[Cerrado]Un baño de sol [Privado]

El olor a polvo y encierro dominaba la pequeña cabaña abandonada. Los aparejos y redes descuidadas y medio comidas por el tiempo, atestiguaban que alguno de sus anteriores moradores se había dedicado a la pesca. La pobreza de los muebles permitía asumir que, pese a que se hallaba en el borde del gran lago, no había sido muy exitoso en su empeño.
La casucha, que consistía de una sola habitación de reducido tamaño, tenía los restos de una silla, una desportillada mesa hecha con los restos de un barril, un camastro cuyo colchón de paja había desaparecido hace mucho, y que, Arygos, en un intento de acomodar a su compañero, había rearmado con hojarasca y un par de viejas sabanas de lino llenas de agujeros. El hogar de piedra, la parte más robusta de la habitación, crepitaba pobremente. La temporada de lluvias era fría y ellos estaban cada vez más al norte, por lo que habíanescogido contra la prudencia y encendido un fueguecillo para ahuyentar la helada.
El candor rojizo iluminaba la choza, y de alguna manera, lograba que se viera menos deprimente con sus cálidos colores, y las alargadas sombras que bailoteaban en las paredes.
Arygos se aseguró por tercera vez de que las ventanas estuvieran bien cerradas, y que ningún golpe de viento fuera a abrirlas.
—Siento no haber encontrado ninguna cueva.— Aunque más incómodas para el vampiro, las cavernas en las montañas eran más seguras. Pero, a causa del desvío para acompañar a la señora conejo, la dragona no había alcanzado la cordillera antes de que el tiempo los apurase a buscar cobijo. La choza abandonada era una verdadera bendición, pese a las quejas que pudiese tener la norteña al respecto.

Con un suspiro de resignación, Arygos dejó su petate contra la pata de la cama, y guardó en su interior el collar de cuero que, en su forma draconiana.,  se tornaba en la práctica silla de montar. Miró a su alrededor. No había espacio suficiente para transformarse.
—Mañana encontraré un sitio mejor.— Prometió. Sintiéndose confiada de alcanzar el agreste paso a Dundarak antes del próximo amanecer.

La jovencita esperó a que el vampiro se acomodara, y solo entonces se trepó al lecho. Se acurrucó contra él, como un polluelo, para compartir calor, y contuvo el impulso de doblarse sobre sí misma como si siguiera en su forma de reptil. Por suerte, su menuda figura ocupaba poco espacio. Tironeó de la capa, cubriendo bien al vampiro, sabiéndose más tolerante al frío, y cerro los ojos.
Pronto, la lenta cadencia de su respiración demostró que dormía. Los largos días de vuelo con jinete la dejaban exhausta, aunque no le gustaba demostrarlo.

El sol se coló por la ventana y baño la cabaña.
—Ary… gos.
La muchacha apretó más los parpados, y soltó un quejido, molesta por la luz. Su mano palpo el lecho, buscando algo que ya no estaba ahí. —¿Víctor?.- Murmuró, adormilada, con la voz enronquecida por el sueño que no terminaba de abandonarla.
—Arygos.
Esta vez entreabrió los parpados, y se dio la vuelta. Tras la espesa cortina de sus pestañas, la imagen borrosa del chozo la desconcertó. Se incorporó con torpeza, y se frotó la cara, buscando despertarse, pero ante si, la escena solo se volvió más confusa.
—Arygos.
Contra la ventana, que mostraba una hermosa mañana, se recortaba la silueta de un hombre de cabello largo y desarreglado. Enmarcada por la madera desvaída como si fuera una pintura. Rodeado pro cientos de pequeñas volutas de polvo que reflejaban el sol como si fueran juguetones copos de oro.
Ella sabía quien era, y al mismo tiempo, que no podía ser. Bajo esa luz extraña, nueva, que se reflejaba en su piel, tenía un aire místico, casi etéreo, como si no fuera real. La dragona se frotó el rostro de nuevo, intentando asegurarse de que aquello no era un sueño.
—¿Victor?.— La confusión se reflejaba en su voz con la misma claridad que en su rostro. Sus ojos, de un azul hielo prístino, estaban abiertos con una mezcla de incredulidad y fascinación.

Se puso en pie, y se acercó despacio, aunque los nervios le palpitaban en las palmas de las manos. Temía que un gesto brusco pudiera romper el embrujo que, por alguna razón, los había bendecido aquella mañana.
Le rodeó, con la misma delicadeza, dejando pequeñas huellas sobre el polvoriento suelo de las puntas de sus pies. Con infinita delicadeza limpió la solitaria lágrima que surcaba su mejilla izquierda.
Lo más prudente habría sido cerrar las ventanas, y seguir durmiendo. Ninguno de los dos sabían cuanto duraría aquello, o qué efectos podía tener. Pero no tenía el corazón de hacerle eso. Si los dioses decidían que había sido suficiente, ella le cubriría y lo pondría a salvo.
Le tomó de las manos, para darle valor, y lo guio hasta el exterior de la cabaña.

