Un amargo adiós [Libre] [4/4] [CERRADO]

Tenzin no estaba allí.

Enarcó una ceja y limpió la sangre que cubría la hoja helada de Recuerdo en la en los ropajes del hombre que acababa de enfrentarse a él, tras eso, sin detenerse, procedió a desencajar a Olvido del otro cadáver y la envainó rápidamente.

Suspiró al comprobar que, muy a su pesar, la pelea no había acabado del todo.

Tres individuos estaban plantados al otro lado del claro. Respiró profundamente y cerró su mano en torno a la espada que estaba esgrimiendo en aquel momento. El elfo se había marchado sin hacer un solo sonido ni avisar de ello. ¿Se habría despistado y la pelea le había arrastrado al bosque? Era posible, dudaba que al músico le hubiese dado por traicionar al grupo a última hora.

Pero, fuese como fuese, no le quedaba más remedio que acabar con aquello el mismo.

- ¿Tenzin? – Lanzó Eltrant a la nada, cuando escuchó tras él a alguien moverse en la espesura.

No era la persona a la que había llamado, pero era un alivio ver que tanto Iredia como Rakan seguían de una pieza. Sonrió a la pareja durante unos instantes y asintió cuando la mujer le informó de que había conseguido hacerse con el animal.

Enarcó una ceja al verlo: un linksa. Aunque a diferencia del que había encontrado junto al tal Meyi, aquel no era de color rojo ni parecía ser enigmático.

Contempló como la elfa tensaba su arco y apuntaba a los tres cazadores que quedaban, escuchó la amenaza que brotó de los labios de la enferma aun cuando era evidente por su semblante que esta no estaba precisamente preparada para seguir peleando con aquellas personas. El dragón, aunque herido, también parecía dispuesto a acabar aquello de una vez por todas.

No había que ser un genio para saber que ambos habían vivido mejores días: Iredia no parecía estar realmente herida, pero aun así la plaga parecía estar pasándole bastante factura, la miró durante unos segundos y volvió a girarse hacía los tres cazadores que quedaban, Rakan, por otro lado, había encarado al dragón, las heridas de su cuerpo eran la prueba de ello.

Se pasó la mano por el pelo y, tras notar como los cazadores hablaban entre ellos en voz baja, analizó los tipos que quedaban. Dos de ellos arqueros, uno llevaba un sable.

- ¿¡Quién os creéis que sois!? ¡Dadnos el maldito bicho! –  Después de que hubiesen diezmado a un grupo bastante numeroso de personas o aquellos tipos eran muy valientes o unos imprudentes. – No os tenemos miedo. - En cualquier caso, los arqueros procedieron a tensar sus arcos, ocultándose parcialmente tras el hombre que esgrimía el acero.

Querían seguir peleando, incluso después de todo aquello.

Miró a la pelirroja, respiraba con dificultad y pestañeaba cada poco segundos. ¿Podía ver bien siquiera? Debería estar descansando y no en una pelea a muerte contra unos cazadores furtivos.

Tomó con delicadeza el brazo de Iredia y le instó a que bajase el arco, como había hecho antes. No podía permitirle que hiciese eso. ¿Qué clase de amigo sería? Él estaba relativamente bien y ella apenas podía tenerse en pie, tenía que darle un respiro, obligarla a que se lo tomase si no quería.

- Yo me encargo de esto, descansa un rato. – dijo severamente, al cabo de unos segundos relajó la expresión y le ofreció una sonrisa. – Te lo has ganado por hoy. – agregó.

Una vez dicho esto se giró hacia Rakan, él también estaba herido, pero parecía estar en mejores condiciones que la elfa, al menos.

– No te separes de ella, Rakan. – Le dijo dándole una palmada amistosa en el brazo derecho.

Cuando terminó de hablar comenzó a caminar hacía los tres cazadores, apenas había comenzado a hacerlo cuando la primera de las flechas rebotó contra su armadura y, enseguida, una segunda se hundió firmemente en el metal que protegía su hombro.

Sin detenerse levantó su brazo izquierdo, protegió su cara de las distintas saetas que los arqueros disparaban con su antebrazo. “Clanck, clanck, clanck” cada paso que daba se traducía inmediatamente a un chasquido metálico, a una flecha más rebotando contra su coraza.

No iban a atravesarla, no con flechas como aquellas.

