La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Tardó unos minutos en recomponer cuanto había ocurrido. Había escogido la peor de las salidas, ¿cómo dejar sus avíos y continuar cuanto tenía entre manos? Imposible. Consciente de ello, mudó la palabra escoger por la de imponer. La ruta había sido trazada y en los segundos que lo llevaron a comprenderlo, también advirtió que resultaba absurda la idea de cargar por sí solo con las armas de Tarek, Ayl y Iori, además de las suyas y escapar, combatiendo con quien tuviese a bien hacerle frente. No quedaba otra opción.
El hecho de que los elfos más jóvenes siguiesen sus órdenes sin cuestionarlas fue un claro indicio del peligro de muerte en el que se encontraban. No estaba seguro de cual habría sido su respuesta de haber tenido que discutir en esos precisos instantes. Sacudió la cabeza lentamente. Sólo deseaba mentirse. Habría sido capaz de amenazarlas a punta de espada para que escapasen. Mejor heridas por su arma que muertas junto a ellos en el subterráneo.
Las fricciones con el Inglorien parecían haberse ido atenuando con la progresiva gravedad de los peligros a los que fueron haciendo frente desde el templo de isla Tortuga. No olvidaba las palabras que el muchacho el había dirigido en esa ocasión, mas tampoco, del mismo modo, las que había pronunciado después. Sin embargo, alzó una ceja ante su mención de calificar alguno de sus probables actos como “heroicidad estúpida”. El joven aún necesitaba décadas para comprender los entresijos de su forma de actuar. Tendría tiempo, esperaba, si salían de allí con vida.
Cualquier atisbo de orden había muerto entre aquellas paredes. El espadachín, ajeno a cualquier tipo de empatía por guerreros que luchaban bajo las órdenes de un maníaco como Guenros, adlátere de vampiros y torturador, se complacía con cada cadáver esparcido por el suelo. La humareda comenzaba a ser un verdadero problema, y la confusión ondeaba como un estandarte en la torre más alta de una fortaleza. Sin embargo, podía notar sobradamente como tal entropía tiraba de él, al fin y al cabo ¿no se merecían los supervivientes más dolor, más destrucción, más sufrimiento? No se encontraba en situación de analizar fríamente cada detalle y descartar puntos peligrosos o mejores formas de actuar. De manera casi mecánica, respondió a su compañero aceptando su idea, cuando su propia mente sólo pedía un festival de sangre, preludio de un espectáculo que hiciese temblar las rodillas de los mismísimos Faeren. Puro, simple, y bendito exterminio. Una sonrisa macabra fue apoderándose de su rostro Tarek lo tocó, a fin de engañar a los guardias, tuvo que recordar dónde se encontraba. El deseo de acuchillarlo resultó casi doloroso de evadir. Sacudió la cabeza, mostrando extrañeza fruto de aplacar esa oscuridad.
Molesto consigo mismo, continuó la farsa perpetrada por el joven hasta llegar al patio superior con una facilidad mucho mayor de la que jamás habría esperado cuando se separaron de las chicas. Tal fue su máxima fortuna. Sus pertenencias habían desaparecido.
Imposibilitado a dejarse llevar por el desánimo tan cerca del exterior, el hijo de Sandorai decidió ayudarse de la lógica más básica e implacable. Aún contaban con el factor sorpresa fruto de la treta del protegido de Eithelen, pero el tiempo apremiaba como nunca antes. En cualquier momento, alguien los reconocería y encerrados y superados en número, serían asesinados de forma inmisericorde. Y Guenros tendría dos nuevos regalos para sus señores. Observó con rapidez a todos lados, y rezando en silencio porque su equipamiento no hubiese sido trasladado al subterráneo, advirtió las cuatro puertas que, salvo el portón principal, abrían las opciones existentes.
La primera de ellas, abierta, fue descartada cuando uno de los soldados de la mansión sacó desde allí un caballo antes de montarlo con rapidez. No parecía probable que guardasen objetos útiles en los establos, teniendo sin duda habitaciones para elegir. La segunda permaneció sin cerrar cuando dos mercenarias salieron precipitadamente, aún terminando de colocarse los cascos. Sala de guardia o espera, pensó. La tercera, pasada a veloz revista, implicaba subir al piso superior desde el paseo de ronda, la eliminó por los inconvenientes de llegar hasta allí manteniendo la fachada que poseían. Tan sólo quedaba una, hacia donde precedió al Inglorien.
Correr fue un error.
La reactivación de los músculos en ese pequeño trecho, le provocó un nuevo estallido interior, avivando el deseo de combate, de muerte, de eliminar cuanto debía perecer. Sin dudar una fracción de segundo, atravesó la garganta del centinela que buscó detenerlos. Ni siquiera llegó al punto de comprender que debía borrar la tétrica sonrisa que aún conservaba cuando tomó su propia espada, desechando la tomada de uno de los guardias caídos.
Horas después, con la cabeza despejada, logró admitirse que apenas había escuchado a Tarek después de aquello. Su mano hormigueaba de puro instinto, de deseo. Nada más existía allí, y el mero hecho de saber que su filo pronto alcanzaría a alguno de aquellos enemigos le hizo apretar los dientes con una intensidad nacida del regocijo, evitando un grito de ansia.
Al menos media docena de hombres y mujeres clavaron su vista en el elfo cuando se desprendió de la vestimenta del guerrero de la mansión. Hachas, mazas, lanzas y espadas cayeron sobre él, buscando hacerlo pedazos. Sin embargo, Nousis Indirel no era exactamente él. Odio, orgullo, sadismo y disfrute. No era capaz de albergar nada más. Su capa, colocada tras hallarla, mostraba con su movimiento un escalón más a su arrogancia, pues el espadachín entre finitas y quiebros, trataba de que ningún arma enemiga impactase en ella, al tiempo que respondía ataques desde todo punto de su visión.
¡Dioses, cómo se divertía! Uno de sus enemigos cayó a tierra, cuando Nousis giró en el suelo sobre sí mismo, observando como un hacha impactaba donde antes había estado su hombro, y clavó su espada desde abajo, atravesando parte del muslo del rival. Nuevamente en pie, se alejó de la ubicación de la puerta aún en mayor medida, por el mero sentimiento que emanaba de la necesidad de un espacio más acorde para enfrentar a tantos oponentes.
Se detuvo, soltando un tajo horizontal que sólo alcanzó superficialmente la frente de una lancera cuya armadura ligera llegaba hasta la parte superior de los hombros. Su interior deseaba incitarla, animarla a luchar con mayor fiereza, cuando una montura desbocada, corrió de improviso hacia la puerta, arrollando a otro de los servidores de Guenros. Por completo sorprendido, Nousis giró la cabeza, comprobando que otro fuego se había extendido desde abajo hasta un edificio anexo al principal, gracias a unos sacos amontonados que a todas luces debían ser pronto transportados a otro lugar, que hicieron de puente a las llamas. Otros cuatro animales corrieron en la misma dirección, y un ya prevenido elfo se cuidó de encontrarse en su camino. Sólo uno, con los ojos irritados y pateando el suelo como si tratase de sacarse de encima lo ocurrido, permaneció al margen.
El suceso devolvió al espadachín la sangre fría necesaria para recordar a Tarek. La puerta. Huir. Iori y Aylizz. Se maldijo por dejarse llevar, encerrando en su jaula de nuevo a esa parte de sí mismo y corriendo hacia el caballo, aprovechando la confusión de los guardias. Corriendo totalmente el riesgo de ser derribado si el équido se encabritaba, careciendo de cualquier otra opción, lo espoleó hacia aire más fresco, y éste pareció comprender que la dirección indicada lo alejaba de donde venía, pues no tardó apenas en pasar del paso al trote y a un primer galope que salvó la vida al Indirel. Atento, suspiró quitándose un gran peso de encima, al advertir el cabello ceniciento de su compañero, quien con agilidad, subió con su ayuda al animal, antes de cruzar ambos los límites de la mansión.
Pese a las palabras de Tarek, no aminoró, ni respondió por el momento. Poner tierra de por medio era esencial, o no sería la saeta la que lo enviaría a la muerte.
Durante un lapso, solo se escucharon los cascos del caballo, hasta que Nou consideró que por fin lo peor del peligro había pasado a la altura de una roca con una curiosa y vaga forma de árbol frondoso. Descendió el primero, ayudando al elfo más joven, cuando comenzó a notar una punzante molestia en varios lugares. Irritado por ello, se fijó antes en su compañero.
-Has tenido suerte- comentó con seriedad, pese a su propio alivio- Habrá que sacarla por supuesto, pero no ha sido profundo. Ayl podría curarte sin el menor problema. Descansa hasta que vuelvan. Este sitio es lo bastante visible para que piensen en dirigirse aquí.
Entonces, se pasó la mano por el cabello, notándola húmeda. Colocándola ante sus ojos, vio que la sangre manaba de un punto entre su ojo derecho y la oreja. Con el cuerpo enfriado tras el combate, sintió varias heridas más, en el cuello y a medio palmo de la cadera. Su armadura estaba manchada también y reparaba en la desagradable sensación de cómo el líquido vital creaba un reguero hasta su espalda. Tomó un paño de su bolsa de viaje, a fin de taponar el corte del cuello, pensando sombríamente que aún esperaban entrar en un nido de vampiros y terminar con su reina, cuando divisó a la parte femenina del grupo.
Al menos, se dijo enarbolando el mayor optimismo del que era capaz en esos momentos, aún continuaban todos con vida.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Caminó como una oveja tras su pastor siguiendo la figura de Ayl. La cabeza le terminaba de dar vueltas con aquella sensación agobiante que embotaba sus sentidos, pero el olor impregnado en ella le daba auténticas arcadas. Terminaron acercándose a un pequeño claro al lado del río en el que divisaron a sus dos compañeros. De una pieza.
No pudo evitar alegrarse, sobre todo de la presencia de uno de ellos, pero su cara no lo dejó entrever. La morena se mantuvo en un segundo plano, dejándose caer a los pies de un árbol y dejando que fuesen los elfos los que comprobasen las cosas. Ella estaba a salvo, y no podía ofrecer habilidades de curación como Ayl. Parecía que se relajarían allí unos instantes. Tiempo para recomponerse y limpiar heridas.
Nousis estaba sangrando.
No era asunto suyo. Seguro que un elfo tan sabio como él tenía mil maneras de solucionar aquello. En cambio había otra cosa reclamando su atención poderosamente. Y era el horrible olor que desprendía su cuerpo. Vació el contenido de su alforja y comprobó el estado de sus pertenencias. Limpió lo que era necesario y avanzando de nuevo hacia la orilla del río se desnudó dejando a los elfos atrás. Lavó a conciencia sus ropas, quitándole la suciedad y el mal olor al tejido con una pastilla de jabón que olía a naranja. La escurrió y la dejó tendida sobre unas piedras antes de avanzar ella misma y sumergirse en el agua.
El frío mordió su piel pero estaba acostumbrada a aquella sensación. Resultaba vivificante y terminó de alejar de ella los restos de la droga. Nadó hasta la zona en la que no hizo pie y permaneció flotando mientras pasaba la pastilla de jabón por su cuerpo. El olor desaparecería y a ella no le daría náuseas estar en su propia piel. Fue entonces cuando escuchó sonido de agua cerca, y se incorporó para buscar su origen.
El elfo de pelo oscuro estaba unos metros más allá, metido en el río hasta la cintura. Había dejado la armadura atrás para limpiar su cuerpo de la suciedad y de las heridas. Observó la pastilla de jabón en sus manos y decidió avanzar hasta él. Cuando él la vio se quedó un momento sorprendido para luego colocarse de lado, continuando con el hecho de quitarse restos de sangre y demás -¿Qué haces aquí? -
- Pensé que necesitabas jabón. - se acercó un poco más y extendió la mano con la bonita pastilla de olor a naranja. Él la miró de reojo, evidentemente molesto - Esto ya es demasiado - La cara de Iori que era cautelosa hasta el momento, se transmutó en una de incomprensión. - Es casero. Lo hice yo misma. Tiene propiedades antisépticas gracias a la miel. Te puede ayudar con esas heridas - argumentó sin apartar la mano.
Él dio entonces dos pasos irritados hacia ella. La miró a la cara aunque se notaba que le costaba horrores - Puede que para ti esto - señaló a ambos alternativamente - sea normal. Pero no para mí. No, si no quieres más de mí, y me has dejado perfectamente claro lo que opinas. De modo que no sé si buscas reírte o molestarme por ello viniendo así. -
La cara de incomprensión de Iori se hizo más notoria en ese momento, y como respuesta adquirió una actitud defensiva. - ¿De qué demonios hablas? ¿Qué hice mal ahora? - Se acercó moviendo el agua con fuerza y se pegó a él mirándolo con fiereza. Buscó su mano y lo agarró de mala manera para obligarlo a poner la palma hacia arriba. - Desde el principio el único que se ríe de mí eres tú. No pienso disculparme por ser humana - siseó colocándole con un golpe el jabón en la mano. - Gilipollas - se giró y avanza con pasos largos dentro del agua para alejarse.
La mano del elfo se cernió sobre su brazo y la detuvo para girarla de cara a él. - ¿Quién diablos habla de ser humana, maldita sea? ¡Hablo de que te presentes así, desnuda, para darme un puñetero jabón! ¿Es que no recuerdas Baslodia, no recuerdas el bosque? ¿Crees que soy de piedra? Si tanto me odias, no me pongas más difícil no acordarme.-
La humana clavó los ojos muy abiertos en él, intentando comprender lo que el elfo decía. - Me estoy bañando Nousis, al igual que tú. ¿Qué tiene de malo estar desnuda? - en su voz se evidencia que no entendía el punto que él le está dando. - Recuerdo todo y mejor que tú por lo que parece. - tenía el cuerpo rígido, como preparada para un combate con él pero no hizo amago de soltarse. - No olvides que te he seguido hasta aquí sin hacer preguntas, y todo porque apareciste en un maldito sueño. ¿Odio? tenías toda la fe que puedo sentir por alguien en ti y la tiraste a un lado -
- Hago lo que tengo que hacer. ¿Debo disculparme por querer que sigas viva? ¿Debía dejar que os mataseis el uno al otro? ¡Por supuesto, si me fueras por completo indiferente! - La cara de Iori brilló de impotencia. - Ese es el problema. Haces lo que tú quieres hacer. - Se soltó de un tirón y lo golpeó para empujarlo hacia atrás en el pecho.
- ¿Te crees que yo pensé si era bueno para mí o no seguirte? ¿Qué valoré si me convenía venir? No lo hice, y ¿sabes por qué? porque si tú me necesitabas era suficiente razón para ayudarte. - lo volvió a empujar y sus mejillas comenzaron a ponerse rojas de rabia. - Esa noche la que te necesitaba era yo, y tú decidiste que no estarías ahí para mí. Decidiste que otras cosas eran más importantes que ser incondicional -
- Decidí protegerte. No sé si habrías ganado, pero no me parece tan complejo de entender no querer verte lastimada. Tenemos una misión y os agradecí acudir, sé lo eso implica. Me reprochabas ¿Que? ¿No ayudarte a matarlo? ¿Intervenir? - sacude la cabeza - Piensa lo que quieras. Te he ofrecido más de lo que nunca hubiera esperado y tú prefieres refugiarte en malentendidos. Nada he hecho para que te sientas así. Y con todo cuanto nos queda por delante, os necesito a todos -
- ¿Protegerme...? - la boca de Iori se quedó abierta de pura sorpresa justo antes de lanzar un puñetazo hacia su cara. Se detuvo a nada de darle y se llevó ambas manos a la cabeza. Cerró los ojos con fuerza y sollozó de pura rabia. - ¡¿Ofrecerme?! - repitió mecánicamente intentando buscar el significado de esa palabra. Abrió los ojos y lo miró con más enfado que nunca, mientras las lágrimas corrían por su cara, componiendo un extraño cuadro. - Nunca te olvides de que yo te seguí hasta aquí sin hacer preguntas, sin cuestionarte. Ese tipo de entrega es algo que no he recibido de ti -
Era el momento de parar. Como tantas veces antes, ambos hablaban en idiomas completamente diferentes. Sentía la sangre arder de pura rabia en su cuerpo y se sentía tentada peligrosamente a golpearlo de verdad. Le había costado controlar el primer puñetazo. No se iba a arriesgar a exponerse a un segundo. Al final, cuando estuviese calmada, a la que más le dolería sería a ella. Se giró para avanzar hacia el interior del río con todos sus demonios, pero entonces recordó que le debía una cosa. Una última cosa.
Se detuvo y lo miró. El elfo parecía estar esperando, pendiente de ella sin quitarle ojo de encima. - Lo siento. - le mantuvo la mirada y se notaba que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por controlar su voz. - Siento haber causado problemas. No imaginé que la comida tuviese droga... quiero decir... - bajó la cabeza y apretó los puños dentro del agua. - ¿Envenenar comida? - meneó la cabeza aún incrédula de semejante artimaña. - Fui un peligro para todos y no era mi intención -
Él frunció el ceño, pero no por enfado, más bien como si lamentase haberse alterado. Avanzó unos pasos hacia ella, aunque no acercándose demasiado - Eso no tiene importancia. No te ha ocurrido nada... Y eso es lo importante - su voz bajó un poco el tono en esas palabras - Deberías descansar.- La humana lo miró en silencio, pensando si valía la pena hacer un esfuerzo más. - Tú también...- terminó susurrando antes de volver a nadar hacia la parte de la orilla en la que había dejado su ropa. - Te lo regalo - añadió ya en la distancia sin mirar hacia atrás. Se refería al jabón.
No pudo evitar alegrarse, sobre todo de la presencia de uno de ellos, pero su cara no lo dejó entrever. La morena se mantuvo en un segundo plano, dejándose caer a los pies de un árbol y dejando que fuesen los elfos los que comprobasen las cosas. Ella estaba a salvo, y no podía ofrecer habilidades de curación como Ayl. Parecía que se relajarían allí unos instantes. Tiempo para recomponerse y limpiar heridas.
Nousis estaba sangrando.
No era asunto suyo. Seguro que un elfo tan sabio como él tenía mil maneras de solucionar aquello. En cambio había otra cosa reclamando su atención poderosamente. Y era el horrible olor que desprendía su cuerpo. Vació el contenido de su alforja y comprobó el estado de sus pertenencias. Limpió lo que era necesario y avanzando de nuevo hacia la orilla del río se desnudó dejando a los elfos atrás. Lavó a conciencia sus ropas, quitándole la suciedad y el mal olor al tejido con una pastilla de jabón que olía a naranja. La escurrió y la dejó tendida sobre unas piedras antes de avanzar ella misma y sumergirse en el agua.
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El frío mordió su piel pero estaba acostumbrada a aquella sensación. Resultaba vivificante y terminó de alejar de ella los restos de la droga. Nadó hasta la zona en la que no hizo pie y permaneció flotando mientras pasaba la pastilla de jabón por su cuerpo. El olor desaparecería y a ella no le daría náuseas estar en su propia piel. Fue entonces cuando escuchó sonido de agua cerca, y se incorporó para buscar su origen.
El elfo de pelo oscuro estaba unos metros más allá, metido en el río hasta la cintura. Había dejado la armadura atrás para limpiar su cuerpo de la suciedad y de las heridas. Observó la pastilla de jabón en sus manos y decidió avanzar hasta él. Cuando él la vio se quedó un momento sorprendido para luego colocarse de lado, continuando con el hecho de quitarse restos de sangre y demás -¿Qué haces aquí? -
- Pensé que necesitabas jabón. - se acercó un poco más y extendió la mano con la bonita pastilla de olor a naranja. Él la miró de reojo, evidentemente molesto - Esto ya es demasiado - La cara de Iori que era cautelosa hasta el momento, se transmutó en una de incomprensión. - Es casero. Lo hice yo misma. Tiene propiedades antisépticas gracias a la miel. Te puede ayudar con esas heridas - argumentó sin apartar la mano.
Él dio entonces dos pasos irritados hacia ella. La miró a la cara aunque se notaba que le costaba horrores - Puede que para ti esto - señaló a ambos alternativamente - sea normal. Pero no para mí. No, si no quieres más de mí, y me has dejado perfectamente claro lo que opinas. De modo que no sé si buscas reírte o molestarme por ello viniendo así. -
La cara de incomprensión de Iori se hizo más notoria en ese momento, y como respuesta adquirió una actitud defensiva. - ¿De qué demonios hablas? ¿Qué hice mal ahora? - Se acercó moviendo el agua con fuerza y se pegó a él mirándolo con fiereza. Buscó su mano y lo agarró de mala manera para obligarlo a poner la palma hacia arriba. - Desde el principio el único que se ríe de mí eres tú. No pienso disculparme por ser humana - siseó colocándole con un golpe el jabón en la mano. - Gilipollas - se giró y avanza con pasos largos dentro del agua para alejarse.
