☙ AYLIXIRES ❧ Alquimia medicinal

Ahora que había desempolvado el escaso mobiliario con el que contaba y haber hecho de aquel espacio un lugar aceptable para concentrarse en su nueva ocupación, desenvolvió los varios pergaminos con recetas e instrucciones que había traído consigo desde Lunargenta. Todos requerían algo de estudio previo, antes de aventurarse a realizar mezclas. Examinó el cofre de madera que le había sugerido comprar aquel mercader, su interior estaba tallado creando pequeños compartimentos, dispuestos a modo de estuche, que guardaban varios frasquitos de cristal vacíos. En uno de ellos se guardaba enroscado un escrito con dibujos e indicaciones para confeccionar un sencillo conjunto de muestras que convendría tener preparadas y dispuestas para hacer uso de ellas en caso de necesidad sobrevenida.


Leyó con atención cada uno de los ingredientes enumerados para realizar las mezclas que se indicaban, comprendiendo que su uso sería necesario para poder completar las técnicas alquímicas que se disponía a interiorizar más adelante. Cuando hubo comprobado que disponía de todo lo necesario, se dispuso a seguir los pasos de su elaboración. Las explicaciones eran sencillas, tan sólo era necesario disponer de tiempo y paciencia, pues lo que más destacaba aquella creación eran los tiempos de preparación. En función de la cantidad deseada, se establecían distintas medidas Con dos usos valdrá para empezar... decidiendo así reducir al mínimo la dificultad en su primera elaboración. Lo mejor sería utilizar lo justo para una primera prueba de resultados.

Había pasado varias semanas fuera y era momento de ponerse al día. El rudimentario sistema de riego que había ideado en las macetas interiores parecía cumplir con su cometido de una manera sencilla pero efectiva, propiciando la supervivencia de los ejemplares que disponía y estando algunos listos para su recolección y consiguiente almacenamiento. Bien, momento de inventariar. Expuso sobre la mesa, que hacía las veces de mostrador, los tarros de cristal y cofres de madera vacíos almacenados en la estantería que iría llenando y etiquetando uno por uno. Trasteó entre las cajas hasta dar con la báscula y colocó su manuscrito de notas sobre el atril para transcribir la información que había tomado durante el viaje, analizando con mayor detalle las muestras silvestre con las que se había podido hacer durante el viaje.

Concentrada y entretenida, podía pasarse horas ensimismada en sus quehaceres entre aquellas cuatro paredes de madera vieja y roída, catalogando, estudiando y experimentando. Así se encontraba cuando escuchó tras la puerta el murmullo de una voz masculina que parecía interesada en visitar su pequeña y acogedora fortaleza de la soledad. Aguardó un instante, no eran pocos los caminantes que sólo estaban de paso a la aldea y no todo el que pasaba por delante optaba por entrar. Casi se sobresaltó cuando el chirrido de las bisagras oxidadas se escuchó al entornarse la puerta, indicando que finalmente aquel visitante estaba interesado en hacerla una visita.

Dejó pues espacio en el mostrador cuando el joven se acercó a ordenar su pedido. Por su petición, dedujo que se trataba de un alquimista, de las lejanas tierras del este tal como explicó, que parecía haber hecho un alto en el camino hacia... No dijo a dónde se dirigía y tampoco era su asunto, aunque debía ser importante si había recorrido el trecho hasta el sur. No, en realidad podría estar de viaje, por nada en concreto, no serían numerosos los senderos que ella misma habría recorrido lejos de allí sin razón ninguna.

—Bienvenido entonces, viajero de Ulmer. Lejanas son los tierras de las que procedéis, salvajes por mi escasa experiencia por aquellos parajes.— apuntó con sonrisa amable, llevando de manera inconsciente la mano a la pierna, como acto reflejo al recordar su encuentro con la criatura del gran lago, cercano a la ciudad de la que provenía aquel cliente. —Llegáis en buen momento, recién acabo de encender la lumbre bajo el caldero, estaba... Bueno, no importa. Puedo ponerme con el remedio que buscáis ya mismo y no demorarme. ¿Puedo ofreceros algo mientras esperáis? Serviros vos mismo.—

Antes de comenzar con la receta, echó mano de muestrario de infusiones que guardaba en los estantes a su espalda y un tarro de cristal con pastas caseras que Lisinda tenía a bien preparar para que pudiera ofrecer a los clientes. Una vez terminadas las cortesías procedió a elaborar el elixir ordenado mientras atendía a la escasa conversación del extranjero, parecía quedarle todavía trecho hacia donde fuera que se dirigiese y el aspecto de las manos arañadas que se esforzaba por ocultar denotaban que no había sido un viaje tranquilo. Lo examinó de manera sutil, sin denotar demasiado interés por el joven, tampoco era cuestión de parecer una entrometida. No percibía ninguna energía llamativa de aquel aparente humano, cuya apariencia bien se parecía a la de un ermitaño, aun así no rebajó su habitual estado de alerta ante los desconocidos. Primera regla al hacer negocios, ser cortés pero no ingenua.