Tenía que admitir que, como mínimo, eran rápidos usando aquellos arcos, apenas había un segundo de diferencia entre flecha y flecha que impactaba contra él, y muchas de estas pasaban peligrosamente cerca de su cuello y cara. No podía permitirse distraerse.

Con un alarido cargado de ira el hombre que blandía el sable se lanzó contra él, y, antes de que pudiese colocar a Recuerdo delante, la espada del cazador se hundió firmemente en el metal que cubría su vientre abriendo paso, a su vez, a través de la carne que este protegía.

Apretó los dientes y, ignorando momentáneamente del dolor, se deshizo de aquel tipo propinándole un fuerte cabezazo en plena cara, las flechas seguían viniendo, incluso pudo ver como alguna de ellas alcanzó a su aliado.

Se desencajó la espada del vientre y se dispuso a seguir caminando, pero el cazador del sable no parecía estar de acuerdo con aquella idea.

- ¡No…! ¡No te muevas! ¡Monstruo! – El hombre al se levantó apenas un palmo del suelo y le sujetó de la cintura, Eltrant enarcó una ceja y levantó su espada, dispuesto a acabar con aquel tipo antes de que diese más problemas.

No obstante, justo en ese momento, una figura se deslizó a su lado corriendo a toda velocidad hacía Iredia y Rakan. Uno de los arqueros había desenvainado una espada y se dirigía hacia la pareja.

Tensó los músculos. ¿Iban a por Iredia o a por el animal?

- ¡Suéltame! – Otro par de manos le sujetaron de la espalda, al mismo tiempo que dichas manos le inmovilizaban sintió el frío acero de una daga entrar por una de las juntas de Eir. Dejó escapar un grito dolorido y le propinó un rodillazo en mitad de la cara al tipo del sable que seguía en su cintura, un sonoro crujido le informó de que le había roto definitivamente la nariz, cosa que ayudó a que Eltrant pudiese liberarse de su agarre.

- ¡Rakan! – Gritó mientras forcejaba con el otro arquero que seguía a su espalda con el cuchillo - ¡Párale! – Apenas podía ver que estaba sucediendo, pero por el sonido, el tipo que le había sobrepasado estaba muy cerca de Iredia y de Rakan.
 

Todo había acabado relativamente bien.

Se llevó la mano hasta la zona en la que el sable había atravesado su armadura y contempló como Iredia peleaba contra su coraza. Sonrió agotado y sacudió con la cabeza.

- Es más maña que fuerza. – Aseveró dolorido, dando un fuerte tirón de una de las correas que mantenían sujeto el metal a él y liberando su pecho del mismo. – No es nada, Iredia – Le dijo tratando de tranquilizar a la elfa. – Esto es un martes corriente para mí, ya lo sabes. – Dejó escapar una corta carcajada que acabó en gemido de dolor. – Bueno, me duele un poco. – añadió al final, viendo como el cazador que quedaba con vida se levantaba a toda prisa y comenzaba a correr hacía el bosque.

Depositó sus ojos entonces en Rakan. El dragón lo había hecho bien, sobre todo si tenían en cuenta que, al principio de la noche, habían estado el uno en contra del otro.

- Gracias. – dijo Eltrant con simpleza. – Por pararle digo - Desvió su atención hasta el cadáver del hombre al que había matado el dragón, cada vida que arrebataba parecía una carga para él. Aun recordaba cuando para él era algo similar. El tiempo le había convertido en alguien bastante pragmático en ese sentido. Suspiró profundamente.  – Ha sido culpa mía, me he… despistado ahí. – Dijo mirando ahora a Iredia, la cual parecía estar. ¿Llorando? ¿Era por la fiebre?

Sin decir nada le quitó la lagrima a la elfa de la mejilla con el dedo índice de una de sus manos, con cierta brusquedad y le dedicó una sonrisa, no se le daba bien ser meticuloso con aquellas cosas, tampoco se había percatado de que tenía la mano machada con su propia sangre, no lo hizo hasta que notó la pequeña mota de sangre en la mejilla de su amiga.

