuerdo cada grito, cada convulsión en la hoguera y sus ojos clavados en las llamas hasta que no hubo nada más que ver arder.- Hablaba mirándola directamente a los ojos, pero sus palabras no iban dirigidas expresamente a su captora, todos allí la escuchaban y eso tenía que aprovecharlo -Realmente pensé que iba a morir aquella noche... Tiene gracia que al final acabásemos en el norte. Después de aquello, no volví a verla.- Con aquella última frase esperó haber dado los detalles suficientes para hacerle entender a su compañero lo que estaba pasando, ojalá estuviera lo suficientemente sereno para comprender quién sería la siguiente a la que buscarían, quizá el saber que se trataba de Iori le removería algo por dentro que le diese fuerzas, al menos para levantarse, al fin y al cabo se encontraban donde quería, ¿no? De alguna manera la maldición tendría que desaparecer. Ella había asumido que las probabilidades de ser pasto para cuervos jugaban en su contra, por mucho que tratase de defenderse aquella arpía podría acabar con ella en un suspiro, tenía toda una corte a sus pies.
Pudo advertir la rabia en la expresión de Valeria al escuchar el relato de la elfa, aunque lejos de perder los papeles, mantuvo la compostura sin abandonar aquella sonrisa cínica. Se llevó la mano al mentón y guardó silencio unos instantes antes de contestar. -Ya veo... ¡Bien, cambio de planes! Esperaba poder torturarte hasta que me dieras la información que necesito, incluso había mantenido con vida a ese trozo de carne marchita para, yo qué sé, jugar la baza sentimental, pero he tenido una idea mejor. ¡Mirna!- La que parecía una sacerdotisa se acercó al instante. -¿Podría valer el elfo como ofrenda? Ya sabes, ocupar el lugar de esta.- Mirna asintió con la cabeza. -Entonces, ¡estás de suerte, querida! No me hará falta buscar a esa sucia rata mortal, ¡tú lo harás por mí! Cuando haya mordido ese cuello apetitoso, no podrás hacer otra cosa que serme leal. Y entonces terminarás lo que Kasith comenzó.- Aylizz se quedó muda, ni por asomo había pensado en aquella posibilidad, habiendo dado por hecho que la matarían se había lanzado de lleno a tratar de desestabilizar la mente de su contraria, igual que habían hecho con ella. Claro, que los estupefacientes habían resultado ser más efectivos que su fallido intento de jugar con las palabras. La vampiresa se acercó entonces a una de las sirvientas que antes la habían atendido y ésta le entregó la daga que habían requisado de sus pertenencias. Después, se acercó nuevamente a ella. -Tu sangre aun debería estar contaminada, lo justo para responder a una última orden antes de poder beber de ti. Esto será muy divertido...- Le puso el arma en la mano y la hizo girar hacia su congénere -Mátalo.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Esa estúpida madera pesaba un montón, mucho más de lo que tenía ningún derecho a pesar. Puede que fuera la falta de botas, o los últimos vestigios de la droga, porque desde luego se negaba a pensar que era porque estaba perdiendo su toque.
-¿Así que esta es la voluntaria?- Dijo una de las vampiras al idiota de la madera, Dante, mientras le quitaba las atadurass. Estaba bastante segura que era la que se había llevado al elfo. -¿Por qué te has ofrecido?- ese era el momento de la verdad.
-En mi Orden hicimos un juramento de no violencia, para proteger pacíficamente a todos los seres, como las ramas del gran árbol que todos nos…- su discurso fue interrumpido por un puñetazo a su cara, que la envió tambaleando contra la pared, con la nariz chorreando sangre. –Eso fue…de muy mala educación.-
-Ahórrate el sermón y demuéstramelo.- ah. Con que no era sadismo gratuito, tenía un propósito. Lástima para ella que toda esa sangre fuera tan conveniente para sus propios planes. Hizo circular un poco su Luz, lo justo para parar el sangrado y que la nariz volviera a su sitio con un ligero crujido. No sanada, solo donde debía estar, tenía que salvar sus energías.
Los vampiros se miraron, como si hubiesen esperado haber sido calcinados por rayos de luz divina, y se relajaron, liberando una tensión que no se había dado cuenta de que estaba allí. Extendió los brazos en una invitación, pero no quería parecer demasiado ansiosa, no quería que supieran que necesitaba hacer eso rápido. -¿Es una promesa?-
-Por supuesto.- contestó una con una cruel sonrisa, antes de acercarse y lentamente, como tanteándola, acercar la boca a su cuello. Al ver que no hacía nada, finalmente la mordió, y esta pareció ser la señal que el resto esperaban.
No era tan doloroso como había esperado, hasta habría podido considerarlo agradable si no tuviera planes en marcha, o no les preocupara demasiado si vivía o moría. Tal como estaba, tenía que mantenerse despierta y hacer circular su Luz de una manera muy específica, centrándose en la falta de sangre y absolutamente nada más. Y a su vez, la sangre era algo difícil, con muchas partes, cada una con funciones específicas. Tan centrada estaba en sanarse a sí misma lo más rápido posible para la siguiente fase de su plan, que no se dio cuenta cuando los vampiros se fueron, dejándola a ella y Mr. Madera solos, aun sin las ataduras, pero claramente la consideraban demasiado debilitada para hacer nada al respecto.
No se equivocaban, la verdad, con cinco vampiros, a medio litro cada uno, posiblemente, estaba… a un litro de sangre menos del necesario para sobrevivir, y eso suponiendo que no fuera a realizar grandes esfuerzos físicos como el que tenía pensado.
Dante la estaba mirando atentamente, sin duda buscando signos de recuperación. Que su piel recuperará el color seguramente, o que los temblores pararan. No podía hacer nada por el color, pero los temblores… no pararían. Ya debía faltar muy poco. Y finalmente, vio un hilo de sangre caer de la nariz del vampiro, que levantó la mano, sorprendido, hasta tocarse la nariz con una mano temblorosa que no debería estar temblando. Bingo.
