Encontrando lo perdido [Privado]
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Encontrando lo perdido [Privado]
Odiaba ir en barco. Para su desgracia, la única manera de llegar a la isla era o eso o volar, y definitivamente prefería el barco. Aunque realmente nunca había volado, por lo que no podía estar segura. De lo que sí estaba segura era de que su acompañante había sido, como poco, interesante.
Ya de camino a la academia decidió dar instrucciones precisas a sus dos discípulos.
—Quedaos cerca, pero cuidad que no os vea nadie. No quiero que tengáis que dar explicaciones innecesarias. ¿Entendido? —. Ante el silencio de Ylva, la bruja frenó en seco y se giró para encararla, señalándola con el dedo—. ¿Entendido?
La niña le apartó el dedo de un manotazo y miró hacia otro lado.
—Sí, sí. Entendido.
A la mujer aún le costaba eso de acatar órdenes de una bruja, pero tampoco le quedaba otra. Además, en el fondo le gusta su actitud, así que procuraba no quejarse. Salió del camino para perderse entre los árboles que había por allí en un intento por que nadie de la isla las viera juntas. Eywas, por su parte, continuó el camino con Orvar sobre el hombro.
—Cuida de ella, procura que no se meta en líos. Y atiende a mi llamada, por si acaso. Además, deberías comer algo. Ha sido una larga travesía.
El mochuelo ululó como afirmación y saltó de su hombro, también en dirección a los árboles en busca de algún ratón al que hincarle el pico.
Era la primera vez que visitaba las islas, así que intentó aprovechar para empaparse de todo lo que la rodeaba: la vegetación era diferente, como la que había estado leyendo; los acantilados que había visto desde el barco, imponentes, y conforme más se acercaba a la ciudad, más esplendor veía. Además, sentía el éter de una manera tan intensa que se vio ciertamente abrumada.
Se cruzó con varias personas que la miraron con cierto recelo, pero nada comparado con lo que había sentido en la península. De alguna forma, y no entendía del todo por qué, se sentía en algo parecido a lo que todo el mundo llamaba hogar. Notaba esa calidez y sabía que se trataba de eso a pesar de no haber probado jamás la miel de una morada decente.
Tardó un poco más de lo que pensaba en llegar a la academia, entre otras cosas porque se paró varias veces a preguntar a los lugareños. La humedad hacía que el frío le calase hasta los huesos y el viento no ayudaba, así que se ajustó tanto la capa como la capucha en cuanto entró por la ciudad. Aún así, se dio cuenta de algunas miradas indiscretas y cuchicheos. No pudo evitar pensar en lo que le había dicho la bruja: «Eres más importante de lo que crees». ¿Hasta qué punto podía ser verdad aquella sentencia?
Apretó el paso, agobiada por los pensamientos y por las miradas. De haber sido otro momento, otro lugar, puede que hubiera encarado a dichas personas, les habría exigido explicaciones. Allí se sentía aún más desamparada que cuando se fue del pueblucho nauseabundo donde habitó los primeros años de vida.
Cuando por fin vio la academia por primera vez la vista le secó la garganta: el sol daba de lleno contra los muros del este del descomunal castillo, reflectando el color de las tejas que recubrían las puntas de las torres que, rodeadas por la vegetación, bien parecían espadas afiladas queriendo apuñalar el cielo. Se le encogió el alma ante tal afirmación y tragó saliva, sintiendo el resentimiento de la falta de líquido en su garganta por los nervios.
«No seas cobarde, en sitios peores has entrado». Intentaba convencerse a sí misma de que era una tontería ponerse así, que no era más que otro castillo, otros muros, otra cárcel. Otra de tantas. Pero en el fondo, era consciente de que no se trataba de cualquier lugar. Además, otro pensamiento la asaltó: ¿cómo narices iba a encontrar lo que buscaba en un lugar tan enorme? Hizo de tripas corazón y comenzó a pasar por el puente que conectaba con el castillo.
Pensaba que el ambiente sería lúgubre, oscuro, sucio y tenebroso, pero nada más lejos de la realidad. Aquello parecía una jaula de grillos a punto de explotar. Además, de manera literal. A cada paso que daba y cada vez que giraba por un pasillo no veía más que magos y personas de diferentes razas saltando de un lado a otro, como si danzaran. Además de encantamientos, muchos.
Intentó preguntar a varias personas por ayuda, pero estaban tan inmersos en su mundo y llevaban tanta prisa que fue imposible. Cuando por fin consiguió escapar de un pasillo en el que no había podido ver ni las piedras que cubrían el suelo, dio con alguien que parecía profesor. Este le indicó que el mejor lugar para encontrar referencias sobre la historia de las familias mágicas era la biblioteca, allí podrían tener cualquier cosa que buscara.
Se perdió durante unos veinte minutos hasta que finalmente dio con el enorme portón que tenía escrito sobre el dintel, en runas, la palabra Biblioteca. Suspiró tremendamente aliviada, pero también cansada. De verdad que no esperaba tardar tanto en aquella tarea. Lo que sí agradeció es que la puerta fuese tan pesada, porque la ayudó a mantenerse en pie cuando entró y vio la cantidad de libros que había allí dentro. Por poco se desmalla de la emoción. Aquello era su sueño hecho realidad, así que más le valía tener cuidado y no obsesionarse demasiado. Se serenó y fue directa a la mesa de madera más cercana donde vio al bibliotecario acomodando catálogos.
—Hola, me gustaría saber si tenían algún ejemplar de árboles genealógicos o de la historia de los clanes desaparecidos de magos de Aerandir.
No estaba del todo segura de cómo hacer la petición, porque lo cierto es que no sabía qué tenía que buscar.
—Querida, hay millones de libros que hablan sobre eso. ¿Puedes especificarme un poco más? —comentó el señor a la vez que, con un encantamiento, atraía otro catálogo hasta sus manos. Eywas podía notar el poder circular por todo su cuerpo, le resultó impresionante; no solía ver a muchos magos, hasta los evitaba —. ¿Qué necesitas exactamente?
La muchacha apretó los labios, intentando pensar por un momento. ¿Qué necesitaba? Un milagro. O algo que la hiciese olvidarse de esa idea tan absurda. Igual podía preguntar sobre libros en los que te enseñasen a hacer pociones del olvido.
—Me han mandado hacer un trabajo sobre una familia en concreto, pero es que no me suenan y no sé por dónde empezar. Se les conocía como Berkana.
Al bibliotecario se le cayó el libro que sostenía y se quedó quito durante unos segundos. Eywas retrocedió medio paso de manera instintiva y llevó su mano de forma disimulada al cinto donde llevaba la daga. ¿Debía temer por su vida?
—Perdona, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Creo que tengo lo que vas buscando, pero voy a tardar un poco. Espérame aquí.
La bruja intentó identificar si el tono que usó era de urgencia, si debía huir, pero tampoco tenía muchas más opciones llegados a ese punto. Ya había preguntado, si era algo malo darían la voz de alarma y sabrían que alguien preguntaba por los Berkana. Y estaba toda esa gente que la había visto y había cuchicheado, puede que fuese porque conocieron a su familia y sus rasgos la delataran. No, definitivamente sería inútil huir ahora.
Dejó la mano sobre la empuñadura, solo por si acaso, y mantuvo su posición recta, siguiendo con la mirada al hombre que se había adentrado en el bosque de estanterías que formaba aquel paraíso terrenal.
Ya de camino a la academia decidió dar instrucciones precisas a sus dos discípulos.
—Quedaos cerca, pero cuidad que no os vea nadie. No quiero que tengáis que dar explicaciones innecesarias. ¿Entendido? —. Ante el silencio de Ylva, la bruja frenó en seco y se giró para encararla, señalándola con el dedo—. ¿Entendido?
La niña le apartó el dedo de un manotazo y miró hacia otro lado.
—Sí, sí. Entendido.
