Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
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Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
El capitán Wein Langlois levantó la espada al cielo y dio el alto desde la retaguardia. Los ocho dragones (en forma humana) montados a caballos se detuvieron la carrera, se hicieron a un lado para dejar paso al líder. Los cuatro dragones restantes (en forma dragón) volaron en círculos como si fueran enormes buitres de montaña.
Langlois desmontó del caballo, apoyando todo su peso en su falsa pierna de oro. Paseó entre los caballos de la compañía dirigiendo severas miradas a los hombres de la compañía.
—¿Por qué habéis reducido la velocidad? — pidió una explicación.
—Capitán, mi capitán — habló Heaftoor, uno de los guerreros más jóvenes. Langlois hizo una señal con la cabeza permitiendo al joven dragón hablar —. Con todos mis respetos, mi capitán. Hemos perdido el rastro de la fugitiva Vánadottir.
Langlois cambió el punto de apoyo, poniendo su peso en la pierna sana, la más ágil.
—Los Murciélagos — Heaftoor señaló a los dragones que volaban desde el cielo — perdieron visual. Retrocedían unos metros y regresaban hacían nosotros. Pensamos en seguir avanzando por…
No perder tiempo, iba a decir antes de que el capitán Langlois le propinase un puñetazo en el estómago. Heaftoor se retorció de dolor, haciendo acopio de su reserva de fuerzas para mantener el tipo delante de su superior.
—¡Vánadottir ha abandonado los caminos principales! ¿Acaso que sois tan estúpidos como para no haberos dado cuenta?
La compañía de Langlois llevan seis días persiguiendo el rastro de Oromë Vánadottir, una desdichada dragona que había tenido la osadía de engullir un objeto maldito de Egdecomb, convirtiéndose ella en la portadora de un poder divino y un peligro más allá del entendimiento de cualquiera de los dragones de Langlois.
Dundarak respondió con presteza, organizó diversas compañías con el objetivo de capturar a la escurridiza fugitiva y custodiar (encerrar) a la dragona. Corría el rumor que El Hombre Muerto había sometido la voluntad de hombres buenos de Aerandir. Dundarak recordó el incidente de hacía un año, cuando El Hombre Muerto envenenó los depósitos de agua de la ciudad enloqueciendo a los dragones. No quisieron correr riesgos. Dos docenas de pelotones, entre ellos el del capitán Wein Langlois, al que apodaban El Dragón Gris, abandonaron Dundarak la noche del Midsummarblót.
El Dragón Gris destacaba sobre los demás capitanes por el uso de técnicas modernas de rastreo. Langlois llevaba consigo instrumentos desconocidos para los demás dragones: brújulas, detector de metales y demás ingenios de la ingeniería. Las tácticas de Langlois contrarrestaban el inconveniente de su discapacidad.
Al cabo de una semana, encontraron unos viajeros, cuatro brujos de túnicas grises que deseaban visitar las bibliotecas de Dundarak. Aseguraban haber visto a una doncella que cumplía con la descripción que se le daba a la fugitiva. Uno de los brujos señaló en la dirección donde había visto marchar a la dragona. Langlois utilizó la brújula de rastreo y confirmó el testimonio del brujo. Oromë Vánadóttir escapa hacia el sureste, en dirección al Lago Helado.
Desde entonces, la compañía había perseguido a la dragona, ganando distancia por cada día que pasaba. Los Murciélagos alcanzaron visual hacia cosa de unas horas. Krefftar, el primero de Los Murciélagos, expulsó su aliento de hielo celebrando la inminente victoria. Aquello debió haber alertado a la fugitiva Vánadóttir, supuso el capitán Langlois virando el peso de su cuerpo de la pierna sana a la pierna de oro. Si tuviera a Krefftar cerca le haría pagar por su error. Heaftoor se sentiría un afortunado en comparación a su compañero.
Langlois regresó al caballo. Sacó la brújula de rastreo de la bolsa de equipaje y señaló hacia atrás. Los dragones tiraron de las riendas adelantando al caballo del capitán. El Dragón Gris prefería quedarse en la retaguardia, donde su invalidez no fuera un estorbo para la compañía y pudiera meditar sobre el próximo movimiento.
Era un hombre solitario, pasaba más horas del día revisando sus cachivaches y discutiendo en silencio consigo mismo que hablando con los demás dragones. Durante los descansos, los pocos que Langlois permitía, se negaba a compartir el pan. El Dragón Gris prefería quedarse apartado, escarbando entre sus bolsas.
Seguimos las órdenes de un loco capitán. El prestigioso Dragón Gris se había vuelto loco, era un secreto a voces. Ansiaba capturar a la fugitiva Vánadóttir más que ninguna otra persona. Los mismos rumores que aseguraban que El Hombre Muerto había puesto su mano en Dundarak, señalaban a los altos cargos de las compañías como los principales objetivos del nigromante.
Heafftor sabía que los rumores eran ciertos, pero no se atrevería a decirlo en voz alta. Durante el descanso, sintió curiosidad por los cachivaches del capitán Langlois. Escudriñó las bolsas de equipaje, solo quería sostener la brújula unos minutos y observar la magia (la ciencia) del objeto por sus propios ojos. Heafftor abrió la bolsa equivocada. Allí dentro no había ningún instrumento mecánico, sino la cabeza maloliente y repleta de insectos de una niña.
El joven dragón cerró la bolsa y regresó a su posición atemorizado. Esa noche no pudo dormir. Tuvo sueños intermitentes en los que reconocía a la pequeña Anh Langlois, en el recuerdo era más tierna que impertinente, y dos ojos ancianos inyectados en sangre.
La compañía de El Dragón Gris no era la única que había encontrado el rastro de Oromë Vánadóttir, aunque sí la más aventajada. Cientos de personas, de diferentes razas y con diferentes intereses (asesinos, carcelarios o puramente ambiciosos), perseguían a la dragona. Oromë no tenía en quien confiar ni dónde huir.
* Bienvenido y rastreador y perseguida: En este tema caben dos personas: por un lado tenemos a Oromë, quien responderá primero. Tu objetivo es huir de tus perseguidores. Muchas personas de Aerandir van detrás de ti. No intentes luchar, tienes todas las de perder. ¡Escapa! La compañía del capitán Langlois son tu mayor amenaza. Los Murciélagos te espían desde el cielo y los caballos siguen tu pista desde cerca. Langlois no te dará tregua.
La segunda plaza la ocupará otro usuario (preferencia para el rastreo). Tienes la opción de formar parte de la compañía de dragones, similar a la del capitán Wein Langlois, o inventar otro grupo, da igual que no sea de dragones, que persiga a Oromë por otros intereses, excluyendo el de ayudar a la dragona. El uso que le des a tus habilidades y los objetos que dispongas en tu inventario serán proporcionales a la distancia que ganes sobre Oromë. Al final de este turno diré cuan cerca estás. Empezarás el tema sin tener un rastro claro de la dragona.
Wein Langlois, El Dragón Gris [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] es un respetado capitán de Dundarak que cayó en desgracia luego de que, debido una herida mal curada, los médicos le amputaran una pierna. El dragón esconde un secreto con el que cree que podrá recuperar sus viejos años de gloria.
Temas de interés
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Langlois desmontó del caballo, apoyando todo su peso en su falsa pierna de oro. Paseó entre los caballos de la compañía dirigiendo severas miradas a los hombres de la compañía.
—¿Por qué habéis reducido la velocidad? — pidió una explicación.
—Capitán, mi capitán — habló Heaftoor, uno de los guerreros más jóvenes. Langlois hizo una señal con la cabeza permitiendo al joven dragón hablar —. Con todos mis respetos, mi capitán. Hemos perdido el rastro de la fugitiva Vánadottir.
Langlois cambió el punto de apoyo, poniendo su peso en la pierna sana, la más ágil.
—Los Murciélagos — Heaftoor señaló a los dragones que volaban desde el cielo — perdieron visual. Retrocedían unos metros y regresaban hacían nosotros. Pensamos en seguir avanzando por…
No perder tiempo, iba a decir antes de que el capitán Langlois le propinase un puñetazo en el estómago. Heaftoor se retorció de dolor, haciendo acopio de su reserva de fuerzas para mantener el tipo delante de su superior.
—¡Vánadottir ha abandonado los caminos principales! ¿Acaso que sois tan estúpidos como para no haberos dado cuenta?
La compañía de Langlois llevan seis días persiguiendo el rastro de Oromë Vánadottir, una desdichada dragona que había tenido la osadía de engullir un objeto maldito de Egdecomb, convirtiéndose ella en la portadora de un poder divino y un peligro más allá del entendimiento de cualquiera de los dragones de Langlois.
Dundarak respondió con presteza, organizó diversas compañías con el objetivo de capturar a la escurridiza fugitiva y custodiar (encerrar) a la dragona. Corría el rumor que El Hombre Muerto había sometido la voluntad de hombres buenos de Aerandir. Dundarak recordó el incidente de hacía un año, cuando El Hombre Muerto envenenó los depósitos de agua de la ciudad enloqueciendo a los dragones. No quisieron correr riesgos. Dos docenas de pelotones, entre ellos el del capitán Wein Langlois, al que apodaban El Dragón Gris, abandonaron Dundarak la noche del Midsummarblót.
El Dragón Gris destacaba sobre los demás capitanes por el uso de técnicas modernas de rastreo. Langlois llevaba consigo instrumentos desconocidos para los demás dragones: brújulas, detector de metales y demás ingenios de la ingeniería. Las tácticas de Langlois contrarrestaban el inconveniente de su discapacidad.
Al cabo de una semana, encontraron unos viajeros, cuatro brujos de túnicas grises que deseaban visitar las bibliotecas de Dundarak. Aseguraban haber visto a una doncella que cumplía con la descripción que se le daba a la fugitiva. Uno de los brujos señaló en la dirección donde había visto marchar a la dragona. Langlois utilizó la brújula de rastreo y confirmó el testimonio del brujo. Oromë Vánadóttir escapa hacia el sureste, en dirección al Lago Helado.
Desde entonces, la compañía había perseguido a la dragona, ganando distancia por cada día que pasaba. Los Murciélagos alcanzaron visual hacia cosa de unas horas. Krefftar, el primero de Los Murciélagos, expulsó su aliento de hielo celebrando la inminente victoria. Aquello debió haber alertado a la fugitiva Vánadóttir, supuso el capitán Langlois virando el peso de su cuerpo de la pierna sana a la pierna de oro. Si tuviera a Krefftar cerca le haría pagar por su error. Heaftoor se sentiría un afortunado en comparación a su compañero.
Langlois regresó al caballo. Sacó la brújula de rastreo de la bolsa de equipaje y señaló hacia atrás. Los dragones tiraron de las riendas adelantando al caballo del capitán. El Dragón Gris prefería quedarse en la retaguardia, donde su invalidez no fuera un estorbo para la compañía y pudiera meditar sobre el próximo movimiento.
Era un hombre solitario, pasaba más horas del día revisando sus cachivaches y discutiendo en silencio consigo mismo que hablando con los demás dragones. Durante los descansos, los pocos que Langlois permitía, se negaba a compartir el pan. El Dragón Gris prefería quedarse apartado, escarbando entre sus bolsas.
Seguimos las órdenes de un loco capitán. El prestigioso Dragón Gris se había vuelto loco, era un secreto a voces. Ansiaba capturar a la fugitiva Vánadóttir más que ninguna otra persona. Los mismos rumores que aseguraban que El Hombre Muerto había puesto su mano en Dundarak, señalaban a los altos cargos de las compañías como los principales objetivos del nigromante.
Heafftor sabía que los rumores eran ciertos, pero no se atrevería a decirlo en voz alta. Durante el descanso, sintió curiosidad por los cachivaches del capitán Langlois. Escudriñó las bolsas de equipaje, solo quería sostener la brújula unos minutos y observar la magia (la ciencia) del objeto por sus propios ojos. Heafftor abrió la bolsa equivocada. Allí dentro no había ningún instrumento mecánico, sino la cabeza maloliente y repleta de insectos de una niña.
El joven dragón cerró la bolsa y regresó a su posición atemorizado. Esa noche no pudo dormir. Tuvo sueños intermitentes en los que reconocía a la pequeña Anh Langlois, en el recuerdo era más tierna que impertinente, y dos ojos ancianos inyectados en sangre.
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La compañía de El Dragón Gris no era la única que había encontrado el rastro de Oromë Vánadóttir, aunque sí la más aventajada. Cientos de personas, de diferentes razas y con diferentes intereses (asesinos, carcelarios o puramente ambiciosos), perseguían a la dragona. Oromë no tenía en quien confiar ni dónde huir.
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* Bienvenido y rastreador y perseguida: En este tema caben dos personas: por un lado tenemos a Oromë, quien responderá primero. Tu objetivo es huir de tus perseguidores. Muchas personas de Aerandir van detrás de ti. No intentes luchar, tienes todas las de perder. ¡Escapa! La compañía del capitán Langlois son tu mayor amenaza. Los Murciélagos te espían desde el cielo y los caballos siguen tu pista desde cerca. Langlois no te dará tregua.
La segunda plaza la ocupará otro usuario (preferencia para el rastreo). Tienes la opción de formar parte de la compañía de dragones, similar a la del capitán Wein Langlois, o inventar otro grupo, da igual que no sea de dragones, que persiga a Oromë por otros intereses, excluyendo el de ayudar a la dragona. El uso que le des a tus habilidades y los objetos que dispongas en tu inventario serán proporcionales a la distancia que ganes sobre Oromë. Al final de este turno diré cuan cerca estás. Empezarás el tema sin tener un rastro claro de la dragona.
