El Dragón Errante [Arcanos - Curtiduría]

Luego de la conmoción de los hechos sucedidos en Sacrestic Ville. Nos habíamos reencontrado con Meraxes y Meleis. En ese momento me encontraba haciendo una figura de madera más que nada por ocio, y no tanto pensando en ganar aeros con ella. Aunque bueno, si por azares del destino alguien quisiera comprarla, bueno. Eso ya sería algo bueno para mí.

Justo en ese momento, Ryra se acercó con Meraxes. - Mera, cariño. Creo que el destino y los dioses son muy amables. Estaba pensando en conseguir armas nuevas. Ya que solo tener una ballesta me limita mucho. Así que me gustaría tener unas boleadoras. - Le dijo la bruja con una amplia sonrisa. Acto seguido me miró con malicia.

Puedes cargar ese trabajo a Gaegel. - En ese momento alcé la vista. - ¿Qué? - Pregunté con confusión en mi mirada. - ¿A caso crees que soy una organización de beneficiencia? - La bruja se acercó a mi. - Oh vamos, no seas tan fijado con el dinero. Es una adquisición importante en caso de un combate contra bestias. O algún guerrero muy bestia. - Rió la mujer para luego revolverme el cabello. En ese proceso ella se trajo consigo algunos cabellos enredados en su mano. - ¿Te estás volviendo calvo?

Negué con mi cabeza. - No, estoy en esa época del año donde estoy mudando de pelaje. Y eso se ve traducido también en mi cabello. - Comenté así sin más. - Entonces Mera. Ese trabajo lo pagará el perro calvo. - Suspiré con pezadez. - Ahora entiendo por qué me has estado acompañando todo el tiempo.

OFF:

Procedo a comprar una:

- Arma Flexible Normal - [Arma Flexible] hecho de cuero de calidad Normal, tales como un látigo o boleadoras.

Había tenido una epifanía luego de semejante suceso en aquella villa, tal vez tantas convulsiones me habían afectado pero la verdad para este punto nada importaba, la vida era un riesgo y había que disfrutarla, no importaba cuanta desgracia desatarás a tu alrededor de forma totalmente inconsciente.

Como sea allí estaba Ryra, y gracias a los dioses ya podía pensar cosas muy claras con respecto a ella sin verme soltando espuma por la boca, pero eso es algo que no abordaremos aquí. La chica me pedía un favor que obviamente no iba a rechazar y el pago, aunque inusual, ayudaba a mis fines artísticos. - Escucha, dame todos tus pelos de perro y tenemos negocio, además jamás te podría cobrar algo a ti, cariño. - Esto último claramente fue hacia la chica a quien le sonreí con cierta coquetería.

En el tiempo que me llevó hacer las bolas...boleadoras de Ryra, recibí mi tan preciado y blanco pelaje. Eso me llevó a lo siguiente. Tras días y días finalmente logré confeccionar un traje adecuado para una mujer como yo, pero, había otro problema con el que lidiar, no podía deshacerme de la armadura que mi querido y amado elfo, esposo de mi imaginación había hecho para mí, pero siempre podía camuflarla por lo que una runa se encargaría de aquello.

No había más que agregar y mi última y gran obra estaba hecha, podía azotar con el mejor estilo que mi creatividad había expresado.

Todavía no terminaba de procesar el hecho que la bola de pelos y Nero estaban juntos, si la memoria no me fallaba, ese gato estaba detrás de la cabeza de mi compadre de tragos y sí que lo había visto luchar como para saber que era un peligro.

- Oh vaya, tu eres el Señor Gato. - Dijo Meleis bastante alegre al encontrarse con el viejo conocido. - Qué bueno verlo sano y salvo, señor. - agregó. Quizás si meleis le sacaba conversación ante la ignorancia que lo rodeaba eso podría darme tiempo a solas con el compa.

