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Mensaje  Sigel Vie Ago 25 2017, 18:21


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No era la primera vez que recorría el camino de la llanura nevada, lo había hecho tantas veces que si quería podía dibujar un mapa de memoria. Había llevado armas, alimento, muebles y toda clase de mercancía que existía desde Dundarak hasta las montañas más remotas del norte de Aerandir; aquellos lugares habitados por solitarios dragones que buscaban la paz en sus rezos. Trevor no coincidía con la fe de los dragones, pero la respetaba al igual que lo hacía con todas las demás religiones, era posible que incluso más. Al fin y al cabo, sino fuera por los viejos dragones, no tendría trabajo. El viejo Trevor era el único mercader en toda Dundarak, quizás en toda Aerandir, que se atrevía a cruzar la llanura nevada. Los peligros eran muchos: heladas, piedras escondidas en la nieve donde un animal podría resultar herido, bandidos, tormentas, falta de agua y de comida…. La recompensa final merecía la pena con tal de pasar por todo aquello. Era bien sabido por todos que los viejos dragones guardan los mejores tesoros en sus cuevas. Trevor se empeñaba a contratar a los mejores hombres para que le acompañasen en el viaje (guardias, vendedores, ayudantes…) y alquilar a los mejores animales para que llevasen los carros (caballos, mulas, bueyes e incluso crasgwar).

A Trevor no le gustaba echar la culpa, era de los que opinaba que si el negocio iba mal era solo por culpa suya. Sin embargo, en aquellos aciagos días hacía una excepción y, entre dientes, siempre nombraba a la Logia.

-No ha sido el viejo Trevor quien abrió la pirámide. ¡Claro que no!-

Media Dundarak había muerto por una enfermedad que nadie conocía, la otra mitad estaba a punto de morir. Cada vez era más difícil contratar al equipo necesario que le ayudase a llevar la mercancía a las altas montañas; por no hablar de lo obstinados que eran los viejos dragones. En cuanto se enteraron que Dundarak estaba muriendo, cerraron todo tipo de comercio. En sus cuevas, aislados de todo contacto, estaban a salvo de la pandemia. Era un buen pensamiento y Trevor lo respetaba tanto como la misteriosa fe de los dragones. A pesar de ello, no lo compartía en absoluto. Enfermo y solo, alquiló dos bueyes de cargo y llenó una caravana de todos aquellos objetos que solía vender a los viejos dragones.

No era la primera vez que recorría el camino de la llanura nevada, pero sí la primera vez que lo hacía completamente solo. Tenía frío, hambre y sed; daba gracias que su avaricia sea más grande que las necesidades humanas.

Trevor contempló el cielo gris que tanta veces había visto en sus viajes. Se preguntó cómo podría ser tan oscuro si la nieve que cae de él blanca.  Más tarde, se preguntó cómo podía ser la nieve tan pesada si en sus manos parecía polvo.

Se inclinó hacia delante. La espalda la tenía encorvada en una posición grotesca por el peso de la nieve. Trevor no era tonto, sabía que tenía que tenía que quitarse la nieve de su espalda si no quería morir aplastado. Sin embargo, sus manos estaban congeladas en las riendas de los bueyes, sentía que estaban ardiendo por dentro. Trevor quiso gritar, pero sus labios estaban sellados por el frío.

Miró al cielo una vez y pensó en todas aquellas preguntas que se hacía mentalmente. La última pregunta que se hizo fue la más difícil de contestar: ¿Merecía la pena? La silueta de un viejo dragón, oscura como una noche sin luna, apareció entre las nubes grises. ¿Merecía la pena morir por un par de aeros?

_____________________

* Bienhallado/a mercader de la nieve: En la llanura nevada, encuentras un viejo mercader a punto de morir congelado. Debo decir que no me importa cómo has llegado hasta aquí, pero si deseas explicarlo, eres libre de hacerlo. Un dragón acosa al mercader, lo quiere muerto. El dragón solamente se está protegiendo así mismo pensando que, quizás, el mercader pudiera estar infectado. Tú misión es fácil: Matar al dragón y rescatar al anciano Trevor.
Para más información acerca del desafío, mirar aquí: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Mensaje  Rachel Roche Dom Ago 27 2017, 23:04

Llevábamos horas vagando por la llanura nevada. Estaba nevando y la nieve cada vez cubría más. Debido al peso de mi cuerpo biocibernético, me hundía bastante más que mi hermano. Necesitaba que la nieve cuajase más para que pudiera soportar mi cuerpo, pero ésta no lo aguantaba y yo me movía detrás.