Aceleró su sanación, pasando de una delicada e intrincada obra digna de una sala de operaciones a abrir su alma de par en par y liberar un torrente de luz, hasta el punto que su piel brillaba ligeramente en la penumbra. No toda su Luz, pues aún tenía rivales que abatir, pero la mitad era razonable. -¿Qué has…?- muy tarde, se levantó, estampando su hombro contra el hombre, que se estampó contra los barrotes del calabozo. No lo suficiente para siquiera aturdirlo, por culpa del veneno, pero fingiría que no sabía eso.
La puerta estaba abierta, por pura pereza, y fingió intentar escapar, dirigiéndose hacia esta, para frenar en seco cuando el vampiro se abalanzó hacia donde habría estado. Sólo entonces vio el destello metálico de una daga. Había tenido suerte de hacer ese truco. En cualquier caso, lo dejo pasar y se tiró sobre él, su mano siempre sujetando el brazo con la daga. No pudo evitar reírse, su boca desparramando sangre acumulada por culpa de la seta. -¿Estás loca? ¿Te envenenaste a ti misma?- Rodaron por el suelo, y el vampiro acabo encima suyo.
-No lo entenderías.- respondió, estampando su cabeza en la suya. -¿Crees que cualquiera en mi Orden puede ser un Custodio?- giraron, y esta vez ella estaba encima. Le dio un puñetazo para que aprendiera un poco. –Ya estoy muerta. Cada segundo extra. Una bendición. Una oportunidad de mantener la oscuridad a raya. Un. Instante. Más.- acompañó cada una de sus últimas palabras con un puñetazo, hasta que sintió un crujido, y luego lanzó otro más. Pausando unos segundos para asegurarse de que se quedaba quieto, recuperando el aliento. Uso un poco de Luz en el vampiro, asegurándose de que estaba muerto, y se sentó a su lado, recuperando el aliento. –No se merece nada menos.-
Su vista se emborronó, no con lágrimas, sino de puro agotamiento, con demasiado poca sangre para el esfuerzo realizado, necesitaba más aire, recuperarse. Cuando finalmente se vio con fuerzas, saqueo el cadáver, recogiendo las llaves, una daga y sus estúpidas botas. Tenía que rescatar al resto y encontrar sus cosas, no necesariamente en ese orden. ¿Estarían cerca?
Un pequeño paseo con las paredes como apoyo le demostró que no, solo había uno de los elfos en una de las celdas, ¿Falathar? Lucía aún más miserable que ella, y eso que estaba algo envenenada aún. –Hey…- dijo como pudo, llamando su atención mientras buscaba la llave correcta. No solo estaba encerrado, sino que encima tenía las ataduras y estas estaban atadas a la pared. –Luces… sano… eso es bueno. Necesito tu Luz.- la puerta, su gran archienemigo después de como una docena de llaves, había caído, y solo quedaban las ataduras, seguro que solo sería un momento.
-¿Así que esta es la voluntaria?- Dijo una de las vampiras al idiota de la madera, Dante, mientras le quitaba las atadurass. Estaba bastante segura que era la que se había llevado al elfo. -¿Por qué te has ofrecido?- ese era el momento de la verdad.
-En mi Orden hicimos un juramento de no violencia, para proteger pacíficamente a todos los seres, como las ramas del gran árbol que todos nos…- su discurso fue interrumpido por un puñetazo a su cara, que la envió tambaleando contra la pared, con la nariz chorreando sangre. –Eso fue…de muy mala educación.-
-Ahórrate el sermón y demuéstramelo.- ah. Con que no era sadismo gratuito, tenía un propósito. Lástima para ella que toda esa sangre fuera tan conveniente para sus propios planes. Hizo circular un poco su Luz, lo justo para parar el sangrado y que la nariz volviera a su sitio con un ligero crujido. No sanada, solo donde debía estar, tenía que salvar sus energías.
Los vampiros se miraron, como si hubiesen esperado haber sido calcinados por rayos de luz divina, y se relajaron, liberando una tensión que no se había dado cuenta de que estaba allí. Extendió los brazos en una invitación, pero no quería parecer demasiado ansiosa, no quería que supieran que necesitaba hacer eso rápido. -¿Es una promesa?-
-Por supuesto.- contestó una con una cruel sonrisa, antes de acercarse y lentamente, como tanteándola, acercar la boca a su cuello. Al ver que no hacía nada, finalmente la mordió, y esta pareció ser la señal que el resto esperaban.
No era tan doloroso como había esperado, hasta habría podido considerarlo agradable si no tuviera planes en marcha, o no les preocupara demasiado si vivía o moría. Tal como estaba, tenía que mantenerse despierta y hacer circular su Luz de una manera muy específica, centrándose en la falta de sangre y absolutamente nada más. Y a su vez, la sangre era algo difícil, con muchas partes, cada una con funciones específicas. Tan centrada estaba en sanarse a sí misma lo más rápido posible para la siguiente fase de su plan, que no se dio cuenta cuando los vampiros se fueron, dejándola a ella y Mr. Madera solos, aun sin las ataduras, pero claramente la consideraban demasiado debilitada para hacer nada al respecto.
No se equivocaban, la verdad, con cinco vampiros, a medio litro cada uno, posiblemente, estaba… a un litro de sangre menos del necesario para sobrevivir, y eso suponiendo que no fuera a realizar grandes esfuerzos físicos como el que tenía pensado.
Dante la estaba mirando atentamente, sin duda buscando signos de recuperación. Que su piel recuperará el color seguramente, o que los temblores pararan. No podía hacer nada por el color, pero los temblores… no pararían. Ya debía faltar muy poco. Y finalmente, vio un hilo de sangre caer de la nariz del vampiro, que levantó la mano, sorprendido, hasta tocarse la nariz con una mano temblorosa que no debería estar temblando. Bingo.
Aceleró su sanación, pasando de una delicada e intrincada obra digna de una sala de operaciones a abrir su alma de par en par y liberar un torrente de luz, hasta el punto que su piel brillaba ligeramente en la penumbra. No toda su Luz, pues aún tenía rivales que abatir, pero la mitad era razonable. -¿Qué has…?- muy tarde, se levantó, estampando su hombro contra el hombre, que se estampó contra los barrotes del calabozo. No lo suficiente para siquiera aturdirlo, por culpa del veneno, pero fingiría que no sabía eso.