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
Había dejado de ir al norte a visitar a su familia, no había vuelto a casa a descansar en el desgastado sofá frente a la chimenea de sus padres, ni había bebido aguardiente con Rhoe o ayudado en el jardín de Vána. Los extrañaba, sí, pero Dundarak había dejado de ser su hogar décadas atrás.
Podía contar con los dedos de una mano sus visitas y, a menos que pasara algo muy importante, estas se resumían a un regreso al año, el aniversario de la muerte de Gavriel.
Sus restos descansaban cerca de su antiguo hogar, tres tumbas, una al lado de la otra: la madre de Gavriel, él y el hijo que pudieron haber tenido.
Procuraba no estar demasiado tiempo, solo lo suficiente para limpiar el área, dejar flores y decirles lo mucho que los extrañaba.
El viaje de regreso era todo lo que se podía esperar, solitario, solo ella y sus pensamientos. Izaro, el ave mascota que había adquirido por impulso era tan buena compañía como una roca. Pasaba la mayoría del tiempo sobrevolando por sobre su cabeza y cuando se depositaba en su hombro, le gustaba arrancarle los cabellos con tortuosa parsimonia.
Daba gracias de que fuera verano, o no soportaría una caminata hasta el pueblito mas cercano rodeada de nieve capaz de cubrir la mitad de su figura y ademas el pájaro. Probablemente ya lo habría cocinado de encontrarse en una situación así.
Le habría gustado decir que tenía aunque fuera un mal presentimiento. Que los caminos estaban demasiado tranquilos para tan buen temporal, que algo estaba fuera de lugar. Pero no. Estaba ensimismada en sus propios problemas, ignorando por días lo que sucedía a su alrededor; era incapaz de quitar los ojos de su mano tatuada desde el codo hasta la punta de los dedos, frunciendo el ceño a aquel ojo vigilante, preguntándose si la Talladora podía observarla a la perfección y se reía de sus muecas.
Era una tonta, una triste y solitaria tonta.
Lo supo demasiado tarde, apresuró el paso sin estar demasiado segura de cual era el mejor camino para huir. Izaro se removía con nerviosismo, casi escondiéndose bajo la melena de la dragona, reconociendo igual que su dueña que los cielos no eran sinónimos de seguridad.
Le pisaban los talones y no podía esconderse; las estepas no poseían grandes y frondosos arbustos o arboles donde perder a sus perseguidores. Cambiar de forma era impensable. La tierra era una mezcla de nieve derritiéndose y piedras grises con pequeños parches de verde pasto donde su figura blanquecina era una diana, una llamarada directa a su posición exacta.
No alcanzaba a verlos en el cielo, pero eso no significaba que no estuvieran ahí. Correr era la mejor opción, ¿Pero por cuanto tiempo soportaría antes de caer presa del cansancio?
El lago helado parecía una opción factible. El verano dejaría el hielo lo suficientemente frágil para que nadie se atreviera a cruzar; era un plan de locos, un suicidio ¿Pero que más podría hacer? Si tenía que elegir entre morir congelada o morir siendo presa de alguien más, lo primero era preferible.
No quería siquiera imaginar lo que le harían, el miedo era lo único que la mantenía en movimiento, ¿Pero a donde, o por qué? No tenía a donde ir, solo podía huir por el resto de su vida.
Se detuvo de golpe, Izaro clavó sus garras en el hombro de Oromë para mantenerse en posición mientras ellas regresaba la vista al cielo, la rabia brillando en sus ojos ambarinos. "No soy presa de nadie", se dijo a si misma mientras desataba la lanza medio escondida debajo de su capa y la elevaba al cielo. Las estepas estaban rebosantes de aves de presa y aunque sabía que no serían grandes contrincantes para sus perseguidores, al menos los retrasaría.
-Ajwain, marca a mis enemigos- La pata cercenada que llevaba atada al cuello se elevó marcando el camino hacía el peligro y Oromë se dirigió con prisas al opuesto, mientras se colocaba la capucha de plumas sobre ella sin detenerse a considerar si había sido de utilidad o solo se estaba condenando por ello. De todas maneras, sabía que no tenía demasiadas opciones, era eso o nada.
•Uso la habilidad de la Lanza de Áddila: al apuntar el arma al cielo, un puñado de águilas acude al auxilio del portador. Las aves rapaces atacaran a cualquiera que se encuentre cerca, amigos y enemigos por igual. Duración: 3 turnos. Enfriamiento: 1 vez por tema
•Pata cercenada: [Limitado, Joya, 1 Uso] Pendiente con el cuero de la pata de un animal que haya muerto violentamente. Al decir su nombre (el usuario le bautiza), se levantará y apuntará a una fuente de peligro cercana (puede ser un enemigo oculto, una trampa, etc). En temas con máster, será éste quien indique hacia dónde apunta.
• Oromë lleva puesta Capa de la manada. [Capa] Confeccionada con la piel de un animal específico, en este caso de plumas de águilas, desprende un aroma que hace que los animales de esa especie vean al portador como un amigo, pudiendo incluso llegar a ayudarle si le ven en peligro.)
Podía contar con los dedos de una mano sus visitas y, a menos que pasara algo muy importante, estas se resumían a un regreso al año, el aniversario de la muerte de Gavriel.
Sus restos descansaban cerca de su antiguo hogar, tres tumbas, una al lado de la otra: la madre de Gavriel, él y el hijo que pudieron haber tenido.
Procuraba no estar demasiado tiempo, solo lo suficiente para limpiar el área, dejar flores y decirles lo mucho que los extrañaba.
El viaje de regreso era todo lo que se podía esperar, solitario, solo ella y sus pensamientos. Izaro, el ave mascota que había adquirido por impulso era tan buena compañía como una roca. Pasaba la mayoría del tiempo sobrevolando por sobre su cabeza y cuando se depositaba en su hombro, le gustaba arrancarle los cabellos con tortuosa parsimonia.
Daba gracias de que fuera verano, o no soportaría una caminata hasta el pueblito mas cercano rodeada de nieve capaz de cubrir la mitad de su figura y ademas el pájaro. Probablemente ya lo habría cocinado de encontrarse en una situación así.
Le habría gustado decir que tenía aunque fuera un mal presentimiento. Que los caminos estaban demasiado tranquilos para tan buen temporal, que algo estaba fuera de lugar. Pero no. Estaba ensimismada en sus propios problemas, ignorando por días lo que sucedía a su alrededor; era incapaz de quitar los ojos de su mano tatuada desde el codo hasta la punta de los dedos, frunciendo el ceño a aquel ojo vigilante, preguntándose si la Talladora podía observarla a la perfección y se reía de sus muecas.
Era una tonta, una triste y solitaria tonta.
Lo supo demasiado tarde, apresuró el paso sin estar demasiado segura de cual era el mejor camino para huir. Izaro se removía con nerviosismo, casi escondiéndose bajo la melena de la dragona, reconociendo igual que su dueña que los cielos no eran sinónimos de seguridad.
Le pisaban los talones y no podía esconderse; las estepas no poseían grandes y frondosos arbustos o arboles donde perder a sus perseguidores. Cambiar de forma era impensable. La tierra era una mezcla de nieve derritiéndose y piedras grises con pequeños parches de verde pasto donde su figura blanquecina era una diana, una llamarada directa a su posición exacta.
No alcanzaba a verlos en el cielo, pero eso no significaba que no estuvieran ahí. Correr era la mejor opción, ¿Pero por cuanto tiempo soportaría antes de caer presa del cansancio?
El lago helado parecía una opción factible. El verano dejaría el hielo lo suficientemente frágil para que nadie se atreviera a cruzar; era un plan de locos, un suicidio ¿Pero que más podría hacer? Si tenía que elegir entre morir congelada o morir siendo presa de alguien más, lo primero era preferible.
No quería siquiera imaginar lo que le harían, el miedo era lo único que la mantenía en movimiento, ¿Pero a donde, o por qué? No tenía a donde ir, solo podía huir por el resto de su vida.
Se detuvo de golpe, Izaro clavó sus garras en el hombro de Oromë para mantenerse en posición mientras ellas regresaba la vista al cielo, la rabia brillando en sus ojos ambarinos. "No soy presa de nadie", se dijo a si misma mientras desataba la lanza medio escondida debajo de su capa y la elevaba al cielo. Las estepas estaban rebosantes de aves de presa y aunque sabía que no serían grandes contrincantes para sus perseguidores, al menos los retrasaría.
-Ajwain, marca a mis enemigos- La pata cercenada que llevaba atada al cuello se elevó marcando el camino hacía el peligro y Oromë se dirigió con prisas al opuesto, mientras se colocaba la capucha de plumas sobre ella sin detenerse a considerar si había sido de utilidad o solo se estaba condenando por ello. De todas maneras, sabía que no tenía demasiadas opciones, era eso o nada.
•Uso la habilidad de la Lanza de Áddila: al apuntar el arma al cielo, un puñado de águilas acude al auxilio del portador. Las aves rapaces atacaran a cualquiera que se encuentre cerca, amigos y enemigos por igual. Duración: 3 turnos. Enfriamiento: 1 vez por tema
•Pata cercenada: [Limitado, Joya, 1 Uso] Pendiente con el cuero de la pata de un animal que haya muerto violentamente. Al decir su nombre (el usuario le bautiza), se levantará y apuntará a una fuente de peligro cercana (puede ser un enemigo oculto, una trampa, etc). En temas con máster, será éste quien indique hacia dónde apunta.
• Oromë lleva puesta Capa de la manada. [Capa] Confeccionada con la piel de un animal específico, en este caso de plumas de águilas, desprende un aroma que hace que los animales de esa especie vean al portador como un amigo, pudiendo incluso llegar a ayudarle si le ven en peligro.)
Oromë Vánadóttir
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
Fue difícil, pero logré infiltrarme, adentrarme en su guarida y echarle un polvo a Manuela. Ese polvo, el polvo del recuerdo, le devolvió lo que mi condición le arrebató de su memoria. Y con eso, con la líder del gremio recordándome, recuperé mi libre acceso a su extensa biblioteca.
Nunca tuve una buena relación con Manuela. Por ello no hubo alivio ni alegría al verme con vida. No, en ese momento ni me veía como una persona. Únicamente hubo curiosidad, genuina y hambrienta, por la nueva información que podría proveerle sobre lo ocurrido en Sandorái. Y yo, por supuesto, no iba a darle aquello gratis, no a ella, no esta vez, así que hicimos un trato: información a cambio información.
Entonces un viejo nombre volvió a nombrarse.
Tal vez había otro remedio a mi enfermedad, pero ella reveló a Oromë Vánadóttir como la única opción. ¿Por qué? Pude deducir el motivo, y acepté su petición silenciosa.
Mi único objetivo había sido buscar información sobre alguna cura, pero lo que Manuela me dijo entonces, no solo sobre Oromë sino sobre los demás objetos, me hizo retomar una vieja misión.
Cuando llegué a Dundarak supe que Manuela no consiguió saber sobre Oromë debido a sus recursos, sino porque la existencia de la dragona era más conocida de lo que creí. Así como yo, había muchos otros buscándola, grupos más preparados que yo. Incluso con los recursos del gremio, me encontraba en desventaja frente a ellos. Así que tuve que hacer aliados para incrementar, aunque fuera un poco, mis posibilidades de capturar al objetivo, incluso si tales aliados no me agradaban.
–Parece que nuestra chica-presa pasó por aquí –anunció uno de esos aliados, un chico pálido y pelinegro, con una sonrisa afable cuya eterna permanencia en su rostro la hacía ominosa–. Eso, o ellos vieron a alguien demasiado similar a la chica-presa. –Señaló al par de transeúntes que se alejaban de nosotros, a los que acababa de interrogar.
–Es buen momento para que nos demuestren su utilidad de nuevo –siseó el hombre-lagarto, mirándonos a Xana, al ave blanca en mi hombro y a mí con su ambarino ojo derecho, su único ojo.
Saqué un pergamino de uno de mis bolsillos y lo extendí delante de mí, a la vista del grupo. El pelinegro ladeó la cabeza, confundido, curioso, o lo que sea que dijera con su sonrisa imborrable, contemplando el papel completamente en blanco. Y sus ojos se ampliaron cuando un punto apareció en el centro del papel y cientos de líneas emergieron de él a todas direcciones, ramificándose una y otra vez. Vimos una imagen, y los trazos cambiaron de forma y lugar para mostrarnos otra tras otra, revelándonos la información que necesitábamos. O parte de ella.[1]
–Parece que nuestra chica-presa sí pasó por aquí –reiteró el chico, asintiendo con la cabeza.
–Y también cierta compañía de dragones –añadió el lagarto en otro siseo, y chasqueó la lengua. Oteó el sendero ante nosotros, enrollando y desenrollando su cola–. Abandonaremos el camino principal. Ahora que sabemos a dónde se dirige Oro Oro, lo mejor será tomar un atajo o no la alcanzaremos antes que los otros. –Desvió su mirada hacia mí–. Tú tienes el mapa. Guíanos directo a Oro Oro.
Asentí y tomé las riendas de mi montura, mi falso upelero, que no necesitó escuchar ninguna palabra para correr hacia donde deseé que lo hiciera. Chico, lagarto y Xana me siguieron en sus caballos.[2]
–Schnee –susurré a mi búhaw, que seguía aferrándose a mi hombro con esas malditas garras–, vuela. –Y extendió sus alas, golpeándome en el acto, arruinando mi imagen de chico rudo. Solo entonces ascendió para mantenerse siempre sobre nosotros, a una altura bastante elevada, una posición ideal para cumplir su propósito como mi segundo par de ojos.[3]
Xana se mantuvo como la última en el grupo, ensimismada, aunque siempre cuidando que su capucha nunca dejara de ocultar su rostro.