-Estoy muy cansada, Jules. – avanzaba tras el cazador de vampiros, apretándome los brazos para cubrirme del frío. Paso a paso caminando entre la nieve, que me llegaba a la altura de las rodillas. – Y tengo frío.
-Tranquila, Rachel. No falta mucho. – mi hermano cargaba un hacha pequeña, además de la ballesta, y yo llevaba los troncos arrastrados por una cuerda. Cualquiera pensaría que se trataba de un acto muy poco gentil por parte de un hombre, pero mi fuerza era bastante mayor que la de mi hermano.

“Regulando temperatura corporal.”. NIA se encargaba de mantener la temperatura del sistema orgánico a una temperatura de 35 a 36ºC, la que solían necesitar los humanos para sobrevivir. Pero me encontraba preocupada. El sensor de posicionamiento indicaba que aún quedaban algunos kilómetros para llegar a la torre de la Logia, en medio de la inmensidad, se veía relucir en lo alto de la ciudad. Al Norte, y también bastante alejada, la pirámide que algún día confiaba que la Logia nos mandara explorar.

-¡Mira, Rachel! ¡Allí está la torre! – señaló al bosque sonriente, con los labios medio congelados. Caían pequeños témpanos de hielo, yo miré con la vista entrecerrada por la claridad. – ¿No tienes ganas de tumbarte junto a la chimenea? – el brujo trató de sonreír.
-¡Muchas! ¡Muchas, Jules! – sonreí con toda mi boca, con ilusión pero sin entender nada por qué a la gente le gustaba tumbarse junto a la chimenea, pero tampoco importaba. Estaba bien visto sentarse junto a la chimenea cuando esta estaba prendida. A los humanos les gustaba el calor que daba, pero a mí me parecía más calentita la fundición. En cualquier caso, no quería cortar las ilusiones de mi hermano.

¡Qué poco faltaba para estar de vuelta en casa! Incluso un dragón sobrevolaba la zona. Rugió. Y Jules y yo nos quedamos mirándolo embobados hacia el cielo. Como siempre, con los ojos entrecerrados, deslumbrados por la claridad. - ¡Qué bonito, un dragón cazando! – Había una baja probabilidad de encontrarse uno en su forma natural por la llanura nevada, concretamente un 8,83% de posibilidades según los cálculos de NIA. Era un espectáculo digno de observar. Hacía bajadas repentinas y se elevaba de nuevo para dar con su presa.
-Que no podemos pararnos, Rach. Tenemos que seguir. – el brujo me tomó del brazo con cuidado y trató de hacerme avanzar. – Que aún nos quedará más de una hora de viaje tranquilamente.

Yo me dejé coger, pero seguí observando la escena. Los clásicos circulitos de reconocimiento en mi visión comenzaron a cubrirse a la vista. Pero no había sólo uno, sino dos. Aunque el segundo parecía clavado en la nieve. – Un segundo, Jules. – Esperé a que NIA hiciese el barrido completo. Se cumplió lo que yo me temía. - ¡Jules, hay otro hombre! – le dije al brujo, mirándolo angustiada.
-Vaya, qué mala suerte. Terminar siendo la carnaza de un dragón no debe ser plato de buen gusto. – Posó el hacha en el suelo, la sujetó con ambas manos y asintió con la cabeza observando la escena.. Aunque no noté demasiada afección en su rostro. – Es el ciclo de la vida, el ciclo sin fin. El pez grande se come al pequeño. Venga, sigamos anda.
-¿Bromeas, Jules? – miré a mi hermano bajo la capucha. – Ese hombre necesita auxilio. – le miré muy seria de manera artificial, con el ceño fruncido. – Y eso no es un pez. Es un dragón. ¿Acaso no ves las alas? ¡Los peces no vuelan, van por el mar, Jules! – señalé a la criatura.
-¡Vamos, Rach, no me jodas, que eso era un dicho! – suspiró. - Vivimos en un mundo salvaje. Es imposible salvar a todo el mundo. – lo señaló resignado con la palma de la mano. – Ni siquiera sabemos si está infectado o no.
-¿Has olvidado la causa que tanto defendías en los cazadores? Me has dicho que tenga que ser buena persona, Jules. Y estoy aprendiendo. – le expliqué. – En cambio tú… Desde que murió la maestra Boisson has cambiado. ¿Qué te pasa? – pregunté mirándole a los ojos, de capucha a capucha. Aquello descolocó a mi hermano, que volvió a ponerse triste. – No ayudas a los necesitados. – dejé los troncos donde se encontraban y corrí hacia donde se encontraba el hombre.

