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Mensaje  Idril Elensar Vie 14 Abr 2017 - 21:55

Una...dos...tres...cuatro...no paraba de contar una y otra vez las gotas de agua. El sonido que hacían al caer a cualquiera le habría parecido relajante de no llevar como, en mi lugar, un tiempo que ya ni recordaba escuchando eso a cada instante. Era una tortura más que un método de relajación, incluso cuando cerraba los ojos y llegaba a conciliar el sueño, si es que lo hacía, era igual de complicado dormir...ya no entendía muy bien lo que estaba pasando y había algo que me perturbaba. Si me paraba a mirar un punto fijo, no lograba distinguirlo bien, ¿estaba perdiendo la vista o llevaba demasiado allí encerrada? También optaba por la opción de que aquella que me tenía cautiva me drogara de alguna forma.
Lo que cubría el techo y las paredes de alrededor no era más que la fría y húmeda piedra, el agua se filtraba por donde podía y ese era un ruido constante , el fluir del agua y su goteo, más los pasos que en ciertos momentos del día se oían, retiraba lo que parecía una especie de entrada y me entregaba un plato con un mendrugo de pan y algo de agua. Los primeros días de encierro me negaba a comer o beber, ahora era algo totalmente distinto, no podía negarme a tal cosa o acabaría desnutrida. Fueron esos primeros días en los que incluso bebí agua de las paredes y, salada y pura del mar como era, poco faltó para que enfermara.
Una parte de mí decía que prefería morir a estar allí encerrada. De pequeña recordaba cómo odiaba estar en sitios oscuros, apagados, rodearme de barrotes y semejantes no era algo agradable incluso ahora que parecía estar en una especie de cueva. Cueva que estaba al lado de la playa, sin duda alguna. Las olas rompiendo contra la orilla y otras rocas eran otro de los sonidos con los que me había familiarizado. Me prometí a mí misma que si salía de allí algún día no volvería a pisar una playa; e igualmente siempre había preferido los lagos.
''Los lagos...", y mi mente volaba lejos de nuevo, intentando buscar ese atisbo de recuerdo que me llevara hasta su imagen, sus ojos, el tacto de su piel, sentir sus labios contra los míos,...siempre que intentaba recordarlo se hacía difícil, sabía que lo añoraba pero no más de lo que mi orgullo de elfa me permitiría admitir en voz alta.

Al no saber cuánto tiempo había pasado, estaba claro que no tenía dudas sobre que cierta persona habría preferido estar con otras compañías antes que la mía. Ya le había fallado una vez, no podía engañarme a mí misma diciéndome que me esperaría, no tenía derecho a pedirlo...mucho menos cuando nadie me conocía. Era más bien como un fantasma, una persona que para mi clan morí o desaparecí y me dieron por fallecida hace mucho tiempo, nadie sería capaz de avisarle, no a él, nadie sabía siquiera lo que me estaba ocurriendo; sólo la persona que me mantenía allí.

Mirando hacia abajo, hacia mi ropa, me di cuenta que por borroso que viera, producto de algún tipo de planta en el agua que aunque sabía que no debía tomar no me quedaba otra que hacerlo, estaba hecha un guiñapo. La tela azul que había servido una vez para salvar a un conejo y almacenar comida como manzanas que recogía de árboles, ahora me servía como una manta improvisada y había tenido que rasgar mi ropa varias veces más para cubrir heridas. Heridas que yo misma me había hecho arañando el hueco por el que pensaba que entraba la mujer, el sitio que creía como una salida al exterior. Nada más lejos de la realidad. Por mucho que hubiera intentado salir de allí, sobretodo en momentos de desesperación, no había logrado absolutamente nada.
La esperanza hacía mucho que se me escapó de las manos y mayoritariamente de la mente. Pocas veces al día pensaba que iba a salir de allí, viva al menos, porque no había recibido ningún tipo de explicación por parte de mi captora. Tal vez pensaba que no la merecía, tal vez tenía algo preparado que aún no estaba listo...suspiré, tomé aire y lentamente me incorporé.
En la cueva no podía ponerme de pie por completo, eso había provocado más ansiedad de la que estaba acostumbrada a lidiar ya que mi pasión sobre todas las cosas era ser libre, poder subir a los árboles y disfrutar de las vistas, fijarme en los detalles de todo, la naturaleza, los colores vivos...sacudí la cabeza, de nuevo estaba divagando, pero allí era complicado no hacerlo; más bien imposible, porque no tenía otra cosa que hacer.

Rato después de ponerme en pie llegó el sonido de pasos. Un pie, otro, y otro, esos zapatos contra la piedra húmeda que dejaban un eco propio de las cuevas, le sería muy difícil salir de allí pasando desapercibida si todo se escuchaba:
-...no...-"Otra vez no",pensé, no tenía ni la menor gana de ver de nuevo a esa mujer que se había convertido en mi único contacto diario con la humanidad.
La susodicha removió algo fuera y en pocos segundos una enorme piedra dejó paso a una luz más fuerte que la que había en la estancia y luego entró. Sus ropas lucían exactamente igual que siempre, lo sabía por los tonos oscuros que usaba, tonos tierra muy apagados, no podía ver su rostro pero había aprendido a distinguir un pelo canoso y largo. Muchas veces tuve la sensación de conocerla pero aún ahora seguía sin saber porqué.
-Hoy decidiré qué debo hacer contigo -Comenzó a hablar y para mi sorpresa aquello me alegró. Era como si el simple hecho de escuchar otra persona dirigirse a mí me hiciera sentir que existía, seguía viva- Tengo que admitir que los elfos tenéis una resistencia innata a los efectos de las plantas...no se comprende que no pases la mayor parte del día tirada en el suelo con las hierbas que te doy -Confirmó mi sospecha que ya de por si era indudable sobre las drogas en el agua que me daba-Aún así, no me sirves para nada, ni dentro ni fuera de esta cueva -Dejó lo mismo que solía dejar a diario en el suelo, un plato con el mendrugo de pan y el agua al lado- Veré si al menos sirves para algún tipo de sacrificio...¿o qué tal si negocio contigo? Creo que las esclavas  elfas son las más caras -Y al momento se fue, sin decir más. Todo el tiempo que había estado allí no medió palabra y eso era lo único que quería dedicarme, desprecio y un asco que no entendía.
Me dejé caer en el suelo otra vez sin importar que mi espalda golpeara la dura piedra, ya poco dolor sentía, estaba acostumbrada al ambiente y al sitio pero...fue entonces cuando recordé. Se me hizo difícil respirar el aire que me rodeaba al ver su rostro perfecto en mi mente, era ella, la bruja, la misma humana que había envenenado a la tribu que ayudé de joven. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo me había encontrado? ¿O tal vez siempre había estado conmigo, en las sombras? Me estremecí, los pensamientos sobre mi pasado y las preguntas sobre el presente dejaron un remolino de caos en mi cabeza que provocaron mi negación total a que aquello siguiera así.
Me negaría en redondo a comer y a beber aunque muriera desnutrida y lucharía sin pensarlo dos veces o sin fuerzas contra la que viniera a sacarme de allí para usarme a su antojo.
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Mensaje  Sarez Sáb 15 Abr 2017 - 12:55