La mano del elfo se cernió sobre su brazo y la detuvo para girarla de cara a él. - ¿Quién diablos habla de ser humana, maldita sea? ¡Hablo de que te presentes así, desnuda, para darme un puñetero jabón! ¿Es que no recuerdas Baslodia, no recuerdas el bosque? ¿Crees que soy de piedra? Si tanto me odias, no me pongas más difícil no acordarme.-
La humana clavó los ojos muy abiertos en él, intentando comprender lo que el elfo decía. - Me estoy bañando Nousis, al igual que tú. ¿Qué tiene de malo estar desnuda? - en su voz se evidencia que no entendía el punto que él le está dando. - Recuerdo todo y mejor que tú por lo que parece. - tenía el cuerpo rígido, como preparada para un combate con él pero no hizo amago de soltarse. - No olvides que te he seguido hasta aquí sin hacer preguntas, y todo porque apareciste en un maldito sueño. ¿Odio? tenías toda la fe que puedo sentir por alguien en ti y la tiraste a un lado -
- Hago lo que tengo que hacer. ¿Debo disculparme por querer que sigas viva? ¿Debía dejar que os mataseis el uno al otro? ¡Por supuesto, si me fueras por completo indiferente! - La cara de Iori brilló de impotencia. - Ese es el problema. Haces lo que tú quieres hacer. - Se soltó de un tirón y lo golpeó para empujarlo hacia atrás en el pecho.
- ¿Te crees que yo pensé si era bueno para mí o no seguirte? ¿Qué valoré si me convenía venir? No lo hice, y ¿sabes por qué? porque si tú me necesitabas era suficiente razón para ayudarte. - lo volvió a empujar y sus mejillas comenzaron a ponerse rojas de rabia. - Esa noche la que te necesitaba era yo, y tú decidiste que no estarías ahí para mí. Decidiste que otras cosas eran más importantes que ser incondicional -
- Decidí protegerte. No sé si habrías ganado, pero no me parece tan complejo de entender no querer verte lastimada. Tenemos una misión y os agradecí acudir, sé lo eso implica. Me reprochabas ¿Que? ¿No ayudarte a matarlo? ¿Intervenir? - sacude la cabeza - Piensa lo que quieras. Te he ofrecido más de lo que nunca hubiera esperado y tú prefieres refugiarte en malentendidos. Nada he hecho para que te sientas así. Y con todo cuanto nos queda por delante, os necesito a todos -
- ¿Protegerme...? - la boca de Iori se quedó abierta de pura sorpresa justo antes de lanzar un puñetazo hacia su cara. Se detuvo a nada de darle y se llevó ambas manos a la cabeza. Cerró los ojos con fuerza y sollozó de pura rabia. - ¡¿Ofrecerme?! - repitió mecánicamente intentando buscar el significado de esa palabra. Abrió los ojos y lo miró con más enfado que nunca, mientras las lágrimas corrían por su cara, componiendo un extraño cuadro. - Nunca te olvides de que yo te seguí hasta aquí sin hacer preguntas, sin cuestionarte. Ese tipo de entrega es algo que no he recibido de ti -
Era el momento de parar. Como tantas veces antes, ambos hablaban en idiomas completamente diferentes. Sentía la sangre arder de pura rabia en su cuerpo y se sentía tentada peligrosamente a golpearlo de verdad. Le había costado controlar el primer puñetazo. No se iba a arriesgar a exponerse a un segundo. Al final, cuando estuviese calmada, a la que más le dolería sería a ella. Se giró para avanzar hacia el interior del río con todos sus demonios, pero entonces recordó que le debía una cosa. Una última cosa.
Se detuvo y lo miró. El elfo parecía estar esperando, pendiente de ella sin quitarle ojo de encima. - Lo siento. - le mantuvo la mirada y se notaba que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por controlar su voz. - Siento haber causado problemas. No imaginé que la comida tuviese droga... quiero decir... - bajó la cabeza y apretó los puños dentro del agua. - ¿Envenenar comida? - meneó la cabeza aún incrédula de semejante artimaña. - Fui un peligro para todos y no era mi intención -
Él frunció el ceño, pero no por enfado, más bien como si lamentase haberse alterado. Avanzó unos pasos hacia ella, aunque no acercándose demasiado - Eso no tiene importancia. No te ha ocurrido nada... Y eso es lo importante - su voz bajó un poco el tono en esas palabras - Deberías descansar.- La humana lo miró en silencio, pensando si valía la pena hacer un esfuerzo más. - Tú también...- terminó susurrando antes de volver a nadar hacia la parte de la orilla en la que había dejado su ropa. - Te lo regalo - añadió ya en la distancia sin mirar hacia atrás. Se refería al jabón.
Iori Li
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Respirar se hacía imposible. Cada brizna de aire que trataba de entrar en sus pulmones se le atragantaba, volviendo más costoso el avance que realizaba a ojos cerrados bajo el manto de desechos acumulados en las letrinas, tratando de evitar pensar, a toda costa, que se encontraba buceando en las cloacas, persiguiendo el último intento por salir de allí de una pieza. Centrar su mente en sus compañeros varones tampoco lo hacía más sencillo, esforzándose por no arrepentirse de haberlos dejado atrás. Se mantenía agarrada a Iori, que encabezaba la huída, en intento de no perderla yendo a ciegas, mientras con la otra mano envolvía con fuerza el rudimentario colgante en el que guardaba la gema, no por miedo a perderla, sino como desesperado intento de aferrarse a un motivo por el que no dar media vuelta y acudir en su busca.
Cuando por fin el agua turbia y los desechos se mezclaron con la corriente natural proveniente del foso, la faltaba el aire. Sólo entonces soltó a la humana y trató de alcanzar la superficie, lo más rápido posible. Cuando su rostro rozó de nuevo el aire limpio abrió la boca e inspiró profundamente, como si se viera en un intento de hacerse dueña de todo el oxígeno del continente. Abrió los ojos y nadó hasta la orilla más cercana. Sólo miró atrás para comprobar que ella seguía ahí, con ella. Sonrió un instante, sintiendo un atisbo de alivio que fue suficiente para calmar la angustia que hasta hacía un momento se había apoderado de ella. Sin permitirse un descanso, buscó con la mirada la ubicación señalada por Nousis, situándola en el horizonte y no tardando un instante en partir. No importaba la fatiga, la velocidad de sus latidos, que todavía trataban de volver a la calma, ni siquiera la podredumbre en la que estaba embadurnada. A Iori tampoco pareció importarle, avanzando con firmeza, hasta recorrer la media legua acordada.
Cuando se encontraron con los elfos lo sintió como un espejismo. Quiso correr hasta ellos, comprobar que todo estaba bien, que era real, pero su cuerpo se quedó inmóvil. Nousis sostenía a Tarek, mientras él se tambaleaba agarrándose el costado, y aunque el espadachín también mostraba notorias lesiones, una mirada bastó para que la elfa comprendiese que el joven resultaba ser la prioridad. La humana, por su parte, parecía no estar preparada para confrontaciones. Ayudándolo a tomar apoyo junto a un árbol, el Indirel los dejó espacio. Cuando se quedaron solos, ella se acercó al elfo con suavidad, llevando la mano a las evidencias que dejaban adivinar que bajo la ropa, la herida estaba abierta y de gravedad.
—Debería mirarte esas heridas...— hizo una pausa al verse las manos y recordar su estado —Pero antes debería lavarme, a menos que prefieras una infección.— sonrió, mientras se giraba para encaminar la orilla. —¿Puedes caminar? Debería limpiarlas también.
—Creo que con escapar de la mansión en llamas de un psicópata megalómano he tenido suficiente...— respondió, devolviendo una cansada sonrisa, mientras se levantaba con dificultad —No quiero sumarle una fiebre mortal por una infección. Gracias.— añadió, siguiéndola hasta la orilla. —Debo decir que, aunque no desdeño tu presencia, ahora mismo es difícil de soportar…
La joven rió sin censura en una ligera carcajada, afirmando con la cabeza en señal de coincidencia con el elfo, apartándose un poco más.
—Tendrás que hacer lo posible por hacerlo, al menos hasta que pare la hemorragia. Después, ten por seguro que no saldré del agua hasta haber quedado transparente.
Llegando al borde del riachuelo, se arrodilló hacia el agua y se frotó las manos hasta que quedaron completamente limpias. Acto seguido subió a los brazos, limpiándose hasta el codo. Finalmente, se frotó la cara hasta que la sintió limpia y su nariz pudo percibir los olores de su alrededor, más allá de los que continuaba emanando su ropa. Antes de volverse hacia el elfo, se desquitó de su túnica, ahora pesada y rígida, para facilitar los movimientos y de paso, sumergirla en la orilla entretanto.
—Ahuecate la ropa, necesito... Bueno... Examinarte.
Tarek se arrodilló en la orilla junto a la elfa, que se afanaba por quitarse la mugre que la cubría. Ante la petición de ella, desató las cintas que cerraban la parte frontal de su túnica negra, con cuidado de no tocar ni mover la punta de la flecha que asomaba por el lateral de su abdomen. La flecha había entrado limpiamente por la espalda, atravesando diagonalmente su costado derecho. Por el color de la sangre, de un rojo brillante, parecía que no había afectado a ningún órgano interno.
—Me la quitaría del todo, pero no creo que deba hacerlo sin tu ayuda.— las manos del elfo se mostraban temblorosas, como si el mero roce de la tela contra la parte posterior de la flecha fuera insoportable.
Se quedó atónita un instante cuando alcanzó a comprender la gravedad de la lesión. Cómo... Cómo no podía haber dicho nada antes… Cómo había llegado caminando hasta allí sin queja... Tras recomponerse, ayudó al elfo a desquitarse de la túnica hasta dejar el torso completamente descubierto y poder examinar la flecha por ambos lados.
—Vale... Ehm... ¿Quieres la buena noticia o la mala?— preguntó con gracia, tratando de no mostrarse sobrepasada.
—¿La mala? Así cuando me cuentes la buena, tendré algo de qué alegrarme.
—Te va a doler.— afirmó sin rodeos —Aunque pueda rebajarlo con un anestésico, vas a querer revolverte como un gusano en un anzuelo. Y no puedes hacerlo.
—¿Sabes? En el fondo no es tan malo. Podía haber sido del otro lado... Y en ese caso me habría fastidiado el tatuaje— comentó aliviado, mirando por primera su propia herida, y soltando una leve risa.
Reflejó su sonrisa como un espejo cuando el joven bromeó, tratando de rebajar la tensión, aunque pareció arrepentirse al momento por el dolor, supuso, que le produjo el gesto. Tomando aire con calma, Tarek la miró.
—No voy a morirme Ayl.— aseguró —Lo arreglarás.— añadió con firmeza.
Ella le devolvió la mirada, era la primera vez desde que se habían conocido que el elfo usaba su nombre acotado. No era algo que la incomodara, pero la sorprendió. Y también se sintió gratamente reconfortante escucharlo en un momento así, acompañado de una confianza plena en que aquello no acabaría siendo un estropicio.
—Cuéntame algo más sobre eso, el tatuaje. O de tu familia... O de lo que sea. Necesito moverla un poco antes de empezar…— explicó, indicando la flecha —...y será mejor que te centres en otra cosa mientras tanto. Reservaré la poción para cuando tenga que sacarla del todo.
Tomando la parte trasera de la flecha, realizó los movimientos más suaves y delicados que jamás había llevado a cabo. ¿Su intención? Lograr cortar las plumas y astillas para sacarla limpiamente, sin terminar de destrozar la herida en el proceso. El joven tomó aire profundamente, apoyando las manos sobre las rodillas. Con un leve gesto de afirmación le indicó a la chica que podía proceder, antes de cerrar los ojos.
—Es una... promesa, como te dije aquel día ante la... fogata— su voz se entrecortaba, a pesar de los intentos de ella por ser cuidadosa en su proceder —No son... líneas... simples líneas... Son... palabras... un juramento— se tomó un momento, al tiempo que clavaba las uñas en las rodillas. —No tengo familia... ya no. La promesa tiene... que ver con ellos. ¿Y tú?... ¿Hay alguien esperándote... al regreso... de esta locura?
—Ya está... Por ahora.— indicó al elfo, tras atender concienzudamente a sus palabras y terminar de limpiar el culo de la flecha —Recupera un poco el aliento.— añadió, acompañado la indicación con una leve caricia alrededor de la zona recubierta de sangre.
Se acercó a la orilla y empapó una vez más sus manos. Sin dejarlas secar, se acercó de nuevo al torso del joven y humedeció la zona, limpiando todo cuanto pudo sin rozar la piel con demasiada presión.
—Y volviendo a tu pregunta— comenzó a explicar, dándole una respuesta mientras limpiaba la herida —Yo... Bueno... Es complicado. Tengo padre y hermano, en alguna parte, espero… Por ahora, me acogen en una aldea cerca de la frontera con Verisar. Planeo regresar a casa... En algún momento.
Cuando hubo terminado con Tarek, lo cubrió nuevamente con la túnica para evitar que perdiese temperatura y pasó a rebuscar entre su zurrón todo lo necesario para preparar la poción que haría más soportable lo que acontecería a continuación.
—Si alguna vez no sabes a donde volver, siempre puedes pasarte por el sur. Es un lugar poco concurrido, nadie te molestaría allí y seguro que serías bienvenida.— Le dedicó una cansada sonrisa, mientras ella le ayudaba a volver a vestirse. Después, la observó proceder con calma, mientras elaboraba el brebaje, sin interrumpir su labor hasta que ella no volvió a dirigirse a él.
Tenía como norma viajar con lo indispensable, mas en sus esenciales nunca faltaban varios virales con ingredientes comunes para remedios sencillos de elaboración rápida, sólo precisaba de una fuente de calor y un recipiente para mezclarlos. Sin necesidad de alejarse más de medio metro, alcanzó varias ramas finas que servirían para prender una pequeña llama sobre la que trabajar y respecto al dónde llevar a cabo la mezcla, bueno… Lo más útil que encontró fue un trozo de corteza cóncavo, caído entre los matorrales, que tendría que valer como plato.[1]
Gracias al vidrio y el cierre hermético de los virales, sus muestras se encontraban intactas, hecho que evitó tener que quemarlas todas, ya que contaminadas serían inservibles. Tiras de Faelivrin[2], roseta de Finwë[3] y extracto de Flor de Baile[4] servirían para preparar algo para adormecer el dolor y acelerar la cicatrización. Expuso una pequeña cantidad de cada sobre la corteza y las machacó, valiéndose de una piedra, para después sobreponerlo sobre el fuego. Tuvo que ser cuidadosa de guardar la distancia suficiente para fundir la mezcla antes de llegar a quemar la madera y tampoco podía dejarla demasiado líquida, o no podría volver a introducirlo en el viral.
—Y entonces...— planteó, retomando entretanto el atropellado relato que el elfo había compartido, mientras esperaba —¿Estás solo? Qué haces... ¿Vagar errante? ¿Vives en un árbol solitario?— bromeó.
—Algo así— sonrió de medio lado —Formo parte de uno de los campamentos de los Ojosverdes. He vivido allí... mucho tiempo, con mucha gente, a la que conozco de siempre. Pero supongo que eso no evita que a veces me sienta solo. Yo no soy uno de ellos, no de la misma manera que los demás y, aunque intentan no demostrarlo, a veces... Mi clan original se extinguió... cuando él... Eithelen, nuestro líder, murió. Los pocos que quedábamos nos dispersamos y... supongo que no pertenezco a ningún sitio. Pero mi árbol está muy bien amueblado.
—¿Los Ojosverdes?— levantó la mirada de su elaboración un momento para desviarla hacia el elfo —Habría aceptado la invitación antes de saberlo. No creo que... Encajase tan bien como crees.— se encogió de hombros antes de volver su atención de nuevo a la poción.
—Probablemente no te falte razón— sonrió ante las palabras de ella —No somos... son... ya me entiendes, el clan más... hospitalario, con los que vienen de fuera. Supongo que yo contaba con pase de acceso, al ser mi madre una de ellos— se señaló los ojos, de un tono más oscuro y apagado que el del resto de miembros del clan. Después, la observó de nuevo unos minutos, mientras continuaba la elaboración de la poción.
Se fijó en sus ojos cuando el elfo los señaló, revelando entonces el por qué de su color, ligeramente distinto al de sus parientes. Ya en ocasiones anteriores se había detenido en ellos, aunque de formas más sutiles, después de todo no pasaban desapercibidos. ¿Un mestizo? Desconocía que en un clan como aquel, el más conservador y tradicional de entre los tres grandes, tuviera a bien dejar que su sangre se mezclara, aun dentro de la misma raza, aunque por sus palabras dedujo que no resultaba tan bien acogido como cabría esperar. Se sintió ligeramente culpable cuando no pudo ahogar una ligera risa al final de la exposición de Tarek, tras haber guardado un acongojado silencio mientras compartía con ella cuestiones tan personales. Cuanto más escuchaba de él, más interés suscitaba en ella. Y cabía decir que dicho interés comenzaba a alejarse del favor a la humana.
Calentó la corteza hasta que se hubo hecho una pasta moldeable, lo justo para poder arrastrar el vidrio sobre ella, recogiendo en su interior gran parte del ungüento. Terminó de derretirlo en el viral, sosteniéndolo por su extremo superior para evitar quemarse. Antes de tenderselo a Tarek, lo agitó para terminar de mezclarlo todo y airearlo para poder ser ingerido sin abrasarse.
—Puede que eso esté bien.— caviló —A veces la familia... Seguir los pasos que quieren que des... Se vuelve una responsabilidad inasumible. Visto así, tienes la oportunidad de plantar tus propias raíces. Dónde quieras.— divagó, en tono consolador.
—Si... puede ser…— meditó unos segundos sus palabras —¿Seguir los marcados? ¿Tú? No tienes pinta de ser ese tipo de persona. Qué querían, ¿casarte y convertirte en una amorosa ama de casa?— bromeó.
—Algo así— contestó ella, imitando con gracia la forma en la que él se había expresado momentos antes. —Casarme, si. A mi padre le habría encantado que me hubiese fijado en algún joven de cómoda familia y así mantenerme a salvo en una esfera de cristal. Y supongo que la insistencia en que me formase en las artes de sanación no era por otra razón que la de mantenerme entretenida.
—No te ofendas... Pero no pareces la típica esposa complaciente— alzó una ceja pensativo, aunue sonriente.
—Lo odiaba…— negó para sí misma con la cabeza en un suave gesto, bromear sobre cuestiones como aquella hacía que los recuerdos amargos se volvieran algo más dulces. sonrió, retrotrayéndose años atrás —Era aburrido, ¿por qué no podía yo jugar con espadas?— rió ligera —Irónico, ¿verdad?— preguntó de forma retórica, viéndose ahora manipular la mezcla de la manera más natural.
—Supongo que tuvo que ser duro, ir a contracorriente, pero me alegra que encontrases tu propio camino...— la observó recoger algunos de los ingredientes de la poción —y me alegra todavía más que, además de odiarlo, le prestaras un poco de atención a esas aburridas clases.
—Bébela. En un par de minutos deberías notar cómo el dolor comienza a volverse un cosquilleo. Y por cierto,— añadió —Eddamber es la aldea donde me alojo, no dista de los asentamientos sureños. Por si... Ya sabes… Te tachan de apestado.
—Intentaré pasarme por allí, seguro que es un lugar encantador. A tu salud.— brindó, antes de beber.
Mientras esperaban a que surgiera efecto, realizó una nueva mezcla, esta vez pensando en Nousis. Se había negado a ser atendido, pero era evidente que precisaba cuidados. Esta vez optó por unas gotas de savia de Imbrast[5] y pétalos de Culúrien[6], además de la Flor de Baile, de nuevo, como potenciador.
—¿Y tú padre?— preguntó con curiosidad, aún a riesgo de meterse en asuntos que no le eran de su incumbencia, mientras se preparaba para la intervención.
—Mi padre...— comenzó a decir, sin mostrar demasiado reparo —¿Cuál de ellos?— preguntó con sorna —Mi padre, el original, murió cuando era pequeño. No recuerdo mucho de él y de mi madre, solo que eran guerreros. Un día se marcharon, para solucionar un problema en la frontera del bosque. Ninguno de los dos volvió— observó el anillo en su mano derecha. La alhaja estaba cubierta de sangre, su sangre, por lo que la limpio en la tela del pantalón antes de seguir —Eithelen fue quien me dio la noticia y juró que se ocuparía de mi. Era el líder de nuestro clan, pero con el tiempo acabó convirtiéndose en mi padre. Mi otro padre.— terminó, sonriendo de medio lado a la chica.
Poco a poco, el gesto rígido del elfo fue superando al dolor, quien no pudo evitar suspirar con cierto placer al notar que los músculos de su abdomen se destensaban.
—Supongo que ahora me demostrarás tus habilidades con el hilo y la aguja— comentó con leve sarcasmo, dando a entender que la poción había hecho efecto y ella podía continuar con su labor.
Guardó silencio mientras el joven relataba su historia, acercándose y situándose ahora frente a él. Al tiempo que él hablaba, puso una mano en su espalda, tras el oficio de entrada, sin llegar a rozarlo.