Aunque era temporada de lluvias, el cielo estaba despejado, y el sol se asomaba con timidez por encima de los árboles perennes, frondosos, que se mecían rítmicamente bajo el azote del viento. El aire frío de la noche había quedado atrás, para volverse una brisa fresca, que arrullaba el pasto y sacudía la superficie del lado. Las aguas brillaban con la incandescencia del amanecer. Arygos cerro los ojos un momento, y dejó que el sol ahuyentase el frío que se colaba entre sus ropas, y le erizaba la piel.
Le resultaba tan extraño ser capaz de notar los dedos de Victor entre los suyos bajo el astro rey.
Y entonces se acordó, se acordó de su ruego, y solo por si a caso, entonó una plegaria de agradecimiento. En una lengua tan antigua que incluso su abuela era incapaz de descifrar su significado, pero que había sobrevivido al tiempo pasando de padres a hijos. Un ruego que tenía nombres de cosas antiguas y poderosas, que energizaba las entrañas, incluso sin comprenderlo. En un murmullo, ese salmo antiguo fue oido por primera vez en siglos por alguien que no era un dragón.

Encerrada entre sus brazos, la joven dragona disfrutó la extraña sensación de calidez de sol que emitían los oscuros ropajes de su compañero. Sus curiosos ojos, claros como el hielo, pero nada fríos, espiaban y se deleitaban con cada una de sus sonrisas.
—¿Qué dijiste?
—Le agradecí a los divinos por este regalo.— Contestó con sencillez, y honestidad, soltando su cuerpo cuando se separaron, pero sin dejar ir su mano.
Hacía ya algunos meses que había empezado a vivir de noche, para acompañar al vampiro, aunque este jamás se lo había pedido. El sol, pensaba, era un precio pequeño a pagar por la amistad. Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de que tanto lo extrañaba. Una punzada de compasión le contrajo las entrañas, solo de atisbar con las puntas de los dedos la añoranza que debía sentir el víctor por una sensación como aquella, que casi todos los mortales daban por sentado.
—Definitivamente, será un día muy especial. Y no podría pensar en nadie más para compartir este raro día, que contigo.— Ella le devolvió su sonrisa.
—Si te sientes mal, avísame.-Advirtió, con tono tranquilizador, y le dio un pequeño coscorrón en el brazo, para hacerle entender que ella, como siempre, cubriría sus espaldas. Literalmente si era necesario.

—Sabes qué… hagamos algo divertido,,, Divertido y loco— La picaresca sonrisa del vampiro le arranco un resuello divertido a la muchacha. Una escamosa cola de dragón emergió por el borde del vestido, y sacudió la tierra, juguetona. -¿Qué tal un baño?— Ella encaró una ceja.-Una carrera, hasta el lago, a la cuenta de tres— Bio respondió a la duda que se había pintado en su rostro, casi de inmediato.
La dragoncilla se pseudo agazapó, se apoyó en las puntas de los pies, golpeando el suelo con la cola, preparada para impulsarse. — Uno...— Espió de soslayo al vampiro, pues sabía que no siempre jugaba limpio, esperando que en cualquier momento, antes de que llegase al final de la cuenta, se quisiera a correr.—¡Tres!— La sorprendió  con otra treta, diferente a la que esperaba.
Arygos perdió un segundo recuperándose de la perplejidad del salto, mientras su compañero empezaba a correr a toda velocidad.

La joven peliblanca se lanzó en la persecución del vampiro, sosteniéndose los faldones del vestido con las manos. El cabello desordenado volaba tras de sí como una esponjosa estela de nubes.
—¡El último en llegar es una rana calva!— Voló una camisa negra, aterrizando en el pasto, cerca de la doncella. Sin pensárselo dos veces, la muchacha lanzó por los aires su vestido en la misma dirección. No fue suficiente.

Víctor desapareció bajo la superficie del lago, sacudiendo las lentejuelas que cubrían la orilla. Arygos, no se detuvo, siguió corriendo, con la cola, mantuvo el equilibrio sobre el inestable muelle, que amenazaba en despedazarse debajo de sus livianas pisadas, se impulsó de puntillas sobre el borde, y cortó las aguas. Su cuerpo apenas sacudió el lago cuando se internó en el mismo.

Dentro del Heimdal, mucho más ágil, serpenteó en la oscuridad que proyectaban las plantas acuáticas. Apoyó las manos sobre el légamo blando que recubría el suelo, ahuyentando serpientes y panecillos, para darse impulso. En un par de brazadas, se topó con las piernas de su compañero, las rodeó y le dio un mordisco pequeño en la pantorrilla en venganza por su treta. Como una ardilla en un árbol, trepó por su espalda hasta que finalmente emergió del agua, tomando una gran bocanada de aire, y le rodeó el cuello con los brazos, asomándose por encima de su hombro.
—Eres un tramposo.— Le acusó, sin el menor rastro de ofensa en la voz. —Pero ahora estás en el agua— Sonrió divertida, pues ese era su terreno. Mientras hablaba, enrolló la escamosa cola entre las piernas del vampiro, y pegó un tirón, para hacerle caer hacia adelante, y, con la misma facilidad que se le había enrollado alrededor, y rodeado con su cuerpo, le soltó y nado lejos, desafiándole a devolverle la ahogadilla con el gesto.