Merrigan ha trabajado mucho en los últimos meses. Hemos estado en muchos eventos y, en todos, ella ha subido a un escenario de madera a tocar el arpa. Hay días en los que pasa más tiempo haciendo música para los demás que hablando conmigo. En los tres días del Bragiväl apenas pude estar con ella  Me he fijado que entre sus dedos hay pequeños callos. Son por las rozaduras de las cuerdas del arpa. No me lo dice, pero sé que le hace daño. No entiendo porque sigue tocando. Cada día, después de desayunar, sigue coge su instrumento y empiezo a hacer sonar las cuerdas. No importa lo cansada que esté ni cuántas horas hubiera estado tocando el día anterior. Todas las mañanas tiene que tocar el arpa (es mi rutina, papá, tengo que hacer todos los días lo mismo). Luego, suele coger un pequeño bote de crema y se pone un poco de ésta entre las manos para curar las rozaduras. La crema y las rozaduras también forman parte de su rutina.

Antes de que Merrigan despierte, preparo nuestras mochilas y los arneses donde yo llevo mi arco y ella su arpa. No voy a dejar que toque el arpa. Ha trabajado mucho. Tenemos muchas monedas con las que podemos comprar mucha comida en el mercado. No nos hace falta más moneras. No quiero que hoy toque más. Se merece un descanso.

La chica despierta y me mira con confusa mientras envuelvo nuestra comida en papel y la meto en la mochila.

-¿Qué estás haciendo?- su cabello pelirrojo parece un ovillo- No he oído levantarte. ¿Tienes que ir algún sitio?-

-Nos iremos los dos-.

Merrigan se despereza sin dejar de ver cada cosa que hago. Le tiene mucho aprecio a su arpa. No le gusta que nadie se la toque. No puede apartar los ojos de ella. La mira con recelo, como si se fuera a romper por haberla cogido.

-¿Me dices dónde vamos o te lo tengo que sacar a pellizcos?-

-La playa. Recuerdo que me dijiste que te gusta ir a la playa. Es tu descanso.- me ato el arnés en la espalda y me pongo en pie- Vamos-.

-No tengas tantas prisas, todavía voy en pijama y no he desayunado.- a media que habla parece más despierta- Además, ¿se puede saber quién te ha dado permiso para tocar el arpa?- hace un fuerte resoplido al mismo tiempo que se deslía, con una mano, la maraña que es su pelo. - Sé que lo haces para bien, pero tienes que entender que me gusta desayunar, lavarme y vestirme antes de salir. ¿Recuerdas lo que te expliqué sobre las rutinas?-

Asiento con la cabeza.

-Lo recuerdas, pero supongo que sigues sin entenderlo-.

De la mochila cojo un bollo de crema rosa, los preferidos de Merrigan, envuelto en papel y se lo lanzo. Ella lo destapa y empieza comerlo mientras me mira de reojo y sonríe tímidamente.

-Nunca has comido bollos en el desayuno y te gustan. Ya no es rutina-.

-Tú ganas papá, pero déjame que me vista primero- refunfuña y se ríe al mismo tiempo.

La última vez que fuimos a la playa fue por el entierro de una chica. No sabía quién era y cuando se lo pregunté a Merrigan ella me contestó con una inclinación de hombros. Tampoco sabía nada. Si fuimos era porque Merrigan tenía que tocar su arpa en compañía de otros músicos. Le dieron monedas por ir a tocar. Cuando todo terminó y la chica muerte fue quemada en la valsa que flotaba en el mar, Merrigan  me dijo que le hubiera gustado quedarse. De pequeña solía ir con su madre a la playa a jugar con la arena y las olas del mar. Ahora que se había hecho mayor, echaba de menos tener a alguien con el que poder jugar a la arena. Sé lo que se siente a no tener esa persona con la que puedes jugar. Merrigan hacia castillos de arena con su madre, yo nadaba con Idril. No quiero que Merrigan eche de menos a una persona tanto como yo echo en falta a Idril. Se merece descansar, dejar de hacerse daño con el arpa y hacer nuevos de castillos de arena.

-Te confundirán con un gaviota con eso ahí.- me dice Merrigan señalando las alas blancas que me aparecieron durante la noche. - No te preocupes, todo el mundo sigue con los disfraces puestos-.

Señala a un grupo de hombres que nos encontramos en el camino de la ciudad. Uno de ellos, en el Bragiväl, estaba disfrazado de conejo y el otro estaba pintando todo de rojo y amarillo. Hoy, el que se disfrazó de conejo tiene orejas largas, cola de algodón y dientes de roedor, el otro hombre está rodeado con un brillo rojo como si fuera fuego. Ver a los dos hombres hablando entre ellos me hace recordar a Idril. Una vez, pequeño conejo blanco le arregló la falda mientras me compraba ropa con la que poder pasear en la ciudad de los humanos. Todavía conservo la ropa. El hombre fuego lo vimos en el bosque. Estaba quemándolo todo. Si no fuera por Idril, todo el bosque hubiera acabado muerto. La recuerdo entre las llamas, con un animal entre las manos, mirándome como nadie me había mirado antes. Ni siquiera la madre de Merrigan me miró como Idril lo hacía en aquellos días.