—Bien... Ahora te daré la buena noticia. Ha sido un tiro limpio, no hay órganos dañados. Aun así, necesitaré tu ayuda. Tiraré para sacarla por delante, en cuanto salga lo suficientemente comenzaré la sanación por detrás. Tapará la hemorragia. Tendrás que ayudarme a sacarla del todo, en cuanto lo hagas, terminaré de sanarla desde aquí.— explicó, tratando de hacerlo parecer sencillo, aunque aquello iba a terminar pareciendo una matanza. Se preparó, acercando la mano libre a la punta de la flecha, mirándolo a los ojos. —La poción hará que el dolor pase a ser de intolerable a soportable, pero eres libre de gritar y maldecirme todo lo que desees.— expuso sin actitud —¿Listo?
Él la observó con atención, mientras ella le explicaba el procedimiento. Intentó calmar la respiración, inhalando un par de veces con calma. Colocando una mano sobre el hombro de la chica, asintió, para indicarle que podía comenzar. Ella tiró con mano firme y fuerza estable, que en pocos segundo consiguieron que la flecha se desplazase, centímetro a centímetro, hacia delante. Se notaba que el joven Intentó seguir respirando con calma y aguantar aquella desagradable sensación el tiempo suficiente como para que Aylizz consiguiera extraer un tramo de flecha, el suficiente como para que él pudiese ayudarla a tirar sin dañar las manos de la elfa. Notó que le estaba apretando el hombro con fuerza cuando ella detuvo el avance del proyectil.
—Lo siento— susurró, en un tono cargado de dolor.
—Descuida— aseguró la elfa, tratando de no perder el equilibrio por la fuerza con la que Tarek comenzaba a empujarla, haciendo un último esfuerzo, antes de posicionarse a su espalda.
Con ambas manos asió el extremo de la flecha a su disposición, al tiempo que ella se movía para situarse a su espalda. A su señal, tiró de la flecha, intentando mantener un agarre estable. No pudo evitar el gruñido de dolor que abandonó sus labios poco después de empezar. No se detuvo hasta que ella se lo indicó. Sus manos, manchadas de sangre, temblaban por la tensión acumulada. Cuando la espalda dejó de sangrar y el joven siguió su indicación, ella fue rápida en oprimir la herida delantera con ambas manos y continuar la plegaria empezada. No sería suficiente para cerrar ambos orificios al completo, pero al menos las heridas finales serían superficiales, podrían cerrar solas.[7]
—Bastará por ahora— concluyó, dejándole espacio para recomponerse —Deberías reposar por completo, al menos unas horas.— expuso, mientras se acercaba al agua para limpiarse los restos de sangre.
Cuando estuvo de rodillas frente a la orilla y pudo contemplar su reflejo, se percató de su aspecto, que por unos instantes había olvidado. Decidió entonces quitarse las botas y dejarlas junto a la orilla, para después ponerse en pie y caminar por el borde hasta un saliente de rocas que parecía dar a una zona más profunda. Sin miramientos, se zambulló desde allí, sin preocuparse de quitarse una prenda más. A los pocos instantes de quedar sumergida, emergió de forma liberadora y nadó hacia la orilla.
—¿Podrías hacer de eso una hoguera en condiciones? Pese a quien le pese, pretendo acampar aquí.
El elfo giró la cabeza hacia Aylizz, que en ese momento emergía, completamente vestida, de entre las aguas del lago. Alzó la mano en gesto de asentimiento, incorporándose lo mínimo posible, tomó algunas ramas y hojas cercanas y las lanzó a la hoguera, antes de azuzar el fuego con una rama más ancha. Acabado su trabajo, volvió a dejarse caer sobre la hierba.
—Aylizz... ¿Dónde está la gema?— preguntó entonces.
La elfa cambió el gesto. Tornando a un semblante serio, bajó su mirada y ocultó parte de su rostro, hundiéndose un poco en el agua.
—Lo... Lo siento... Yo.... Intenté hacer todo lo posible pero... No pude hacer nada por...— guardó silencio un instante, llevando bajo el agua su mano al rudimentario colgante de su cuello —...evitar que acabase recubierta de deshechos...— concluyó mientras mostraba sobre la superficie la bolsita con la gema, ahora empapada pero limpia, sonriendo ahora divertida —Hazme un favor y sujetala, ¿quieres?— pidió, al tiempo que se la lanzaba al aire —Voy a ver si puedo hacer algo con este olor…
Con resignación, el joven elfo cerró lo ojos y descansó la cabeza sobre la hierba... hasta que las siguientes palabras de ella, cargadas de mofa, lo hicieron volverse a mirarla. Entrecerrando los ojos, tomó una de las ramitas destinadas a la hoguera y se la lanzó. Sabía que en su posición actual era difícil que la alcanzase y, de hacerlo, era tan endeble que no le haría ni un rasguño. Aún así no pudo evitarlo. La rama ni siquiera llegó a la orilla.
—Te diría que eres cruel, pero probablemente yo lo sea más, así que no sería justo— la bolsa con la gema rebotó a su lado y se esforzó por cogerla, colgándosela del cuello. Por suerte, el cuero no había adquirido el olor de las alcantarillas que había tenido que atravesar.
Aylizz nadó hasta detrás de las piedras y se quitó la ropa para lavarla y lavarse ella. Tarek no la veía, pero podía escucharla. Tras un par de minutos, advirtió a cierta distancia a los dos compañeros que restaban, aunque sin ser capaz de escuchar sus palabras.
—Diría que no puedo creerlo, pero me lo creo...— exclamó.
—¿Qué es lo increíblemente increíble que no puedes no creer?— se levantó con cuidado, sujetándose el costado, mientras avanzaba hasta las piedras que resguardaban a la chica —¡Oh!— fue su única respuesta, al ver la escena que se estaba desarrollando al otro lado del lago.
[...]
Había sido un receso agradable y aunque todavía no terminaba de completar la idea que en su cabeza se había ido formando del joven elfo desde su encuentro en la isla, si comprendía mejor ciertos aspectos que dejaban entrever la personalidad del Ojosverdes. No lo culpaba, no podía hacerlo, no era más que un producto de lo que puede lograr algo tan simple como un nombre. Uno con peso, claro.
Sonrió de medio lado cuando divisó a Nousis a escasos metros, sentado en el claro, con la mirada perdida en el horizonte y el pensamiento quién sabría dónde. Se acercó a él, tomando asiento a su lado.
—Estáis vivos— apuntó con suavidad y una sonrisa genuina.
—Eso parece— respondió él, aún con la vista en ninguna parte, sonriendo finalmente a la elfa —El plan apresurado ha salido bien.
Recorrió su cuerpo con la mirada, prestando atención a cada herida, arañazo, golpe o cicatriz. El agua había limpiado las sangre seca, pero aquello no hacía que la apariencia del elfo pareciese mejor.
—Sabes que puedo atenderte— expuso —Y que no llegarás muy lejos en ese estado, de no dejarme hacerlo.
—Te lo agradezco— asintió —aún queda mucho que hacer— parecía cansado. O resignado. O un poco harto.
—Tomate un descanso, ¿quieres? Estamos juntos y estamos vivos.— expuso, en un intento de sosegar la mente del elfo, antes de acercar sus manos a las zonas magulladas. Profundas y aparatosas hendiduras se extendían por todo el torso, que a pesar de haber quedado limpio de sangre, no presentaba una apariencia favorable. Como imaginaba, su capacidad de curación de poco serviría, más teniendo en cuenta el cansancio que acumulaba y el desgaste que había supuesto la aparatosa lesión de Tarek. —Ten.— expuso entonces ante él el segundo de los virales que había preparado —Hará mucho más de lo que yo puedo hacer ahora. Poción de recuperación, quién la inventase no se lo pensó mucho.— bromeó, tratando de rebajar la seriedad del momento —Es eficaz, pero no sabe muy bien…
Él la tomó sin dudarlo, torciendo un poco el gesto, esbozando una sonrisa suave.
—Gracias por preocuparte, pero Tarek se encontraba peor. Si estás tan calmada, asumo que no ha habido mayores complicaciones— expuso, manteniendo el tono ausente.
—Se pondrá bien— afirmó, esbozando una ligera sonrisa —Era más impresionante que grave, aunque tuvo suerte. Un par de centímetros más y esa flecha le habría reventado por dentro.— Lo miró directamente, como queriendo leer qué pasaba por sus pensamientos. —¿Vas a decirlo o tengo que preguntar?
Nou asintió, aparentemente satisfecho, solo para mudar de expresión a un levísimo desconcierto.
—¿A qué te refieres?
—A lo que tienes en mente.
—Nada importante— negó —Los caminos rectos son más sencillos, eso es todo.
—Si...— coincidió, con ligera desgana —Y más tranquilos. Y menos interesantes.— eso último lo dijo dedicando una mirada con ligera picardía, de reojo a su compañero
—Mi vida en la última década ha sido demasiado interesante. No tengo tiempo para tratar de comprender lo que...— sacudió la cabeza —Aún tenemos que entrar en el castillo y volver al sur.
—Si, bueno, mis últimas décadas también han sido intensas. Ya sabes, nacer, aprender a andar, a usar la letrina... Toda una aventura.— respondió con sorna, tras no poder evitar una leve risa. Suspiró cuando el elfo cambió de tema, dirigiendo su mirada al horizonte, en la misma dirección que él lo hacía —Sabes... Acabarás enfermando como sigas tragándote todas tus palabras... Pero descuida,— torció ligeramente el gesto en una mueca —no voy a perder el tiempo en insistir. ¿Qué habías pensado? ¿Hacer noche, descansar y partir al alba?
—Los años pasan por nosotros de una manera distinta. Hay momentos para hablar, y según pasa el tiempo, terminas comprendiendo que hay momentos que una mera charla puede desnivelar todo lo que ocurre a tu alrededor. Ahora mismo tenemos demasiado encima.— suspiró —Sí. Prefiero no saber nada de esas criaturas de noche. Mi última vez en un nido de vampiros no salió nada bien y necesito que ésta vez las cosas vayan como deben.
—Si, supongo que sí…
Se detuvo a pensar en aquellas palabras un instante, en el que desvío la mirada hacia el río, donde Tarek descansaba y su ropa terminaba de secarse, quedando ausente un momento. Al volver su atención sobre Nousis de nuevo, quiso preguntar por aquella última revelación, pero no lo hizo. Tenía razón. Había momentos para hablar y aquel no lo era. Lo cierto es que con él no parecía haber demasiados.
—Tampoco son de mi agrado— se limitó a decir —Los temo, en realidad.— admitió —Me... aterrorizan.— susurró, antes de hacer una pausa y suspirar, rompiendo el silencio y descargar la tensión —Sólo para que lo sepas.— añadió, suavizando el gesto y encogiéndose de hombros. —Debería volver y ver si mi ropa es útil o tengo que quemarla en la hoguera, que por cierto hemos prendido cerca de la orilla, por si te apetece venir.— informó con sutileza mientras se ponía en pie —A menos que prefieras quedarte aquí solo... O... Lo que sea...— añadió con gracia, mientras se alejaba.
[1] Uso de profesión: Alquimia. Creación de Poción de estoicismo para Tarek y Poción de recuperación para Nousis.
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[7] Habilidad racial. Imposición de manos [mágica, 1 uso]
Última edición por Aylizz Wendell el Mar Abr 05, 2022 12:08 pm, editado 2 veces
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Las nubes se movían lentas pero inexorables en el cielo azul, como habían venido haciendo desde que Tarek las contemplaba, una vez Aylizz había partido de su lado para reunirse con Nousis. Alzando una mano, vio la luz colarse entre sus dedos abiertos. El elfo pelinegro también había salido herido de la mansión de Gernos. “Cómo no” pensó Tarek, si se había enfrentado a una horda de soldados que, por muy poco diestros que fuesen, siempre contaban con la ventaja del número. Sin embargo, el otro elfo había rechazado la ayuda de la rubia en su favor, una vez esta los había alcanzado.
Dejó caer el brazo con suavidad de nuevo sobre la hierba. Toda aquella locura parecía una distante pesadilla, atendiendo la calma con la que se desarrollaban en ese momento las actividades del grupo. Sin embargo, no lo había sido. Solamente unas pocas horas antes habían estado a punto de morir, todos ellos. El caballo que habían robado relinchó a unos metros de su posición. Todavía podía notar la acre sensación de la flecha atravesando su cuerpo cuando Aylizz la retiró. La elfa había tenido la delicadeza de hacer el proceso lo menos doloroso posible, pero eso no había evitado que se le revolviese el estómago al percibir aquel extraño objeto deslizándose entre sus manos. Aunque sin duda lo peor había sido tener que extraerse él mismo parte del proyectil. Aguantar el dolor infringido por otros era mucho más sencillo que soportarlo cuando uno sabía que eran sus manos quienes lo provocaban. Contuvo el escalofrío que estuvo a punto de recorrer su espalda.
Un leve chapoteo en el agua, probablemente provocado por algún pececillo en busca de comida, hizo que mirase en aquella dirección. La escena que se había desarrollado tras la zambullida de Aylizz regresó vívida a su mente.
Tarek se había acercado hasta las rocas que ocultaban la desnudez de la chica, para contemplar lo que ella le indicaba. En la lejanía, lo suficientemente cerca para comprender la escena, pero lo suficientemente lejos como para no escuchar sus voces, estaban Nousis y la humana. Parecían inmersos en una conversación algo acalorada, ambos sumergidos hasta la cintura en el agua y, al menos ella, sin nada cubriendo el resto de su cuerpo.
- ¿Qué me dices Nou? No hay nadie que pueda vernos aquí. Ni molestarnos. –la voz de la elfa adquirió un tinte desconocido cuando pronunció aquellas palabras.
El elfo peliblanco la miró con cara de extrañeza, antes de percatarse de qué estaba sucediendo. Entre risas comprendió que Aylizz estaba imitando a la humana, interpretando lo que ella creía que sucedía al otro lado del lago. En ese instante, Nousis respondía con vehemencia a su interlocutora.
- ¿Molestarnos? –agravó la voz, para intentar alcanzar el tono habitual de Nousis, imitando a su compañera- ¿Acaso crees, jovenzuela, que tu actitud es correcta? Deberías hacer caso a los que son mayores que tú.
Aylizz, sumergida hasta el cuello en el agua, apretó los labios intentando contener una carcajada que, finalmente, fue incapaz de reprimir. A pesar de ello intentó serenarse, cubriéndose la boca con la mano, para finalmente volver a estallar en una sonora carcajada.
- ¿Qué importa eso? Si seguimos con vida es motivo de celebración y si nos espera la muerte razón para un último placer. ¿Qué pasa? —la humana empujó en ese momento al elfo—Vamos, demuestra que no eres tan estirado.
Extrañado, el joven elfo volvió a mirar a la rubia, levantando involuntariamente una ceja. Pues no acababa de entender el derrotero que estaban tomando sus palabras.
- Lo hago por ti, por tu seguridad y la de todos. No ves que si no me sacrifico por los demás no duermo tranquilo. ¿Acaso crees que te voy a dejar quitarme todo el protagonismo? -Nousis sacudió entonces la cabeza- Ahora te relataré sucintamente los grandes logros de mi vida, al tiempo que te echo una reprimenda por no hacer lo que yo digo. Porque mi palabra siempre prevalece sobre las demás.
- ¡¿Tus logros?! —exclamó Aylizz, al tiempo que la humana hacía aspavientos— ¡¿Otra vez?! Está bien, mátame del aburrimiento y...
Tarek sonrió pensando en qué sería lo que se estarían diciendo en realidad... y entonces las palabras de Aylizz cobraron sentido.
- Espera, ¿esos dos están liados? -la incertidumbre era patente en su rostro.
En tanto, ella había enmudecido, dejando su última frase a medio camino, al advertir que la expresión corporal de la humana cambiaba, tornándose la escena en una tensa situación, difícil de describir.
- Creo que... Esto ya no debería ser gracioso... —apuntó, ella mirándolo de reojo.
- No... creo que no -su semblante se había vuelto más seco y el ambiente, en aquella orilla, también se había enrarecido.
Levantándose de la piedra en la que había acabado sentado, apartó la mirada de la escena al otro lado del lago. Aquella reunión entre ellos parecía... íntima. Apretó la mandíbula con fuerza. Aquello no era asunto suyo.
- ¿Tienes algo para ponerte? -preguntó a Aylizz, que chapoteaba incómoda en el agua, mientras avivaba la hoguera, que había ido perdiendo fuelle durante su breve conversación.
- Pues la verdad... es que no había reparado en ello hasta ahora...— confesó ella avergonzada, mientras hundía el mentón bajo el agua
Todavía agarrándose el abdomen y moviéndose con calma, se agachó para revisar su propia bolsa. De ella sacó una segunda túnica, similar a la que llevaba puesta. Acercándose de nuevo a la orilla, le dio la espalda a Aylizz, tendiendo la prenda hacia atrás, en un intento de dar a la chica algo de intimidad.
- Puedes usar esto.
Con una sonrisa tímida, que él fue incapaz de ver, ella salió del agua lo justo para alcanzar la prenda estirando el brazo.
- Gracias— se limitó a responder, mientras se vestía, tras lo cual se recogió el pelo entre las manos para escurrirlo sobre la orilla, ahuecándolo para para evitar mojarse la ropa seca. Mirándolo añadió- Creo que... debería ir a ver si Nousis necesita algo.
Aquellas fueron sus últimas palabras antes de partir, tras de revisar que sus heridas seguían selladas. Desde entonces, Tarek había permanecido tirado sobre la hierba, observando el cielo y avivando de vez en cuando el fuego de su improvisado campamento. Volvió a observarse las manos. Aunque las había limpiado cuando había acudido a la orilla a hablar con Aylizz, todavía eran visibles algunos rastros de sangre seca la cual, sin duda, manchaba también parte de su abdomen.
Con cuidado se incorporó hasta quedar sentado, rebuscando en su bolsa lo necesario para secarse y cambiarse, una vez hubiese retirado la sangre. A su espalda, unos amortiguados pasos le indicaron que alguien se acercaba a la hoguera. Ante él todavía podía distinguir las figuras de Aylizz y Nousis, por lo que aquellos pasos solo podían tener una dueña. Sin ganas de discutir ni verle la cara, se levantó para dirigirse a las rocas que la rubia había utilizado como amparo para desvestirse y procedió a hacer lo mismo, retirando con cuidado los restos de sangre que adornaban su cuerpo.
Dejó caer el brazo con suavidad de nuevo sobre la hierba. Toda aquella locura parecía una distante pesadilla, atendiendo la calma con la que se desarrollaban en ese momento las actividades del grupo. Sin embargo, no lo había sido. Solamente unas pocas horas antes habían estado a punto de morir, todos ellos. El caballo que habían robado relinchó a unos metros de su posición. Todavía podía notar la acre sensación de la flecha atravesando su cuerpo cuando Aylizz la retiró. La elfa había tenido la delicadeza de hacer el proceso lo menos doloroso posible, pero eso no había evitado que se le revolviese el estómago al percibir aquel extraño objeto deslizándose entre sus manos. Aunque sin duda lo peor había sido tener que extraerse él mismo parte del proyectil. Aguantar el dolor infringido por otros era mucho más sencillo que soportarlo cuando uno sabía que eran sus manos quienes lo provocaban. Contuvo el escalofrío que estuvo a punto de recorrer su espalda.
Un leve chapoteo en el agua, probablemente provocado por algún pececillo en busca de comida, hizo que mirase en aquella dirección. La escena que se había desarrollado tras la zambullida de Aylizz regresó vívida a su mente.
Tarek se había acercado hasta las rocas que ocultaban la desnudez de la chica, para contemplar lo que ella le indicaba. En la lejanía, lo suficientemente cerca para comprender la escena, pero lo suficientemente lejos como para no escuchar sus voces, estaban Nousis y la humana. Parecían inmersos en una conversación algo acalorada, ambos sumergidos hasta la cintura en el agua y, al menos ella, sin nada cubriendo el resto de su cuerpo.
- ¿Qué me dices Nou? No hay nadie que pueda vernos aquí. Ni molestarnos. –la voz de la elfa adquirió un tinte desconocido cuando pronunció aquellas palabras.
El elfo peliblanco la miró con cara de extrañeza, antes de percatarse de qué estaba sucediendo. Entre risas comprendió que Aylizz estaba imitando a la humana, interpretando lo que ella creía que sucedía al otro lado del lago. En ese instante, Nousis respondía con vehemencia a su interlocutora.
- ¿Molestarnos? –agravó la voz, para intentar alcanzar el tono habitual de Nousis, imitando a su compañera- ¿Acaso crees, jovenzuela, que tu actitud es correcta? Deberías hacer caso a los que son mayores que tú.
Aylizz, sumergida hasta el cuello en el agua, apretó los labios intentando contener una carcajada que, finalmente, fue incapaz de reprimir. A pesar de ello intentó serenarse, cubriéndose la boca con la mano, para finalmente volver a estallar en una sonora carcajada.