Para ella era obvio lo que debía hacer: debía evitar que el poder de Oromë cayera en las manos equivocadas. Usar tal poder para volver a la normalidad no era uno de sus objetivos, fue lo que se repitió reiteradas veces. Sin embargo, aun en este punto, no podía evitar imaginar situaciones hipotéticas en las que se veía «forzada» a usarlo. En algunas no mostraba tanta resistencia como debería, y que eso fuera así incluso cuando sus propios ideales se oponían le hacía sentir, como era de esperarse en ella, culpa y asco hacia su propio ser.
«No soy un monstruo», se dijo a sí misma, aferrándose a los recuerdos que la impulsaban a ser, a pesar de todo, una heroína. Pero cada recuerdo arrastraba otro reciente y menos agradable, cada uno reviviendo sentimientos que la tentaban a rendirse y tomar un camino… egoísta y fácil, donde no tendría que seguir enfrentando un mundo que le temía y la rechazaba. «No soy un monstruo», se repitió, menos convencida, reconociendo que la verdad, tal vez, la encontraría junto a Oromë. Y reconocer eso, de algún modo, apaciguó ligeramente su deseo de encontrar a la dragona.
Nunca tuve una buena relación con Manuela. Por ello no hubo alivio ni alegría al verme con vida. No, en ese momento ni me veía como una persona. Únicamente hubo curiosidad, genuina y hambrienta, por la nueva información que podría proveerle sobre lo ocurrido en Sandorái. Y yo, por supuesto, no iba a darle aquello gratis, no a ella, no esta vez, así que hicimos un trato: información a cambio información.
Entonces un viejo nombre volvió a nombrarse.
Tal vez había otro remedio a mi enfermedad, pero ella reveló a Oromë Vánadóttir como la única opción. ¿Por qué? Pude deducir el motivo, y acepté su petición silenciosa.
Mi único objetivo había sido buscar información sobre alguna cura, pero lo que Manuela me dijo entonces, no solo sobre Oromë sino sobre los demás objetos, me hizo retomar una vieja misión.
Cuando llegué a Dundarak supe que Manuela no consiguió saber sobre Oromë debido a sus recursos, sino porque la existencia de la dragona era más conocida de lo que creí. Así como yo, había muchos otros buscándola, grupos más preparados que yo. Incluso con los recursos del gremio, me encontraba en desventaja frente a ellos. Así que tuve que hacer aliados para incrementar, aunque fuera un poco, mis posibilidades de capturar al objetivo, incluso si tales aliados no me agradaban.
–Parece que nuestra chica-presa pasó por aquí –anunció uno de esos aliados, un chico pálido y pelinegro, con una sonrisa afable cuya eterna permanencia en su rostro la hacía ominosa–. Eso, o ellos vieron a alguien demasiado similar a la chica-presa. –Señaló al par de transeúntes que se alejaban de nosotros, a los que acababa de interrogar.
–Es buen momento para que nos demuestren su utilidad de nuevo –siseó el hombre-lagarto, mirándonos a Xana, al ave blanca en mi hombro y a mí con su ambarino ojo derecho, su único ojo.
Saqué un pergamino de uno de mis bolsillos y lo extendí delante de mí, a la vista del grupo. El pelinegro ladeó la cabeza, confundido, curioso, o lo que sea que dijera con su sonrisa imborrable, contemplando el papel completamente en blanco. Y sus ojos se ampliaron cuando un punto apareció en el centro del papel y cientos de líneas emergieron de él a todas direcciones, ramificándose una y otra vez. Vimos una imagen, y los trazos cambiaron de forma y lugar para mostrarnos otra tras otra, revelándonos la información que necesitábamos. O parte de ella.[1]
–Parece que nuestra chica-presa sí pasó por aquí –reiteró el chico, asintiendo con la cabeza.
–Y también cierta compañía de dragones –añadió el lagarto en otro siseo, y chasqueó la lengua. Oteó el sendero ante nosotros, enrollando y desenrollando su cola–. Abandonaremos el camino principal. Ahora que sabemos a dónde se dirige Oro Oro, lo mejor será tomar un atajo o no la alcanzaremos antes que los otros. –Desvió su mirada hacia mí–. Tú tienes el mapa. Guíanos directo a Oro Oro.
Asentí y tomé las riendas de mi montura, mi falso upelero, que no necesitó escuchar ninguna palabra para correr hacia donde deseé que lo hiciera. Chico, lagarto y Xana me siguieron en sus caballos.[2]
–Schnee –susurré a mi búhaw, que seguía aferrándose a mi hombro con esas malditas garras–, vuela. –Y extendió sus alas, golpeándome en el acto, arruinando mi imagen de chico rudo. Solo entonces ascendió para mantenerse siempre sobre nosotros, a una altura bastante elevada, una posición ideal para cumplir su propósito como mi segundo par de ojos.[3]
Xana se mantuvo como la última en el grupo, ensimismada, aunque siempre cuidando que su capucha nunca dejara de ocultar su rostro.
Para ella era obvio lo que debía hacer: debía evitar que el poder de Oromë cayera en las manos equivocadas. Usar tal poder para volver a la normalidad no era uno de sus objetivos, fue lo que se repitió reiteradas veces. Sin embargo, aun en este punto, no podía evitar imaginar situaciones hipotéticas en las que se veía «forzada» a usarlo. En algunas no mostraba tanta resistencia como debería, y que eso fuera así incluso cuando sus propios ideales se oponían le hacía sentir, como era de esperarse en ella, culpa y asco hacia su propio ser.
«No soy un monstruo», se dijo a sí misma, aferrándose a los recuerdos que la impulsaban a ser, a pesar de todo, una heroína. Pero cada recuerdo arrastraba otro reciente y menos agradable, cada uno reviviendo sentimientos que la tentaban a rendirse y tomar un camino… egoísta y fácil, donde no tendría que seguir enfrentando un mundo que le temía y la rechazaba. «No soy un monstruo», se repitió, menos convencida, reconociendo que la verdad, tal vez, la encontraría junto a Oromë. Y reconocer eso, de algún modo, apaciguó ligeramente su deseo de encontrar a la dragona.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Mapa Vacío: Permite saber en qué lugar estás y su historia. Ejemplos:
1) Estás perdido en el bosque y usas el objeto. Te dirá la posición que te encuentres y que ha sucedido en el bosque: ¿encantamientos, asesinatos, cacerías?
2) Te encuentras en la casa de una aparente hospitalaria familia que te ha acogido en Dundarak. Utilizas el mapa: descubres que esa familia de dragones tienen la costumbre de almorzarse a sus huéspedes.
[2] Holz, el upelero de madera. No ayuda al rastreo, es soloque tengo que usarlo para que tenga sentido haberlo comprado para ver si con él llego más rápido que en un caballo normal (?)
[3] Schnee: para ver a través de sus ojos... Hasta que se encuentre con las águilas y entonces tenga que hacerle su funeral ='D
1) Estás perdido en el bosque y usas el objeto. Te dirá la posición que te encuentres y que ha sucedido en el bosque: ¿encantamientos, asesinatos, cacerías?
2) Te encuentras en la casa de una aparente hospitalaria familia que te ha acogido en Dundarak. Utilizas el mapa: descubres que esa familia de dragones tienen la costumbre de almorzarse a sus huéspedes.
[2] Holz, el upelero de madera. No ayuda al rastreo, es solo
[3] Schnee: para ver a través de sus ojos... Hasta que se encuentre con las águilas y entonces tenga que hacerle su funeral ='D
Rauko
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
Oromë Vánadóttir siguió corriendo por el páramo de la estepa, evitando las carreras y esquivando los halos de luz que le señalaba el pendiente. Así fue que llegó a una humilde agrupación de granjas de dragones; campesinos que cultivaban el trigo en un terreno más agradecido que las montañas norteñas. Las águilas invocadas por la lanza de Áddila se acomodaron en los tejados de los edificios, resguardando a la dragona de un posible ataque en cubierta.
Puertas y ventanas se cerraban de golpe al paso de Oromë Vánadóttir. Los campesinos de esta zona de Aerandir escucharon las mismas historias de guerrera que se contaban en las ciudades. El mayor de sus temores era que los males, casi siempre traídos por infelices forasteros, invadiesen la pequeña aldea.
La dragona siguió adelante, ignorando el rechazo por parte de los aldeanos y las tenues luces que se dibujaban en las puertas de la vecindad.
Cuando creía que de ahí no iba a sacar nada de provecho, un hombre de tez morena por las largas horas de trabajo bajo el sol de Dundarak emergió del interior de uno de los edificios. Se cayó al suelo antes de llegar a los pies de dragona.
—Usted… ¿es usted? — el hombrecito parecía estar a punto de echarse a llorar —. Sí, sí que lo es. Hemos oído historias sobre usted y sobre…. No, no deseo hablar sobre ello. Las paredes tienen ojos que sus amigos no pueden vigilar.
Parecía que iba a señalar las aves que vinieron con la dragona, pero, en el último momento, la mano del hombrecito viró y señaló a las grandes figuras con alas que se aproximaban desde el norte, los dragones del capitán Wein Langlois.
—Venga conmigo, sí. Podrá esconderse en nuestro cobertizo. No tiene por qué preocuparse. No la encontrarán y, cuando ellos vayan, usted podrá marcharse.
Oromë siguió al anciano hombre hasta el interior de la casa. Solo ella pudo ver la luz de alerta que refulgía de la puerta del edificio. Las águilas se quedaron a los alrededores.
—Me llamo Diksha, Sree Diksha — ya en el interior, continuó con las presentaciones —. Esta es mi mujer, Varur y mis dos hijos mayores Seran la chica y Dreos y el chico. El pequeño de la casa duerme en otra habitación.
Los niños dieron un paso atrás asustados por la presencia de la dragona; la pared interrumpió su avance. Varur Diksha se adelantó a su marido. Levantó una alfombra y descubrió la puerta oculta que llevaba al cobertizo.
—Usted primero, señorita — dijo el hombrecito sumiso —. Varur distraerá a sus enemigos. Se irán y usted podrá marcharse — repitió.
Oromë obedeció. Descendió por la escalera de madera y llegó al prometido cobertizo: una habitación rudimentaria que servía como almacén para la familia. Sree Diksha extrajo cesta de mimbre con un tarro de miel y deliciosas galletas caseras. Dejó la manta en el suelo y la cesta encima de la mesa.
—¿Le importa si le hago compañía? A estas alturas, Vurar habrá escondido de nuevo la entrada. Ellos podrían haber llegado y sospecharían si me vieran subir — cogió una galleta y la mojó en la miel —. Coma, coma. No tenga ninguna molestia.
Un llanto infantil sonó en los instantes. La luz del pendiente de Oromë se hizo más presente.
—Es nuestro bebé, tiene… no sabemos lo que tienen. Le duele los pulmones y le cuesta respirar.
Diksha extrajo una segunda cesta de mimbre de los estantes en la que se encontraba el bebé de la familia tapado con unas mantas. Meció la cesta durante un rato para tranquilizar a la pobre criatura. Metió la mano entre las mantas y acarició la barriguita al bebé.
—¿Quiere verlo? Venga, usted es como de la familia. Venga, venga aquí.
En un rápido movimiento, el hombrecito dejó la cesta con el bebé en la mesa y dio un puñetazo a Oromë en la sien. Todo ocurrió muy rápido. Diksha tenía un cuchillo en la mano. Lo había escondido debajo de las mantas del nene. Puso una mano encima de la mesa y se la cortó con un limpio tajo.
—¡Cúrrelo! — Diksha soltó el cuchillo y levantó el muñón ensangrentado — Usted puede hacerlo… puede curar a mi niño — se agachó para coger la mano cortada —. ¿Verdad que sí? Coma, siéntase como en casa. Coma y cure a mi niño.
La desesperación de un padre trabajador era motivo suficiente para volverse violento. Sree Diksha estaba dispuesta en propinar otro puñetazo a la dragona en caso que se negase o, lo que sería peor, avisar a los hombres que la perseguían que la tenía secuestrada (que no oculta) en el cobertizo.
El grupo de Rauko y el capitán Wein Langlois encontraron la aldea donde sucedía los acontecimientos, entraron por puntos diferentes. Rauko pudo ver la compañía de Langlois ya que eran más numerosos y llamaban más la atención. Además, el mapa de Rauko mostaban pequeños puntos en movimiento de color morado, estos serían los dragones de Langlois; el único punto azul se trataba de la mismísima Oröme.
Las águilas eran un arma de doble filo para la dragona. Por un lado, se abalanzaron contra los murciélagos de la compañía del capitán Langlois, obligándolos a que abandonasen su forma dragón. Por el otro, el más terrible, delataban la posición de la dragona. Bastaba con seguir la concentración de aves, allí donde hubiera más sería donde se encontraría Oromë Vánadóttir.
Rauko encontró el hogar de los Diksha antes que la compañía de dragones. Varur esperaba en la puerta con las manos extendidas.
—¡Bienaventurados, bienaventurados! Vengan, hemos….
Un águila paciente que se posaba en el tejado de la granja se lanzó hacia la cara de la mujer. Varur Diksha hizo por deshacerse de la molesta ave, gritó tanto o más que el bebé enfermo del cobertizo. El ave, a su vez, desfiguraba el rostro de la mujer con una caterva de arañazos y picotazos.
Los gritos alertaron a la compañía del capitán Wein Langlois. El Dragón Gris extrajo un silbato de plata de su bolsa de artilugios y lo hizo sonar. El silbato emitió un sonido tan agudo que los seres pensantes, fueran dragones, hombres bestias o elfos, no podían captar. Los animales, caballos, águilas y upeleros, escucharon un horrible aullido que les dejó paralizados. Las águilas cayeron desde el cielo. El destino de Schnee no fue más agradable que el de sus parientes aéreos.