- Lo… siento. – dijo suspirando. – Mejor volvemos todos juntos – dijo entonces, tras unos instantes en silencio, con una sonrisa, justo cuando Iredia pidió a Rakan que fuese a ver como estaban Itrella y Lyn – No me mires así. – dijo Eltrant a la pelirroja – Puedo caminar… - Afirmó ampliando la sonrisa -  Además - Oteó el otro lado del claro, concretamente, el sitio por el que se había marchado el último de los cazadores. – mejor marcharnos ya al campamento. - Según Rakan, matarlo habría sido “Justicia”, a una parte muy grande de él le preocupaba más el hecho de que volviese con ayuda o algo similar. – Ayúdame a caminar, anda. – dijo al final, rodeando el cuello del norteño con su brazo izquierdo antes de que este pudiese contestar.

Sí, los cuerpos de los hombres que yacían en el claro era el de cazadores furtivos. Se había enfrentado a muchos tipos como aquellos y, de momento, siempre había salido ileso. Pero eso no le convertía automáticamente en alguien inmortal.

Lo sabía, se lo decían constantemente. Y aun así se había confiado, había dejado que uno de aquellos tipos estuviese a punto de alcanzar a Iredia y a Rakan.

No podía volver a pasar.

- ¿Sabéis? – dijo rompiendo el breve silencio que se había formado. – Me apetece comer algo -

Observó cómo Rakan se alejaba lentamente. Eltrant no dijo nada al respecto, el dragón parecía tener algo importante en mente, se limitó a dejar que Iredia tomara el lugar del hombre y, después de que la elfa rodeara su cintura, continuó caminando.

No tardaron en llegar hasta el campamento. Seguía tal y como lo habían dejado, Lyn estaba sentada frente al fuego, mirándolo fijamente, Itrella descansaba cerca de ella.

No veía a Tenzin por ninguna parte.

Suspiró y, ayudado por Iredia, se sentó relativamente lejos de dónde dormía la niña, la herida había dejado de sangrar al menos, aunque la hubiese tapado con lo que quedaba de su capa, era mejor que nada.

La vampiresa no tardó en acercarse hasta dónde estaba el exmercenario, desviando la mirada cuando la pelirroja afirmó, entonces, sentir el haber dejado el campamento descuidado. Enarcó una ceja cuando su compañera se dejó caer a su lado y depositó con cuidado la cabeza en su hombro.

- ¿…Estás bien? – Preguntó con un hilo de voz, bajando apenas un instante sus expresivos ojos azules hasta el lugar que Eltrant se estaba presionando con firmeza. El castaño respiró hondo y asintió como toda respuesta, Lyn, sin contestar, miró como Iredia se agachaba junto a la niña, al otro lado del campamento. – Se ha… dormido y… -  La vampiresa cerró los ojos y se apoyó aún más sobre su compañero sin llegar a terminar la frase, Eltrant enarcó una ceja al ver esto y, sin decir nada, desvió su atención hacía la elfa, la cual había comenzado a llamar el nombre de la pequeña cada vez en un tono de voz más y más alto.

El desgarrador grito de Iredia hizo que se le encogiese el corazón, no le fue muy difícil comprender que sucedía: Itrella no había superado la enfermedad y, por mucho que su amiga pidiese a la chiquilla que despertase, era algo que no iba a suceder, se había dormido para siempre.

Tragó saliva, había visto aquello tantas veces que una parte de él empezaba a creer que la plaga jamás se desvanecería por completo de Aerandir. Maldijo la oscura pirámide que descansaba en aquel momento a las afueras de Dundarak, maldijo el día en el que decidió que clavar su espada en el inmenso corazón de metal que tenía la estructura en su interior no era una buena idea.

Desde unos jóvenes hombres-bestia, en la distante aldea controlada por los leónicos, a Itrella. La plaga se llevaba todo por delante, sin excepción, sin distinguir entre clases sociales o razas. Solo unos pocos afortunados salían de ella con vida.

Pensó por unos instantes en Asher.

Continuó sentado, junto a Lyn, sin saber exactamente qué hacer. Iredia clamaba junto al cuerpo de la niña una respuesta por parte de esta. Acababa de segar la vida de un grupo de personas y, aun así, se veía incapaz de lidiar con aquello, con el dolor que podía producir la muerte de una niña que apenas había llegado a la adolescencia.

Pero no podía dejarla así.

Le hizo una seña a Lyn para que le ayudase a levantarse. Una vez estuvo de pie, atravesó el campamento lentamente, cuidándose de no hacer movimientos bruscos que reabriesen su herida y de no pisar sin darse cuenta a los dos pequeños animales que en aquel momento descansaban junto a la pálida fogata que, poco a poco, comenzaba a consumirse.