Tengo la sensación de que Merrigan sabe lo que pienso. Creo que sabe que estoy pensando en Idril. Levanta la vista y me observa con un semblante triste. Si no dice nada es por el mismo motivo por el que yo no le dije nada sobre los callos de sus dedos.

Llegaos a la playa en menos tiempo de lo que esperaba. Merrigan también se extraña que hayamos llegado tan rápido y hace una broma que no soy capaz de entender al decir que le pareció que llegamos volando. No lo entiendo. Las alas de mi espalda son las mismas que llevaba el día del carnaval. Son pequeñas y, aunque las pueda mover y sienta que son de verdad, no puedo volar. El viaje hacia la playa lo hicimos andando no volando. Al ver que no era capaz de comprender el chiste, Merrigan cambió de tema haciendo un gesto con la mano como si estuviera empujando la broma lejos. Me habla de lo mucho que le gusta la playa, la arena y las olas. Dice que este lugar es donde le parecen más vivos. Naranja la arena, gris las rocas y azul el mar. Yo no estoy de acuerdo, en el bosque hay más colores que en el mar. Me contesta que tengo, pero que al haber tantos ella no podía ser capaz de parar a verlos todos.

-Déjame que te enseñe, papá-.

Me coge de la mano y me lleva a lo alto de un risco al borde de la orilla. Nos sentamos entre las piernas. Ella se desata el arpa de la espalda y empieza a tocar (es su rutina).

-Ahora dime, ¿cuántos colores ves?-

-Dos. Cielo y mar.- señalo con el dedo el horizonte donde se mezclan el azul del cielo con el mar.

-No estás mirando bien, fíjate bien-.

A gatas, me acerco más al borde del acantilado. Busco un azul diferente que no sea el del cielo o el del mar. No lo hay. Solo hay esos dos colores y el lugar donde estos se mezclan.

-Justo ahí, mira fijamente ese punto-.

El horizonte es de color blanco. Parece una línea que separa dos mundos. Lo miro fijamente como dice Merrigan. La línea blanca se vuelve negra.  ¿Cómo es posible? Giro la vista a Merrigan durante un segundo. Está sonriendo con los ojos cerrados mientras toca el arpa. Con la cabeza me señala de nuevo el horizonte. Obedezco y sigo mirando la línea que ahora es amarilla y luego pasa a ser verde. ¿Cómo es posible? No entiendo de dónde salen tantos colores. Blanco, negro, amarillo y ahora se queda en verde. No parece volver a cambiar de color. Es verde, como los ojos de Idril.

-Nunca me has hablado de ella- la cabeza de Merrigan se balancea siguiendo el ritmo de la música.

Sabe que estoy pensando en Idril porque empiezo a llorar sin darme cuenta. No me doy cuenta de lo triste que he estado todo este tiempo que he pasado solo hasta este momento. Todos sentimientos que había conseguido callar están saliendo ahora que veo la línea verde del horizonte.

-¿Quieres hablar de ella? ¿Cómo era?-

-Era buena.- al rato de hablar me doy cuenta que esa descripción no es suficiente y continuo. - Me enseñó el amor y me enseñó amar. Si supiera más palabras las diría, pero no las sé. Amor es la única palabra que conozco que la hace justicia y siento que me quedó corto.- Con un palo escribo “AMOR”  en la arena- Es una palabra muy corta-.

-Las palabras cortas son la más valiosas- Merrigan ha abierto los ojos y una lágrima sale de su ojo izquierdo.

Me pongo en pie sin dejar de observar la delgada línea del horizonte que es del mismo color que los ojos de Idril. Dejo mi arco y mi mochila al lado de Merrigan.

-¿Qué vas a hacer?-

-Saltar-.

Idril apareció cuando salté desde la cascada al lago del bosque. Estas rocas son diferentes, es un acantilado diferente. No hay ninguna cascada ni árboles a mí alrededor. Es tonto pensar que Idril aparecerá en el mismo momento que salte igual como lo hizo aquel día. Es tonto pensarlo pero deseo hacerlo.

Uno las palmadas de mis manos, cojo impulso y salto al mar. Al estar todo mojado no se nota que esté llorando.  

Nado hacia un lugar que sé que no existe. Si tengo que encontrarme otra vez con Idril será en el agua. Sé que será nadando. Levanto la cabeza solo para coger grandes bocanadas de aire y me vuelvo a sumergir. Donde quiere que esté Idril, la pienso encontrar. Cueste lo que me cueste. La encontraré. Y lo haré nadando. Sé que lo haré.

Merrigan sigue sentada en el acantilado tocando su arpa. Sonríe. Ha vuelto a cerrar los ojos y su cabeza señala un lugar bajo el acantilado. Es un agujero por el que solo se puede entrar nadando. ¿Una cueva? Mi lugar especial, el lugar donde lleve a Idril a ver las luces era una cueva. Voy hacia allí. Quiero ver las luces. Quiero ver a Idril y, si tiene que estar en algún lado, tiene que estar allí.


Offrol: En el carnaval Sarez se puso unas alas la espalda como si fuera cupido. Master Sigel nos bendijo maldijo haciendo que nuestro disfraz fuera real en el próximo tema que abriésemos. Por eso Sarez tiene alas en este tema.


Última edición por Sarez el Dom 16 Abr 2017 - 11:59, editado 1 vez
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Mensaje  Idril Elensar Sáb 15 Abr 2017 - 16:45

Cerré los ojos con fuerza, los puños también, sentí cómo las heridas que tenía en las manos volvían a abrirse y suspiré, pare al instante. El dolor formaba parte de la rutina pero no quería volver a sentirlo, era un escozor muy incómodo. Los dos trozos de tela que tenía en las manos volvieron a teñirse de rojo y rompí otra parte de mi falda para renovarlos, ya no sabía cuántas veces había tenido que hacerlo.

De repente noté cómo empezaba a temblar, de nuevo los nervios se apoderaban de mí y me era imposible controlarlo. La ansiedad era incontrolable, era algo muy incómodo, me levanté del suelo húmedo y comencé a golpear las paredes con las manos, por muy dolorida que estuviese me daba igual, quería salir de allí, necesitaba salir de allí:
-¡Sácame de aquí, por favor! ¡Sácame de aquí! -Grité una y otra vez durante un rato, obviamente nadie me escuchaba. Ni siquiera creía posible que la bruja se apiadara de mí y me sacara de allí, aunque fuese para matarme. Que perdiera los nervios formaba parte de su tortura hacia mi persona y especie y después de dejarme la "comida" allí no volvía hasta el día siguiente.

