Agua roja [Privado] [CERRADO]
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Agua roja [Privado] [CERRADO]
En un claro, en medio del frondoso bosque que se extendía por los Reinos del Oeste, se alzaba un modesto campamento. Este refugio temporal pertenecía al Pastor, un enigmático hombre-bestia con quien Helena se había cruzado en más de una ocasión. Conocido por su vasto conocimiento sobre artefactos mágicos y otras maravillas relacionadas con la hechicería, el Pastor se había convertido en un recurso invaluable para la búsqueda de los grimorios que ocupaban los pensamientos de la Rhodes.
Los rayos del sol incidían sobre el suelo del pequeño claro, dando luz a toda la zona. El susurro del viento entre las ramas acompañaba el crepitar de las brasas de una hoguera recién apagada, infundiendo al ambiente una sensación de serenidad y conexión con la naturaleza. Mientras tanto, el Pastor, con su mirada penetrante y su aura de sabiduría ancestral, aguardaba la llegada de Helena con paciencia, como si fuera un guardián de los secretos que se escondían en las profundidades del bosque.
Al adentrarse en el claro, Helena sintió la cálida caricia del sol sobre su piel, y una brisa fresca le acarició el rostro. La luz del día revelaba cada detalle del campamento, desde las sombras danzantes hasta el brillo de los objetos mágicos (en especial espejos) que adornaban el refugio del Pastor. Con paso firme pero cauteloso, se aproximó al hombre-bestia, observando cada detalle de su rostro canino y sus gestos serenos.
-Pastor.-Saludó Helena con cierto respeto, sintiendo la tensión de su búsqueda arder dentro de ella como una llama inextinguible
-Helena.-Correspondió el saludo el hombre-perro.-Pensaba que al final no ibas a venir.
-He estado ocupada.-Respondió ella quitándole importancia a sus propios asuntos.-¿Y bien, cómo puedes ayudarme?
El Pastor se aproximó a uno de los numerosos espejos que adornaban su refugio. La luz del sol se reflejaba en ellos, creando destellos fugaces que danzaban sobre la superficie pulida. Con gestos precisos, escogió uno en particular, cuyo marco decorado con motivos intrincados sugería un valor especial. Sin una palabra, lo entregó a Helena, como si fuera una llave hacia el conocimiento que buscaba.
La bruja observó el espejo, viendo su propio reflejo reflejado en él. Confundida, dirigió una mirada inquisitiva al hombre-bestia. Sabía que esos espejos poseían magia, pero carecía de conocimiento alguno para manipularlos.
-Este espejo te revelará aquello que buscas.-Le indicó-Sabes manipular el éter, ¿No? No te será difícil manejar el espejo.-Puso sus brazos en jarras, viendo cómo Helena seguía observando con curiosidad el espejo.-¿Sabes por dónde empezar a buscar?
La Rhodes levantó la mirada hacia El Pastor.
-Sacrestic.-Le respondió con una media sonrisa.
Los rayos del sol incidían sobre el suelo del pequeño claro, dando luz a toda la zona. El susurro del viento entre las ramas acompañaba el crepitar de las brasas de una hoguera recién apagada, infundiendo al ambiente una sensación de serenidad y conexión con la naturaleza. Mientras tanto, el Pastor, con su mirada penetrante y su aura de sabiduría ancestral, aguardaba la llegada de Helena con paciencia, como si fuera un guardián de los secretos que se escondían en las profundidades del bosque.
Al adentrarse en el claro, Helena sintió la cálida caricia del sol sobre su piel, y una brisa fresca le acarició el rostro. La luz del día revelaba cada detalle del campamento, desde las sombras danzantes hasta el brillo de los objetos mágicos (en especial espejos) que adornaban el refugio del Pastor. Con paso firme pero cauteloso, se aproximó al hombre-bestia, observando cada detalle de su rostro canino y sus gestos serenos.
-Pastor.-Saludó Helena con cierto respeto, sintiendo la tensión de su búsqueda arder dentro de ella como una llama inextinguible
-Helena.-Correspondió el saludo el hombre-perro.-Pensaba que al final no ibas a venir.
-He estado ocupada.-Respondió ella quitándole importancia a sus propios asuntos.-¿Y bien, cómo puedes ayudarme?
El Pastor se aproximó a uno de los numerosos espejos que adornaban su refugio. La luz del sol se reflejaba en ellos, creando destellos fugaces que danzaban sobre la superficie pulida. Con gestos precisos, escogió uno en particular, cuyo marco decorado con motivos intrincados sugería un valor especial. Sin una palabra, lo entregó a Helena, como si fuera una llave hacia el conocimiento que buscaba.
La bruja observó el espejo, viendo su propio reflejo reflejado en él. Confundida, dirigió una mirada inquisitiva al hombre-bestia. Sabía que esos espejos poseían magia, pero carecía de conocimiento alguno para manipularlos.
-Este espejo te revelará aquello que buscas.-Le indicó-Sabes manipular el éter, ¿No? No te será difícil manejar el espejo.-Puso sus brazos en jarras, viendo cómo Helena seguía observando con curiosidad el espejo.-¿Sabes por dónde empezar a buscar?
La Rhodes levantó la mirada hacia El Pastor.
-Sacrestic.-Le respondió con una media sonrisa.
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-¿La mansión Bradbury?-Preguntó Helena a una figura sombría que estaba junto a ella. Ambos estaban apostados con los brazos cruzados, respaldados contra el muro de un callejón sin salida, ocultos a la vista de los transeúntes que pasaban por las estrechas y retorcidas calles de Sacrestic Ville. La atmósfera gótica de la ciudad vampírica parecía envolverlos, con sus edificios altos y sombríos que proyectaban sombras alargadas sobre el suelo empedrado, proyectadas por la iluminación que los candiles callejeros ofrecían. La luz de la luna apenas se filtraba entre los edificios, sumiendo el callejón en una oscuridad casi tangible, que envolvía todo con un manto de misterio y secreto. Además, el aire estaba cargado de humedad, y un viento helado soplaba entre las callejuelas estrechas, presagiando la inminente llegada de la lluvia.
-Al antiguo conde le apasionaba leer. Se dice que tenía en su colección toda clase de libros, alguno que otro también prohibido.-Continuó el misterioso personaje con un atisbo de risa en su voz, que resonó en el aire húmedo. Helena observó con atención, intentando discernir algo de los rasgos ocultos bajo la capucha. La piel del rostro del encapuchado parecía pálida y sin vida, lo que aumentaba la intriga de Helena sobre su identidad. Incluso se podía decir que carecía de piel, como si se tratara de un cadáver viviente.-Cuélate en la mansión e intenta llegar hasta la colección del conde, ¿Una biblioteca? Quizás tengan una. A los nobles les encanta leer, tienen todo el tiempo del mundo para eso.-Sugirió la figura, cuya voz sonaba ahora como un susurro en la oscuridad del callejón.
Helena asintió, sintiendo que su camino se esclarecía. Acto seguido, se despegó de la pared y se alejó un par de pasos del misterioso encapuchado. Antes de irse, se volteó para despedirse de él.
-Te debo una. Apúntamela.-Le guiñó un ojo mientras le sonreía con cierta picardía. Tras eso, sin más se volteó y abandonó el callejón.
-Al antiguo conde le apasionaba leer. Se dice que tenía en su colección toda clase de libros, alguno que otro también prohibido.-Continuó el misterioso personaje con un atisbo de risa en su voz, que resonó en el aire húmedo. Helena observó con atención, intentando discernir algo de los rasgos ocultos bajo la capucha. La piel del rostro del encapuchado parecía pálida y sin vida, lo que aumentaba la intriga de Helena sobre su identidad. Incluso se podía decir que carecía de piel, como si se tratara de un cadáver viviente.-Cuélate en la mansión e intenta llegar hasta la colección del conde, ¿Una biblioteca? Quizás tengan una. A los nobles les encanta leer, tienen todo el tiempo del mundo para eso.-Sugirió la figura, cuya voz sonaba ahora como un susurro en la oscuridad del callejón.
Helena asintió, sintiendo que su camino se esclarecía. Acto seguido, se despegó de la pared y se alejó un par de pasos del misterioso encapuchado. Antes de irse, se volteó para despedirse de él.
-Te debo una. Apúntamela.-Le guiñó un ojo mientras le sonreía con cierta picardía. Tras eso, sin más se volteó y abandonó el callejón.
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A medida que la noche avanzó, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, salpicando el suelo y oscureciendo aún más el ambiente. Helena se encontraba alejada bastantes metros de la imponente mansión Bradbury, apostada en la esquina de una casa, observando con atención las luces titilantes que se vislumbraban tras las ventanas iluminadas. La lluvia arreciaba lentamente, añadiendo un aire de misterio y urgencia a la situación.
La bruja se mantenía en silencio, con la mente trabajando a toda velocidad para idear un plan de infiltración. Los guardias apostados en la puerta principal vigilaban con atención, lo que hacía imposible entrar por ese camino sin ser detectada. Helena se mordió el labio inferior, reflexionando sobre las posibles opciones mientras mantenía una mirada fija en el imponente muro que rodeaba la mansión. No conocía lo suficiente sobre la estructura del edificio como para aventurarse a rodearlo sin más.
___________________________________________________________La bruja se mantenía en silencio, con la mente trabajando a toda velocidad para idear un plan de infiltración. Los guardias apostados en la puerta principal vigilaban con atención, lo que hacía imposible entrar por ese camino sin ser detectada. Helena se mordió el labio inferior, reflexionando sobre las posibles opciones mientras mantenía una mirada fija en el imponente muro que rodeaba la mansión. No conocía lo suficiente sobre la estructura del edificio como para aventurarse a rodearlo sin más.
Off:
-Personaje de El Pastor utilizado con permiso de nuestro queridísimo dios Ansur.
-Personaje de [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] utilizado con permiso de nuestro queridísimo elfo Zelas.
Última edición por Helena Rhodes el Mar Oct 29 2024, 19:53, editado 1 vez
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
La visita de Zelas había dado mucho que pensar a Valeria. Y mucho que hacer. Había reunido toda la información que Thundermaul le había proporcionado en su día sobre la Dark Order, junto con las notas que había tomado ella misma tras la partida de Zelas y lo poco que había encontrado en la guarida de la orden después de que el pintoresco grupo de asalto se quedase solo en la isla.
Después de purgar lo relativo a aquellos que habían caído la noche del ataque, contaba con tres pequeños montoncitos de papeles, uno para cada superviviente: Wolfgang Rammsteiner, número 13; Amelie Lockhart, número 11; Vaal Hazak, número 10. Tenía nombres, descripciones, conteo conocido de muertos y otras fechorías.
Y poco más. Al menos, poco que fuera útil para localizar a alguno de ellos. Imaginaba que Rammsteiner podía estar involucrado de alguna forma en la tensión que empezaba a acrecentarse en el Oeste. Ese era el caldo de cultivo favorito de quien disfruta de manipular y doblegar a las masas. Con Lockhart, prefería no tener que volver a encontrarse frente a frente, estuviera donde estuviera. En cuanto a Vaal Hazak…
Valeria recordaba su encuentro con el nigromante con una mezcla de sobrecogimiento y frustración. Sobrecogimiento, por la masiva cantidad de éter que había desplegado aquella noche y frustración, por lo cerca que había estado de hundirle un cuchillo entre las costillas. Si hubiera llegado un par de segundos antes, ¡o si Zelas hubiera esperado un par de segundos para rendirse!
Pero no debía dejarse llevar por la rabia, debía centrarse en el lado positivo: Por lo que Zelas le había contado, las reservas de éter de Hazak no eran inagotables y, tras el derroche mágico, debía reponerse. Tanto daba que el descanso requerido fuera de unos meses o una sencilla noche de sueño reparador, la situación podía explotarse igualmente. Siempre que diera con el nigromante, evidentemente.
Tuvo que canjear un par de favores y leer mucho entre líneas, pero, finalmente, dio con una pequeña pista de su posible paradero, apenas un rumor, pero apoyado por el clima político de Occidente. Suficiente para apoyar una visita de reconocimiento a Sacrestic Ville.
Valeria pasó de largo el cuartel de la guardia. Tras su colaboración en el desenmascaramiento y detención de un peligroso asesino, probablemente habrían tenido en cuenta su aviso con respecto a la posibilidad de contar con dos peligrosos delincuentes en su territorio. Sin embargo, aún se sentía inquieta cuando debía tratar con las fuerzas de la ley en general y, después de lo de Lirio, no tenía ningún interés en tratar con la guardia de los humanos en particular.
Su destino aquella noche era la mansión Bradbury. Había enviado una carta de presentación semanas atrás, acompañada de referencias de respetables comerciantes tanto de Beltrexus como de la propia Sacrestic y, aunque no había concertado una cita para un día (noche) concreto, recordaba de otras visitas a la ciudad que la mansión solía tener sus puertas abiertas desde que la señora quedara felizmente viuda, por lo que había esperado ser atendida con un mínimo de cortesía.
No había sido así. De hecho, en las tres visitas que había realizado a la mansión se le había negado la entrada con el mismo “la señora no se encuentra en casa, vuelva usted otro día”, por supuesto, sin indicación alguna sobre qué día, o más bien noche, podría encontrar a la condesa.
Valeria sabía cuándo se le estaba dando largas, lo que no entendía era por qué. Al menos, hasta que empezó a darle vueltas por la cabeza la posibilidad de que Amanda Bradbury estuviera ya más que enterada de la presencia de ciertos elementos potencialmente peligrosos en la ciudad. Valeria llevaba los días suficientes en Sacrestic Ville para enterarse de que cierta figura encapuchada había sido vista en las cercanías de la mansión. ¿Era posible que la condesa se hubiera aliado con lo que quedaba de la Dark Order? La sola posibilidad merecía ser investigada. Y si se le negaba el acceso por la puerta principal, no le quedaba más remedio que procurarse otro acceso.
Fue durante el transcurso de uno de sus paseos de reconocimiento que se topó con una figura familiar observando la mansión. Se acercó sin disimulo, recordaba la rapidez con la que podía desplegar un par de dagas y lo último que quería era asustarla, y se apoyó en la pared cerca de ella, resguardándose mínimamente de la lluvia bajo el alerón del edificio.
—Helena de Hvittarn —murmuró para evitar posibles oídos indiscretos—. ¿Tú también estás buscando una casita de veraneo en los alrededores? Parece que llegamos tarde para el día de puertas abiertas pero, bueno —añadió con un guiño—, después de haber venido hasta aquí, me parece un desperdicio marcharme sin poder echarle un ojo a la propiedad.
Después de purgar lo relativo a aquellos que habían caído la noche del ataque, contaba con tres pequeños montoncitos de papeles, uno para cada superviviente: Wolfgang Rammsteiner, número 13; Amelie Lockhart, número 11; Vaal Hazak, número 10. Tenía nombres, descripciones, conteo conocido de muertos y otras fechorías.
Y poco más. Al menos, poco que fuera útil para localizar a alguno de ellos. Imaginaba que Rammsteiner podía estar involucrado de alguna forma en la tensión que empezaba a acrecentarse en el Oeste. Ese era el caldo de cultivo favorito de quien disfruta de manipular y doblegar a las masas. Con Lockhart, prefería no tener que volver a encontrarse frente a frente, estuviera donde estuviera. En cuanto a Vaal Hazak…
Valeria recordaba su encuentro con el nigromante con una mezcla de sobrecogimiento y frustración. Sobrecogimiento, por la masiva cantidad de éter que había desplegado aquella noche y frustración, por lo cerca que había estado de hundirle un cuchillo entre las costillas. Si hubiera llegado un par de segundos antes, ¡o si Zelas hubiera esperado un par de segundos para rendirse!
Pero no debía dejarse llevar por la rabia, debía centrarse en el lado positivo: Por lo que Zelas le había contado, las reservas de éter de Hazak no eran inagotables y, tras el derroche mágico, debía reponerse. Tanto daba que el descanso requerido fuera de unos meses o una sencilla noche de sueño reparador, la situación podía explotarse igualmente. Siempre que diera con el nigromante, evidentemente.
Tuvo que canjear un par de favores y leer mucho entre líneas, pero, finalmente, dio con una pequeña pista de su posible paradero, apenas un rumor, pero apoyado por el clima político de Occidente. Suficiente para apoyar una visita de reconocimiento a Sacrestic Ville.
Valeria pasó de largo el cuartel de la guardia. Tras su colaboración en el desenmascaramiento y detención de un peligroso asesino, probablemente habrían tenido en cuenta su aviso con respecto a la posibilidad de contar con dos peligrosos delincuentes en su territorio. Sin embargo, aún se sentía inquieta cuando debía tratar con las fuerzas de la ley en general y, después de lo de Lirio, no tenía ningún interés en tratar con la guardia de los humanos en particular.
Su destino aquella noche era la mansión Bradbury. Había enviado una carta de presentación semanas atrás, acompañada de referencias de respetables comerciantes tanto de Beltrexus como de la propia Sacrestic y, aunque no había concertado una cita para un día (noche) concreto, recordaba de otras visitas a la ciudad que la mansión solía tener sus puertas abiertas desde que la señora quedara felizmente viuda, por lo que había esperado ser atendida con un mínimo de cortesía.
No había sido así. De hecho, en las tres visitas que había realizado a la mansión se le había negado la entrada con el mismo “la señora no se encuentra en casa, vuelva usted otro día”, por supuesto, sin indicación alguna sobre qué día, o más bien noche, podría encontrar a la condesa.