Los dragones abandonaron los caballos y siguieron a pie a la cabaña de los Diksha. Allí, un elfo hacía por controlar un trastornado upelero y una mujer con el rostro carcomido se arrastraba hacia el salón del edificio.
—Elfos… y con sus propios y excéntricos aliados — El Dragón Gris señaló a sus nuevos rivales —. Acabad con ellos.
La compañía desenvainó sus armas y fue a combatir contra los extranjeros. Por derecho a raza, Oromë Vánadóttir era propiedad de los dragones.
Langlois, en compañía un reducido grupo de dragones, siguió a la mujer que se arrastraba. El Dragón Gris era el único que no desenvainó la espada, tenía las manos ocupadas sujetando la bolsa de cuero que guardaba el misterioso objeto esférico y maloliente.
El capitán cogió a la mujer de los escasos pelos que le quedaban tras el combate con el ave y tiró de ellos.
—¿Tienes algo que contarme?
El miedo y el dolor impedía a la mujer hablar con claridad. En su lugar, se dedicó a señalar la alfombra que escondía la puerta hacia el cobertizo.
—Muy bien, Dundarak agradece los servicios de vuestra familia.
El capitán Langlois soltó con desdén a la mujer, no sacaría más información de ella. Levantó la alfombra y abrió la puerta del cobertizo. Bajo la escalera de madera, un hombre menudo amenazaba a Oromë Vánadóttir con un muñón de sangre. Langlois ladeó la cabeza. Dejó caer por el agujero la bolsa de cuero, la cual se abrió al impactar contra el suelo del cobertizo. La cabeza cercenada de Ahn Langlois rodó a los pies de la cabeza. Ya con las manos libres, Wein Langlois desenvainó la espada. Oromë Vánadóttir no saldrá del cobertizo hasta que: Uno sane la pierna de El Dragón Gris y dos, haga con Ahn lo mismo que hizo con Áddila.
* General: He dejado el turno anterior en tablas, ambos jugaréis con ventajas y desventajas (débiles, podrían ser peores) para este turno. Y es que lo habéis hecho muy bien, habéis empleado de forma genuina todo lo que os rodea para vuestro beneficio.
* Oromë Vánadóttir: Las águilas te han dado una gran ayuda, se han deshecho de muchos de tus enemigos, siendo los más importantes los dragones (en forma dragón) de Langlois. Por otra parte, el pendiente te ha alertado constantemente de los peligros que se avecinan. Sabías que Sree Diksha te iba a traicionar, pero decidiste seguirlo puesto que abandonar la aldea significaba encontrarse con las patrullas que te persiguen. Estuviste en posición de alerta en el momento en el que Sree te ofreció el puñetazo, por lo que pudiste mantener el tipo sin desfallecer. Ahora te encuentras en el cobertizo con Sree delante, suplicando que comas su mano cortada y sanes a su bebé, y al capitán Langlois encima de ti (literalmente). El Dragón Gris ha dejado la puerta abierta del cobertizo, tu mejor opción es escapar por ahí. No sin atentas derrotar al boss de la partida: el capitán Wein Langlois.
Tienes la opción de cumplir el deseo de Sree Diksha o matarle como castigo.
No podrás hacer nada con la cabeza de Ahn Langlois. La niña lleva más de una semana muerta y su cabeza está en una fase avanzada de descomposición. No es el mismo caso que Áddila, aunque Langlois así lo crea.
Por último, deberás escapar. Aquí contaré tanto el uso de objetos, habilidades y la misma interpretación de tu personaje. Más adelante daré más información al respecto.
* Rauko: ventajas y desventajas, ya hemos hablado sobre esto. Has podido saber que la compañía de Langlois venía a por ti puesto que los veías con la ayuda del mapa mágico, esto te ha dado la oportunidad de planear el encuentro. Tus aliados han tenido mejor suerte esta vez, podrán ocultarse en puntos estratégicos para el esperado encuentro. Tú, sin embargo, te encuentras encima del upelero de madera el cual se encabrita colérico por el silbato de Langlois.
Deberás enfrentarte a los dragones. Es una tarea fácil, un poco de acción que nos servirá para tener algo más que hacer en este turno. Queda todo sea persecución sería muy aburrido.
Cuando hayas conseguido derrotar a los dragones, deberás retomar la marcha: capturar a Oromë. Estáis frente a frente y en igualdad de condiciones. No la dejes escapar. Aquí contaré tanto el uso de objetos, habilidades y la misma interpretación de tu personaje. Más adelante daré más información al respecto.
* General: Aquí hay una especie de combate, de pvp, pero sin ser un pvp convencional. Me explico, no es un combate, es una persecución. Oromë deberá escapar de Rauko y Rauko perseguir a Oromë. La victoria la contaré en un sistema de puntuación en el que dependerá el uso de los objetos (+1 por cada objeto), habilidades (+1 por cada habilidad) y la interpretación (+2) que deis a vuestros personajes, esto es la eficacia de vuestros planes, uso del escenario que os rodea y todo aquello que se evalúa desde un punto más subjetivo. El turno anterior entra dentro de este recuento, no os preocupéis.
Sí Oromë es la vencedora, se la considerará como una persona libre. Ella tomará sus propias decisiones de cara a la segunda parte de este evento. Ella decidirá qué hacer con el objeto maldito. Si Rauko sale como vencedor, él será quien tome está decisión. Se considerará que Oromë es capturada por Rauko convirtiéndose en su prisionera.
Puertas y ventanas se cerraban de golpe al paso de Oromë Vánadóttir. Los campesinos de esta zona de Aerandir escucharon las mismas historias de guerrera que se contaban en las ciudades. El mayor de sus temores era que los males, casi siempre traídos por infelices forasteros, invadiesen la pequeña aldea.
La dragona siguió adelante, ignorando el rechazo por parte de los aldeanos y las tenues luces que se dibujaban en las puertas de la vecindad.
Cuando creía que de ahí no iba a sacar nada de provecho, un hombre de tez morena por las largas horas de trabajo bajo el sol de Dundarak emergió del interior de uno de los edificios. Se cayó al suelo antes de llegar a los pies de dragona.
—Usted… ¿es usted? — el hombrecito parecía estar a punto de echarse a llorar —. Sí, sí que lo es. Hemos oído historias sobre usted y sobre…. No, no deseo hablar sobre ello. Las paredes tienen ojos que sus amigos no pueden vigilar.
Parecía que iba a señalar las aves que vinieron con la dragona, pero, en el último momento, la mano del hombrecito viró y señaló a las grandes figuras con alas que se aproximaban desde el norte, los dragones del capitán Wein Langlois.
—Venga conmigo, sí. Podrá esconderse en nuestro cobertizo. No tiene por qué preocuparse. No la encontrarán y, cuando ellos vayan, usted podrá marcharse.
Oromë siguió al anciano hombre hasta el interior de la casa. Solo ella pudo ver la luz de alerta que refulgía de la puerta del edificio. Las águilas se quedaron a los alrededores.
—Me llamo Diksha, Sree Diksha — ya en el interior, continuó con las presentaciones —. Esta es mi mujer, Varur y mis dos hijos mayores Seran la chica y Dreos y el chico. El pequeño de la casa duerme en otra habitación.
Los niños dieron un paso atrás asustados por la presencia de la dragona; la pared interrumpió su avance. Varur Diksha se adelantó a su marido. Levantó una alfombra y descubrió la puerta oculta que llevaba al cobertizo.
—Usted primero, señorita — dijo el hombrecito sumiso —. Varur distraerá a sus enemigos. Se irán y usted podrá marcharse — repitió.
Oromë obedeció. Descendió por la escalera de madera y llegó al prometido cobertizo: una habitación rudimentaria que servía como almacén para la familia. Sree Diksha extrajo cesta de mimbre con un tarro de miel y deliciosas galletas caseras. Dejó la manta en el suelo y la cesta encima de la mesa.
—¿Le importa si le hago compañía? A estas alturas, Vurar habrá escondido de nuevo la entrada. Ellos podrían haber llegado y sospecharían si me vieran subir — cogió una galleta y la mojó en la miel —. Coma, coma. No tenga ninguna molestia.
Un llanto infantil sonó en los instantes. La luz del pendiente de Oromë se hizo más presente.
—Es nuestro bebé, tiene… no sabemos lo que tienen. Le duele los pulmones y le cuesta respirar.
Diksha extrajo una segunda cesta de mimbre de los estantes en la que se encontraba el bebé de la familia tapado con unas mantas. Meció la cesta durante un rato para tranquilizar a la pobre criatura. Metió la mano entre las mantas y acarició la barriguita al bebé.
—¿Quiere verlo? Venga, usted es como de la familia. Venga, venga aquí.
En un rápido movimiento, el hombrecito dejó la cesta con el bebé en la mesa y dio un puñetazo a Oromë en la sien. Todo ocurrió muy rápido. Diksha tenía un cuchillo en la mano. Lo había escondido debajo de las mantas del nene. Puso una mano encima de la mesa y se la cortó con un limpio tajo.
—¡Cúrrelo! — Diksha soltó el cuchillo y levantó el muñón ensangrentado — Usted puede hacerlo… puede curar a mi niño — se agachó para coger la mano cortada —. ¿Verdad que sí? Coma, siéntase como en casa. Coma y cure a mi niño.
La desesperación de un padre trabajador era motivo suficiente para volverse violento. Sree Diksha estaba dispuesta en propinar otro puñetazo a la dragona en caso que se negase o, lo que sería peor, avisar a los hombres que la perseguían que la tenía secuestrada (que no oculta) en el cobertizo.
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El grupo de Rauko y el capitán Wein Langlois encontraron la aldea donde sucedía los acontecimientos, entraron por puntos diferentes. Rauko pudo ver la compañía de Langlois ya que eran más numerosos y llamaban más la atención. Además, el mapa de Rauko mostaban pequeños puntos en movimiento de color morado, estos serían los dragones de Langlois; el único punto azul se trataba de la mismísima Oröme.
Las águilas eran un arma de doble filo para la dragona. Por un lado, se abalanzaron contra los murciélagos de la compañía del capitán Langlois, obligándolos a que abandonasen su forma dragón. Por el otro, el más terrible, delataban la posición de la dragona. Bastaba con seguir la concentración de aves, allí donde hubiera más sería donde se encontraría Oromë Vánadóttir.
Rauko encontró el hogar de los Diksha antes que la compañía de dragones. Varur esperaba en la puerta con las manos extendidas.
—¡Bienaventurados, bienaventurados! Vengan, hemos….
Un águila paciente que se posaba en el tejado de la granja se lanzó hacia la cara de la mujer. Varur Diksha hizo por deshacerse de la molesta ave, gritó tanto o más que el bebé enfermo del cobertizo. El ave, a su vez, desfiguraba el rostro de la mujer con una caterva de arañazos y picotazos.
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Los gritos alertaron a la compañía del capitán Wein Langlois. El Dragón Gris extrajo un silbato de plata de su bolsa de artilugios y lo hizo sonar. El silbato emitió un sonido tan agudo que los seres pensantes, fueran dragones, hombres bestias o elfos, no podían captar. Los animales, caballos, águilas y upeleros, escucharon un horrible aullido que les dejó paralizados. Las águilas cayeron desde el cielo. El destino de Schnee no fue más agradable que el de sus parientes aéreos.
Los dragones abandonaron los caballos y siguieron a pie a la cabaña de los Diksha. Allí, un elfo hacía por controlar un trastornado upelero y una mujer con el rostro carcomido se arrastraba hacia el salón del edificio.
—Elfos… y con sus propios y excéntricos aliados — El Dragón Gris señaló a sus nuevos rivales —. Acabad con ellos.
La compañía desenvainó sus armas y fue a combatir contra los extranjeros. Por derecho a raza, Oromë Vánadóttir era propiedad de los dragones.
Langlois, en compañía un reducido grupo de dragones, siguió a la mujer que se arrastraba. El Dragón Gris era el único que no desenvainó la espada, tenía las manos ocupadas sujetando la bolsa de cuero que guardaba el misterioso objeto esférico y maloliente.
El capitán cogió a la mujer de los escasos pelos que le quedaban tras el combate con el ave y tiró de ellos.
—¿Tienes algo que contarme?
El miedo y el dolor impedía a la mujer hablar con claridad. En su lugar, se dedicó a señalar la alfombra que escondía la puerta hacia el cobertizo.
—Muy bien, Dundarak agradece los servicios de vuestra familia.
El capitán Langlois soltó con desdén a la mujer, no sacaría más información de ella. Levantó la alfombra y abrió la puerta del cobertizo. Bajo la escalera de madera, un hombre menudo amenazaba a Oromë Vánadóttir con un muñón de sangre. Langlois ladeó la cabeza. Dejó caer por el agujero la bolsa de cuero, la cual se abrió al impactar contra el suelo del cobertizo. La cabeza cercenada de Ahn Langlois rodó a los pies de la cabeza. Ya con las manos libres, Wein Langlois desenvainó la espada. Oromë Vánadóttir no saldrá del cobertizo hasta que: Uno sane la pierna de El Dragón Gris y dos, haga con Ahn lo mismo que hizo con Áddila.
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* General: He dejado el turno anterior en tablas, ambos jugaréis con ventajas y desventajas (débiles, podrían ser peores) para este turno. Y es que lo habéis hecho muy bien, habéis empleado de forma genuina todo lo que os rodea para vuestro beneficio.