La puerta estaba abierta, por pura pereza, y fingió intentar escapar, dirigiéndose hacia esta, para frenar en seco cuando el vampiro se abalanzó hacia donde habría estado. Sólo entonces vio el destello metálico de una daga. Había tenido suerte de hacer ese truco. En cualquier caso, lo dejo pasar y se tiró sobre él, su mano siempre sujetando el brazo con la daga. No pudo evitar reírse, su boca desparramando sangre acumulada por culpa de la seta. -¿Estás loca? ¿Te envenenaste a ti misma?- Rodaron por el suelo, y el vampiro acabo encima suyo.
-No lo entenderías.- respondió, estampando su cabeza en la suya. -¿Crees que cualquiera en mi Orden puede ser un Custodio?- giraron, y esta vez ella estaba encima. Le dio un puñetazo para que aprendiera un poco. –Ya estoy muerta. Cada segundo extra. Una bendición. Una oportunidad de mantener la oscuridad a raya. Un. Instante. Más.- acompañó cada una de sus últimas palabras con un puñetazo, hasta que sintió un crujido, y luego lanzó otro más. Pausando unos segundos para asegurarse de que se quedaba quieto, recuperando el aliento. Uso un poco de Luz en el vampiro, asegurándose de que estaba muerto, y se sentó a su lado, recuperando el aliento. –No se merece nada menos.-
Su vista se emborronó, no con lágrimas, sino de puro agotamiento, con demasiado poca sangre para el esfuerzo realizado, necesitaba más aire, recuperarse. Cuando finalmente se vio con fuerzas, saqueo el cadáver, recogiendo las llaves, una daga y sus estúpidas botas. Tenía que rescatar al resto y encontrar sus cosas, no necesariamente en ese orden. ¿Estarían cerca?
Un pequeño paseo con las paredes como apoyo le demostró que no, solo había uno de los elfos en una de las celdas, ¿Falathar? Lucía aún más miserable que ella, y eso que estaba algo envenenada aún. –Hey…- dijo como pudo, llamando su atención mientras buscaba la llave correcta. No solo estaba encerrado, sino que encima tenía las ataduras y estas estaban atadas a la pared. –Luces… sano… eso es bueno. Necesito tu Luz.- la puerta, su gran archienemigo después de como una docena de llaves, había caído, y solo quedaban las ataduras, seguro que solo sería un momento.
- Spoiler:
- Uso mi maestria en sanación para no morir envenenada
Última edición por Lixis el Dom 27 Sep 2020 - 13:58, editado 1 vez
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Pese a la situación, Nousis se vio impelido a aceptar que la visión de Aylizz tal y como la habían preparado sus enemigos rezumaba belleza, más aún en contraste con su propio estado y con la orgía de sangre que las vampiresas sin duda pretendían al finalizar todo aquel sádico teatro.
Las palabras de su secuestradora poco interés tenían en él. Su exaltado soliloquio no repercutía en la mente del espadachín más allá que el correteo de las hormigas, mientras se apremiaba buscando aquí y allá cualquier cosa útil, cualquier cosa que hubiera pasado por alto para que su vida no terminase cuando tenía tan cerca el romper la maldición de Tyrande. Ellos eran más, mejor armados, y más fuertes. El único rostro amigo era el de su compañera de raza, la misma que había luchado a su lado dos veces antes, que también había ayudado a Iori en su viaje al norte.
“¿Qué demonios importa eso ahora?” quiso decirse sacudiendo la cabeza. En breve podría estar muerto.
No obstante, sí prestó atención cuando la elfa tomó la palabra. ¿De modo que esos habían sido los pasos que las habían llevado en su día rumbo a norte, a volver a encontrarse con él en aquella torre de desgracias? Estas muchachas no perdían el tiempo, admitió, y esbozó una sonrisa que chocaba frontalmente con todo a su alrededor. Y la misma se borró con una escalofriante rapidez.
Se puso en pie lo más velozmente que pudo, dolorido por los golpes encajados, manteniendo un rostro desafiante, sombríos ojos grises, hasta cruzar la misma mirada con su compañera de raza. Ayl no avanzó entonces hacia él, punto que por el semblante de sus enemigas no era en absoluto lo que ellas esperaban. Tiró hacia él el arma que ellas le habían devuelto para degollarle allí mismo, y se volteó, sin que Nou pudiese ver qué había ocurrido a continuación. Todo pareció ralentizarse, o al menos, calmarse durante un par de segundos, como si hubiese comenzado a llover desde abajo y todos fuesen incapaces de articular palabra a causa de lo inexplicable del asunto.
El hijo de Sandorai llevaba muchos años combatiendo, los suficientes como para saber que no podría marcar la diferencia en el combate en el que presumiblemente se había internado su compañera. Furioso, incapaz de aceptar una derrota más, hizo lo único que su mente enfocada en la venganza y el odio por cuanto estaba ocurriendo le permitió. Destrozar con la daga, la misma que le había sido dada fruto de quien esperaba contribuir a salvarle con tal gesto, el símbolo profano que manchaba aquel antiguo lugar.
- Por fin:
Y no apareció una luz radiante como los cuentos y leyendas acostumbraban a exhibir en los importantes momentos de una grata historia de mítico heroísmo. Tan sólo una sensación familiar, que llenó cada centímetro de sus pulmones de una intensa alegría al aspirar y llenarlos por completo. Sintió la fuerza que le había abandonado desde la guerra. Volvió a experimentar la resistencia fruto de su largo entrenamiento. Y notó como su piel retornaba a su estado original. Volvía a ser él mismo. Y corrió, corrió disparado hacia Valeria empujado por unos músculos y tendones que por fin volvían a responderle, llevado en volandas por la ciega ira de quien espera devolver triplicado todo cuando le habían hecho sufrir.
Aún asombrada, la vampiresa no reaccionó, horrorizada mirando en dirección a Aylizz. Un error mayúsculo, pues en apenas unos instantes, la daga de Ayl pasó de cortar el aire desde la mano del espadachín a internarse en el cuerpo de su enemiga con todo odio que pudo reunir y una sonrisa endiablada. Cayeron por tierra, chillando la mujer por lo imprevisto de un ataque que nadie podría haberse imaginado.
Desarmado, Nou se colocó protegiendo las espaldas a su compañera. Tal vez aún tuvieran una oportunidad.