Valeria sabía cuándo se le estaba dando largas, lo que no entendía era por qué. Al menos, hasta que empezó a darle vueltas por la cabeza la posibilidad de que Amanda Bradbury estuviera ya más que enterada de la presencia de ciertos elementos potencialmente peligrosos en la ciudad. Valeria llevaba los días suficientes en Sacrestic Ville para enterarse de que cierta figura encapuchada había sido vista en las cercanías de la mansión. ¿Era posible que la condesa se hubiera aliado con lo que quedaba de la Dark Order? La sola posibilidad merecía ser investigada. Y si se le negaba el acceso por la puerta principal, no le quedaba más remedio que procurarse otro acceso.
Fue durante el transcurso de uno de sus paseos de reconocimiento que se topó con una figura familiar observando la mansión. Se acercó sin disimulo, recordaba la rapidez con la que podía desplegar un par de dagas y lo último que quería era asustarla, y se apoyó en la pared cerca de ella, resguardándose mínimamente de la lluvia bajo el alerón del edificio.
—Helena de Hvittarn —murmuró para evitar posibles oídos indiscretos—. ¿Tú también estás buscando una casita de veraneo en los alrededores? Parece que llegamos tarde para el día de puertas abiertas pero, bueno —añadió con un guiño—, después de haber venido hasta aquí, me parece un desperdicio marcharme sin poder echarle un ojo a la propiedad.
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
La voz de una mujer sacó a Helena de sus cavilaciones y la hizo voltearse con rapidez y poco disimulo para dejar de exponer su espalda. Reconoció a Valeria Reike a duras penas, pues hacía ya bastante tiempo que compartieron un viaje en barco. La lluvia caía con más intensidad, mezclándose con el murmullo de la noche, mientras Helena se mantenía junto al muro de la mansión, empapada pero concentrada en sus pensamientos.
-Valeria.-Respondió, esbozando una leve sonrisa ante el comentario de su congénere.-¿Quieres entrar?-Preguntó haciendo alusión a la gran mansión Bradbury.
Helena observó a Reike con atención, notando en ella una determinación palpable en la bruja morena. La idea de que ambas estuvieran en busca de respuestas similares despertó su curiosidad.
-¿Has intentado acceder?-preguntó Helena, interesada en conocer los detalles de la experiencia de Valeria.
-Hvittarn quedó como un recuerdo lejano.-Comentó con un toque de nostalgia en su voz.-Hace tiempo que no voy a las islas.-Aclaró de forma escueta y casi dejando en el aire más misterio que respuestas.-Hay rumores que dicen que pronto todo el Oeste se agitará, y yo voy a aprovechar eso para intentar agenciarme cierto grimorio que me gustaría estudiar.-Sonrió de medio lado de forma pícara.-Y tú, Valeria, ¿qué te trae a este lugar lleno de intrigas y misterios? ¿Asuntos oficiales o tal vez algo más... personal?-Helena inclinó la cabeza ligeramente, indicando que estaba ansiosa por descubrir los motivos detrás de la presencia de Reike en ese momento y lugar.-¿Quizás estás siguiendo el rastro de antiguos contactos? ¿O buscando respuestas sobre alguien del pasado? Dime, ¿qué sabes del antiguo virrey de Ciudad Lagarto? Las noticias de su paradero son tan escasas como los humanos eruditos.-Sonrió con cierta malicia con su comparación.
Helena continuaba impasible bajo la lluvia, como si estuviera en perfecta armonía con el elemento acuático que la rodeaba. Cada gota que caía sobre ella parecía encontrar su lugar en su piel, como si fueran pequeñas caricias de un amante invisible. A diferencia de Valeria, que buscaba refugio entre los tejados de las casas para protegerse del chaparrón, Helena se mantenía firme en su posición, como si desafiara a la tormenta con su propia presencia. El contraste entre las dos brujas era evidente.
Poco después, Helena extendió los brazos y arqueó la espalda, como preparándose para un desafío físico que estaba por venir. Con una mirada desafiante y decidida, se dirigió a Valeria.
-Bueno, si estás dispuesta a jugarte el pellejo, puedes acompañarme.-Dijo con un tono sereno pero determinado, como si estuviera acostumbrada a enfrentar desafíos y no tuviera miedo de lo que pudiera venir.
Sin más, puso dirección a la mansión.
Con la lluvia azotando su rostro y empapando su ropa, Helena se mantuvo al acecho en las sombras, observando con atención cada movimiento en los alrededores de la mansión Bradbury. La oscuridad de la noche le brindaba una cobertura perfecta mientras se preparaba mentalmente para el desafío que tenía por delante.
No conocía el terreno y no tenía estudiado meticulosamente los patrones de patrulla de los guardias y, para su sorpresa, habían perros que vigilaban los jardines. Pero no era la primera vez que improvisaba, y tenía una pequeña esperanza en que Reike fuese tan experimentada como ella en el subterfugio como para saber también qué hacer. Respiró profundamente, centrándose en cada detalle de su entorno, lista para poner en práctica su experiencia y habilidades.
Con movimientos ágiles y silenciosos, Helena lideraba el camino entre las sombras, moviéndose con una gracia felina que intentaba dejar a Valeria asombrada. Cada paso era calculado, cada salto ejecutado con precisión milimétrica. Aprovechando cada rincón y saliente, se deslizaba con destreza, como si la arquitectura misma del muro con detalles recargados fuera un rompecabezas que ella conocía a la perfección.
Aunque no había pedido ayuda ni consejo a Valeria, Helena no podía evitar sentirse superior en su destreza, mostrando su experiencia sin decir una palabra. Su actitud segura y autoritaria se reflejaba en cada movimiento, demostrando que estaba completamente en control de la situación. Mientras avanzaban por los terrenos de la mansión, Helena lideraba con determinación, sin dejar lugar a dudas sobre quién estaba a cargo de la situación.
Los guardias pasaban cerca, pero Helena los evitaba con astucia, aprovechando los momentos oportunos para avanzar hacia su objetivo. Su corazón latía con fuerza en su pecho, pero su determinación era más fuerte que cualquier temor que pudiera sentir.
Los perros olfateaban el aire con curiosidad, pero Helena conocía los trucos para confundir su sentido del olfato y desviar su atención. Con movimientos rápidos y precisos, se deslizó entre los arbustos y las sombras, manteniendo siempre un paso por delante de los peligrosos guardianes.
Finalmente, después de sortear cada obstáculo con maestría y determinación, Helena llegó a una de las grandes ventanas de la planta baja de la mansión Bradbury. Con un último vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había sido detectada, se deslizó por la entrada principal y desapareció en la oscuridad de la noche.
La habitación con la que dio Helena era una estancia elegante y lujosa, típica de una mansión de la alta sociedad. Las paredes están revestidas de madera oscura, adornadas con cuadros de paisajes bucólicos y tapices finamente bordados. Una gran chimenea de mármol ocupa uno de los muros, rodeada de cómodos sillones y mesitas auxiliares.
El suelo de parqué reluce bajo la luz de las lámparas de araña que cuelgan del techo alto. Una gran alfombra cubría parte del suelo, añadiendo un toque de color y calidez al ambiente. En una esquina de la habitación, una mesa de madera noble sostiene una delicada vajilla de porcelana, junto a una botella de vino y dos copas de cristal tallado.
En el centro de la habitación, la amplia ventana por la que Helena se deslizó ofrecía una vista panorámica de los jardines de la mansión. Las cortinas de terciopelo rojo estaban ahora abiertas, las cuales añadían un toque de sofisticación al ambiente.
Una vez asegurada su posición y sabiendo que estaba a salvo, Helena se concentró y realizó una serie de movimientos fluidos y elegantes con las manos, envueltas en un brillo azul que destellaba con cada gesto. Las gotas de agua que la cubrían y empapaban sus ropajes se elevaron en el aire, siguiendo el ritmo de sus movimientos, hasta que, con un chasquido, desaparecieron en una rápida evaporación, dejando a Helena completamente seca y lista para continuar su misión.
-Me encanta este truco.-Murmuró esbozando media sonrisa.
-Valeria.-Respondió, esbozando una leve sonrisa ante el comentario de su congénere.-¿Quieres entrar?-Preguntó haciendo alusión a la gran mansión Bradbury.
Helena observó a Reike con atención, notando en ella una determinación palpable en la bruja morena. La idea de que ambas estuvieran en busca de respuestas similares despertó su curiosidad.
-¿Has intentado acceder?-preguntó Helena, interesada en conocer los detalles de la experiencia de Valeria.
-Hvittarn quedó como un recuerdo lejano.-Comentó con un toque de nostalgia en su voz.-Hace tiempo que no voy a las islas.-Aclaró de forma escueta y casi dejando en el aire más misterio que respuestas.-Hay rumores que dicen que pronto todo el Oeste se agitará, y yo voy a aprovechar eso para intentar agenciarme cierto grimorio que me gustaría estudiar.-Sonrió de medio lado de forma pícara.-Y tú, Valeria, ¿qué te trae a este lugar lleno de intrigas y misterios? ¿Asuntos oficiales o tal vez algo más... personal?-Helena inclinó la cabeza ligeramente, indicando que estaba ansiosa por descubrir los motivos detrás de la presencia de Reike en ese momento y lugar.-¿Quizás estás siguiendo el rastro de antiguos contactos? ¿O buscando respuestas sobre alguien del pasado? Dime, ¿qué sabes del antiguo virrey de Ciudad Lagarto? Las noticias de su paradero son tan escasas como los humanos eruditos.-Sonrió con cierta malicia con su comparación.
Helena continuaba impasible bajo la lluvia, como si estuviera en perfecta armonía con el elemento acuático que la rodeaba. Cada gota que caía sobre ella parecía encontrar su lugar en su piel, como si fueran pequeñas caricias de un amante invisible. A diferencia de Valeria, que buscaba refugio entre los tejados de las casas para protegerse del chaparrón, Helena se mantenía firme en su posición, como si desafiara a la tormenta con su propia presencia. El contraste entre las dos brujas era evidente.
Poco después, Helena extendió los brazos y arqueó la espalda, como preparándose para un desafío físico que estaba por venir. Con una mirada desafiante y decidida, se dirigió a Valeria.
-Bueno, si estás dispuesta a jugarte el pellejo, puedes acompañarme.-Dijo con un tono sereno pero determinado, como si estuviera acostumbrada a enfrentar desafíos y no tuviera miedo de lo que pudiera venir.
Sin más, puso dirección a la mansión.
Con la lluvia azotando su rostro y empapando su ropa, Helena se mantuvo al acecho en las sombras, observando con atención cada movimiento en los alrededores de la mansión Bradbury. La oscuridad de la noche le brindaba una cobertura perfecta mientras se preparaba mentalmente para el desafío que tenía por delante.
No conocía el terreno y no tenía estudiado meticulosamente los patrones de patrulla de los guardias y, para su sorpresa, habían perros que vigilaban los jardines. Pero no era la primera vez que improvisaba, y tenía una pequeña esperanza en que Reike fuese tan experimentada como ella en el subterfugio como para saber también qué hacer. Respiró profundamente, centrándose en cada detalle de su entorno, lista para poner en práctica su experiencia y habilidades.
Con movimientos ágiles y silenciosos, Helena lideraba el camino entre las sombras, moviéndose con una gracia felina que intentaba dejar a Valeria asombrada. Cada paso era calculado, cada salto ejecutado con precisión milimétrica. Aprovechando cada rincón y saliente, se deslizaba con destreza, como si la arquitectura misma del muro con detalles recargados fuera un rompecabezas que ella conocía a la perfección.
Aunque no había pedido ayuda ni consejo a Valeria, Helena no podía evitar sentirse superior en su destreza, mostrando su experiencia sin decir una palabra. Su actitud segura y autoritaria se reflejaba en cada movimiento, demostrando que estaba completamente en control de la situación. Mientras avanzaban por los terrenos de la mansión, Helena lideraba con determinación, sin dejar lugar a dudas sobre quién estaba a cargo de la situación.
Los guardias pasaban cerca, pero Helena los evitaba con astucia, aprovechando los momentos oportunos para avanzar hacia su objetivo. Su corazón latía con fuerza en su pecho, pero su determinación era más fuerte que cualquier temor que pudiera sentir.
Los perros olfateaban el aire con curiosidad, pero Helena conocía los trucos para confundir su sentido del olfato y desviar su atención. Con movimientos rápidos y precisos, se deslizó entre los arbustos y las sombras, manteniendo siempre un paso por delante de los peligrosos guardianes.
Finalmente, después de sortear cada obstáculo con maestría y determinación, Helena llegó a una de las grandes ventanas de la planta baja de la mansión Bradbury. Con un último vistazo a su alrededor para asegurarse de que no había sido detectada, se deslizó por la entrada principal y desapareció en la oscuridad de la noche.
La habitación con la que dio Helena era una estancia elegante y lujosa, típica de una mansión de la alta sociedad. Las paredes están revestidas de madera oscura, adornadas con cuadros de paisajes bucólicos y tapices finamente bordados. Una gran chimenea de mármol ocupa uno de los muros, rodeada de cómodos sillones y mesitas auxiliares.
El suelo de parqué reluce bajo la luz de las lámparas de araña que cuelgan del techo alto. Una gran alfombra cubría parte del suelo, añadiendo un toque de color y calidez al ambiente. En una esquina de la habitación, una mesa de madera noble sostiene una delicada vajilla de porcelana, junto a una botella de vino y dos copas de cristal tallado.
En el centro de la habitación, la amplia ventana por la que Helena se deslizó ofrecía una vista panorámica de los jardines de la mansión. Las cortinas de terciopelo rojo estaban ahora abiertas, las cuales añadían un toque de sofisticación al ambiente.
Una vez asegurada su posición y sabiendo que estaba a salvo, Helena se concentró y realizó una serie de movimientos fluidos y elegantes con las manos, envueltas en un brillo azul que destellaba con cada gesto. Las gotas de agua que la cubrían y empapaban sus ropajes se elevaron en el aire, siguiendo el ritmo de sus movimientos, hasta que, con un chasquido, desaparecieron en una rápida evaporación, dejando a Helena completamente seca y lista para continuar su misión.
-Me encanta este truco.-Murmuró esbozando media sonrisa.
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena pareció dudar un instante, pero la reconoció, a pesar de la reducida visibilidad. Se habían conocido de noche, después de todo.
—Admito que no me importaría echar un vistazo al interior —respondió Valeria—. Nada como que le nieguen a una la entrada para que le pique la curiosidad, ¿no te parece?
Helena mencionó entonces Hvittarn con una cierta nostalgia, antes de recuperar la actitud segura y decidida que la había acompañado la noche que la conoció. Valeria podía percibir una cierta ambición en su mirada, en su voz. No la clase de ambición que había observado en los círculos adinerados de Beltrexus, tampoco la que había compartido en los barrios bajos de la capital. Para alguien como Helena, las islas se quedaban pequeñas.
—Ah, una mujer autodidacta —dijo Valeria, ampliando su sonrisa—. No seré yo quien se interponga entre el saber y tú. Lamentablemente, no he sabido nada de ningún grimorio —añadió—. Por mi parte, estoy más interesada en esos rumores sobre el Oeste. Es importante estar al tanto de las noticias. Ya sabes, para que no la pillen a una por sorpresa. Al parecer —concluyó con un leve gesto de cabeza hacia la mansión—, este es uno de los focos importantes de información.
Se abstuvo de mencionar a la Dark Order o a sus miembros, al menos, hasta que supiera qué se cocía en esa casa. Helena no la presionaría por información adicional, del mismo modo que ella no la presionaba en relación al grimorio. Sí le sorprendió la pregunta acerca del virrey.
—Owens. No, no he sabido nada de él desde hace tiempo. Intenté visitar la ciudad una vez pero… digamos que me vi forzada a desviarme de mi objetivo.
Sintió un ligero escalofrío que nada tenía que ver con el frío y la humedad reinantes. Recordaba demasiado bien la persecución a través del bosque, hasta la mismísima entrada de la Base de los bio-cibernéticos. Las calles de Beltrexus podían ser brutales para con sus habitantes, pero jamás había sentido con tanta fuerza el peso de la avaricia humana hasta aquel día. Otro regalo que agradecer a los Ojosverdes. Por suerte, hacía mucho que se había librado de ambas afecciones. La invitación de Helena la devolvió a la realidad.
—No me lo perdería por nada —respondió.
Valeria respiró lenta, hondamente recordando la fortaleza de Nerfarein, la isla de la Dark Order, la torre de Arke. Comparado con eso, colarse en una pequeña mansión no era más que un juego de niños. De hecho, había crecido haciendo justo eso.
Helena guió la marcha con una agilidad envidiable. Valeria nunca había poseido tal vigor y había perdido parte de la flexibilidad de su infancia, pero lo compensaba con el dominio de su magia(1). Desplegó una fina capa de éter en un escudo que repelía la lluvia que caía sobre ella y otra bajo sus pies, para atenuar el sonido de sus pasos. Allá donde Helena exhibía su excelente condición física con un salto o una carrera, Valeria se ayudaba aligerando su propio peso.
No le molestaba ser la seguidora en esa empresa, claramente, la mujer sabía lo que hacía y no tardaron en dejar atrás a los vigilantes y colarse por una ventana de la planta baja. Valeria deshizo el escudo que la protegía de la lluvia, no así los que amortiguaban sus pasos, y se encaminó a la puerta de la sofisticada sala, donde pegó la oreja para escuchar las señales de cualquier presencia al otro lado, cuando un cosquilleo familiar en la piel le hizo volver la vista a su acompañante.
—Buen truco —murmuró con admiración, preguntándose si sería capaz de replicarlo con ayuda de su elixir primordial.
Aún sentía la respiración algo acelerada, después de seguirle el ritmo a Helena, pero un poco de ejercicio no le hacía mal a nadie, después de todo. Echó un rápido vistazo a la habitación. Parecía una sala apta para socializar cómodamente después de una opípara comida, más que un rincón de lectura. En fin, eso solo significaba que tendrían que seguir buscando.