* Oromë Vánadóttir: Las águilas te han dado una gran ayuda, se han deshecho de muchos de tus enemigos, siendo los más importantes los dragones (en forma dragón) de Langlois. Por otra parte, el pendiente te ha alertado constantemente de los peligros que se avecinan. Sabías que Sree Diksha te iba a traicionar, pero decidiste seguirlo puesto que abandonar la aldea significaba encontrarse con las patrullas que te persiguen. Estuviste en posición de alerta en el momento en el que Sree te ofreció el puñetazo, por lo que pudiste mantener el tipo sin desfallecer. Ahora te encuentras en el cobertizo con Sree delante, suplicando que comas su mano cortada y sanes a su bebé, y al capitán Langlois encima de ti (literalmente). El Dragón Gris ha dejado la puerta abierta del cobertizo, tu mejor opción es escapar por ahí. No sin atentas derrotar al boss de la partida: el capitán Wein Langlois.
Tienes la opción de cumplir el deseo de Sree Diksha o matarle como castigo.
No podrás hacer nada con la cabeza de Ahn Langlois. La niña lleva más de una semana muerta y su cabeza está en una fase avanzada de descomposición. No es el mismo caso que Áddila, aunque Langlois así lo crea.
Por último, deberás escapar. Aquí contaré tanto el uso de objetos, habilidades y la misma interpretación de tu personaje. Más adelante daré más información al respecto.
* Rauko: ventajas y desventajas, ya hemos hablado sobre esto. Has podido saber que la compañía de Langlois venía a por ti puesto que los veías con la ayuda del mapa mágico, esto te ha dado la oportunidad de planear el encuentro. Tus aliados han tenido mejor suerte esta vez, podrán ocultarse en puntos estratégicos para el esperado encuentro. Tú, sin embargo, te encuentras encima del upelero de madera el cual se encabrita colérico por el silbato de Langlois.
Deberás enfrentarte a los dragones. Es una tarea fácil, un poco de acción que nos servirá para tener algo más que hacer en este turno. Queda todo sea persecución sería muy aburrido.
Cuando hayas conseguido derrotar a los dragones, deberás retomar la marcha: capturar a Oromë. Estáis frente a frente y en igualdad de condiciones. No la dejes escapar. Aquí contaré tanto el uso de objetos, habilidades y la misma interpretación de tu personaje. Más adelante daré más información al respecto.
* General: Aquí hay una especie de combate, de pvp, pero sin ser un pvp convencional. Me explico, no es un combate, es una persecución. Oromë deberá escapar de Rauko y Rauko perseguir a Oromë. La victoria la contaré en un sistema de puntuación en el que dependerá el uso de los objetos (+1 por cada objeto), habilidades (+1 por cada habilidad) y la interpretación (+2) que deis a vuestros personajes, esto es la eficacia de vuestros planes, uso del escenario que os rodea y todo aquello que se evalúa desde un punto más subjetivo. El turno anterior entra dentro de este recuento, no os preocupéis.
Sí Oromë es la vencedora, se la considerará como una persona libre. Ella tomará sus propias decisiones de cara a la segunda parte de este evento. Ella decidirá qué hacer con el objeto maldito. Si Rauko sale como vencedor, él será quien tome está decisión. Se considerará que Oromë es capturada por Rauko convirtiéndose en su prisionera.
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
Incluso con las señales más que notorias del pendiente, Oromë no podía quitar la vista del pequeño niño. Podía sentir su malestar y dolor, las advertencias de Ajwain ignoradas en cuestión de segundos. Los constantes sonidos que hacia Izaro con su pico eran igual de poco importantes.
Había cosas que el tiempo era incapaz de borrar, las viejas enseñanzas del ejercito eran constantes susurros en su mente. "Nunca pierdas de vista al enemigo", "El cuerpo debe tener una postura recta pero no forzada o podrías perder el equilibrio", "Las piernas ligeramente separadas ayudan a reducir el tiempo de acción". La figura imaginaria de Gavriel estaba detrás de Diksha, recitando aquellas palabras con una mirada compungida. El aldeano no lo vería ni lo oiría, todo era parte de la mente delirante de la albina. Eran comentarios que alguna vez le había dedicado a ella cuando no era más que un soldado inútil en Dundarak.
El golpe llegó enviando oleadas de dolor a lo largo de su cabeza y sus ojos. Su vista se nubló por unos pocos segundos mientras Sree Diksha la amenazaba. Oromë volvió a colocarse en la misma posición que antes, pasando de la criatura berreante a su padre una y otra vez; no había rabia en su semblante, tampoco se dejó amedrentar por la posibilidad de recibir otro puñetazo o el que tal vez la atravesara con aquel cuchillo. Por el contrario, sintió pena y desesperación como si fuera la suya propia... como lo había sido una vez. -No le desearía a nadie el sentimiento de perder un hijo, pues yo se lo que se siente. Hubiera deseado que lo pidiera bien, pero ¿Como podría usted saber lo que alberga mi corazón?- Ese hombre solo conocía la impotencia de no poder hacer nada por sus mas allegados, y la dragona no podría sentirse mas reflejada ni mirándose en un espejo.
-Se acercan, se acercan... Corre nire bihotza- "Amor mio", Gavriel lucía nervioso, ella estaba nerviosa y su águila mascota estaba frenética.
La manta que el hombre había colocado en el suelo, ella la usó para envolverle la muñeca sangrante, a la vez que sujetaba la mano cercenada. -Él estará bien, y aquí no hay disculpas que pedir ni perdones que dar-
Oromë vio por el rabillo del ojo como la trampilla se abría y caía una cabeza maloliente, seguida por un caballero.
-Te has tardado... Pero no le hecho la culpa a su malestar más que a su senectud.- La dragona de cabellos blancos solo necesito observarlo para comprenderlo; escuchaba el sonido de sus fuertes pisadas, como un lado de su cuerpo se inclinaba lentamente a uno de sus lados y por sobre todo, como la llama en su interior parecía brincar de éxtasis a la espera de sanar todos los males que aquejaban a los allí presentes. -El Ejercito de Dundarak demanda que la dragona fugitiva Oromë Vánadottir, quien posee uno de los objetos malditos de Edgecomb, sea custodiada de regreso al norte, no sin antes cumplir con su deber como la portadora de la Llama de la Purificación- Sus palabras sonaban tan nobles, tan orgullosas... y tan poco razonables para Oromë. Langlois dirigió una mirada a la cabeza de su hija, prácticamente a los pies de la albina. -Me sanaras, y la traerás a ella de regreso-
Quiso reír con todas sus fuerzas, pero también quería gritarle, romperle el rostro hasta pelarse la piel de los nudillos, quería matarlo por lo que le había hecho a aquella pequeña niña... o al menos lo que quedaba de ella. -Mujeres y niños primero- Fue todo lo que dijo. Wein Langlois gruñó, pero se quedó quieto, apretando la empuñadura de su espada mientas veía a Oromë acercar la mano mutilada a su rostro.
Ella abrió la boca, apenas lo suficiente para besar los dedos de la mano cortada. La habitación era oscura, apenas iluminada por unas pocas velas repartidas a su alrededor. Abrió un poco más los labios y el interior de su garganta brilló como si salieran llamas de una hoguera crepitando con furia. Estas salieron como látigos de fuego, absorbiendo la ofrenda de Sree Diksha, y luego solo quedaron envueltos en las trémulas luces de las velas.
El ruidoso respirar del bebé se volvió calmo en cuestión de segundos. Había un extraño silencio a su alrededor que se vio interrumpido por el sollozó ahogado de un padre sosteniendo a su hijo entre sus brazos. Oromë no le quitaba los ojos de encima al capitán y su alrededor. -No funcionara y lo sabes, tu pútrido orgullo de ex capitán de legiones te ha cegado. Ella a estado muerta demasiado tiempo, no te servirá. Has desperdiciado lo más importante ¿Y por qué? Por nada- Apretó los puños, sintiendo que esas palabras iban dirigidas para si misma y no solo para Langlois.
-¡Mientes! Sé lo que has hecho con Áddila, y lo harás con Ahn, luego de devolverme mi pierna- Gritó, estaba a punto de atacarla y ella lo sabía. Incluso Diksha podía sentir el peligro y comenzó a alejarse de ellos tanto como el reducido espacio se lo permitía. -¡¿Crees que eso podrá volver a ser la niña que era?!. ¡Mírala!, los gusanos tienen mas de ella de lo que debe quedar en su cuerpo. Incluso aunque pudiera, no sería ni la mitad de lo que alguna vez fue. Su alma se ha ido y no volverá jamas- Por un instante, su mente recordó aquel doloroso momento frente a la tumba de Gavriel. Ya era poseedora del objeto maldito y lo primero que había hecho fue tratar de devolverlo a la vida, para descubrir que era imposible. Maldijo al cielo, la tierra y a su propia estupidez por siquiera considerar que funcionaria, que regresaría con ella, que la Llama le daría aquello que mas deseaba... Se tragó el objeto por esa única razón y todo había sido en vano.
-Él atacará primero, debes estar lista...- Gavriel le susurró al oído. Su falsa presencia se sentía extrañamente reconfortante, a diferencia de las tantas otras que le recordaban que había fallado, que él no estaba realmente allí y que no era más que una ilusión.
Langlois parecía confundido, tal vez demasiado por como su cara cambiaba de expresiones a una velocidad de miedo. -No hay nada aquí que curé tu piernas, nada aquí ni en cualquier otra parte de este mundo que la devuelva a ella... Y por lo que la vida de ella valía, tomaré la tuya. Ese será mi regalo para ti, una muerte dolorosa y deshonrosa- Cambió su postura a una de defensa mientras Weis, envuelto en la cólera, arremetía contra ella, la espada apuntando a su pecho, lista para clavarse en el corazón de Oromë.
Si había algo que pudiera haber aprendido siendo ladrona y que fuera realmente útil... era el valor de las joyas y los metales preciosos. Recordaba aquellas carretas cargadas de oro antes de que Ciudad Lagarto existiera como tal, y que el oro, era uno de los metales más pesados.
Logró un atisbo de aquella brillante y dorada pierna mientras Langlois descendía por las escaleras del cobertizo, y no era necesario suponer que su velocidad estaba reducida gracias a su peso y esto le daba un precioso tiempo extra de reacción.
Podría haberlo esquivado al completo, o al menos intentarlo. Pero si lo hacía, cabía la posibilidad de encerrarse a si misma contra una de las paredes del pequeño cubículo. A cambio, se desvió unos centímetros a la derecha, dejando que la espada atravesara su hombro izquierdo, justo donde la armadura no la protegía. -Mal hecho- Gruñó de dolor, mientras silbaba una nota grave e Izaro se lanzaba al rostro de Langlois con sus garras listas a modo de distracción.
Por su parte, Oromë no se iba a quedar allí soportando el dolor estoicamente y aún con la espada hundida en su cuerpo, le propinó un puñetazo con su brazo sano, directamente en uno de sus puntos débiles: la traquea. 1
El dragón se ahogó, cubriéndose el cuello con ambas manos y sacudiéndose, tratando de evitar que el ave lo hiriera, pero la Albina no quería perder el tiempo. Comenzaba a perder sangre y el peso de la espada podría cortarla aún más y empeorarlo todo. Se transformó parcialmente y usó su cola para golpear la pierna de carne de su enemigo, logrando que trastabillara para así clavar la punta de esta y administrarle su veneno paralizante. 2
Agradecía su pequeño tamaño en comparación a su contrincante, pero aún así, había sido un golpe de suerte el estar allí abajo y no fuera, contra el resto de la compañía de Langlois. Este por su parte, no dejaba de observarla, sus ojos ardiendo en furia. Furia que duraría muy poco mientras ella arrancaba la espada de su hombro con un grito de dolor y con un rápido descenso, cortaba una de las piernas del capital... Pero eso no era suficiente, él sentiría dolor, pero no podía expresarlo. Entonces ella volvió a sacudir el arma con un poco menos de fuerza debido al peso y cortó uno de sus brazos... Seguía sin ser suficiente. -Gracias por sus servicios, Gavriel y yo agradecemos sus enseñanzas, pero el Dragon Gris no es más que historia- Un ultimó esfuerzo y la cabeza de Weis se desprendió del resto de su cuerpo, rodando en la misma dirección donde se encontraba la primera, frente a frente.
Oromë cayó de rodillas al suelo, ahora que la adrenalina abandonaba su cuerpo, podía escuchar el llanto de Sree Diksha y la de su bebé, el suave movimiento de las alas de Izaro.
Tomó el brazo del capitán y se arrastró donde su cabeza y la puso entre sus piernas. No había palabras capaces de traducir a la perfección el asco que sentía por aquel hombre; irónicamente, le daba las gracias. -Uno para ti, otro para mi... Entierra la cabeza de la niña Sree Diksha, y cuida de tu familia- Así como hizo con la mano, repitió el mismo proceso con el brazo y la cabeza, no solo sanando sus heridas, sino también devolviendole su extremidad a aquel padre desesperado.3
-Debemos irnos, Oromë- Una vez más, Gavriel la esperaba con una de sus piernas y mano en las escaleras. La otra estaba extendida a la espera de que ella la sujetara para salir de allí. Mientras se acercaba, podía jurar que había sentido un leve roce en la punta de sus dedos. Un pestañeo y él le sonreía, a nada de sujetarla; al siguiente ella estaba sola subiendo los escalones.
Quería ser libre pero afuera era otro mundo, otra batalla. Ni siquiera se dignó a mirar demasiado a la mujer, sus heridas eran graves pero no eran nada de lo que no pudiera recuperarse. Tal vez ella volvería a sanarla si es que lograba salir viva de allí. Se quitó la lanza que se sostenía a su espalda y rompió el vial donde llevaba un potente veneno en la hoja de la misma4.
Si deseaba escapar, era mejor apresurarse ahora que nadie vigilaba los cielos.