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Y en aquel momento lo vio claro, era libre, si tenía una oportunidad para intentar algo era aquella. Pero no podía hacerlo sola, aunque tampoco sabía a qué nivel de lucidez llegaba su compañero y saltaba a la vista que estaba maltrecho, esperaba que al menos fuera capaz de moverse sin ayuda. Y lo hizo. Al verlo ponerse en pie, como esperando su muerte a manos de la elfa y a la vez dispuesto a enfrentarla sin miramientos para defender su vida, no lo pensó dos veces, él estaba desarmado y ella aun guardaba un as bajo la manga, literalmente.
Tras cederle la daga, sin importar qué hiciese con ella, desenfundó el pedazo de vidrio con decisión, ni siquiera se paró a ser delicada al hacerlo, propiciándose un corte en el antebrazo y hasta la muñeca que no tardó un segundo en comenzar a emanar sangre. Vaya, no era el mejor momento para empezar a sangrar, era como servir la comida en bandeja de plata a sus captores. No prestó atención a eso, no tuvo tiempo de hacerlo, con un rápido movimiento y la inercia del brazo al sacar el cristal lanzó un corte limpio a la garganta de la sacerdotisa que tras el requerimiento anterior de su señora, había retrocedido nuevamente junto al elfo. La fuerza con la que agarró el improvisado filo, suficiente para penetrar de una pasada de lado a lado del cuello, hizo que ella misma se la clavase en la mano, pero aquello tampoco la importó. Ya tendría tiempo de pararse a sentir el dolor, peores habían sido las estocadas sufridas por la guadaña de la maldita adoradora del demonio la noche que trató de hacerlas pasto de las criaturas del averno.
El alarido que escuchó a su espalda instantes después la hizo adivinar que el espadachín no había perdido el tiempo, al girarse para observar la escena se topó con un Nousis que, de alguna forma, había vuelto a ser él, tal vez incluso más rabioso de lo que recordaba, ¿demasiado tiempo en la penumbra? Si aquella maldición le acompañaba desde el fin de la guerra, quién sabe lo que le faltaba para terminar de volverse loco al ver perdidas sus facultades... La caída de la diligente de aquel escaso grupo de seguidores de Habakhuk propició el caos al instante. Sus adeptos, mostrándose incapaces de reaccionar ante la pérdida de su ordenante, no acertaron a tomar un solo camino. Unos pocos se dispusieron a arremeter contra la pareja de Sandorai, aunque con ataques dispares e inseguros, temerosos, quizá pensando en qué podrían conseguir ellos si dos que se veían tan poderosas habían caído. Otros, sencillamente huyeron.
Aylizz, entre esquive, patada y derribe de los que llegaban a acercarse, alcanzó a fijarse en las dos que durante horas la habían reprendido. Una de ellas, la que desde el primer momento se mostró más seria y leal, quedaba arrodillada sobre el cuerpo de Valeria. La otra, tardó poco en echar a correr por el camino, de vuelta a la torre, ¿tal vez para dar aviso a los que custodiaban al resto? Lixis y Falathar se hicieron presentes de nuevo en su cabeza, tenían que encontrarlos y largarse, no habría mejor momento que aquel revuelo. De manera impulsiva, agarró el brazo de su compañero y arrancó a la carrera -¡Vamos!- Se agachó un instante, sin siquiera parar, de paso por el cuerpo inerte para recoger su daga, aun incrustada en el vientre de la vampiresa, desgarrando la carne al tirar a velocidad. Su sierva no hizo nada por impedirlo, ni por frenar su huida, tan sólo se quedó allí, observándolos marchar desde cada vez más lejos.
Al llegar a la plaza, todo parecía tranquilo. Demasiado. Los que aun quedasen allí parecían haberse esfumado, no obstante, era más astuto pensar que estarían esperando ocultos el mejor momento para devolver el ataque y vengar a la que había dirigido hasta el momento, aunque recordando las palabras de la encapuchada que la adecuó para aquella macabra ceremonia, quizá la lealtad no era tan clara ni incondicional entre aquellos seres. Fuera como fuere, no podían perder más tiempo, debían dar con los prisioneros.
Tras cederle la daga, sin importar qué hiciese con ella, desenfundó el pedazo de vidrio con decisión, ni siquiera se paró a ser delicada al hacerlo, propiciándose un corte en el antebrazo y hasta la muñeca que no tardó un segundo en comenzar a emanar sangre. Vaya, no era el mejor momento para empezar a sangrar, era como servir la comida en bandeja de plata a sus captores. No prestó atención a eso, no tuvo tiempo de hacerlo, con un rápido movimiento y la inercia del brazo al sacar el cristal lanzó un corte limpio a la garganta de la sacerdotisa que tras el requerimiento anterior de su señora, había retrocedido nuevamente junto al elfo. La fuerza con la que agarró el improvisado filo, suficiente para penetrar de una pasada de lado a lado del cuello, hizo que ella misma se la clavase en la mano, pero aquello tampoco la importó. Ya tendría tiempo de pararse a sentir el dolor, peores habían sido las estocadas sufridas por la guadaña de la maldita adoradora del demonio la noche que trató de hacerlas pasto de las criaturas del averno.
El alarido que escuchó a su espalda instantes después la hizo adivinar que el espadachín no había perdido el tiempo, al girarse para observar la escena se topó con un Nousis que, de alguna forma, había vuelto a ser él, tal vez incluso más rabioso de lo que recordaba, ¿demasiado tiempo en la penumbra? Si aquella maldición le acompañaba desde el fin de la guerra, quién sabe lo que le faltaba para terminar de volverse loco al ver perdidas sus facultades... La caída de la diligente de aquel escaso grupo de seguidores de Habakhuk propició el caos al instante. Sus adeptos, mostrándose incapaces de reaccionar ante la pérdida de su ordenante, no acertaron a tomar un solo camino. Unos pocos se dispusieron a arremeter contra la pareja de Sandorai, aunque con ataques dispares e inseguros, temerosos, quizá pensando en qué podrían conseguir ellos si dos que se veían tan poderosas habían caído. Otros, sencillamente huyeron.