Traté de disimular el asombro, y no mencionar nada del tema. - Ven conmigo, Nero, te mediré en privado, Nero de mi corazón y vino. - Agregué y lo lleve conmigo al rincón, en otras circunstancias y tal vez con otros, ese rincón tuviera otro significado pero dada la situación poco tenían que ver mis deseos carnales con todo lo que se moviera. - Mas te vale que te cuides y mantengas los ojos abiertos, hay cazadores de dragón cerca, controla tus impulsos. - Fue la advertencia entre dientes de mi parte.  

Para cuando acabé volví de nuevo al grupo. - Vengan en un par de días y tendré listo su pedido. - Como tenía más cosas que hacer no le di más larga. Esa misma noche mientras hacía la armadura rezaba a mis dioses por la protección de Nero y que todo saliera tan bien ahora que el gato guerrero estaba en su camino.

Era uno de esos días en los que estaba por algún lugar, en algún mercado, tratando de vender algo útil o totalmente absurdo a la gente.

Allí estaba, cuando la voz familiar y procedente de algún lugar del suelo, cosa que tuve que mirar con atención para no pisarlo, la voz de cierta bola de pelos captó mi atención. - Pero qué sorpresa, amiguito. - Seguía sin entender muchas cosas, pero dejé de pensar en las curiosidades del destino cuando mencionó que estaba derrochando el dinero del borracho y eso significaba beneficios monetarios para mi.

- Pues tengo todo lo que necesitas, y la próxima vez que vengas tendré algo especial para ti. - Guiñé le ojo con una amplia sonrisa.

No fue difícil darle lo que pedía y al cabo de un rato allí tenía su pedido hecho con el puño y letra más bonito de todos, el mío.  

- Envíale mis saludos a Nero, y que cuando quiera podemos ir a beber juntos. - Fueron las últimas palabras mientras contaba la bolsita con dinero que no tardé en meter en el lugar más seguro que conocía, el medio de mis pechos.

　—Entonces le dije꞉ No, estoy hablando con el pato que tienes en la cabeza —contaba uno de los borrachos en la taberna.

　¿Y qué tiene que ver eso con la trama? Pues nada, pero de alguna manera había que iniciar el relato.

　Entonces las puertas se abrieron de par en par. Todas las miradas se detuvieron en el umbral, donde tres siluetas eclipsaban la luz exterior. Un hombre de hierro, pero sin el hierro; una elfa de cara tatuada, pero sin hierro; y, en el centro, el líder del trío, cuya imponente figura atemorizó a los que atestiguaron su llegada: era el gran e inigualable Raujo, el miniyo con disfraz de gomejo y con mucho hierro en sus manos.

　—¡¿Otra vez aquí?! —farfulló el tabernero, también sin hierro—. ¿Qué demonios quieres, Raujo?

　Raujo, con un movimiento teatral, le señaló con un dedo.

　—Tú, insensato, respeta a tus mayores —exigió con su autoritaria voz aguda—. Y deja de temer, pues el motivo de mi presencia no guarda relación con tu pésimo servicio. Y, ahora que eso se ha mencionado, dame una taza de leche bien fría.

　Con la destreza de acróbata de circo extravagante, saltó sobre una silla, sobre una mesa y luego sobre la cabeza calva de un desafortunado que intentaba tomar su bebida en paz. Raujo, de pie, en perfecto equilibrio y con las manos en las caderas, oteó su alrededor.

　—Oh, ahí estás, chiquita —advirtió con la vista fijada en la dragona.

　—Quítate de encima —refunfuñó el calvo.

　Raujo le dio una sonora palmada a la cabeza calva y dio un salto giratorio. Hyro lo atrapó por una pata y lo lanzó por la ventana.

　—¡Ay, no! ¡Las ventanas son mi debilidad! —gritó Raujo antes de caer fuera.

　—No sé por qué lo dejamos venir —murmuró Hyro.

　—Créeme —suspiró Xana—, se pone peor cuando no lo sacamos a pasear un rato. Pero, en fin, vayamos a lo importante.