El agua se deslizaba sobre su piel, se abría ante sus brazadas gentilmente, y acompañaba con suaves ondulaciones el impulso de su nado.  Grisácea por la humedad, la espesa melena de la dragona se abría en abanico como una estela sobre las aguas iridiscentes del lago. La luz del sol se colaba trazando sinuosas líneas doradas que bailaban sobre su cuerpo desnudo.
Una risilla suave escapó de entre los dientes de la muchacha, expuestos en una sonrisa traviesa, mientras se escurría de su perseguidor serpenteando entre las brillantes truchas plateadas, y las trenzas verdes que ascendían desde el lecho del Heimdal, acariciándole las piernas.
Sabiéndose en su elemento, se detenía y avanzaba para darle la ilusión de que podía atraparla. Sus jugarretas no dudaron mucho, pues el vampiro volvió pronto a las andanas.
—¡Ay! Mi pierna, algo me atrapó— Grito alarmado antes de desaparecer en las profundidades del lago.
Arygos se sumergió y nado hacia el tan rápido como le permitía el cuerpo.

Pese a que conocía al vampiro, pese a que acababa de hacer alarde de ser un tramposo, pese a que no era la primera vez que recurría a esa misma treta, la dragona no dudó ni un instante, y cayó irremediablemente en su trampa.

Cuando puedo atisbar bajo el agua que nada retenía a su amigo, ya era muy tarde para darse la vuelta. Víctor la agarro con firmeza, y aunque se revolvió, no pudo soltarse. Pero en vez de darse por vencida, cambio de estrategia, entreabrió los dientes, dejando que la boca se le llenase de agua. Para que él no pudiera evitar su retribución, le rodeó el cuello con los brazos, y una vez ambos emergieron, le soltó el chorrito en la cara. Imitando pintorescamente su predilecto ataque en forma dracónica.

—Mentiroso.— Chasqueó los dientes, retándolo, pero sin hallarse realmente irritada, y, un poco en venganza, dejó todo su peso, mermado por el agua, a merced del vampiro. Apoyó la mejilla sobre su hombro.  En contraste con el agua, aún fría tras una noche entera bajo el amparo del viento y la luna, el contacto con la piel le resultaba cálido y agradable.— La próxima vez si te llenare de babas.— Rezongo sin pensárselo, porque realmente no se le ocurría como hacer acopio de tanta baba como para soltarle un chorro.

Aunque quería vengarse, nada le venía a la mente, y en vez de eso, mientras el sol besaba sus hombros, y los pájaros se amanecían, empezando a llenar el bosque con su canción, entornó los ojos y se permitió disfrutar de la calma.
—Parece mentira que podamos disfrutar de esto.-Su voz escapó en un susurro. Temiendo invocar el mal tiempo. Pero, ¿Cuándo habían tenido ellos tanta paz? Entorno los ojos, para que el sol, que ya se veía completo sobre el bosque, no la cegase, y aparto perezosamente el cabello negro de las sienes del Vampiro.— ¿Lo recuerdas? ¿La última vez que viste el sol?.— La voz de la joven, en un plácido y cómplice susurro, por fin se atrevió a formular una de esas muchas preguntas que guardaba con celo, por temor a herir fatalmente a quien le era preciado.

Temerosa de haber revuelto algo doloroso de su pasado, Arygos lo espió tímidamente por el rabillo del ojo, pero la humedad que perlaba su piel no era otra que la del agua. Un breve suspiro de alivio escapo de entre sus labios, secándole la piel del cuello, contra el que hundió el rostro cariñosamente.
—Sin embargo, ser un vampiro me permitió vivir lo suficiente para conocerte, y gracias a eso he tenido un sol en mi vida— La jovencilla suspiro conmovida, y le estrechó contra sí, disfrutando de las caricias sobre el pelo, inclinando hacia su mano la cabeza en un gesto inconsciente. Las palabras no eran lo suyo, y le resultaban totalmente insuficiente como para expresar el aprecio y confianza que le tenía. —Estar contigo siempre me hace sentir cálido y bañado de luz… de luz y de babas .
La última parte le arrancó un resoplido. Alzo la cabeza y se separó lo suficiente como para quedar frente a él. —Y tú ¿Cuándo fue la última vez que te bañaste con algún no-dragón?— Casi rozando la nariz con la propia, se alzó sobre sus hombros con las manos, pegándole un lametón desde la base de la mandíbula hasta el pómulo.— ¡Ahora podrás llamarme babitas con razon!.-Sentenció satisfecha, conteniendo una sonrisa traviesa.

Contenta con su venganza, volvió a sumergir el torso en el agua hasta la clavícula, y a pasarle los brazos por detrás del cuello.
—Eres el único no-dragón con el que me he bañado.— Contestó por fin.— Suelo hacerlo en forma de dragón, y entonces me voy lejos, y aprovechó para comer.— Los ríos y lagos del sur estaban mucho más llenos de pescados que los del norte, por lo que le resultaba sumamente sencillo alimentarse de aquella forma.— Y las veces que estoy con otros humanoides, pues espero, o me voy por mi cuenta.-Alzó el mentón ligeramente, con el orgullo de quien tiene bien aprendida una lección.— Ya sé que no tengo que dejarme ver desnuda por extraños.— Categoría en la que evidentemente no entraba el vampiro. Que este no le dedicaba la misma deferencia no era algo que se le escapase, pero no pensaba echarle en cara la confianza o el nivel de intimidad que se sentía cómodo compartiendo.

