Un encuentro desafortunado | LIBRE
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Un encuentro desafortunado | LIBRE
No sabría decir con exactitud cuántas semanas llegué a pasar en aquella barcaza de madera, pequeña y deprimente, comandada por un hombre tan callado como misterioso. Era gordo, de baja estatura, la piel llena de cicatrices y cara de pocos amigos. Me mantuve silenciosa durante el viaje, temerosa de despertar su furia y ser abandonada en alguno de los islotes deshabitados cercanos al Archipiélago Illidense. Intentaba pasar el máximo tiempo posible en la cubierta, ajena al hedor insoportable del interior, disfrutando de las vistas que me ofrecía el océano. Afortunadamente para ambos, el viaje llegó a su término sin mayor incidencia.
- Cuarenta monedas de oro, mujer -me recordó. Era la primera vez que le escuchaba hablar; tenía la voz gruesa y rasposa, tal y como había imaginado en mi mente.
- Aquí tienes, viejo… -mascullé mientras le alcanzaba la bolsa de tela que colgaba de mi cinto, antes de abandonar la embarcación por la pasarela de madera que él mismo había dispuesto.
La sensación que me invadió al pisar la arena de la playa fue… Indescriptible. Era un sentimiento que identifiqué como contradictorio: nunca había estado allí, de eso estaba completamente segura, pero… Dioses, era como estar en casa. Incluso el aroma me resultaba familiar, aunque seguramente aquello solo fuese producto de mi imaginación.
No obstante, no fue una sensación precisamente agradable. Morgana, la que había sido mi mentora durante los últimos doce años, ya me había advertido de que el hogar de los brujos era un lugar hostil para con los forasteros. No solo se refería a sus gentes, sino… Al lugar en sí, si es que aquello tenía sentido alguno. En cualquier caso, reconocí el aroma a sal entremezclado con la sangre prácticamente al instante.
- Si logras atravesar el Acantilado de la Muerte con vida -apuntó, recostada sobre un viejo sillón de cuero-, créeme: lo demás será un paseo.
No me daba miedo. No estaba asustada. Estaba preparada. Avancé cautelosamente entre las roscas y los peñascos que salpicaban la costa, dejando atrás al capitán de la barcaza, con todos mis sentidos alerta, hasta que un grito casi me sobresaltó. Más que un chillido, era un alarido, un desgarro. Y, al poco tiempo de escuchar el primero, me di cuenta de lo que verdaderamente era: una súplica. Procedía de la cumbre del acantilado, allí donde no alcanzaba mi vista.
- ¡No, no! ¡¡Por favor!! -escuché rogar en la lejanía.
Mi madre siempre decía que la curiosidad era peligrosa. Que no debía meterme donde no me llamaban. Ah, y también me abandonó en el bosque cuando me acusaron de atacar al hijo del artesano, así que puede que no me conviniese tomar en cuenta sus consejos.
- Cuarenta monedas de oro, mujer -me recordó. Era la primera vez que le escuchaba hablar; tenía la voz gruesa y rasposa, tal y como había imaginado en mi mente.
- Aquí tienes, viejo… -mascullé mientras le alcanzaba la bolsa de tela que colgaba de mi cinto, antes de abandonar la embarcación por la pasarela de madera que él mismo había dispuesto.
La sensación que me invadió al pisar la arena de la playa fue… Indescriptible. Era un sentimiento que identifiqué como contradictorio: nunca había estado allí, de eso estaba completamente segura, pero… Dioses, era como estar en casa. Incluso el aroma me resultaba familiar, aunque seguramente aquello solo fuese producto de mi imaginación.
No obstante, no fue una sensación precisamente agradable. Morgana, la que había sido mi mentora durante los últimos doce años, ya me había advertido de que el hogar de los brujos era un lugar hostil para con los forasteros. No solo se refería a sus gentes, sino… Al lugar en sí, si es que aquello tenía sentido alguno. En cualquier caso, reconocí el aroma a sal entremezclado con la sangre prácticamente al instante.
- Si logras atravesar el Acantilado de la Muerte con vida -apuntó, recostada sobre un viejo sillón de cuero-, créeme: lo demás será un paseo.
No me daba miedo. No estaba asustada. Estaba preparada. Avancé cautelosamente entre las roscas y los peñascos que salpicaban la costa, dejando atrás al capitán de la barcaza, con todos mis sentidos alerta, hasta que un grito casi me sobresaltó. Más que un chillido, era un alarido, un desgarro. Y, al poco tiempo de escuchar el primero, me di cuenta de lo que verdaderamente era: una súplica. Procedía de la cumbre del acantilado, allí donde no alcanzaba mi vista.
- ¡No, no! ¡¡Por favor!! -escuché rogar en la lejanía.
Mi madre siempre decía que la curiosidad era peligrosa. Que no debía meterme donde no me llamaban. Ah, y también me abandonó en el bosque cuando me acusaron de atacar al hijo del artesano, así que puede que no me conviniese tomar en cuenta sus consejos.
Nereida
Neófito
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Re: Un encuentro desafortunado | LIBRE
Había aceptado el trabajo de escoltar a un comerciante durante su viaje, recorrieron todos los pueblos, ciudades y granjas pequeñas desde Baslodia hasta Roilkat de donde su patrón momentáneo contrato un barco hacia Archipiélago Illidense, acepto que otros viajaran con ellos para bajar los gastos, terminaron volviéndose una caravana. Esperaba que el hombre entendiera que solo le estaban pagando por protegerlo a él.