　—Cierto —concedió Hyro, su voz de pronto sensual, y se pasó una mano por el cabello antes de dirigirse hacia donde se encontraba Meraxes. Con gracia felina, y sin hierro, se sentó junto a ella y le dio una media sonrisa—. Parece que debo sentirme agradecido por el azar que ha unido nuestros caminos una vez más.

　—En realidad, nada de azar. Te estábamos buscando —le delató Xana con una sonrisa ladina mientras se acercaba al par.

　Hyro contuvo una mueca.

　—Bueno, me descubriste —aceptó con calma—. Necesitamos de tus habilidades.

　—Habilidades de curtidora, no otra cosa —se apresuró a explicar Xana—. ¿Recuerdas las sandalias silenciosas que me fabricaste la otra vez? Bueno, quizás resulte difícil creerlo, pero hace poco explotaron sin razón aparente. Sospecho que Raujo tuvo algo que ver con eso, pero ya no tiene caso. Así que… ¿podrías hacer un par nuevo?

　—No seas tímida, Xana. Pide algo más. Hoy me siento generoso. —Levantó con telequinesis su bolsa de aeros y la sacudió en el aire.

　—¿Esa no es la bolsita de Rauko?

　—No te fijes en esos detalles sin importancia.

　Xana lo pensó por un momento.

　—Sí, por qué no —aceptó con descaro—. Rauko es de saltar mucho como un saltamontes, y ahora también está Raujo haciendo lo mismo. No quiero quedarme atrás. Aunque no me gusta tanto movimiento, he visto que tanto salto mágico es bastante útil en situaciones peligrosas. ¿Tienes algo que me ayude con eso?

　—Por supuesto que sí, estamos hablando de Meraxes —aseguró Hyro—. Ah, por cierto, antes de que se nos olvide…

　Abrió la bolsa con telequinesis y sacó del interior un pequeño cuaderno. Lo tomó y abrió en la primera página, que contenía una serie de runas de principio a fin, y se iluminaron cuando la mano del brujo se deslizó sobre ellas. Entonces su magia se activó y un Rauko ilusorio se proyectó sobre la hoja.

　—Bienvenido a un nuevo tutorial de hechizos arcanos con su amigo, el maestro ganso —dijo la ilusión—, hoy aprenderemos a escribir unas runas excelentes para algunos trucos únicos. Pero antes de comenzar, te invito a darle me gus…

　Hyro cerró el cuaderno, deshaciendo la ilusión, y se lo tendió a Meraxes.

　—Es un obsequio de mi parte —dijo Hyro.

　—En realidad, es de Rauko —confesó Xana.

　—Terrible, he vuelto a ser descubierto —suspiró Hyro—. En ese caso, quizás haya algo más que pueda ofrecerte.

　—Ay, ya empezaron otra vez —murmuró Xana negando con la cabeza.

Allí estaba yo, tratando de explicarle el principio de cómo logré hacer vino y que existían las vacas voladoras, además de perros parlantes a un sujeto cuando de un empujón lo alejé para hacerle espacio a mi palomo, a mi Hyro el fierro mío, que sí sabía que parecía de metal partes que en ese momento no podría mencionar.

- Es un gusto verlos de nuevo. - Sonrió mi hermano saludando con amabilidad, mientras se levantaba para ofrecerle asiento a la elfa. - Iré a buscar al señorito. - Agregó refiriéndose al objeto parlante que había salido disparado por la ventana, no podía permitirse que pobrecita criatura pasara frío.

En otro orden de ideas, mi atención estaba totalmente enfocada en semejante obra divina que era aquel mago. - Para ti lo que...- la inspiración fue cortada ante las palabras de Xana, al parecer la idea de un trio fue descartada antes de siquiera pensarla.