Cuando llegó hasta dónde estaba la elfa se detuvo y, durante varios largos segundos, miró el cuerpo de la mujer inclinado sobre la rubia. Pensó exactamente que palabras decir, que podría consolar en aquel momento a su amiga; pero no encontró nada que sirviese.

Depositando suavemente una mano en su hombro, instó a la pelirroja a que se levantase. Al menos, por la expresión que Itrella poseía en aquel momento, podía decir sin equivocarse que no había sufrido demasiado al final, parecía estar… durmiendo.

- Yo no… - No encontraba que decir. – Lo siento, Iredia. – dijo al final, dándole un abrazo.

No conocía exactamente la relación que la niña y la elfa tenían, solo las habían visto juntas en dos ocasiones, pero, fuese cual fuese, era lo suficiente única como para producir aquel sinfín de emociones que la elfa parecía estar viviendo en aquel momento.

Liberó a la mujer de entre sus brazos y, sin soltarla del todo, la sujetó por ambos ojos y la miró a los ojos, tratando de discernir si veía algo parecido a alivio en ellos.

Lo dudaba.

- Si necesitas algo… - Lyn se acercó según la pareja hablaba y, sin decir nada, cerró su mano en torno al de la elfa. Se quedó de este modo, en silencio, mirando fijamente las oscuras aguas del lago que ondulaban pacíficamente frente a ellos.

Eltrant analizó la expresión de la vampiresa, eran pocas las veces las en las que volvía a recordar la edad real de su acompañante, pero, en aquel momento, no pudo evitar hacerlo. ¿Cuántas veces habría presenciado Lyn situaciones como aquella? Probablemente demasiadas.

Se alejó un par de pasos y volvió a mirar el cuerpo de la niña. No podían dejarlo así. ¿Qué iban a hacer? Dudaba mucho tener, en aquel momento, la fuerza necesaria para cavar un agujero para poder darle un entierro digno.

Desvió su mirada hasta el cofre en el que había llevado a Lyn hasta allí. ¿Creería Itrella en los dioses? Podían dejarla ir en el lago y… negó con la cabeza. Aquella no era una decisión que él pudiese tomar, era Iredia la que tenía la última palabra en todo aquello, y él respetaría su opinión.

En cualquier caso, esperaba que Rakan no tardase mucho más; incluso agradecería la presencia de Tenzin en aquel momento.

No dijo nada más, no creía que fuese necesario añadir nada.

Dejó que Iredia le explicase al dragón, con un hilo de voz, que Itrella no iba a despertarse llevase dónde la llevasen, no importaba la atención medica que recibiese, la niña había muerto.

Cerró los ojos y respiró hondo, intentó ordenar sus ideas, pensar como consolar a su amiga. Al final, simplemente, se limitó a observar desde dónde se encontraba como la elfa se descalzaba y, de forma solemne, se llevaba a la niña consigo hasta el lago, dónde la depositó con cuidado sobre las aguas.

Tras pronunciar unas palabras en su lengua natal, dejó a Itrella libre.

La niña se deslizó sobre las aguas y se internó en el lago, alejándose de Iredia. Su pequeña figura apenas se movía, esta atravesó, con suavidad, el reflejo que la inmensa luna que adornaba el firmamento en aquel momento, casi parecía que Itrella estaba flotando sobre un espejo de proporciones gigantescas

Cuando el cuerpo de la criatura se sumergió para siempre en las profundidades del lago Tymer Eltrant se acercó hasta la orilla del mismo y, pacientemente, esperó a que la elfa saliese de entre las aguas. Lo primero que hizo cuando volvió a acercarse a ella fue entregarle su capa, o lo que quedaba de ella, para que secase sus ropajes.

- Vamos. – dijo simplemente, al ver como la vampiresa volvía a colocarse junto a la elfa. – Necesitas… comer algo – Añadió después, en voz baja, indicándole también a Rakan con un gesto que le siguiese de vuelta hasta el lugar dónde, todavía, la hoguera que habían encendido hacía horas crepitaba con suavidad

Apenas un par de horas para el amanecer, dudaba mucho que Iredia consiguiese conciliar el sueño aquella noche. No importaba, él tampoco pretendía hacerlo. Depués de todo, lo mínimo que podían hacer todos los que estaban allí, era estar junto a ella.