- ¿Qué importa eso? Si seguimos con vida es motivo de celebración y si nos espera la muerte razón para un último placer. ¿Qué pasa? —la humana empujó en ese momento al elfo—Vamos, demuestra que no eres tan estirado.
Extrañado, el joven elfo volvió a mirar a la rubia, levantando involuntariamente una ceja. Pues no acababa de entender el derrotero que estaban tomando sus palabras.
- Lo hago por ti, por tu seguridad y la de todos. No ves que si no me sacrifico por los demás no duermo tranquilo. ¿Acaso crees que te voy a dejar quitarme todo el protagonismo? -Nousis sacudió entonces la cabeza- Ahora te relataré sucintamente los grandes logros de mi vida, al tiempo que te echo una reprimenda por no hacer lo que yo digo. Porque mi palabra siempre prevalece sobre las demás.
- ¡¿Tus logros?! —exclamó Aylizz, al tiempo que la humana hacía aspavientos— ¡¿Otra vez?! Está bien, mátame del aburrimiento y...
Tarek sonrió pensando en qué sería lo que se estarían diciendo en realidad... y entonces las palabras de Aylizz cobraron sentido.
- Espera, ¿esos dos están liados? -la incertidumbre era patente en su rostro.
En tanto, ella había enmudecido, dejando su última frase a medio camino, al advertir que la expresión corporal de la humana cambiaba, tornándose la escena en una tensa situación, difícil de describir.
- Creo que... Esto ya no debería ser gracioso... —apuntó, ella mirándolo de reojo.
- No... creo que no -su semblante se había vuelto más seco y el ambiente, en aquella orilla, también se había enrarecido.
Levantándose de la piedra en la que había acabado sentado, apartó la mirada de la escena al otro lado del lago. Aquella reunión entre ellos parecía... íntima. Apretó la mandíbula con fuerza. Aquello no era asunto suyo.
- ¿Tienes algo para ponerte? -preguntó a Aylizz, que chapoteaba incómoda en el agua, mientras avivaba la hoguera, que había ido perdiendo fuelle durante su breve conversación.
- Pues la verdad... es que no había reparado en ello hasta ahora...— confesó ella avergonzada, mientras hundía el mentón bajo el agua
Todavía agarrándose el abdomen y moviéndose con calma, se agachó para revisar su propia bolsa. De ella sacó una segunda túnica, similar a la que llevaba puesta. Acercándose de nuevo a la orilla, le dio la espalda a Aylizz, tendiendo la prenda hacia atrás, en un intento de dar a la chica algo de intimidad.
- Puedes usar esto.
Con una sonrisa tímida, que él fue incapaz de ver, ella salió del agua lo justo para alcanzar la prenda estirando el brazo.
- Gracias— se limitó a responder, mientras se vestía, tras lo cual se recogió el pelo entre las manos para escurrirlo sobre la orilla, ahuecándolo para para evitar mojarse la ropa seca. Mirándolo añadió- Creo que... debería ir a ver si Nousis necesita algo.
Aquellas fueron sus últimas palabras antes de partir, tras de revisar que sus heridas seguían selladas. Desde entonces, Tarek había permanecido tirado sobre la hierba, observando el cielo y avivando de vez en cuando el fuego de su improvisado campamento. Volvió a observarse las manos. Aunque las había limpiado cuando había acudido a la orilla a hablar con Aylizz, todavía eran visibles algunos rastros de sangre seca la cual, sin duda, manchaba también parte de su abdomen.
Con cuidado se incorporó hasta quedar sentado, rebuscando en su bolsa lo necesario para secarse y cambiarse, una vez hubiese retirado la sangre. A su espalda, unos amortiguados pasos le indicaron que alguien se acercaba a la hoguera. Ante él todavía podía distinguir las figuras de Aylizz y Nousis, por lo que aquellos pasos solo podían tener una dueña. Sin ganas de discutir ni verle la cara, se levantó para dirigirse a las rocas que la rubia había utilizado como amparo para desvestirse y procedió a hacer lo mismo, retirando con cuidado los restos de sangre que adornaban su cuerpo.
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
No quedaba sino mirar hacia adelante. Sus heridas no era algo excesivo como para ser excusa suficiente y apartarse de la tarea que compartía con quienes habían acudido a él por las artes de los espíritus de ese templo perdido.
No estaba seguro de qué sería más oneroso para lo que restaba de tarea, si el flechazo que Tarek había recibido o sus constantes problemas con Iori. No se sentía con ánimo de intercambiar trivialidades al reunirse nuevamente. Se encontraban cansados, y en los rostros de sus compañeros sólo veía puertas apenas entreabiertas que no permitían observar tanto como él hubiera deseado.
Sólo cuando cerró los ojos sus pensamientos volaron a las insinuaciones de Aylizz. Habían pasado muchos juntos, demasiado para que no notase la tensión surgida entre él y la humana. Maldita sea, pensó colocándose de lado. A punto de una batalla a vida o muerte, darle más carnaza a ese lado de sí tratando es esconderla, era un peligro tal vez mayor que los vampiros que les esperaban con una sonrisa preludio de muerte.
Al día siguiente, se levantó justo antes de romper el alba, reprochándose por un momento cuanto hubieran debido hacer, comenzando por no descansar, interceptando cualquier mensajero que Guenros hubiera podido enviar a los Faeren. Sin embargo, sabía que no era justo pensar tales cosas. Estaban cansados, preocupados y con varias tiranteces internas que podía disolver cualquier capacidad de trabajar juntos en el tiempo que quedaba por delante. Haberles pedido más habría sido excesivo y probablemente se habrían venido abajo. Sonrió nostálgico, agradecido que Aylizz y Tarek no hubiesen tenido que participar en la guerra. En aquel infierno, de no haber sobrevivido, su raza habría perdido a dos jóvenes cuyo futuro esperaba trascendente. Y él no sería exactamente él.
Entrenó brevemente, más para asegurarse que sus músculos funcionaban adecuadamente pese a las heridas, y aprovechó para un chapuzón más tranquilo que el anterior. Pese a todo, sintió un escalofrío en la columna que llegó a la punta de los dedos cuando tocó la hoja de su espada. Pasó una mano por el cabello, distraído a fin de apaciguarse. Pronto.
[…]
De nuevo en camino, el espadachín optó por tomar la ruta menos accesible y más segura, pese a dedicar varias horas más al trayecto que les separaba del castillo. El camino principal, excesivamente expuesto, les haría caer, intuía, en las garras de Nemonet y su tropa mercenaria en cualquier momento. En los bosques, sus monturas serían menos útiles, y los lugares donde esconderse, más numerosos y más fácilmente defendibles.
Sólo cuando divisó el castillo, imponente en su escarpada loma, tuvo auténtico miedo por sus compañeros. Un camino único llevaba hasta la puerta principal, al igual que había ocurrido en el templo de la isla, existiendo solo otra manera de abordar la estructura defensiva, escalando casi doscientos metros de roca donde una caída sería, cualquier caída, mortal.
Sí, la luz era un arma letal contra los vampiros, pero dentro de su castillo no dudaba que habrían tomado todas las precauciones necesarias. Cuatro contra ¿diez, veinte… treinta? Carecían además del factor sorpresa. Debía pensar algo y debía ser deprisa. Acostumbrado a protegerse únicamente a sí mismo en sus largos viajes, toda la aventura le estaba pasando una factura mental excesiva, y se daba perfecta cuenta de ello.
Al detenerse a descansar, sopesó una lluvia de ideas consigo mismo, fruto del desánimo basado en una lógica implacable. Esos seres eran fuertes, diestros y con capacidades que les permitían controlar a sus víctimas. Su mirada se tornó helada al recordar la muerte Nilian por saldar la deuda con Fémur y Nayru. Nunca más.
Y entonces, vestido con un asombro mayor por la absoluta falta de sentido común que lo que estaba contemplando anunciaba, vio como siete hombres y mujeres encapuchados hacían añicos la entrada de la fortaleza, la misma que debía de abrirse con la gema que tantos sinsabores les había costado encontrar. No la habían atacado físicamente, sino que ésta estalló, partiéndose en dos, y permitiéndoles el paso, que no tardó en convertirse en carrera abierta.
-Tal vez sea nuestra única oportunidad. Sean quienes sean, no pueden estar del lado de los Feren- razonó el espadachín, antes de desenvainar y seguir a ese pequeño grupo que de forma aparentemente insensata había decidido entrar en la boca de la bestia.
Subió la senda rocosa a paso ligero, acostumbrado al ejercicio, incluso con la armadura media y la capa reforzada sólo pensaba en que todo aquello tenía que terminar de una vez por todas. Sin embargo, llegando poco tiempo después que los primeros invasores del castillo, vio abiertos los grandes portones del mismo, y el inconfundible sonido del combate que se estaba librando en el recibidor. El maremágnum de sonidos, órdenes, gritos, alaridos, choque de armas. Y quienes habían destruido la primera defensa del fortín, despojados de sus sobretodo, por fin reconocidos.
Lyeyanna.
Rememorando las palabras de Caudior Faeren. Nousis comprendió que había una criatura más sobre la que esa extraña secta estaba interesada. Su descendiente. Tanto él, como Tarek, Aylizz y Iori, eran el tercer bando en una batalla que ya se estaba desarrollando. Y su irrupción produjo un efecto cascada en la atención de los combatientes, parte de los cuales se echaron sobre ellos.
Vampiros, elfos sectarios, y aventureros unidos por un sueño.
-¡YA ESTAMOS TODOS!- gritó riendo una mujer realzando sus colmillos observando por entero complacida la masacre. Rubia, su tez pálida contrastaba de una manera atractivamente fantasmal con sus labios rojos y sus ojos inyectados en sangre. Carente de armas, sus uñas más asemejaban a auténticas garras.
Si lo mercenarios de Nemonet no llegaban a tiempo, había una oportunidad.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Si cerraba los ojos casi podía sentirlo. El calor del fuego en el hogar acariciando sus pies. Fuera hacía frío, caía la nieve con suavidad cubriendo el huerto con su blanco. La forma en la que crepitaba la madera la hacía sonreír, y las llamas danzantes era hipnóticas. Recordaba el placer con el que apretaba la manta entorno a su cuerpo antes de que el viejo Zakath se inclinase para tenderle un plato humeante. Pan tostado con mermelada de uva conservada de la última vendimia.
Ese sentimiento le llenaba el corazón. Y Iori se aferró a él cuando vislumbró con sus ojos la fortaleza.
Precisó de toda su entereza para dar un paso adelante, detrás de sus compañeros, mientras maldecía la noche en la que había soñado con él. Clavó los ojos acusadores en Nousis notando como algo parecido al rencor anidaba en su pecho. Culparlo directamente de todos sus males era fácil, pero debajo de su enfado la humana sabía la verdad. Ella era la única responsable de que sus pies se encontrasen en aquel momento tan lejos del fuego que añoraba en su casa.
Maldijo entre dientes mientras apuraba los pasos y tomaba su bastón en la mano derecha con fuerza. Nada de aquello tenía que ver con ella, y había sido un completo error acudir. Pero ahora estaba allí y debía de hacer algo si quería salir de aquella locura con vida. Los sonidos llegaron a ella antes que las imágenes, y miró a sus compañeros detrás de los tres para leer en ellos sus reacciones. Los perdidó de vista al momento en medio del combate que les cayó encima. - ¡No...Ayl! - gimoteó mientras extendía una mano hacia ella. Vio pasar muy cerca de la elfa una espada enorme que hizo que se encogiese la garganta.
No tuvo tiempo de ayudar. De hecho la perdió de vista en cuanto reconoció el brillo de un filo cerniéndose sobre ella. Lo hizo por inercia, con la naturalidad de quien está acostumbrada. Saltó hacia atrás girando en el aire y aterrizó como un gato agazapado quedándose justo debajo de la puerta que acababan de cruzar. El enemigo que tenía delante no se detuvo y corrió en su dirección blandiendo un espadazo poderoso. - Mierda... - Fintó con facilidad hacia un lado dejándolo pasar de largo por su carrera y fue entonces cuando la vio.
Una mujer de una belleza abrumadora, tronó con su voz sobre toda la sala. La humana desenfocó la vista observándola mientras en su mente entendía que ella era la causa. El motivo de todo aquel viaje y sus penurias. No supo si fueron sus colmillos o sus garras lo que le causó el escalofrío, y el sonido a su espalda la arrancó de la parálisis cuando escuchó al guerrero regresar a por ella. Usaría su fuerza contra él. La humana se agachó y lanzó una pierna recta hacia atrás en un giro. Barrió sus pies del suelo por completo haciendo que su cuerpo cayese con estrépito contra el suelo. Su cabeza golpeó con fuerza y se quedó completamente quieto tras ello.
Iori apretó los labios tras convencerse de que no se movería en un tiempo y miró al frente. Buscó con los ojos de forma frenética a sus compañeros. Ayl y Tarek se veían como destellos de luz gracias a sus cabellos, pero Nousis pasaba más desapercibido entre el gentío. Aquello debía de terminar y pronto. Asió el bastón y se lanzó a la carrera. Comprendió que únicamente no atacaría a los tres elfos que la habían acompañado, por lo que apuntó con el extremo de su bastón a las nucas de todos los demás que se cruzaban en su camino. No tenía modo de acabar rápidamente con sus vidas, por lo que se centró en incapacitar con golpes precisos a los que podía.
Su agilidad le permitía esquivar y buscaba el resquicio oportuno para atacar en puntos débiles y eliminar la consciencia de sus contrincantes. Pero le faltaba decisión. No estaba acostumbrada a moverse en un entorno tan hostil, y aunque sabía como usar su arma, el estilo que había aprendido era eminentemente defensivo antes que ofensivo. Era tras las esquivas cuando Iori tomaba la decisión inquebrantable de sacarse a ese enemigo de encima, por lo que parecía que era preciso establecer un baile previo en el que ella desviaba los ataques directos a su cuerpo, para luego contraatacar de una manera que resultaba fulminante.
Cuando el tercer cuerpo cayó a sus pies, la mirada azul comenzó a chispear, sintiéndose súbitamente más segura de si misma. Se sentía ligera, se veía precisa. Y percibía con claridad como una extraña euforia nacida del combate se extendía corriendo por su sangre. Quería que aquello terminara, y que fuese ya. Se giró de cara a la posición de aquella fascinante mujer y golpeó al enemigo que tenía justo delante. La punta de su bastón se clavó con fuerza entre sus escápulas, y notó como los huesos cedían con facilidad a su golpe. Se desplomó desde arriba y quedó tendido en el suelo, con los ojos en blanco.
La vía estaba libre, y Iori pensaba aprovecharlo.
Entornando los ojos y afianzando sus piernas en el suelo, se lanzó como un suspiro hacia el lugar en el que aquella mujer observaba con lo que parecía satisfacción. Supo que no se había fijado en ella hasta que dejó atrás al grupo de combatientes. Los ojos rojos se giraron hacia ella y su sonrisa pareció extenderse. Reconoció la curiosidad en su mirada y la humana supo que no la veía como rival. Sabía que no lo era, pero quizá esa podría ser precisamente su baza más importante. Apuró el paso y haciendo el cálculo mental por el aire la muchacha se lanzó contra la pared que había a su derecha.
La carrera le permitió subir en contra de la gravedad dos metros por la superficie y, en el punto adecuado giró sobre si misma en el aire impulsándose con las piernas. Su cuerpo describió entonces un arco en dirección a la cabeza de la mujer que, vista al revés parecía haber abierto algo más los ojos en una leve expresión de sorpresa. Fue temeraria. Fue irreflexiva. Y fue rápida.
Iori cayó como una tromba sobre ella, ayudaba de la potencia que le había sumado ese salto. Apuntó con el bastón a la cara del vampiro y aterrizó sobre ella tirándola al suelo. [Habilidad nivel 1] El extremo se hundió dentro del hueco del ojo izquierdo de una manera muy desagradable. La humana tiró de él y saltó hacia atrás para ganar distancia con ella. La sangre corría quemando cada centímetro de piel y su respiración pesada estaba descontrolada. Observó con cautela a su contrincante que permanecía de pie ahora, con la cabeza inclinada hacia abajo mientras era consciente de la increíble suerte que había tenido.
No creía que fuese capaz de repetir lo que acababa de hacer. Y más sintiendo el enfado que emanaba de la mujer que tenía delante. Situó el bastón delante de su cuerpo y ladeó la postura hasta afianzarse en una posición defensiva. No quería pero Iori se obligó a estar preparada para lo que viniera ahora.
Uso de habilidad: nivel 1: Ráfaga de golpes [1 uso] Usando su agilidad y el combate con bastón, es capaz de golpear con precisión en puntos clave a un enemigo para incapacitarlo durante un turno.
Ese sentimiento le llenaba el corazón. Y Iori se aferró a él cuando vislumbró con sus ojos la fortaleza.
Precisó de toda su entereza para dar un paso adelante, detrás de sus compañeros, mientras maldecía la noche en la que había soñado con él. Clavó los ojos acusadores en Nousis notando como algo parecido al rencor anidaba en su pecho. Culparlo directamente de todos sus males era fácil, pero debajo de su enfado la humana sabía la verdad. Ella era la única responsable de que sus pies se encontrasen en aquel momento tan lejos del fuego que añoraba en su casa.
Maldijo entre dientes mientras apuraba los pasos y tomaba su bastón en la mano derecha con fuerza. Nada de aquello tenía que ver con ella, y había sido un completo error acudir. Pero ahora estaba allí y debía de hacer algo si quería salir de aquella locura con vida. Los sonidos llegaron a ella antes que las imágenes, y miró a sus compañeros detrás de los tres para leer en ellos sus reacciones. Los perdidó de vista al momento en medio del combate que les cayó encima. - ¡No...Ayl! - gimoteó mientras extendía una mano hacia ella. Vio pasar muy cerca de la elfa una espada enorme que hizo que se encogiese la garganta.
No tuvo tiempo de ayudar. De hecho la perdió de vista en cuanto reconoció el brillo de un filo cerniéndose sobre ella. Lo hizo por inercia, con la naturalidad de quien está acostumbrada. Saltó hacia atrás girando en el aire y aterrizó como un gato agazapado quedándose justo debajo de la puerta que acababan de cruzar. El enemigo que tenía delante no se detuvo y corrió en su dirección blandiendo un espadazo poderoso. - Mierda... - Fintó con facilidad hacia un lado dejándolo pasar de largo por su carrera y fue entonces cuando la vio.
Una mujer de una belleza abrumadora, tronó con su voz sobre toda la sala. La humana desenfocó la vista observándola mientras en su mente entendía que ella era la causa. El motivo de todo aquel viaje y sus penurias. No supo si fueron sus colmillos o sus garras lo que le causó el escalofrío, y el sonido a su espalda la arrancó de la parálisis cuando escuchó al guerrero regresar a por ella. Usaría su fuerza contra él. La humana se agachó y lanzó una pierna recta hacia atrás en un giro. Barrió sus pies del suelo por completo haciendo que su cuerpo cayese con estrépito contra el suelo. Su cabeza golpeó con fuerza y se quedó completamente quieto tras ello.
Iori apretó los labios tras convencerse de que no se movería en un tiempo y miró al frente. Buscó con los ojos de forma frenética a sus compañeros. Ayl y Tarek se veían como destellos de luz gracias a sus cabellos, pero Nousis pasaba más desapercibido entre el gentío. Aquello debía de terminar y pronto. Asió el bastón y se lanzó a la carrera. Comprendió que únicamente no atacaría a los tres elfos que la habían acompañado, por lo que apuntó con el extremo de su bastón a las nucas de todos los demás que se cruzaban en su camino. No tenía modo de acabar rápidamente con sus vidas, por lo que se centró en incapacitar con golpes precisos a los que podía.
Su agilidad le permitía esquivar y buscaba el resquicio oportuno para atacar en puntos débiles y eliminar la consciencia de sus contrincantes. Pero le faltaba decisión. No estaba acostumbrada a moverse en un entorno tan hostil, y aunque sabía como usar su arma, el estilo que había aprendido era eminentemente defensivo antes que ofensivo. Era tras las esquivas cuando Iori tomaba la decisión inquebrantable de sacarse a ese enemigo de encima, por lo que parecía que era preciso establecer un baile previo en el que ella desviaba los ataques directos a su cuerpo, para luego contraatacar de una manera que resultaba fulminante.
Cuando el tercer cuerpo cayó a sus pies, la mirada azul comenzó a chispear, sintiéndose súbitamente más segura de si misma. Se sentía ligera, se veía precisa. Y percibía con claridad como una extraña euforia nacida del combate se extendía corriendo por su sangre. Quería que aquello terminara, y que fuese ya. Se giró de cara a la posición de aquella fascinante mujer y golpeó al enemigo que tenía justo delante. La punta de su bastón se clavó con fuerza entre sus escápulas, y notó como los huesos cedían con facilidad a su golpe. Se desplomó desde arriba y quedó tendido en el suelo, con los ojos en blanco.