—Información y grimorio —resumió en voz baja—. Diría que buscamos un despacho o una biblioteca. Por mi experiencia visitando mansiones, ese tipo de habitaciones suelen estar en una planta baja o intermedia. Arriba ponen a los criados. Y, abajo, despensa y cocinas… Cuando hacen falta. Parece ser que la esposa de la condesa se trajo a su manada del este, así que supongo que harán falta. ¿Qué dices, buscamos unas escaleras? No he oído nadie al otro lado —añadió señalando la puerta—, por el momento.
----------
OFF: (1) Alusión a varias formas de magia telequinética en este párrafo, así como a mi pasiva de nivel 2, Ligera: Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
—Admito que no me importaría echar un vistazo al interior —respondió Valeria—. Nada como que le nieguen a una la entrada para que le pique la curiosidad, ¿no te parece?
Helena mencionó entonces Hvittarn con una cierta nostalgia, antes de recuperar la actitud segura y decidida que la había acompañado la noche que la conoció. Valeria podía percibir una cierta ambición en su mirada, en su voz. No la clase de ambición que había observado en los círculos adinerados de Beltrexus, tampoco la que había compartido en los barrios bajos de la capital. Para alguien como Helena, las islas se quedaban pequeñas.
—Ah, una mujer autodidacta —dijo Valeria, ampliando su sonrisa—. No seré yo quien se interponga entre el saber y tú. Lamentablemente, no he sabido nada de ningún grimorio —añadió—. Por mi parte, estoy más interesada en esos rumores sobre el Oeste. Es importante estar al tanto de las noticias. Ya sabes, para que no la pillen a una por sorpresa. Al parecer —concluyó con un leve gesto de cabeza hacia la mansión—, este es uno de los focos importantes de información.
Se abstuvo de mencionar a la Dark Order o a sus miembros, al menos, hasta que supiera qué se cocía en esa casa. Helena no la presionaría por información adicional, del mismo modo que ella no la presionaba en relación al grimorio. Sí le sorprendió la pregunta acerca del virrey.
—Owens. No, no he sabido nada de él desde hace tiempo. Intenté visitar la ciudad una vez pero… digamos que me vi forzada a desviarme de mi objetivo.
Sintió un ligero escalofrío que nada tenía que ver con el frío y la humedad reinantes. Recordaba demasiado bien la persecución a través del bosque, hasta la mismísima entrada de la Base de los bio-cibernéticos. Las calles de Beltrexus podían ser brutales para con sus habitantes, pero jamás había sentido con tanta fuerza el peso de la avaricia humana hasta aquel día. Otro regalo que agradecer a los Ojosverdes. Por suerte, hacía mucho que se había librado de ambas afecciones. La invitación de Helena la devolvió a la realidad.
—No me lo perdería por nada —respondió.
Valeria respiró lenta, hondamente recordando la fortaleza de Nerfarein, la isla de la Dark Order, la torre de Arke. Comparado con eso, colarse en una pequeña mansión no era más que un juego de niños. De hecho, había crecido haciendo justo eso.
Helena guió la marcha con una agilidad envidiable. Valeria nunca había poseido tal vigor y había perdido parte de la flexibilidad de su infancia, pero lo compensaba con el dominio de su magia(1). Desplegó una fina capa de éter en un escudo que repelía la lluvia que caía sobre ella y otra bajo sus pies, para atenuar el sonido de sus pasos. Allá donde Helena exhibía su excelente condición física con un salto o una carrera, Valeria se ayudaba aligerando su propio peso.
No le molestaba ser la seguidora en esa empresa, claramente, la mujer sabía lo que hacía y no tardaron en dejar atrás a los vigilantes y colarse por una ventana de la planta baja. Valeria deshizo el escudo que la protegía de la lluvia, no así los que amortiguaban sus pasos, y se encaminó a la puerta de la sofisticada sala, donde pegó la oreja para escuchar las señales de cualquier presencia al otro lado, cuando un cosquilleo familiar en la piel le hizo volver la vista a su acompañante.
—Buen truco —murmuró con admiración, preguntándose si sería capaz de replicarlo con ayuda de su elixir primordial.
Aún sentía la respiración algo acelerada, después de seguirle el ritmo a Helena, pero un poco de ejercicio no le hacía mal a nadie, después de todo. Echó un rápido vistazo a la habitación. Parecía una sala apta para socializar cómodamente después de una opípara comida, más que un rincón de lectura. En fin, eso solo significaba que tendrían que seguir buscando.
—Información y grimorio —resumió en voz baja—. Diría que buscamos un despacho o una biblioteca. Por mi experiencia visitando mansiones, ese tipo de habitaciones suelen estar en una planta baja o intermedia. Arriba ponen a los criados. Y, abajo, despensa y cocinas… Cuando hacen falta. Parece ser que la esposa de la condesa se trajo a su manada del este, así que supongo que harán falta. ¿Qué dices, buscamos unas escaleras? No he oído nadie al otro lado —añadió señalando la puerta—, por el momento.
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OFF: (1) Alusión a varias formas de magia telequinética en este párrafo, así como a mi pasiva de nivel 2, Ligera: Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena escuchó a Valeria con los brazos cruzados mientras esta sopesaba mientras esta se ingenió un plan de actuación que explicaba por dónde deberían empezar a buscar.
-¿Me acompañarás entonces?-Preguntó, algo sorprendida. Reike tenía su propio propósito en esa mansión, y parecía estar desconectado con el suyo.-Esos rumores del Oeste...-Mencionó Helena para captar la atención de su compañera.-Siento curiosidad por ellos. Cuando encontremos el grimorio te ayudaré con lo tuyo.
En el plan de Helena no entraba el recorrer la mansión todo el tiempo con Reike. Creía que ambas se colarían y se cubrirían las espaldas, y una vez dentro, cada una iría a por lo que había venido a buscar. Ir con una compañera podía suponer un riesgo, pero también una ventaja. Helena decidió arriesgarse y averiguar cuán grande podía ser esa ventaja.
Valeria mencionó que debían buscar unas escaleras y justificó esa sugerencia dando una distribución general de cómo estaban estructurados los pisos y las habitaciones en las mansiones. Parecía tener más conocimiento que Helena sobre ese tema, lo que les proporcionaba un plan más concreto a seguir.
El interior de la mansión Bradbury estaba envuelto en una penumbra que sólo se rompía por los ocasionales destellos de los candelabros dorados. El aire tenía un ligero aroma a cera de vela y muebles antiguos, impregnando el ambiente con una atmósfera de antigüedad y secreto. Helena, decidida a mantenerse en el anonimato, se movió con la gracia de una sombra, cada paso era un testimonio de su destreza en el arte del sigilo. Reike tenía razón; no había nadie por los pasillos.
Al doblar una esquina, divisaron las escaleras en el extremo de un largo corredor. Helena, con una mirada decidida, señaló hacia las escaleras.
La planta de arriba resultó ser igual que la de abajo: más pasillos y más puertas. Examinar cada una les tomaría tiempo, y quizá se arriesgarían a ser descubiertas, ya que no sabían qué tipo de vigilancia escondía el lugar ni cuántos residentes o sirvientes había en ese momento en la mansión.
Helena cerró los ojos, tomando aire y concentrándose en los sonidos a su alrededor. Todo estaba en silencio, y sólo se escuchaban su respiración y la de Valeria. Intuía que, por el momento, estaban a salvo de ser descubiertas.
Helena mantuvo los ojos cerrados, intentando percibir más allá de los sentidos físicos. Si en algo le era útil ser bruja, era en sentir el éter y manejarlo, y ahora buscaba esa primera opción para que, de alguna forma, la guiara hasta los místicos grimorios.
Julianus Ardon, el brujo erudito que estudió el elemento Agua y detalló todos los conocimientos que adquirió en su vida sobre dicho elemento en la colección de grimorios que Helena buscaba, dejó un rastro de éter en todos ellos, para que los mejores y más avispados usuarios del éter pudieran dar con ellos de alguna forma y así identificar dichos libros como auténticos. Helena supuso que dicha acumulación de éter le sería familiar, pues ya poseía el primer libro de la decalogía.
De pronto, Helena sintió una débil vibración, un susurro en el éter que le hizo abrir los ojos con una chispa de determinación. Era un rastro tenue, pero allí estaba, guiándola hacia la fuente de ese poder antiguo y esquivo.
-Por aquí-Murmuró Helena, señalando hacia el final del pasillo.
Dicho esto, avanzó en silencio, con pasos ligeros y cautelosos. El corredor parecía alargarse interminablemente. Helena seguía la vibración del éter, sus sentidos agudizados por la tensión y la expectativa. Haber trabajado la meditación estaba dando sus frutos.
Finalmente, llegaron a una puerta grande y ornamentada, que destacaba del resto por su diseño intrincado y su cerradura pesada. La sensación de éter era más fuerte allí, pulsando suavemente como un latido distante.
-Debe estar aquí.-Dijo Helena en un susurro, sus dedos rozando la superficie del pomo, dispuesta a abrir la puerta.
En el momento en que Helena posó su mano en el pomo, sintió una descarga eléctrica que la hizo gemir de dolor. Esa descarga rompió el silencio y la armonía en la que estaba sumida la mansión, y una voz sonó tras una puerta tres habitaciones más allá de donde estaban las brujas.
-¿Hay alguien ahí?
Helena se alertó y tensó su postura, mirando a Reike con los ojos abiertos como platos.
-¡Nos van a descubrir!-Susurró con urgencia.- La puerta está cerrada con algo, no sé si es magia o un mecanismo extraño.
-¿Me acompañarás entonces?-Preguntó, algo sorprendida. Reike tenía su propio propósito en esa mansión, y parecía estar desconectado con el suyo.-Esos rumores del Oeste...-Mencionó Helena para captar la atención de su compañera.-Siento curiosidad por ellos. Cuando encontremos el grimorio te ayudaré con lo tuyo.
En el plan de Helena no entraba el recorrer la mansión todo el tiempo con Reike. Creía que ambas se colarían y se cubrirían las espaldas, y una vez dentro, cada una iría a por lo que había venido a buscar. Ir con una compañera podía suponer un riesgo, pero también una ventaja. Helena decidió arriesgarse y averiguar cuán grande podía ser esa ventaja.
Valeria mencionó que debían buscar unas escaleras y justificó esa sugerencia dando una distribución general de cómo estaban estructurados los pisos y las habitaciones en las mansiones. Parecía tener más conocimiento que Helena sobre ese tema, lo que les proporcionaba un plan más concreto a seguir.
El interior de la mansión Bradbury estaba envuelto en una penumbra que sólo se rompía por los ocasionales destellos de los candelabros dorados. El aire tenía un ligero aroma a cera de vela y muebles antiguos, impregnando el ambiente con una atmósfera de antigüedad y secreto. Helena, decidida a mantenerse en el anonimato, se movió con la gracia de una sombra, cada paso era un testimonio de su destreza en el arte del sigilo. Reike tenía razón; no había nadie por los pasillos.
Al doblar una esquina, divisaron las escaleras en el extremo de un largo corredor. Helena, con una mirada decidida, señaló hacia las escaleras.
La planta de arriba resultó ser igual que la de abajo: más pasillos y más puertas. Examinar cada una les tomaría tiempo, y quizá se arriesgarían a ser descubiertas, ya que no sabían qué tipo de vigilancia escondía el lugar ni cuántos residentes o sirvientes había en ese momento en la mansión.
Helena cerró los ojos, tomando aire y concentrándose en los sonidos a su alrededor. Todo estaba en silencio, y sólo se escuchaban su respiración y la de Valeria. Intuía que, por el momento, estaban a salvo de ser descubiertas.
Helena mantuvo los ojos cerrados, intentando percibir más allá de los sentidos físicos. Si en algo le era útil ser bruja, era en sentir el éter y manejarlo, y ahora buscaba esa primera opción para que, de alguna forma, la guiara hasta los místicos grimorios.
Julianus Ardon, el brujo erudito que estudió el elemento Agua y detalló todos los conocimientos que adquirió en su vida sobre dicho elemento en la colección de grimorios que Helena buscaba, dejó un rastro de éter en todos ellos, para que los mejores y más avispados usuarios del éter pudieran dar con ellos de alguna forma y así identificar dichos libros como auténticos. Helena supuso que dicha acumulación de éter le sería familiar, pues ya poseía el primer libro de la decalogía.
De pronto, Helena sintió una débil vibración, un susurro en el éter que le hizo abrir los ojos con una chispa de determinación. Era un rastro tenue, pero allí estaba, guiándola hacia la fuente de ese poder antiguo y esquivo.
-Por aquí-Murmuró Helena, señalando hacia el final del pasillo.
Dicho esto, avanzó en silencio, con pasos ligeros y cautelosos. El corredor parecía alargarse interminablemente. Helena seguía la vibración del éter, sus sentidos agudizados por la tensión y la expectativa. Haber trabajado la meditación estaba dando sus frutos.
Finalmente, llegaron a una puerta grande y ornamentada, que destacaba del resto por su diseño intrincado y su cerradura pesada. La sensación de éter era más fuerte allí, pulsando suavemente como un latido distante.
-Debe estar aquí.-Dijo Helena en un susurro, sus dedos rozando la superficie del pomo, dispuesta a abrir la puerta.
En el momento en que Helena posó su mano en el pomo, sintió una descarga eléctrica que la hizo gemir de dolor. Esa descarga rompió el silencio y la armonía en la que estaba sumida la mansión, y una voz sonó tras una puerta tres habitaciones más allá de donde estaban las brujas.
-¿Hay alguien ahí?
Helena se alertó y tensó su postura, mirando a Reike con los ojos abiertos como platos.
-¡Nos van a descubrir!-Susurró con urgencia.- La puerta está cerrada con algo, no sé si es magia o un mecanismo extraño.
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Valeria asintió a la pregunta de Helena. ¿Acompañarla? ¿Por qué no? Lo que ella buscaba, si es que existía, tenía tantas probabilidades de hallarlo junto al misterioso grimorio (o en el camino hasta él) como en cualquier otro sitio. Tal era el problema cuando lo que se buscaba era algo tan ambiguo como “información”. Eso y que, en ocasiones, una acababa topándose con algo que hubiera preferido no saber. Pero eso ya era otra historia.
—Me parece perfecto —respondió, sin poder evitar una sonrisa.
Aquel era otro problema, la búsqueda misma de información podía volverse terriblemente adictiva. Sin embargo, no sería ella la que condenase la curiosidad ajena, especialmente, después de haber manifestado la propia sin tapujos.
—¿Lista? —añadió con la mano en el pomo de la puerta.
La travesía por la planta baja de la mansión transcurrió sin mayor inconveniente. Quizá fuera cierto que la señora no se encontraba en casa. Helena no tardó en señalar unas escaleras ascendentes. Lamentablemente, llegadas a la planta alta, no había ningún indicativo de hacia dónde dirigirse y sí muchas oportunidades, en forma de puertas, de acabar metiendo las narices en el lugar equivocado. Aún así, el lugar se veía tan tranquilo como la planta baja, lo que no impedía que, en cualquier momento, una de esas puertas se abriera, revelando su presencia.
Helena eligió ese momento para cerrar los ojos con actitud concentrada. Conocedora de los caminos del éter y la meditación, Valeria decidió confiar en que la mujer sabía lo que hacía y, tragándose su nerviosismo ante la posición tan expuesta en que se encontraban, se centró en las labores de vigilancia.
Retrocedió un poco por la escalera mientras sacaba un grafito de un bolsillo interior de su chaqueta y dibujó una runa en la base de uno de los escalones. El sencillo conjuro la avisaría discretamente si alguien se acercaba por allí. Después, avanzó en silencio por el pasillo, acercándose por turno a cada una de las puertas para escuchar cualquier sonido o rastro de conversación que pudiera llegar del otro lado.
Apenas había avanzado un cuarto del pasillo cuando Helena abrió los ojos y señaló la puerta del fondo. Las intrusas avanzaron por el corredor como sombras silenciosas, atentas al más mínimo sonido que pudiera indicar la presencia de otra persona. Al menos, Valeria, que contenía la respiración cada vez que pasaban junto a una puerta, pendiente de si el pomo comenzaba a girar.
La puerta que había elegido su compañera estaba más ornamentada que las otras que habían ido dejando atrás, lo cual parecía prometedor. Por otro lado, ahora que estaba cerca, podía percibir un cierto cosquilleo, indicador de la presencia de magia en las cercanías. Aquello podía apuntar al misterioso grimorio o…
Antes de que Valeria tuviera tiempo de expresar su sospecha en voz alta, Helena ya había activado la trampa arcana. No podía culparla, estas cosas eran menos comunes en el continente, después de todo. Ella misma no lo había esperado, aunque, ahora que lo pensaba, había oído decir que la condesa había sido bruja antes de su transformación. La buena noticia era que, si se había molestado en hechizar la puerta, debía de haber algo importante ahí dentro. La mala noticia era, por supuesto, que el sonido de la descarga había alertado a alguien de la posible presencia de intrusos.
—Silencio —vocalizó, más que pronunció, Valeria ante el evidente nerviosismo de su acompañante.
Como hiciera Helena para encontrar el camino, esta vez fue Valeria la que cerró momentáneamente los ojos. Dividiendo su concentración, extendió una parte de su éter hasta tocar la puerta de la que había partido la voz. El resto lo enfocó, con los ojos nuevamente abiertos, en examinar la cerradura.
La casa estaba habitada por licántropos, humanos y vampiros y la ciudad, por hombres-bestia, humanos y vampiros en su mayoría. Con tal dato en mente, lo más probable era que el encantamiento de la cerradura no fuera particularmente complicado. Al menos, no tanto como lo que una podía encontrarse en una ciudad como Beltrexus, donde casi cualquier habitante podía abrir una cerradura sencilla sin dificultad.
