El Gran Torneo {Privado}
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Re: El Gran Torneo {Privado}
Habiendo quedado resuelto el asunto del Vin desaparecido, procedimos a hablar sobre quién le pertenecía a quién. Considerando que había Vins de sobra, el oso tenía más valor por ser osado y siempre poder dar auténticos abrazos de oso, además de ser suavecito. No necesité más argumentos para saber que ese era el más sólido de todos.
–Es verdad, no podía ser de otro modo –asentí, aunque sin saber si la conversación seguía siendo la misma desde que me ensimismé–. Y sobre la bomba alquímica, yo diría que quizás no es tan cara como parece –le comenté a Corlys–. Te sorprenderías de las cosas que hasta un niño puede conseguir en el mercado a un bajo precio. Sin mencionar las cosas que directamente aparecen en nuestros bolsillos por la barba divina de El Bebé Barbudo. Si hasta tú podrías hacer cosas interesantes de herrería y arcanos, si no rechazaras oportunidades valiosas por miedo al éxito.
Tras un intercambio de palabras irrelevantes, al fin alguien hizo la pregunta que debía guiar nuestros caminos terminado el torneo: ¿cuándo era la cena? Por desgracia, aunque no tan desgracia como una futura fiesta de mariposas, o quizás pasada, que es difícil saber el orden de las cosas… Bueno, lo que quería decir es que la infeliz de voz amarilla pospuso aquella cuestión tan importante para anteponer el tema de quién ganó el torneo, como si alguien pudiera considerarse ganador habiendo participado en ello. Al final se concluyó lo contrario, que todos éramos ganadores, lo cual me pareció una valoración errada considerando que el sapo, cuya ubicación era en aquel momento desconocida, merecía estar en mejor categoría que el resto.
–Bueno, entonces ahora sí, a comer –insté, pero, para mi desdicha, continuaron hablando de temas ajenos a la satisfacción del estómago.
Exhalé, aburrido, esperando que terminaran, hasta que una inesperada confesión gatilló mi sensible espíritu mata imbéciles. «¿Y a nadie le importa que sea él mismo quien ordenó la bomba que pudo matarnos a todos excepto a mí porque soy demasiado exitoso para ser sorprendido por algo tan ridículo?», me pregunté, incrédulo e indignado por la despreocupación de todos. «Estoy empezando sospechar que, quizás, tal vez, es probable que existe la pequeña y remota posibilidad de que estas personas no estén totalmente muy bien de la cabeza», cavilé, mirándolos a uno por uno con mis ojos entornados.
Entonces volvió el tema de la comida y me olvidé de aquello por el momento.
–Por supuesto que iremos también –contesté, como si fuese de lo más obvio, a quien exhibió alto grado de ignorancia al dudar de mi deseo de comer–. Poder generar mi propia comida del sabor que yo quiera sin costo alguno no es excusa para rechazar una invitación de probar… la comida de extraños de dudosa estabilidad mental –expliqué, bajando la voz en la última parte para no desencadenar la furia de nadie–. Y así aprovecho la ocasión para hablarte de más leyendas –añadí esbozando una media sonrisa, volviendo mi vista hacia el vampiro–. ¿Alguna vez escuchaste del terrible vampiro llamado El Conde Nácula, el secuestrador de nalgas?
Un poco después, aún sin llegar al dichoso lugar donde probaríamos las recetas de Chichi, tuve que atender un asunto urgente que impediría mi disfrute si lo posponía.
–Lo siento, chicos, necesito retirarme un momento –fue lo que dije–. Sigan sin mí, luego los alcanzo.
Sin dar más explicaciones, me dirigí a un callejón que tenía entonces al lado. En la privacidad, me dispuse a hacer lo que requería de mi atención inmediata: vaciar la vejiga. Hecho eso, retrocedí unos cuantos pasos e hice estallar el líquido. No había necesidad, solo pensé que sería divertido. Pensé para la siguiente ocasión probar si podía dejarlo salir sin disponer de mi gansito, sino solo haciéndome intangible.
De pronto alguien me colocó una capucha que me privó de la luz.
–¡Necesito tu cabello!
Aquello fue lo último que escuché antes de caer en la inconsciencia. Cuando pude despertar, desorientado y con mi garganta ardiendo, estaba recostado en uno de los oscuros pasillos de las Catacumbas de Lunargenta. Llevé una mano a mi cabeza y noté la ausencia de mi cabellera.
Suspiré sin ánimo para enojarme por lo sucedido.
–Maldición, aquí vamos de nuevo –murmuré con la voz ronca. Y me dispuse a visitar a algún cirujano barbero que pudiera restaurarme el cabello. Luego volvería a casa. La tarea de compartir conocimientos de herrería ya había tomado más tiempo y sacrificios de los que valía la pena.