Salió como un rayo por la puerta de enfrente, sus alas extendidas para mantenerse en vuelo. Oromë arremetió contra la primer figura frente a ella con todo lo que tenía: Rauko.
Cortó en angulo con la lanza, de abajo hacía arriba, en la zona mas desprotegida que pudo encontrar en su enemigo, aprovechando la velocidad con la que había cargado contra él, esperando el poder sorprenderlo antes de que notara el veneno.5 -Elfos... El Clan Sondve es mi aliado más cercano, me han sanado y me dejaron ser libre ¿Y así es como me trataran ahora?- Gruñó más de lo que habló debido a la dificultad de hacerlo en aquella forma y a la falta de labios. -Déjame ir Elfo, y te ayudaré con el mal que te aqueja. Puedes creerme, mis mentiras son terribles pero cumplo mis promesas... Devolveré el favor que tu raza me ha otorgado si puedo conservar mi libertad, ademas de pedirte perdón por el corte de hace unos momentos- Si pudiera sonreír a modo de disculpa en ese momento, lo haría, pero estaba más ocupada manteniendo su cuerpo en el aire a una distancia prudencial.
1-Uso de Habilidad de nivel 0: Penetración. (Rasgo) La experiencia del personaje le permite usar puntos débiles y dañar mejor las armaduras. Sus ataques físicos consideran la armadura del rival como si fuera de un tipo más bajo (pesada se considera media, media se considera ligera, ligera es ignorada). Esto incluye la coraza de los bios.
2-Uso de Habilidad de nivel 1: Como una serpiente.(Activable)El dragón transforma parcialmente su cola, con la cual hace un barrido a los pies de su enemigo más cercano para luego causarle una herida punzante, inyectando así un veneno paralizante secretado desde la punta de dicha extremidad. En el próximo turno, la victima no podrá hacer un ataque.
3-Uso del objeto maldito, la llama de la purificación (si lo sé, lo hice a posta xD)
4-Oromë utiliza en su arma Toque de Sopor: [Veneno, Limitado, 1 Uso] Gel amarillento que, al aplicarse en un arma, permite que envenene al herir. El afectado sentirá un intenso calor que le hará comenzar a marearse. Mientras más persista combatiendo, más mareado se sentirá, hasta caer inconsciente. Dura 10 minutos en el arma
5-Uso de habilidad de nivel 0, Penetración (Rasgo): Si entendí bien, la calidad de su armadura se ignora debido a que es de cuero(lo cual en mi cabeza se considera una armadura ligera) y así causar una herida que envenene al pobrecito de Rauko (leer punto 4(?).
•Como punto extra, por si no quedó aclarado, Oromë está usando la única armadura que tiene en la lista de tareas xD
Había cosas que el tiempo era incapaz de borrar, las viejas enseñanzas del ejercito eran constantes susurros en su mente. "Nunca pierdas de vista al enemigo", "El cuerpo debe tener una postura recta pero no forzada o podrías perder el equilibrio", "Las piernas ligeramente separadas ayudan a reducir el tiempo de acción". La figura imaginaria de Gavriel estaba detrás de Diksha, recitando aquellas palabras con una mirada compungida. El aldeano no lo vería ni lo oiría, todo era parte de la mente delirante de la albina. Eran comentarios que alguna vez le había dedicado a ella cuando no era más que un soldado inútil en Dundarak.
El golpe llegó enviando oleadas de dolor a lo largo de su cabeza y sus ojos. Su vista se nubló por unos pocos segundos mientras Sree Diksha la amenazaba. Oromë volvió a colocarse en la misma posición que antes, pasando de la criatura berreante a su padre una y otra vez; no había rabia en su semblante, tampoco se dejó amedrentar por la posibilidad de recibir otro puñetazo o el que tal vez la atravesara con aquel cuchillo. Por el contrario, sintió pena y desesperación como si fuera la suya propia... como lo había sido una vez. -No le desearía a nadie el sentimiento de perder un hijo, pues yo se lo que se siente. Hubiera deseado que lo pidiera bien, pero ¿Como podría usted saber lo que alberga mi corazón?- Ese hombre solo conocía la impotencia de no poder hacer nada por sus mas allegados, y la dragona no podría sentirse mas reflejada ni mirándose en un espejo.
-Se acercan, se acercan... Corre nire bihotza- "Amor mio", Gavriel lucía nervioso, ella estaba nerviosa y su águila mascota estaba frenética.
La manta que el hombre había colocado en el suelo, ella la usó para envolverle la muñeca sangrante, a la vez que sujetaba la mano cercenada. -Él estará bien, y aquí no hay disculpas que pedir ni perdones que dar-
Oromë vio por el rabillo del ojo como la trampilla se abría y caía una cabeza maloliente, seguida por un caballero.
-Te has tardado... Pero no le hecho la culpa a su malestar más que a su senectud.- La dragona de cabellos blancos solo necesito observarlo para comprenderlo; escuchaba el sonido de sus fuertes pisadas, como un lado de su cuerpo se inclinaba lentamente a uno de sus lados y por sobre todo, como la llama en su interior parecía brincar de éxtasis a la espera de sanar todos los males que aquejaban a los allí presentes. -El Ejercito de Dundarak demanda que la dragona fugitiva Oromë Vánadottir, quien posee uno de los objetos malditos de Edgecomb, sea custodiada de regreso al norte, no sin antes cumplir con su deber como la portadora de la Llama de la Purificación- Sus palabras sonaban tan nobles, tan orgullosas... y tan poco razonables para Oromë. Langlois dirigió una mirada a la cabeza de su hija, prácticamente a los pies de la albina. -Me sanaras, y la traerás a ella de regreso-
Quiso reír con todas sus fuerzas, pero también quería gritarle, romperle el rostro hasta pelarse la piel de los nudillos, quería matarlo por lo que le había hecho a aquella pequeña niña... o al menos lo que quedaba de ella. -Mujeres y niños primero- Fue todo lo que dijo. Wein Langlois gruñó, pero se quedó quieto, apretando la empuñadura de su espada mientas veía a Oromë acercar la mano mutilada a su rostro.
Ella abrió la boca, apenas lo suficiente para besar los dedos de la mano cortada. La habitación era oscura, apenas iluminada por unas pocas velas repartidas a su alrededor. Abrió un poco más los labios y el interior de su garganta brilló como si salieran llamas de una hoguera crepitando con furia. Estas salieron como látigos de fuego, absorbiendo la ofrenda de Sree Diksha, y luego solo quedaron envueltos en las trémulas luces de las velas.
El ruidoso respirar del bebé se volvió calmo en cuestión de segundos. Había un extraño silencio a su alrededor que se vio interrumpido por el sollozó ahogado de un padre sosteniendo a su hijo entre sus brazos. Oromë no le quitaba los ojos de encima al capitán y su alrededor. -No funcionara y lo sabes, tu pútrido orgullo de ex capitán de legiones te ha cegado. Ella a estado muerta demasiado tiempo, no te servirá. Has desperdiciado lo más importante ¿Y por qué? Por nada- Apretó los puños, sintiendo que esas palabras iban dirigidas para si misma y no solo para Langlois.
-¡Mientes! Sé lo que has hecho con Áddila, y lo harás con Ahn, luego de devolverme mi pierna- Gritó, estaba a punto de atacarla y ella lo sabía. Incluso Diksha podía sentir el peligro y comenzó a alejarse de ellos tanto como el reducido espacio se lo permitía. -¡¿Crees que eso podrá volver a ser la niña que era?!. ¡Mírala!, los gusanos tienen mas de ella de lo que debe quedar en su cuerpo. Incluso aunque pudiera, no sería ni la mitad de lo que alguna vez fue. Su alma se ha ido y no volverá jamas- Por un instante, su mente recordó aquel doloroso momento frente a la tumba de Gavriel. Ya era poseedora del objeto maldito y lo primero que había hecho fue tratar de devolverlo a la vida, para descubrir que era imposible. Maldijo al cielo, la tierra y a su propia estupidez por siquiera considerar que funcionaria, que regresaría con ella, que la Llama le daría aquello que mas deseaba... Se tragó el objeto por esa única razón y todo había sido en vano.
-Él atacará primero, debes estar lista...- Gavriel le susurró al oído. Su falsa presencia se sentía extrañamente reconfortante, a diferencia de las tantas otras que le recordaban que había fallado, que él no estaba realmente allí y que no era más que una ilusión.
Langlois parecía confundido, tal vez demasiado por como su cara cambiaba de expresiones a una velocidad de miedo. -No hay nada aquí que curé tu piernas, nada aquí ni en cualquier otra parte de este mundo que la devuelva a ella... Y por lo que la vida de ella valía, tomaré la tuya. Ese será mi regalo para ti, una muerte dolorosa y deshonrosa- Cambió su postura a una de defensa mientras Weis, envuelto en la cólera, arremetía contra ella, la espada apuntando a su pecho, lista para clavarse en el corazón de Oromë.
Si había algo que pudiera haber aprendido siendo ladrona y que fuera realmente útil... era el valor de las joyas y los metales preciosos. Recordaba aquellas carretas cargadas de oro antes de que Ciudad Lagarto existiera como tal, y que el oro, era uno de los metales más pesados.
Logró un atisbo de aquella brillante y dorada pierna mientras Langlois descendía por las escaleras del cobertizo, y no era necesario suponer que su velocidad estaba reducida gracias a su peso y esto le daba un precioso tiempo extra de reacción.
Podría haberlo esquivado al completo, o al menos intentarlo. Pero si lo hacía, cabía la posibilidad de encerrarse a si misma contra una de las paredes del pequeño cubículo. A cambio, se desvió unos centímetros a la derecha, dejando que la espada atravesara su hombro izquierdo, justo donde la armadura no la protegía. -Mal hecho- Gruñó de dolor, mientras silbaba una nota grave e Izaro se lanzaba al rostro de Langlois con sus garras listas a modo de distracción.
Por su parte, Oromë no se iba a quedar allí soportando el dolor estoicamente y aún con la espada hundida en su cuerpo, le propinó un puñetazo con su brazo sano, directamente en uno de sus puntos débiles: la traquea. 1
El dragón se ahogó, cubriéndose el cuello con ambas manos y sacudiéndose, tratando de evitar que el ave lo hiriera, pero la Albina no quería perder el tiempo. Comenzaba a perder sangre y el peso de la espada podría cortarla aún más y empeorarlo todo. Se transformó parcialmente y usó su cola para golpear la pierna de carne de su enemigo, logrando que trastabillara para así clavar la punta de esta y administrarle su veneno paralizante. 2
Agradecía su pequeño tamaño en comparación a su contrincante, pero aún así, había sido un golpe de suerte el estar allí abajo y no fuera, contra el resto de la compañía de Langlois. Este por su parte, no dejaba de observarla, sus ojos ardiendo en furia. Furia que duraría muy poco mientras ella arrancaba la espada de su hombro con un grito de dolor y con un rápido descenso, cortaba una de las piernas del capital... Pero eso no era suficiente, él sentiría dolor, pero no podía expresarlo. Entonces ella volvió a sacudir el arma con un poco menos de fuerza debido al peso y cortó uno de sus brazos... Seguía sin ser suficiente. -Gracias por sus servicios, Gavriel y yo agradecemos sus enseñanzas, pero el Dragon Gris no es más que historia- Un ultimó esfuerzo y la cabeza de Weis se desprendió del resto de su cuerpo, rodando en la misma dirección donde se encontraba la primera, frente a frente.
Oromë cayó de rodillas al suelo, ahora que la adrenalina abandonaba su cuerpo, podía escuchar el llanto de Sree Diksha y la de su bebé, el suave movimiento de las alas de Izaro.
Tomó el brazo del capitán y se arrastró donde su cabeza y la puso entre sus piernas. No había palabras capaces de traducir a la perfección el asco que sentía por aquel hombre; irónicamente, le daba las gracias. -Uno para ti, otro para mi... Entierra la cabeza de la niña Sree Diksha, y cuida de tu familia- Así como hizo con la mano, repitió el mismo proceso con el brazo y la cabeza, no solo sanando sus heridas, sino también devolviendole su extremidad a aquel padre desesperado.3
-Debemos irnos, Oromë- Una vez más, Gavriel la esperaba con una de sus piernas y mano en las escaleras. La otra estaba extendida a la espera de que ella la sujetara para salir de allí. Mientras se acercaba, podía jurar que había sentido un leve roce en la punta de sus dedos. Un pestañeo y él le sonreía, a nada de sujetarla; al siguiente ella estaba sola subiendo los escalones.
Quería ser libre pero afuera era otro mundo, otra batalla. Ni siquiera se dignó a mirar demasiado a la mujer, sus heridas eran graves pero no eran nada de lo que no pudiera recuperarse. Tal vez ella volvería a sanarla si es que lograba salir viva de allí. Se quitó la lanza que se sostenía a su espalda y rompió el vial donde llevaba un potente veneno en la hoja de la misma4.
Si deseaba escapar, era mejor apresurarse ahora que nadie vigilaba los cielos.
Salió como un rayo por la puerta de enfrente, sus alas extendidas para mantenerse en vuelo. Oromë arremetió contra la primer figura frente a ella con todo lo que tenía: Rauko.