Efectivamente, tanteando con un fino hilo de éter pudo comprobar que la cerradura funcionaba como cualquier otra(1). El hechizo parecía estar ahí para evitar que tocaran la puerta y no para bloquearla. Después de todo, no había tanta gente en la ciudad capaz de abrir una puerta sin tocarla…
Valeria escuchó el satisfactorio clic que indicaba que la cerradura se había abierto casi al mismo tiempo que sintió un tirón en el otro hilo de éter, el que había extendido en dirección a la otra puerta. Rápidamente, lo tensó y, aún tirando de él, hizo girar el pomo que acababa de desbloquear, abriendo una apertura a un nuevo espacio de oscuridad.
—¿Quién anda ahí? —repitió la voz, tratando en vano de abrir su propia puerta.
Valeria urgió a Helena con un gesto para que entrara en la oscura sala y se coló rápidamente tras ella. Solo en el momento que apoyaba de nuevo contra el marco la puerta que acababan de atravesar, soltó la otra. No habría podido mantener el hilo sujeto a tanta distancia, de todas formas. Además, necesitaba toda su concentración para volver a bloquear la cerradura.
Por suerte, el ruido de la otra puerta abriéndose de golpe y las maldiciones de su descubridor al no encontrar a nadie detrás silenciaron el suave clic de la cerradura cerrándose de nuevo.
—Me temo que salir no va a ser tan sencillo como entrar —murmuró Valeria de forma casi inaudible mientras comprobaba si el encantamiento que había provocado la descarga continuaba activo.
Podía oír movimiento al otro lado de la puerta y, si no estaban ya en ello, no tardarían en registrar la casa. Su única ventaja radicaba en que los habitantes asumieran que nadie había podido cruzar aquella puerta. O, en su defecto, que ellos mismos no fueran capaces de hacerlo.
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OFF: (1) Uso de mi telequinesis avanzada para abrir la cerradura (y, más abajo, cerrarla otra vez).
—Me parece perfecto —respondió, sin poder evitar una sonrisa.
Aquel era otro problema, la búsqueda misma de información podía volverse terriblemente adictiva. Sin embargo, no sería ella la que condenase la curiosidad ajena, especialmente, después de haber manifestado la propia sin tapujos.
—¿Lista? —añadió con la mano en el pomo de la puerta.
La travesía por la planta baja de la mansión transcurrió sin mayor inconveniente. Quizá fuera cierto que la señora no se encontraba en casa. Helena no tardó en señalar unas escaleras ascendentes. Lamentablemente, llegadas a la planta alta, no había ningún indicativo de hacia dónde dirigirse y sí muchas oportunidades, en forma de puertas, de acabar metiendo las narices en el lugar equivocado. Aún así, el lugar se veía tan tranquilo como la planta baja, lo que no impedía que, en cualquier momento, una de esas puertas se abriera, revelando su presencia.
Helena eligió ese momento para cerrar los ojos con actitud concentrada. Conocedora de los caminos del éter y la meditación, Valeria decidió confiar en que la mujer sabía lo que hacía y, tragándose su nerviosismo ante la posición tan expuesta en que se encontraban, se centró en las labores de vigilancia.
Retrocedió un poco por la escalera mientras sacaba un grafito de un bolsillo interior de su chaqueta y dibujó una runa en la base de uno de los escalones. El sencillo conjuro la avisaría discretamente si alguien se acercaba por allí. Después, avanzó en silencio por el pasillo, acercándose por turno a cada una de las puertas para escuchar cualquier sonido o rastro de conversación que pudiera llegar del otro lado.
Apenas había avanzado un cuarto del pasillo cuando Helena abrió los ojos y señaló la puerta del fondo. Las intrusas avanzaron por el corredor como sombras silenciosas, atentas al más mínimo sonido que pudiera indicar la presencia de otra persona. Al menos, Valeria, que contenía la respiración cada vez que pasaban junto a una puerta, pendiente de si el pomo comenzaba a girar.
La puerta que había elegido su compañera estaba más ornamentada que las otras que habían ido dejando atrás, lo cual parecía prometedor. Por otro lado, ahora que estaba cerca, podía percibir un cierto cosquilleo, indicador de la presencia de magia en las cercanías. Aquello podía apuntar al misterioso grimorio o…
Antes de que Valeria tuviera tiempo de expresar su sospecha en voz alta, Helena ya había activado la trampa arcana. No podía culparla, estas cosas eran menos comunes en el continente, después de todo. Ella misma no lo había esperado, aunque, ahora que lo pensaba, había oído decir que la condesa había sido bruja antes de su transformación. La buena noticia era que, si se había molestado en hechizar la puerta, debía de haber algo importante ahí dentro. La mala noticia era, por supuesto, que el sonido de la descarga había alertado a alguien de la posible presencia de intrusos.
—Silencio —vocalizó, más que pronunció, Valeria ante el evidente nerviosismo de su acompañante.
Como hiciera Helena para encontrar el camino, esta vez fue Valeria la que cerró momentáneamente los ojos. Dividiendo su concentración, extendió una parte de su éter hasta tocar la puerta de la que había partido la voz. El resto lo enfocó, con los ojos nuevamente abiertos, en examinar la cerradura.
La casa estaba habitada por licántropos, humanos y vampiros y la ciudad, por hombres-bestia, humanos y vampiros en su mayoría. Con tal dato en mente, lo más probable era que el encantamiento de la cerradura no fuera particularmente complicado. Al menos, no tanto como lo que una podía encontrarse en una ciudad como Beltrexus, donde casi cualquier habitante podía abrir una cerradura sencilla sin dificultad.
Efectivamente, tanteando con un fino hilo de éter pudo comprobar que la cerradura funcionaba como cualquier otra(1). El hechizo parecía estar ahí para evitar que tocaran la puerta y no para bloquearla. Después de todo, no había tanta gente en la ciudad capaz de abrir una puerta sin tocarla…
Valeria escuchó el satisfactorio clic que indicaba que la cerradura se había abierto casi al mismo tiempo que sintió un tirón en el otro hilo de éter, el que había extendido en dirección a la otra puerta. Rápidamente, lo tensó y, aún tirando de él, hizo girar el pomo que acababa de desbloquear, abriendo una apertura a un nuevo espacio de oscuridad.
—¿Quién anda ahí? —repitió la voz, tratando en vano de abrir su propia puerta.
Valeria urgió a Helena con un gesto para que entrara en la oscura sala y se coló rápidamente tras ella. Solo en el momento que apoyaba de nuevo contra el marco la puerta que acababan de atravesar, soltó la otra. No habría podido mantener el hilo sujeto a tanta distancia, de todas formas. Además, necesitaba toda su concentración para volver a bloquear la cerradura.
Por suerte, el ruido de la otra puerta abriéndose de golpe y las maldiciones de su descubridor al no encontrar a nadie detrás silenciaron el suave clic de la cerradura cerrándose de nuevo.
—Me temo que salir no va a ser tan sencillo como entrar —murmuró Valeria de forma casi inaudible mientras comprobaba si el encantamiento que había provocado la descarga continuaba activo.
Podía oír movimiento al otro lado de la puerta y, si no estaban ya en ello, no tardarían en registrar la casa. Su única ventaja radicaba en que los habitantes asumieran que nadie había podido cruzar aquella puerta. O, en su defecto, que ellos mismos no fueran capaces de hacerlo.
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OFF: (1) Uso de mi telequinesis avanzada para abrir la cerradura (y, más abajo, cerrarla otra vez).
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
No solo había sido imprudente al activar esa trampa arcana, sino que ahora había puesto en riesgo toda la operación. Y eso le enfurecía más que nada. Se consideraba una asesina profesional, alguien que sabía cómo manejarse en las sombras y evitar problemas como este. Sin embargo, esa descarga eléctrica la había pillado con la guardia baja, algo que no podía permitirse. Valeria, por otro lado, parecía tener todo bajo control. Eso, en cierto modo, la irritaba aún más.
De nuevo, la voz del extraño volvió a romper el silencio.
-¿Quién anda ahí?
-¡Nos van a descubrir!-Repitió en un susurro vehemente, como si al decirlo más bajo pudieran revertir la situación. Se permitió un rápido vistazo alrededor, como un animal acorralado buscando una salida.
Valeria, por su parte, tranquila y centrada, ya estaba actuando. Helena pudo ver cómo su compañera se desplazaba con un control que solo los brujos de talento poseían, cerrando los ojos por un instante, como ella hacía cuando quería concentrarse en el éter.
Helena observó, su respiración aún agitada, su corazón palpitando en su pecho como un tambor de guerra. ¿Qué está haciendo?, pensó. Está demasiado tranquila. La frustración de Helena comenzaba a mezclarse con una creciente admiración. En lo que a ella concernía, esa descarga mágica que la había sorprendido estaba fuera de sus conocimientos, pero Valeria parecía moverse por el terreno de las trampas arcanas con una maestría que le resultaba, en ese momento, casi milagrosa.
Finalmente, cuando el clic suave de la cerradura resonó y Valeria urgió a Helena con un gesto, esta no dudó. Se deslizó dentro de la oscura habitación como una sombra. El ambiente estaba cargado, la magia aún latente en el aire de la sala, y Helena podía sentirlo en su piel, como si mil ojos invisibles estuvieran observándolas.
Una vez a salvo en la penumbra de la habitación, Helena dejó escapar un suspiro tenso, pero sus nervios aún estaban a flor de piel. Sentía que el control se le escapaba de las manos. Siempre había sido una asesina eficaz, rápida, letal. Pero esto... esto era diferente. Aquí no había dagas que apuñalar, venenos que deslizar o hechizos que lanzar. Era un juego de sutilezas y de paciencia, no su especialidad, aunque de primeras pudieran parecer cosas similares.
Se apoyó contra la fría pared de piedra, cerrando los ojos un instante para recomponerse. Sabía que no podía quedarse callada y mostrar debilidad. No con Valeria ahí, observándola.
-Esto es una mierda.-Murmuró, su tono cargado de irritación contenida. Se había pasado varios días quebrándose la cabeza en cómo entrar a la mansión, preparándose todo lo posible para los peligros que esta pudiera aguardar, pero simplemente se había visto superada a las primeras de cambio.-No soy una ladrona. Este no es mi estilo.-Añadió con un ademán despectivo, como si ese pequeño detalle explicara todo lo ocurrido.
Miró a su congénere de reojo entre la oscuridad, tratando de disimular su incomodidad.
-No sé cómo has hecho todo eso, Valeria.-Añadió, casi sin querer admitir la admiración que en ese momento sentía.-Abrir esa cerradura sin tocarla... Ha sido genial.-Su voz se fue apagando, se despegó de la pared y trató de ver más allá de la oscuridad que las rodeaba.
La sala en la que estaban ahora era fría y apenas iluminada por tenues destellos de luz que se filtraban desde las rendijas en las ventanas. Una atmósfera cargada flotaba en el ambiente, como si todo tipo de conocimiento se hubiera acumulado en cada rincón. Estanterías repletas de libros y pergaminos se alzaban a su alrededor.
-Esto parece una biblioteca, ¿No?-Se encogió de hombros. Acto seguido, se cruzó de brazos mientras su mirada repasaba todas las estanterías que tenía enfrente, que tan solo era una parte de toda la biblioteca que se encontraba en esa sala.-Bien.-Dijo en un tono más controlado.-¿Por dónde empezamos?
Helena comenzó entonces a caminar con pasos cautelosos entre las estanterías, dejando que sus dedos rozaran los lomos polvorientos de libros que, para cualquier otra persona, habrían sido meros trozos de papel olvidados. Pero para ella, cada uno tenía el potencial de ser un tesoro escondido. El eco de sus pasos resonaba apenas entre las paredes de la biblioteca, y en el ambiente seguía flotando esa extraña sensación de poder, como si la misma biblioteca respirara magia en cada rincón.
Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, recorrían las estanterías con creciente frustración. Sabía que el grimorio que buscaba tenía que estar allí, oculto entre montones de pergaminos y volúmenes varios, pero encontrarlo entre todo ese conocimiento era como buscar una aguja en un pajar.
-Exploraciones avanzadas en la magia del agua.-Dijo, repasando el título del segundo libro de la decalogía. También lo dijo para que por si Reike lo veía, diese el aviso. Ya poseía el primero, y el éter especial que impregnaba aquella obra sería su guía para encontrar el resto.
Y entonces, un suave tirón en su interior.
Helena se detuvo de golpe, su mano flotando en el aire cerca de una fila de libros que a primera vista parecían iguales a los demás. Pero algo... algo distinto vibraba en el aire alrededor de esos volúmenes. El éter que emanaba de uno de ellos era peculiar, único. Lo reconocía al instante, como una melodía familiar que solo ella podía escuchar. El mismo éter que emanaba del primer libro de la decalogía. Un eco de magia antigua, profunda, como el flujo interminable de un río que se ocultaba bajo la superficie.
-Aquí está...-Susurró para sí misma, con un deje de incredulidad en su voz.
Alargó la mano con lentitud, permitiendo que sus dedos siguieran el rastro invisible del éter que le atraía. Era casi como si el libro la llamara, como si compartiera con ella un vínculo especial. Al tomar el lomo del grimorio, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La energía del volumen fluía hacia ella, como si un torrente de agua fría chocara contra su piel. Exactamente igual al primero, pensó, sus ojos abriéndose un poco más. Sí, es el mismo éter. No hay duda.
Extrajo el libro de la estantería, con cuidado de no hacer ruido. La encuadernación era similar a la del primer tomo que ya poseía, con un tinte azul en ese cuero que se veía de calidad. El título brillaba tenuemente con una luz dorada bajo la luz que se filtraba por las rendijas de las ventanas, ¿De qué estarían hechas aquellas letras? Le resultaba bastante curioso. En el primer libro también se presentaban así.
"Exploraciones avanzadas en la magia del agua".
El corazón de Helena se aceleró al sostenerlo en sus manos. Por un instante, el resto del mundo desapareció. Las paredes de la biblioteca, la oscuridad, Valeria a unos metros detrás de ella... Todo quedó en un segundo plano mientras contemplaba el libro. Sabía que este era el siguiente paso en su camino para desentrañar los secretos de la decalogía. El agua en todas sus formas, pensó, recordando las palabras escritas en el prólogo del primer volumen. La naturaleza del agua no era solo la de un elemento, sino la de un concepto universal: transformación, fluidez, poder inquebrantable.
No pudo evitar que una leve sonrisa se dibujara en sus labios.
-Lo tengo.
Abrió el libro con una mezcla de reverencia y avidez. Las páginas estaban impregnadas de un ligero resplandor azulado, casi imperceptible a simple vista. El éter corría entre las letras como un río en calma. A medida que leía los primeros párrafos, las palabras parecían bailar ante sus ojos, llenas de conocimiento y misterios por desentrañar.
Sintió el peso de la magia en el aire, más poderosa cuanto más profundo se adentraba en el texto. Podía sentirlo conectándose con su propio éter, atrayéndola, envolviéndola. Era como si el libro reconociera en ella a una bruja del agua, y respondiera a su afinidad con el elemento. El vínculo era innegable, tan natural como respirar.
Cerró el grimorio, pero no sin esfuerzo. Había una urgencia en su interior, una necesidad de seguir leyendo, de seguir descubriendo lo que ese volumen tenía para ofrecer. Sin embargo, este no era el momento. Tenían que salir de esa mansión con vida, y no podrían permitirse el lujo de demorarse mucho más.
Helena se giró hacia Valeria, sus dedos aún acariciando el lomo del libro.
-Lo encontré-Dijo en un tono bajo, pero cargado de una intensidad que no había mostrado hasta ahora. A pesar de la tensión de la situación, no pudo evitar que su voz transmitiera un toque de satisfacción.
Había algo profundamente gratificante en haber encontrado lo que tanto había buscado. Este libro..., pensó, podría ser la clave para descubrir las formas más avanzadas de la magia del agua. Sabía que, con el tiempo, dominaría esos conocimientos. Y cuando lo hiciera, se convertiría en una bruja poderosa, doblegando al mundo para que se hiciera su voluntad. Todo por y gracias a ella, a nadie más. Nada la satisfacía más.
Ahora, solo quedaba salir de esa maldita mansión antes de que las atraparan. Pero Valeria también había venido buscando algo, y además de eso, la bruja morena había advertido que salir de allí no iba a ser tan fácil como entrar.
-Tenemos que salir de aquí.-Dijo, echando un vistazo a las ventanas.-¿Tendrán también algo que active una trampa?-Preguntó, ingenua ante el desconocimiento de las trampas que podría encontrarse en un sitio como ese.
De nuevo, la voz del extraño volvió a romper el silencio.
-¿Quién anda ahí?
-¡Nos van a descubrir!-Repitió en un susurro vehemente, como si al decirlo más bajo pudieran revertir la situación. Se permitió un rápido vistazo alrededor, como un animal acorralado buscando una salida.
Valeria, por su parte, tranquila y centrada, ya estaba actuando. Helena pudo ver cómo su compañera se desplazaba con un control que solo los brujos de talento poseían, cerrando los ojos por un instante, como ella hacía cuando quería concentrarse en el éter.
Helena observó, su respiración aún agitada, su corazón palpitando en su pecho como un tambor de guerra. ¿Qué está haciendo?, pensó. Está demasiado tranquila. La frustración de Helena comenzaba a mezclarse con una creciente admiración. En lo que a ella concernía, esa descarga mágica que la había sorprendido estaba fuera de sus conocimientos, pero Valeria parecía moverse por el terreno de las trampas arcanas con una maestría que le resultaba, en ese momento, casi milagrosa.