A la mujer aún le costaba eso de acatar órdenes de una bruja, pero tampoco le quedaba otra. Además, en el fondo le gusta su actitud, así que procuraba no quejarse. Salió del camino para perderse entre los árboles que había por allí en un intento por que nadie de la isla las viera juntas. Eywas, por su parte, continuó el camino con Orvar sobre el hombro.
—Cuida de ella, procura que no se meta en líos. Y atiende a mi llamada, por si acaso. Además, deberías comer algo. Ha sido una larga travesía.
El mochuelo ululó como afirmación y saltó de su hombro, también en dirección a los árboles en busca de algún ratón al que hincarle el pico.
Era la primera vez que visitaba las islas, así que intentó aprovechar para empaparse de todo lo que la rodeaba: la vegetación era diferente, como la que había estado leyendo; los acantilados que había visto desde el barco, imponentes, y conforme más se acercaba a la ciudad, más esplendor veía. Además, sentía el éter de una manera tan intensa que se vio ciertamente abrumada.
Se cruzó con varias personas que la miraron con cierto recelo, pero nada comparado con lo que había sentido en la península. De alguna forma, y no entendía del todo por qué, se sentía en algo parecido a lo que todo el mundo llamaba hogar. Notaba esa calidez y sabía que se trataba de eso a pesar de no haber probado jamás la miel de una morada decente.
Tardó un poco más de lo que pensaba en llegar a la academia, entre otras cosas porque se paró varias veces a preguntar a los lugareños. La humedad hacía que el frío le calase hasta los huesos y el viento no ayudaba, así que se ajustó tanto la capa como la capucha en cuanto entró por la ciudad. Aún así, se dio cuenta de algunas miradas indiscretas y cuchicheos. No pudo evitar pensar en lo que le había dicho la bruja: «Eres más importante de lo que crees». ¿Hasta qué punto podía ser verdad aquella sentencia?
Apretó el paso, agobiada por los pensamientos y por las miradas. De haber sido otro momento, otro lugar, puede que hubiera encarado a dichas personas, les habría exigido explicaciones. Allí se sentía aún más desamparada que cuando se fue del pueblucho nauseabundo donde habitó los primeros años de vida.
Cuando por fin vio la academia por primera vez la vista le secó la garganta: el sol daba de lleno contra los muros del este del descomunal castillo, reflectando el color de las tejas que recubrían las puntas de las torres que, rodeadas por la vegetación, bien parecían espadas afiladas queriendo apuñalar el cielo. Se le encogió el alma ante tal afirmación y tragó saliva, sintiendo el resentimiento de la falta de líquido en su garganta por los nervios.
«No seas cobarde, en sitios peores has entrado». Intentaba convencerse a sí misma de que era una tontería ponerse así, que no era más que otro castillo, otros muros, otra cárcel. Otra de tantas. Pero en el fondo, era consciente de que no se trataba de cualquier lugar. Además, otro pensamiento la asaltó: ¿cómo narices iba a encontrar lo que buscaba en un lugar tan enorme? Hizo de tripas corazón y comenzó a pasar por el puente que conectaba con el castillo.
Pensaba que el ambiente sería lúgubre, oscuro, sucio y tenebroso, pero nada más lejos de la realidad. Aquello parecía una jaula de grillos a punto de explotar. Además, de manera literal. A cada paso que daba y cada vez que giraba por un pasillo no veía más que magos y personas de diferentes razas saltando de un lado a otro, como si danzaran. Además de encantamientos, muchos.
Intentó preguntar a varias personas por ayuda, pero estaban tan inmersos en su mundo y llevaban tanta prisa que fue imposible. Cuando por fin consiguió escapar de un pasillo en el que no había podido ver ni las piedras que cubrían el suelo, dio con alguien que parecía profesor. Este le indicó que el mejor lugar para encontrar referencias sobre la historia de las familias mágicas era la biblioteca, allí podrían tener cualquier cosa que buscara.
Se perdió durante unos veinte minutos hasta que finalmente dio con el enorme portón que tenía escrito sobre el dintel, en runas, la palabra Biblioteca. Suspiró tremendamente aliviada, pero también cansada. De verdad que no esperaba tardar tanto en aquella tarea. Lo que sí agradeció es que la puerta fuese tan pesada, porque la ayudó a mantenerse en pie cuando entró y vio la cantidad de libros que había allí dentro. Por poco se desmalla de la emoción. Aquello era su sueño hecho realidad, así que más le valía tener cuidado y no obsesionarse demasiado. Se serenó y fue directa a la mesa de madera más cercana donde vio al bibliotecario acomodando catálogos.
—Hola, me gustaría saber si tenían algún ejemplar de árboles genealógicos o de la historia de los clanes desaparecidos de magos de Aerandir.
No estaba del todo segura de cómo hacer la petición, porque lo cierto es que no sabía qué tenía que buscar.
—Querida, hay millones de libros que hablan sobre eso. ¿Puedes especificarme un poco más? —comentó el señor a la vez que, con un encantamiento, atraía otro catálogo hasta sus manos. Eywas podía notar el poder circular por todo su cuerpo, le resultó impresionante; no solía ver a muchos magos, hasta los evitaba —. ¿Qué necesitas exactamente?
La muchacha apretó los labios, intentando pensar por un momento. ¿Qué necesitaba? Un milagro. O algo que la hiciese olvidarse de esa idea tan absurda. Igual podía preguntar sobre libros en los que te enseñasen a hacer pociones del olvido.
—Me han mandado hacer un trabajo sobre una familia en concreto, pero es que no me suenan y no sé por dónde empezar. Se les conocía como Berkana.
Al bibliotecario se le cayó el libro que sostenía y se quedó quito durante unos segundos. Eywas retrocedió medio paso de manera instintiva y llevó su mano de forma disimulada al cinto donde llevaba la daga. ¿Debía temer por su vida?
—Perdona, hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Creo que tengo lo que vas buscando, pero voy a tardar un poco. Espérame aquí.
La bruja intentó identificar si el tono que usó era de urgencia, si debía huir, pero tampoco tenía muchas más opciones llegados a ese punto. Ya había preguntado, si era algo malo darían la voz de alarma y sabrían que alguien preguntaba por los Berkana. Y estaba toda esa gente que la había visto y había cuchicheado, puede que fuese porque conocieron a su familia y sus rasgos la delataran. No, definitivamente sería inútil huir ahora.
Dejó la mano sobre la empuñadura, solo por si acaso, y mantuvo su posición recta, siguiendo con la mirada al hombre que se había adentrado en el bosque de estanterías que formaba aquel paraíso terrenal.
Eywas
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
¿Cómo escriben los buenos escritores? ¿Y los buenos alquimistas? ¿Cómo conciben estos la propia alquimia? ¿Y cómo generan aquellos la literatura digna? Quizás, alquimistas y escritores tengan algo en común, y eso quería averiguar Eberus. En sus adentros, pensaba que tenía dentro de él esa cualidad superior. Lo pensaba y no solo eso, sino que lo creía. Incluso lo sabía. La escritura y la alquimia siguen unas normas, cada disciplina las suyas, y ambas utilizan partes más pequeñas para formar algo que es más que la mera suma de sus elementos. Para él, tenía que haber algo que uniese ambos campos, y quería ahondar en esa búsqueda. Así, su propia obra sobre alquimia sería digna de venerar y estudiar. Y estaba convencido de que así sería.
Unos días antes, caminaba junto con Selena por las calles de Beltrexus en su acostumbrado paseo mañanero.
- Selena, he de admitir que hay una duda que me ronda la cabeza desde hace unos cuantos días.
- ¿Ya estás con tus cavilaciones, brujo? Venga, dime.
- Si, ya estoy cavilando, un don útil que no muchos tenéis. Mira, de hecho, voy a proponerte una reflexión. ¿Tú crees que las plantas que haces aparecer con tu magia (1) tienen las mismas propiedades que las que encontramos en los bosques o riachuelos?
- Ya lo creo que sí.
- Pero, ¿cómo es posible eso, si las plantas del bosque y las plantas que haces aparecer en macetas provienen de lugares diferentes y crecen bajo ritmos diferentes?