—Tampoco es algo que busquen. Antes si, algún sujeto raro me había pedido cosas similares, pero ahora es cuestión de enseñarles la cicatriz y dejan de mirarme con hambre.— Pese lo acertado del término, resultaba evidente en el tono de la dragona, que la intencionalidad de esos sujetos siempre había escapado a su comprensión. De más chiquilla había sentido una gran curiosidad por comprenderles, pero con los años, se había resignado y había pasado a otros temas. Mientras hablaba, ilustró sus palabras, separando fugazmente la diestra con la que se asía al vampiro para descubrirse el cuello. Sobre su pequeño y delgado hombro, la vieja cicatriz de quemadura arrugaba la carne como la pálida corteza de un árbol viejo. En los surcos y sus formas, podía intuirse donde habían estado las ampollas. —Eso siempre me ha hecho gracia, tú eres el único para el que soy comida, y también el que nunca me ha mirado con hambre.

Arygos fijo la mirada sobre los oscuros ojos del vampiro, como si ellos contuviesen las respuestas a las preguntas que hacía y las que no, y pudiera sacarlas solo con buscar con atención en el silencio. Pero la curiosidad, como siempre, terminaba siendo más fuerte, y, aunque la apacible situación impedía que la abordase esa sobre excitación habitual que desembocaba en un asedio de preguntas encadenadas, estas, terminaban saliendo más espaciadamente.
—¿Y tú? ¿Te sueles ir a bañar con otros?.— La peliblanca no podía dejar de preguntarse quienes más gozarían de tal confianza, o si habría alguien a quien obsequiase con una mayor que a ella. Eso último le erizó la piel de la nuca con un desagrado incierto.

—Es gracioso que te miren con hambre, cuando sería más fácil que seas tú quien se los coma— Arygos esbozó una sonrisa, dejando que se le vieran los dientes, y los colmillos le crecieron y se afilaron. Si no hubiera sido por la cola, habría podido confundirse con un vampiro.
—No eres comida eh. Eres mi amiga.
— Un poco sí, pero no pasa nada. Sabes que me gusta.— Se encogió de hombros la muchacha, sin darle menor importancia. Para barrer la incomodidad que su comentario pudiese haber suscitado, froto su frente contra la de él cariñosamente, intentando reforzar su mensaje.

El incómodo cosquilleo en la nuca desapareció al tiempo que lo hacían las dudas. Ella quiso convencerse de que era por la seguridad que ello le representaba, y aquel era también el enfoque de la respuesta que le habían dado.
Cuando habló de la paranoia, la jovencilla se sumergió hasta la nariz, de modo que solo la mitad de su rostro quedara fuera del agua, como un cocodrilo que acecha a su presa, pero su pantomima se vio interrumpida por un montón de burbujas, cuando el cadente ritmo de una risa emergió por sus narinas ante la bromilla de la sirena. La imagen de un pez gigante con piernas persiguiendo al vampiro por la orilla mientras boqueaba y se sacudía resultaba tan hilarante que se vio en la obligación de hacer emerger del todo la testa para no atragantarse con el agua del lago.
—No te preocupes, si aparece una sirena le morderé las piernas para que no te alcance.— Bromeó la muchacha, aunque el mensaje de fondo era totalmente serio. Si algo se atrevía a amenazar al vampiro, no duraría mucho vivo en su presencia.

—¿Te sientes mejor en el agua o en el cielo?— La joven frunció en los labios, pensativa. Su expresión permitía advertir que no era algo que se hubiese parado nunca a pensar. —A mí me encantaría poder volar con mis propias alas, pero a los vampiros no nos dieron alas. Aunque quizá sea lo mejor, los de mi raza pueden ser bastante molestos, y saben convertir cualquier ventaja propia en una amenaza para otros
—Todas las razas pueden ser molestas para con los demás en el momento en el que sus intereses se oponen. —Le resto importancia la muchacha.— Los tuyos no son más malos que los de ningún otro lado. Solo reciben la culpa de la malicia de aquellos que los precedieron, y eso no es justo. Tú eres mucho más compasivo y bondadoso que yo, pero te juzgan con más dureza.— Los brazos de la muchacha se deslizaron por los hombros del vampiro hasta soltarse del abrazo, y se impulsó con ellos hacia atrás, nadando de espaldas, hasta que tuvo espacio suficiente como para dejarse flotar.
—El aire o el agua.— Musito, pensativa, entornando la mirada, mientras su cuerpo, inerte, se sacudía en un lento y ligero vaivén, sumergiéndose casi por completo, o haciendo emerger las partes más protuberantes de su geografía al ritmo de su respiración. A medio camino entre los dos elementos sobre los que meditaba.
—Diría que el aire, porque lo conozco más. El agua es como parte de mí, y lo llevo siempre conmigo, pero cuando estoy bajo el agua me falta el cielo.— Respondió tras unos segundos de silencio.— Puedo respirar bajo el agua, ¿sabes? Pero nadar es más esforzoso, en el aire uno es más libre, hay menos resistencia... Ojalá pudieras volar. Pero podemos volar juntos.-Una sonrisa se pintó lentamente en su rostro.-Quizás haya alguna forma alquímica de permitirte volar durante un tiempo. Hay fórmulas alquímicas para casi todo, solo hace falta descubrirlo.