Finalmente, cuando el clic suave de la cerradura resonó y Valeria urgió a Helena con un gesto, esta no dudó. Se deslizó dentro de la oscura habitación como una sombra. El ambiente estaba cargado, la magia aún latente en el aire de la sala, y Helena podía sentirlo en su piel, como si mil ojos invisibles estuvieran observándolas.
Una vez a salvo en la penumbra de la habitación, Helena dejó escapar un suspiro tenso, pero sus nervios aún estaban a flor de piel. Sentía que el control se le escapaba de las manos. Siempre había sido una asesina eficaz, rápida, letal. Pero esto... esto era diferente. Aquí no había dagas que apuñalar, venenos que deslizar o hechizos que lanzar. Era un juego de sutilezas y de paciencia, no su especialidad, aunque de primeras pudieran parecer cosas similares.
Se apoyó contra la fría pared de piedra, cerrando los ojos un instante para recomponerse. Sabía que no podía quedarse callada y mostrar debilidad. No con Valeria ahí, observándola.
-Esto es una mierda.-Murmuró, su tono cargado de irritación contenida. Se había pasado varios días quebrándose la cabeza en cómo entrar a la mansión, preparándose todo lo posible para los peligros que esta pudiera aguardar, pero simplemente se había visto superada a las primeras de cambio.-No soy una ladrona. Este no es mi estilo.-Añadió con un ademán despectivo, como si ese pequeño detalle explicara todo lo ocurrido.
Miró a su congénere de reojo entre la oscuridad, tratando de disimular su incomodidad.
-No sé cómo has hecho todo eso, Valeria.-Añadió, casi sin querer admitir la admiración que en ese momento sentía.-Abrir esa cerradura sin tocarla... Ha sido genial.-Su voz se fue apagando, se despegó de la pared y trató de ver más allá de la oscuridad que las rodeaba.
La sala en la que estaban ahora era fría y apenas iluminada por tenues destellos de luz que se filtraban desde las rendijas en las ventanas. Una atmósfera cargada flotaba en el ambiente, como si todo tipo de conocimiento se hubiera acumulado en cada rincón. Estanterías repletas de libros y pergaminos se alzaban a su alrededor.
-Esto parece una biblioteca, ¿No?-Se encogió de hombros. Acto seguido, se cruzó de brazos mientras su mirada repasaba todas las estanterías que tenía enfrente, que tan solo era una parte de toda la biblioteca que se encontraba en esa sala.-Bien.-Dijo en un tono más controlado.-¿Por dónde empezamos?
Helena comenzó entonces a caminar con pasos cautelosos entre las estanterías, dejando que sus dedos rozaran los lomos polvorientos de libros que, para cualquier otra persona, habrían sido meros trozos de papel olvidados. Pero para ella, cada uno tenía el potencial de ser un tesoro escondido. El eco de sus pasos resonaba apenas entre las paredes de la biblioteca, y en el ambiente seguía flotando esa extraña sensación de poder, como si la misma biblioteca respirara magia en cada rincón.
Sus ojos, acostumbrados a la oscuridad, recorrían las estanterías con creciente frustración. Sabía que el grimorio que buscaba tenía que estar allí, oculto entre montones de pergaminos y volúmenes varios, pero encontrarlo entre todo ese conocimiento era como buscar una aguja en un pajar.
-Exploraciones avanzadas en la magia del agua.-Dijo, repasando el título del segundo libro de la decalogía. También lo dijo para que por si Reike lo veía, diese el aviso. Ya poseía el primero, y el éter especial que impregnaba aquella obra sería su guía para encontrar el resto.
Y entonces, un suave tirón en su interior.
Helena se detuvo de golpe, su mano flotando en el aire cerca de una fila de libros que a primera vista parecían iguales a los demás. Pero algo... algo distinto vibraba en el aire alrededor de esos volúmenes. El éter que emanaba de uno de ellos era peculiar, único. Lo reconocía al instante, como una melodía familiar que solo ella podía escuchar. El mismo éter que emanaba del primer libro de la decalogía. Un eco de magia antigua, profunda, como el flujo interminable de un río que se ocultaba bajo la superficie.
-Aquí está...-Susurró para sí misma, con un deje de incredulidad en su voz.
Alargó la mano con lentitud, permitiendo que sus dedos siguieran el rastro invisible del éter que le atraía. Era casi como si el libro la llamara, como si compartiera con ella un vínculo especial. Al tomar el lomo del grimorio, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La energía del volumen fluía hacia ella, como si un torrente de agua fría chocara contra su piel. Exactamente igual al primero, pensó, sus ojos abriéndose un poco más. Sí, es el mismo éter. No hay duda.
Extrajo el libro de la estantería, con cuidado de no hacer ruido. La encuadernación era similar a la del primer tomo que ya poseía, con un tinte azul en ese cuero que se veía de calidad. El título brillaba tenuemente con una luz dorada bajo la luz que se filtraba por las rendijas de las ventanas, ¿De qué estarían hechas aquellas letras? Le resultaba bastante curioso. En el primer libro también se presentaban así.
"Exploraciones avanzadas en la magia del agua".
El corazón de Helena se aceleró al sostenerlo en sus manos. Por un instante, el resto del mundo desapareció. Las paredes de la biblioteca, la oscuridad, Valeria a unos metros detrás de ella... Todo quedó en un segundo plano mientras contemplaba el libro. Sabía que este era el siguiente paso en su camino para desentrañar los secretos de la decalogía. El agua en todas sus formas, pensó, recordando las palabras escritas en el prólogo del primer volumen. La naturaleza del agua no era solo la de un elemento, sino la de un concepto universal: transformación, fluidez, poder inquebrantable.
No pudo evitar que una leve sonrisa se dibujara en sus labios.
-Lo tengo.
Abrió el libro con una mezcla de reverencia y avidez. Las páginas estaban impregnadas de un ligero resplandor azulado, casi imperceptible a simple vista. El éter corría entre las letras como un río en calma. A medida que leía los primeros párrafos, las palabras parecían bailar ante sus ojos, llenas de conocimiento y misterios por desentrañar.
Sintió el peso de la magia en el aire, más poderosa cuanto más profundo se adentraba en el texto. Podía sentirlo conectándose con su propio éter, atrayéndola, envolviéndola. Era como si el libro reconociera en ella a una bruja del agua, y respondiera a su afinidad con el elemento. El vínculo era innegable, tan natural como respirar.
Cerró el grimorio, pero no sin esfuerzo. Había una urgencia en su interior, una necesidad de seguir leyendo, de seguir descubriendo lo que ese volumen tenía para ofrecer. Sin embargo, este no era el momento. Tenían que salir de esa mansión con vida, y no podrían permitirse el lujo de demorarse mucho más.
Helena se giró hacia Valeria, sus dedos aún acariciando el lomo del libro.
-Lo encontré-Dijo en un tono bajo, pero cargado de una intensidad que no había mostrado hasta ahora. A pesar de la tensión de la situación, no pudo evitar que su voz transmitiera un toque de satisfacción.
Había algo profundamente gratificante en haber encontrado lo que tanto había buscado. Este libro..., pensó, podría ser la clave para descubrir las formas más avanzadas de la magia del agua. Sabía que, con el tiempo, dominaría esos conocimientos. Y cuando lo hiciera, se convertiría en una bruja poderosa, doblegando al mundo para que se hiciera su voluntad. Todo por y gracias a ella, a nadie más. Nada la satisfacía más.
Ahora, solo quedaba salir de esa maldita mansión antes de que las atraparan. Pero Valeria también había venido buscando algo, y además de eso, la bruja morena había advertido que salir de allí no iba a ser tan fácil como entrar.
-Tenemos que salir de aquí.-Dijo, echando un vistazo a las ventanas.-¿Tendrán también algo que active una trampa?-Preguntó, ingenua ante el desconocimiento de las trampas que podría encontrarse en un sitio como ese.
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
No soy una ladrona.
—Técnicamente, yo tampoco —murmuró Valeria, aún atenta a los sonidos al otro lado de la puerta. No podía decir que nunca en su vida hubiera robado nada, pero no era para eso para lo que la había entrenado Bhima, sino principalmente para espiar a la gente a la que se proponía embaucar—. Por suerte, entre las dos poseemos muchas de las habilidades necesarias para la tarea. Esperemos que nos baste con eso.
En el pasillo, los sonidos de pasos parecieron alejarse y un pinchazo en la oreja derecha le indicó que alguien había cruzado la línea arcana que había dibujado en la escalera. Probablemente, volvería con compañía para registrar la zona.
—Oh, solo es un truquito que aprendí de niña. Mucho más cómodo que cargar con media docena de llaves —bromeó ante la apreciación de Helena—. Puedo enseñarte cuando acabemos aquí, pero no funciona con cerraduras complejas y, con las encantadas… bueno, a veces es más útil la fuerza bruta. Supongo que por eso fue el pomo lo que encantaron, puede que la totalidad de la puerta, así que evitemos toquetearla de este lado también.
Dicho esto, examinó la sala en la que se encontraban a la tenue luz que se filtraba por las ventanas. No vio candiles ni velas en las cercanías, pero sí distinguió un par de candeleros vacíos en la pared, probablemente para uso del conde, cuando aún vivía. ¿El encantamiento habría sido cosa suya o un añadido posterior de la condesa? «Pregunta equivocada, Val, cariño. La condesa habría echado la puerta abajo al convertirse en la única señora de la casa».
Caminando entre las estanterías, se fijó en un par de volúmenes al azar, por si alguno fuera el grimorio que le había indicado Helena, pero su atención no tardó en desviarse hacia un rincón de lectura con un pesado escritorio de madera. Tanteó sus contornos con éter, por si hubiera algún otro encantamiento y, al no hallar señales de ninguno, se dedicó a revisar los cajones.
La condesa debía de redactar allí sus cartas, pues había abundante material de escritura disponible. Encontró hasta un pliego algo arrugado con un manchón de tinta, sin duda, parte de una nota que hubo de volver a escribir. Acercando el pliego a un pequeño haz de luz proveniente de la ventana más cercana, descubrió que, a menos que estuviera escrito en clave, no era más que una nota de agradecimiento a su sastre.
En una cajita lacada, encontró unas cuantas cartas abiertas y otras sin abrir. Respuestas a su correspondencia, sin duda. El pequeño haz de luz le ayudó a repasar rápidamente el contenido de las más recientes. Amanda Bradbury parecía estar en el mismo centro del ajetreo que se movía en el oeste del continente, con conversaciones abiertas con varios miembros importantes de la sociedad de Sacrestic. Pero, aparte de repetidas menciones a una tal Oneca, Valeria no encontró digno de mención en esas cartas. Sus interlocutores no parecían inclinados a manifestarse abiertamente a favor o en contra de Bradbury o la tal Oneca.
Algunas de las últimas cartas sugerían un acercamiento a las bestiales del suroeste, algo de una expedición. Si la condesa se había comprometido con una expedición en las montañas, quizá fuera cierto que no se encontraba para recibirla, pero ¿por qué cuernos no le habían dicho eso directamente en lugar de tenerla dando vueltas durante días? Desde luego, las fechas de las últimas cartas abiertas, así como el montón de cartas sin abrir, daban a entender que hacía un tiempo que Amanda Bradbury no abría su correo. Si era cierto que no estaba en la ciudad, era poco probable que se hubiese involucrado con Vaal Hazak, después de todo.
Cuando Helena anunció que había encontrado el grimorio, Valeria sonrió con sinceridad y cerró la cajita lacada con las cartas en su interior.
—Creo que yo también encontré lo que buscaba —dijo con voz resignada—, aunque, entre tú y yo, ha sido un tanto anticlimático.
No fue hasta que Helena mencionó la posibilidad de salir por la ventana que la duda asaltó de golpe a Valeria: «Si la condesa no está para abrir la puerta, ¿quién le deja el correo nuevo en el escritorio?».
Alguien más aparte de Amanda Bradbury tenía acceso a la biblioteca y, a juzgar por el sonido que llegó repentinamente desde la puerta, no iba a dejar el lugar sin registrar.
Valeri indicó por señas a Elena que se escondiera y se agachó en silencio tras uno de los ostentosos sillones del rincón de lectura mientras buscaba en su bolsa el pergamino ilusorio. Por su cabeza pasaron a toda velocidad docenas de posibles distracciones, pero todas se esfumaron a la vez cuando una voz de mujer habló en todo calmo:
—Sé que estáis ahí, os he olido por todo el pasillo, así que ¿por qué no hacéis las cosas más fáciles para todos y salís donde pueda veros?
—Técnicamente, yo tampoco —murmuró Valeria, aún atenta a los sonidos al otro lado de la puerta. No podía decir que nunca en su vida hubiera robado nada, pero no era para eso para lo que la había entrenado Bhima, sino principalmente para espiar a la gente a la que se proponía embaucar—. Por suerte, entre las dos poseemos muchas de las habilidades necesarias para la tarea. Esperemos que nos baste con eso.
En el pasillo, los sonidos de pasos parecieron alejarse y un pinchazo en la oreja derecha le indicó que alguien había cruzado la línea arcana que había dibujado en la escalera. Probablemente, volvería con compañía para registrar la zona.
—Oh, solo es un truquito que aprendí de niña. Mucho más cómodo que cargar con media docena de llaves —bromeó ante la apreciación de Helena—. Puedo enseñarte cuando acabemos aquí, pero no funciona con cerraduras complejas y, con las encantadas… bueno, a veces es más útil la fuerza bruta. Supongo que por eso fue el pomo lo que encantaron, puede que la totalidad de la puerta, así que evitemos toquetearla de este lado también.
Dicho esto, examinó la sala en la que se encontraban a la tenue luz que se filtraba por las ventanas. No vio candiles ni velas en las cercanías, pero sí distinguió un par de candeleros vacíos en la pared, probablemente para uso del conde, cuando aún vivía. ¿El encantamiento habría sido cosa suya o un añadido posterior de la condesa? «Pregunta equivocada, Val, cariño. La condesa habría echado la puerta abajo al convertirse en la única señora de la casa».
Caminando entre las estanterías, se fijó en un par de volúmenes al azar, por si alguno fuera el grimorio que le había indicado Helena, pero su atención no tardó en desviarse hacia un rincón de lectura con un pesado escritorio de madera. Tanteó sus contornos con éter, por si hubiera algún otro encantamiento y, al no hallar señales de ninguno, se dedicó a revisar los cajones.
La condesa debía de redactar allí sus cartas, pues había abundante material de escritura disponible. Encontró hasta un pliego algo arrugado con un manchón de tinta, sin duda, parte de una nota que hubo de volver a escribir. Acercando el pliego a un pequeño haz de luz proveniente de la ventana más cercana, descubrió que, a menos que estuviera escrito en clave, no era más que una nota de agradecimiento a su sastre.
En una cajita lacada, encontró unas cuantas cartas abiertas y otras sin abrir. Respuestas a su correspondencia, sin duda. El pequeño haz de luz le ayudó a repasar rápidamente el contenido de las más recientes. Amanda Bradbury parecía estar en el mismo centro del ajetreo que se movía en el oeste del continente, con conversaciones abiertas con varios miembros importantes de la sociedad de Sacrestic. Pero, aparte de repetidas menciones a una tal Oneca, Valeria no encontró digno de mención en esas cartas. Sus interlocutores no parecían inclinados a manifestarse abiertamente a favor o en contra de Bradbury o la tal Oneca.
Algunas de las últimas cartas sugerían un acercamiento a las bestiales del suroeste, algo de una expedición. Si la condesa se había comprometido con una expedición en las montañas, quizá fuera cierto que no se encontraba para recibirla, pero ¿por qué cuernos no le habían dicho eso directamente en lugar de tenerla dando vueltas durante días? Desde luego, las fechas de las últimas cartas abiertas, así como el montón de cartas sin abrir, daban a entender que hacía un tiempo que Amanda Bradbury no abría su correo. Si era cierto que no estaba en la ciudad, era poco probable que se hubiese involucrado con Vaal Hazak, después de todo.
Cuando Helena anunció que había encontrado el grimorio, Valeria sonrió con sinceridad y cerró la cajita lacada con las cartas en su interior.
—Creo que yo también encontré lo que buscaba —dijo con voz resignada—, aunque, entre tú y yo, ha sido un tanto anticlimático.
No fue hasta que Helena mencionó la posibilidad de salir por la ventana que la duda asaltó de golpe a Valeria: «Si la condesa no está para abrir la puerta, ¿quién le deja el correo nuevo en el escritorio?».
Alguien más aparte de Amanda Bradbury tenía acceso a la biblioteca y, a juzgar por el sonido que llegó repentinamente desde la puerta, no iba a dejar el lugar sin registrar.
Valeri indicó por señas a Elena que se escondiera y se agachó en silencio tras uno de los ostentosos sillones del rincón de lectura mientras buscaba en su bolsa el pergamino ilusorio. Por su cabeza pasaron a toda velocidad docenas de posibles distracciones, pero todas se esfumaron a la vez cuando una voz de mujer habló en todo calmo:
—Sé que estáis ahí, os he olido por todo el pasillo, así que ¿por qué no hacéis las cosas más fáciles para todos y salís donde pueda veros?
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena se mantuvo en movimiento constante dentro de la sala, con el grimorio bien sujeto bajo su brazo, intentando sacudirse la sensación de incomodidad que sentía con la situación actual. Mientras lo hacía, sus ojos se fijaron en Valeria, quien parecía sumida en sus propios pensamientos mientras repasaba algunas cartas. Había algo en su postura, en la forma en la que se movía y observaba las cosas, que hizo que Helena no pudiera evitar una pregunta.
-¿Qué es exactamente lo que estás buscando, Valeria?-Preguntó con curiosidad.