- Los que quieras, querida. Por suerte para ti nunca olvido las medidas que me interesan. - Sonreí con picardía.- Luego podemos hablar de cuentas. Y sobre saltar, creo que tengo lo que buscas, no queremos que enredarnos, o tal vez sí, en caídas totalmente necesarias en una isla desierta. - Había recordado aquel sublime momento en que nuestros cuerpos se enredaron. -  

Como si el hecho de que su presencia, sus encargos no fueran más que regalo suficiente, había mas cosas. Era fascinante cómo mi maestro se las arreglaba para estar y no estar, como el jefe y el pequeñín. Tomé el cuaderno y lo guardé en el lugar más seguro del mundo. Lugares que no mencionaré por horario supervisado.

- Te daré tus sandalias al alba. Primero tengo que discutir el pago con Hyro y el segundo piso.- Sin más hice lo que tenía que hacer... hacer el snu snu y no la guerra, y el pedido para Xana, aunque ya eso era avaricia.  

Las calles del poblado estaban llenas de vida y color, con puestos comerciales que ofrecían una variedad asombrosa de mercancías. Los aromas de especias exóticas y comida callejera flotaban en el aire, mezclándose con el bullicio de la gente que transitaba por las estrechas callejuelas.

Frosk, Bluto y Erika se detuvieron frente a un puesto que exhibía una amplia selección de capas y túnicas. La comerciante, una mujer de blancos cabellos y sonrisa afable, se acercó a ellos con una mirada que quizás mostrase curiosidad ante el extravagante grupo.

-Estamos buscando una capa para mi amigo Frosk aquí.-Respondió Bluto, señalando a la rana que miraba con interés las prendas colgadas.

-Algo que me dé un toque más aventurero, croac.-Posó sus grandes ojos ambarinos en la mujer-Que me mires por la calle y pienses, "es toda una rana aventurera"-Asintió convencido, haciendo que su saco vocal se hinchase.

-¡Y que use esta pluma para que no se mate si se cae por un precipicio!-La dragona sacó una pluma blanca prístina.-En D'Orlind Ur dicen que tiene propiedades mágicas que te hacen planear.-Explicó la dragona.-Y esta rana es propensa a saltar y caerse por los sitios.

-La aventura lleva implícita un riesgo, croac.-Se excusó, cruzándose de brazos.

Había capas largas y fluidas, perfectas para ocultar cualquier cosa que desearan mantener en secreto, así como capas más cortas y ceñidas al cuerpo para un estilo más elegante o más cómodo en algunos casos.

Después de un rato de deliberación, Frosk finalmente encontró una capa que le gustaba: una capa verde oscuro con detalles dorados que le daba un aire aventurero y austero. Era corta y perfecta para la movilidad del anfibio.

Frosk se probó la capa con orgullo y dio una vuelta, haciendo que la tela se ondeara a su alrededor. Se sentía como un auténtico héroe, listo para enfrentarse a cualquier desafío que se cruzara en su camino.

Aquel humilde lugar que había pedido prestado para vender mi mercancía, de pronto se vio iluminado, como si la divinidad descendiera.

Mis ojos se maravillaron, no podía creerlo, era él, aquel galante héroe del que todos hablaban, verde y brillante, de ojos grandes y penetrantes, era el gran, Frosk el grande.

Estaba perdida en sus ojos y sus palabras eran un arrullo, una melodía que gratificaba el alma. - No, no, no, esas capas no son dignas de un aventurero de tu nivel. - por no decir que todas eran talla promedio - te haré algo muy especial, digno de semejante obra de arte como tú. - Saqué la cinta métrica pensando en todas la posibilidades de tener las medidas de su figura.

Está de más describir, porque no me alcanzarían los adjetivos, la emoción que sentí al confeccionar algo para él. Cada detalle era especial y para cuando le entregué su tan deseado pedido no pude resistir en lanzarle un beso. - Vuelve pronto, lindura. - No lo iba a negar, sus rasgos bestiales me me encendían como el verano.    

No había terminado de salir de la fascinación por la visita de tan gallardo héroe cuando aquel maldito y sensual rubio llegó a mi taller.