La vía estaba libre, y Iori pensaba aprovecharlo.
Entornando los ojos y afianzando sus piernas en el suelo, se lanzó como un suspiro hacia el lugar en el que aquella mujer observaba con lo que parecía satisfacción. Supo que no se había fijado en ella hasta que dejó atrás al grupo de combatientes. Los ojos rojos se giraron hacia ella y su sonrisa pareció extenderse. Reconoció la curiosidad en su mirada y la humana supo que no la veía como rival. Sabía que no lo era, pero quizá esa podría ser precisamente su baza más importante. Apuró el paso y haciendo el cálculo mental por el aire la muchacha se lanzó contra la pared que había a su derecha.
La carrera le permitió subir en contra de la gravedad dos metros por la superficie y, en el punto adecuado giró sobre si misma en el aire impulsándose con las piernas. Su cuerpo describió entonces un arco en dirección a la cabeza de la mujer que, vista al revés parecía haber abierto algo más los ojos en una leve expresión de sorpresa. Fue temeraria. Fue irreflexiva. Y fue rápida.
Iori cayó como una tromba sobre ella, ayudaba de la potencia que le había sumado ese salto. Apuntó con el bastón a la cara del vampiro y aterrizó sobre ella tirándola al suelo. [Habilidad nivel 1] El extremo se hundió dentro del hueco del ojo izquierdo de una manera muy desagradable. La humana tiró de él y saltó hacia atrás para ganar distancia con ella. La sangre corría quemando cada centímetro de piel y su respiración pesada estaba descontrolada. Observó con cautela a su contrincante que permanecía de pie ahora, con la cabeza inclinada hacia abajo mientras era consciente de la increíble suerte que había tenido.
No creía que fuese capaz de repetir lo que acababa de hacer. Y más sintiendo el enfado que emanaba de la mujer que tenía delante. Situó el bastón delante de su cuerpo y ladeó la postura hasta afianzarse en una posición defensiva. No quería pero Iori se obligó a estar preparada para lo que viniera ahora.
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Última edición por Iori Li el Dom Mar 13, 2022 2:31 am, editado 1 vez
Iori Li
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Apenas había dormido, en un paraje como aquel cualquier cosa que rompiera el silencio de la noche la desvelaba. A decir verdad, el mismo silencio la mantuvo inquieta hasta el alba. Había pasado la noche obligándose a permanecer acostada, convenciéndose de que así, aunque no durmiera, descansaría. Escuchar los primeros sonidos de la mañana, antes de que Anar se dejase ver, aunque sí intuir por la claridad del horizonte, acompañados de los pasos del elfo sacaron de su duermevela. Se planteó aguardar unos momentos más para levantarse, o quizá no hacerlo, dudaba encontrarse realmente preparada para enfrentarse a lo que vendría desde el instante siguiente a ponerse en pie. Los Dioses sabían que debería haberse quedado acostada. Todavía recostada, giró sobre sí hacia él, silenciosa, dedicándole una mirada distraída que seguía los vaivenes de su espada. En cierto modo, aquello le resultaba apacible, la fricción de las fintas envuelta en el rumor del bosque que amanecía. Las estocadas se sentían tranquilas, aunque firmes. Debería haber sabido que la próxima vez que le viese cortar el aire, dejaría un reguero de sangre tras de sí. Volvió a darle la espalda al comprender que se disponía a asearse y cerró los ojos un instante más.
Se refugió un poco más en aquella imagen antes de volver a abrirlos y asumir que su destino se levantaba ante sus ojos, apostado en la cima de la loma y custodiando el escabroso valle bajo la loma. La imponente panorámica se hizo añicos cuando los asaltantes avasallaron las puertas de la fortaleza, embistiendo de frente, sin más ventaja que su caballería. Por un momento quedó impactada. ¿De verdad? ¿Habría sido tan sencillo? No, aquellos incautos habían anunciado su entrada como en un espectáculo, eso no podía resultar mejor que contar con la llave adecuada. Debía convencerse de ello si quería evitar que la frustración la llevase a perder el raciocinio. No cuestionó la decisión del espadachín, no replicó, no contestó, se limitó a desenvainar su daga y activar la runa incrustada en su empuñadura.[1] Fue la mejor decisión que podía haber tomado, dadas las circunstancias que se encontraron cuando alcanzaron el portón.
Por un instante sintió su rostro palidecer, tanto que si sus ojos hubieran estado inyectados en sangre podría verse como un reflejo de la líder de los nocturnos, cuando vio a esta alzarse sobre sus tropas con sed de sangre. Comprender que, como ellos, los Lyeyanna habían logrado seguir el rastro de los ancestros hasta dar con la sangre que aún vivía no fue difícil. Sin embargo, los fieles a la última esencia de los Faeren parecían estar esperándolos. A todos.
Trató de mantenerse centrada, los continuos choques de acero a su alrededor, mezclados con gemidos y alaridos, no ayudaban a mantenerse firme. Se encontraba aturdida, el corazón bombeaba arrítmico, acelerado, haciendo difícil la concentración, obligándola a llevar a cabo movimientos instintivos y atropellados, antes que meditados. Esquivó varios golpes, acertó otros tantos, aunque se llevó más de los que pudo ensartar.[2] Era incapaz de centrar su voluntad en el enfrentamiento, sus impulsos la llevaban a buscar, de manera inconsciente, los huecos por los que rehuir el anhelo de sus atacantes por cortar su garganta o apoderarse de ella. Aunque no era sólo cuestión de supervivencia, al fin y al cabo estaban allí por un motivo y no era acabar en un baño de sangre. Bueno, al menos no antes de dar con la última de las reliquias. Entonces sus ojos dieron con una puerta lateral, de madera aunque reforzada con grandes bisagras de acero, que habría quedado entrecerrada al salir los defensores del castillo. Tenía que intentarlo.
De un rápido vistazo, contempló su estado. El hombro, el muslo, el costado. Todo había ocurrido de repente, si su preparación fuese mejor, o su cabeza más rápida, habría sido capaz de cubrirse. Maldita sea. Ensangrentada y con heridas que limitaban su movilidad, la adrenalina le daba la falsa sensación de poder mantenerse a raya. Sin perder de vista su objetivo, su oportunidad, su entrada, avanzó hacia ella, cruzando a bandadas la plaza que antecedía al interior del castillo. No podía perder el tiempo en reorganizarse con sus compañeros, debía confiar en que comprenderían sus intenciones si se preocupaban por mantener controlada su posición. Alcanzó el marco de la puerta tras derribar al último eslabón que trató de interponerse y tras una última mirada hacia atrás, por encima del hombro, dejó a su espalda el exterior.
_______________________________
[1] Encantamiento de arma: Arma cambiante
[2] Talento: Armas de filo [principiante]
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Última edición por Aylizz Wendell el Dom Mar 13, 2022 11:32 am, editado 1 vez
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Todavía notaba el sopor y la niebla mental que deja tras de sí el sueño cuando divisaron en el horizonte la fortaleza de los vampiros. Apenas recordaba algo más tras su conversación con Aylizz. Tras eliminar los restos de sangre seca de su cuerpo y ropa, había vuelto a recostarse sobre la verde hierva del prado en el que habían acampado. Su siguiente recuerdo era una gentil mano sacudiéndolo para que despertase del sueño. El cansancio y la pérdida de sangre lo habían sumido en un estado narcótico, del que le había costado salir y cuyos últimos resquicios había arrastrado con él a lo largo del camino hasta su destino.
El paisaje ante ellos se mostraba magnificente y aterrador. Aquella fortaleza, sin parangón en ninguno de los territorios que Tarek había visitado hasta el momento, se alzaba como un monolito inexpugnable; que prometía albergar terrores aún mayores que los que habían sufrido en la casa de Genros. No pudo evitar suspirar con resignación. Al fin y al cabo, ya habían llegado hasta allí… no era momento de dar la vuelta.
Un estrépito en lo que parecía la puerta principal de la morada, seguido de los embravecidos ruidos del combate, le indicaron que no eran los únicos visitantes. Al parecer los Lyeyanna había encontrado el camino hasta el último descendiente de las estirpes malditas… y ni siquiera habían necesitado la gema para entrar. Intentó que el pensamiento de que todo lo sufrido hasta ese momento había sido en vano abandonase su mente tan rápido como había llegado. Quizás… y solo quizás, la intervención de los radicales les ofreciese un salvoconducto para llegar hasta la reliquia, pues los vampiros tendrían que dividir su atención entre dos enemigos.
El tiempo pareció detenerse cuando alcanzaron la entrada, convirtiéndose de inmediato en el blanco tanto de los hijos de la noche como de los elfos de la isla. Sus compañeros se dispersaron rápidamente entre la marea de combatientes, al tiempo que una imponente criatura alzaba su voz sobre el ruido de la sala. El joven elfo jamás había visto a un vampiro, pero en aquel momento pudo constatar que todo lo que había oído relatar sobre ellos era real. La maldición que los consumía les otorgaba una belleza irreal, como demostraba la mujer que parecía comandar el enfrentamiento desde el fondo de la sala; pero el aura que evocaba transmitía algo peligroso, terrible… mortal. Tarek no pudo evitar estremecerse cuando un escalofrío recorrió su columna, al tiempo que notaba el frío sudor fruto del miedo. Apartó la vista de aquel ser, pues ante él se encontraban peligros más eminentes.
Apenas tuvo tiempo de sopesar sus opciones cuando el primer enemigo embistió contra él. El elfo peliblanco era consciente de que seguía herido, aún a pesar del buen hacer de Aylizz, que había conseguido mitigar gran parte del daño. Pero no era tan estúpido como para pensar que podría soportar un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y menos con varios enemigos. Su principal ventaja en combate siempre había sido la agilidad y en ese momento carecía de ella. Debía encontrar otra forma de ser útil a los demás.
Aprovechando la ventaja que le conferían las sombras [1], esquivó al Lyeyanna, escabulléndose en la oscuridad. El elfo intentó seguirlo, pero apenas unos segundos más tarde fue atacado y derribado por uno de los vampiros, cuyo frenesí de sangre culminó en la muerte del isleño. “Debes moverte”, pensó Tarek mientras contemplaba la escena. La oscuridad podría darle una ventaja con sus congéneres, pero sin duda no lo haría con los hijos de la noche. Con cuidado, se deslizó entre las sombras que cubrían las paredes [2], en busca de algo que pudiese darles ventaja. En su camino, encontró un pequeño nicho, que daba a una estrecha escalera de caracol y que le permitió guarecerse por unos minutos.
Le pareció ver el dorado cabello de Aylizz despareciendo por una puerta lateral, y en su interior no pudo más que rogar que los otros dos elfos se encontrasen vivos y a salvo. Parecía increíble que apenas unas horas antes hubiesen compartido una animada charla junto al lago. Una última noche frente a la hoguera, contando las horas para que el día se alzase y les permitiese entrar con ventaja en aquel funesto lugar. Habían esperado a que se hiciese de día…
Tarek miró hacia arriba, divisando su objetivo, pero un gruñido a su espalda le hizo desviar la vista. Al parecer uno de los vampiros lo había convertido en el blanco de su ira. Sin pensárselo demasiado, ascendió por la estrecha escalera del nicho, con la esperanza de que lo condujese hasta uno de los balcones que recorrían lateralmente la estancia. Apresurados pasos a su espalda le indicaron que el vampiro había entrado también en el estrecho pasaje. Alcanzó la parte superior apenas unos segundos antes que la criatura y, aprovechando la ventaja que eso le daba, blandió el arma [3], haciéndola girar en la mano y golpeando al vampiro apenas asomó la cara por la abertura. Este cayó de espaldas, rodando estrepitosamente por las escaleras bloqueando temporalmente el acceso a las mismas.
Tarek corrió hacia la ventana más cercana y, usando su propia arma como palanca, comenzó a forzar las tablas que bloqueaban la entrada de la luz del sol en la estancia. Sabía que era un acto desesperado y que, probablemente, sus compañeros lo necesitaban con urgencia en la batalla. Pero allí solo sería un estorbo. Si conseguía inutilizar a parte de los combatientes, al menos podría darles una ventaja. Las primeras tablas cedieron a la presión, dando paso a la luz, que se desparramó en un halo dorado a lo largo de la sala. Siseos de dolor se dejaron oír a su espalda, así como veladas maldiciones y gritos de júbilo. Se dirigió hacia el segundo ventanal para repetir el proceso.
Apenas había conseguido aflojar los primeros clavos, cuando algo impactó contra él, tirándolo al suelo. Sobre él se cernía una vampiresa que, con especial expresión de odio, dirigió sus afiladas uñas hacia su cara, con evidente intención de desgarrar todo lo que pudiese alcanzar. El forcejeo subsiguiente hizo al elfo especialmente consciente de su desventaja, pues la criatura sobre él atacaba con una fuerza sobrehumana, que difícilmente podría resistir por mucho más tiempo.
Un golpe, probablemente certero, se detuvo a medio camino, cuando un nuevo siseo y el resplandor de la luz invadieron otro sector de la sala. Al parecer su peregrina idea de exponer a los vampiros a la luz había tenido eco, pues uno de los Lyeyanna se encontraba en el otro extremo de la sala forzando las tablas de otro ventanal. La vampiresa pareció dudar y Tarek aprovechó para empujarla hacia atrás y recuperar su arma, que se había deslizado un par de metros hacia la derecha cuando la criatura lo había placado.
El paisaje ante ellos se mostraba magnificente y aterrador. Aquella fortaleza, sin parangón en ninguno de los territorios que Tarek había visitado hasta el momento, se alzaba como un monolito inexpugnable; que prometía albergar terrores aún mayores que los que habían sufrido en la casa de Genros. No pudo evitar suspirar con resignación. Al fin y al cabo, ya habían llegado hasta allí… no era momento de dar la vuelta.
Un estrépito en lo que parecía la puerta principal de la morada, seguido de los embravecidos ruidos del combate, le indicaron que no eran los únicos visitantes. Al parecer los Lyeyanna había encontrado el camino hasta el último descendiente de las estirpes malditas… y ni siquiera habían necesitado la gema para entrar. Intentó que el pensamiento de que todo lo sufrido hasta ese momento había sido en vano abandonase su mente tan rápido como había llegado. Quizás… y solo quizás, la intervención de los radicales les ofreciese un salvoconducto para llegar hasta la reliquia, pues los vampiros tendrían que dividir su atención entre dos enemigos.
El tiempo pareció detenerse cuando alcanzaron la entrada, convirtiéndose de inmediato en el blanco tanto de los hijos de la noche como de los elfos de la isla. Sus compañeros se dispersaron rápidamente entre la marea de combatientes, al tiempo que una imponente criatura alzaba su voz sobre el ruido de la sala. El joven elfo jamás había visto a un vampiro, pero en aquel momento pudo constatar que todo lo que había oído relatar sobre ellos era real. La maldición que los consumía les otorgaba una belleza irreal, como demostraba la mujer que parecía comandar el enfrentamiento desde el fondo de la sala; pero el aura que evocaba transmitía algo peligroso, terrible… mortal. Tarek no pudo evitar estremecerse cuando un escalofrío recorrió su columna, al tiempo que notaba el frío sudor fruto del miedo. Apartó la vista de aquel ser, pues ante él se encontraban peligros más eminentes.
Apenas tuvo tiempo de sopesar sus opciones cuando el primer enemigo embistió contra él. El elfo peliblanco era consciente de que seguía herido, aún a pesar del buen hacer de Aylizz, que había conseguido mitigar gran parte del daño. Pero no era tan estúpido como para pensar que podría soportar un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, y menos con varios enemigos. Su principal ventaja en combate siempre había sido la agilidad y en ese momento carecía de ella. Debía encontrar otra forma de ser útil a los demás.
Aprovechando la ventaja que le conferían las sombras [1], esquivó al Lyeyanna, escabulléndose en la oscuridad. El elfo intentó seguirlo, pero apenas unos segundos más tarde fue atacado y derribado por uno de los vampiros, cuyo frenesí de sangre culminó en la muerte del isleño. “Debes moverte”, pensó Tarek mientras contemplaba la escena. La oscuridad podría darle una ventaja con sus congéneres, pero sin duda no lo haría con los hijos de la noche. Con cuidado, se deslizó entre las sombras que cubrían las paredes [2], en busca de algo que pudiese darles ventaja. En su camino, encontró un pequeño nicho, que daba a una estrecha escalera de caracol y que le permitió guarecerse por unos minutos.
Le pareció ver el dorado cabello de Aylizz despareciendo por una puerta lateral, y en su interior no pudo más que rogar que los otros dos elfos se encontrasen vivos y a salvo. Parecía increíble que apenas unas horas antes hubiesen compartido una animada charla junto al lago. Una última noche frente a la hoguera, contando las horas para que el día se alzase y les permitiese entrar con ventaja en aquel funesto lugar. Habían esperado a que se hiciese de día…
Tarek miró hacia arriba, divisando su objetivo, pero un gruñido a su espalda le hizo desviar la vista. Al parecer uno de los vampiros lo había convertido en el blanco de su ira. Sin pensárselo demasiado, ascendió por la estrecha escalera del nicho, con la esperanza de que lo condujese hasta uno de los balcones que recorrían lateralmente la estancia. Apresurados pasos a su espalda le indicaron que el vampiro había entrado también en el estrecho pasaje. Alcanzó la parte superior apenas unos segundos antes que la criatura y, aprovechando la ventaja que eso le daba, blandió el arma [3], haciéndola girar en la mano y golpeando al vampiro apenas asomó la cara por la abertura. Este cayó de espaldas, rodando estrepitosamente por las escaleras bloqueando temporalmente el acceso a las mismas.
Tarek corrió hacia la ventana más cercana y, usando su propia arma como palanca, comenzó a forzar las tablas que bloqueaban la entrada de la luz del sol en la estancia. Sabía que era un acto desesperado y que, probablemente, sus compañeros lo necesitaban con urgencia en la batalla. Pero allí solo sería un estorbo. Si conseguía inutilizar a parte de los combatientes, al menos podría darles una ventaja. Las primeras tablas cedieron a la presión, dando paso a la luz, que se desparramó en un halo dorado a lo largo de la sala. Siseos de dolor se dejaron oír a su espalda, así como veladas maldiciones y gritos de júbilo. Se dirigió hacia el segundo ventanal para repetir el proceso.
Apenas había conseguido aflojar los primeros clavos, cuando algo impactó contra él, tirándolo al suelo. Sobre él se cernía una vampiresa que, con especial expresión de odio, dirigió sus afiladas uñas hacia su cara, con evidente intención de desgarrar todo lo que pudiese alcanzar. El forcejeo subsiguiente hizo al elfo especialmente consciente de su desventaja, pues la criatura sobre él atacaba con una fuerza sobrehumana, que difícilmente podría resistir por mucho más tiempo.
Un golpe, probablemente certero, se detuvo a medio camino, cuando un nuevo siseo y el resplandor de la luz invadieron otro sector de la sala. Al parecer su peregrina idea de exponer a los vampiros a la luz había tenido eco, pues uno de los Lyeyanna se encontraba en el otro extremo de la sala forzando las tablas de otro ventanal. La vampiresa pareció dudar y Tarek aprovechó para empujarla hacia atrás y recuperar su arma, que se había deslizado un par de metros hacia la derecha cuando la criatura lo había placado.
__________
[1] Nivel 0. Paso de sombras [pasiva][2] Sigilo (Nivel 2)
[3] Combate con armas flexibles (Nivel 3)
Última edición por Tarek Inglorien el Dom Mar 13, 2022 2:01 pm, editado 1 vez
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Apareció como un rayo inesperado, y los ojos del elfo nunca hubieran esperado la imagen que tuvieron que contemplar. El golpeo de la muchacha fue encomiable, y la líder momentánea de las fuerzas vampíricas, centrada en el desafío del espadachín, apenas concedió importancia a la velocidad de la campesina. Un error que le costó el ojo izquierdo.
Riendo pese a la horrible herida, su órgano sano contempló de un modo casi divertido a su agresora.
-Juegas con los mayores, niñita – Gorjeó la nocturna,y antes que que Nousis fuese capaz de llegar a la parte superior de la escaleras para intervenir, algo crujió en la joven mente de Iori. De pronto, aquella criatura se le antojó casi invencible y lo más adecuado, lo único natural, sería correr sin detenerse hasta esconderse en lo más profundo de su aldea. Creyó escuchar algo ¿una palabra? Nunca fue capaz de dilucidarlo, tan sólo el ya conocido dolor mental que la voz de la mujer colocó dentro de su cráneo, desestabilizándola y provocando que fuese incapaz de mantener el equilibrio.