- Pues no lo sé, brujo, pero aseguro que es así. En el resultado de nuestros elixires está la respuesta, y ambos podemos asegurar eso.
- Eso es cierto, Selena, pero, has de pensar en un detalle. ¿Hemos conseguido generar algún ejemplar de Silva Lucem (2) luminoso?
- No, no lo hemos conseguido.
- Sin embargo, ¿cuántos ejemplares luminosos hemos visto en el bosque de arriba?
- Decenas.
- ¿Y qué ha ocurrido cuando hemos cogido un cubo de tierra del suelo en el que estaban aquellas y has generado con tu magia una de esas flores en ese cubo?
- Que no era luminoso.
- Eso es. Entonces, ¿crees, de verdad, que las plantas que generas tú y las que se encuentran en la naturaleza siempre van a ser clones perfectos?
- Me haces dudar, pequeño brujo listillo...
Durante ese paseo, llegaron a una biblioteca privada donde pudieron aprender numerosas recetas de alquimia. En el camino de vuelta hacia el taller reflexionaron sobre aquellas inquietudes y sobre otras que les surgieron al leer las notas que tomaron de aquellos libros.
Al día siguiente, Eberus no pudo aguantar sin satisfacer su curiosidad y partió hacia la gran academia a lomos de Morkvind, su oscuro y huesudo equino volador. Había oído hablar sobre su biblioteca y no iba a dudar en ojear cada uno de sus libros hasta poder aclarar sus ideas. Todo este hambre de conocimiento venía, aparte de su labor como alquimista, de su deseo de escribir su propio libro acerca de la disciplina.
En el camino hacia esa cuna del conocimiento, tuvo tiempo también para pensar en cómo escribir su obra. Las reflexiones sobre alquimia y escritura le hicieron advertir similitudes entre ambas disciplinas, y llegó a pensar que no se hallaban del todo separadas. Ahora, realmente creía que la única comunicación que tendría con Selena durante un largo periodo de tiempo sería mediante cartas. Tanta reflexión le hacía darse cuenta de lo mucho que iba a necesitar aposentarse en las cercanías del Hekshold.
Se hallaba a los pies de las montañas del oeste, donde le esperaba una gran subida hasta llegar a la academia, y había dejado a su montura cerca de su aposento. Gracias a su ojo de alquimista, pudo encontrar una planta que le ayudaría con aquel reto físico, más duro para él que para un joven entrenado en las artes físicas del combate. Le sorprendió la cantidad de plantas en esa zona con aquellas propiedades, y sobre todo le llamó la atención que tantas mostraran signos de recolección. Pudo deducir que, naturalmente, se encontraba en un lugar donde una enorme cantidad de gente poseía notables conocimientos sobre alquimia y que la proliferación de esas plantas en ese lugar no era una coincidencia. Algo sorprendido, pero también maravillado, masticó un puñado de hojas de una de ellas y su corazón empezó a acelerar sus piernas hasta que llegó a donde quería llegar.
¡El bullicio era mayor que en el gran mercado de la propia capital! ¿Y qué hacían allí tantos hombres bestia? ¡¿Y tantos elfos?! El brujo no podía entender que el gran monumento a la magia, conocido en todas las tierras, estuviera contaminado con alumnos de tantas razas que no fueran brujos. ¿Qué se pensaban? Ellos no tenían las capacidades necesarias ni correctas para estar allí. ¡Ni siquiera tenían el derecho, por los dioses! Quizás, el corazón del brujo aún seguía acelerado por la acción de la planta, y su mentalidad se estaba extremando más de lo normal a causa de esto. Para relajarse, antes de entrar a la academia se sentó en un lugar apartado y trató de meditar sobre la situación. Se dio cuenta de que, quizás, debía centrarse más en la superioridad que a él le caracterizaba como brujo, y sobre todo, como brujo competente, que en la impureza que dominaba a la academia en estos tiempos.
Una vez recuperó la calma, se dispuso a entrar a la academia. Una gran puerta estaba abierta y entró por ahí. Cuando algún elfo se cruzaba por su camino, Eberus cerraba los ojos y miraba hacia otro lado. Era indigna para él aquella situación. Hasta soltaba algún que otro sutil gruñido injurioso. Pero al final llegó a la biblioteca. Lo ponía bien claro en la parte superior del portón. El brujo pensaba que aquella puerta aislaría bien la biblioteca del ruido exterior, y le fascinaba ese detalle. El interior, sin embargo, no le causó menor asombro. Su corazón latía como por la acción de aquella planta durante un momento, pues la cantidad de estanterías y libros no era siquiera mensurable. ¡Las estanterías estaban incluso divididas en secciones! En cuanto divisó la sección de alquimia, se lanzó a curiosear sin reparo.
No sabía por dónde empezar: ¿sería mejor comenzar por los grandes alquimistas? ¿O por los atlas? ¿O acaso debía empezar por la botánica y no por la alquimia? Navegando por su mar de inquietudes, concluyó que empezaría investigando las obras de grandes alquimistas, pues estos, además, debían ser buenos escritores.
Agarró varios libros hasta que encontró Verdades sobre plantas. Llamó su atención al instante, y se sentó frente a una gran mesa de madera para devorarlo con los ojos. Cerca de él, había un hombre que parecía buscar algo.
- Berkana... Berkana... Berkana... - Repetía susurrando esa palabra como si se tratara de algo importante que no quería olvidar hasta encontrarlo. ¡Claro! De algo le sonaba a Eberus aquella palabra. En la portada del libro que tenía entre sus manos aparecía esa palabra. Echó otro vistazo y vio que era el apellido del autor.
Pensó de inmediato que ese alquimista debía ser alguien muy importante, y no pudo evitar entablar una conversación con ese hombre al que identificó como bibliotecario. Esa destreza al buscar y esa confianza sobre la escalera de manos solo la tenían los bibliotecarios.
- ¿Quién es ese tal Berkana? - preguntó en bajo tono, con su brusquedad característica.
- Vaya, ¿tú también vas a hacer ese trabajo? - El bibliotecario no parecía tranquilo al formular esa pregunta. Eberus lo notó, y supuso que en la biblioteca había otra persona interesada en el mismo autor. ¿Qué giraba en torno a él para que se estuviera formando toda esa especie de misticismo alrededor de su figura? Eso solo alimentaba su curiosidad.
Eberus no contestó y siguió leyendo, pensativo y sin quitarle el ojo de encima al bibliotecario. Quería encontrar entre las páginas algún indicio que le indicase por qué el autor era tan misterioso, pero el señor bajó rápido las escaleras y tuvo que levantarse con disimulo para seguirle.
Aquel señor se reunió con una mujer joven, aunque no parecía una alumna. Eberus lo observaba mientras hacía ver que leía el libro tras una estantería. Esa mujer llamó su atención. Parecía un pez fuera del agua, casi como el propio bibliotecario, pero era una bruja a diferencia de muchos de los que estaban allí y que consideraba indignos. ¿Qué haría ella en la biblioteca? ¿Qué ocurría con ese tal Berkana? ¿Quizás era ella Berkana? El Pícaro frunció el ceño, lleno de curiosidad, y decidió acercarse.
- Tengo tu obra recién comenzada, Berkana, pero he de admitir que tus propuestas me tienen cautivado... - No mentía en lo que decía, pero decidió presentarse a la chica con una pregunta que muy posiblemente partiera de unas bases erróneas, pues muchas veces actuar como un ignorante le había servido para hacerse con información veraz. Mientras la hablaba, sostenía el libro enseñando su portada.
OFF:
1. Eberus alude al talento de Selena: Magia de la naturaleza
2. [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Unos días antes, caminaba junto con Selena por las calles de Beltrexus en su acostumbrado paseo mañanero.
- Selena, he de admitir que hay una duda que me ronda la cabeza desde hace unos cuantos días.
- ¿Ya estás con tus cavilaciones, brujo? Venga, dime.
- Si, ya estoy cavilando, un don útil que no muchos tenéis. Mira, de hecho, voy a proponerte una reflexión. ¿Tú crees que las plantas que haces aparecer con tu magia (1) tienen las mismas propiedades que las que encontramos en los bosques o riachuelos?