Cortó en angulo con la lanza, de abajo hacía arriba, en la zona mas desprotegida que pudo encontrar en su enemigo, aprovechando la velocidad con la que había cargado contra él, esperando el poder sorprenderlo antes de que notara el veneno.5 -Elfos... El Clan Sondve es mi aliado más cercano, me han sanado y me dejaron ser libre ¿Y así es como me trataran ahora?- Gruñó más de lo que habló debido a la dificultad de hacerlo en aquella forma y a la falta de labios. -Déjame ir Elfo, y te ayudaré con el mal que te aqueja. Puedes creerme, mis mentiras son terribles pero cumplo mis promesas... Devolveré el favor que tu raza me ha otorgado si puedo conservar mi libertad, ademas de pedirte perdón por el corte de hace unos momentos- Si pudiera sonreír a modo de disculpa en ese momento, lo haría, pero estaba más ocupada manteniendo su cuerpo en el aire a una distancia prudencial.
1-Uso de Habilidad de nivel 0: Penetración. (Rasgo) La experiencia del personaje le permite usar puntos débiles y dañar mejor las armaduras. Sus ataques físicos consideran la armadura del rival como si fuera de un tipo más bajo (pesada se considera media, media se considera ligera, ligera es ignorada). Esto incluye la coraza de los bios.
2-Uso de Habilidad de nivel 1: Como una serpiente.(Activable)El dragón transforma parcialmente su cola, con la cual hace un barrido a los pies de su enemigo más cercano para luego causarle una herida punzante, inyectando así un veneno paralizante secretado desde la punta de dicha extremidad. En el próximo turno, la victima no podrá hacer un ataque.
3-Uso del objeto maldito, la llama de la purificación (si lo sé, lo hice a posta xD)
4-Oromë utiliza en su arma Toque de Sopor: [Veneno, Limitado, 1 Uso] Gel amarillento que, al aplicarse en un arma, permite que envenene al herir. El afectado sentirá un intenso calor que le hará comenzar a marearse. Mientras más persista combatiendo, más mareado se sentirá, hasta caer inconsciente. Dura 10 minutos en el arma
5-Uso de habilidad de nivel 0, Penetración (Rasgo): Si entendí bien, la calidad de su armadura se ignora debido a que es de cuero(lo cual en mi cabeza se considera una armadura ligera) y así causar una herida que envenene al pobrecito de Rauko (leer punto 4(?).
•Como punto extra, por si no quedó aclarado, Oromë está usando la única armadura que tiene en la lista de tareas xD
Oromë Vánadóttir
Honorable
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
–Oh, pero qué grata bienvenida –respondió el chico pelinegro a la mujer que lidiaba con un águila salvaje. Tal espectáculo no borró su sonrisa–. ¿Esta linda ave es su mascota? –le preguntó, ladeando la cabeza–. Algo me dice que no. –Desvió su mirada hacia el lagarto, quien estaba colocando un incienso especial al lado de la pared del edificio, a varios metros de la entrada, para luego dejarla quemándose–. Kälte, ella está haciendo mucho ruido. ¿Puedo matarla?
De pronto mi falso upelero empezó a sacudirse y dar saltos violentos. Y mantenerme sobre él representó una mayor dificultad de la que esperé.
–Rauko, ¿qué…? –apenas alcanzó a decir Xana antes de que su propio caballo la arrojara lejos con un movimiento brusco–. Ay, maldita sea –masculló en el suelo.
El chico reaccionó a tiempo para atrapar al aturdido Schnee, evitándole un aterrizaje doloroso.
–Ya descubrieron que Oro Oro está aquí –señaló el lagarto, observando por unos segundos a la compañía de dragones acercarse por donde sabíamos que lo harían. Luego me ayudó a bajar del upelero y a Xana a levantarse.
–Hoy no es mi día –murmuré.
–Pero tampoco será el de ellos –siseó, una sonrisa salvaje apareciendo en su rostro.
Los dragones se detuvieron y adoptaron posturas de combate, cautelosos por las numerosas partículas de luz que se generaron en el área y no por el verdadero peligro que inundaba el aire a su alrededor.[1][2] El lagarto y yo miramos y Xana, y ella asintió con la cabeza.
–Excelente. Min, suelta el pajarito del elfo; debes masacrar a estos tipejos –instó el lagarto. El chico asintió, dejó al búhaw en el suelo y empuñó la pequeña ballesta que había cargado en su cinto.
–No –exigió Xana. Ambos le miraron extrañados–. Sin matar. –Su éter, manifestándose sobre ella como un aura blanca y zumbando sonoramente, fue suficiente para hacerles aceptar. Tuve que contener una sonrisa al verla así.
–Kälte, andando. –Dicho eso, entré en el edificio, el lagarto detrás de mí.
–Min, ya sabes qué hacer –dijo Xana.
–Atacar a distancia y no hacer tiros mortales. –El chico asintió–. Lo sé.
Entonces empezó el espectáculo de luces.
Las partículas de luz salieron disparadas hacia los enemigos perdidos en alucinaciones, concentrándose en los ojos de ellos. Luego disparó un orbe de energía, su trayectoria dibujando un arco que terminó con un destello en el rostro del objetivo más cercano.[3] Tocó el suelo para generar una explosión bajo los pies de otro.[4] Y su poder rugió al liberar de su propio cuerpo una nueva explosión que golpeó a los que, de alguna manera, lograron acercarse a ella.[5]
El chico silbó, sin temor a admitir que sus saetas poco sumaban a la batalla.
Los dragones estaban cerca el uno del otro debido al poco espacio del lugar. Eso no fue lo mejor para ellos.
Aunque nos notaron y se prepararon para atacarnos, no pudieron hacer mucho para evadir la pequeña piedra que les arrojé. La onda expansiva que esta liberó los lanzó hacia las paredes.[6]
Desenvainé mi espada Retniw y potencié mi cuerpo para encargarme de ellos cuanto antes. [7] Comencé una vertiginosa sucesión de tajos con las que tracé líneas rojas en sus articulaciones. El lagarto, por su parte, me ayudó exhibiendo ferocidad, rasgando la piel con sus garras y triturando huesos con sus extremidades.
Un enemigo se levantó deprisa, se transformó en semidragón y se abalanzó sobre mí.
Suspiré.
También me lancé hacia adelante, mi rodilla derecha yendo directo a la boca de su estómago.
Pero ¿en qué demonios pensé al querer chocar mi suave rodilla contra su cuerpo macizo?
Terminé en el suelo abrazando mi pobre rodillita. El lagarto tuvo que encargarse de luchar contra el semidragón, quienes se terminaron trasladándose fuera.
Mientras yo usaba magia sanadora para aliviar el dolor, otro enemigo se levantó y vino a por mí, buscando atacarme por la espalda.
Sin saberlo me dio una grandiosa oportunidad para probar mi nueva técnica definitiva e insuperable.
Un haz de luz golpeó al dragón, en uno de sus ojos, derribándole, y tal proyectil mágico emergió del lugar del que menos esperó: mis nalgas.[8] Él se revolcó y soltó alaridos y blasfemias, incapaz de luchar por un rato.
Esa victoria me subió el ánimo, permitiéndome levantarme y salir. Y para acabar cuanto antes con el semidragón, materialicé a mi propio dragón, uno de hielo, que no tardó en embestir a ese desafortunado objetivo.[9]
Una presencia apareció. Pude sentirla, justo detrás de mí.[10] Con mi sexto sentido advirtiéndome del peligro, aproveché mi velocidad extraordinaria para evadir el ataque, y con tal facilidad que hasta sentí lástima por quien tuvo la ingenuidad de creer que podría siquiera tocarme…
O eso me gustaría decir.
La verdad es que el dolor en mi rodilla entorpeció mi patético intento de evasión. Por fortuna, la herida que el inesperado personaje me dibujó no fue profunda. Por desgracia, haber recibido el ataque activó mi armadura, por lo que me teletransporté unos centímetros hacia un lado y, debido al desconcierto que eso me provocó, tropecé, solté mi espada y caí sobre mi trasero.[11] Esta vez no me esforcé en contener un par de quejidos.
Escuché su voz, lo que me hizo alzar la mirada hacia ella. Supe, por fin, que la había encontrado, a Oromë, la chica-presa, Oro Oro, la dragona que… en ese momento me reprendió por tonterías.
–Oye, ¿cómo que «así es como me tratarán ahora»? –protesté, colocando los brazos en jarras–. Literalmente estaba peleando contra los terribles y viles y malignos y maléficos dragones que vinieron a capturarte, ¡y me atacas a mí! Eres una desagradecida. –Me crucé de brazos y aparté la mirada dramáticamente–. Y, por cierto, que sea elfo no significa que siquiera conozca a ese tal clan Sondve… Bueno, sí los conozco, ¡pero eso es una coincidencia!, ¿vale?
Sacudí la cabeza y abandoné esa faceta infantil; no era momento para jugar su juego de recriminar por tonterías. Tomé la espada y me levanté, relajando mi expresión, aunque notando un inusual incremento de calor en cuanto me moví.
–Bien, acepto tu oferta –asentí, encorvándome ante le malestar creciente–. Tu libertad a cambio de devolver lo que ha perdido cada miembro de este simpático grupo de excéntricos extraños. Suena… bastante… bien –finalicé arrastrando las palabras.
Me había envenenado, descubrí amargamente. Y usó un veneno sin buen sabor, a diferencia del que una vez le compré a Xana. Eso era una clara e inequívoca prueba de que Oromé era desconsiderada. Con los demás ocupados luchando y yo envenenado, además, ella seguramente no dudaría en escapar.
–Oro Oro –balbuceé–, la elfa, la de la capucha, ella podrá ayudarte a obligar a los otros dos a aceptar tu oferta –indiqué, mi visión tornándose borrosa. Cerré los ojos para dejar que fuera mi sexto sentido el que me guiara–. Creo… que necesito una poción de salud.
Tomé un frasco de mi bolsito y, revelando mis verdaderas intenciones, lo arrojé a donde percibía la presencia de Oromë.[12] Tragué saliva, temiendo que perdería si no lo daba todo de inmediato. Dupliqué mi éter y canalicé una parte de él en la hoja de Retniw.
Este sería, tal vez, mi último ataque antes de caer. Un veloz golpe explosivo con el lomo de mi espada, directo a la cabeza de Oromë.[13]
Si ella creyó que fue como un rayo al atacarme, entonces yo sería la madre menopaúsica de los rayos… Bueno, eso no sonó nada épico. Mejor ignoremos este último párrafo.
De pronto mi falso upelero empezó a sacudirse y dar saltos violentos. Y mantenerme sobre él representó una mayor dificultad de la que esperé.
–Rauko, ¿qué…? –apenas alcanzó a decir Xana antes de que su propio caballo la arrojara lejos con un movimiento brusco–. Ay, maldita sea –masculló en el suelo.
El chico reaccionó a tiempo para atrapar al aturdido Schnee, evitándole un aterrizaje doloroso.
–Ya descubrieron que Oro Oro está aquí –señaló el lagarto, observando por unos segundos a la compañía de dragones acercarse por donde sabíamos que lo harían. Luego me ayudó a bajar del upelero y a Xana a levantarse.
–Hoy no es mi día –murmuré.
–Pero tampoco será el de ellos –siseó, una sonrisa salvaje apareciendo en su rostro.
Los dragones se detuvieron y adoptaron posturas de combate, cautelosos por las numerosas partículas de luz que se generaron en el área y no por el verdadero peligro que inundaba el aire a su alrededor.[1][2] El lagarto y yo miramos y Xana, y ella asintió con la cabeza.
–Excelente. Min, suelta el pajarito del elfo; debes masacrar a estos tipejos –instó el lagarto. El chico asintió, dejó al búhaw en el suelo y empuñó la pequeña ballesta que había cargado en su cinto.
–No –exigió Xana. Ambos le miraron extrañados–. Sin matar. –Su éter, manifestándose sobre ella como un aura blanca y zumbando sonoramente, fue suficiente para hacerles aceptar. Tuve que contener una sonrisa al verla así.
–Kälte, andando. –Dicho eso, entré en el edificio, el lagarto detrás de mí.
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–Min, ya sabes qué hacer –dijo Xana.
–Atacar a distancia y no hacer tiros mortales. –El chico asintió–. Lo sé.
Entonces empezó el espectáculo de luces.
Las partículas de luz salieron disparadas hacia los enemigos perdidos en alucinaciones, concentrándose en los ojos de ellos. Luego disparó un orbe de energía, su trayectoria dibujando un arco que terminó con un destello en el rostro del objetivo más cercano.[3] Tocó el suelo para generar una explosión bajo los pies de otro.[4] Y su poder rugió al liberar de su propio cuerpo una nueva explosión que golpeó a los que, de alguna manera, lograron acercarse a ella.[5]
El chico silbó, sin temor a admitir que sus saetas poco sumaban a la batalla.
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Los dragones estaban cerca el uno del otro debido al poco espacio del lugar. Eso no fue lo mejor para ellos.
Aunque nos notaron y se prepararon para atacarnos, no pudieron hacer mucho para evadir la pequeña piedra que les arrojé. La onda expansiva que esta liberó los lanzó hacia las paredes.[6]
Desenvainé mi espada Retniw y potencié mi cuerpo para encargarme de ellos cuanto antes. [7] Comencé una vertiginosa sucesión de tajos con las que tracé líneas rojas en sus articulaciones. El lagarto, por su parte, me ayudó exhibiendo ferocidad, rasgando la piel con sus garras y triturando huesos con sus extremidades.
Un enemigo se levantó deprisa, se transformó en semidragón y se abalanzó sobre mí.
Suspiré.
También me lancé hacia adelante, mi rodilla derecha yendo directo a la boca de su estómago.
Pero ¿en qué demonios pensé al querer chocar mi suave rodilla contra su cuerpo macizo?
Terminé en el suelo abrazando mi pobre rodillita. El lagarto tuvo que encargarse de luchar contra el semidragón, quienes se terminaron trasladándose fuera.
Mientras yo usaba magia sanadora para aliviar el dolor, otro enemigo se levantó y vino a por mí, buscando atacarme por la espalda.