Aylizz, entre esquive, patada y derribe de los que llegaban a acercarse, alcanzó a fijarse en las dos que durante horas la habían reprendido. Una de ellas, la que desde el primer momento se mostró más seria y leal, quedaba arrodillada sobre el cuerpo de Valeria. La otra, tardó poco en echar a correr por el camino, de vuelta a la torre, ¿tal vez para dar aviso a los que custodiaban al resto? Lixis y Falathar se hicieron presentes de nuevo en su cabeza, tenían que encontrarlos y largarse, no habría mejor momento que aquel revuelo. De manera impulsiva, agarró el brazo de su compañero y arrancó a la carrera -¡Vamos!- Se agachó un instante, sin siquiera parar, de paso por el cuerpo inerte para recoger su daga, aun incrustada en el vientre de la vampiresa, desgarrando la carne al tirar a velocidad. Su sierva no hizo nada por impedirlo, ni por frenar su huida, tan sólo se quedó allí, observándolos marchar desde cada vez más lejos.
Al llegar a la plaza, todo parecía tranquilo. Demasiado. Los que aun quedasen allí parecían haberse esfumado, no obstante, era más astuto pensar que estarían esperando ocultos el mejor momento para devolver el ataque y vengar a la que había dirigido hasta el momento, aunque recordando las palabras de la encapuchada que la adecuó para aquella macabra ceremonia, quizá la lealtad no era tan clara ni incondicional entre aquellos seres. Fuera como fuere, no podían perder más tiempo, debían dar con los prisioneros.
Aylizz Wendell
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
El tipo no era un sanador, pero más allá de haberle dejado allí tirado, no tenía heridas, así que Falathar podía invertir su Luz en ella. La sensación era… rara, su propia Luz oponiéndose a la nueva, casi enseñándole los colmillos, pero sus reservas demasiado agotadas como para que esta pudiera hacer nada al respecto. Así que salieron del calabozo, buscando sus cosas. No podían estar muy lejos, y como mínimo iba a necesitar un arma si quería ir a rescatar al resto.
Eventualmente, encontraron una polvorienta habitación, donde alguien claramente había entrado y abierto un cofre, y allí encontraron su equipo, lo que generaba otra serie de dudas. ¿Mandaba al elfo a ayudar y se preparaba? ¿Recogía solo sus armas y marchaba lo más rápido posible? ¿Pedía ayuda al elfo para equiparse al completo más rápido? Seguramente necesitaba moverse de inmediato, pero con lo cansada que estaba, una mala herida mataría a cualquiera de los dos, por lo que algo de protección era necesaria…
-Ponte la armadura y ayúdame con la coraza.- dijo al elfo, que ya había empezado a recoger sus cosas in que tuviera que decirle nada. Se había decidido por falda, pecho, botas y el brazo izquierdo, donde debería tener el escudo, si no fuese por ese estúpido oso. Tendría que tener cuidado, y seguro que le dolería todo mañana si la llevaba tan mal ajustada mucho tiempo, pero consideraba que era un compromiso aceptable entre seguridad, ligereza y rapidez. Así que se vistió mientras el elfo se equipaba y una vez tuvo su coraza lista, recogió su maza y una espada, por si acaso, y salió a la aventura, en busca de elfos o vampiros, lo que surgiera primero. -¿Por qué no buscas un buen lugar para disparar? Los sacaré fuera si están dentro de los edificios.- le dijo, señalando el arco, mientras entreabría la puerta hacia el patio, mirando.
Y allí había una mujer corriendo hacia ellos, mirando hacia atrás cada pocos pasos. Lixis volvió a cerrar la puerta y espero. No era Aylizz, y una ventaja de haber sido devorada era que recordaba a los vampiros del lugar. Y esa era una, una cómplice en el mejor de los casos. Así que se colocó al lado de la puerta y cuando la mujer entró corriendo, le reventó la cara de un golpe de maza, tumbandola al suelo. El cuerpo aún se agitaba, así que le arreó otra vez, en el cráneo, y esta vez fue suficiente. Y le arruinó las botas, pero el metal se limpiaba fácil. Salió por la puerta, con cuidado de no pisar el cadáver o toda esa sangre, y se paró unos segundos, estimando de dónde había salido la vampira, sonaba a un buen lugar para empezar a buscar. Hizo una floritura con la maza, limpiando la sangre con un golpe seco, y se dirigió hacia el edificio. Dos vampiros menos, quedaban tres más en el peor de los casos, por lo que tendría que ir con cuidado.
Eventualmente, encontraron una polvorienta habitación, donde alguien claramente había entrado y abierto un cofre, y allí encontraron su equipo, lo que generaba otra serie de dudas. ¿Mandaba al elfo a ayudar y se preparaba? ¿Recogía solo sus armas y marchaba lo más rápido posible? ¿Pedía ayuda al elfo para equiparse al completo más rápido? Seguramente necesitaba moverse de inmediato, pero con lo cansada que estaba, una mala herida mataría a cualquiera de los dos, por lo que algo de protección era necesaria…
-Ponte la armadura y ayúdame con la coraza.- dijo al elfo, que ya había empezado a recoger sus cosas in que tuviera que decirle nada. Se había decidido por falda, pecho, botas y el brazo izquierdo, donde debería tener el escudo, si no fuese por ese estúpido oso. Tendría que tener cuidado, y seguro que le dolería todo mañana si la llevaba tan mal ajustada mucho tiempo, pero consideraba que era un compromiso aceptable entre seguridad, ligereza y rapidez. Así que se vistió mientras el elfo se equipaba y una vez tuvo su coraza lista, recogió su maza y una espada, por si acaso, y salió a la aventura, en busca de elfos o vampiros, lo que surgiera primero. -¿Por qué no buscas un buen lugar para disparar? Los sacaré fuera si están dentro de los edificios.- le dijo, señalando el arco, mientras entreabría la puerta hacia el patio, mirando.