- Ya lo creo que sí.
- Pero, ¿cómo es posible eso, si las plantas del bosque y las plantas que haces aparecer en macetas provienen de lugares diferentes y crecen bajo ritmos diferentes?
- Pues no lo sé, brujo, pero aseguro que es así. En el resultado de nuestros elixires está la respuesta, y ambos podemos asegurar eso.
- Eso es cierto, Selena, pero, has de pensar en un detalle. ¿Hemos conseguido generar algún ejemplar de Silva Lucem (2) luminoso?
- No, no lo hemos conseguido.
- Sin embargo, ¿cuántos ejemplares luminosos hemos visto en el bosque de arriba?
- Decenas.
- ¿Y qué ha ocurrido cuando hemos cogido un cubo de tierra del suelo en el que estaban aquellas y has generado con tu magia una de esas flores en ese cubo?
- Que no era luminoso.
- Eso es. Entonces, ¿crees, de verdad, que las plantas que generas tú y las que se encuentran en la naturaleza siempre van a ser clones perfectos?
- Me haces dudar, pequeño brujo listillo...
Durante ese paseo, llegaron a una biblioteca privada donde pudieron aprender numerosas recetas de alquimia. En el camino de vuelta hacia el taller reflexionaron sobre aquellas inquietudes y sobre otras que les surgieron al leer las notas que tomaron de aquellos libros.
Al día siguiente, Eberus no pudo aguantar sin satisfacer su curiosidad y partió hacia la gran academia a lomos de Morkvind, su oscuro y huesudo equino volador. Había oído hablar sobre su biblioteca y no iba a dudar en ojear cada uno de sus libros hasta poder aclarar sus ideas. Todo este hambre de conocimiento venía, aparte de su labor como alquimista, de su deseo de escribir su propio libro acerca de la disciplina.
En el camino hacia esa cuna del conocimiento, tuvo tiempo también para pensar en cómo escribir su obra. Las reflexiones sobre alquimia y escritura le hicieron advertir similitudes entre ambas disciplinas, y llegó a pensar que no se hallaban del todo separadas. Ahora, realmente creía que la única comunicación que tendría con Selena durante un largo periodo de tiempo sería mediante cartas. Tanta reflexión le hacía darse cuenta de lo mucho que iba a necesitar aposentarse en las cercanías del Hekshold.
Se hallaba a los pies de las montañas del oeste, donde le esperaba una gran subida hasta llegar a la academia, y había dejado a su montura cerca de su aposento. Gracias a su ojo de alquimista, pudo encontrar una planta que le ayudaría con aquel reto físico, más duro para él que para un joven entrenado en las artes físicas del combate. Le sorprendió la cantidad de plantas en esa zona con aquellas propiedades, y sobre todo le llamó la atención que tantas mostraran signos de recolección. Pudo deducir que, naturalmente, se encontraba en un lugar donde una enorme cantidad de gente poseía notables conocimientos sobre alquimia y que la proliferación de esas plantas en ese lugar no era una coincidencia. Algo sorprendido, pero también maravillado, masticó un puñado de hojas de una de ellas y su corazón empezó a acelerar sus piernas hasta que llegó a donde quería llegar.
¡El bullicio era mayor que en el gran mercado de la propia capital! ¿Y qué hacían allí tantos hombres bestia? ¡¿Y tantos elfos?! El brujo no podía entender que el gran monumento a la magia, conocido en todas las tierras, estuviera contaminado con alumnos de tantas razas que no fueran brujos. ¿Qué se pensaban? Ellos no tenían las capacidades necesarias ni correctas para estar allí. ¡Ni siquiera tenían el derecho, por los dioses! Quizás, el corazón del brujo aún seguía acelerado por la acción de la planta, y su mentalidad se estaba extremando más de lo normal a causa de esto. Para relajarse, antes de entrar a la academia se sentó en un lugar apartado y trató de meditar sobre la situación. Se dio cuenta de que, quizás, debía centrarse más en la superioridad que a él le caracterizaba como brujo, y sobre todo, como brujo competente, que en la impureza que dominaba a la academia en estos tiempos.
Una vez recuperó la calma, se dispuso a entrar a la academia. Una gran puerta estaba abierta y entró por ahí. Cuando algún elfo se cruzaba por su camino, Eberus cerraba los ojos y miraba hacia otro lado. Era indigna para él aquella situación. Hasta soltaba algún que otro sutil gruñido injurioso. Pero al final llegó a la biblioteca. Lo ponía bien claro en la parte superior del portón. El brujo pensaba que aquella puerta aislaría bien la biblioteca del ruido exterior, y le fascinaba ese detalle. El interior, sin embargo, no le causó menor asombro. Su corazón latía como por la acción de aquella planta durante un momento, pues la cantidad de estanterías y libros no era siquiera mensurable. ¡Las estanterías estaban incluso divididas en secciones! En cuanto divisó la sección de alquimia, se lanzó a curiosear sin reparo.
No sabía por dónde empezar: ¿sería mejor comenzar por los grandes alquimistas? ¿O por los atlas? ¿O acaso debía empezar por la botánica y no por la alquimia? Navegando por su mar de inquietudes, concluyó que empezaría investigando las obras de grandes alquimistas, pues estos, además, debían ser buenos escritores.
Agarró varios libros hasta que encontró Verdades sobre plantas. Llamó su atención al instante, y se sentó frente a una gran mesa de madera para devorarlo con los ojos. Cerca de él, había un hombre que parecía buscar algo.
- Berkana... Berkana... Berkana... - Repetía susurrando esa palabra como si se tratara de algo importante que no quería olvidar hasta encontrarlo. ¡Claro! De algo le sonaba a Eberus aquella palabra. En la portada del libro que tenía entre sus manos aparecía esa palabra. Echó otro vistazo y vio que era el apellido del autor.
Pensó de inmediato que ese alquimista debía ser alguien muy importante, y no pudo evitar entablar una conversación con ese hombre al que identificó como bibliotecario. Esa destreza al buscar y esa confianza sobre la escalera de manos solo la tenían los bibliotecarios.
- ¿Quién es ese tal Berkana? - preguntó en bajo tono, con su brusquedad característica.
- Vaya, ¿tú también vas a hacer ese trabajo? - El bibliotecario no parecía tranquilo al formular esa pregunta. Eberus lo notó, y supuso que en la biblioteca había otra persona interesada en el mismo autor. ¿Qué giraba en torno a él para que se estuviera formando toda esa especie de misticismo alrededor de su figura? Eso solo alimentaba su curiosidad.
Eberus no contestó y siguió leyendo, pensativo y sin quitarle el ojo de encima al bibliotecario. Quería encontrar entre las páginas algún indicio que le indicase por qué el autor era tan misterioso, pero el señor bajó rápido las escaleras y tuvo que levantarse con disimulo para seguirle.
Aquel señor se reunió con una mujer joven, aunque no parecía una alumna. Eberus lo observaba mientras hacía ver que leía el libro tras una estantería. Esa mujer llamó su atención. Parecía un pez fuera del agua, casi como el propio bibliotecario, pero era una bruja a diferencia de muchos de los que estaban allí y que consideraba indignos. ¿Qué haría ella en la biblioteca? ¿Qué ocurría con ese tal Berkana? ¿Quizás era ella Berkana? El Pícaro frunció el ceño, lleno de curiosidad, y decidió acercarse.
- Tengo tu obra recién comenzada, Berkana, pero he de admitir que tus propuestas me tienen cautivado... - No mentía en lo que decía, pero decidió presentarse a la chica con una pregunta que muy posiblemente partiera de unas bases erróneas, pues muchas veces actuar como un ignorante le había servido para hacerse con información veraz. Mientras la hablaba, sostenía el libro enseñando su portada.