Correspondí al saludo de todas las formas y toqueteos aptos para tortugas, para finalmente prestar atención a lo que esta tenía que decirme. - ¿SEÑORA? - Claramente me ofendí pero como era de una estatura ligeramente más alta que la mía y muy ancha, no era prudente meterse en líos, además el elfo, no elfo, pagaba.

Como siempre, tenía que tomar las medidas, era inusual hacer ropa para personas o muy pequeñas o muy altas. - Que venga en un par de días por la capa, pero si vuelves a decirme señora haré, conocerás el empalamiento con mango de látigo. - Yo tampoco lo conocía pero esperaba que fuera suficiente por llamarme vieja.

Muchos metros de tela después...Conseguí crear mi capa que bien podría servir como cobija para los de estatura promedio y seguramente sería una buena venta, lo tendría que pensar. Por ahora debía quedar bien con el rubio que me había llevado clientes.

- Aquí tienes. - Dije el día de la entrega. - Si necesitas reparar algo suelo estar en mercados como estos, y si no me encuentras conozco a otro elfo mucho, pero este es hermoso, su cara parece tallada por los mismos dioses llamado Elian que también está buenísimo, digo que también hace buen trabajo.    

La Leyenda del Rayo Veloz escribió:Había una vez, en un tranquilo y pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y campos dorados, una granja llamada La Colina Dorada. En esta granja vivía un joven y valiente niño llamado Espidi Gong Salez. Espidi Gong Salez era conocido por su gran corazón y su deseo de ayudar a los demás, también era chiquito y usaba un sombrero gigante. Sin embargo, había algo que siempre le molestaba: no era muy rápido. Los otros niños siempre corrían más rápido que él, y aunque eso no lo detenía, a veces deseaba poder ser más veloz.

Un día, mientras Espidi exploraba el bosque cercano, encontró un cofre antiguo enterrado entre las raíces de un gran roble. Curioso, lo abrió y dentro encontró un par de botas viejas pero misteriosas. Al probárselas, sintió un cosquilleo en los pies y, de repente, se encontró corriendo tan rápido como el viento. Las botas eran mágicas y le daban la velocidad de un rayo.

Espidi decidió mantener su descubrimiento en secreto, pero no pasó mucho tiempo antes de que tuviera que usar sus nuevas habilidades. Una tarde, mientras los animales pastaban tranquilamente en los campos, el cielo se oscureció y un terrible incendio se desató en la colina vecina. El fuego avanzaba rápidamente hacia la granja, amenazando con destruir todo a su paso.

Sin perder un segundo, Tomás se puso sus botas mágicas y corrió hacia el río que atravesaba el pueblo. Llenó tantos cubos de agua como pudo y, en cuestión de minutos, corrió de regreso a la granja a una velocidad increíble, arrojando el agua sobre las llamas. Iba y venía como un rayo, apagando el fuego antes de que pudiera llegar a los establos y las casas.

Los habitantes del pueblo, que habían empezado a huir en pánico, se detuvieron asombrados al ver al joven Gong Salez moverse más rápido que nunca. Su valentía y rapidez salvaron la granja y los campos de lo que habría sido una catástrofe. Cuando el último fuego se extinguió, los aldeanos vitorearon a Espidi Gong Salez y lo llamaron "El Rayo Veloz".

No podía sacarme la historia del viejo de mi cabeza, y ya que tampoco podía dormir, me dediqué a comenzar a confeccionar esas botas. ¿Era cierta la historia? No lo sé, pero alguien con ese nombre seguramente era real.

- Gracias, Galatea, por las instrucciones. - pensé en voz alta. Si tenía pensado embarcarme al norte, lo mejor era estar preparados para todo, incluyendo las retiradas estratégicas.

Como fuera, el trabajo tardó algunos días, y, finalmente tenía en mis pies un maravilloso y negro calzado que me permitía correr.

Decidí probarlo sobre el agua, no tenía adjetivos para describir semejante experiencia, era como volar con las piernas. Creo que esa analogía estaba un poco rara, quizás debido a la falta de sueño, o quizás a que en ocasiones simplemente no todos los chiste daban risa...