Y allí había una mujer corriendo hacia ellos, mirando hacia atrás cada pocos pasos. Lixis volvió a cerrar la puerta y espero. No era Aylizz, y una ventaja de haber sido devorada era que recordaba a los vampiros del lugar. Y esa era una, una cómplice en el mejor de los casos. Así que se colocó al lado de la puerta y cuando la mujer entró corriendo, le reventó la cara de un golpe de maza, tumbandola al suelo. El cuerpo aún se agitaba, así que le arreó otra vez, en el cráneo, y esta vez fue suficiente. Y le arruinó las botas, pero el metal se limpiaba fácil. Salió por la puerta, con cuidado de no pisar el cadáver o toda esa sangre, y se paró unos segundos, estimando de dónde había salido la vampira, sonaba a un buen lugar para empezar a buscar. Hizo una floritura con la maza, limpiando la sangre con un golpe seco, y se dirigió hacia el edificio. Dos vampiros menos, quedaban tres más en el peor de los casos, por lo que tendría que ir con cuidado.
Lixis
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
La sensación no había desaparecido, ni siquiera en aquel momento donde el peso de poder ser asesinados en cualquier momento se había evaporado. Su parte racional agradecía a Aylizz el rápido acto que a ambos había salvado la vida. La muchacha parecía distinta a quien se había enfrentado a los criminales de Yiruanne tiempo atrás, como si las dudas se limitasen a revolotear en torno a ella y no a residir en su interior. Tras el resultado, tenía que agradecer a los dioses por ello. Su parte emocional, sólo deseaba castigar con toda la severidad de su imaginación al elfo traidor que les había llevado hasta allí. No había peor tipo de criatura. Al menos los brujos, aún debiendo ser exterminados, habían tenido la desgracia de nacer como tales.
Esperando que su compañera le siguiese, volvió a adentrarse en las ruinas. No sabían qué habría sido de Lixis o de Falathar. Si él y Ayl habían sido llevados como sacrificios, las cuestiones sobre el destino de los primeros no resultaban tranquilizadoras. Bien podrían haberlos asesinado sin mayor ceremonia. Fuera como fuere, precisaba comprobarlo por sí mismo. La traición de Handir no había mermado un ápice su necesidad por proteger a los suyos. Más bien había reforzado su creencia de que las malas hierbas también crecían entre su propia especie. Él solo no podría arrancarlas una por una, ni todos los suyos aprobarían sus métodos. La debilidad élfica había quedado patente en la guerra de Sandorai, y un fragmento de idea empezó a tomar forma, algo que, avanzando entre los pasillos del remanente de la fortaleza, le hizo sonreír.
¿Dónde demonios estaría su equipo? Masculló de forma ininteligible, cuando de un lateral, un nuevo enemigo atacó de improviso, rodando con el elfo por el suelo, y chasqueando los dientes a una distancia demasiado cercana a él, quien se revolvió con rapidez colocándose en pie. Pese a los golpes recibidos, se sentiría más ligero y capacitado que nunca en las semanas anteriores. Casi parecía un sueño.
-¡ESCAPA!- Gritó a Aylizz con preocupación, antes de empezar a correr, asegurándose de que el vampiro le seguía a él y obviaba a la más joven de ambos. Recorrieron diversas estancias, hasta que su oponente, que conocía el lugar, lo atrapó, sujetándolo contra una pared con el mango de una lanza. Nou comenzó a sentir una fuerte opresión en el pecho, y su respiración se agitaba más y más, pero el vampiro no dejaba en su empeño de partirle la caja torácica. Con todas sus fuerzas, consiguió encauzar un rodillazo en un costado del rival, que aflojando la fuerza, le permitió un puñetazo en el mismo lugar. No pareció resentirse en exceso, mas si lo suficiente para permitirle escapar y continuar la carrera. Ya iba a pasar de largo de una estancia, cuando vio sin asomo de duda la figura de Handir, agachada. Dio dos pasos atrás, sin considerar el peligro del enemigo que llegaba tras él y que se coló en la misma habitación.
Los ojos grises del Indirel rezumaban odio y una alegría emanada de la posibilidad de venganza. En dos segundos, comprendió que el maldito traidor estaba haciendo acopio de parte del equipo que les habían arrebatado a él y sus compañeras. Frunció el ceño, llegando a darse cuenta de que la armadura de Lixis no se encontraba allí. ¿Dónde…?
No pudo terminar de formular la pregunta, el tiempo jugaba en su contra. El vampiro había llegado y Nou tomó el impulso de tres pasos para darle una patada en la cara a Handir, antes de tomar su espada, y colocarse en guardia frente a su enemigo más peligroso. De haber tratado de sajar al elfo, habría bajado la guardia en exceso. El hijo de la noche trató de ensartar al espadachín, quien vio como su objetivo se colaba por la puerta y escapaba con el rostro sangrante.
-¡VUELVE TRAIDOOOR!- vociferó Nou, envuelto en ira. Esquivó los intentos del oponente, y cuando éste dio por un error con la punta de hierro en la pared, el Indirel dio un paso a un lado, grácilmente, y de un corte oblicuo de abajo hacia arriba, cortó al vampiro hondamente el torso. Éste no cayó, y el elfo tampoco esperaba llegar a matarlo con un solo golpe, mas sí se escabulló del herido, corriendo a buscar a Handir lo más rápido que sus piernas eran capaces.
Cuando llegó al exterior, contempló varios muertos cosidos a flechazos. Ninguno respondía a los rostros de Lixis, Ayl o Falathar. Suspiró aliviado.
Pero si habían vencido… ¿Dónde estaban sus compañeras?
Nousis Indirel
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Re: El castigo del orgullo II (Libre) [Maldición]
Ni se pararon a retomar el aliento cuando llegaron, precedida por el elfo, que ahora había vuelto a tomar la iniciativa, avanzó hacia lo que aun quedaba en pie de aquel complejo. En cierto modo, lo agradeció, no creía tener madera de líder, más bien actuaba por impulsos, ¿sería aquello a lo que llamaban instinto? Él andaba desarmado, pero con paso firme y acelerado. Rezumaba seguridad, como si el haber vuelto en sí le hubiese generado la sensación de ser invencible, o tal vez sólo actuaba movido por la rabia. En cualquier caso, lo siguió. Pero aquella actitud ¿despreocupada? ¿confiada? lo traicionó cuando de la nada se abalanzó sobre él uno que lo esperaba oculto en las sombras. Ambos se enzarzaron y el atacante ni siquiera pareció reparar en ella, que sin pensarlo hizo caso de lo que sonó casi como una orden en boca de su compañero, dirigiéndose rauda hasta las caballerizas para tratar de ocultarse en ellas. No pudo ver a hacia dónde corrió Nousis, pero ante la imagen de la plaza, de nuevo vacía y en calma cuando se asomó tras una pared, dedujo que había sido perseguido hasta el interior de la torre. Una vez más, se habían separado.