Una sonrisa curvo los labios de la muchacha, bajo la fina capa de agua fluctuante en la que se sumergía breve pero constantemente su rostro, tenue y algo triste, que no llego a sus ojos.
—Solo te molesta porque te molesta lo que eres.-Murmuro finalmente, dejando que la compleja dualidad de sus emociones tiñera sus palabras.— Porque te tienes miedo. Yo no te tengo miedo.
En la inmovilidad de su flotación, los habitantes del lago se habían ido haciendo a su presencia. Incluso con los ojos cerrados, podía sentir la corriente que despertaban con su nado bajo su espalda, o la tenue brisa del aleteo de una libélula aventurera que se le posó sobre la nariz, que siempre permanecía fuera del agua. Cuando volvió a hablar, el colorido insecto se alejó asustado.
—Si sabes hacer esa pócima quizás podíamos usarlo algún día. Hay tantas cosas bajo el agua interesantes para explorar.— Pero era difícil encontrar con quien hacerlo. Quizás por eso también prefería el aire, porque este podía compartirlo, primero con sus hermanos, y ahora con Bio, mientras que no todos los suyos eran capaces de subsistir en las profundidades como ella.
—En las islas hay buenos alquimistas, y lugares curiosos que explorar.— Se sonrió, esta vez con genuino gusto, ante la expectativa de tener planes tras los planes, de asegurarse cierta permanencia en su compañía.

Un pez pasó cerca de ella, demasiado cerca. Con el impulso de la costumbre, la dragona se giró sobre sí misma, y cerro las mandíbulas bajo el agua, demasiado lenta, demasiado corta, demasiado humana. El pececillo se escapó nadando con facilidad, y la muchacha soltó una columna de burbujas al resoplar por las narinas.
Sumergida, buceo hacia su compañero, serpenteó a su alrededor, y volvió a emerger ante el mismo, asiéndose a su cuello como antes. Quizás no tenía la agilidad en el agua de un dragón, ni la fuerza o la velocidad de uno, pero había cierta comodidad a la hora de interactuar con Víctor que equilibraban la balanza.
—Nunca he visto un castillo volar. ¿Dónde está? ¿Cómo es? ¿Cómo hacen para que vuele? ¿Tiene alas? ¿Está sobre alguna clase de ser alado?.
Una corona de lentejas de río coronaba su melena húmeda como una tiara, algunas se desprendieron y se pegaron a los hombros del vampiro cuando volvió a usarlos como almohada.
—Tienes la piel calentita pro el sol.— Musito a gusto, acurrucándose y disfrutando de esa sensación tan única e irrepetible.

Arygos cerro los ojos, disfrutando de las caricias, dejándose llevar por la voz de su compañero y los cuentos sobre árboles mágicos, castillos flotantes y nuevas aventuras. — Hmm.— Murmuró, como todo asentimiento, añadiendo mentalmente otro destino a la cada vez más larga lista de aventuras que tenían por recorrer.
—¿Sabes que la mayoría de dragones no pueden llevar jinetes?.— Musitó, con cierto orgullo, aun sin abrir los ojos.— Así que si soy muy fuerte.— soltó el aire rítmicamente por la nariz.— Aunque no tanto como para levantar la torre. Para eso tendríamos que plantar otro árbol… Pero entonces no podrías entrar sin mi ayuda, así que la torre pasaría a ser mía.— Bromeó en voz baja la muchacha.

Al notar el movimiento del vampiro, abrió un solo parpado, espiándole por el rabillo del ojo. No captó sus intenciones, hasta que notó los dedos deslizándose por su vientre. Sorprendida, cerro más los brazos con los que se sostenía en el vampiro, y le clavo los dedos, enganchándose con ellos a su espalda como si fueran garras. Una respiración ahogada abandono sus labios mientras se tensaba y abría ambos ojos. — Vict...-Se cortó a sí misma con una exhalación, confundida, a la que siguió una corta risa, fruto de las cosquillas.
La menuda figura de la muchacha se sacudió bajo las manos del vampiro, soltando cortas risillas, mientras se inclinaba hacia aquellas atenciones cuyo cosquilleo no la tensaba con la risa, pero que su cuerpo buscaba con una naturalidad desconcertante.

—Oh no...pfft... Las cosquillas son…-La muchacha le engancho con las piernas como un cepo, y aparto los brazos de su cuello, mordiéndose el labio para contener las risas.— Mi única debilidad.— Imitó el tono que siempre ponía su compañero. Con la torpeza de alguien nada acostumbrado a aquellos gestos empezó a manosearle el torso y los costados, intentando devolverle el ataque , y, creyéndose muy lista, aprovechó la ventaja táctica de tener cola que le enredo en el muslo y con cuya punta empezó a recorrerle las piernas para buscarle las cosquillas.