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Eberus
Honorable
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
La espera se le hizo eterna, sobre todo cuando se dio cuenta de que el hombre iba como pollo sin cabeza sin saber exactamente qué estaba buscando. Le dio poca confianza que un bibliotecario hiciera eso, pero parecía muy nervioso. Para cuando volvió, Eywas ya reconocería su figura y su manera de moverse en cualquier parte. No se le pasó por alto que había varias personas en la biblioteca además de ella, pero no quiso prestarles atención.
«¿Qué estás haciendo aquí? Vámonos ya, no vas a encontrar nada». Los pensamientos intrusivos no paraban de arremolinarse como si de una tormenta eléctrica se tratase. Respiró hondo varias veces hasta que por fin el hombre rodeó la mesa y se colocó, de nuevo, al otro lado. Dejó caer varios ejemplares pesados sobre la misma y estos escupieron un poco de polvo. Al parecer no eran demasiado cotizados entre los alumnos últimamente.
—Creo que con esto tienes suficiente para poder hacer un trabajo decente sin meterte en ningún lío.
La bruja le miró intrigada. ¿En un lío?
—¿Por qué iba a meterme en un lío por hacer un trabajo sobre los Berkana? ¿Eran traidores?
Algo se removió en su interior. ¿Y si, ciertamente, eran traidores perseguidos? Eso justificaría las miradas indiscretas y también podría suponer que no estaba en el mejor lugar del mundo. Si su familia no era bienvenida, si de verdad esa era su familia, y la reconocían podrían apresar o ahorcarla o vete a saber qué. El corazón empezó a bombearle como si fuera el de un caballo galopante.
—Bueno, bien es sabido que no es bueno remover los sucesos turbios de nuestra comunidad. Ya sabes que a los mayores les gusta muy poco una derrota y esta, sin lugar a dudas, lo fue. ¿No te han hablado de ellos en clase? Suelen evitarlo, pero sé de buena tinta que algunos profesores de historia siguen introduciendo el pasaje como historia contemporánea.
Eywas bajó había empezado a rebuscar entre las páginas del primer libro hasta que dio con la foto de un hombre mayor, un anciano. No levantó la vista para responderle.
—Ha debido tocarme uno de los que no la cuenta. Gracias por la ayuda.
Pasó los dedos por la cara del anciano. Parecía cansado, pero a la vez daba un poco de miedo. Tenía una de esas miradas penetrantes que te atraviesan. A la mujer le dio la sensación de que podía ver dentro de su alma aún cuando ya estaba muerto. Sintió frío en la nuca y luego un cosquilleo. Retiró la mirada de la fotografía para centrarse en el texto que había junto a ella: «Isaz Berkana es uno de los alquimistas más admirados dentro del archipiélago. Ha escrito varias obras de renombre y sus enseñanzas sobre la materia que imparte son admiradas por muchos. Actualmente se encuentra dando clases en Hekshold junto con algunos miembros más de su familia. Reservado, apenas se conocen datos de su vida privada. Alienta a los jovenes a cultivar la mente y no dejarse llevar por los placeres mundanos con los que estos últimos siglos nos hemos visto envueltos».
La bruja de ahí sacó en claro dos cosas: que, efectivamente, los Berkana eran una familia influyente y que ese libro no estaba actualizado. Continuó buscando en el mismo, pero ya no había mucho más de lo que rascar. Fue entonces cuando escuchó una voz cerca de ella que la sobresaltó. Su instinto fue echar de nuevo mano a su daga, pero sin arriesgarse a mostrarla. Cuando vio que, en principio, no corría peligro, se relajó ligeramente y alzó una ceja ante el comentario. Observó el libro del que le estaba hablando aquel brujo y vio el nombre en la portada.
—¿Tengo pinta de viejo de noventa años?
Entonces cogió los libros de la mesa y se encaminó a otra, dejando al hombre atrás. La verdad es que la pregunta le había parecido completamente fuera de lugar y no entendía por qué se le había acercado y mucho menos por qué pensaba que podía ser la autora de ese libro. Entonces cayó en la cuenta y frenó en seco. ¿Y si la había reconocido? Maldijo para sus adentros, respiró hondo y se giró para volver a encarar al hombre. Le tantearía.
—A decir verdad, visto el interés que tienes en ese libro, igual puedes ayudarme. Necesito información sobre el autor y su familia para un trabajo de clase. ¿Qué sabe sobre ellos o sus enseñanzas? ¿Cuáles son esas propuestas que te han cautivado tanto?
Se la estaba jugando, pero era mejor eso a esperar una muerte lenta y dolorosa con posibles torturas en un futuro cercano. Si la había reconocido y se lo ganaba, puede que saliese de allí con vida, aunque tuviese que deshacerse del viejo. Si no, igual le venía bien para averiguar más cosas sobre su supuesta familia. En ambos casos era mejor acercarse que huir.
«¿Qué estás haciendo aquí? Vámonos ya, no vas a encontrar nada». Los pensamientos intrusivos no paraban de arremolinarse como si de una tormenta eléctrica se tratase. Respiró hondo varias veces hasta que por fin el hombre rodeó la mesa y se colocó, de nuevo, al otro lado. Dejó caer varios ejemplares pesados sobre la misma y estos escupieron un poco de polvo. Al parecer no eran demasiado cotizados entre los alumnos últimamente.
—Creo que con esto tienes suficiente para poder hacer un trabajo decente sin meterte en ningún lío.
La bruja le miró intrigada. ¿En un lío?
—¿Por qué iba a meterme en un lío por hacer un trabajo sobre los Berkana? ¿Eran traidores?
Algo se removió en su interior. ¿Y si, ciertamente, eran traidores perseguidos? Eso justificaría las miradas indiscretas y también podría suponer que no estaba en el mejor lugar del mundo. Si su familia no era bienvenida, si de verdad esa era su familia, y la reconocían podrían apresar o ahorcarla o vete a saber qué. El corazón empezó a bombearle como si fuera el de un caballo galopante.
—Bueno, bien es sabido que no es bueno remover los sucesos turbios de nuestra comunidad. Ya sabes que a los mayores les gusta muy poco una derrota y esta, sin lugar a dudas, lo fue. ¿No te han hablado de ellos en clase? Suelen evitarlo, pero sé de buena tinta que algunos profesores de historia siguen introduciendo el pasaje como historia contemporánea.
Eywas bajó había empezado a rebuscar entre las páginas del primer libro hasta que dio con la foto de un hombre mayor, un anciano. No levantó la vista para responderle.
—Ha debido tocarme uno de los que no la cuenta. Gracias por la ayuda.
Pasó los dedos por la cara del anciano. Parecía cansado, pero a la vez daba un poco de miedo. Tenía una de esas miradas penetrantes que te atraviesan. A la mujer le dio la sensación de que podía ver dentro de su alma aún cuando ya estaba muerto. Sintió frío en la nuca y luego un cosquilleo. Retiró la mirada de la fotografía para centrarse en el texto que había junto a ella: «Isaz Berkana es uno de los alquimistas más admirados dentro del archipiélago. Ha escrito varias obras de renombre y sus enseñanzas sobre la materia que imparte son admiradas por muchos. Actualmente se encuentra dando clases en Hekshold junto con algunos miembros más de su familia. Reservado, apenas se conocen datos de su vida privada. Alienta a los jovenes a cultivar la mente y no dejarse llevar por los placeres mundanos con los que estos últimos siglos nos hemos visto envueltos».
La bruja de ahí sacó en claro dos cosas: que, efectivamente, los Berkana eran una familia influyente y que ese libro no estaba actualizado. Continuó buscando en el mismo, pero ya no había mucho más de lo que rascar. Fue entonces cuando escuchó una voz cerca de ella que la sobresaltó. Su instinto fue echar de nuevo mano a su daga, pero sin arriesgarse a mostrarla. Cuando vio que, en principio, no corría peligro, se relajó ligeramente y alzó una ceja ante el comentario. Observó el libro del que le estaba hablando aquel brujo y vio el nombre en la portada.
—¿Tengo pinta de viejo de noventa años?