Jules miró como partía, haciendo gestos de negación. – Precisamente porque siempre he dado todo por los demás, Rach… - se susurró a sí mismo. – ... Y nunca me ha servido de nada. - se arrascó el mentón. - En fin, ¿allá vamos otra vez, no? – y corrió detrás de mí, soltando el hacha y tomando la ballesta pesada.

El dragón hacía batidas, una tras otra, intentando devorar a aquel pobre hombre inocente. Que tenía un carro tirado por mulas en el que parecía llevar objetos. NIA empezó a escuchar los sonidos de auxilio. Ya estaba medio cubierto por la nevada. Comencé a gritar desde lejos.

-¡Dragón número diecinueve! ¡Deja al humano 389 en paz! – pedí. Pero lejos de eso, comenzó a volar hacia a mí, iniciando una batida. ¿Venía a hablar?
-¡Apártate, Rachel! – Jules, detrás de mí, me tiré al suelo cuando el dragón me iba a coger con sus garras. Pero mi hermano cargó un virote rápido y disparó su ballesta, acertándole a la altura del lomo. La criatura dio un grito de dolor y se elevó de nuevo. Dando un giro en el aire. - ¡Llévate tu cena si quieres, dragón! – le gritó el brujo desde el suelo - ¡Pero a ella no la toques! – corrió hacia mí, que estaba en el suelo, y me levantó - ¡Joder, Rachel! ¡Sal de aquí! ¿Quieres? Nos va a matar esa cosa. – y me empujó hacia atrás, mientras él seguía apuntando al animal. Me quedé a su espalda. Si seguía yendo a por nosotros, el brujo le atacaría, por el contrario, si sólo quería dialogar y detenía su batida contra nosotros, le escucharíamos. Aunque después de ver la agresividad del animal y el primer flechazo de Jules, no parecía muy dispuesto a ello.
-¡Tengo que sacarlo, Jules! Fallecerá de hipotermia. – le pedí a mi hermano.
-¡Ni se te ocurra! ¡No sabemos si está infectado! ¡Mantente detrás de mí! Y luego ya veremos – Apuntaba al alado. Le hice caso y me quedé a la expectativa, esperando la reacción del dragón. Agresiva o dialogante.

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Mensaje  Sigel Mar Ago 29 2017, 13:43

Respetaba todas las creencias habidas y por haber, formaba parte de su oficio: “Buenos días señora. ¿Viene de rezar en el Santuario? ¿Qué tal está su marido? ¿Por qué no se acerca más al mostrador y hablamos de nuestros asuntos? De paso, si ve algo que le guste se lo puede llevar a un precio”.  Hablar sobre los Dioses y sus milagros era una herramienta, de las muchas que tenía, para llamar la atención de los clientes. Si salía con vida del ataque del dragón gracias a esos dos jóvenes, gritaría que fue un milagro obra de los mismos Dioses. Sería una buena historia, claro que lo era. Trevor se humedecía los labios para que no se les secasen del frío al mismo tiempo que pensaba en todo lo que se podría inventar acerca de su historia de milagros y Dioses. Se frotó las manos con brío como si estuviera agasajando todos los aeros que todavía no había recaudado.

Claro que había fragmentos de la historia que era mejor olvidar. Primero: no podía decir que un dragón le había intentado comer, pero que, en el último momento, cambió de dirección para atacar a los jóvenes (enviados por los Dioses). Segundo: ni harto vino diría que entre los amasijos de armas e inútiles artefactos que vendía a los dragones había un montón de trapos que usaba para sonarse la nariz. Tercero: a lo que refiere a los clientes, ellos no podían saber que Trevor se había atrevido a recorrer solo las llanuras heladas; les diría algo así como que el dragón se había comido al resto de los intrigantes y del grupo. Y por último: Jamás de lo jamás, reconocería en público que el dragón estaba protegiendo a sus hijos de ser infectado por la pandemia.