Sin saberlo me dio una grandiosa oportunidad para probar mi nueva técnica definitiva e insuperable.
Un haz de luz golpeó al dragón, en uno de sus ojos, derribándole, y tal proyectil mágico emergió del lugar del que menos esperó: mis nalgas.[8] Él se revolcó y soltó alaridos y blasfemias, incapaz de luchar por un rato.
Esa victoria me subió el ánimo, permitiéndome levantarme y salir. Y para acabar cuanto antes con el semidragón, materialicé a mi propio dragón, uno de hielo, que no tardó en embestir a ese desafortunado objetivo.[9]
Una presencia apareció. Pude sentirla, justo detrás de mí.[10] Con mi sexto sentido advirtiéndome del peligro, aproveché mi velocidad extraordinaria para evadir el ataque, y con tal facilidad que hasta sentí lástima por quien tuvo la ingenuidad de creer que podría siquiera tocarme…
O eso me gustaría decir.
La verdad es que el dolor en mi rodilla entorpeció mi patético intento de evasión. Por fortuna, la herida que el inesperado personaje me dibujó no fue profunda. Por desgracia, haber recibido el ataque activó mi armadura, por lo que me teletransporté unos centímetros hacia un lado y, debido al desconcierto que eso me provocó, tropecé, solté mi espada y caí sobre mi trasero.[11] Esta vez no me esforcé en contener un par de quejidos.
Escuché su voz, lo que me hizo alzar la mirada hacia ella. Supe, por fin, que la había encontrado, a Oromë, la chica-presa, Oro Oro, la dragona que… en ese momento me reprendió por tonterías.
–Oye, ¿cómo que «así es como me tratarán ahora»? –protesté, colocando los brazos en jarras–. Literalmente estaba peleando contra los terribles y viles y malignos y maléficos dragones que vinieron a capturarte, ¡y me atacas a mí! Eres una desagradecida. –Me crucé de brazos y aparté la mirada dramáticamente–. Y, por cierto, que sea elfo no significa que siquiera conozca a ese tal clan Sondve… Bueno, sí los conozco, ¡pero eso es una coincidencia!, ¿vale?
Sacudí la cabeza y abandoné esa faceta infantil; no era momento para jugar su juego de recriminar por tonterías. Tomé la espada y me levanté, relajando mi expresión, aunque notando un inusual incremento de calor en cuanto me moví.
–Bien, acepto tu oferta –asentí, encorvándome ante le malestar creciente–. Tu libertad a cambio de devolver lo que ha perdido cada miembro de este simpático grupo de excéntricos extraños. Suena… bastante… bien –finalicé arrastrando las palabras.
Me había envenenado, descubrí amargamente. Y usó un veneno sin buen sabor, a diferencia del que una vez le compré a Xana. Eso era una clara e inequívoca prueba de que Oromé era desconsiderada. Con los demás ocupados luchando y yo envenenado, además, ella seguramente no dudaría en escapar.
–Oro Oro –balbuceé–, la elfa, la de la capucha, ella podrá ayudarte a obligar a los otros dos a aceptar tu oferta –indiqué, mi visión tornándose borrosa. Cerré los ojos para dejar que fuera mi sexto sentido el que me guiara–. Creo… que necesito una poción de salud.
Tomé un frasco de mi bolsito y, revelando mis verdaderas intenciones, lo arrojé a donde percibía la presencia de Oromë.[12] Tragué saliva, temiendo que perdería si no lo daba todo de inmediato. Dupliqué mi éter y canalicé una parte de él en la hoja de Retniw.
Este sería, tal vez, mi último ataque antes de caer. Un veloz golpe explosivo con el lomo de mi espada, directo a la cabeza de Oromë.[13]
Si ella creyó que fue como un rayo al atacarme, entonces yo sería la madre menopaúsica de los rayos… Bueno, eso no sonó nada épico. Mejor ignoremos este último párrafo.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Uso de objeto Consumible: Incienso de Jólmundröm.
[2] Habi de Xana: Polvo de estrellas.
[3] Habi de Xana: Nova mejorada.
[4] Habi de Xana: Erupción centella.
[5] Habi de Xana: Nova de luz.
[6] Uso de objeto Limitado: Runa de impulso.
[7] Habi: Con la ventisca.
[8] Habi: Lente convergente, pero versión antinalgadas: Ultimate skill: Sacred fart (culpen a Anders por darme la idea y a Ryuu por el nombre XD).
[9] Habi de la espada Retniw: Dragón de Hielo, ¡yo te elijo! (?)
[10] Habi: Sexto sentido.
[11] Habi de la armadura Vircis… que es totalmente irrelevante para la trama.
[12] Uso de objeto Consumible: Pociones de baile.
[13] Combo de Habis: Con el relámpago y Choque fulminante, para darle duro contra el muro a Oromë… o para que mi elfo con menopausia termine estampado patéticamente en el muro (?)
Vale, la mayoría es solo para lidiar con los tipos malos. Creo que lo relevante para atrapar a Oromë serían el objeto y las habis de los puntos [12] y [13].
[2] Habi de Xana: Polvo de estrellas.
[3] Habi de Xana: Nova mejorada.
[4] Habi de Xana: Erupción centella.
[5] Habi de Xana: Nova de luz.
[6] Uso de objeto Limitado: Runa de impulso.
[7] Habi: Con la ventisca.
[8] Habi: Lente convergente, pero versión antinalgadas: Ultimate skill: Sacred fart (culpen a Anders por darme la idea y a Ryuu por el nombre XD).
[9] Habi de la espada Retniw: Dragón de Hielo, ¡yo te elijo! (?)
[10] Habi: Sexto sentido.
[11] Habi de la armadura Vircis… que es totalmente irrelevante para la trama.
[12] Uso de objeto Consumible: Pociones de baile.
[13] Combo de Habis: Con el relámpago y Choque fulminante, para darle duro contra el muro a Oromë… o para que mi elfo con menopausia termine estampado patéticamente en el muro (?)
Vale, la mayoría es solo para lidiar con los tipos malos. Creo que lo relevante para atrapar a Oromë serían el objeto y las habis de los puntos [12] y [13].
Rauko
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Re: Tras la pista de Oromë Vánaddótir [Evento Objetos del 19]
Las águilas observaron el enfrentamiento entre la dragona y el elfo. Las conclusiones precipitadas que uno procesaba del otro, el juego de pociones y venenos y, finalmente, el mágico proyectil con el que el Rauko derribó a la fugitiva Oromë Vánaddótir antes de que ésta pudiera escapar ya fuera corriendo, volando o utilizando una habilidad desconocida para el grupo de amigos.
Min, el más joven e impulsivo de la compañía de Rauko, fue al lugar donde cayó el cuerpo de Oromë, un punto de la carretera de la aldea a varios metros del resto del grupo. Dio la vuelta al cuerpo de la dragona, poniéndola boca arriba. Cortó los cordones del peto y lo abrió por el centro, dejando a la dragona desnuda de cintura para arriba.
—¡Sigue viva! — anunció Min con alegría —. Inconsciente y malherida, pero viva.
Muchas vidas se habían cobrado con esta pequeña batalla, más de las necesarias. El grupo de amigos no tenían intenciones malévolas, aunque estuvieran dispuestos a luchar y matar si la ocasión meritaba.
El calor del objeto maldito de Egdecomb hacía resplandecer el pecho de la dragona. Min se quedó embobado admirando tanto la belleza de la inconsciente dragona como la magia que refulgía de su interior. Absorto como estaba no vio la bandada de águilas que se abalanzó a su encuentro, buscando los ojos y los puntos más jugosos de la cara como hicieron con Varur Diksha.
Los amigos acudieron al rescate. Min levantó la cabeza a tiempo para a sus compañeros agitando las manos en el aire para alejar a la bandada de águilas enfurecidas.
Los amigos se miraron las caras y hablaron sin pronunciar palabra, con sendos movimientos de cabeza. Todos entendieron perfectamente el mensaje compartido: el trayecto de regreso a casa lo realizaremos con un ojo mirando el cielo. Se referían tanto a las águilas, pues desconocían que se trataba de un hechizo momentáneo producido por la lanza de Áddila, como a los dragones que habían hecho enfadar. El cielo tiene ojos, además de garras y fauces con las que desgarrar la carne de los amigos.
* General: Qué mejor forma de empezar el día que matando una compañía de dragones y capturando a la portadora de uno de los objetos del 19. Rauko vence este enfrentamiento, este raro pvp. Atáis con cuerdas las manos y pies de Oromë, ella podría escapar con facilidad, pero no lo hará. No tiene dónde huir y, además, de romper las cuerdas, Rauko la volvería a derribar con la misma secuencia de habilidades. Nadie le asegura que, para la siguiente vez, la suerte vuelva a estar de la dragona y sobreviva al impacto mágico. Rauko ha demostrado disponer de una superioridad física, mental y mágica de la que Oromë no puede hacer frente.
* Ambos recibís:
5 puntos de experiencia
50 aeros
* Rauko: Queda en tus manos responder en la segunda parte del evento y elegir la facción donde depositarás a Oromë Vánaddótir. ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo])
Recordemos que, participando del lado de El Hekshold, de los hombres de Lunargenta, de La Factoría de hombres bestias o de El Hombre Muerto, Oromë no sufrirá ningún mal y conseguirá liberarse del objeto que engulló. En cualquier otro bando, cabe la posibilidad que la dragona sufra el desdén de una maldición mucho mayor que la que ahora asola.
* Oromë Vánaddótir: Es deber de Rauko escoger facción, sin embargo, tú también vas a poder participar aquí y ahora en la segunda parte del evento; no deberás esperar a que se abra la veda para el resto de usuarios. En mi cabeza es de este modo: Rauko te entrega a un bando como prisionera y tú respondes después roleando desde este punto de vista. Será divertido describir las mazmorras de dicho bando o la impresión que los altos mandos tienen de ti.
Eso sí, no podrás escapar ni cambiar de bando y en las futuras misiones que se abrirán, estarás en la posición que Rauko escoja por ti. No como un miembro de su ejército, sino como prisionera. Un rol poco común que pienso que será muy divertido y te gustará mucho.
Min, el más joven e impulsivo de la compañía de Rauko, fue al lugar donde cayó el cuerpo de Oromë, un punto de la carretera de la aldea a varios metros del resto del grupo. Dio la vuelta al cuerpo de la dragona, poniéndola boca arriba. Cortó los cordones del peto y lo abrió por el centro, dejando a la dragona desnuda de cintura para arriba.
—¡Sigue viva! — anunció Min con alegría —. Inconsciente y malherida, pero viva.
Muchas vidas se habían cobrado con esta pequeña batalla, más de las necesarias. El grupo de amigos no tenían intenciones malévolas, aunque estuvieran dispuestos a luchar y matar si la ocasión meritaba.
El calor del objeto maldito de Egdecomb hacía resplandecer el pecho de la dragona. Min se quedó embobado admirando tanto la belleza de la inconsciente dragona como la magia que refulgía de su interior. Absorto como estaba no vio la bandada de águilas que se abalanzó a su encuentro, buscando los ojos y los puntos más jugosos de la cara como hicieron con Varur Diksha.
Los amigos acudieron al rescate. Min levantó la cabeza a tiempo para a sus compañeros agitando las manos en el aire para alejar a la bandada de águilas enfurecidas.
Los amigos se miraron las caras y hablaron sin pronunciar palabra, con sendos movimientos de cabeza. Todos entendieron perfectamente el mensaje compartido: el trayecto de regreso a casa lo realizaremos con un ojo mirando el cielo. Se referían tanto a las águilas, pues desconocían que se trataba de un hechizo momentáneo producido por la lanza de Áddila, como a los dragones que habían hecho enfadar. El cielo tiene ojos, además de garras y fauces con las que desgarrar la carne de los amigos.
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* General: Qué mejor forma de empezar el día que matando una compañía de dragones y capturando a la portadora de uno de los objetos del 19. Rauko vence este enfrentamiento, este raro pvp. Atáis con cuerdas las manos y pies de Oromë, ella podría escapar con facilidad, pero no lo hará. No tiene dónde huir y, además, de romper las cuerdas, Rauko la volvería a derribar con la misma secuencia de habilidades. Nadie le asegura que, para la siguiente vez, la suerte vuelva a estar de la dragona y sobreviva al impacto mágico. Rauko ha demostrado disponer de una superioridad física, mental y mágica de la que Oromë no puede hacer frente.
* Ambos recibís:
5 puntos de experiencia
50 aeros
* Rauko: Queda en tus manos responder en la segunda parte del evento y elegir la facción donde depositarás a Oromë Vánaddótir. ([Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo])
Recordemos que, participando del lado de El Hekshold, de los hombres de Lunargenta, de La Factoría de hombres bestias o de El Hombre Muerto, Oromë no sufrirá ningún mal y conseguirá liberarse del objeto que engulló. En cualquier otro bando, cabe la posibilidad que la dragona sufra el desdén de una maldición mucho mayor que la que ahora asola.
* Oromë Vánaddótir: Es deber de Rauko escoger facción, sin embargo, tú también vas a poder participar aquí y ahora en la segunda parte del evento; no deberás esperar a que se abra la veda para el resto de usuarios. En mi cabeza es de este modo: Rauko te entrega a un bando como prisionera y tú respondes después roleando desde este punto de vista. Será divertido describir las mazmorras de dicho bando o la impresión que los altos mandos tienen de ti.
Eso sí, no podrás escapar ni cambiar de bando y en las futuras misiones que se abrirán, estarás en la posición que Rauko escoja por ti. No como un miembro de su ejército, sino como prisionera. Un rol poco común que pienso que será muy divertido y te gustará mucho.
Sigel
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