–Es verdad, no podía ser de otro modo –asentí, aunque sin saber si la conversación seguía siendo la misma desde que me ensimismé–. Y sobre la bomba alquímica, yo diría que quizás no es tan cara como parece –le comenté a Corlys–. Te sorprenderías de las cosas que hasta un niño puede conseguir en el mercado a un bajo precio. Sin mencionar las cosas que directamente aparecen en nuestros bolsillos por la barba divina de El Bebé Barbudo. Si hasta tú podrías hacer cosas interesantes de herrería y arcanos, si no rechazaras oportunidades valiosas por miedo al éxito.
Tras un intercambio de palabras irrelevantes, al fin alguien hizo la pregunta que debía guiar nuestros caminos terminado el torneo: ¿cuándo era la cena? Por desgracia, aunque no tan desgracia como una futura fiesta de mariposas, o quizás pasada, que es difícil saber el orden de las cosas… Bueno, lo que quería decir es que la infeliz de voz amarilla pospuso aquella cuestión tan importante para anteponer el tema de quién ganó el torneo, como si alguien pudiera considerarse ganador habiendo participado en ello. Al final se concluyó lo contrario, que todos éramos ganadores, lo cual me pareció una valoración errada considerando que el sapo, cuya ubicación era en aquel momento desconocida, merecía estar en mejor categoría que el resto.
–Bueno, entonces ahora sí, a comer –insté, pero, para mi desdicha, continuaron hablando de temas ajenos a la satisfacción del estómago.
Exhalé, aburrido, esperando que terminaran, hasta que una inesperada confesión gatilló mi sensible espíritu mata imbéciles. «¿Y a nadie le importa que sea él mismo quien ordenó la bomba que pudo matarnos a todos excepto a mí porque soy demasiado exitoso para ser sorprendido por algo tan ridículo?», me pregunté, incrédulo e indignado por la despreocupación de todos. «Estoy empezando sospechar que, quizás, tal vez, es probable que existe la pequeña y remota posibilidad de que estas personas no estén totalmente muy bien de la cabeza», cavilé, mirándolos a uno por uno con mis ojos entornados.
Entonces volvió el tema de la comida y me olvidé de aquello por el momento.
–Por supuesto que iremos también –contesté, como si fuese de lo más obvio, a quien exhibió alto grado de ignorancia al dudar de mi deseo de comer–. Poder generar mi propia comida del sabor que yo quiera sin costo alguno no es excusa para rechazar una invitación de probar… la comida de extraños de dudosa estabilidad mental –expliqué, bajando la voz en la última parte para no desencadenar la furia de nadie–. Y así aprovecho la ocasión para hablarte de más leyendas –añadí esbozando una media sonrisa, volviendo mi vista hacia el vampiro–. ¿Alguna vez escuchaste del terrible vampiro llamado El Conde Nácula, el secuestrador de nalgas?
Un poco después, aún sin llegar al dichoso lugar donde probaríamos las recetas de Chichi, tuve que atender un asunto urgente que impediría mi disfrute si lo posponía.
–Lo siento, chicos, necesito retirarme un momento –fue lo que dije–. Sigan sin mí, luego los alcanzo.
Sin dar más explicaciones, me dirigí a un callejón que tenía entonces al lado. En la privacidad, me dispuse a hacer lo que requería de mi atención inmediata: vaciar la vejiga. Hecho eso, retrocedí unos cuantos pasos e hice estallar el líquido. No había necesidad, solo pensé que sería divertido. Pensé para la siguiente ocasión probar si podía dejarlo salir sin disponer de mi gansito, sino solo haciéndome intangible.
De pronto alguien me colocó una capucha que me privó de la luz.
–¡Necesito tu cabello!
Aquello fue lo último que escuché antes de caer en la inconsciencia. Cuando pude despertar, desorientado y con mi garganta ardiendo, estaba recostado en uno de los oscuros pasillos de las Catacumbas de Lunargenta. Llevé una mano a mi cabeza y noté la ausencia de mi cabellera.
Suspiré sin ánimo para enojarme por lo sucedido.
–Maldición, aquí vamos de nuevo –murmuré con la voz ronca. Y me dispuse a visitar a algún cirujano barbero que pudiera restaurarme el cabello. Luego volvería a casa. La tarea de compartir conocimientos de herrería ya había tomado más tiempo y sacrificios de los que valía la pena.