Miré de reojo el plato con el pan y el agua con las hierbas que me dejaban la vista borrosa y, furiosa, lo cogí y arrojé contra la pared haciendo un ruido que llenó todo el lugar y rompiendo en mil pedazos el plato de barro.
-No quiero seguir aquí...no quiero...no puedo -Tomé uno de los trozos del plato roto y lo coloqué sobre una de mis muñecas, la izquierda, en la que no tenía el brazal protector que ya no me servía de nada. Tal vez era esa la única solución, el dejar esta vida y pasar a la siguiente.
De pequeña siempre me dijeron que los que se iban vivían en un lugar mejor y eran cuidados por nuestros antepasados, antepasados como custodios y animales sagrados que nos habían ayudado a muchos de nosotros durante siglos. Suspiré, tomé aire y lentamente moví el trozo de barro afilado de izquierda a derecha por encima de mis venas. Nada, no conseguí nada, no estaba ejerciendo la fuerza suficiente, no tenía el valor.
De hecho, mientras me encontraba en aquella situación, dejé de oír cualquier ruido a mi alrededor y cerré los ojos víctima de la impotencia. Mi mente vagó libre de nuevo por mis recuerdos. Sonrisas, lágrimas, todo a la vez se arremolinó y de nuevo me sentía derrotada, deprimida, no tenía fuerzas para nada. Ni siquiera podía usar mis ojos para intentar salir de allí pues el efecto de las hierbas se estaba disipando pero seguía sin poder fijar la vista.
-...no puedo seguir aquí... -Quise relajarme, dejar que la ansiedad se fuera, pero era algo muy complicado.
Mi mente me jugó una mala pasada y escuché algo acercándose por el agua a la cueva pero no, no podía ser así, sería algún animal o un tipo de pez que pasaba por allí. Ni siquiera la bruja en todo aquel tiempo había vuelto para verme una segunda vez en el mismo día. O tal vez si, tal vez era el momento que había esperado para matarme o hacer lo que quisiera conmigo.
"...no permitiré que eso pase", me dije a mí misma y el mismo trozo de barro que tenía lo deslicé de nuevo provocando esta vez que la sangre brotara de mi muñeca. Prefería que mi cuerpo permaneciera allí encerrado durante toda la eternidad a que esa mujer me usara para cualquier cosa que pretendiera.

En unos pocos minutos desconecté de la realidad. Aunque ya alguna vez había estado en ese punto, en esa fina línea entre la vida y la muerte, esta vez era completamente distinta. Lo primero que vi al cerrar los ojos y dejar mi cuerpo caer fue el rostro de mi madre: era yo misma, me parecía a ella de forma perturbadora...hasta que entendí que más tarde también me estaba viendo a mí como una vez fui, esbozaba una sonrisa y parecía feliz, lucía mis cicatrices con orgullo...y otro rostro más apareció a mi lado, Sarez, siempre él, no podía ser otra persona. Una sola imagen se apoderó de mí, nuestras manos juntas, una señal de unión y luego como si se tratara como de una especie de recordatorio pasaron imágenes rápidas de trozos de recuerdos junto a él. Un lago, animales, un arco robado, una cueva llena de luces preciosas...y la oscuridad.

Cuando volvió la luz fue en forma de sueño, me encontraba en un bosque, sabía que era mi bosque natal. De lejos vi a una halla, uno de los ciervos blancos, preciosos y sagrados que salvé una vez de joven. El animal me hacía señales con la cabeza para que le siguiera y supe al instante que algo ocurría, no dudé en seguirlo y por más que quería no podía alcanzarle; era imposible. Llegó un punto en el que noté cómo el suelo comenzaba a hundirse y las hojas del bosque se convirtieron en un pozo que me absorbieron y llevaron a la nada. Me sentía en el vacío y era incapaz de moverme, pensar ni hacer nada. Sólo estaba ahí, sola en la oscuridad, sola, como había decidido estar durante el resto de mi vida élfica.
Pero no, la parte lógica de mi mente sabía que estaba en un sueño y quería volver a mi yo corpóreo. Eso me resultaba aún si cabía más imposible...yo...me estaba muriendo, si no estaba muerta ya, mi cuerpo estaba tirado en una cueva donde jamás nadie lo encontraría ni jamás nadie sabría quién había sido Idril Elensar. Una forma muy oscura y poco honrada de acabar con la vida de una elfa.
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Mensaje  Sarez Lun 17 Abr 2017 - 6:02

A pesar de que hace frío, me quito la camisa y la echo un lado. Caminar con la ropa mojada es incómodo. Puedo soportar tener los pantalones mojados. La camiseta no. Se me pega en la ropa y me molesta. Debí haberme quitado la ropa antes de saltar. Cuando conocí a Idril estaba desnudo y no me importaba estarlo. Me preguntó que hubiera dicho Merrigan si me hubiera quitado la ropa delante de ella. Creo que diría que no le importaba verme desnudo, pero apartaría la vista a un lado. Diría una mentira pequeña. Mentira piadosa, las llamaba ella.

El interior de la cueva es húmedo y oscuro. Por las paredes caen gotas de agua como si fueran lágrimas.  No hay ninguna luz que me pueda guiar hacia ningún lugar. La forma que tengo de guiarme es poniendo una mano en la mohosa y llorosa pared. No sé por dónde estoy caminando. No me importa. Solo quiero caminar. Si es para escapar de los recuerdos que tengo con Idril o para encontrarlos de nuevo es algo que ignoro. En cierto sentido, creo que son para las dos cosas. Quiero dejar de llorar y abandonar la pena que por tanto tiempo he intentado adormecer. Y lo conseguí, por unos meses al menos. Después, los malos pensamientos volvían a mi mente. ¿Por qué me había dejado? Era feliz con ella. Me iba a enseñar todas esas palabras que no conozco. Me enseñó qué era el amor. Podría enseñarme otras cosas. Me prometió que me lo enseñaría. ¿Por qué se fue? Esos pensamientos son recurrentes como también lo son los que me dicen que le ha pasado algo. A veces me he imaginado a Idril llorando en un lugar tan oscuro como la cueva por donde camino. La diferencia entre la cueva y el lugar donde me imagino que ella llora es que las lágrimas de las paredes no  vienen de la humedad del mar sino de los ojos verdes de Idril. En mi imaginación, las paredes lloran porque ella llora.