Helena frunció el ceño. Había escuchado rumores sobre los movimientos en el oeste, pero hasta ahora no había prestado mucha atención. Para ella, la política, los juegos de poder y los enredos de la nobleza eran más molestos que útiles, al menos en su situación actual. Cuando trabajaba para el virrey sí que hubiesen sido sumamente útiles.
-¿Tienes algo contra la condesa?-preguntó, intentando comprender si Valeria tenía una motivación oculta.
Tras un largo silencio entre ambas, la bruja siguió pensando en una forma de salir de allí sin precipitarse a una trampa. Había venido por el grimorio y, hasta ese momento, no veía cómo lo que Valeria encontraba útil podría afectarle. Pero algo en su compañera la inquietaba. Se apartó unos pasos, su mirada recorriendo las estanterías y, justo cuando iba a preguntar algo más, un sonido detrás de la puerta las congeló en su lugar.
La voz de una mujer desconocida rompió el silencio como una cuchilla afilada atravesando un velo de niebla.
Valeria reaccionó rápido, haciéndole señas a Helena para que se escondiera. Sin pensarlo, Helena se agachó, su cuerpo ágil se deslizó entre las sombras de la biblioteca. Eligió un rincón entre las estanterías, donde la penumbra era más espesa y la cubría lo suficiente para ocultar su figura. Con el grimorio firmemente aferrado en su mano, contuvo la respiración.
La puerta se abrió sin más, muy lentamente. Podía escuchar los pasos de la mujer acercándose, medidos, como los de un depredador acechando a su presa. El corazón de Helena retumbaba en su pecho, pero se obligó a mantener la calma. La adrenalina burbujeaba bajo su piel, y sintió cómo sus dedos rozaban el mango de Luna Invernal, su daga preferida, casi por instinto.
Los pasos se acercaban, y la figura de la mujer empezó a ser visible desde su posición. La penumbra dificultaba ver claramente su rostro, pero Helena pudo distinguir su vestimenta: ropajes oscuros de viaje, protecciones de cuero negro ajustadas. Sin duda era una curiosa "ama de llaves".
Fue en ese momento cuando Helena decidió actuar.
Dejó que la tensión en sus músculos se liberara de golpe. En un movimiento rápido y silencioso, se deslizó por detrás de la mujer, tomando ventaja de la oscuridad. Como una sombra que atraviesa la niebla, Helena se abalanzó sobre ella con precisión letal. Su brazo rodeó el cuello de la mujer, y con la otra mano, presionó la fría hoja de Luna Invernal contra la garganta de su objetivo. El filo brilló tenuemente bajo la luz que se filtraba por las rendijas de la ventana, como una amenaza tangible [1].
-No digas ni una palabra.-siseó Helena al oído de la mujer.-Si quieres salir de esta con vida, más te vale dejarnos ir.
En ese instante, algo llamó la atención de Helena. El aroma. Era un perfume exquisito, envolvente, tan embriagador que por un momento la distrajo. El olor era inusualmente agradable para alguien que había estado husmeando por pasillos polvorientos. Era dulce, pero no empalagoso, con un toque de frescura y misterio. La bruja no pudo evitar que sus fosas nasales se llenaran de esa fragancia, haciéndola sentir una extraña mezcla de calma e inquietud. ¿A qué olía exactamente? No podía decirlo.
La mujer se mostró sorprendida, pero no temerosa. De hecho, parecía estar casi divertida por la situación. Su cabello rubio, recogido en un moño muy bien condensado, era similar al de Helena. La mujer hacía fuerza y resistencia para probar qué tan en serio iba Helena, y comprobó que su vida peligraba de forma real.
-¿Qué creéis que estáis haciendo aquí?-preguntó la mujer con una calma aterradora, aunque hastiada.-No creo que vengáis solo por un libro, ¿verdad?
Helena no respondió de inmediato, apretando un poco más el filo de su daga contra la piel de la mujer. Podía sentir el pulso de su presa bajo la hoja, pero la mujer no parecía asustada. Algo en esa tranquilidad la ponía nerviosa.
-Solo he venido por el grimorio.-Helena mantuvo su voz firme. Con la rapidez de la situación y sus movimientos, lo había dejado tirado en el suelo, pero se aseguró que la mujer supiese a lo que se refería.-El que la condesa tenía en su biblioteca. No más.
El silencio que siguió fue incómodo. La mujer seguía resistiéndose, pero,de nuevo, no mostró ningún signo de temor, si no resignación. Simplemente esperó, como si tuviera todo bajo control.
Helena no bajó la guardia. Si la mujer era capaz de moverse con tal tranquilidad en una situación como esa, debía ser mucho más peligrosa de lo que aparentaba. O quizás sabía algo que ella no.
-Te lo voy a volver a repetir solo una vez; déjanos ir y olvida que nos has visto, y no te pasará nada.-Volvió a decir Helena, con un tono de voz tan bajo que acarició el oído de la mujer de una forma casi tentadora.
-¿Qué es exactamente lo que estás buscando, Valeria?-Preguntó con curiosidad.
Helena frunció el ceño. Había escuchado rumores sobre los movimientos en el oeste, pero hasta ahora no había prestado mucha atención. Para ella, la política, los juegos de poder y los enredos de la nobleza eran más molestos que útiles, al menos en su situación actual. Cuando trabajaba para el virrey sí que hubiesen sido sumamente útiles.
-¿Tienes algo contra la condesa?-preguntó, intentando comprender si Valeria tenía una motivación oculta.
Tras un largo silencio entre ambas, la bruja siguió pensando en una forma de salir de allí sin precipitarse a una trampa. Había venido por el grimorio y, hasta ese momento, no veía cómo lo que Valeria encontraba útil podría afectarle. Pero algo en su compañera la inquietaba. Se apartó unos pasos, su mirada recorriendo las estanterías y, justo cuando iba a preguntar algo más, un sonido detrás de la puerta las congeló en su lugar.
La voz de una mujer desconocida rompió el silencio como una cuchilla afilada atravesando un velo de niebla.
Valeria reaccionó rápido, haciéndole señas a Helena para que se escondiera. Sin pensarlo, Helena se agachó, su cuerpo ágil se deslizó entre las sombras de la biblioteca. Eligió un rincón entre las estanterías, donde la penumbra era más espesa y la cubría lo suficiente para ocultar su figura. Con el grimorio firmemente aferrado en su mano, contuvo la respiración.
La puerta se abrió sin más, muy lentamente. Podía escuchar los pasos de la mujer acercándose, medidos, como los de un depredador acechando a su presa. El corazón de Helena retumbaba en su pecho, pero se obligó a mantener la calma. La adrenalina burbujeaba bajo su piel, y sintió cómo sus dedos rozaban el mango de Luna Invernal, su daga preferida, casi por instinto.
Los pasos se acercaban, y la figura de la mujer empezó a ser visible desde su posición. La penumbra dificultaba ver claramente su rostro, pero Helena pudo distinguir su vestimenta: ropajes oscuros de viaje, protecciones de cuero negro ajustadas. Sin duda era una curiosa "ama de llaves".
Fue en ese momento cuando Helena decidió actuar.
Dejó que la tensión en sus músculos se liberara de golpe. En un movimiento rápido y silencioso, se deslizó por detrás de la mujer, tomando ventaja de la oscuridad. Como una sombra que atraviesa la niebla, Helena se abalanzó sobre ella con precisión letal. Su brazo rodeó el cuello de la mujer, y con la otra mano, presionó la fría hoja de Luna Invernal contra la garganta de su objetivo. El filo brilló tenuemente bajo la luz que se filtraba por las rendijas de la ventana, como una amenaza tangible [1].
-No digas ni una palabra.-siseó Helena al oído de la mujer.-Si quieres salir de esta con vida, más te vale dejarnos ir.
En ese instante, algo llamó la atención de Helena. El aroma. Era un perfume exquisito, envolvente, tan embriagador que por un momento la distrajo. El olor era inusualmente agradable para alguien que había estado husmeando por pasillos polvorientos. Era dulce, pero no empalagoso, con un toque de frescura y misterio. La bruja no pudo evitar que sus fosas nasales se llenaran de esa fragancia, haciéndola sentir una extraña mezcla de calma e inquietud. ¿A qué olía exactamente? No podía decirlo.
La mujer se mostró sorprendida, pero no temerosa. De hecho, parecía estar casi divertida por la situación. Su cabello rubio, recogido en un moño muy bien condensado, era similar al de Helena. La mujer hacía fuerza y resistencia para probar qué tan en serio iba Helena, y comprobó que su vida peligraba de forma real.
-¿Qué creéis que estáis haciendo aquí?-preguntó la mujer con una calma aterradora, aunque hastiada.-No creo que vengáis solo por un libro, ¿verdad?
Helena no respondió de inmediato, apretando un poco más el filo de su daga contra la piel de la mujer. Podía sentir el pulso de su presa bajo la hoja, pero la mujer no parecía asustada. Algo en esa tranquilidad la ponía nerviosa.
-Solo he venido por el grimorio.-Helena mantuvo su voz firme. Con la rapidez de la situación y sus movimientos, lo había dejado tirado en el suelo, pero se aseguró que la mujer supiese a lo que se refería.-El que la condesa tenía en su biblioteca. No más.
El silencio que siguió fue incómodo. La mujer seguía resistiéndose, pero,de nuevo, no mostró ningún signo de temor, si no resignación. Simplemente esperó, como si tuviera todo bajo control.
Helena no bajó la guardia. Si la mujer era capaz de moverse con tal tranquilidad en una situación como esa, debía ser mucho más peligrosa de lo que aparentaba. O quizás sabía algo que ella no.
-Te lo voy a volver a repetir solo una vez; déjanos ir y olvida que nos has visto, y no te pasará nada.-Volvió a decir Helena, con un tono de voz tan bajo que acarició el oído de la mujer de una forma casi tentadora.
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Off;
-Habilidad usada [1] --> Nivel 0: Ataque por la Espalda: [Pasiva] Cuando Helena sorprende a un enemigo atacando por la espalda, sus puñaladas causan heridas más graves, al quedar expuestos sus puntos vitales. (No la hiere esta vez, simplemente la mantiene agarrada).
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
—¿Qué es exactamente lo que estás buscando, Valeria?
—Castillos de humo, aparentemente —respondió la aludida sin poder evitar un deje de decepción en la voz—. No, no tengo nada contra la condesa —aclaró después—. Busco a cierto nigromante con el que tengo una cuenta pendiente y, por la forma en que me daban largas cuando intenté contactarla, pensé que…
Valeria no tuvo ocasión de dar más detalles antes de que los acontecimientos las obligaran a guardar silencio de nuevo, cada una en su escondite. Sus manos temblaron un poco cuando intentó sacar el grafito del estrecho bolsillo en el que lo guardaba. ¿Cómo no había pensado en el olfato de los licántropos? Tenían un aspecto tan, bueno, normal, que a veces olvidaba que poseían los mismos rasgos animales que sus parientes, los hombres-bestia.
Tras un par de torpes intentos, logró sacar la herramienta y acercarla al pergamino mágico(1), pero ¿qué ilusión podría sacarlas de ese aprieto? Por suerte, Helena reaccionó con suficiente rapidez para darle un poco de tiempo para pensar. Y, quizá fuera por la conversación que acababan de tener, que de inmediato le vino a la mente aquel aspecto de carne en descomposición, el hueso asomando en la mandíbula y, con especial nitidez, el olor putrefacto de sus creaciones. Si jugaba bien esa baza, podría matar dos pájaros de una sola pedrada.
La ilusión se depositó sobre ella al ritmo en que avanzaba en dirección a Helena y la recién llegada, como si la figura encapuchada se materializase entre las sombras. Procuró que el olor llegase de manera sutil, como si solo se hiciese evidente a medida que ésta se acercaba. Con la vista fija en la mirada de la desconocida, Valeria pudo percibir su sorpresa primero, el asco después e, incluso, un atisbo de miedo, pero no había rastro de reconocimiento. La mujer nunca había visto a Vaal Hazak.
Aquello tendría que valer como una confirmación de lo que ya le habían sugerido las cartas acumuladas, además de venirle de perlas, ya que no recordaba cómo sonaba la voz del nigromante, si es que había llegado a escucharla. Se decantó por un susurro ronco para acompañar a su espectral rostro:
—Como dice mi compañera, solo nos llevaremos el grimorio.
Con un gesto perezoso de su mano, que ahora se veía alargada y blancuzca, con dedos esqueléticos, atrajo hacia sí el libro que descansaba en el suelo, junto a Helena.
—Puedes comprobar por ti misma que no falta nada más —añadió mientras, con el libro sujeto contra el pecho, se volteaba ligeramente en un gesto invitante.
La mujer tragó saliva pero, aparte de aquel gesto involuntario, aún conservaba el mismo temple que había demostrado hasta el momento.
—Y en cuanto me adelante, me claváis una daga por la espalda.
—Ya tienes una daga en…
—¿Todo bien, Wood? —dijo una voz desde el otro lado de la puerta que, para horror de Valeria, comenzó a abrirse de nuevo.
—¡Mierda! —bufó con fastidio, aún con la voz ilusoria que había asociado con la imagen de Vaal Hazak.
Al mismo tiempo que enviaba un fuerte golpe de éter que volcó una de las estanterías contra la puerta, giró la muñeca, haciendo aparecer en su mano la daga que guardaba en su funda oculta(2). Tocó levemente el punto entre el mango y la guarda y una copia de sí misma, incongruentemente vestida con la ilusión del nigromante, apareció junto a Helena y la desconocida.
La copia dio un rápido tajo a la garganta de la mujer que, a pesar de la ausencia de una herida real, cayó hacia delante luchando por respirar. El engaño no duraría mucho y Valeria ya avanzaba en dirección a la enorme ventana. Otro golpe de éter y el cristal estalló por el impacto, abriendo el camino a los jardines de la mansión.
—¡Corre! —le dijo a Helena, preparándose ella misma para saltar mientras veía desvanecerse de su propia copia la ilusión del nigromante.
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OFF: Pues me saco a Vaal Hazak de la manga por ver cómo reacciona Helena xD
(1) Pergamino ilusorio: Al activarse deben escribirse instrucciones en él. El pergamino generará una ilusión sencilla basada en ellas por hasta 5 minutos, la que no puede superar el tamaño de una persona o un metro cúbico de masa.
(2) Habilidad de la Daga de Eredin Tarmúnil: Creas una copia de ti misma que puede atacar a tus enemigos imitando tu estilo de combate. Aunque se trata de una ilusión, la persona a la que ataque sentirá sus heridas como si fueran reales; las heridas desaparecerán cuando lo haga la copia. Dura dos rondas o hasta que la copia sufra una herida mortal, lo que ocurra primero.
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena no pudo ocultar la sorpresa cuando el rostro putrefacto y la figura esquelética de Vaal Hazak emergieron del lugar donde antes se hallaba su aliada temporal; Reike. A pesar del sobresalto, no dijo nada, enfocando su atención en la mujer que aún sujetaba con fuerza.
La tensión y el peligro se acrecentaron cuando se escuchó la voz desde el otro lado de la puerta, la cual llamaba a la mujer que Helena tenía retenida.
Helena sintió el ritmo de su corazón acelerarse. Reike, por su parte, no perdió el tiempo; en un movimiento ágil y casi imperceptible, invocó un doble de sí misma. Esta copia también tomó la aterradora forma del nigromante, y en apenas un suspiro, el caos estalló. Los movimientos de la ilusión eran perfectos, como si el mismísimo Vaal Hazak estuviera ahí en persona.
El filo ilusorio de la daga cortó el aire y la mujer que Helena tenía agarrada se desplomó al suelo, luchando por respirar como si hubiera recibido un tajo real. Aunque no hubiera sangre, el impacto de la ilusión era tan fuerte que la mujer no pudo resistirse a la creencia de que estaba moribunda. Helena la soltó en el acto. No era la mejor forma de dejar fuera de combate a alguien, pero sería suficiente por el momento.
Cuando Reike la instó a correr, Helena no necesitó de más indicaciones para actuar. Agarró el grimorio que había dejado en el suelo momentos antes, sin saber cómo aún lograba pensar en tantas cosas al mismo tiempo. La adrenalina corría por sus venas mientras se lanzaba hacia la ventana rota. Pero, en lugar de saltar a ciegas, Helena se colgó ágilmente de un saliente de piedra justo debajo del marco de la ventana, usando la repisa exterior, desgastada por los años. Sintió el frío del viento golpear su rostro mientras sus pies tanteaban para encontrar un enganche en la pared. Las estructuras de la mansión eran antiguas, pero robustas, con pequeñas hendiduras y piedras desalineadas, perfectas para trepar.
Helena trepó un poco y se quedó a un lado de la ventana, apenas asomándose, sujeta a la fachada. Se giró para ver a Reike, quien ya había vuelto a su forma original. Sin esperar a que la otra mujer saltara al vacío, Helena extendió la mano.
-¡Aquí! ¡Salta hacia mí!-Su voz sonaba firme, pero su cuerpo sentía el peso de la situación. No era muy fuerte, pero años de parkour y entrenamiento en las calles de la ciudad le habían dado la habilidad de sostenerse, incluso en las situaciones más complicadas.
Cuando su congénere saltó, Helena sintió el impacto del peso en su brazo, ya que la agarró en el aire habiendo querido Valeria que la agarrara o no, y se aferró con fuerza en su enganche con la pared.
-¡Te tengo!-murmuró entre dientes, esforzándose por no soltarse de su propio agarre en la fachada. Con un impulso bien medido, logró balancear a Reike lo suficiente para que la bruja pudiera alcanzar el mismo saliente y aferrarse. Helena respiró con dificultad, sus dedos adoloridos, pero no había tiempo para descansar.
Mirando hacia la ventana, llegó a la conclusión de que había que tapar las huellas de su huida de alguna forma. Sin dudarlo, invocó un hechizo de agua que formó un muro líquido en los bordes de la ventana. La presión del agua era fuerte, lo suficiente como para desanimar a cualquiera que intentara asomarse o saltar tras ellas [1].
