De Sangre Y Cenizas [Solitario]
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De Sangre Y Cenizas [Solitario]
Cohen portaba el debilitado cuerpo de Zana entre sus brazos. Corría en dirección a la vivienda abandonada dónde había pasado la noche anterior, a un par de kilómetros de Tempestad, en mitad del Bosque de Oro, en mitad de los numerosos ejemplares de Gultrad. Durante el otoño aquella zona estaría lleno de temporeros que acudirían al bosque para recolectar el Guld. Pero, en ese momento, el bosque estaba deshabitado y silencioso.
La vampiresa no había parado de hablar durante todo el camino. Cohen, preocupado por su estado de salud, se preguntaba si alguna vez volvería a ser quién fue.
―Entra. Descansaremos en este lugar. Amanecerá pronto.
La vampiresa se limitó a repetir aquellas frases que ya resultaban agotadoras cómo respuesta. Situación que comenzaba a resultar insoportable.
Zana se sentó en el rincón más oscuro de la estancia y temblando, repetía su perpetuo mantra, mientras al otro lado de la pared, comenzaba a amanecer.
Cohen la observaba, mientras se daba cuenta de lo hambriento que estaba. Aunque ambos se habían alimentado de los guardias del portón de Tempestad antes de huir, no había sido suficiente.
Sin conciliar el sueño, dormitó durante un breve instante. Con los primeros rayos de sol, Zana comenzó a agitarse y al mirarla, le pareció reconocer en ella a su antigua conversora.
―¿Qué es el Ojo Carmesí?
La vampiresa abrió los ojos, reaccionando a sus palabras. Llevó su boca a su muñeca derecha y la mordió con fuerza, haciendo que la sangre brotara al exterior. Manchó los dedos de su mano izquierda de sangre y comenzó a dibujar en el suelo el símbolo que semanas antes había encontrado entre sus posesiones en el jardín de los Rappaccini.
―¿Quiénes son?
―Saben quién eres. Están en todas partes. El Ojo Carmesí te vigila y ellos la tienen. La esfera púrpura.
―¿Están en Sacrestic?
―Sótano. Lugar oscuro. Tesoros y reuniones… busca las pistas, las pistas en la ciudad…
Mientras repetía un par de veces más la palabra pista, golpeó el dibujo que había realizado en el suelo de la vivienda con su sangre.
― ¿Hay pistas en la ciudad?
Zana se limitó a asentir, mientras sonreía. A medida de que la luz diurna aumentaba en el exterior y parte de ella ingresaba en la cabaña, Cohen percibía mejor los gestos de su rostro, quedando impactado por el penoso estado mental de su conversora.
―¡La Esfera! Ellos la tienen. ¡No tocar!
―¿No hay que tocar la esfera?
Zana negó con la cabeza, clavando su mirada en la suya durante unos segundos y luego, bajando la cabeza, vio como un par de lágrimas descendían por su rostro.
― ¿Tocaste tú la esfera, Zana?
―¡No tocar! ¡Ellos la tienen! ¡El Ojo!
Cohen fue uniendo las piezas a medida que el imprevisible discurso de Zana avanzaba. Si todo aquello era cierto, el vampiro creía que Zana había tocado algún objeto mágico que había conseguido dejarla en ese lamentable estado.
― ¡La esfera! ¡Mis sueños! ¡Nunca descansar! ¡Mucha luz! La esfera púrpura. Ellos. Ellos la tienen.
Zana se puso en pie con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo. Llevó sus manos a la cara de Cohen, acariciándola durante unos segundos, mirándole.
―Nunca descansar. La esfera púrpura. Nunca descansar.
Llevó ahora sus huesudas manos al cabello del hombre. Acercó su cabeza a su rostro, besando su frente. Cohen, sorprendido, ya que Zana nunca había sido cariñosa, estaba desconcertado.
La vampiresa caminó hacia la puerta de la cabaña. Un par de pasos. Lo suficiente para que Cohen pudiera comprender sus intenciones.
―Nunca… Nunca descansar. La esfera. Nunca descansar…
―¡No!
Y antes de que Cohen pudiera impedirlo, Zana corrió al exterior de la cabaña, recibiendo el contacto con el sol, por primera vez en mucho tiempo.
Su cuerpo comenzó a arder rápidamente, aunque la mujer mantenía alejándose de la cabaña, poco a poco, hasta que las llamas alcanzaron tal intensidad, que su cuerpo cayó inerte al suelo mientras se consumía por el fuego. El olor de la carne quemada ardiendo en aquel pequeño infierno, llegó hasta él.