Tras un par de bocanadas de aliento, se deslizó entre los cajones que alguna vez habrían servido de cuadras para los caballos. Nada ni nadie parecía haber allí. Dentro del torreón se oía barullo que procedía de diferentes alturas, como si se estuvieran librando luchas en varios puntos al mismo tiempo y un ápice de optimismo la inundó, alguien debía estar tratando de escapar. No perdió más tiempo y daga en mano echó a correr hacia la entrada del edificio de piedra, ahora sin vigilancia, guiada por los sonidos del metal chocando contra metal. Tal era la decisión con la que avanzaba, que fue tarde cuando reparó en la silueta que saló de uno de los pasillos, también a prisa, con la mirada puesta en su espalda, como si comprobase que de lo que huía no lo seguía. Su encontronazo en la esquina del corredor los derribó a ambos. Tardó un instante en reaccionar, la iluminación del interior era tenue, apenas un par de candelabros anclados en las paredes dejaban entrever el interior, aunque sus ojos se adaptaron rápido a la penumbra y pudo diferenciar claramente al que les tendió la trampa desde el primer momento -¡Tú!- Handir se puso en pie como un resorte, aventajándola por un segundo y poniendo pies en polvorosa para finalmente salir del torreón. Aylizz lo siguió, atravesó la plaza de nuevo, sin parar de correr, aunque el judas era rápido y en poco tiempo la sacó distancia, llegando al camino con intención de perderse campo a través. No en mi terreno. Aun de lejos, con un rápido gesto elevando los brazos, la elfa hizo sobresalir de la tierra las raíces de los árboles más cercanos y el chico, sin esperárselo, tropezó cayendo al suelo. No perdió un segundo y a continuación manejó aquella misma para amordazarlo e inmovilizarlo, reduciendo a nada toda ventaja*. Terminó de acortar la distancia entre ellos y se agachó junto al que se retorcía, tratando de zafarse inútilmente. -No es divertido, ¿verdad? No lo intentes, te agotarás antes de poder soltarte.- Con un giro de muñecas hizo apretar más aun las ataduras y enganchándolo de la raíz que enroscaba su nuca, lo arrastró hasta el tronco, donde lo dejó amarrado. No sería ella quien lo juzgase, pero tampoco dejaría que se fuera de rositas.
En aquel instante, el revuelo del interior que desde allí no alcanzaba a escucharse, se hizo más abrupto. Los enfrentamientos habían llegado al exterior. No le hizo falta forzar la vista para diferenciar a los que luchaban, el brillo de la luna en lo alto destellaba en una figura envuelta en armadura, ¡Lixis! Y junto a ella, arco en mano, Falathar. No tuvo tiempo de acudir en su auxilio, tan pronto como salieron a campo abierto, ambos derrotaron a los que los enfrentaban. Ningún enemigo más parecía estar a la vista. Chifló entonces desde allí para llamar su atención y levantando la mano les hizo una seña, ellos no tardaron en llegar a su encuentro en la orilla del bosque. -¡Por los dioses que estáis bien! Habría que largarse antes de que aquellos terminen de llorar sus pérdidas y vengan por nosotros...- señaló hacia el templo, aun los separaban varios cientos de metros de aquel profano lugar de culto, pero los que Nousis y ella habían logrado dejar atrás, si seguían la tónica del resto, acabarían por buscar venganza. Ya no habría preparativos, ni rituales, ni culto... Tan sólo ríos de sangre. -¿Alguno dio con Nousis ahí dentro?- Ya había pasado tiempo desde que lo perdió de vista y nadie más había salido de aquel pedazo de castillo a medio hacer, Handir soltó una carcajada al escucharlo -¡Ya estará muerto! Lo dejé con Dante antes de...- Aylizz lo fulminó con la mirada -¿Salir huyendo como una sucia rata?- Se acercó a él de nuevo y lo agarró la cara, forzándole a mirarla fijamente, llenando su rostro con la sangre saliente del corte que aun no se había preocupado de curar -Escúchame bien, ya puedes rezarle a los dioses que veneres por que así sea, porque no quiero ni pensar en lo que te hará cuando dé contigo. Y ahora cállate.- Sonó amenazante, no acostumbraba a mostrarse con esa actitud tan turbada, pero casi había perdido la vida a causa de la traición de aquel elfo malnacido, no iba a tolerar que además se mostrase tan jocoso.
La tensión en el ambiente era palpable, dirigió su mirada una vez más hacia la torre, fijándola en la entrada, decidiendo internamente que si tardaba mucho más en aparecer volvería para buscarlo. De pronto, a lo lejos, un estruendo atronador comenzó a hacerse oír. No tardaron en verse al horizonte una tropa de cuatro jinetes que se dirigían hacia las ruinas a gran velocidad. Aylizz pudo distinguir en la distancia a la elfa que acompañaba a Falathar, cuando se encontraron por primera vez, encabezando el grupo. Él fue quien les hizo las señas esta vez y en cuestión de minutos llegaron a su posición. -Sentimos la tardanza, fue difícil seguir tu rastro compañero, lo perdíamos en muchos tramos. ¿Qué ha pasado? ¿No es ese el chico al que atacaron?- Indis se mostró seria, aunque desconcertada. Al parecer, de alguna manera, el soldado había logrado dar señas del camino hasta Urd. -Resultó ser todo una treta, pero ya hablaremos de ello más tarde. Aun quedan enemigos en el templo y un aliado en la torre, no hay señales de él.- Y justo al tiempo que el elfo mencionaba esas palabras, el espadachín se hizo ver en la plaza. -Hasta ahora.- Señaló con el brazo empapado en sangre y una sonrisa triunfal en el rostro. Nousis apareció armado y aparentemente de una pieza. La soldado ordenó a uno de sus hombres ir a recogerlo a caballo mientras aseguró que los demás se encargarían de los combatientes que restaban. -Esperad aquí, salta a la vista que habéis soportado ya bastante.- Y sin dejar lugar a réplicas, se alejaron raudos a galope.