¿Estoy yendo hacia el lugar correcto? Siento que sí. Quiero que pensar que al otro lado de la cueva hay algo. No sé describirlo. Es como si, en mi cabeza, una voz estuviera pidiendo ayuda. La he estado escuchando desde que me subí al acantilado con Merrigan. Se hizo más fuerte en el momento que la línea del horizonte cambió de color del amarillo al verde (los ojos de Idril). Puedo escucharlo, sé que puedo escucharlo.  Ahora la voz es real. Todavía está demasiado lejos y no puedo escucharla con nitidez. La escucho y acelero el paso. La voz no está solo en mi cabeza, también más allá de la cueva. Es ese algo que me dice que tengo que seguir. Puedo sentirlo.

Un charco en el suelo me hace resbalar. Me agarro a las piedras de la pared para no caerme de bruces contra el suelo. Correr por aquí es peligroso. Pero, necesito correr. Debo de darme prisa. Tengo que sacarla de allí. Eso es lo que dice la voz. Por fin puedo oírla. Es una voz de mujer y dice que la saque. Pide ayuda. Parece débil y asustada. No puedo detenerme por haberme resbalado en un charco. Suelto las piedras de la pared y vuelvo a correr como antes. No puedo perder más tiempo. Esto ya no es un sueño. Es real. No es como la línea del horizonte que cambia de color. Puedo escuchar la voz y sé que es real.

Me vuelvo a resbalar, pero, esta vez, no necesito nada para sujetarme. Aguanto el equilibrio y sigo corriendo. Debo tener más cuidado. Si me caigo, no conseguiré llegar al lugar donde suena la voz (es una mujer, es Idril). Tengo que darme prisa. No puedo perder más tiempo.

Siento que mis ojos se acostumbran a la oscuridad  de la cueva. No es mucho lo que puedo ver: Solo siluetas y sombras fijas entre los lados de la cueva. Al otro lado de la pared que toco para guiarme, veo la silueta, una enorme masa negra y alargada, de la otra pared. En el techo están las estalactitas. No puedo distinguir que forma tienen, pero sí dónde se encuentran. Esto me ayuda a saber por qué lugares es más fácil correr. Darme con una de esas enorme rocas puntiagudas en la cabeza es peor que resbalarme en un charco. Debo de estar concentrado. Cualquier error que cometa puede ser el fin. Si no es que el “fin” ya ha llegado. La voz (es Idril, quiero pensar que es ella) ha dejado de llamar. Me imagino lo peor, lo que no tiene que pasar. Aprieto mis puños y corro más rápido todo lo rápido que puedo. No me importan los charcos o las siluetas de las estalactitas del techo. Debo correr. Debo darme prisa.

Veo unas nuevas siluetas que no se parecen en nada a las estalactitas ni a las paredes de la cueva. Son altas y delgadas; como si fueran palos. Empiezan en el suelo de la cueva y acaban en el techo. No, no son palos. Ahora que los tengo enfrente y puedo tocarlos noto el tacto a metal que tienen. Es como estar enfrente de una enorme jaula.

Cojo el hacha pequeña (papá, a esas hachas se les llaman tomahawk. No es un nombre difícil) y golpeó con fuerza los barrotes que me impiden pasar. Ahora que estoy tan cerca no puedo dejar que unos simples palos de metal me detengan. Al otro lado, distingo una figura echada en el suelo. Una persona. Es ella. La persona que estaba pidiendo ayuda.

Los siguientes golpes que doy son más fuertes. Toda la rabia y amor que tengo acumulados la desprendo en los golpes. Sé quién es la figura que está en el suelo herido.. Siempre lo he sabido. Miro directamente a los ojos verdes de Idril sin dejar de golpear los barrotes.

-¡Te sacaré!- grito con todas mis fuerzas.

El tomahawk es bueno para cortar madera, no para cortar el metal. Mis golpes son inútiles. No consigo más que desprender centellas amarillas y rojas que hacen que se ilumine el níveo rostro de Idril.  

-No me voy a rendir- tiro el hacha al suelo y pongo mis manos entre los barrotes como si con mis manos fuera a hacer más fuerza que con el arma- te voy a sacar-.


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Mensaje  Idril Elensar Lun 17 Abr 2017 - 10:07

No entendía cómo había podido llegar hasta ese punto de desesperación para hacer lo que acababa de hacer, pero lo había hecho y ya no había vuelta atrás, no era algo que pudiese solucionar con mis dotes sanadoras de forma inconsciente, ni siquiera sabía si seguía teniendo tal don. Hacía tantísimo tiempo que no usaba ese tipo de magia, arte o como quiera que lo llamaran que me era imposible reconocer que valía para ello; y menos en una situación así.
¿Cómo iba a lograr despertar si cada vez me notaba más lejana y ligera? A cada minuto sentía una menor pesadez, me sentía liviana, casi como una pluma hasta que de un segundo a otro algo me hizo volver a la realidad. Eran ruidos, ruidos en la cueva y de repente pasos...algo había logrado traerme del vacío vuelta a mi cuerpo, no había pesadez ahora.