-¡No le hagas caso!- se forzó para retener un estornudo que, igualmente, acabó saliendo- ¡Estornudo porque tengo mucho frío!- se abrazó así mismo y fingió tiritar- ¡Mira cuánto frío tengo!-

El dragón se quedó unos segundos flotando en el aire. Abrió sus grandes fauces y de ellas salió una llamarada de hielo y nieve. Era su respuesta al virote que el chico le había lanzado. ¿Qué me nos das a cambio de un disparo de ballesta? Setenta aeros y os hundo en la nieve. ¡Trato hecho! Los dos jóvenes desaparecieron de la vista de Trevor en  una montaña de hielo y nieve. A lo que el mercader respeta, habían muerto. ¡Trato hecho!

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-Hora de salir por patas. ¡ARRE, CORRED BONITOS MÍOS, ARRE!- gritó estirando las riendas del par de bueyes.

El dragón volvió a la carga. Hizo un ataque en picado hacia la caravana de Trevor. Agarró por el lomo a uno de los dos bueyes y lo levantó para volcar la caravana. Trevor cayó y, encima de él, cayeron todo lo que guardaba en el carro (armas, armaduras, jarrones y pañuelos llenos de mocos verdes).

La pierna izquierda le hacía un daño terrible, creía que se le había roto por la caída. Fue un buen momento para pensar que hubiera sido menos peligroso dedicarse al negocio de la medicina. Se arrastró por el suelo para deshacerse de los artefactos que tenía sobre él y salir del campo visual del dragón. Consiguió lo primero. El dragón lo tenía fijado; volvía estar flotando en medio de la tormenta de nieve. Lo siguiente que vendría es otra llamarada de hielo y nieve. Trevor rezó a todos los Dioses que fingía conocer para que le  sacasen de allí.

_____________________

* Raquel Roche: Lo principal es salir de la nieve. El dragón os ha hundido y tenéis que salir de allí. Después de conseguirlo os encontraréis con un muy mal herido Trevor que está a punto de morir por un dragón que solo está protegiendo a los suyos de morir infectados (maldito Jules que desveló la sorpresa que guardaba). Deberéis elegir ayudar o dejar morir a Trevor.  
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La avaricia rompe el saco y te hunde en la nieve [Desafió] Empty Re: La avaricia rompe el saco y te hunde en la nieve [Desafió]

Mensaje  Rachel Roche Vie Sep 01 2017, 16:42

Permanecí tras Jules. El dragón venía embalado hacia nosotros en línea recta. No adoptando la actitud dialogante que esperaba mi hermano. Lo miré, tenía su ballesta cargada. Tenía que dispararle. “Detectando ataque inminente. Busca cobertura, Rachel”. Lo miré angustiada. El monstruo alado iba a atacarnos. - ¡Jules! ¡Jules! ¡Cuidado! – repetí tirándome al suelo y llevándome las manos a la cabeza, quedando en posición fetal.

Mi hermano también trató de rodar, pero pronto sentimos como una enorme masa de nieve nos había caído encima. Sepultándonos por completo. - ¡Ay! ¡Ay! – chillé con voz aguda, cubierta por el material blanco. - ¡Ayúdame, Jules! – tenía mucho miedo. No quería morir sepultada. Y sólo pataleaba brazos y piernas de arriba abajo sin una dirección clara. Tratando de escapar de la misma.

La nieve comenzó a derretirse a mi lado. Mi hermano probablemente estuviese utilizando sus hechizos de fuego para sacarnos de allí. No tardó en aparecerí, excavando y derritiendo la nieve con una pequeña llama. Cuando me vio, sonrió. - ¡Ey, Rach! ¿Qué tal estás? – preguntó.
-Bien, Jules. – respondí tímida.
-Vale. Pues ahora que he derrito la nieve nos vamos para arriba, ¿vale? – Me guiñó un ojo y señaló hacia arriba.

Me encogí de hombros y puse cara de “si no hay otra opción…”. Lo cierto es que no tenía ningún patrón de actuación en la base de datos para cuando quedaba atrapada por la nieve. Aquella posibilidad no había sido planteada ni programada por EVHA siquiera. Así que decidí actuar con Jules.