Por fin fin volvía a encaminarse en el negocio familiar, la ventaja de ser escolta y que este cubriera sus gastos de traslado, comida y hospedaje era solo una ventaja, no es que el buscara ser un gorrón, viajar gratis era una mejor forma de pago así sus fondos no se agotarían. Durante este tiempo el otro había estado sumamente callado al punto de hacerle creer que por fin desapareció, aunque probablemente eso seria demasiada suerte, podría deberse a lo tranquilo que iba todo desde que comenzó su contrato.
El mercader insistió en hacer una parada en la isla de la muerte a costa de todos los demás por que tenia que hacer un sacrificio o algo así, por lo tras acordar que pasarían ahí la noche decidió hacer un recorrido por la isla, para asegurarse que no estuvieran en peligro. No estaba seguro si era el otro, o quizás el instinto pero sentía que si se descuidaba estos hombres podrían convencer a su patrón de irse y abandonarlo en la isla.
Pensó que estarían solos en este lugar, no detecto otras embarcaciones cerca, pero bueno siempre existía la posibilidad, siguió subiendo mientras cada ciertos pasos se detenía para verificar la caravana y el barco estuviera donde desembarcaron.
Cuando era un adolescente había visitado este lugar brevemente con su padre acompañando también a mercaderes para sus ofrendas, ese grupo en particular había armado casi un festival, era uno de sus pocos recuerdos felices que le quedaban.
A la quinta vez de detenerse noto que el mercader, no estaba a la vista ni el barco, ojala aquellos hombres junto a su patrón no decidieran abandonarlo en este lugar, por que si lo hacia se encargaría de encontrarlos y prepararlos en caldo o una gran variedad de carne seca para viaje... Rayos esos pensamientos deberían irse sin el otro Alexander aquí.
Estando cerca de la cima vislumbro a una silueta parecía muy quieta desde aquí.
¡No, no! ¡¡Por favor!! - escucho, por lo que decidió subir mas rápido hasta alcanzar a la figura cerca de la cima.
Por que el otro estaba tan callado ahora, solo solo lo preocupaba más, pero no tenia tiempo de averiguarlo, mas tarde se haría una introspección.
-Probablemente deberíamos ayudar a quien este del otro lado, entre dos probablemente podremos detener cualquier cosa que este pasando- le hablo lo mas quedo posible para no llamar la atención de los que estuvieran del otro lado.
- ¡¡Por favor!!- se escucho de nuevo.
-¿Te parece si yo voy a la izquierda y tu a la derecha o prefieres juntos? .-
Su mano estaba sobre su arma esperando alguna indicación, si no se decía pronto el saltaría directamente sin importarle el peligro.
Por fin fin volvía a encaminarse en el negocio familiar, la ventaja de ser escolta y que este cubriera sus gastos de traslado, comida y hospedaje era solo una ventaja, no es que el buscara ser un gorrón, viajar gratis era una mejor forma de pago así sus fondos no se agotarían. Durante este tiempo el otro había estado sumamente callado al punto de hacerle creer que por fin desapareció, aunque probablemente eso seria demasiada suerte, podría deberse a lo tranquilo que iba todo desde que comenzó su contrato.
El mercader insistió en hacer una parada en la isla de la muerte a costa de todos los demás por que tenia que hacer un sacrificio o algo así, por lo tras acordar que pasarían ahí la noche decidió hacer un recorrido por la isla, para asegurarse que no estuvieran en peligro. No estaba seguro si era el otro, o quizás el instinto pero sentía que si se descuidaba estos hombres podrían convencer a su patrón de irse y abandonarlo en la isla.
Pensó que estarían solos en este lugar, no detecto otras embarcaciones cerca, pero bueno siempre existía la posibilidad, siguió subiendo mientras cada ciertos pasos se detenía para verificar la caravana y el barco estuviera donde desembarcaron.
Cuando era un adolescente había visitado este lugar brevemente con su padre acompañando también a mercaderes para sus ofrendas, ese grupo en particular había armado casi un festival, era uno de sus pocos recuerdos felices que le quedaban.
A la quinta vez de detenerse noto que el mercader, no estaba a la vista ni el barco, ojala aquellos hombres junto a su patrón no decidieran abandonarlo en este lugar, por que si lo hacia se encargaría de encontrarlos y prepararlos en caldo o una gran variedad de carne seca para viaje... Rayos esos pensamientos deberían irse sin el otro Alexander aquí.
Estando cerca de la cima vislumbro a una silueta parecía muy quieta desde aquí.
¡No, no! ¡¡Por favor!! - escucho, por lo que decidió subir mas rápido hasta alcanzar a la figura cerca de la cima.
Por que el otro estaba tan callado ahora, solo solo lo preocupaba más, pero no tenia tiempo de averiguarlo, mas tarde se haría una introspección.
-Probablemente deberíamos ayudar a quien este del otro lado, entre dos probablemente podremos detener cualquier cosa que este pasando- le hablo lo mas quedo posible para no llamar la atención de los que estuvieran del otro lado.
- ¡¡Por favor!!- se escucho de nuevo.
-¿Te parece si yo voy a la izquierda y tu a la derecha o prefieres juntos? .-
Su mano estaba sobre su arma esperando alguna indicación, si no se decía pronto el saltaría directamente sin importarle el peligro.
Alexander Kraz
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Re: Un encuentro desafortunado | LIBRE
tema pausado
Reike
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