Por mucho que hubiera logrado regresar de ese mundo de sueños y oscuridad notaba cómo de mi cuerpo, de una de mis muñecas salía ese líquido caliente vital que se extendía a mi alrededor cual charco y se mezclaba con el agua salobre creando colores extraños. Y de nuevo otro ruido...esta vez quise identificarlo como una voz pero fui incapaz de hacerlo, mis oídos parecían como taponados como si estuviera en algún tipo de burbuja en la que no podía oír nada, no lo entendía.
Me obligué a mí misma una y otra vez a intentar abrir los ojos queriendo saber qué estaba pasando. ¿Sería la bruja otra vez? ¿Vendría a terminar de matarme? "Ojalá fuese así", pensé, porque comenzaba a sentirme tan débil que no quería que aquello continuara, mucho menos que me ayudara a sobrevivir para dejarme encerrada allí cruelmente.
De repente comencé a pensar en que por ínfima que fuese la posibilidad, alguien podría haberme encontrado y la esperanza volvió a mí, provocando como consecuencia que intentara con más ahínco el abrir los ojos. No sabía de dónde exactamente sacaba las fuerzas pero llegó el momento en el que al fin comencé a distinguir algo. No veía nada nítido, sólo formas y sabía que las hierbas empeoraban aún más mi vista pero vislumbré algo, unas luces...parecían como chispas, y un sonido fuerte acompañado de las mismas, era algo muy molesto de escuchar.
Instintivamente quise mover la boca, hablar, articular algún tipo de palabra pero me pedía demasiado a mí misma. Lo único que podía hacer en ese momento era desear y pedir a mis antepasados que quien quiera que fuese aquella persona no viniera con intenciones de matarme, si no de sacarme de allí de una vez por todas:
-...te...voy a...sa...-Escuché algo por encima de los golpes que conseguí distinguir como un sonido metálico. Entonces caí, ¿durante todo aquel tiempo había estado entre unos simples barrotes? Me encontraba tan desorientada que no había conseguido distinguir bien el sitio con el que pensaba que ya me había familiarizado...mi propia cárcel.
Aún así pensé, que si aquella persona no podía entrar sería por algo y querría sacarme de allí, quise darme una nueva oportunidad, no solamente por mí si no por todas aquellas personas que podría llegar a ayudar y sobretodo por él, porque una parte de mí seguía guardando la fe de que algún día podría al menos explicar la verdad de todo aquello. ¿Qué era lo que podía hacer?

Intenté despejar mi mente de lo que me rodeaba, asunto complicado teniendo en cuenta que aquel individuo seguía intentando abrir mi jaula y el ruido era molesto, sobretodo por lo mal que me encontraba. Aún así me evadí como pude de todo y en pensamiento, comencé a recitar unas palabras en élfico antiguo que quien las entendiera sabría que estaba usando un rezo de sanación; aunque en ese momento no podía articular palabra, mis labios se movían inconscientemente.
Tenía claras las palabras en mi mente, las repetí una y otra vez esperando que fuesen a tener algún tipo de resultado porque lo necesitaba, necesitaba aferrarme a esa esperanza a lo que estaba pasando en el momento y quería enmendar mi gran error. No quería morir, quería detener la hemorragia, no pedía un milagro a mis antepasados...ni tampoco a mis dotes sanadoras.
"Sarez...", su nombre se me vino al instante a la mente y interiormente sonreí, mis propios recuerdos intentaban darme fuerzas para ayudarme, el Sarez de mis recuerdos seguía ahí apoyándome incluso en un momento como aquel. Que se colara en mi mente de aquella forma me hizo tener más claro que nunca lo mucho que le añoraba y lo doloroso que sería descubrir que estaba con otra, porque estaba convencida de ello, nadie esperaría a una persona tanto tiempo después de una espantada como la que le hice.

Mis fuerzas menguaron con mis últimos pensamientos pero retomé los positivos, los que me ayudaban a concentrarme, quería salir de allí, volver a ver la luz del sol...sentir su calidez en la piel, rozar con la yema de los dedos el tronco de los árboles, pisar con los pies desnudos las hojas caídas de los bosques,...había tantas cosas que echaba de menos, tantas sensaciones en el exterior con las que disfrutaba que, ahora, llegaba a entender el error que había cometido haciéndome daño a mí misma y no luchando por seguir adelante como hacía ahora.

Continué recitando las palabras mentalmente sin saber que llegué a un punto de concentración en el cual conseguí pronunciarlas también en voz alta pero en un tono de voz casi inaudible.
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Mensaje  Sarez Mar 18 Abr 2017 - 12:16

¿Y si he llegado demasiada tardo? La estuve buscando. Jamás dejé de buscarla. Me recorrí toda Aerandir. Fui a los lugares prohibidos: las islas de los brujos, la ciudad de los dragones y la cárcel de los hombres de metal (Woodpecker los llama biocibernéticos). No estaba en ninguno de aquellos lugares. Brujos, dragones y hombres de metal me respondieron giraron la cabeza cuando les pregunté si conocían a Idril (Pelirroja y ojos verdes. ¿La habéis visto?). Fui al Ohda y al Bragiväl. Me imaginé que entre la multitud estaba ella mirándome y sonriendo. Quería pensar que me vigilaba desde lejos. Si ella me veía significaba que yo podía verla y si la veía era porque estaba bien. Era un sueño. Idril siempre fue un sueño. Mi sueño. Cuando llegó a mi vida sentí que mi sueño se hizo real. Había alguien que cuidaba de mí. Nadaba conmigo y procuraba que ningún pájaro de metal me robase mi arco. Era un sueño del que no quería despertar. Cuando se fue, hizo lo posible para volver a dormirme. Soñaba despierto. En el Bragiväl y en la Ohda creí verla porque soñaba despierto. Ahora, el sueño se ha hecho real. La veo herida en tierra sin apenas poder moverse.  

¿He llegado demasiado tarde?

¿Está muerta?

La última vez que vine a la playa fue porque Merrigan tenía que tocar una canción para el día de la muerte de una chica (se llama entierro, papá). Ella me dijo que la playa es el mejor lugar para descansar y que, por eso, los muertos de las personas importantes se les llevan aquí. Idril es la persona más importante que tengo. ¿Está en la playa porque ha muerto? No, me niego a pensar eso. Cojo los barrotes de la jaula con mis dos manos a la vez que grito su nombre.

-¡IDRIL ELENSAR!- el eco de la cueva se encarga de hacer resonar mis gritos por todos los túneles de la caverna.

La respuesta a mi llamada la tengo casi en el instante. Es un susurro casi imperceptible. No lo hubiera escuchado si no es porque, en la cueva, no se oye otra cosa. Idril está cantando. Hace muchos años que no oigo a nadie cantar en élfico. Casi cien años que no oigo a nadie cantar en ese idioma. Escucharla hace que me dé un vuelco al corazón. Siendo como si me lo hubieran atravesado con una flecha.