A paso lento, la lugarteniente de la regente de la endemoniada fortaleza se dispuso a dar cuenta de la temeraria humana, hasta que comprendió que la nueva amenaza provenía de otro lugar muy distinto. La espada élfica arremetió diagonalmente, de arriba hacia abajó, mas ella no perdió la sonrisa. Esquivando con la misma gracilidad que él mostraba en sus combates, lo tomó de un resquicio de la armadura y con una fuerza nada acorde a su delgadez, lo lanzó contra la pared más cercana. Antes de que sus pulmones se recobrasen del impacto, su oponente clavó las garras en su protegido tórax, manteniéndolo en su lugar, entre ella y la sucesión de piedra que cerraba la edificación. Hurtó el segundo golpe dirigido a atravesarle la frente con la mano restante, y a su vez, ella esquivó casi milagrosamente el corte horizontal con el que el elfo pretendía abrirla casi en canal. Con un chasquido, evitó que algunos de sus subordinados interviniesen en el combate, señalando sin embargo a la humana, que aún se encontraba tambaleante y un poco desconcertada.
La fuerza de la criatura era superior a la suya, y el hijo de Sandorai lo tenía bien presente. El filo de sus uñas nada tenía que envidiar a su espada si alcanzaba la carne y como un baile, ambos evitaban golpes mortales en el último momento. En un afortunado momento, gracias al mal cálculo de la distancia por parte de su rival, la hoja élfica alcanzó la carne maldita a la altura del antebrazo. Ambos tomaron dos pasos de distancia, antes de volver a la carga. Y ambos sonreían, como lobos dispuestos a matarse a dentelladas.
Los Lyeyanna estaban tomando ventaja. Pese a la dura defensa de los vampiros, la idea de Tarek resultó efectiva, al menguar el campo de batalla y crear zonas donde les era imposible continuar la lucha. Sin embargo, desde su privilegiada posición pudo ver algo. Una sombra que dejaba tras de sí un destello plateado y aquí y allá, asesinaba a los elfos llegados de allende los mares con una efectividad aterradora. Si bien los chupasangre apenas llegaban a dos tercios del número de los invasores, la recién llegada estaba cambiando las tornas rápidamente. No ordenaba, ni gritaba, tampoco sonreía. Sólo cuando se detuvo, los ojos del elfo pudieron ver una cabellera de un color semejante a la suya. Y una carencia de piedad en la mirada que la hacía infinitamente más terrorífica que la locura de su compañera, que enfrentaba al Índirel.
Y observaba al hijo de Eithelen.
Aylizz había sido herida y con todo, su determinación la había llevado a continuar avanzando. Su éter basado en la curación, en el crecimiento, casi cantaba en su interior deseando curarla lo antes posible. Solo que no era el momento. O tal vez habría sido una buena idea.
Avanzó por los barrocamente decorados pasillos del castillo, cuyo interior asemejaba mucho más, primando la comodidad sobre la defensa. Aparentemente, todos los vampiros habían acudido a defender su hogar, pues ni criados, siervos o guerreros salieron al paso de la elfa, como si… no fuese necesario. ¿Estarían notando algo que ella no fue capaz de percibir? La respuesta llegó por sí sola, con pasos firmes, femeninos, y seguros.
Altiva, cada poro de la piel de la joven emitió el mismo temblor. Como cualquier animal frente a un depredador excesivamente superior, su instinto fue el de escapar. La reina de los Faeren estaba sola, portando su suntuosa corona, con movimientos elegantes, suaves, se fue acercando a Aylizz, quien por alguna razón, permaneció inmóvil, una pequeña mosca en las redes de la gran araña.
-Tu sangre huele de una manera deliciosa, criatura- no se burlaba, limitándose a exteriorizar un mero pensamiento, o quizá, todo en ella, cada gesto, resultaba una chanza- ¿Esperabas escapar? ¿O quizá, encontrarme para matarme?- acentuó su sonrisa hasta mostrar sus tétricos colmillos- No eres una sectaria- opinó contemplando a la muchacha rubia con detenimiento- De modo que tienes que ser una enviada de esos malditos espíritus que creen poder decirme A MÍ lo que debo hacer. ¿Tú, una de mis compañeras?- no pudo evitarlo más antes de reírse- Ven- ordenó- dejemos que tus compañeros mueran a manos de mis niñas. Tú me contarás tu viaje, y si me encuentro de buen humor, podría convertirte, en vez de eliminar tu belleza de este mundo.
Riendo pese a la horrible herida, su órgano sano contempló de un modo casi divertido a su agresora.
-Juegas con los mayores, niñita – Gorjeó la nocturna,y antes que que Nousis fuese capaz de llegar a la parte superior de la escaleras para intervenir, algo crujió en la joven mente de Iori. De pronto, aquella criatura se le antojó casi invencible y lo más adecuado, lo único natural, sería correr sin detenerse hasta esconderse en lo más profundo de su aldea. Creyó escuchar algo ¿una palabra? Nunca fue capaz de dilucidarlo, tan sólo el ya conocido dolor mental que la voz de la mujer colocó dentro de su cráneo, desestabilizándola y provocando que fuese incapaz de mantener el equilibrio.
A paso lento, la lugarteniente de la regente de la endemoniada fortaleza se dispuso a dar cuenta de la temeraria humana, hasta que comprendió que la nueva amenaza provenía de otro lugar muy distinto. La espada élfica arremetió diagonalmente, de arriba hacia abajó, mas ella no perdió la sonrisa. Esquivando con la misma gracilidad que él mostraba en sus combates, lo tomó de un resquicio de la armadura y con una fuerza nada acorde a su delgadez, lo lanzó contra la pared más cercana. Antes de que sus pulmones se recobrasen del impacto, su oponente clavó las garras en su protegido tórax, manteniéndolo en su lugar, entre ella y la sucesión de piedra que cerraba la edificación. Hurtó el segundo golpe dirigido a atravesarle la frente con la mano restante, y a su vez, ella esquivó casi milagrosamente el corte horizontal con el que el elfo pretendía abrirla casi en canal. Con un chasquido, evitó que algunos de sus subordinados interviniesen en el combate, señalando sin embargo a la humana, que aún se encontraba tambaleante y un poco desconcertada.
La fuerza de la criatura era superior a la suya, y el hijo de Sandorai lo tenía bien presente. El filo de sus uñas nada tenía que envidiar a su espada si alcanzaba la carne y como un baile, ambos evitaban golpes mortales en el último momento. En un afortunado momento, gracias al mal cálculo de la distancia por parte de su rival, la hoja élfica alcanzó la carne maldita a la altura del antebrazo. Ambos tomaron dos pasos de distancia, antes de volver a la carga. Y ambos sonreían, como lobos dispuestos a matarse a dentelladas.
Los Lyeyanna estaban tomando ventaja. Pese a la dura defensa de los vampiros, la idea de Tarek resultó efectiva, al menguar el campo de batalla y crear zonas donde les era imposible continuar la lucha. Sin embargo, desde su privilegiada posición pudo ver algo. Una sombra que dejaba tras de sí un destello plateado y aquí y allá, asesinaba a los elfos llegados de allende los mares con una efectividad aterradora. Si bien los chupasangre apenas llegaban a dos tercios del número de los invasores, la recién llegada estaba cambiando las tornas rápidamente. No ordenaba, ni gritaba, tampoco sonreía. Sólo cuando se detuvo, los ojos del elfo pudieron ver una cabellera de un color semejante a la suya. Y una carencia de piedad en la mirada que la hacía infinitamente más terrorífica que la locura de su compañera, que enfrentaba al Índirel.
Y observaba al hijo de Eithelen.
Aylizz había sido herida y con todo, su determinación la había llevado a continuar avanzando. Su éter basado en la curación, en el crecimiento, casi cantaba en su interior deseando curarla lo antes posible. Solo que no era el momento. O tal vez habría sido una buena idea.
Avanzó por los barrocamente decorados pasillos del castillo, cuyo interior asemejaba mucho más, primando la comodidad sobre la defensa. Aparentemente, todos los vampiros habían acudido a defender su hogar, pues ni criados, siervos o guerreros salieron al paso de la elfa, como si… no fuese necesario. ¿Estarían notando algo que ella no fue capaz de percibir? La respuesta llegó por sí sola, con pasos firmes, femeninos, y seguros.
Altiva, cada poro de la piel de la joven emitió el mismo temblor. Como cualquier animal frente a un depredador excesivamente superior, su instinto fue el de escapar. La reina de los Faeren estaba sola, portando su suntuosa corona, con movimientos elegantes, suaves, se fue acercando a Aylizz, quien por alguna razón, permaneció inmóvil, una pequeña mosca en las redes de la gran araña.
-Tu sangre huele de una manera deliciosa, criatura- no se burlaba, limitándose a exteriorizar un mero pensamiento, o quizá, todo en ella, cada gesto, resultaba una chanza- ¿Esperabas escapar? ¿O quizá, encontrarme para matarme?- acentuó su sonrisa hasta mostrar sus tétricos colmillos- No eres una sectaria- opinó contemplando a la muchacha rubia con detenimiento- De modo que tienes que ser una enviada de esos malditos espíritus que creen poder decirme A MÍ lo que debo hacer. ¿Tú, una de mis compañeras?- no pudo evitarlo más antes de reírse- Ven- ordenó- dejemos que tus compañeros mueran a manos de mis niñas. Tú me contarás tu viaje, y si me encuentro de buen humor, podría convertirte, en vez de eliminar tu belleza de este mundo.
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Había caído de bruces pero no sintió el suelo. Del extremo del bastón goteaba una sangre oscura y densa, pero lo que le causó horror no fue el hecho de que había cegado a su contrincante. Fue el hecho de que ella no pareció sentirse afectada por ello. Iori apretó la mandíbula y retrajo los labios enseñando los dientes en un gesto de dolor. Algo en su cabeza no iba bien. Soltó su arma y se cubrió las sienes con las manos, apretando con fuerza intentando contener el latido bajo su piel.
Pensó que algo iba a explotar en ella.
Pero entonces le pareció distinguirlo a él. Las formas a su alrededor estaban desdibujadas, pero la humana estaba especialmente familiarizada con la figura y la manera de moverse de Nousis. El sonido del combate la hizo tomar conciencia mientras veía como él llevaba ¿de manera consciente? la lucha lejos de dónde ella se encontraba siendo un estorbo inútil. No vio el gesto de la lugarteniente, pero no le hizo falta. Obligando a sus ojos a centrarse los observó. Tres vampiros y cuatro Lyeyanna avanzaron hacia ella. Giró sobre su espalda para ganar espacio hacia atrás y ponerse de pie, pero cuando intentó afianzarse sobre ellos perdió de nuevo el equilibrio y tropezó.
Terminó golpeándose el costado contra una pared y fue entonces cuando las dos siluetas más próximas se abalanzaron sobre ella. La espada del elfo que iba dirigida a su cabeza, tropezó con el brazo que el vampiro extendió buscando con sus garras los ojos. La mirada azul de Iori se abrió desmesuradamente y se olvidó de respirar, mientras sus enemigos se median entre ellos. Aquel choque fortuito los hizo recalcular el objeto de su atención, y salieron de escena de golpe, enfrascándose en un nuevo combate.
- Joder... - siseó recuperando la posición erguida, sin tiempo para recapacitar. Todo estaba sucediendo a una velocidad que no era capaz de seguir. Y en su cabeza aquella extraña sensación la seguía teniendo cautiva. Algo la embistió y la humana salió volando por los aires bajando las escaleras. Aterrizó tres metros más allá, cayendo con el cuerpo en medio de la sala principal en dónde estaba teniendo lugar el grueso de la contienda. Jadeó buscando a tientas su bastón y parpadeó para encontrar su ubicación, justo en el lugar en el que ella se encontraba antes de ser precipitada hacia abajo. - No...- siseó casi sin aliento mientras apoyaba las manos en el suelo para incorporarse.
Le ardían los músculos sobre los que había aterrizado tras el golpe, y le costó reincorporarse. No tuvo tiempo de prepararse realmente cuando otro Lyeyanna alzó su arma hacia ella. La humana giró sobre sus talones dejándolo pasar de largo, evitando su filo por los pelos. Fue entonces cuando buscó golpear con su puño en la barbilla. Zakath como soldado experimentado, había intentado enseñarle varias cosas. Una de ellas era que confiara en su agilidad. Otra, era que no era la masa o la fuerza del cuerpo lo que decidía un combate.
"El resultado de un combate Iori, se decide por el golpe exacto y técnicamente correcto".
Le pareció escuchar la voz del viejo Zakath a cámara lenta. Y desde luego a alguien de su constitución le convenía seguir ese credo a la hora de luchar. Entrecerró los ojos y vio la abertura en el punto exacto que estaba buscando. Un buen golpe siempre comienza desde el suelo. Cuando lanzas el brazo, el movimiento comienza en la conexión de los pies y sube por las piernas, glúteos, recorre la musculatura de la espalda y transmite la energía por todo el cuerpo. Postura, sincronización, velocidad, potencia y técnica.
Los nudillos de Iori se cerraron sobre la palma de su mano y entonces hicieron contacto con el mentón del elfo. El recibir un impacto lateral origina un movimiento interno brusco dentro del cráneo. El cerebro choca contra las paredes internas de la cavidad ósea ocasionando una pérdida del control corporal y de conciencia. Alcanzó a ver cómo sus ojos se ponían en blanco mientras sus rodillas se doblaban automáticamente haciéndolo caer de forma pesada el cuerpo del elfo contra el suelo.
No tuvo tiempo de alegrarse. Ni tampoco tuvo tiempo de esquivar.
Un movimiento a su izquierda, muy cerca, la alarmó pero no con tiempo suficiente. Distinguió los ojos, distinguió la espada, y lo siguiente y único que pudo pensar fue en el mordisco profundo que sintió en la carne de su cuerpo. Un leve pensamiento de victoria habló desde el fondo de su mente, haciéndole notar que se había movido lo suficiente como para evitar que el filo hubiese atravesado su corazón. Pero fue acallada con facilidad por el grito de dolor profundo que salió de su garganta.
Iori nunca había sentido nada igual. Cayó de rodillas al instante mientras el Lyeyanna mantenía la espada clavada en su costado izquierdo. No la había atravesado por completo, y el elfo parecía ser consciente de ello. Los ojos azules, entornados debido al dolor, miraron directamente al rostro de su enemigo mientras este colocaba el pie sobre su torso. Otro grito. Extrajo el metal haciendo fuerza en el cuerpo de Iori hacia abajo y liberó el arma. Y también la sangre, que humedeció con su calor el costado de la humana. Se cubrió con los dedos el tajo con la mente en blanco.
De manera que así terminaba su historia. Aquel era el punto y final. Lo vio tomar posición correcta con el cuerpo, esta vez sería su cabeza lo que golpearía y de un rápido golpe se la cortaría. La humana se encogió un segundo sobre si misma, pero no fue el cuello de Iori el que sufrió herida. Un vampiro se cernió sobre el Lyeyanna desde atrás y clavó con profundidad su reluciente fila de dientes en el hueco de su cuello expuesto.
Lo vio resollar delante de ella, sin poder moverse, mientras su enemigo parecía succionar con fuerza tiñéndose los labios de rojo. La espada se deslizó de sus dedos y la humana la alcanzó sin reflexionar sobre esa acción. Sin ganas de quedarse a contemplar, se arrastró por el suelo con una idea en la mente. Crear distancia con ellos. Le dio la espalda a la escena y se deslizó hacia el único lugar que se le ocurría en ese instante para recuperar un poco de aliento. La zona luminosa que se estrellaba contra la pared a unos metros de distancia de ella. Los vampiros no se acercarían allí, y confiaba en ganar algo de tiempo para ser por lo menos capaz de ponerse de pie.
Apretó los dientes y obligó a su cuerpo a olvidarse del dolor más intenso que nunca antes había experimentado mientras usaba la espada para recuperar la postura. - Dioses, por favor...-
Pensó que algo iba a explotar en ella.
Pero entonces le pareció distinguirlo a él. Las formas a su alrededor estaban desdibujadas, pero la humana estaba especialmente familiarizada con la figura y la manera de moverse de Nousis. El sonido del combate la hizo tomar conciencia mientras veía como él llevaba ¿de manera consciente? la lucha lejos de dónde ella se encontraba siendo un estorbo inútil. No vio el gesto de la lugarteniente, pero no le hizo falta. Obligando a sus ojos a centrarse los observó. Tres vampiros y cuatro Lyeyanna avanzaron hacia ella. Giró sobre su espalda para ganar espacio hacia atrás y ponerse de pie, pero cuando intentó afianzarse sobre ellos perdió de nuevo el equilibrio y tropezó.
Terminó golpeándose el costado contra una pared y fue entonces cuando las dos siluetas más próximas se abalanzaron sobre ella. La espada del elfo que iba dirigida a su cabeza, tropezó con el brazo que el vampiro extendió buscando con sus garras los ojos. La mirada azul de Iori se abrió desmesuradamente y se olvidó de respirar, mientras sus enemigos se median entre ellos. Aquel choque fortuito los hizo recalcular el objeto de su atención, y salieron de escena de golpe, enfrascándose en un nuevo combate.
- Joder... - siseó recuperando la posición erguida, sin tiempo para recapacitar. Todo estaba sucediendo a una velocidad que no era capaz de seguir. Y en su cabeza aquella extraña sensación la seguía teniendo cautiva. Algo la embistió y la humana salió volando por los aires bajando las escaleras. Aterrizó tres metros más allá, cayendo con el cuerpo en medio de la sala principal en dónde estaba teniendo lugar el grueso de la contienda. Jadeó buscando a tientas su bastón y parpadeó para encontrar su ubicación, justo en el lugar en el que ella se encontraba antes de ser precipitada hacia abajo. - No...- siseó casi sin aliento mientras apoyaba las manos en el suelo para incorporarse.
Le ardían los músculos sobre los que había aterrizado tras el golpe, y le costó reincorporarse. No tuvo tiempo de prepararse realmente cuando otro Lyeyanna alzó su arma hacia ella. La humana giró sobre sus talones dejándolo pasar de largo, evitando su filo por los pelos. Fue entonces cuando buscó golpear con su puño en la barbilla. Zakath como soldado experimentado, había intentado enseñarle varias cosas. Una de ellas era que confiara en su agilidad. Otra, era que no era la masa o la fuerza del cuerpo lo que decidía un combate.
"El resultado de un combate Iori, se decide por el golpe exacto y técnicamente correcto".
Le pareció escuchar la voz del viejo Zakath a cámara lenta. Y desde luego a alguien de su constitución le convenía seguir ese credo a la hora de luchar. Entrecerró los ojos y vio la abertura en el punto exacto que estaba buscando. Un buen golpe siempre comienza desde el suelo. Cuando lanzas el brazo, el movimiento comienza en la conexión de los pies y sube por las piernas, glúteos, recorre la musculatura de la espalda y transmite la energía por todo el cuerpo. Postura, sincronización, velocidad, potencia y técnica.
Los nudillos de Iori se cerraron sobre la palma de su mano y entonces hicieron contacto con el mentón del elfo. El recibir un impacto lateral origina un movimiento interno brusco dentro del cráneo. El cerebro choca contra las paredes internas de la cavidad ósea ocasionando una pérdida del control corporal y de conciencia. Alcanzó a ver cómo sus ojos se ponían en blanco mientras sus rodillas se doblaban automáticamente haciéndolo caer de forma pesada el cuerpo del elfo contra el suelo.
No tuvo tiempo de alegrarse. Ni tampoco tuvo tiempo de esquivar.
Un movimiento a su izquierda, muy cerca, la alarmó pero no con tiempo suficiente. Distinguió los ojos, distinguió la espada, y lo siguiente y único que pudo pensar fue en el mordisco profundo que sintió en la carne de su cuerpo. Un leve pensamiento de victoria habló desde el fondo de su mente, haciéndole notar que se había movido lo suficiente como para evitar que el filo hubiese atravesado su corazón. Pero fue acallada con facilidad por el grito de dolor profundo que salió de su garganta.
Iori nunca había sentido nada igual. Cayó de rodillas al instante mientras el Lyeyanna mantenía la espada clavada en su costado izquierdo. No la había atravesado por completo, y el elfo parecía ser consciente de ello. Los ojos azules, entornados debido al dolor, miraron directamente al rostro de su enemigo mientras este colocaba el pie sobre su torso. Otro grito. Extrajo el metal haciendo fuerza en el cuerpo de Iori hacia abajo y liberó el arma. Y también la sangre, que humedeció con su calor el costado de la humana. Se cubrió con los dedos el tajo con la mente en blanco.
De manera que así terminaba su historia. Aquel era el punto y final. Lo vio tomar posición correcta con el cuerpo, esta vez sería su cabeza lo que golpearía y de un rápido golpe se la cortaría. La humana se encogió un segundo sobre si misma, pero no fue el cuello de Iori el que sufrió herida. Un vampiro se cernió sobre el Lyeyanna desde atrás y clavó con profundidad su reluciente fila de dientes en el hueco de su cuello expuesto.