Desolado, sin poder reaccionar, Cohen se dejó caer al suelo, mientras veía arder a su mentora. Hasta las cenizas.
La vampiresa no había parado de hablar durante todo el camino. Cohen, preocupado por su estado de salud, se preguntaba si alguna vez volvería a ser quién fue.
―Entra. Descansaremos en este lugar. Amanecerá pronto.
La vampiresa se limitó a repetir aquellas frases que ya resultaban agotadoras cómo respuesta. Situación que comenzaba a resultar insoportable.
Zana se sentó en el rincón más oscuro de la estancia y temblando, repetía su perpetuo mantra, mientras al otro lado de la pared, comenzaba a amanecer.
Cohen la observaba, mientras se daba cuenta de lo hambriento que estaba. Aunque ambos se habían alimentado de los guardias del portón de Tempestad antes de huir, no había sido suficiente.
Sin conciliar el sueño, dormitó durante un breve instante. Con los primeros rayos de sol, Zana comenzó a agitarse y al mirarla, le pareció reconocer en ella a su antigua conversora.
―¿Qué es el Ojo Carmesí?
La vampiresa abrió los ojos, reaccionando a sus palabras. Llevó su boca a su muñeca derecha y la mordió con fuerza, haciendo que la sangre brotara al exterior. Manchó los dedos de su mano izquierda de sangre y comenzó a dibujar en el suelo el símbolo que semanas antes había encontrado entre sus posesiones en el jardín de los Rappaccini.
―¿Quiénes son?
―Saben quién eres. Están en todas partes. El Ojo Carmesí te vigila y ellos la tienen. La esfera púrpura.
―¿Están en Sacrestic?
―Sótano. Lugar oscuro. Tesoros y reuniones… busca las pistas, las pistas en la ciudad…
Mientras repetía un par de veces más la palabra pista, golpeó el dibujo que había realizado en el suelo de la vivienda con su sangre.
― ¿Hay pistas en la ciudad?
Zana se limitó a asentir, mientras sonreía. A medida de que la luz diurna aumentaba en el exterior y parte de ella ingresaba en la cabaña, Cohen percibía mejor los gestos de su rostro, quedando impactado por el penoso estado mental de su conversora.
―¡La Esfera! Ellos la tienen. ¡No tocar!
―¿No hay que tocar la esfera?
Zana negó con la cabeza, clavando su mirada en la suya durante unos segundos y luego, bajando la cabeza, vio como un par de lágrimas descendían por su rostro.
― ¿Tocaste tú la esfera, Zana?
―¡No tocar! ¡Ellos la tienen! ¡El Ojo!
Cohen fue uniendo las piezas a medida que el imprevisible discurso de Zana avanzaba. Si todo aquello era cierto, el vampiro creía que Zana había tocado algún objeto mágico que había conseguido dejarla en ese lamentable estado.
― ¡La esfera! ¡Mis sueños! ¡Nunca descansar! ¡Mucha luz! La esfera púrpura. Ellos. Ellos la tienen.
Zana se puso en pie con las pocas fuerzas que le quedaban en el cuerpo. Llevó sus manos a la cara de Cohen, acariciándola durante unos segundos, mirándole.
―Nunca descansar. La esfera púrpura. Nunca descansar.
Llevó ahora sus huesudas manos al cabello del hombre. Acercó su cabeza a su rostro, besando su frente. Cohen, sorprendido, ya que Zana nunca había sido cariñosa, estaba desconcertado.
La vampiresa caminó hacia la puerta de la cabaña. Un par de pasos. Lo suficiente para que Cohen pudiera comprender sus intenciones.
―Nunca… Nunca descansar. La esfera. Nunca descansar…
―¡No!
Y antes de que Cohen pudiera impedirlo, Zana corrió al exterior de la cabaña, recibiendo el contacto con el sol, por primera vez en mucho tiempo.
Su cuerpo comenzó a arder rápidamente, aunque la mujer mantenía alejándose de la cabaña, poco a poco, hasta que las llamas alcanzaron tal intensidad, que su cuerpo cayó inerte al suelo mientras se consumía por el fuego. El olor de la carne quemada ardiendo en aquel pequeño infierno, llegó hasta él.
Desolado, sin poder reaccionar, Cohen se dejó caer al suelo, mientras veía arder a su mentora. Hasta las cenizas.
Cohen
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