-Venga, a la de tres. ¿Vale? – asentí con los ojos abiertos varias veces. – Uno… Dos… ¡Tres! – y me impulsé hacia arriba a la vez que el brujo.

Nuestros cuerpos salieron a la vez de la nieve. Quedando cubiertos aún hasta la cintura. Pero estábamos bloqueados y no podíamos salir con facilidad. El sol casi nos ciega y al verse reflejado en la nieve brillaba con mayor intensidad. El dragón sobrevolaba el cielo en lo alto rugiendo. Lo miramos poniendo la mano de visera. Luego la voz del tipo, que pretendía escapar, nos llamó la atención. Él ya había salido de la nieve, se había subido al carro y espoleaba a los bueyes para que corrieran.

-¡Pero serás cabrón! – gritó Jules. - ¿Mi hermana te viene a ayudar y la dejas aquí? – estaba claramente enfadado. Impotente desde su prisión de nieve.
-¡Que os den, sois unos palurdos! – reía el tipo. Nosotros seguíamos bloqueados en la nieve. Lo miré con cara desconcertada. – ¡Arre! ¡Arre!
-Oye, Jules, ¿qué es ser un palurdo? – le pregunté mirándole a los ojos. Como si eso fuera lo más importante del día.

En ese momento el dragón hizo un picado y atravesó de lleno el carro del hombre, rompiendo todo y destrozando su mercancía. Los bueyes cayeron al suelo y el tipo rodó con ellos por la nieve. Comenzó a chillar mientras el dragón alzaba de nuevo el vuelo para volver a girar en el aire y volver a encarar al hombre. Parecía querer acabar con él a toda costa.

-Justamente eso, – respondió señalando la escena - es ser un palurdo.
-Ah… - me rasqué la cabeza sin comprender demasiado bien la extraña metáfora. No era muy habilidosa pillando esas metáforas.
-Vale, voy a derretir la nieve y a la de tres salimos en dirección contraria, ¿vale? – comentó Jules, comenzando a calentar sus manos para deshacer la nieve de alrededor suya, que pronto comenzaría a debilitar la mía también.
-Pero… ¿y el señor palurdo? – era lo que había intentado.

Un nuevo rugido gutural sonó mientras mi hermano derretía la nieve. Finalmente pudimos salir y colocarnos en una masa de nieve que había compactado más. Me sacudí la ropa.

-Ha tratado de abandonarnos… – me trató de convencer Jules. – Que le den.
-¿Qué le den el qué, Jules? Ese dragón no viene a darle nada. ¿No lo ves? – insistí señalando.
-Era un decir, Rach. - se desesperó un poco. Le notaba tenso. – Anda, vayámonos.
-Pero Jules, no podemos dejar al señor palurdo ahí fuera. – el dragón ya se había dado la vuelta en el aire y volvía a por el tipo, que no podía ni moverse. – ¿Y si se lo come?
-Pues que le aproveche.
-¡No! Voy a ayudarle. – Era difícil que llegara, pero tenía que intentarlo. Me alejé de mi hermano y comencé a correr.
-¡Rachel! ¡Espera! – gritó el brujo viniendo tras de mí.

No iba a escuchar lo que tuviera que decir. Tenía que actuar bien y ayudar a la gente que lo necesitaba. La maestra Boisson me lo había pedido días antes de morir por todas las cosas que había hecho malas durante mi estancia en la Hermandad. Y yo honraría su muerte, aunque eso supusiera acabar tan mal como me había ocurrido con el señor Neph en Beltrexus hacía un mes.

-NIA, prepara algo para parar ese ataque. - Y es que el dragón volvia a escupir nieve. “Activando defensas contra el hielo” y NIA comenzó a calentar el brazo, la nueva aplicación que había conseguido en el pueblo donde conseguí la llave de entrada a la pirámide.