—Bien, pues esto está listo.— indicó a terminar de preparar la poción y servirla en uno de los frascos redondos de cristal —Y aquí tenéis el set con los virales, en el bolsillo trasero van guardadas las fórmulas, sencillas pero efectivas, imagino que sabréis darlas uso.— añadió disponiendo el pedido completo. —Lo dejaremos en 125 aeros, hace tiempo que coseché los ingredientes del elixir así que no puedo garantizar su mejor calidad.


—¡Ah! Una cosa más, viajero de Ulmer. Camináis por las tierras de los elfos, no sé cuál es vuestro destino pero mi consejo es que os alejéis lo posible del bosque sagrado si no queréis problemas con los míos. Las visitas inesperadas de los extranjeros no son de agrado para la mayoría... Que tengáis buen viaje.

Sin tiempo de recoger el despliegue de medios y antes de escuchar cerrarse la puerta tras el viajero, otros pasos se escucharon en la entrada, en dirección al mostrador. Sonrió, antes de darse la vuelta.

—Uno bonito y vistoso.— rio tras su respuesta, mientras se giraba hacia la voz conocida —Te veo bien, para como te recuerdo.— apuntó, tras echarle un sutil vistazo de arriba a abajo —Y siento decepcionarte... Aunque de haberlo estado, te habría sido imposible dar conmigo en nuestro bosque.— comentó, con tono divertido aunque dejando entrever la advertencia del peligro que le acecharía si osaba adentrarse más en tierras élficas —La frontera está cerca, aquí es más fácil enterarse... De todo.— puntualizó, guiñándole un ojo con complicidad.

Mientras ordenaba el mostrador y retiraba del fuego los restos de la mezcla anterior, atendió a las necesidades de Ben. Para lo poco que le conocía, consideró más que acertada su petición. Tener a mano un viral de salud podía considerarse incluso básico en alguien acostumbrado a las travesías... intensas.

—Claro, deja que mire por aquí.— dándole de nuevo la espalda, revolvió entre las cajas de madera de los estantes inferiores tras el mostrador —Siempre tengo algunas ya preparadas... A ver... Sí, la última.— se volvió hacia el mostrador nuevamente y le extendió el viral —Son 40 y me dejas sin existencias. Ahora tendré que trabajar, muchas gracias.— replicó en tono jocoso.

Ya antes de que la bruja cruzase la puerta, la elfa había presentido su energía tras los maderos que las separaban. A pesar de no poder saber qué naturaleza escondía, distinguía una impetuosa fuente de poder fuera del chamizo que hacía las veces de laboratorio. Su piel se erizó y antes de que la muchacha hubiese abierto la puerta, la joven alquimista ya había dejado sus quehaceres y recogido de manera atropellada sus bártulos, dejando la mesa libre de trabajo que pudiera llamar la atención de miradas indiscretas. Agarrando una regadera de latón y unas tijeras de jardín, se acercó a las macetas de interior que cubrían cada rincón que quedaba libre de mobiliario y para cuando Valeria entró, la encontró agazapada entre las plantas, simulando estar dedicando el tiempo a su cuidado.

Aylizz se levantó despacio al escuchar la voz de la muchacha cruzar la puerta, volteándose hacia ella y dedicándole una mirada que recorrió el cuerpo de la joven, de cabeza a pies y vuelta a la cabeza. No era elfa, sus orejas lo dejaban claro. Frunció el ceño y apretó el agarre de las tijeras al advertir, ahora de cerca, que su energía tampoco desprendía las sensaciones elementales que era capaz de percibir de los que ocultan un dragón en su interior. Se negó a sí misma dar por ciertas sus temidas suposiciones.

—Muy buenas.— respondió con su mismo saludo, aunque con mayor seriedad, mientras rodeaba el borde del mostrador y se ubicaba tras él —¿De veras? ¿Eso habéis oído?— se esforzó por no dejar ver un pedacito de orgullo iluminando su rostro, a pesar de la ligera sonrisa que intentó escaparse, aunque en aquel punto se preguntó si no escasearían entonces los expertos para ser considerada ella una. Frunció el ceño. Un cumplido bien traído para romper el hielo, en un élfico tosco y cuestionablemente chapurreado, por favor, no era tan ingenua. —No es necesario que tratéis de agradarme, conozco el lenguaje común.— apuntó, en dicho dialecto, terminando con toda buena intención de la bruja por entrar suave.