Disfrutando de su momento de poder y superioridad, la muchacha se resistió en abandonar su torpe intento de cosquilleo hasta que bio comenzó a apartarle el cabello del rostro. Como un gato en busca de arrumacos, ladeó la cabeza, dejando sobre la mano del vampiro parte del peso de esta. Aunque le divertía que el vampiro no pudiera zafarse de su cola, dejó de tantearle con ella, y la mantuvo enrollada en su pierna sin hacer maldades.
—Claaaro... esas cosas solo valen cuando las haces tú.— Bromeó la muchacha.— Tu también eres muy listo, por eso aprendo bien de ti.— se sonrió.— Aunque eres muy ingenuo.— suspiro largamente la muchacha, contemplándolo con afecto y afán protector.

A la dragona le seguía resultando fascinantemente extraño como un ser tan astuto y poderoso podía llegar a ser tan inocente, y era esa cualidad del vampiro la que había terminado por hacerle temer por su seguridad.
Esa cualidad la había encandilado cuando se conocieron, había hecho que dejase de temerle, que se abriese un poco más pese a los prejuicios de su raza. Pero, a medida que su propia inocencia se había perdido, y se había percatado de la maldad que habitaba en los corazones de los hombres, la de Bio había comenzado a preocuparle.

Dejando atrás esos pensamientos, Arygos se perdió en sus ojos negros, que incluso bajo el sol parecían tragarse la luz. Imitando delicada y torpemente una caricia, le paso las yemas de los dedos por el pómulo, observando su piel, algo oscura, recorriéndole las facciones hasta el borde de la mandíbula, despegando de esta un mechón húmedo y rebelde.
El negro solía asociarse con el mal, con el dragón de las sombras, con la noche, las tinieblas y los desconocidos horrores que se escondían en ella, y no pudo dejar de preguntarse si era un poco por eso, por lo que a Bio lo perseguían tanto.
Para ella, sin embargo, el negro contenía calor, era la oscura roca sobre la que la nieve se fundía primero y uno podía descansar placidamente, o todas las maravillas sin descubrir que esperaban en la noche, era las mejores presas, y sus queridas memorias. Para ella, todas las sombras de negro de Víctor eran hermosas.
Las manos de la dragona siguieron descendiendo por su piel, recorriéndole el cuello, buscando con curiosidad si podía encontrar en él las marcas del mordisco que lo habían convertido en lo que era, así como en el suyo, con algo de dedicación, uno podía aún ver las suyas.

—Porque son más efectivas cuando yo las hago— Aquello no podía negarse, siempre y cuando, claro, lograse que funcionaran. Lo cual, en su defensa, solía ser el caso. Ella le sonrió, porque tenía razón.
—No soy ingenuo, soy consciente de todo el mal que pueden hacer las personas— Esta vez, mucho menos predispuesta a ceder, soltó un corto resoplido por las narinas, pero no le interrumpió.
Su gesto se volvió más conforme a medida que siguió hablando.
—Aunque creo que en el fondo sí es un poco ingenuo.
Arygos asintió con levedad, para no detener las caricias ni apartarse de sus manos. Los arrumacos en forma humanoide eran sorprendentemente agradables, y la suavidad de la piel se podía percibir mucho mejor cuando la propia no estaba cubierta de escamas.

Cuando la conversación se tornó más sombría, la muchacha no perdió la atención ni la leve sonrisa de conformidad con la situación y el abrazo. Como de costumbre, la vida y la muerte no le resultaban más perturbadoras que la lluvia, el sol o las estrellas.
—Pero… en mi pasado, asesiné a muchas personas, algunos eran inocentes y no les di el tiempo para demostrarlo— La culpa que entrañaban sus palabras no le pasó desapercibida, y en un intento de consuelo se alzó ligeramente sobre el agua y le rozo cariñosamente la frente con la propia. —Luego, he intentado dejar atrás a ese oscuro Bio, y siento que si comienzo a asesinar personas de nuevo, ya no voy a detenerme.
La dragona sabía que sus opiniones al respecto no serían muy apreciadas. No en vano habían discutido sobre el tema varias veces, y se mordió el labio para ayudarse a ahogar sus opiniones. Sus intentos los rompió en pedacitos el propio Bio al mencionar su edad.
—Cuando tengas más de cien años, como yo, quizá veas otro modo el valor de una vida, o de una muerte.
—Yo he matado a inocentes también Víctor.— Chasqueó la lengua.— Que alguien suponga una amenaza no significa que no sea inocente. O que uno no controle del todo su fuerza, o simplemente tenga hambre. Hay cosas mucho peores que la muerte.— Una mueca fugaz surco su rostro, al recordar el terrible sino que había sufrido uno de sus hermanos, pero se obligó a apartar aquel pensamiento y centrarse en el pesar del vampiro y su terrible tendencia de autoflagelarse.
—No vas a ser ese Bio, porque eres otro Bio ahora, uno que sabe cosas y ha vivido cosas que ese Bio no tenía forma de ser. Pero huir de lo que te da miedo no es una buena solución a largo plazo. La cuestión no es si matas o no matas, la cuestión es cuando y porque.— La muchacha se inclinó y esta vez fue ella la que le tocó la punta de la nariz, pero en vez de hacerlo con el dedo lo hizo con la propia, para evitar desenrollar los brazos de su cuerpo.