Lo vio resollar delante de ella, sin poder moverse, mientras su enemigo parecía succionar con fuerza tiñéndose los labios de rojo. La espada se deslizó de sus dedos y la humana la alcanzó sin reflexionar sobre esa acción. Sin ganas de quedarse a contemplar, se arrastró por el suelo con una idea en la mente. Crear distancia con ellos. Le dio la espalda a la escena y se deslizó hacia el único lugar que se le ocurría en ese instante para recuperar un poco de aliento. La zona luminosa que se estrellaba contra la pared a unos metros de distancia de ella. Los vampiros no se acercarían allí, y confiaba en ganar algo de tiempo para ser por lo menos capaz de ponerse de pie.
Apretó los dientes y obligó a su cuerpo a olvidarse del dolor más intenso que nunca antes había experimentado mientras usaba la espada para recuperar la postura. - Dioses, por favor...-
Última edición por Iori Li el Mar Mar 15, 2022 8:15 pm, editado 1 vez
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
La elfa clavó sus ojos en la Reina y se mantuvo inmóvil, sosteniendo el arma con intención de firmeza, pero inevitablemente temblorosa, sintiendo que los corredores de sangre resbalar sobre su piel bajo la ropa se helaban cuando la maldita aludió a su olor. No era la primera vez que se encontraba frente a una de ellos y sin embargo, su mera presencia infundía un temor que ninguna otra de esas criaturas había generado en ella.[1]
—No, la verdad...— confesó —Lo cierto... Lo cierto es que no esperaba encontrarme con nadie— jadeaba, mientras presionaba la herida del costado con la mano que restaba —Pero tampoco pensaba irme de aquí.
Cuando la mujer parecía recorrer cada ínfimo detalle de su piel con la mirada, sus ojos la siguieron con miradas mínimas, que no apartasen la completa atención de la expresión de la vampiresa, como si se sintiera capaz de enfrentarla, de darse la ocasión. Aquel rostro pálido en el que destacaban sus ojos, ligeramente rasgados, de un azul ligero y apagado, sin vida, casi gris se mantenía frente a ella y con sólo eso era capaz de retenerla. No obstante, quizá por orgullo o por la molestia que sintió ante su arrogancia, soltó una ligera risa de suficiencia cuando la Reina mencionó a los ancestros.
—Sí, no sé en qué pueden vernos algo de semejanza.— vaciló, ante la exposición de evidencias, arrepintiéndose desde el momento en que abrió la boca.
Para su alivio, la mujer se limitó a invitarla a continuar por los pasillos junto a ella. Pudo haberse negado, aunque aquello habría terminado rápido y desde luego nada bien para la elfa, pero no lo hizo. O cuando ella le daba la espalda, podía haberse escapado, pero ni siquiera lo intentó. Estaba cansada, dolorida y comenzaba a marearse. Notaba sus piernas temblorosas, más allá del miedo, empezando a flaquear. Su única oportunidad, de haberla, por el momento se reducía a obedecer, por lo que finalmente avanzó tras sus pasos.
—Sígueme.
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Una única palabra que sonó como una orden, llevándola hasta una sala cercana, unos aposentos bien decorados pero no excesivamente, de una manera lujosa, aunque con buen gusto.
—Yo también escuché lo que pedían. Habéis venido a morir, me cuesta comprenderlo.— si bien su voz casi podía parecer sincera, el tono de burla y diversión no acababa por desaparecer —Puedes intentar curarte, que estés en plenas facultades no hará la menor diferencia. Morirás si lo deseo, cuando lo desee.— ofreció sin mirarla.
—En ese caso...— titubeó, mientras se acercaba despacio y cojeando hacia un asiento —...para qué hacer el esfuerzo.— concluyó, dejándose caer y descargando la tensión que mantenía el dolor a raya. Cuando la elfa se sentó, la vampiresa comenzó a pasear muy lentamente de un lado a otro. —¿Y qué hago viva entonces?— preguntó confusa, sin apartar la mirada de su vaivén.
—Entretenerme, por supuesto. Durarás más que ellos, pese a los sectarios que tan temerariamente han roto mis puertas. Colgaré sus cabezas de aquí hasta que alcancen, a intervalos regulares.— sonrió con dulzura —Cuéntame de vuestro viaje, por qué habéis tenido la tremenda osadía de creer que podríais saliros con la vuestra. ¿Qué esperáis conseguir, niña?
—¿Por qué?— casi rió por puro agotamiento —Por qué...— repitió resignada. —Veréis… Soñé que un amigo necesitaba mi ayuda y simplemente, fui. Cuando la ayuda pasó a ser cuestión de supervivencia…— Guardó silencio un instante. Ni sabía lo que decía. Le costaba respirar, cómo esperaba pensar con claridad. Ella quería hablar, bien, pues hablarían. —No. ¿Sabéis? Olvidadlo. No puedo hablar por ellos pero no estoy aquí por nada de eso. Bueno, la primera parte es verdad, pero...— suspiró, comenzaba a acelerarse.
—¿No puedes?— repitió, como queriendo contener la risa. La mujer se acercó de una manera manifiestamente peligrosa. —¿Recuerdas dónde te encuentras? Si tu historia es corta, me aburrirás demasiado pronto y eso llevaría a contrariarme, de modo que debería hacer que tus últimas horas me fueran interesantes.
Entre el temor y la inquietud por mantenerse consciente, como poco, se abría camino una sensación semejante a la que producían los sueros de la verdad. Era inexplicable, porque en ningún momento había perdido el control sobre sí, podía escoger qué decir, mentir o no hacerlo, y sin embargo la voz y las palabras de la Reina resultaban lo bastante convincentes para intentarlo siquiera.
—Esto es lo más cerca que he estado nunca de saber de dónde vengo.
—Que enternecedor... ¿Aún queda gente así, de veras?— se carcajeó con evidente gusto.
—No creo que penséis que puedo ser capaz de mentir ahora. Puedo suponer por qué lo hacen, pero dudo que tenga que ver con mis motivos.— se echó hacia atrás en el respaldo, a pesar de la barrera que suponía. No serviría de nada, pero no pudo hacer nada por evitarlo. No obstante, mantuvo la mirada clavada en la Reina.
—Ignorar la estupidez es algo que termina por dar la madurez. Comprendo que eres muy joven para la cuenta de tu raza...— dejó caer —Escapásteis de Nemonet y habéis asaltado la casa de Guenros, para nada. Aquellos a quienes llamáis dioses en Sandorai tienen un retorcido sentido del humor.
—¿Qué edad teníais vos cuando dejasteis de sumar años como mi raza?— replicó, torciendo el gesto cuando hizo alusión a su edad, desafiante, mientras recuperaba la postura sobre el asiento. Aquello tampoco pudo evitarlo, aunque habría deseado hacerlo.
—No te falta valentía, tal vez por eso has acabado de ésta manera.— opinó sin demasiado convencimiento —Y no me importa responderte. No había cumplido cuarenta.— la miró de frente —Ha pasado más de un siglo desde esa fortuna.
—Aún no ha terminado, supongo. ¿O sí?
—Sí— sonrió enseñando los dientes de más —Sé que Caudior os pidió nuestra reliquia familiar. Una necedad. No tengo la menor intención de hacer un favor a espíritus élficos perdidos.— puso las manos sobre los lados de la silla en la que Aylizz se sentaba —Odio a los tuyos— recalcó —más que a cualquier especie que camine sobre el continente. Pereceréis u os convertiréis aquí.
Ella se hizo pequeña por un instante, incluso bajó la mirada cuando se le acercó, para tras un momento volver a levantarla lentamente.
—No… No te preocupa… Que todo esto… ¿Te persiga hasta la eternidad? Francamente, me hastía sólo pensarlo.
—Convertirme fue un regalo, precisamente para gozar de un largo tiempo, vengarme con la calma debida. Esperaba que los Jinetes Oscuros destruyeran Sandorai, pero no, volvisteis a tener fortuna. Debo contentarme con jugar con elfos uno a uno, si tan generosamente caen en mis manos. Y dejar a esos antepasados encerrados para siempre me colma de felicidad.
La elfa guardó silencio de nuevo, cada vez que hablaba notaba cómo el aliento le faltaba y por dentro se revolvía entre ser cauta o asumir que llegado aquel punto, nada importaba.
—Y entonces... Qué... Queréis saber. Mi vida ha sido corta y cada vez tengo menos tiempo...— señaló las heridas con la mirada.
—Cúrate.— ordenó de mala gana —Tu sangre cada vez huele mejor y no tardaré en no poder contenerme. Quiero saber cómo llegasteis a ese templo isleño, cómo pudísteis escapar de los Lyeyanna. La habilidad me resulta interesante.
Escuchó sus palabras hasta que la orden llegó directa. No dudó en hacer lo que dictaba. Aún temblorosa, dejó su arma apoyada a un lado de la silla y comenzó a curarse.[2]
—Cada uno llegó a la isla a su manera, pero no creo que eso te importe. ¿O sí? Una vez allí sólo sé que a mí me guió una busca tesoros, humana, creo. No está aquí. De la nada, nos encontramos con la humana que sí lucha por su vida mientras hablamos.— levantó las manos un momento —De verdad, no tengo la más remota idea de cómo apareció allí. Tampoco el elfo peliblanco.— volvió a la curación —Todos soñamos con el moreno, del que tampoco tengo idea de cómo llegó allí. O cuándo, porque cuando por fin encontramos el maldito templo él parecía llevarnos amplia ventaja. Y entonces, aparecieron los espectros.
Si se lo hubieran dicho, no hubiera creído que recapitular en voz alta lo acontecido hasta ese momento le daría una fina perspectiva de la situación. Con independencia de los motivos de cada quién, tanto la Reina como ella se encontraban en el punto de mira de los sectarios y siendo sincera, la elfa no quería perecer allí. Ellos sólo necesitaban la reliquia, un baño de sangre se había dado por hecho, aunque si de ella hubiese dependido se habrían barajado otras fórmulas.
—Como veis, no tengo demasiada información. ¿Comprendéis por qué quiero llegar hasta el final? Aunque mi interés por vuestra vida o razones es inexistente... Pero no creo que estéis dispuesta a llegar a un término que nos beneficie a las dos.
—Me temo que no— respondió con calidez, sonriendo, antes de apartar la mirada, aguzando el oído —Vete pensando a qué partes de tí misma tienes más cariño. Irvial y Aredis acabarán pronto su tarea, y jugaremos.
—Si nos odiais... Si desterrasteis vuestras raíces... ¿Por qué guardáis la reliquia?— comprendiendo el ultimátum, dejó de andarse con rodeos, aunque su voz temblorosa casi sonó curiosa.
Entonces, los ojos de la vampiresa casi centellearon de puro odio, cambiando la máscara anterior de dulzura. Comprendió entonces que había mordido en hueso y en su último momento de lucidez, se dio por muerta.
—Si vivieras más, podría aconsejar a los huesos que hoy dejarás aquí que nunca olvides una afrenta. La venganza no sólo es placentera, es necesaria para dejar a la posteridad el lugar de cada uno. Yo perdí demasiado, por los errores de los líderes elfos, y por deseo de esos... dioses. No merecen nada de mí, salvo sufrir lo que yo decida.
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[1] Habilidad racial: presencia vampírica.
[2] Habilidad racial: imposición de manos. *Sus usos se han recargado durante la noche al descansar, gracias a las ropas arcanas (Cuando puedes descansar y rellenar energías, por al menos 30 minutos, recuperas un uso de una habilidad mágica de nivel igual o menor a 2, una vez al día)[/size]
Aylizz Wendell
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Se observaron por un instante, sin moverse, y Tarek pudo percibir la ausencia de vida en el cuerpo ante él. Como Aylizz había afirmado días atrás, aunque en aquel momento aquello parecía haber sucedido hacía semanas, la criatura ante él inspiraba un terror primigenio difícil de superar. La ausencia de movimientos involuntarios que demostraran la existencia de vida en ella, una vida que palpitaba sin descanso en el mundo del que procedía el elfo, sería algo que difícilmente podría olvidar. Inconscientemente, tragó saliva, al tiempo que afianzaba el agarre de sus armas. La criatura ante él sonrió.
Un segundo vampiro apareció a su espalda, dispuesto a atacar, pero ella le detuvo con un simple gesto de la mano, sin apartar la mirada del elfo.
- Ocúpate del otro –ordenó con voz calmada, refiriéndose claramente al Lyeyanna que seguía intentando forzar las tablas de la ventana.
Con paso ágil y despreocupado, la mujer ante el comenzó a avanzar, trazando una circunferencia cada vez más cerrada entorno a Tarek, acorralando a su presa.
- No tenemos porqué luchar, nosotros solo… -la macabra sonrisa de la mujer y el leve “shhh” que abandonó sus labios fueron suficientes para hacer callar al elfo. No tenía sentido razonar con aquella criatura. Fuese cual fuese su razón para estar allí, en aquel momento se había convertido en su presa y ella no cejaría hasta matarlo. Su única salvación era la luz, aquel mísero rayo de sol que asomaba por la ventana que había descubierto. Él lo sabía… y ella también, puesto que no había dejado de bloquear su acceso a aquel lugar, mientras lo cercaba.
Un grito lastimero, lo hizo perder la concentración, al tiempo que dirigía la cabeza hacia su izquierda. El incauto Lyeyanna que había seguido sus pasos en el otro extremo de la sala, había caído bajo el impacto del segundo vampiro. Cuando devolvió la vista a su propio problema, la mujer se encontraba frente a él. Tarek no pudo evitar el escalofrío que recorrió su espalda, al tiempo un frío sudor se instalaba sobre su piel.
- Es una pena que tengamos que acabar tan rápido… aunque si me diviertes lo suficiente… quizás le pida a la reina que me deje jugar un poco más, antes de matarte. -Tarek abrió la mano izquierda.
El sonido del peso al golpear y rebotar después en el suelo opacó el siseo de dolor de la vampiresa, que se despistó lo suficiente como para que el elfo la sobrepasase y se lanzase a la carrera hacia la ventana. Aunque su intento fue inútil, pues un par de pasos más adelante, alguien lo agarró de una pierna y acabó de bruces contra el suelo. Segundos más tarde tenía a vampiresa de nuevo sobre él. Por su mirada, estaba claro que había cambiado de idea respecto a lo de dejarlo sobrevivir, aunque fuese unos minutos más.
Con saña, apretó el punto exacto del abdomen donde, apenas unas horas antes, había estado alojada la flecha de la guardia de Genros. No pudo evitar gritar de dolor. No iba a dejarlo vivir, pero tampoco iba a apresurarse en acabar con aquello. Con la mirada nublada por el dolor, la vio alzar la mano derecha con clara trayectoria hacia su cara. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, giró el pomo de la kusari-gama, para posteriormente alzarla contra la cabeza de su oponente. El pequeño filo alojado en el reverso del arma entró en contacto con la cabeza de la mujer, que abandonó su posición sobre el elfo que, nuevamente, intentó acortar los pasos que lo separaban de la luz. Un nuevo tirón lo hizo caer al suelo, pero avanzando el siguiente paso de su enemiga, golpeó con la pierna libre el punto en el que se encontraba la cabeza de ella. El agarre sobre su otra extremidad desapareció, permitiéndole recorrer, casi a rastras, el trecho que lo separaba del rayo de luz emitido por la ventana.
A salvo de la oscuridad que, habitualmente, era su mejor aliada, no pudo evitar estremecerse por la mirada que de rencor de la vampiresa. Cuya furia acabó dirigida hacia un segundo Lyeyanna que, consciente de la ventaja que daba la luz a los elfos, había subido para sustituir a su camarada caído. Tarek apartó la vista del grotesco espectáculo ante él. La situación no podía ser peor. Por el sonido que llegaba desde la planta baja, parecía que los vampiros habían tomado la delantera en la batalla, él se encontraba atrapado en un halo de luz que, poco a poco, desaparecería, pues todo día conducía hacia una noche, y estaba seguro de que aquella criatura haría todo lo posible para cazarlo en cuanto eso sucediese.
Notó un palpitante escozor en la cara. La mujer debía haberlo arañado en alguno de sus forcejeos, convirtiéndolo en un faro en medio de la penumbra, al que siempre podría encontrar. Maldijo en su lengua materna de todas las formas que recordaba. Debía hacer algo, pero no sabía el qué. Tenía claro que en aquel momento el resto del grupo luchaba por su vida, mientras él permanecía sentado en la efímera seguridad que le proporcionaba la luz, con aquella criatura observando en la distancia.
- Piensa… -se susurró a si mismo, en un intento de mantener la calma. Miró una vez más los fieros ojos que lo observaban en la distancia- Espero que esto no sea tu condena… -se levantó y avanzó hasta la ventana, sin atreverse a mirar lo que sucedía en la planta baja. Esperaba que Nousis pudiese arreglárselas.
Solo tenía una salida y se encontraba ante él. Con el pomo del arma, rompió la cristalera de la ventana y se encaramó a la misma, constatando que podía descender con seguridad las dos plantas que lo separaban del suelo. Había visto a Aylizz escabullirse por un túnel de la planta baja. Intentaría localizarla, accediendo por alguna otra ventana y, si aquello no era posible, volvería a entrar en el recinto por la puerta principal. Solo la luz podía poner espacio entre él y aquella criatura que, con suerte, encontraría un objetivo con el que divertirse en su ausencia. Permanecer sentado esperando a su muerte no era una opción. Girándose de nuevo, amagó una reverencia hacia la vampiresa, antes de proceder al descenso.
Un segundo vampiro apareció a su espalda, dispuesto a atacar, pero ella le detuvo con un simple gesto de la mano, sin apartar la mirada del elfo.
- Ocúpate del otro –ordenó con voz calmada, refiriéndose claramente al Lyeyanna que seguía intentando forzar las tablas de la ventana.
Con paso ágil y despreocupado, la mujer ante el comenzó a avanzar, trazando una circunferencia cada vez más cerrada entorno a Tarek, acorralando a su presa.
- No tenemos porqué luchar, nosotros solo… -la macabra sonrisa de la mujer y el leve “shhh” que abandonó sus labios fueron suficientes para hacer callar al elfo. No tenía sentido razonar con aquella criatura. Fuese cual fuese su razón para estar allí, en aquel momento se había convertido en su presa y ella no cejaría hasta matarlo. Su única salvación era la luz, aquel mísero rayo de sol que asomaba por la ventana que había descubierto. Él lo sabía… y ella también, puesto que no había dejado de bloquear su acceso a aquel lugar, mientras lo cercaba.
Un grito lastimero, lo hizo perder la concentración, al tiempo que dirigía la cabeza hacia su izquierda. El incauto Lyeyanna que había seguido sus pasos en el otro extremo de la sala, había caído bajo el impacto del segundo vampiro. Cuando devolvió la vista a su propio problema, la mujer se encontraba frente a él. Tarek no pudo evitar el escalofrío que recorrió su espalda, al tiempo un frío sudor se instalaba sobre su piel.
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- Es una pena que tengamos que acabar tan rápido… aunque si me diviertes lo suficiente… quizás le pida a la reina que me deje jugar un poco más, antes de matarte. -Tarek abrió la mano izquierda.
El sonido del peso al golpear y rebotar después en el suelo opacó el siseo de dolor de la vampiresa, que se despistó lo suficiente como para que el elfo la sobrepasase y se lanzase a la carrera hacia la ventana. Aunque su intento fue inútil, pues un par de pasos más adelante, alguien lo agarró de una pierna y acabó de bruces contra el suelo. Segundos más tarde tenía a vampiresa de nuevo sobre él. Por su mirada, estaba claro que había cambiado de idea respecto a lo de dejarlo sobrevivir, aunque fuese unos minutos más.
Con saña, apretó el punto exacto del abdomen donde, apenas unas horas antes, había estado alojada la flecha de la guardia de Genros. No pudo evitar gritar de dolor. No iba a dejarlo vivir, pero tampoco iba a apresurarse en acabar con aquello. Con la mirada nublada por el dolor, la vio alzar la mano derecha con clara trayectoria hacia su cara. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, giró el pomo de la kusari-gama, para posteriormente alzarla contra la cabeza de su oponente. El pequeño filo alojado en el reverso del arma entró en contacto con la cabeza de la mujer, que abandonó su posición sobre el elfo que, nuevamente, intentó acortar los pasos que lo separaban de la luz. Un nuevo tirón lo hizo caer al suelo, pero avanzando el siguiente paso de su enemiga, golpeó con la pierna libre el punto en el que se encontraba la cabeza de ella. El agarre sobre su otra extremidad desapareció, permitiéndole recorrer, casi a rastras, el trecho que lo separaba del rayo de luz emitido por la ventana.
A salvo de la oscuridad que, habitualmente, era su mejor aliada, no pudo evitar estremecerse por la mirada que de rencor de la vampiresa. Cuya furia acabó dirigida hacia un segundo Lyeyanna que, consciente de la ventaja que daba la luz a los elfos, había subido para sustituir a su camarada caído. Tarek apartó la vista del grotesco espectáculo ante él. La situación no podía ser peor. Por el sonido que llegaba desde la planta baja, parecía que los vampiros habían tomado la delantera en la batalla, él se encontraba atrapado en un halo de luz que, poco a poco, desaparecería, pues todo día conducía hacia una noche, y estaba seguro de que aquella criatura haría todo lo posible para cazarlo en cuanto eso sucediese.