Entonces cogió los libros de la mesa y se encaminó a otra, dejando al hombre atrás. La verdad es que la pregunta le había parecido completamente fuera de lugar y no entendía por qué se le había acercado y mucho menos por qué pensaba que podía ser la autora de ese libro. Entonces cayó en la cuenta y frenó en seco. ¿Y si la había reconocido? Maldijo para sus adentros, respiró hondo y se giró para volver a encarar al hombre. Le tantearía.
—A decir verdad, visto el interés que tienes en ese libro, igual puedes ayudarme. Necesito información sobre el autor y su familia para un trabajo de clase. ¿Qué sabe sobre ellos o sus enseñanzas? ¿Cuáles son esas propuestas que te han cautivado tanto?
Se la estaba jugando, pero era mejor eso a esperar una muerte lenta y dolorosa con posibles torturas en un futuro cercano. Si la había reconocido y se lo ganaba, puede que saliese de allí con vida, aunque tuviese que deshacerse del viejo. Si no, igual le venía bien para averiguar más cosas sobre su supuesta familia. En ambos casos era mejor acercarse que huir.
Eywas
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
Aquella joven no reaccionó como el brujo había esperado. Intuía que reaccionaría con interés, adulada incluso, pero al contrario pareció asustarse, a juzgar por las intenciones instintivas que revelaban sus gestos reflejos. Cuando preguntó que si tenía pinta de viejo de noventa años, reveló indirectamente un dato interesante. Ese tal Berkana era un hombre mayor.
Eso no era de mucha ayuda, pero al menos había confirmado que ella no era la persona en cuestión. - Oh, disculpa entonces. He acudido a ti guiado por la intriga y me he confundido - contestó el brujo mientras ella se dirigía hacia una mesa con los libros. Pareció que esas palabras hicieron cambiar de parecer a la chica, y su reticencia hacia el desconocido y quizás sospechoso brujo se tornó en curiosidad. Él lo agradeció en sus adentros, pues de esta manera no tendría que forzar la situación para continuar indagando.
- Pues verás... Yo no soy maestro, pero conozco bastante de alquimia... - contestó alardeando un poco. - ... y al venir aquí para hacerme más sabio aún en la materia, me he topado con este libro de este tal I. Berkana. Es la primera vez que escucho ese apellido, pero... - en ese momento, el brujo notó cómo sus vísceras se alarmaban. ¿Cómo pudo haber olvidado ese apellido?
Fijando sus ojos en el rostro de la chica, revivió mentalmente ciertos pasajes de su vida pasada. Tragó saliva e intentó disimular su perturbación manteniendo un rostro sereno. Tras una breve pausa, continuó hablando. - Espera, vamos a sentarnos en esa mesa a la que ibas.
De camino a la mesa, el brujo tuvo tiempo para pensar qué decir ante aquella situación. Algo le hizo sospechar que la información que buscaba esa mujer no era para hacer lo que se supone que tuvieran que hacer los aprendices en sus clases. Toda aquella tesitura tenía algo que despertaba su intuición. ¿A qué venían tantos nervios por su parte y la del bibliotecario? Debería ser común hacer trabajos sobre los Berkana, naturalmente, y entonces no habría motivos para que el bibliotecario se mostrara nervioso ante una alumna más buscando fuentes para documentar su tarea. Pero nada parecía así de normal. Algo raro tenía que pasar con esa familia, y esa chica debía saber algo que Eberus no sabía y, aún así, le pedía ayuda, cosa que removía su calma, sobre todo teniendo en cuenta lo que había ocurrido en su isla años atrás.
- Antes de nada, yo soy Eberus, y he vivido casi toda mi vida en la Isla Tortuga - Quiso presentarse, y lo hizo sin miedo, pues en la isla, en todos los problemas en que se involucró, se le conoció por su alias y no por su nombre. Además, al mencionar la Isla Tortuga pretendía despertar alguna reacción en la chica que pudiera aportarle información. - Ahora estoy aquí para aprender más magia y, de paso, vivir aventuras, yendo de aquí para allá. La vida fuera de mi isla es jodidamente diferente... ¿Qué hay de ti?
A pesar de todo, tanto la situación como la chica le intrigaban. Eso le hacía estar más dicharachero de lo normal, dispuesto a hablar y aprender. Así que ahí se hallaba, sentado frente a la mesa con el libro apoyado en esta, apartándose la capucha de su túnica hacia atrás y mirando a la chica con atención, aunque manteniéndose astuto, con una compostura seria.
Eso no era de mucha ayuda, pero al menos había confirmado que ella no era la persona en cuestión. - Oh, disculpa entonces. He acudido a ti guiado por la intriga y me he confundido - contestó el brujo mientras ella se dirigía hacia una mesa con los libros. Pareció que esas palabras hicieron cambiar de parecer a la chica, y su reticencia hacia el desconocido y quizás sospechoso brujo se tornó en curiosidad. Él lo agradeció en sus adentros, pues de esta manera no tendría que forzar la situación para continuar indagando.
- Pues verás... Yo no soy maestro, pero conozco bastante de alquimia... - contestó alardeando un poco. - ... y al venir aquí para hacerme más sabio aún en la materia, me he topado con este libro de este tal I. Berkana. Es la primera vez que escucho ese apellido, pero... - en ese momento, el brujo notó cómo sus vísceras se alarmaban. ¿Cómo pudo haber olvidado ese apellido?
Fijando sus ojos en el rostro de la chica, revivió mentalmente ciertos pasajes de su vida pasada. Tragó saliva e intentó disimular su perturbación manteniendo un rostro sereno. Tras una breve pausa, continuó hablando. - Espera, vamos a sentarnos en esa mesa a la que ibas.
De camino a la mesa, el brujo tuvo tiempo para pensar qué decir ante aquella situación. Algo le hizo sospechar que la información que buscaba esa mujer no era para hacer lo que se supone que tuvieran que hacer los aprendices en sus clases. Toda aquella tesitura tenía algo que despertaba su intuición. ¿A qué venían tantos nervios por su parte y la del bibliotecario? Debería ser común hacer trabajos sobre los Berkana, naturalmente, y entonces no habría motivos para que el bibliotecario se mostrara nervioso ante una alumna más buscando fuentes para documentar su tarea. Pero nada parecía así de normal. Algo raro tenía que pasar con esa familia, y esa chica debía saber algo que Eberus no sabía y, aún así, le pedía ayuda, cosa que removía su calma, sobre todo teniendo en cuenta lo que había ocurrido en su isla años atrás.
- Antes de nada, yo soy Eberus, y he vivido casi toda mi vida en la Isla Tortuga - Quiso presentarse, y lo hizo sin miedo, pues en la isla, en todos los problemas en que se involucró, se le conoció por su alias y no por su nombre. Además, al mencionar la Isla Tortuga pretendía despertar alguna reacción en la chica que pudiera aportarle información. - Ahora estoy aquí para aprender más magia y, de paso, vivir aventuras, yendo de aquí para allá. La vida fuera de mi isla es jodidamente diferente... ¿Qué hay de ti?
A pesar de todo, tanto la situación como la chica le intrigaban. Eso le hacía estar más dicharachero de lo normal, dispuesto a hablar y aprender. Así que ahí se hallaba, sentado frente a la mesa con el libro apoyado en esta, apartándose la capucha de su túnica hacia atrás y mirando a la chica con atención, aunque manteniéndose astuto, con una compostura seria.
Eberus
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
Definitivamente, se la estaba jugando por completo, porque ni siquiera sabía la edad que tendría el autor del libro. Intuyó, por el desgaste, que debía ser una persona mayor, pero iba completamente a ciegas. Últimamente no estaba siendo demasiado lúcida, desde luego. El riesgo siempre había formado parte de su vida, sobre todo después del incidente con el viejo Meyer (por llamarlo de alguna forma, porque el saberse a sí misma como una criminal no eran términos correctos para su subconsciente cuando fue ella la que sufrió los abusos), sin embargo en los últimos meses parecía haberse acrecentado en un doscientos por ciento.
Observó con atención un momento al viejo brujo y algo le hizo clic.
—¿Acaso has conocido al autor? ¿Me parezco en algo y por eso la confusión?