—Amo tu cabello blanco. Totalmente opuesto al mío… y tu piel tan blanca que es casi transparente— Una son risilla divertida se pintó en los labios de la muchacha al escuchar la observación sobre su cabello. A ella nunca le había parecido especial, porque toda su familia lo tenía. — A mí me gusta el tuyo, y tus ojos , es como si se tragaran el sol.-Se sonrió, peinándolo para atrás.
—Nadie pensaría que eres tan fuerte y amenazante— Bajo las manos del vampiro, y ante su presión, la piel enrojeció de inmediato, aunque con el agua fresca las marcas habrían desaparecido en apenas unos minutos. Los párpados de Arygos sé semi entornaron, disfrutando de la ligera presión sobre su cuerpo, y se acurrucó contra el pecho de Víctor en señal de agrado, mientras seguía su expedición en busca de cicatrices. — Tienes que ver a la abuela, ella es tan pequeñita y frágil en forma humana, y como un dragón puede fagocitarse una vaca mediana como si fuera una serpiente.— La piel erizada bajo los dedos le arrancó una risilla entretenida, y le hizo pasar los dedos por el mismo sitio, intentando encontrar el punto que había provocado escalofríos en su compañero, divertida de poder generar cualquier cosa con algo tan pequeño como el tacto de sus dedos.

—No vas a encontrar nada. No tengo marcas, ni cicatrices, ni vestigios de alguna batalla pasada— Arygos dio un pequeño salto, apoyando el pecho sobre el hombro de Bio para poder verle de atrás y observarle la nuca, cuando este se levantó el pelo, corroborando que, efectivamente, no había un solo rasguño sobre su piel. Las preguntas que aquella pulcritud le suscitaron fueron respondidas antes de que pudiese pronunciarlas. -Mi piel ha sido restaurada y fortalecida durante años, con leche de gallina calva— Arygos se deslizó hacia atrás, volviendo a sumergirse hasta la clavícula, y le miró con reproche al escuchar “gallina calva”.
—En mis tiempos de vampiro malvado, solía tener misiones que requerían más inteligencia y subterfugios que fuerza bruta, esto requería también una apariencia pulcra e inofensiva, elegante y refinado, sin vestigios de violencia alguna. Hay sanadores muy buenos en Aerandir, que pueden desaparecer cicatrices de cualquier tipo sin hacer muchas preguntas. Quizá puedan hacer algo con esa zona.
Los prístinos ojos de la dragona siguieron la mirada negra del vampiro hasta la quemadura de su propio hombro.— No, me gusta donde está, porque es parte de mi historia. Además, aleja a los señores siniestros.— Una punzada de preocupación la recorrió por dentro, y espiando a su compañero por el rabillo del ojo se cubrió la marca con el pelo, temiendo percibir mal escondida la misma mueca de asco que festejaba en la chusma de las ciudades en un rostro querido.

El tacto sobre su mano la distrajo. Obediente, dejo que condujera sus dedos hasta ese punto que solo él sabía, y que no mostraba rastro alguno de haber recibido laceraciones. Curiosa, presionó un poco, buscando encontrar bajo la piel esa dureza típica de las cicatrices que podía notar en las suyas, sin éxito.
—¿Te acuerdas como fue? Quiero decir… La sensación.— Con el recelo que Víctor mostraba hacia muchas cosas, una peligrosa nueva pregunta empezó a dar vueltas en la mente de la peliblanca.— ¿Son iguales las mordidas de todos los vampiros?

—Eso sigue asumiendo que hago algo mal.— Replico la muchacha, en claro desacuerdo.— Mal te van a hacer a ti si sigues siendo tan blandito.— suspiro largamente, y le pinchó en la mejilla con el dedo, donde le parecía más tierno.
En ese instante la dragona se reafirmó en sus intenciones de seguir cazando a cualquier maleante que le buscara muerte a Víctor. Pequeño dato que prefería no compartirle para no azuzar su inconveniente y persistente sentimiento de culpa.
—Alguien debería prohibirte poner apodos, incluso a ti mismo… Quizás debería ponerte yo uno. Seguro que no sería Bio, ni ninguna otra especie.-Su tono, algo burlón, pretendía meterse con él jocosamente.

La siniestra declaración de intenciones del vampiro fue recibida con infinita ternura. Arygos se sacudió suavemente entre sus brazos, frotándose contra él, en un gesto, como era habitual, más propio de las bestias que de los hombros, pero que expresaba gran cariño. —Me aseguraré de que no tengas que hacerlo. Me encargaré de lo que haga falta para que puedas dormir tranquilo por las noches.— Prometió en un susurro cariñoso y firme, dispuesta a evitar las cargas de consciencia que pudiera acarrearle tener sangre en sus manos.