¡Viva! Está viva. Pero no puedo hacer nada para salvarla. Sigue estando demasiado lejos. Si no estuvieran estos barrotes delante de mí, correría y la cogería en brazos para curar sus heridas. Luego, la besaría como nunca la hubiera besado antes.

-No sé cómo, pero voy a sacarte- aparto las manos de los barrotes y me alejo un par de pasos.

Miro a mi alrededor buscando cualquier cosa que me ayude a sacar a Idril de allí. Si existe tal cosa, la oscuridad me la oculta. Cojo el tomahawk. Noto su empuñadura fría como los barrotes de la cueva. Respiro hondo. Debo concentrarme. Cuando lo intenté con el arco funcionó. Nadie me asegura que tenga que volver a funcionar con el hacha. Pero es la única salida. Es lo único que puedo hacer.

-Sigue cantando Idril- mi voz suena como un susurro. No quiero molestar la voz de Idril.

Ya sea por mi luz o por la de Idril, el filo del tomahawk empieza a iluminarse. Pocas son las veces que he usado la magia de los elfos. No la merezco. Me desterraron de mi tierra. No soy un elfo. Nunca lo fui. Esta magia no me pertenece. Al usarla, estoy violando unas reglas más antiguas que Árbol Madre. Con la mano izquierda me acaricio la marca de desterrado y con la derecha golpeo los barrotes con el hacha. Ahora sí, consigo mellar el resistente metal. Golpeo otra vez y otra más. Idril, espera un poco más. Estoy en camino. Solo necesito que aguantes un poco más.

Consigo romper los barrotes y voy corriendo a sentarme donde está Idril. Pongo mis manos sobre ella, todavía brillan por mi magia.

-Estoy aquí, no tranquila.- intento hablar calmado, pero no lo consigo. Mi voz suena agitada y nerviosa. - Te voy a curar y te voy a sacar de aquí. ¿Me escuchas?- la cojo de las manos, están llenas de sangre- Te quiero-.
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Mensaje  Idril Elensar Mar 18 Abr 2017 - 20:57

Continuaba el cántico mentalmente y también de forma inconsciente, no tenía ni la menor idea de que estaba consiguiendo mover los labios y pronunciarlo en voz alta aunque fuese en apenas un susurro audible. No entendía porqué pero aquella persona que intentaba sacarme me estaba dando fuerzas, además oí cómo gritaba, creí escuchar mi nombre pero no lo creía posible, un extraño no podía saber mi nombre, nadie conocía a Idril la elfa, nadie, han pasado muchos años desde que tuviera algún tipo de contacto con la gente que me conocía.
Aún así me seguía animando, notaba cómo el líquido vital se escapaba de mi cuerpo con más lentitud cada vez y me dije a mí misma que lo había conseguido, que había cortado la hemorragia. No supe qué era pero distinguí de nuevo una luz esta vez de un tono mucho más fuerte que el anterior y todo ello acompañado de unos golpes metálicos, señal de que aquel individuo estaba intentando romper los barrotes; no podía entender porqué tanto ahínco en sacarme de allí.

Poco después y sin esperarlo, se acercó hacia mí con toda rapidez y noté cómo cogía mis manos ensangrentadas, al igual que suponía que estaba todo el suelo a mi alrededor:
-...te quiero -Después de esas palabras mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que no cabía en mi pecho, temía que la herida volviese a emanar sangre por el mismo motivo. Un cúmulo de emociones que llevaba guardado mucho tiempo salió en un momento en el que estaba demasiado débil para soportarlo. Me había encontrado, lo había hecho y decía que aún me quería, ¿cómo podía querer a una persona como yo?- Sarez... -Susurré su nombre y mis manos comenzaron a temblar entre las suyas, abrí los ojos más de lo normal e intenté distinguir su rostro. Hacía tanto tiempo que no lo veía...quería volver a acariciarlo, a alcanzar su cicatriz, esa misma de la que no se sentía orgulloso. Él me había enseñado a sentirme bien con las mías, a mí me gustaba la suya, me gustaba todo él, quería volver a los viejos tiempos, dar un paso atrás en el tiempo y que nada malo hubiera pasado, que todo hubiese sido perfecto a su lado- Lo siento -Alcancé a decir, estaba forzando mi vista borrosa a que me permitiera distinguir sus facciones. Necesitaba verlo, necesitaba tocarle para comprobar que aquello era verdad, que estaba allí que había venido a salvarme.
Alcé la mano contraria a la que me había herido y quise tocar su rostro pero la poca percepción que tenía de la distancia a la que se encontraba de mí no me permitió hacerlo. Me costó varios intentos rozar su mentón y luego colocar mi palma sobre su mejilla izquierda, noté de nuevo ese calor que tanto añoraba, esa suavidad,...y notaba a la vez su nerviosismo, estaba preocupado por mí; nunca me había gustado preocuparle, ni verle sufrir, no quería verle así.
-No lo pases mal por mí -Una parte de mí quería calmarle, abrazarle y decirle que todo iba bien. Otra parte solamente quería que me sacara de allí, quería suplicarlo si hiciera falta. Estar herida o no ya me importaba más bien poco, era un suplicio tenerlo tan cerca y seguir en aquel agujero- ...sácame de aquí por favor... -Fue lo último que logré pedirle antes de que me fallara un poco la voz.

Después de eso me obligué a cerrar los ojos y como si fuese una niña pequeña dejé caer mi cuerpo hacia un lado sobre sus rodillas, pidiéndole de nuevo y sin palabras que de nuevo me sacara de allí. Es más, por un segundo quise que me acunara, que me abrazara y me quedara en esa posición para siempre, en la protección de sus brazos...pero comenzaba a sentir frío y la humedad de la cueva no ayudaba. La pérdida de sangre estaba provocando que mi cuerpo tuviese dificultades por mantener el calor corporal.
Entonces me sentí una carga. Si llegar hasta allí había sido una tarea seguramente ardua para él, ¿cómo iba a sacarme de allí? ¿Cómo si yo no podía hacerlo por mi propio pie? Tampoco conocía el camino de salida, si había algún peligro o no. Ni siquiera recordaba cómo la bruja me había traído hasta allí, lo cierto es que no recordaba nada hasta el momento en el que me encontré metida en la jaula, completamente desorientada y hecha un manojo de nervios y miedo. Recordé mi imagen mental de cómo me había visto entonces, envuelta por unos cuantos días hecha un ovillo en el mismo sitio, sin moverme y me estremecí, eran pensamientos que venían de forma involuntaria.
Sí, quería salir de allí, quería abrazarle quería decirle lo mucho que lo sentía y a la vez no quería ser una carga, no en un momento como aquel y me estaba haciendo un lío. Había removido de repente sentimientos y sensaciones en mí que ya creía muertas, una parte de mí pensaba que jamás volvería a tenerle cerca, que no era más que un delirio que tenía en sueños o que simplemente soñaba despierta.