Igual era eso, igual sí que se parecía a su familia en algo y no era consciente de ello. Y precisamente por todos esos pensamientos de ser descubierta no tendría que haber hecho esa estúpida pregunta. Le dieron ganas de pegarse un puñetazo en toda la cara. ¿Cómo estaba siendo tan inconsciente? Debía centrarse.
Sus vagas esperanzas se vieron frustradas cuando escuchó que no conocía a Berkana, pero a la vez se sintió aliviada de que no la reconociese por algo así. Demasiados sentimientos encontrados. Aunque todo su alivio se esfumó ante la duda del brujo y la manera en que la miró. Se le erizaron los pelos de la nuca y se quedó completamente plantada ahí de pie durante unos segundos. La sangre empezó a bombearle con mayor velocidad y notó la garganta seca, pero decidió obligarse a ir hasta la mesa para sentarse. Sabía algo. Ese viejo sabía algo. Pero, ¿el qué exactamente? Palpó con cuidado la daga que la acompañaba. Sabía que la tenía ahí, pero quería asegurarse. No la cogió, no era necesario. Aún.
Esperaba muchas preguntas sobre… bueno, en realidad no estaba segura sobre qué, pero no que se presentase y le pidiera explicaciones. ¿Qué cojones le importaba ella que fuese de la isla de los delincuentes? Eso lo único que hacía era ponerla más todavía en alerta. Aunque comenzó a atar cabos. ¿Estaría su familia allí? ¿Eran maleantes? Salir de la calle para meterse en el pillaje no es que fuese tampoco un plan maravilloso. Se puso a la defensiva.
—Mira, me alegro mucho de que hayas tenido un viaje de iluminación y quieras conocer mundo, supongo que ya te tocaba, pero yo no tengo tiempo para contar batallitas ni me interesa. Solo quiero hacer este trabajo y terminar de una vez con… esta asignatura de mierda.
Tampoco mentía del todo, eso estaba resultando ser tedioso. Ella no había asistido jamás a una clase de nada, pero por los comentarios que había escuchado de otros estudiantes no debía estar demasiado alejada de la realidad. No parecía que fuese a sacar nada en claro de ahí, así que se levantó para alejarse del viejo. Estaba claro que no le quedaba otra que consultar los doscientos posibles libros que hubiera por ahí o… ¿O? Igual preguntar por tabernas o tugurios como solía hacer; puede que alguno de los marineros supiese algo. Aquello cada vez le parecía más desesperante y más tontería. A veces ni ella entendía por qué le hacía caso a la estúpida y amargada bruja que solo quería sacar provecho de la situación. Empezaba a darse asco.
Observó con atención un momento al viejo brujo y algo le hizo clic.
—¿Acaso has conocido al autor? ¿Me parezco en algo y por eso la confusión?
Igual era eso, igual sí que se parecía a su familia en algo y no era consciente de ello. Y precisamente por todos esos pensamientos de ser descubierta no tendría que haber hecho esa estúpida pregunta. Le dieron ganas de pegarse un puñetazo en toda la cara. ¿Cómo estaba siendo tan inconsciente? Debía centrarse.
Sus vagas esperanzas se vieron frustradas cuando escuchó que no conocía a Berkana, pero a la vez se sintió aliviada de que no la reconociese por algo así. Demasiados sentimientos encontrados. Aunque todo su alivio se esfumó ante la duda del brujo y la manera en que la miró. Se le erizaron los pelos de la nuca y se quedó completamente plantada ahí de pie durante unos segundos. La sangre empezó a bombearle con mayor velocidad y notó la garganta seca, pero decidió obligarse a ir hasta la mesa para sentarse. Sabía algo. Ese viejo sabía algo. Pero, ¿el qué exactamente? Palpó con cuidado la daga que la acompañaba. Sabía que la tenía ahí, pero quería asegurarse. No la cogió, no era necesario. Aún.
Esperaba muchas preguntas sobre… bueno, en realidad no estaba segura sobre qué, pero no que se presentase y le pidiera explicaciones. ¿Qué cojones le importaba ella que fuese de la isla de los delincuentes? Eso lo único que hacía era ponerla más todavía en alerta. Aunque comenzó a atar cabos. ¿Estaría su familia allí? ¿Eran maleantes? Salir de la calle para meterse en el pillaje no es que fuese tampoco un plan maravilloso. Se puso a la defensiva.
—Mira, me alegro mucho de que hayas tenido un viaje de iluminación y quieras conocer mundo, supongo que ya te tocaba, pero yo no tengo tiempo para contar batallitas ni me interesa. Solo quiero hacer este trabajo y terminar de una vez con… esta asignatura de mierda.
Tampoco mentía del todo, eso estaba resultando ser tedioso. Ella no había asistido jamás a una clase de nada, pero por los comentarios que había escuchado de otros estudiantes no debía estar demasiado alejada de la realidad. No parecía que fuese a sacar nada en claro de ahí, así que se levantó para alejarse del viejo. Estaba claro que no le quedaba otra que consultar los doscientos posibles libros que hubiera por ahí o… ¿O? Igual preguntar por tabernas o tugurios como solía hacer; puede que alguno de los marineros supiese algo. Aquello cada vez le parecía más desesperante y más tontería. A veces ni ella entendía por qué le hacía caso a la estúpida y amargada bruja que solo quería sacar provecho de la situación. Empezaba a darse asco.
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
Él había hablado y ahora tenía que escuchar su respuesta, cosa que hacía con suma atención para tratar de escudriñar los motivos y las aspiraciones que la acompañaban. Agudizó su cautela también por la actitud que ella mostraba. Sus ojos le mostraban inquietud. Él podía notarlo. Era evidente que no estaba cómoda, y no quería espantarla, pero a medida que las palabras se precipitaban de su boca se iba confirmando su incomodidad y la mente del brujo comenzaba a trazar sus planes.
Sus palabras eran ofensivas, quizás hirientes, pero el brujo intuía que las intenciones tras ellas no eran tan malas como su forma. Había algo más. Aún así, no pudo evitar molestarse y maldecir a esa niña en sus adentros, pero pudo contenerse. Debía hacerlo, sobre todo en una biblioteca. No quería alborotar ni complicar las cosas, pues eso interferiría en sus ganas de saber sobre lo que quería saber.
Cuando ella se levantó, confirmó su predicción. Sabía que acabaría haciéndolo, porque sus antipáticas palabras seguramente fueran, por alguna razón, producto de una mente con miedo buscando protegerse, y sabía entonces cómo hacerla volver. O esperaba saberlo.
- Espera. Si quieres hacer esa tarea, yo te puedo ayudar - dijo con un tono suave mientras se levantaba del asiento. - Y sobre todo si se trata de los Berkana - continuó, revelando con su forma de hablar que podía aportarle lo que quería. - Y nada de batallitas, prometido. Aunque algo me dice que, a medida conteste tus preguntas, vas a desear conocer alguna, joven...
Esperaba despertar en ella la curiosidad que ya parecía tener bien avivada para hacer que volviera a la mesa. Sin embargo, era probable que no quisiera volver, por lo que agarró el libro con intenciones de caminar tras ella. Al hacerlo, un pequeño fragmento de papel viejo y plegado cayó desde el interior de sus páginas. Eberus agachó su mirada extrañado, y luego se agachó él mismo para cogerlo de debajo de la mesa.
La nota tenía algo escrito, con tinta algo borrosa, y algo así como un boceto de una planta delgada y alargada. Parecía decir lo siguiente:
Luego le dio la vuelta a la nota y descubrió que esa cara tampoco estaba vacía:
Vaya. Aquel grato imprevisto hizo que la imaginación del brujo volara. En un principio, quería investigar qué demonios estaba ocurriendo con un tal Berkana. Luego, recordó que sabía más de lo que creía, pero sospechaba que la chica estaba metida en un asunto muy llamativo concerniente a aquella familia. Y por último, una vieja nota revelaba las inquietudes de un viejo alquimista, al menos aparentemente. Se preguntaba dónde estaría aquel único espécimen encontrado. Nunca había leído sobre una planta así, y mucho menos había observado.