Guardó silencio un momento cuando la muchacha expuso sobre la mesa una interesante receta. La elfa entrecerró los ojos, como queriendo escudriñar las intenciones de la chica. ¿Quería información sobre Midgard? Por un momento, quedó atónita, antes de que una ligera bola de rabia se empezase a formar en la parte alta de su estómago, agarrándose a su garganta. ¡¿Pero qué se había creído?! ¿Quién se presenta en tales formas, en un territorio que no es el suyo, requiriendo información sobre otro territorio que, de nuevo, tampoco es al que pertenece? Sin dar siquiera un nombre o un motivo. Chst. Aylizz se mantuvo en la honorable imagen que de ella misma tenía, negando para sí que bien podría la elfa hacer lo mismo en similar situación, de hecho, ¿cuántas veces había irrumpido en cuestiones que nada eran de su incumbencia, motivada únicamente por sus personales fines? Detalles sin importancia y que para nada vienen al cuento de esta inesperada visita.

El caso es que la elfa no era una vendida, a pesar del dulce que se había puesto ante sus ojos. Las brujas y sus caramelos, tan pronto levantan una casa como te ponen los dientes largos. Antes de responder, echó un segundo vistazo a la receta y dejó escapar una molesta mueca con la lengua.

—Si mis conocimientos se consideran expertos es que no hay mucho que saber de aquellas tierras. Albergan vida salvaje de muchos tipos y pobre de quien trate de adentrarse en ella sin un mínimo de raciocinio. Si vuestro interés radica en la alquimia, guardo algunas muestras de especies autóctonas que os ahorrarán el viaje hasta allí.— explicó, sin dar demasiada información que no hubiera sido extendida, en términos generales, por todo el continente, tratando de ahuyentar a la extranjera de sus intenciones por visitar el Bosque de Fuego, de ser así. —Aunque quizá lo que más os interese conocer es que, a pesar de lo que pueda parecer, todavía hoy hay ojos que guardan el bosque,— advirtió sin acritud, aunque con seriedad —pero comprendo que alguien de fuera no sea capaz de entender lo reservados que somos los elfos con lo nuestro.— añadió.

Tras dejar claras sus reticencias hacia la joven, poco más comentó acerca de los territorios del oeste. La bruja tampoco se mostraba con intenciones de forzar más, después de todo sí parecía consciente de dónde se encontraba y sus palabras se advertían prudentes. Tampoco mentó que tuviera intenciones de continuar su viaje en aquel lado de la frontera. No obstante, pareció satisfecha con el goteo de datos que la elfa compartió a regañadientes, a pesar de no haber entrado en demasiados detalles, únicamente aquellos que dejasen claro que la vida que se abría camino en aquel territorio sabía cuidarse de los intrusos.

Y así, sin abandonar las buenas formas y aquel mal pulido acento, Valeria agradeció la información prestada, dejó tras de sí la receta ofertada y una agridulce sensación en el fuero interno de la elfa, que la agitó de forma desmedida, y desapareció tras la puerta.

Tenía mucho que preparar antes de dejar atrás el sur. No podía vaciar y desmantelar el taller de buenas a primeras, ¿cómo cargaría con todo aquello? Además, ¿qué haría con ello una vez llegase a Teruëll? No, no sabía lo que se encontraría a su regreso, por ahora sería mejor llevar consigo lo imprescindible y más adelante pensaría en el necesario traslado.

Valorando lo útil que había resultado el kit que le abrió las puertas de la alquimia, consideró que era el momento de llevar consigo algo más. Hacía tiempo que había aprendido nuevas técnicas, pero hasta ahora no había encontrado el momento de dejar las fórmulas preparadas para su uso. Le convenía hacerlo. Además, ¿para qué sino había devorado tantos ejemplares de botánica? ¿Por gusto? ¿Por amor al arte? Puede que un poco sí, pero la razón fundamental residía en el planteamiento de que basarse, para variar, en el conocimiento teórico y empírico que otros habían obtenido. Ahorraba tiempo y, sobre todo, dotaba de mayor seguridad a la integridad de la elfa, acostumbrada a aprender mediante el ensayo y el error, y el qué pasaría si...

Si bien se había mantenido firme en su intención de utilizar la profesión con fines medicinales, no podía obviar que saber de efectos adversos o nocivos era así mismo necesario para poder tratarlos. Por ello, y aunque tendría que verse en un gran aprieto para optar por utilizarlos, ya contaba en su repertorio con componentes venenosos. Lo cierto es que la naturaleza era grandiosa, siendo capaz de dar vida a especies tan letales como salvadoras.