Y aunque no pude evitar volver a pedirle en un susurro que me sacara de allí, pensando y pensando en él, en su rostro perfecto, en nuestros recuerdos juntos, me habría encantado abrazarle, abrazarle fuerte y no volver a soltarlo nunca. Tal vez nunca tomé ninguna buena decisión en lo que respectaba a él. La primera vez ya fue horrible el cómo le había hecho sentir y esta vez no tuve ni la más mínima oportunidad de dar señales de vida, de hacer entender que no había elegido desaparecer, que no había escapado...porque quería estar a su lado, y en ese instante también lo deseaba, con todo mi corazón y alma.
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Mensaje  Sarez Jue 20 Abr 2017 - 10:48

Me estremezco al escuchar mi nombre en los labios de Idril. Siento como si esta fuera la primera vez que alguien me llama: Sarez. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Al principio, aunque sepa que Idril se esté dirigiendo a mí, no llego a reconocerme en su voz. Es por cómo lo dice (como si fuera la primera vez). Parece que esté llamando a otra persona que no puede ver pero que siente que está con ella. Merrigan los llama: fantasmas. ¿Soy un fantasma? ¿Es Idril mi fantasma? Noto una brisa helada rozar mi nuca y un escalofrío que recorre todo mi cuerpo. No me gusta pensar en personas que ya no están. Idril está conmigo y yo estoy con ella. No es un sueño. No soy un fantasma. La quiero. He venido porque la quiero.

Una mano la tengo abrazando a las suyas y, con la otra, acaricio su mejilla. Está helada. Fría como un fantasma.

Instintivamente, aparto la mano de su cara. No puedo tocarla. Está a menos de un palmo de distancia y no puedo tocarla. Si lo hago, si le acaricio otra vez, siento que le haré daño. Es tan frágil y delicada que la podría hacer mucho daño solo por tocarla. ¿De qué me sirve haberla encontrado si no puedo acariciar su cara?

Idril se disculpa. ¿Sabe lo que pienso? Siempre ha sabido cómo me siento. Me entendía muy bien con ella. Si quería decirle algo, aunque no supiera las palabras, ella me comprendía. ¿Me comprende ahora? ¿Sabe lo impotente que me siento por verla herida y no poder hacer nada por curarla?

-No- levanto con delicadeza su mentón para que me mire a los ojos. Siento otro escalofrío al ver tan de cerca sus ojos verdes. - Mírame. Estoy contigo.- Niego con la cabeza repetidas veces. - No te disculpes. No has hecho nada malo. No pidas perdón. No lo hagas. No-.

Hablo rápido y sin saber qué estoy diciendo. No se me da bien hablar. Solo estoy diciendo lo primero que se me viene a la cabeza. Otra persona no me entendería, pero Idril sí. Ella entenderá todo lo que le quiero decir: Sabrá que no tiene de qué disculparse, que todo este tiempo que ha desaparecido no es importante para mí, que haría lo que fuera por ella, que la quise y que siempre la querré.  

Idril dice que no tengo que pasarlo mal por ella. Me pide que la saque. Miro hacia un lado y otro de la cueva. Solo veo oscuridad. Ni siquiera puedo distinguir las figuras de las estalactitas como antes lo había hecho. Las lágrimas de mis ojos me impiden ver más allá  del rostro pálido (tan blanco como el de un fantasma) de Idril.

Quiero cogerla, sostenerla en brazos y besarla como nunca hubiera dejado de hacer. ¿Y si se desvanece si la toco? No quiero que se vaya. Otra vez no. Respiro hondo. Por un momento me siento tan débil  como si hubiera perdido tanta sangre como ella. Tengo miedo de cogerla, de abrazar y de besarla. Tengo miedo a que se muera. Tengo miedo que solo sea un fantasma.

-Idril- digo su nombre como si fuera la primera vez que lo decía. Hay unos segundos de silencio en los que no sé qué decir. - No te vayas-. En el momento que acabo de hablar, dejo de llorar.

La cojo en brazos sin dejar de ver sus ojos verdes. Su melena pelirroja cae por mis brazos como si fuera el agua de una cascada. Nuestra cascada. Echaba de menos notar el tacto sedoso de su cabello. Debería sonreír. Pero, su pelo está manchado por la sangre de sus heridas; eso me hace llorar. No sé qué le ha pasado. La tenían enjaulada como los humanos tienen a los animales. Está muy herida. Parece un fantasma. Si encuentro al culpable se lo haré pagar. Juro que lo haré.

Salimos por la parte de los barrotes rotos. Idril está en mis brazos. No pesa, no lo que tendría que pesar. No sé cómo podremos salir de la cueva. Hay un largo camino. Fuera me espera Merrigan. Ella sabrá curar a Idril mejor que yo. Pero, tengo que llegar hasta ella. Salir de la cueva, nadar hacia fuera y llegar a la playa. Es un camino difícil. Tengo que hacerlo, por mí y por Idril. Los dos juntos llegaremos a la playa y allí la curaremos. Entonces, la abrazaré y besaré como nunca hubiera dejado de hacer.  Sin darme cuenta, estoy corriendo más rápido que antes. No me vuelvo a resbalar. Siento como algo me sostiene para que no pierda el equilibrio. ¿Idril? Debe de ser ella. Es la fuerza de su voz y su canción quienes me ayudan.

Agacho la cabeza y le beso en la frente.


-Saldremos de aquí, te lo prometo-.
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