Sus palabras eran ofensivas, quizás hirientes, pero el brujo intuía que las intenciones tras ellas no eran tan malas como su forma. Había algo más. Aún así, no pudo evitar molestarse y maldecir a esa niña en sus adentros, pero pudo contenerse. Debía hacerlo, sobre todo en una biblioteca. No quería alborotar ni complicar las cosas, pues eso interferiría en sus ganas de saber sobre lo que quería saber.
Cuando ella se levantó, confirmó su predicción. Sabía que acabaría haciéndolo, porque sus antipáticas palabras seguramente fueran, por alguna razón, producto de una mente con miedo buscando protegerse, y sabía entonces cómo hacerla volver. O esperaba saberlo.
- Espera. Si quieres hacer esa tarea, yo te puedo ayudar - dijo con un tono suave mientras se levantaba del asiento. - Y sobre todo si se trata de los Berkana - continuó, revelando con su forma de hablar que podía aportarle lo que quería. - Y nada de batallitas, prometido. Aunque algo me dice que, a medida conteste tus preguntas, vas a desear conocer alguna, joven...
Esperaba despertar en ella la curiosidad que ya parecía tener bien avivada para hacer que volviera a la mesa. Sin embargo, era probable que no quisiera volver, por lo que agarró el libro con intenciones de caminar tras ella. Al hacerlo, un pequeño fragmento de papel viejo y plegado cayó desde el interior de sus páginas. Eberus agachó su mirada extrañado, y luego se agachó él mismo para cogerlo de debajo de la mesa.
La nota tenía algo escrito, con tinta algo borrosa, y algo así como un boceto de una planta delgada y alargada. Parecía decir lo siguiente:
"He podido observar que hay un tipo de planta que genera "pulsos" de éter. Estos suceden solo una vez al día, justo antes del atardecer, y se ven como una muy breve y repentina perturbación del éter que la rodea, que toma forma de esfera y se desvanece hacia arriba hasta que todo vuelve a la normalidad. Quiero investigar las propiedades de esa planta, pues intuyo que puede tener relación con los ciclos de día y noche y que, por tanto, aplicada a los seres puede tener efectos similares a esas relaciones. Espero encontrar más especímenes.
-Observar comportamiento de la planta
-Tomar muestras
-Elaborar preparados
- Encontrar más especímenes"
-
-
-
- Encontrar más especímenes"
Luego le dio la vuelta a la nota y descubrió que esa cara tampoco estaba vacía:
"Único espécimen encontrado:
..."
..."
Vaya. Aquel grato imprevisto hizo que la imaginación del brujo volara. En un principio, quería investigar qué demonios estaba ocurriendo con un tal Berkana. Luego, recordó que sabía más de lo que creía, pero sospechaba que la chica estaba metida en un asunto muy llamativo concerniente a aquella familia. Y por último, una vieja nota revelaba las inquietudes de un viejo alquimista, al menos aparentemente. Se preguntaba dónde estaría aquel único espécimen encontrado. Nunca había leído sobre una planta así, y mucho menos había observado.
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Re: Encontrando lo perdido [Privado]
Una vez se hubo sentado en otra mesa, la bruja comenzó a hojear el libro que le había entregado el bibliotecario. No hacía más que pasar páginas llenas de historia antigua en las que su vista iba todo lo rápido que podía buscando un nombre en concreto. Sabía que el hombre estaba insistiendo, pero necesitaba centrarse para dar con algo o todo aquel viaje habría sido en vano. No volvería a subirse a aquel barco sin nada entre las manos, de eso estaba segura.
Resopló al escuchar de nuevo cómo el viejo se acercaba de manera insistente. Comenzaba a pensar que había sido una muy mala idea hablarle, igual habría sido mejor ignorarle, como había estado viendo hacer a varios alumnos de por allí. Puede que eso la hiciese parecer aún más creíble incluso, pero decidió no formar un espectáculo allí. Lo que menos necesitaba era precisamente que la echasen.
Observó con atención al hombre, cruzándose de brazos y dejando caer la espalda de manera cansada sobre la silla. Daba la sensación de ser una adolescente en medio de una rabieta. Cedió por presión y por un poco de curiosidad.
—Vale, venga. Cuéntame qué sabes sobre los Berkana antes de que me arrepienta. Pero espero que sea algo bueno, no me gustaría tener que llamar a la gente de seguridad para que me libren de un acosador.
Lo cierto es que, aunque quisiera, no podría llamar a nadie conocido y mucho menos a gente de seguridad porque la primera a la que pondrían de patitas en la calle sería a ella. Aquella situación era rarísima y un poco desesperante. No esperaba que le costase tanto dar con algo. Es verdad que acababa de empezar la búsqueda, pero su impaciencia era más grande que el hambre que siempre la perseguía de manera más continua de lo que le gustaría admitir.
Fue entonces cuando recordó que había dos seres revoloteando por ahí que era posible que la necesitasen. Se había vuelto un poco protectora con Ylva, sobre todo después de sus últimas andanzas por la península. Esa niña era una inconsciente y capaz de cualquier cosa con tal de seguir lo que parecía justo, no sería improbable que se hubiera metido ya en algún lío.
—Y te agradecería que nos tardaras demasiado, tengo muchas cosas que hacer y la fecha de entrega está muy cerca. No me gustaría perder el tiempo a lo tonto.
Se arriesgaba mucho con esa actitud, pero estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad. Todo aquello la traía de cabeza y le ponía los nervios de punta. ¿Qué pasaba si por casualidad alguno seguía con vida y resultaba ser verdad todo aquel asunto? ¿La recibirían bien o la matarían por siquiera creer que pertenecía a su familia? Todo era demasiado raro, pero tenía que llegar al fondo del asunto fuera como fuese.
Resopló al escuchar de nuevo cómo el viejo se acercaba de manera insistente. Comenzaba a pensar que había sido una muy mala idea hablarle, igual habría sido mejor ignorarle, como había estado viendo hacer a varios alumnos de por allí. Puede que eso la hiciese parecer aún más creíble incluso, pero decidió no formar un espectáculo allí. Lo que menos necesitaba era precisamente que la echasen.
Observó con atención al hombre, cruzándose de brazos y dejando caer la espalda de manera cansada sobre la silla. Daba la sensación de ser una adolescente en medio de una rabieta. Cedió por presión y por un poco de curiosidad.
—Vale, venga. Cuéntame qué sabes sobre los Berkana antes de que me arrepienta. Pero espero que sea algo bueno, no me gustaría tener que llamar a la gente de seguridad para que me libren de un acosador.
Lo cierto es que, aunque quisiera, no podría llamar a nadie conocido y mucho menos a gente de seguridad porque la primera a la que pondrían de patitas en la calle sería a ella. Aquella situación era rarísima y un poco desesperante. No esperaba que le costase tanto dar con algo. Es verdad que acababa de empezar la búsqueda, pero su impaciencia era más grande que el hambre que siempre la perseguía de manera más continua de lo que le gustaría admitir.
Fue entonces cuando recordó que había dos seres revoloteando por ahí que era posible que la necesitasen. Se había vuelto un poco protectora con Ylva, sobre todo después de sus últimas andanzas por la península. Esa niña era una inconsciente y capaz de cualquier cosa con tal de seguir lo que parecía justo, no sería improbable que se hubiera metido ya en algún lío.
—Y te agradecería que nos tardaras demasiado, tengo muchas cosas que hacer y la fecha de entrega está muy cerca. No me gustaría perder el tiempo a lo tonto.
Se arriesgaba mucho con esa actitud, pero estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad. Todo aquello la traía de cabeza y le ponía los nervios de punta. ¿Qué pasaba si por casualidad alguno seguía con vida y resultaba ser verdad todo aquel asunto? ¿La recibirían bien o la matarían por siquiera creer que pertenecía a su familia? Todo era demasiado raro, pero tenía que llegar al fondo del asunto fuera como fuese.
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