-Esto no durará mucho.-le dijo a Reike mientras comenzaba a escalar hacia el tejado. La fachada mojada por la reciente lluvia hacía la subida resbaladiza, pero Helena estaba acostumbrada a este tipo de obstáculos.-Escucha.-le dijo rápidamente a Reike, quien se encontraba más abajo que ella.-Sígueme de cerca. Fíjate dónde pongo mis manos y pies. Tienes que moverte rápido, pero no te apresures. La clave es la precisión.
Helena lideró la subida con una agilidad casi felina, el musgo resbaladizo y las grietas en la piedra apenas ralentizándola. Llevaba un ritmo más pausado para cerciorarse de que Valeria seguía sus movimientos y no se caía.
La bruja fue subiendo con cuidado pero de manera efectiva, su respiración pesada por el esfuerzo. La lluvia había cesado por un breve momento, lo que les dio un respiro de las resbaladizas superficies, pero aún sentían el frío húmedo en el aire.
Finalmente, llegaron a la parte más alta del tejado. Este era plano, por lo que no habría problema de caída. Había incluso una trampilla para volver a dentro de la mansión, pero por el momento pensaba que no era buena idea volver a entrar. Helena se incorporó y extendió la mano para ayudar a Reike a hacer lo mismo. Una vez en la cima, se tomaron un momento para recuperar el aliento, sus cuerpos tensos y agotados.
La ciudad se extendía a sus pies, débilmente iluminada por los candiles bajo la noche nublada, pronto los apagarían y quedarían totalmente a oscuras. Las luces de la mansión brillaban débilmente desde abajo, pero desde allí, estaban a salvo. Ninguno de sus perseguidores las vería en la oscuridad. Helena, siempre atenta, escudriñó el horizonte. No había señales de alarma, pero eso no significaba que estuvieran completamente fuera de peligro.
Tras asegurarse de que estaban a salvo, se centró en Valeria.
-¿Por qué…?-Helena rompió el silencio, todavía jadeando ligeramente por la subida. Sus ojos se estrecharon al mirar a Reike.-¿Por qué te transformaste en él?-El rostro de Vaal Hazak aún rondaba su mente, con su carne podrida y el hedor insoportable de la muerte. La imagen era imposible de borrar tan rápidamente.-Lo conozco. He tratado con él un par de veces. Es el que me dijo que aquí tenían el grimorio que buscaba.
Las palabras colgaban en el aire. Helena se llevó una mano a un grueso mechón de pelo, alejándolo de su rostro sudoroso. Para estas ocasiones (y para la mayoría del tiempo que permanecía en la calle) iba con el pelo recogido en un moño, a veces en una coleta. La duda comenzó a surgir en su mente. ¿Y si Vaal Hazak nunca existió? ¿Y si todo había sido parte de un juego más elaborado por Reike desde el principio? Pero esa idea, aunque tentadora, no terminaba de encajar. Las piezas no coincidían.
Helena suspiró. Quizás Reike había jugado una carta que simplemente había resultado demasiado perfecta para el momento. Pero algo en su mente seguía agitando esa sensación de inquietud. Aun así, estaban juntas en esto, y por el momento, eso era lo único que importaba.
La tensión y el peligro se acrecentaron cuando se escuchó la voz desde el otro lado de la puerta, la cual llamaba a la mujer que Helena tenía retenida.
Helena sintió el ritmo de su corazón acelerarse. Reike, por su parte, no perdió el tiempo; en un movimiento ágil y casi imperceptible, invocó un doble de sí misma. Esta copia también tomó la aterradora forma del nigromante, y en apenas un suspiro, el caos estalló. Los movimientos de la ilusión eran perfectos, como si el mismísimo Vaal Hazak estuviera ahí en persona.
El filo ilusorio de la daga cortó el aire y la mujer que Helena tenía agarrada se desplomó al suelo, luchando por respirar como si hubiera recibido un tajo real. Aunque no hubiera sangre, el impacto de la ilusión era tan fuerte que la mujer no pudo resistirse a la creencia de que estaba moribunda. Helena la soltó en el acto. No era la mejor forma de dejar fuera de combate a alguien, pero sería suficiente por el momento.
Cuando Reike la instó a correr, Helena no necesitó de más indicaciones para actuar. Agarró el grimorio que había dejado en el suelo momentos antes, sin saber cómo aún lograba pensar en tantas cosas al mismo tiempo. La adrenalina corría por sus venas mientras se lanzaba hacia la ventana rota. Pero, en lugar de saltar a ciegas, Helena se colgó ágilmente de un saliente de piedra justo debajo del marco de la ventana, usando la repisa exterior, desgastada por los años. Sintió el frío del viento golpear su rostro mientras sus pies tanteaban para encontrar un enganche en la pared. Las estructuras de la mansión eran antiguas, pero robustas, con pequeñas hendiduras y piedras desalineadas, perfectas para trepar.
Helena trepó un poco y se quedó a un lado de la ventana, apenas asomándose, sujeta a la fachada. Se giró para ver a Reike, quien ya había vuelto a su forma original. Sin esperar a que la otra mujer saltara al vacío, Helena extendió la mano.
-¡Aquí! ¡Salta hacia mí!-Su voz sonaba firme, pero su cuerpo sentía el peso de la situación. No era muy fuerte, pero años de parkour y entrenamiento en las calles de la ciudad le habían dado la habilidad de sostenerse, incluso en las situaciones más complicadas.
Cuando su congénere saltó, Helena sintió el impacto del peso en su brazo, ya que la agarró en el aire habiendo querido Valeria que la agarrara o no, y se aferró con fuerza en su enganche con la pared.
-¡Te tengo!-murmuró entre dientes, esforzándose por no soltarse de su propio agarre en la fachada. Con un impulso bien medido, logró balancear a Reike lo suficiente para que la bruja pudiera alcanzar el mismo saliente y aferrarse. Helena respiró con dificultad, sus dedos adoloridos, pero no había tiempo para descansar.
Mirando hacia la ventana, llegó a la conclusión de que había que tapar las huellas de su huida de alguna forma. Sin dudarlo, invocó un hechizo de agua que formó un muro líquido en los bordes de la ventana. La presión del agua era fuerte, lo suficiente como para desanimar a cualquiera que intentara asomarse o saltar tras ellas [1].
-Esto no durará mucho.-le dijo a Reike mientras comenzaba a escalar hacia el tejado. La fachada mojada por la reciente lluvia hacía la subida resbaladiza, pero Helena estaba acostumbrada a este tipo de obstáculos.-Escucha.-le dijo rápidamente a Reike, quien se encontraba más abajo que ella.-Sígueme de cerca. Fíjate dónde pongo mis manos y pies. Tienes que moverte rápido, pero no te apresures. La clave es la precisión.
Helena lideró la subida con una agilidad casi felina, el musgo resbaladizo y las grietas en la piedra apenas ralentizándola. Llevaba un ritmo más pausado para cerciorarse de que Valeria seguía sus movimientos y no se caía.
La bruja fue subiendo con cuidado pero de manera efectiva, su respiración pesada por el esfuerzo. La lluvia había cesado por un breve momento, lo que les dio un respiro de las resbaladizas superficies, pero aún sentían el frío húmedo en el aire.
Finalmente, llegaron a la parte más alta del tejado. Este era plano, por lo que no habría problema de caída. Había incluso una trampilla para volver a dentro de la mansión, pero por el momento pensaba que no era buena idea volver a entrar. Helena se incorporó y extendió la mano para ayudar a Reike a hacer lo mismo. Una vez en la cima, se tomaron un momento para recuperar el aliento, sus cuerpos tensos y agotados.
La ciudad se extendía a sus pies, débilmente iluminada por los candiles bajo la noche nublada, pronto los apagarían y quedarían totalmente a oscuras. Las luces de la mansión brillaban débilmente desde abajo, pero desde allí, estaban a salvo. Ninguno de sus perseguidores las vería en la oscuridad. Helena, siempre atenta, escudriñó el horizonte. No había señales de alarma, pero eso no significaba que estuvieran completamente fuera de peligro.
Tras asegurarse de que estaban a salvo, se centró en Valeria.
-¿Por qué…?-Helena rompió el silencio, todavía jadeando ligeramente por la subida. Sus ojos se estrecharon al mirar a Reike.-¿Por qué te transformaste en él?-El rostro de Vaal Hazak aún rondaba su mente, con su carne podrida y el hedor insoportable de la muerte. La imagen era imposible de borrar tan rápidamente.-Lo conozco. He tratado con él un par de veces. Es el que me dijo que aquí tenían el grimorio que buscaba.
Las palabras colgaban en el aire. Helena se llevó una mano a un grueso mechón de pelo, alejándolo de su rostro sudoroso. Para estas ocasiones (y para la mayoría del tiempo que permanecía en la calle) iba con el pelo recogido en un moño, a veces en una coleta. La duda comenzó a surgir en su mente. ¿Y si Vaal Hazak nunca existió? ¿Y si todo había sido parte de un juego más elaborado por Reike desde el principio? Pero esa idea, aunque tentadora, no terminaba de encajar. Las piezas no coincidían.
Helena suspiró. Quizás Reike había jugado una carta que simplemente había resultado demasiado perfecta para el momento. Pero algo en su mente seguía agitando esa sensación de inquietud. Aun así, estaban juntas en esto, y por el momento, eso era lo único que importaba.
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OFF;
-Uso durante bastante tiempo el talento innato de Helena para el Parkour.
-Habilidad usada [1] --> Alzar las aguas (Nivel 2): [Mágica, 2 usos] Helena es capaz de elevar una gran cantidad de masa de agua para crear un muro de agua que bloquea o desvía ataques enemigos durante un turno.
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena la adelantó a la hora de atravesar la ventana. Mientras ella se agarraba a algún punto en la pared, Valeria echó otro vistazo atrás, desde donde oía los suspiros ahogados de la falsa herida y los intentos de quien quiera que había intentado entrar por abrir la puerta bloqueada. La Valeria ilusoria, ahora a su lado, hizo un gesto con la cabeza hacia la ventana, señalando que el vano ya estaba libre.
Valeria se subió al alféizar, lista para saltar al suelo y correr por su vida, pero Helena le tendía una mano desde arriba. Valeria disminuyó el peso de su cuerpo(1) y saltó hacia su compañera de allanamiento, que la agarró antes de que ella tuviera tiempo de aferrarse. Con un poco de ayuda, tanto de su compañera como de su propia magia, logró agarrarse a un saliente en la pared al tiempo que, por el rabillo del ojo, veía a la Valeria ilusoria saltar al jardín, como había sido su propia intención, y echar a correr.
Estupendo, si alguien la veía, la perseguirían a ella, con suerte, hasta que se desvaneciese por sí misma y nadie se pararía a mirar a lo alto. Después de todo, ¿quién estaría tan loca de escalar una pared mojada en medio de la noche? Una elementalista de agua con una agilidad envidiable, por lo visto. Y ella misma, claro.
—Descuida, te seguiré el ritmo —le aseguró a Helena.
Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto, la rubia trepaba como un gato escapando de un perro. Algo que, por otro lado, no se alejaba demasiado de la realidad. La disminución de peso le ayudó a tirar de su cuerpo hacia arriba con mayor facilidad, sin embargo, más de una vez, un resbalón la obligó a hacer uso de su magia para aferrarse a la pared. Se había apoyado mucho en su telequinesis de un tiempo a esta parte, quizá fuera buena idea introducir un poco más de ejercicio físico en su rutina diaria.
Llegaron arriba y pudieron tomarse un descanso. Había dejado de llover, pero la humedad aún permanecía en el ambiente. Una humedad fría, no como la que tenían en las islas. Helena, siempre alerta, escudriñaba los alrededores del edificio, pero Valeria se tumbó en el tejado sin importar lo mojado que estuviera. De todas formas, ya se había empapado restregándose pared arriba.
—¿Por qué te transformaste en él?
La pregunta sacó a Valeria del sopor que empezaba a asentarse en su cuerpo agotado. ¿Él? Se incorporó mientras trataba de centrar su mente en… Espera, ¿Helena conocía a Vaal Hazak? Aquello terminó de despejarla.
—¿Has tratado con él? —dijo y se mordió la lengua antes de añadir: «¿Y sigues viva?». En su lugar, preguntó—: ¿Aquí, en Sacrestic Ville? ¿Hace mucho de eso?
Si él le había hablado del grimorio, ¿significaba eso que había estado en la mansión? ¿Habría tratado la condesa con él? Pero no, estaba segura de que la mujer de la biblioteca no lo había reconocido. Cierto, podía ser que nunca hubieran coincidido, pero si la condesa se molestaba en cerrar mágicamente el lugar y esta mujer tenía acceso en su ausencia… Además, quién sabía cuánto tiempo llevaba allí ese grimorio.
—Te dije que buscaba a cierto nigromante con quien tenía una cuenta pendiente —añadió al darse cuenta de que quizá fuera más educado ofrecer algo de información en lugar de solo preguntas. Después de todo, Helena le había contado lo de sus tratos sobre el grimorio—. Él es el nigromante. Estuvo cerca de matarme. A mí y a unos amigos. Como represalia, yo estuve a punto de matarlo a él, pero… Bueno, digamos que estaría más tranquila teniéndolo localizado.
Quizá era demasiada información. Valeria no sabía cómo de cercana era la relación entre Helena y el nigromante, después de todo. Desde el jardín de la mansión, llegó el sonido de unos aullidos.
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OFF: (1) Habilidad de nivel 2: Ligera [Telequinesis, Mágica] Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
Valeria se subió al alféizar, lista para saltar al suelo y correr por su vida, pero Helena le tendía una mano desde arriba. Valeria disminuyó el peso de su cuerpo(1) y saltó hacia su compañera de allanamiento, que la agarró antes de que ella tuviera tiempo de aferrarse. Con un poco de ayuda, tanto de su compañera como de su propia magia, logró agarrarse a un saliente en la pared al tiempo que, por el rabillo del ojo, veía a la Valeria ilusoria saltar al jardín, como había sido su propia intención, y echar a correr.
Estupendo, si alguien la veía, la perseguirían a ella, con suerte, hasta que se desvaneciese por sí misma y nadie se pararía a mirar a lo alto. Después de todo, ¿quién estaría tan loca de escalar una pared mojada en medio de la noche? Una elementalista de agua con una agilidad envidiable, por lo visto. Y ella misma, claro.
—Descuida, te seguiré el ritmo —le aseguró a Helena.
Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto, la rubia trepaba como un gato escapando de un perro. Algo que, por otro lado, no se alejaba demasiado de la realidad. La disminución de peso le ayudó a tirar de su cuerpo hacia arriba con mayor facilidad, sin embargo, más de una vez, un resbalón la obligó a hacer uso de su magia para aferrarse a la pared. Se había apoyado mucho en su telequinesis de un tiempo a esta parte, quizá fuera buena idea introducir un poco más de ejercicio físico en su rutina diaria.
Llegaron arriba y pudieron tomarse un descanso. Había dejado de llover, pero la humedad aún permanecía en el ambiente. Una humedad fría, no como la que tenían en las islas. Helena, siempre alerta, escudriñaba los alrededores del edificio, pero Valeria se tumbó en el tejado sin importar lo mojado que estuviera. De todas formas, ya se había empapado restregándose pared arriba.
—¿Por qué te transformaste en él?
La pregunta sacó a Valeria del sopor que empezaba a asentarse en su cuerpo agotado. ¿Él? Se incorporó mientras trataba de centrar su mente en… Espera, ¿Helena conocía a Vaal Hazak? Aquello terminó de despejarla.
—¿Has tratado con él? —dijo y se mordió la lengua antes de añadir: «¿Y sigues viva?». En su lugar, preguntó—: ¿Aquí, en Sacrestic Ville? ¿Hace mucho de eso?
Si él le había hablado del grimorio, ¿significaba eso que había estado en la mansión? ¿Habría tratado la condesa con él? Pero no, estaba segura de que la mujer de la biblioteca no lo había reconocido. Cierto, podía ser que nunca hubieran coincidido, pero si la condesa se molestaba en cerrar mágicamente el lugar y esta mujer tenía acceso en su ausencia… Además, quién sabía cuánto tiempo llevaba allí ese grimorio.
—Te dije que buscaba a cierto nigromante con quien tenía una cuenta pendiente —añadió al darse cuenta de que quizá fuera más educado ofrecer algo de información en lugar de solo preguntas. Después de todo, Helena le había contado lo de sus tratos sobre el grimorio—. Él es el nigromante. Estuvo cerca de matarme. A mí y a unos amigos. Como represalia, yo estuve a punto de matarlo a él, pero… Bueno, digamos que estaría más tranquila teniéndolo localizado.
Quizá era demasiada información. Valeria no sabía cómo de cercana era la relación entre Helena y el nigromante, después de todo. Desde el jardín de la mansión, llegó el sonido de unos aullidos.
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OFF: (1) Habilidad de nivel 2: Ligera [Telequinesis, Mágica] Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Helena se acomodó el mechón rebelde que le había escapado antes y no pudo colocarse bien.
-Sí, lo vi hoy mismo.-respondió Helena con un tono casual, aunque su mirada se volvía más aguda al hablar del nigromante.-No es que nos conozcamos en profundidad o nada por el estilo. Mis asuntos me han llevado a cruzarme con él alguna vez. Me encargué de reunir unos ingredientes para él a cambio de la información sobre el grimorio. No pregunté para qué los necesitaba, no es mi costumbre indagar demasiado en los asuntos ajenos.-Helena se encogió de hombros con un gesto despreocupado, aunque sus ojos azulados mantuvieron una intensidad fija sobre Reike mientras hablaba.