La dragona volvió a reír al pensar en su abuela mostrando sus capacidades para comer ganado al vampiro para entretenerlo. No le cabía ninguna duda de que si había problemas no serían por parte de ella.
—Mi familia no suele ser agresiva.— Prometió. Aunque la historia reciente no parecía querer apoyar su afirmación. Dudo, un segundo, pero no gustaba de ocultarle cosas, y era posible que estando en el norte alguno de sus hermanos lo mencionase.
—Le quitaron el ojo a alguien.— Musitó finalmente.— No porque si, claro. Hace unos años, cuando fui por mi cuenta a las islas, vino uno de mis hermanos a buscarme. A ellos no les hace mucha gracia mi “peregrinaje”.— La palabra sonaba algo rara en su boca. La mayoría de peregrinajes solían durar mucho menos que el suyo, y más de una vez se lo habían echado en cara.— Soy la única hembra joven, y mis hermanos se impacientan, así que Eranikus fue a buscarme. Lo llevaron bastante mal el primer año.  A klingue le pareció mal. El mercenario ese, ya te habré hablado de él.— Mientras hablaba, se entretenía enrollando los dedos en el sedoso cabello negro, enredando las puntas de los dedos en las raíces del mismo, en su nuca, disfrutando de su tacto.— Klingue no entendió la forma que tenemos nosotros de discutir y le sacó un ojo. Eranikus nunca va a poder volar igual, ya no percibe bien las distancias.-la voz se le quebró durante un segundo, conmovida por la terrible realidad de un dragón incapaz de surcar los cielos.— Klingue vino al norte buscando mi perdón, y se sometió al juicio de mi familia. Si no hubiese habido ningún tipo de provocación jamás lo habrían lastimado. A ti te van a adorar.-Afirmo con convencimiento menguante lo último. La presencia del vampiro suscitaría opiniones encontradas entre los numerosos miembros del clan Valnor.

Claros y azules como la superficie escarchada de un lago, los ojos de la muchacha se zambulleron en la negra mirada de Víctor, buscando en sus profundidades un término que le resultase apropiado para el vampiro. El común pronto le resulto limitante, muy literal, poco poético para su gusto. Sus pensamientos empezaron a divagar en su lengua madre, hasta que una vieja poesía que le gustaba a su madre le vino en la mente.  Ella y su familia hablaban, claro está, un dialecto bastante antiguo del dracónico, pero la raíz de muchas palabras seguían siendo las mismas.
—Sevok.— Murmuró convencida del nombre de la noche más pura.—  La oscuridad insondable de una noche sin luna ni estrellas, de esas que te absorben, que hacen que mirar al cielo sea como ver las profundidades de un acantilado. Es un término muy bonito que no existe en común. En común la noche es solo noche, pero en dracónico hay términos para los diferentes tipos de noche.-Se explicó tranquilamente.— Esa es una noche que podría ser muchas cosas, que confunde, pero tiene una belleza que no suele apreciarse, porque la gente solo suele ver los peligros que entraña o que le imaginan. — Nuha Sevok.— Se sonrió, contenta con el apodo que le había puesto.

Arygos sintió como se relajaban los músculos de su cuerpo bajo el tono bromista que le quitaba hierro a la peligrosidad de su familia.— A mi también me gusta mi peregrinaje. Sobre todo por eso.— Se sonrió.— Y aún nos quedan muchas cosas por hacer, así que si quieren crías tendrán que esperar a que terminemos nuestra lista. O a que mis hermanas crezcan.— Aunque difícilmente se lo diría a ellos en voz alta, tenía grandes esperanzas en que se contentaran con lo segundo.

—Siempre te ves bonito.— De la manera en la que los humanoides lo hacían. Aclaración que no consideró necesaria hacer en voz alta.-Y vas a tener que comer mucho si te quieres poner gordito para cuando lleguemos. Quedan pocos días de viaje.— Para dar más énfasis a sus palabras, la diestra de la joven se deslizó hacia el vientre del vampiro intentando engancharle las chichillas entre el índice y el pulgar, poniendo en evidencia la forma física de mismo. Que ya aclarara su dueño en su post, que para algo es su personaje y suficiente ratillo lleva ya sin camiseta como para que me describa que está manoseando Arygos. (?)

—Un oso.— Contestó sin dudar y casi al instante.-No de un bocado, pero sí un oso entero. El problema de comer cosas de un bocado es que luego tienes que regurgitar los huesos, el pelo, los cuernos, o cualquiera de esas cosas. Además, algunas son tan grandes que la única forma es desencajar las mandíbulas. No todos podemos hacerlo.Yo me comí una vez un león marino de un saque. No uno  supergrande, claro. Después me sentía tan pesada que me tuve que tirar a dormir allí mismo. Cuando desperté se me atascó uno de los colmillos al intentar escupirlo, y uno de mis hermanitos tuvo que meter su cabeza dentro de mi boca para  tironear. ¡Me dejó una cicatriz dentro de la garganta, en forma de dragón se puede ver! Claro que para eso tendrías que meter tu cabeza dentro de mi boca y mirar algo al fondo. — No habiendo deglutido un animal grande enterizo en su presencia con anterioridad, se preguntó si este seguiría mostrando interés de verlo, o la miraría asqueado. Quizás, pensó, con los más pequeños le dé cierta ternura.
—Mis hermanos más pequeños son realmente chicos, y si les das de comer un cochinillo se quedan tirados durante horas y puedes ver como se ponen gorditos. Podemos llevarles uno de camino si quieres, para que lo veas. O podemos hacer una partida de caza, así ves como cazamos cuando lo hacemos en manada.-El júbilo era evidente en su voz, animada ante la perspectiva de compartirle más de su mundo.