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Mensaje  Vincent Calhoun Lun Feb 15 2021, 21:24

Ya hacía algún tiempo desde el momento en el que la diosa llameante cruzara el cénit del horizonte, y ahora se recostaba sobre las curvas de la cordillera ante unos ojos que centelleaban con los últimos rayos de aquel atardecer.

Una fina y ornamentada máscara cubría el rostro perteneciente a tan ilustre mirada, y mientras con una de sus manos se apoyaba en la balaustrada, con la otra acariciaba la parte superior de la piedra, y pensaba.

Pensaba sobre su pasado, tanto el más reciente como el más lejano. Imaginaba su futuro, quizás lejos de allí. Meditaba sobre lo que le había dicho uno de los hombres más importantes de su vida.

Una leve pátina de melancolía adornaba su mirada mientras el astro solar continuaba su camino hacia su descanso diario, cuando se escucharon unos pasos a su espalda que rompieron la soledad.

La solitaria persona no pudo evitar maldecir, en el interior de la privacidad de su mente, por la interrupción, más ver el reconocible porte de la figura que se acercaba, pese a ir enmascarada, como todos los asistentes a aquella celebración, no la desalentó.

Por el momento, no deseaba estar con nadie. Aunque sabía que en algún momento tendría que socializar con el resto de concurrentes, prefería alargar aquello todo lo que pudiera. Sin embargo, a él…

El hombre se apoyó con ambos antebrazos, cruzándolos, por encima de la baranda de piedra, más no dijo nada. Solo se quedó callado, observando la misma escena que contemplaba la joven.

«A veces podía ser tan detestable con un simple silencio», pensó la chica, al entender que iba a tener que ser ella la que dijera la primera palabra.

- Padre, he estado pensando en lo que me dijiste-, afirmó, concediéndole aquella victoria momentánea.

Aunque no quisiera reconocerlo por sus ganas de soledad, quería hablar con él.

- Sobre qué-, fue ahora el hombre, quien rompió su silencio.

- Ya sabes. Sobre lo que hablamos hace unos meses, en tu última visita.

- Antes me llamabas tío, ¿por qué cambiaste y decidiste llamarme padre?

- Es de mala educación contestar una pregunta con otra pregunta.

- ¿Y quién te enseñó eso?

- Tu madre, mi abuela.

- ¿Y por qué en todos estos años no me lo enseñó a mí?

La niña miró a su derecha y hacia arriba. Él también tenía puesta la mirada sobre ella, desde antes de que la pequeña girara el cuello, y cómo lo conocía tan bien, sabía que bajo esa máscara tenía una media sonrisa.

«A veces podía ser tan detestable»

- Bueno, las preguntas de los adultos tienen más peso que las de los jovencitos. Así que te tocará a ti primero.

La niña acarició con nerviosismo la baranda.

- Supongo que por el mismo motivo por el que me dijiste aquello la última vez que nos reencontramos.

- Que los hijos son de quienes los crían-, dijo el brujo, volviendo a mirar hacia el horizonte. Esta vez, su voz estaba cargada de suave y tenue tristeza.

Como si el más diestro de los dioses hubiera rozado con somera ligereza el lienzo de su alma.

- Sí, ¿por qué me lo dijiste?

- Porque es cierto. Es una de las verdades universales de este mundo.

- ¿Por qué? - repitió la niña. - Hasta ahora siento que te entristece decirlo.[/color]

El rubio mercenario miró de nuevo a su hija, y quizás comprendió.

- No es por ti, mi dulce niña. Es por mí.

La pequeña regresó la vista al frente, y en su postura se palpaba la incomodidad. Aquella gestualidad que delataba a impostores y sinceros por igual, que en ese momento, dejaba claro que la chica no estaba conforme con la respuesta.

- ¿Por qué me salvaste? Sí, es lo que haces en esos casos, lo sé. Pero por qué…

- ¿Me quedé contigo?

La niña miró hacia el suelo, hacia la calle que pasaba junto a la vivienda.

- Habías sufrido mucho. No quería que estuvieras en un orfanato, ni con ninguna otra familia. Quería asegurarme de que no te abandonaran nunca más.

- Y entonces…

- ¿Por qué me avergüenzo de ti? ¿Por qué me entristece decir que los hijos son de quienes los crían? -, terminó su frase.

El brujo no dijo nada más, y dejó que el tiempo pasara, mientras él buscaba las mejores palabras para hacerla entender.

- Eres una buena persona. No importan tus poderes, ni todo lo que sufriste en el pasado y te obligaron a hacer. Estoy orgulloso de ti, porque cada día te superas, no solo con tus habilidades y entrenamiento, sino con tu personalidad.

Vincent volvió a quedarse callado por unos instantes, pero esta vez para que el significado de aquellas palabras se asentara en la cabeza de la pequeña.

- Entonces por qué te pone triste ser mi padre.

- No lo hace. Me pone triste no serlo.

La joven alzó la mirada hacia su padre, y esta vez entendió.

- Mi madre es una buena mujer. Y ha sido mejor madre contigo de lo que yo nunca seré como padre-, dijo, con todo el dolor de un padre ausente.

- No digas eso. Tú eres mi padre-, contestó la niña, rotunda, golpeando con su mano la pierna de su padre - Quiero a Yennefer, pero ella es mi abuela. Tú me sacaste del abismo. Tú me pones en las mejores manos porque no puedes llevarme a lugares donde debes ayudar a gente como yo. No vuelvas a decir eso. No vuelvas a decir eso-, repitió, golpeando con sus manos las piernas de su padre.

- Hey, calma. Vas a dejarme lisiado a este paso-, contestó con cariño, acariciando el mentón de la niña, justo bajo la máscara. - Yo también te quiero.

- Me habías preocupado. Pensé que no estabas orgullosa de mí.

- Oh, mi dulce niña. Claro que estoy orgulloso de ti-, dijo con cariño, doblando una rodilla para ponerse a su altura. -Pero no debes preocuparte por lo orgulloso que yo esté de ti, o cualquier otra persona. Tú eres la que debe estar orgullosa de sí misma. La única persona que necesitas para sentirte querida. Eres una persona completa, mi pequeña-, le comentó en el mismo tono dulce. - Haciendo esto, y teniendo los pies en la tierra para no olvidarte que no estás sola en el mundo, sigues siendo la persona maravillosa que ya eres.

El brujo le volvió a acariciar el mentón, y tras ello la niña asintió.

- Al menos hoy si pude ser un buen padre, y darte un buen consejo-, bromeó, antes de reír con suavidad. - Aunque ahora tendremos que ir con los demás. ¿Me concederás el primer baile? O prefieres con alguien de tu estatura… Alguien del tamaño de Sandal-, siguió en talante bromista, irguiéndose y cediendo la mano a su hija.

- Oh. Si tío Sandal te escuchara decir eso, te partirá las piernas-, respondió, animada con las tonterías de su padre, tomando la mano de este.

- Para eso tendría que al menos llegarme a las rodillas-, exageró, en una nueva broma.

La niña rió, y ambos entraron al salón para echar el primer baile. Padre e hija.
Vincent Calhoun
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