Rauko
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Re: El Gran Torneo {Privado}
Tras el aparente consenso en que Vincent era del oso y no al revés, aunque el propio Vincent parecía tener sus discrepancias, y zanjar que el posible Vin desaparecido no era problema de nadie, llegó el momento de las explicaciones sobre las bombas alquímicas. Y cada vez todo tenía menos sentido, porque al parecer se había puesto una bomba a si mismo para hundir el antro inmundo ese como gran final. Que era una locura, aunque quizás algo menos ahora que Rauko había aclarado que no eran tan caras.
- Bueno, entonces mantengo lo de que tienes un enemigo sin ningún tipo de criterio, y al parecer no necesita ser rico, y ese pirado eres tú. No se como pretendes mantener un concurso si te decidas a poner explosivos para terminarlos sin avisar a nadie. En fin... Que más da, supongo...
No se porque intentaba discutir con ese intento de artista, si cada cosa que hacía solo mostraba que no regía demasiado. Y si fuese un tipo con un mínimo de inteligencia, yo también habría aprovechado para huir, pero estaba visto que no lo era, y cuando nos ofrecieron ir a comer opté por seguirles, a pesar de que ni siquiera iba a poder comerlo y me parecía que eran todos un peligro.
Al menos podría decir que por el camino Rauko me fue contando extrañas historias, que no me creería si no fuera porque esta noche ya había dejado claro que todo podía pasar, menos probablemente tener un día medio normal si estabas junto a Rauko o Vincent. Aunque antes de llegar, el elfo se ausentó un momento a atender unos asuntos. Pasado un rato, Rauko seguía sin volver, y yo empezaba a sospechar que no estaba tan loco y había decidido huir de esta gente, y probablemente en ese momento es que tuve mi única idea buena en toda la noche, imitarle y huir como una rata, o como un murciélago, que igual me pegaba más siendo un vampiro.
- Bueno, Vincent, Iorek, que disfrutéis de la comida. Yo voy a ver si encuentro donde se ha metido tu amigo, que total, no es como si fuera a poder comer nada.- Aunque quizás sería mejor que no pudieran ellos tampoco, porque visto el lamentable espectáculo, no tenía mucha fe en la capacidad de crear nada de esa familia.- Ya estaremos. Que disfrutéis con estos locos, o al menos que no os torturen mucho.
Y tras decirles eso y darles una palmada en la espalda a brujo y oso, me alejé en dirección contraria. Y para no mentirles tan descaradamente, fui realmente a revisar algunos callejones a ver si encontraba al elfo. Aunque tras no tener éxito en los primeros, supuse que se habría marchado sutilmente y me dirigí hacia las afueras para ver si lograba encontrar una oveja o algo para cenar yo también.
- Bueno, entonces mantengo lo de que tienes un enemigo sin ningún tipo de criterio, y al parecer no necesita ser rico, y ese pirado eres tú. No se como pretendes mantener un concurso si te decidas a poner explosivos para terminarlos sin avisar a nadie. En fin... Que más da, supongo...
No se porque intentaba discutir con ese intento de artista, si cada cosa que hacía solo mostraba que no regía demasiado. Y si fuese un tipo con un mínimo de inteligencia, yo también habría aprovechado para huir, pero estaba visto que no lo era, y cuando nos ofrecieron ir a comer opté por seguirles, a pesar de que ni siquiera iba a poder comerlo y me parecía que eran todos un peligro.
Al menos podría decir que por el camino Rauko me fue contando extrañas historias, que no me creería si no fuera porque esta noche ya había dejado claro que todo podía pasar, menos probablemente tener un día medio normal si estabas junto a Rauko o Vincent. Aunque antes de llegar, el elfo se ausentó un momento a atender unos asuntos. Pasado un rato, Rauko seguía sin volver, y yo empezaba a sospechar que no estaba tan loco y había decidido huir de esta gente, y probablemente en ese momento es que tuve mi única idea buena en toda la noche, imitarle y huir como una rata, o como un murciélago, que igual me pegaba más siendo un vampiro.
- Bueno, Vincent, Iorek, que disfrutéis de la comida. Yo voy a ver si encuentro donde se ha metido tu amigo, que total, no es como si fuera a poder comer nada.- Aunque quizás sería mejor que no pudieran ellos tampoco, porque visto el lamentable espectáculo, no tenía mucha fe en la capacidad de crear nada de esa familia.- Ya estaremos. Que disfrutéis con estos locos, o al menos que no os torturen mucho.
Y tras decirles eso y darles una palmada en la espalda a brujo y oso, me alejé en dirección contraria. Y para no mentirles tan descaradamente, fui realmente a revisar algunos callejones a ver si encontraba al elfo. Aunque tras no tener éxito en los primeros, supuse que se habría marchado sutilmente y me dirigí hacia las afueras para ver si lograba encontrar una oveja o algo para cenar yo también.
Corlys Glokta
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