----Tras un par de bocanadas de aliento, se deslizó entre los cajones que alguna vez habrían servido de cuadras para los caballos. Nada ni nadie parecía haber allí. Dentro del torreón se oía barullo que procedía de diferentes alturas, como si se estuvieran librando luchas en varios puntos al mismo tiempo y un ápice de optimismo la inundó, alguien debía estar tratando de escapar. No perdió más tiempo y daga en mano echó a correr hacia la entrada del edificio de piedra, ahora sin vigilancia, guiada por los sonidos del metal chocando contra metal. Tal era la decisión con la que avanzaba, que fue tarde cuando reparó en la silueta que saló de uno de los pasillos, también a prisa, con la mirada puesta en su espalda, como si comprobase que de lo que huía no lo seguía. Su encontronazo en la esquina del corredor los derribó a ambos. Tardó un instante en reaccionar, la iluminación del interior era tenue, apenas un par de candelabros anclados en las paredes dejaban entrever el interior, aunque sus ojos se adaptaron rápido a la penumbra y pudo diferenciar claramente al que les tendió la trampa desde el primer momento -¡Tú!- Handir se puso en pie como un resorte, aventajándola por un segundo y poniendo pies en polvorosa para finalmente salir del torreón. Aylizz lo siguió, atravesó la plaza de nuevo, sin parar de correr, aunque el judas era rápido y en poco tiempo la sacó distancia, llegando al camino con intención de perderse campo a través. No en mi terreno. Aun de lejos, con un rápido gesto elevando los brazos, la elfa hizo sobresalir de la tierra las raíces de los árboles más cercanos y el chico, sin esperárselo, tropezó cayendo al suelo. No perdió un segundo y a continuación manejó aquella misma para amordazarlo e inmovilizarlo, reduciendo a nada toda ventaja*. Terminó de acortar la distancia entre ellos y se agachó junto al que se retorcía, tratando de zafarse inútilmente. -No es divertido, ¿verdad? No lo intentes, te agotarás antes de poder soltarte.- Con un giro de muñecas hizo apretar más aun las ataduras y enganchándolo de la raíz que enroscaba su nuca, lo arrastró hasta el tronco, donde lo dejó amarrado. No sería ella quien lo juzgase, pero tampoco dejaría que se fuera de rositas.
En aquel instante, el revuelo del interior que desde allí no alcanzaba a escucharse, se hizo más abrupto. Los enfrentamientos habían llegado al exterior. No le hizo falta forzar la vista para diferenciar a los que luchaban, el brillo de la luna en lo alto destellaba en una figura envuelta en armadura, ¡Lixis! Y junto a ella, arco en mano, Falathar. No tuvo tiempo de acudir en su auxilio, tan pronto como salieron a campo abierto, ambos derrotaron a los que los enfrentaban. Ningún enemigo más parecía estar a la vista. Chifló entonces desde allí para llamar su atención y levantando la mano les hizo una seña, ellos no tardaron en llegar a su encuentro en la orilla del bosque. -¡Por los dioses que estáis bien! Habría que largarse antes de que aquellos terminen de llorar sus pérdidas y vengan por nosotros...- señaló hacia el templo, aun los separaban varios cientos de metros de aquel profano lugar de culto, pero los que Nousis y ella habían logrado dejar atrás, si seguían la tónica del resto, acabarían por buscar venganza. Ya no habría preparativos, ni rituales, ni culto... Tan sólo ríos de sangre. -¿Alguno dio con Nousis ahí dentro?- Ya había pasado tiempo desde que lo perdió de vista y nadie más había salido de aquel pedazo de castillo a medio hacer, Handir soltó una carcajada al escucharlo -¡Ya estará muerto! Lo dejé con Dante antes de...- Aylizz lo fulminó con la mirada -¿Salir huyendo como una sucia rata?- Se acercó a él de nuevo y lo agarró la cara, forzándole a mirarla fijamente, llenando su rostro con la sangre saliente del corte que aun no se había preocupado de curar -Escúchame bien, ya puedes rezarle a los dioses que veneres por que así sea, porque no quiero ni pensar en lo que te hará cuando dé contigo. Y ahora cállate.- Sonó amenazante, no acostumbraba a mostrarse con esa actitud tan turbada, pero casi había perdido la vida a causa de la traición de aquel elfo malnacido, no iba a tolerar que además se mostrase tan jocoso.
La tensión en el ambiente era palpable, dirigió su mirada una vez más hacia la torre, fijándola en la entrada, decidiendo internamente que si tardaba mucho más en aparecer volvería para buscarlo. De pronto, a lo lejos, un estruendo atronador comenzó a hacerse oír. No tardaron en verse al horizonte una tropa de cuatro jinetes que se dirigían hacia las ruinas a gran velocidad. Aylizz pudo distinguir en la distancia a la elfa que acompañaba a Falathar, cuando se encontraron por primera vez, encabezando el grupo. Él fue quien les hizo las señas esta vez y en cuestión de minutos llegaron a su posición. -Sentimos la tardanza, fue difícil seguir tu rastro compañero, lo perdíamos en muchos tramos. ¿Qué ha pasado? ¿No es ese el chico al que atacaron?- Indis se mostró seria, aunque desconcertada. Al parecer, de alguna manera, el soldado había logrado dar señas del camino hasta Urd. -Resultó ser todo una treta, pero ya hablaremos de ello más tarde. Aun quedan enemigos en el templo y un aliado en la torre, no hay señales de él.- Y justo al tiempo que el elfo mencionaba esas palabras, el espadachín se hizo ver en la plaza. -Hasta ahora.- Señaló con el brazo empapado en sangre y una sonrisa triunfal en el rostro. Nousis apareció armado y aparentemente de una pieza. La soldado ordenó a uno de sus hombres ir a recogerlo a caballo mientras aseguró que los demás se encargarían de los combatientes que restaban. -Esperad aquí, salta a la vista que habéis soportado ya bastante.- Y sin dejar lugar a réplicas, se alejaron raudos a galope.
*Uso de especialidad: camino de la naturaleza
Aylizz Wendell
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