-¡Cuidado, señor palurdo! – me deslicé en la nieve clavando la rodilla y llegando justo a su altura. Crucé los brazos en cruz justo delante de él. El brazo estaba muy caliente, tan caliente que la nieve que golpeaba de frente se evaporaba al instante, evitando quedar sepultados de nuevo. Le había salvado.
-¡Fuera, dragón! ¡Fuera! – Jules había llegado para espantar a la criatura disparando su ballesta una y otra vez. Recargando flechas del carcaj. Aún así, el brujo no parecía ir a herir a la bestia, sólo quería espantarla.
-¿No puede moverse, señor palurdo? – pregunté. – No se preocupe, yo le sacaré de aquí. – lo cogí como si fuera una pluma por el cuello de la camisa y el hombre gritó ahogado.
-Pero no lo cojas por el cuello de la camisa, que lo vas a ahogar. – dijo Jules, entonces sonreí y lo tomé por un brazo y lo fui arrastrando por toda la nieve. – Algo mejor... – advirtió. Y es que mi hermano me protegía siempre desde una distancia prudencial, tratando de evitar contraer la peste. - Venga, corriendo delante de mí,
yo vigilo si ese bicho viene.



Pd1: Master Sigel, Rachel se convirtió en un foco de contaminación en el evento de la peste, así que espero que su NPC no la tenga, o terminará mal.
Pd2: Subrayo mi habilidad de puño de fuego, que obtuve en dicho evento (¡Gracias Máster Wyn! )

Puño de Fuego:

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Mensaje  Sigel Dom Sep 03 2017, 11:44

-¡Suéltame, estúpida loca!- gritó con todas sus fuerzas- ¡Me vas a arrancar el brazo!-

De nada sirvió. La chica estaba loca, como una regadera. Arrastraba a Trevor por la nieve cogiéndole por un brazo que, hasta alturas, ya estaría roto. Necesitaba atención médica. ¡Dioses benditos! Era urgente que un curandero viese lo que la loca le había hecho, aunque fuera para extirparlo y no sentir más dolor. ¡Piedad! ¿Qué más quería? ¿Qué suplicase? Lo estaba haciendo, le suplicaba a la chica que le soltase con la misma intensidad que los viejos dragones rezan a sus Dioses. ¿Qué llorase? Solo tendría que agudizar sus oídos para darse cuenta que estaba llorando más que en toda su vida. ¿Quería una disculpa? Sí, sí; lo sentía. Se disculpaba por haber dejado a los dos chicos abandonados a merced de la tormenta del dragón. Podría haberles ayudado, claro que sí, pero era más fácil coger las riendas de los bueyes y huir por partas. ¿Qué más quería?

El otro chico, el que parecía menos loco de los dos, era el peor. Lo notaba en su mirada. La chica era como una niña loca, no entendía ni la mitad de cosas de las que dijo el otro chico; reía y saltaba como una inocente (Y LOCA) niña que nunca ha roto un plato. Pero el chico, el que decía ser su hermano, entendía todo a la perfección. Quizás se había dado cuenta que el brazo de Trevor estaba roto y que le dolía como… como… ni siquiera podía pensar una comparación que se ajustase a lo que sentía. Le hacía tanto daño que no podía pensar en otra cosa que en el mismo dolor.

Para colmo, toda la mercancía que iba a vender a los dragones se estaba echando a perder en la nieve. Trevor calculó mentalmente todo el dinero que había perdido: los productos, los bueyes, el carro y la bolsa de monedas que guardaba en un doble fondo del asiento del piloto. Fue ese pensamiento, y no el dolor por el brazo roto, lo que hizo que se desmayase. ¡Tardaría años en pagar todas las deudas que había generado en el viajo! ¿Años? ¡Puede que incluso toda una vida! Sus hijos, cuando tuviera hijos, seguirían pagando sus deudas hasta el día de su muerte. Entonces se pasaría a los nietos, si es que sus futuros e inexistentes hijos fueran a tener descendencia. Estaba en la completa miseria. ¡Bancarrota!

El lado bueno, si es que había un lado bueno en toda su desgracia, es que estaba infectado. Los misericordiosos sacerdotes le lavarían y le darían de comer sin tener que pagarles un duro. Sería como alquilar una habitación en un hostal, pero sin la parte de tener que pagar. ¿Y que había de sus deudas? Puede que muriera antes de que le obligasen a pagarlas (y antes de tener hijos). Además, nadie se atrevería a golpear a un pobrecito enfermo. En el delirio del desmayo, Trevor sonrió como si fuera un niño echándose la siesta.

_____________________

*  Rachel Roche: Vas mejorando, has rescatado al palurdo, aunque sea rompiéndole el brazo en el intento. ¿Acaso no es mejor que destruir una fiesta a base de huevos-granadas?
Recompensas:
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