Al mencionar la "cuenta pendiente" y el intento de asesinato, Helena soltó una risita seca.
-Vaal Hazak hizo eso, ¿Eh?-miró brevemente al cielo, pues una brisa que anunciaba lluvia la heló.-Puedo decirte que conozco algunos lugares donde suele frecuentar. Ya sabes, en este tipo de negocios del bajo mundo, sobretodo el mágico, a la gente no nos suele gustar que sepan de nosotros, pero a través de contactos y demás podría darte algunas pistas.
Helena escuchó el eco de los aullidos con una atención concentrada, frunciendo el ceño.
-Parece que podrían haber encontrado a tu doble.-murmuró Helena, sin apartar la vista del jardín.-Lo mejor es que nos demos prisa en desaparecer.-dijo adquiriendo un tono urgente.-No tenemos nada que hacer aquí. Podemos volver a bajar por la pared, pero no por el mismo sitio.-buscó con su mirada posibles rutas de escape. Finalmente, pudo localizar una ruta que le parecía más o menos viable.-Quizás esa zona del jardín se ve menos cuidada. Y si escalamos el muro podremos ir por ese callejón de ahí y desaparecer.-señaló hacia el lugar que mencionaba.
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Hoy mismo. Entonces era cierto, Vaal Hazak estaba en Sacrestic Ville. La noticia era a la vez una reivindicación y un motivo de preocupación. ¿Se habría recuperado ya de su trabajo en la isla? ¿Se atrevería a enfrentarlo sola?
—Ingredientes… —murmuró pensativa—. ¿No recordarás algunos de esos ingredientes, por casualidad?
Una lista le vendría de maravilla, a decir verdad. Podrían tratarse de ingredientes para sus actividades antinaturales, evidentemente. Pero si se trataba de ingredientes para algún tónico que le ayudase a recuperar la energía gastada, Valeria debería ser capaz de reconocerlos.
—Y sí, algunas pistas sobre su posible paradero me vendrían de maravilla —dijo y, con una sonrisa cómplice, añadió—: ¿A cambio de mi humilde asistencia para conseguir ese libro tuyo?
Los aullidos se extendieron en la distancia. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero sonaban un tanto frustrados. Y no era apara menos.
—Si se la han encontrado, se habrán llevado un palmo de narices. Este suele ser el momento en que desaparece por sí misma, si nadie “acaba con ella” antes. Lo que significa que nuestra amiga bibliotecaria estará recuperándose también.
Ya se había levantado para cuando terminó de hablar, haciéndose eco de la sugerencia de Helena. Cuanto antes desaparecieran de allí, mejor para todos.
—Bajar no será problema —aseguró, aunque estiró y dobló los brazos unas cuantas veces a la vista del muro que tendrían que escalar después—. De hecho, te espero abajo.
Y, cogiendo un poco de impulso, saltó por el borde del tejado, dejándose caer lentamente hasta que sus pies tocaron un manto de musgo entre unos helechos altos(1). Una vez en el suelo, se apuró a revisar los alrededores en busca de testigos inconvenientes. Las ventanas de aquel lado de la mansión no dejaban escapar ninguna luz, pero aquello no significaba nada en esa ciudad. En cualquier caso, nadie dio la voz de alarma y, para cuando Helena terminó su descenso, nadie se había acercado a mirar.
—¿Lista? —murmuró cuando estuvieron una junto a otra una vez más, y guió el camino entre la lustrosa vegetación.
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OFF: (1) Habilidad de nivel 2: Ligera [Telequinesis, Mágica] Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
—Ingredientes… —murmuró pensativa—. ¿No recordarás algunos de esos ingredientes, por casualidad?
Una lista le vendría de maravilla, a decir verdad. Podrían tratarse de ingredientes para sus actividades antinaturales, evidentemente. Pero si se trataba de ingredientes para algún tónico que le ayudase a recuperar la energía gastada, Valeria debería ser capaz de reconocerlos.
—Y sí, algunas pistas sobre su posible paradero me vendrían de maravilla —dijo y, con una sonrisa cómplice, añadió—: ¿A cambio de mi humilde asistencia para conseguir ese libro tuyo?
Los aullidos se extendieron en la distancia. Tal vez fueran imaginaciones suyas, pero sonaban un tanto frustrados. Y no era apara menos.
—Si se la han encontrado, se habrán llevado un palmo de narices. Este suele ser el momento en que desaparece por sí misma, si nadie “acaba con ella” antes. Lo que significa que nuestra amiga bibliotecaria estará recuperándose también.
Ya se había levantado para cuando terminó de hablar, haciéndose eco de la sugerencia de Helena. Cuanto antes desaparecieran de allí, mejor para todos.
—Bajar no será problema —aseguró, aunque estiró y dobló los brazos unas cuantas veces a la vista del muro que tendrían que escalar después—. De hecho, te espero abajo.
Y, cogiendo un poco de impulso, saltó por el borde del tejado, dejándose caer lentamente hasta que sus pies tocaron un manto de musgo entre unos helechos altos(1). Una vez en el suelo, se apuró a revisar los alrededores en busca de testigos inconvenientes. Las ventanas de aquel lado de la mansión no dejaban escapar ninguna luz, pero aquello no significaba nada en esa ciudad. En cualquier caso, nadie dio la voz de alarma y, para cuando Helena terminó su descenso, nadie se había acercado a mirar.
—¿Lista? —murmuró cuando estuvieron una junto a otra una vez más, y guió el camino entre la lustrosa vegetación.
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OFF: (1) Habilidad de nivel 2: Ligera [Telequinesis, Mágica] Utilizo mi telequinesis para disminuir la gravedad ejercida sobre mí, lo que me permite frenar caídas, dar saltos más altos o incluso levitar temporalmente.
Reike
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Otra vez ese mechón la molestaba.
Seguramente para arreglar ese mechón rebelde habría que rehacer todo el peinado de nuevo, y con la humedad que su cuerpo tenía no sería fácil. El truco de quitarse todas las gotas de agua de su cuerpo sería un derroche de energía innecesario si de repente la lluvia empezaba a caer de nuevo, por lo que tendría que aguantarse en ese estado un rato más.
Observó a Reike con una mezcla de interés y reticencia mientras esta hablaba.
-Los ingredientes que pidió no parecían gran cosa, la verdad.-Helena desvió la mirada, como si repasara mentalmente la lista que ya se le escapaba.-Cornamenta de Graphorn, savia de Pino Carrasco, Tabato, semillas de Princesa Violeta… y otras cosas por el estilo. Nada que hasta un simple alquimista no pudiera usar.-su tono al mencionar la palabra “alquimista” dejaba claro el desdén que le inspiraban esos practicantes de mezcolanzas, a quienes siempre había considerado un escalón por debajo de las artes serias.
La mención de esos ingredientes parecía darle algo en qué pensar a Valeria, pero Helena no estaba particularmente interesada en seguir esa línea. El nigromante era asunto de su congénere ahora, y ella solo quería acabar con el tema y marcharse de aquel lugar antes de que la situación en la mansión escalase.
Cuando Reike mencionó el trato implícito —su asistencia para conseguir el grimorio a cambio de información sobre Vaal Hazak—, Helena soltó un suspiro entre dientes, rodando los ojos con impaciencia. No podía negar la deuda.
-De acuerdo. No me importa lo que le ocurra al nigromante, así que te diré todo lo que sé.-Su voz sonó fría.-Hay muchos escondites aquí, en Sacrestic Ville, donde se hacen este tipo de transacciones que yo hago. Lo he visto un par de veces por ahí.-comentó.-Algunos dicen que viene del este, por la zona de los pantanos. Ahí es donde se rumorea que realiza sus… experimentos. Si buscas en ese sitio, probablemente te topes con alguien que pueda orientarte.
Una vez que Reike recibió la información, esta decidió ponerse en marcha para bajar de tejado, dejando que la gravedad la llevase hacia abajo, pero la ralentizó con un control magistral de su magia, hasta aterrizar suavemente en el suelo. Helena observó la maniobra, una ceja arqueada y una sonrisa burlona apenas perceptible en sus labios. La habilidad de Reike era impresionante, eso era innegable. Sin más preámbulos, Helena se preparó para descender de manera menos refinada.
Con destreza felina, se deslizó hacia abajo, usando salientes y grietas en la pared para frenar su caída. Al llegar al suelo, se encontró con Reike.
Helena asintió cuando Valeria le preguntó si estaba lista. Ambas se movían en sincronía hacia el área menos cuidada del jardín, sorteando arbustos y fuentes abandonadas que parecían resistirse a su presencia. Reike la siguió, y en cuestión de segundos ambas se encontraban en el otro lado, donde las sombras del callejón las envolvieron, separándolas de la mansión Bradbury y su peligrosa atmósfera.
Una vez fuera de peligro, Helena respiró hondo y comprobó con una rápida revisión que el grimorio seguía asegurado bajo su abrigo. La sensación del libro contra su costado le aportaba una extraña calma. Aun así, el peso de la noche comenzaba a instalarse sobre sus hombros, y no tenía intenciones de prolongar más la conversación con Reike. Se giró hacia su congénere, ofreciéndole una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto.
-Te agradezco la ayuda, Reike.-su voz, aunque firme, llevaba un toque de cortesía que rara vez ofrecía.-Nos veremos en otro momento… quizás en condiciones más favorables. Espero que tengas suerte en tu caza.
Cuando finalmente ambas se despidieron, la figura de Helena se fue desvaneciendo en el amparo de la noche, con el grimorio a salvo y la misión cumplida. Cada paso la llevaba más lejos de los ecos de la mansión, hacia la fría y solitaria libertad de la ciudad, donde los secretos estaban a salvo solo mientras las sombras permanecieran.
Seguramente para arreglar ese mechón rebelde habría que rehacer todo el peinado de nuevo, y con la humedad que su cuerpo tenía no sería fácil. El truco de quitarse todas las gotas de agua de su cuerpo sería un derroche de energía innecesario si de repente la lluvia empezaba a caer de nuevo, por lo que tendría que aguantarse en ese estado un rato más.
Observó a Reike con una mezcla de interés y reticencia mientras esta hablaba.
-Los ingredientes que pidió no parecían gran cosa, la verdad.-Helena desvió la mirada, como si repasara mentalmente la lista que ya se le escapaba.-Cornamenta de Graphorn, savia de Pino Carrasco, Tabato, semillas de Princesa Violeta… y otras cosas por el estilo. Nada que hasta un simple alquimista no pudiera usar.-su tono al mencionar la palabra “alquimista” dejaba claro el desdén que le inspiraban esos practicantes de mezcolanzas, a quienes siempre había considerado un escalón por debajo de las artes serias.
La mención de esos ingredientes parecía darle algo en qué pensar a Valeria, pero Helena no estaba particularmente interesada en seguir esa línea. El nigromante era asunto de su congénere ahora, y ella solo quería acabar con el tema y marcharse de aquel lugar antes de que la situación en la mansión escalase.
Cuando Reike mencionó el trato implícito —su asistencia para conseguir el grimorio a cambio de información sobre Vaal Hazak—, Helena soltó un suspiro entre dientes, rodando los ojos con impaciencia. No podía negar la deuda.
-De acuerdo. No me importa lo que le ocurra al nigromante, así que te diré todo lo que sé.-Su voz sonó fría.-Hay muchos escondites aquí, en Sacrestic Ville, donde se hacen este tipo de transacciones que yo hago. Lo he visto un par de veces por ahí.-comentó.-Algunos dicen que viene del este, por la zona de los pantanos. Ahí es donde se rumorea que realiza sus… experimentos. Si buscas en ese sitio, probablemente te topes con alguien que pueda orientarte.
Una vez que Reike recibió la información, esta decidió ponerse en marcha para bajar de tejado, dejando que la gravedad la llevase hacia abajo, pero la ralentizó con un control magistral de su magia, hasta aterrizar suavemente en el suelo. Helena observó la maniobra, una ceja arqueada y una sonrisa burlona apenas perceptible en sus labios. La habilidad de Reike era impresionante, eso era innegable. Sin más preámbulos, Helena se preparó para descender de manera menos refinada.
Con destreza felina, se deslizó hacia abajo, usando salientes y grietas en la pared para frenar su caída. Al llegar al suelo, se encontró con Reike.
Helena asintió cuando Valeria le preguntó si estaba lista. Ambas se movían en sincronía hacia el área menos cuidada del jardín, sorteando arbustos y fuentes abandonadas que parecían resistirse a su presencia. Reike la siguió, y en cuestión de segundos ambas se encontraban en el otro lado, donde las sombras del callejón las envolvieron, separándolas de la mansión Bradbury y su peligrosa atmósfera.
Una vez fuera de peligro, Helena respiró hondo y comprobó con una rápida revisión que el grimorio seguía asegurado bajo su abrigo. La sensación del libro contra su costado le aportaba una extraña calma. Aun así, el peso de la noche comenzaba a instalarse sobre sus hombros, y no tenía intenciones de prolongar más la conversación con Reike. Se giró hacia su congénere, ofreciéndole una ligera inclinación de cabeza en señal de respeto.
-Te agradezco la ayuda, Reike.-su voz, aunque firme, llevaba un toque de cortesía que rara vez ofrecía.-Nos veremos en otro momento… quizás en condiciones más favorables. Espero que tengas suerte en tu caza.
Cuando finalmente ambas se despidieron, la figura de Helena se fue desvaneciendo en el amparo de la noche, con el grimorio a salvo y la misión cumplida. Cada paso la llevaba más lejos de los ecos de la mansión, hacia la fría y solitaria libertad de la ciudad, donde los secretos estaban a salvo solo mientras las sombras permanecieran.
Helena Rhodes
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Re: Agua roja [Privado] [CERRADO]
Magia arcana, ¿un encantamiento protector, quizá? A esa conclusión llegó Valeria al oír la lista de ingredientes aportada por Helena. Si el nigromante necesitaba recuperarse, buscaría un lugar donde no le molestaran y lo llenaría de encantamientos que hicieran aquello que él no podía por el momento. En fin, era evidente que el lugar en el que se escondiera estaría protegido.
Al menos, ahora sabía cómo localizarlo, gracias a su encuentro con Helena. O más o menos, porque si era en los pantanos del este donde practicaba sus… habilidades, encontrarlo iba a requerir toda una expedición. Lo mejor sería dar con él antes de que abandonara la ciudad, por supuesto, pero si no lo lograba, tendría que limitarse a pasar la información. Quizá Zelas acabase organizando otra de sus cacerías en el futuro.
—¿Hueles eso? —preguntó Valeria cuando se acercaban al muro que rodeaba la mansión—. Me pregunto si es aquí donde vienen a aliviarse esos lobos.
Aquello explicaría por qué aquel lado del jardín estaba menos cuidado. Quizá les recordase a los inquilinos sus bosques natales. También recordaba la necesidad de darse prisa en salir de allí y, a buen seguro, las dos mujeres no tardaron en abandonar la propiedad.
Una vez a salvo en el callejón, el implícito contrato de apoyo mutuo llegaba a su disolución y Helena inició el ritual de despedida. Valeria no pudo evitar sonreír internamente ante su cortesía, recordando el tono de desprecio que había empleado al mencionar a los alquimistas. Pero no había necesidad de revelar más información de la que necesitaban intercambiar.
—Gracias a ti por la información, Helena —fue su respuesta—. Te deseo suerte en tus estudios. Quizá la próxima vez que nos veamos podamos intercambiar trucos y experiencias al abrigo de la lluvia, preferiblemente, enfrente de una buena comida en una posada calentita.
O quizá tuvieran que enfrentarse en una pelea a muerte, a la vista de los contactos que frecuentaba la mujer de Hvittarn. Valeria no deseaba que ese día llegase. Y no solo porque Helena fuera endiabladamente ágil y rápida con esas dagas suyas, o por el conocimiento que claramente estaba amasando en el uso de su elemento. Lo cierto era que le caía bien.
Al menos, ahora sabía cómo localizarlo, gracias a su encuentro con Helena. O más o menos, porque si era en los pantanos del este donde practicaba sus… habilidades, encontrarlo iba a requerir toda una expedición. Lo mejor sería dar con él antes de que abandonara la ciudad, por supuesto, pero si no lo lograba, tendría que limitarse a pasar la información. Quizá Zelas acabase organizando otra de sus cacerías en el futuro.
—¿Hueles eso? —preguntó Valeria cuando se acercaban al muro que rodeaba la mansión—. Me pregunto si es aquí donde vienen a aliviarse esos lobos.
Aquello explicaría por qué aquel lado del jardín estaba menos cuidado. Quizá les recordase a los inquilinos sus bosques natales. También recordaba la necesidad de darse prisa en salir de allí y, a buen seguro, las dos mujeres no tardaron en abandonar la propiedad.
Una vez a salvo en el callejón, el implícito contrato de apoyo mutuo llegaba a su disolución y Helena inició el ritual de despedida. Valeria no pudo evitar sonreír internamente ante su cortesía, recordando el tono de desprecio que había empleado al mencionar a los alquimistas. Pero no había necesidad de revelar más información de la que necesitaban intercambiar.
—Gracias a ti por la información, Helena —fue su respuesta—. Te deseo suerte en tus estudios. Quizá la próxima vez que nos veamos podamos intercambiar trucos y experiencias al abrigo de la lluvia, preferiblemente, enfrente de una buena comida en una posada calentita.
O quizá tuvieran que enfrentarse en una pelea a muerte, a la vista de los contactos que frecuentaba la mujer de Hvittarn. Valeria no deseaba que ese día llegase. Y no solo porque Helena fuera endiabladamente ágil y rápida con esas dagas suyas, o por el conocimiento que claramente estaba amasando en el uso de su elemento. Lo cierto era que le caía bien.
Reike
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