Notó un palpitante escozor en la cara. La mujer debía haberlo arañado en alguno de sus forcejeos, convirtiéndolo en un faro en medio de la penumbra, al que siempre podría encontrar. Maldijo en su lengua materna de todas las formas que recordaba. Debía hacer algo, pero no sabía el qué. Tenía claro que en aquel momento el resto del grupo luchaba por su vida, mientras él permanecía sentado en la efímera seguridad que le proporcionaba la luz, con aquella criatura observando en la distancia.
- Piensa… -se susurró a si mismo, en un intento de mantener la calma. Miró una vez más los fieros ojos que lo observaban en la distancia- Espero que esto no sea tu condena… -se levantó y avanzó hasta la ventana, sin atreverse a mirar lo que sucedía en la planta baja. Esperaba que Nousis pudiese arreglárselas.
Solo tenía una salida y se encontraba ante él. Con el pomo del arma, rompió la cristalera de la ventana y se encaramó a la misma, constatando que podía descender con seguridad las dos plantas que lo separaban del suelo. Había visto a Aylizz escabullirse por un túnel de la planta baja. Intentaría localizarla, accediendo por alguna otra ventana y, si aquello no era posible, volvería a entrar en el recinto por la puerta principal. Solo la luz podía poner espacio entre él y aquella criatura que, con suerte, encontraría un objetivo con el que divertirse en su ausencia. Permanecer sentado esperando a su muerte no era una opción. Girándose de nuevo, amagó una reverencia hacia la vampiresa, antes de proceder al descenso.
Última edición por Tarek Inglorien el Jue Abr 14, 2022 8:57 pm, editado 2 veces
Tarek Inglorien
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Vida o muerte se decidían allí en cuestión de segundos, y los tres compañeros lucían una mezcla de sangre y sudor, sólo diferenciados en los semblantes que cada cual había adoptado en los lances en los que se jugaban no volver a respirar.
En la humana, miedo y desafío dominaban su esforzado rostro. Había luchado con bravura, hiriendo a Aredis, la cual ahora buscaba destrozar la garganta a Nousis. La sangre a duras penas era contenida mientras la muchacha se veía ninguneada por los contendientes de uno y otro bando, excesivamente ocupados en aniquilar a los adversarios. El festival de dolor continuaba inexorable.
En el Inglorien, prevaleció el alivio a la desesperación tras el ataque de Irvial. Anar había tenido a bien recoger al hijo de Sandorai entre sus rayos y el mundo de pronto cambió a sus ojos. La batalla desarrollada en el interior del castillo carecía de eco en el exterior, donde sólo el sonido de las armas y los gritos anunciaba que la carnicería no tenía visos de terminar.
El baile de Nou y Aredis Faeren continuaba frenético1 , sin que ninguno de ellos perdiese una sonrisa tercamente siniestra. La espada del elfo no había conseguido más que una herida superficial en la vampiresa, y la gran fuerza que su raza otorgaba a ésta, aún no había alcanzado a impactar en su enemigo. Ambos intercambiaron una mirada cuya complicidad se tornó profunda como siglos. El idioma de la muerte.
-Estás a tiempo, elfo. Puedes pasar a nuestro bando. Nuestra señora te recibiría con los brazos abiertos. Te sigue un ansia torrencial de violencia que querría a mi lado- su ojo destrozado por Iori había eliminado la simetría de una somera belleza, desdibujada por el sadismo que goteaba desde su mirada hasta la punta de sus dedos. La sonrisa de Nousis se amplió, mostrando sus propios dientes antes de pasar de nuevo al ataque, girando ambos en una vorágine de estocadas, hasta que el espadachín pudo contemplar a la humana, pálida y herida, a un lado del caos desatado en el gran vestíbulo del castillo.
“¡Por los dioses, déjala”- rugió su parte más oscura, la misma que sólo buscaba desmembrar a Aredis hasta dejarla irreconocible y clavas en lanzas sus pedazos en los portones de la fortaleza- “¡Recuerda sus desprecios, una simple niñata humana semejante a miles que malviven en las calles de cualquier ciudad desde Wulwulfar a Lunargenta!” “Mata, destripa, asesina, su llama se apagaría pronto de una u otra forma. ¡lucha!”
Pero la jaula de ese monstruo no cedió a tales embestidas. El peso de las obligaciones que él mismo se forzaba a asumir prevalecieron una vez más, y esquivando un nuevo ataque de su oponente, corrió entre cadáveres y refriegas inmisericordes, hasta alcanzar el lugar donde Iori reposaba. Con la mano apoyada en el primer lugar que pudo, antes de colocar la rodilla en el suelo, echó un vistazo alrededor, a fin de evitar un golpe que aprovechase que se disponía a bajar la guardia un momento. Notó la calidez del líquido vital de la humana y la contempló con una seriedad poco frecuente incluso en Nou. No podía perder a ninguno de quienes habían acudido a él, pensasen lo que pensasen sobre sus actos a tenor de su comportamiento.
-No vas a morir- le aseguró sin inmutarse. Carecía de la gracia y la habilidad de Aylizz para aquello, pero no tenía ningún otro remedio. Por escaso que fuera su infrautilizado don, debía servir. Tenía que servir. Los dioses le habían llevado a una guerra, habían permitido que fuese maldecido, le habían hurtado hallar todo lo que buscaba y abierto su mente a esos antiguos espíritus. Apretó los dientes. Al menos, se dijo por vez primera, le debían aquello.
Colocó la mano empapada en sangre en la herida de Iori, sin soltar la espada, y asimismo, llevó un dedo a los labios ante la faz de la muchacha. La última estrategia era la suerte, por más que aborreciese tal idea.
Y cuando sintió cómo su mente amenazaba con aullar de dolor, susurró una sola palabra en su lengua natal2 , disipando aquel intento. Punto que el ataque posterior nunca comprendió, esperándolo incapaz de defenderse. La espada élfica atravesó el estómago de Aredis Faeren, gracias a su curvatura. Nousis se levantó con rapidez, tras sacar su arma del cuerpo enemigo, que cayó hacia atrás, y respiró profundamente. Era la segunda vez que le funcionaba aquel truco, y dio las gracias interiormente. Aredis cayó, tosiendo borbotones de sangre, riendo como si se hallase poseída.
Los vampiros enfrascados en sus contiendas no daban crédito a lo sucedido, y los Lyeyanna acometieron con aún mayor fiereza, aprovechando su confusión por la muerte de una de sus líderes. Incluso Irvial, en el piso superior, pareció olvidar a Tarek, cuando sin mostrar sentimiento, sus ojos prometían una venganza inminente, al tiempo que el espadachín dudaba si tratar de salir de allí con Iori, o intentar defenderla en su posición. El peligro de muerte continuaba incólume.
[…]
-¡¡NOOO!!- gritó la Reina del nido, llevándose una mano al pecho. ¡No podía ser cierto! ¡Aquello había ido demasiado lejos! Cualquier leve interés que había albergado por la pequeña elfa murió en ese instante. La prioridad era ahora la criatura que había segado la vida de su hija.
Un vendaval de ira ilimitada arreció hacia el lugar de la batalla. Los mataría a todos y convertiría a la chiquilla en la sustituta de Aredis.
___________________
1. Nivel 0: Sombra milagrosa (Marcial. Activable): en un rápido alarde de movimientos perfectamente estudiados, el elfo esquiva los ataques cuerpo a cuerpo de uno o dos enemigos, consiguiendo luego responder con un golpe.
[1 uso]
2. Nivel 1: Resistencia: (Mágica. Activable) al pronunciar, susurrada o en alta voz, la palabra élfica "Nixie" (escarcha), la defensa a los hechizos mágicos de Nousis mejora significativamente, aumentando al tiempo que el talento "Antimagia". Dos turnos de duración.
[1 uso]
Nousis Indirel
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
Cada vez que respiraba notaba el dolor agudo en su costado, por lo que redujo a intervalos cortos el llenar los pulmones de aire. Apretó los dientes, agradeciendo que ninguna mirada se hubiera dignado a fijarse en su cuerpo agazapado contra la pared en medio del caos. Aunque falló en su recuento. Unos ojos grises sí que se habían dado cuenta, y se abrió paso en medio del combate hasta dónde estaba ella.
La situación le sonó familiar, y mientras Nousis se inclinaba sobre ella con la rodilla en el suelo, recuerdos de otros momentos y otros lugares se movieron inconexos en su mente. La humana fijó en él los ojos mientras el elfo se hacía cargo de la situación de manera desenvuelta. De forma perfecta y controlada. Como le gustaba ser a él. Y cuánto le gustaba a ella romper aquella actitud tan impecable que solía mostrar.
Impecable pero a sus ojos, demasiado llena de directrices y obligaciones. Demasiado peso sobre los hombros de una persona. Apretó más la mandíbula cuando notó como su mano se deslizaba al hueco exacto en el que el corte dejaba salir la sangre de manera abundante. Sabía lo que venía a continuación, y la humana cerró los ojos abandonándose a su cuidado un instante. Escuchó sus palabras entonces como un juramento, y pudo sentir en ella el peso de lo que él consideraba que era su deber. Iba a replicar, pero prefirió centrarse en aquella energía que entraba en ella. Aquella calidez la mecía y la reconfortó, haciendo que el dolor lacerante se atenuase en aquel mismo momento.
Una leve sonrisa se extendió sin poder evitarlo por su boca, de puro alivio, y Iori abrió los ojos para encontrarse con él. La expresión del elfo era tremendamente seria, en contraste con el bienestar que sentía en aquel momento la humana. Un cuerpo se cernió sobre ellos a la espalda del elfo, y la humana se tensó. Apretó con fuerza la mano sobre la empuñadura del arma con la que se había equipado pero Nousis pareció tener una percepción sobrenatural antes de que ella pudiera siquiera avisarlo.
Con un giro ágil y una mano certera, atravesó en un segundo el vientre de la vampira tuerta que había sido su pesadilla particular desde que habían entrado en la fortaleza. La humana se quedó congelada mientras veía como, con una expresión enloquecida caía hacia el suelo en medio de la sangre de su vientre y sus labios. El elfo había sido absurdamente rápido y letal, y en una situación en la que parecía estar lejos de la concentración necesaria para desenvolverse de esa manera.
Observándolo de pie, frente a ella y de espaldas, la humana pensó percibirlo entonces de forma distinta. Muchas veces había tenido la oportunidad de verlo luchar, pero en aquella ocasión, la había dejado sin aliento observar sus habilidades tan de cerca. El corazón le latía con fuerza pero notó entonces que la herida ya no sangraba. Tendría tiempo en otro momento de comprobar su estado pero se alegraba de no seguir perdiendo líquido vital por el momento. Se incorporó sin hacer ruido detrás de él y observó el combate que tenía lugar frente a ellos por encima del hombro de Nousis.
No necesitó pensarlo. Las cosas que merecían la pena en su vida eran aquellas que no razonaba. Se movió por el mismo impulso que la llevaba empujando a él desde que habían compartido labios en la lejana ya celda de Baslodia. Tiró de su ropa con fuerza para girarlo hacia ella. Apenas pudo atisbar un matiz de sorpresa en los iris grises cuando la morena lo besó. Fue urgente. Fue ansioso. Iori quería sentir en aquel momento el calor de los duros labios del elfo. Apretó con rudeza contra él y notó con gozo como, tras la incomprensión inicial, él participaba de aquello.
Apenas unos instantes, con rapidez y anhelo, para separarse lo suficiente y mirarlo a la cara. - Tú tampoco - murmuró en respuesta a lo que él le había prometido. La humana se apartó de él y caminó entonces bordeando la zona de luz con la espada en su mano. La sostenía sin técnica, más para tener algo que interponer en un ataque que como un arma real que pudiera usar. Trató de usar entonces toda su agilidad y sigilo para pasar lo más desapercibida que era posible. Su mirada tenía clara cual era su objetivo. Necesitaba hacerse de nuevo con su bastón. Pero el arma había quedado tirada en el suelo a los pies de la gran escalinata.
Muchos cuerpos se interponían en su camino, pero al menos mientras siguiera a la luz, su interacción se reducía a los elfos que luchaban con fiereza contra todos los que no pertenecían a su grupo. Se agachó para esquivar un espadazo, y en el segundo siguiente se vio obligada a dar un salto hacia delante rodando sobre su espalda para evitar otro encontronazo. Jadeó notando que la herida no estaba del todo curada y se apoyó ligeramente contra el muro, al lado de la puerta de entrada. Tenía que buscar el momento adecuado, ver el hueco perfecto entre todos los que allí se encontraban.
El brillo de una hoja llamó su atención por el rabillo del ojo y la humana alzó su propia arma por pura inercia. El choque de metales arrancó chispas al aire y Iori perdió pie, asombrada por la potencia de la estocada. Un elfo de cabellos rojos la miraba enfebrecido. Con la rapidez de quien tiene la musculatura acostumbrada a ese arma, su enemigo retiró la espada y lanzó otro ataque horizontal en dirección a su garganta. La humana se agachó y la espada golpeó con rudeza contra la piedra de la pared a su espalda. Fue entonces cuando aprovechó su posición para clavar el arma de una forma muy imprecisa en su vientre.
Los brazos del elfo estaban arriba con lo que había dejado su torso completamente expuesto a un contraataque tan ridículo como aquel. Iori sintió como la carne cedía y ante las primeras salpicaduras de sangre detuvo la fuerza con la que presionaba desde el mango. El elfo emitió un gemido y Iori supo que aquello le estaba causando gran daño. Se arrepintió al momento y cerró los ojos, recordando las técnicas aprendidas en su aldea cuando era preciso sacrificar a algún animal para carne. Rápido y certero guarda el secreto de para ocasionar una muerte relativamente indolora. Acabar con todo antes de que el cerebro tenga oportunidad de analizar nada.
Alzó la voz con un leve quejido para acallar los gemidos del elfo sobre su cabeza. Cerró los ojos y afianzando bien los pies en el suelo, se lanzó hacia delante apretando con fuerza la espada. Notó como la hoja se deslizaba con rapidez en el interior del abdomen y percibió con claridad el olor caliente de los intestinos frente a ella. El elfo terminó cayendo de espaldas, llevándosela con ella hacia el suelo. Soltó el mango y se arrastró asqueada, apartándose de él. Los movimientos de los últimos estertores eran visibles en su cuerpo tirado.
Mientras, una horrorizada Iori era consciente de que era la primera vez en su vida que una acción concreta suya se traducía en la muerte de un ser humano.
La situación le sonó familiar, y mientras Nousis se inclinaba sobre ella con la rodilla en el suelo, recuerdos de otros momentos y otros lugares se movieron inconexos en su mente. La humana fijó en él los ojos mientras el elfo se hacía cargo de la situación de manera desenvuelta. De forma perfecta y controlada. Como le gustaba ser a él. Y cuánto le gustaba a ella romper aquella actitud tan impecable que solía mostrar.
Impecable pero a sus ojos, demasiado llena de directrices y obligaciones. Demasiado peso sobre los hombros de una persona. Apretó más la mandíbula cuando notó como su mano se deslizaba al hueco exacto en el que el corte dejaba salir la sangre de manera abundante. Sabía lo que venía a continuación, y la humana cerró los ojos abandonándose a su cuidado un instante. Escuchó sus palabras entonces como un juramento, y pudo sentir en ella el peso de lo que él consideraba que era su deber. Iba a replicar, pero prefirió centrarse en aquella energía que entraba en ella. Aquella calidez la mecía y la reconfortó, haciendo que el dolor lacerante se atenuase en aquel mismo momento.
Una leve sonrisa se extendió sin poder evitarlo por su boca, de puro alivio, y Iori abrió los ojos para encontrarse con él. La expresión del elfo era tremendamente seria, en contraste con el bienestar que sentía en aquel momento la humana. Un cuerpo se cernió sobre ellos a la espalda del elfo, y la humana se tensó. Apretó con fuerza la mano sobre la empuñadura del arma con la que se había equipado pero Nousis pareció tener una percepción sobrenatural antes de que ella pudiera siquiera avisarlo.
Con un giro ágil y una mano certera, atravesó en un segundo el vientre de la vampira tuerta que había sido su pesadilla particular desde que habían entrado en la fortaleza. La humana se quedó congelada mientras veía como, con una expresión enloquecida caía hacia el suelo en medio de la sangre de su vientre y sus labios. El elfo había sido absurdamente rápido y letal, y en una situación en la que parecía estar lejos de la concentración necesaria para desenvolverse de esa manera.
Observándolo de pie, frente a ella y de espaldas, la humana pensó percibirlo entonces de forma distinta. Muchas veces había tenido la oportunidad de verlo luchar, pero en aquella ocasión, la había dejado sin aliento observar sus habilidades tan de cerca. El corazón le latía con fuerza pero notó entonces que la herida ya no sangraba. Tendría tiempo en otro momento de comprobar su estado pero se alegraba de no seguir perdiendo líquido vital por el momento. Se incorporó sin hacer ruido detrás de él y observó el combate que tenía lugar frente a ellos por encima del hombro de Nousis.
No necesitó pensarlo. Las cosas que merecían la pena en su vida eran aquellas que no razonaba. Se movió por el mismo impulso que la llevaba empujando a él desde que habían compartido labios en la lejana ya celda de Baslodia. Tiró de su ropa con fuerza para girarlo hacia ella. Apenas pudo atisbar un matiz de sorpresa en los iris grises cuando la morena lo besó. Fue urgente. Fue ansioso. Iori quería sentir en aquel momento el calor de los duros labios del elfo. Apretó con rudeza contra él y notó con gozo como, tras la incomprensión inicial, él participaba de aquello.
Apenas unos instantes, con rapidez y anhelo, para separarse lo suficiente y mirarlo a la cara. - Tú tampoco - murmuró en respuesta a lo que él le había prometido. La humana se apartó de él y caminó entonces bordeando la zona de luz con la espada en su mano. La sostenía sin técnica, más para tener algo que interponer en un ataque que como un arma real que pudiera usar. Trató de usar entonces toda su agilidad y sigilo para pasar lo más desapercibida que era posible. Su mirada tenía clara cual era su objetivo. Necesitaba hacerse de nuevo con su bastón. Pero el arma había quedado tirada en el suelo a los pies de la gran escalinata.
Muchos cuerpos se interponían en su camino, pero al menos mientras siguiera a la luz, su interacción se reducía a los elfos que luchaban con fiereza contra todos los que no pertenecían a su grupo. Se agachó para esquivar un espadazo, y en el segundo siguiente se vio obligada a dar un salto hacia delante rodando sobre su espalda para evitar otro encontronazo. Jadeó notando que la herida no estaba del todo curada y se apoyó ligeramente contra el muro, al lado de la puerta de entrada. Tenía que buscar el momento adecuado, ver el hueco perfecto entre todos los que allí se encontraban.
El brillo de una hoja llamó su atención por el rabillo del ojo y la humana alzó su propia arma por pura inercia. El choque de metales arrancó chispas al aire y Iori perdió pie, asombrada por la potencia de la estocada. Un elfo de cabellos rojos la miraba enfebrecido. Con la rapidez de quien tiene la musculatura acostumbrada a ese arma, su enemigo retiró la espada y lanzó otro ataque horizontal en dirección a su garganta. La humana se agachó y la espada golpeó con rudeza contra la piedra de la pared a su espalda. Fue entonces cuando aprovechó su posición para clavar el arma de una forma muy imprecisa en su vientre.
Los brazos del elfo estaban arriba con lo que había dejado su torso completamente expuesto a un contraataque tan ridículo como aquel. Iori sintió como la carne cedía y ante las primeras salpicaduras de sangre detuvo la fuerza con la que presionaba desde el mango. El elfo emitió un gemido y Iori supo que aquello le estaba causando gran daño. Se arrepintió al momento y cerró los ojos, recordando las técnicas aprendidas en su aldea cuando era preciso sacrificar a algún animal para carne. Rápido y certero guarda el secreto de para ocasionar una muerte relativamente indolora. Acabar con todo antes de que el cerebro tenga oportunidad de analizar nada.
Alzó la voz con un leve quejido para acallar los gemidos del elfo sobre su cabeza. Cerró los ojos y afianzando bien los pies en el suelo, se lanzó hacia delante apretando con fuerza la espada. Notó como la hoja se deslizaba con rapidez en el interior del abdomen y percibió con claridad el olor caliente de los intestinos frente a ella. El elfo terminó cayendo de espaldas, llevándosela con ella hacia el suelo. Soltó el mango y se arrastró asqueada, apartándose de él. Los movimientos de los últimos estertores eran visibles en su cuerpo tirado.
Mientras, una horrorizada Iori era consciente de que era la primera vez en su vida que una acción concreta suya se traducía en la muerte de un ser humano.
Última edición por Iori Li el Dom Mayo 01, 2022 1:59 pm, editado 1 vez
Iori Li
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
El miembro 'Iori Li' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd
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Aylizz Wendell
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