La Torre Infinita [Desafío grupal de supervivencia]

　–¿Y esa música tan sabrosa? –pregunté cuando, de la nada, sonó una melodía. «Bueno, tampoco viene mal», me dije, encogiéndome de hombros–. Como sea, soy Rauko –correspondí a la presentación del arquero Ryuu, una media sonrisa en mis labios–, pero mis amigos me dicen Rauko. Aunque hay alguno que me llama Raujo, Raulo, Reuko y cuantas formas haya de decir mal mi nombre.

　Las criaturas desaparecieron y sus huellas fueron sustituidas por espejos. El piso subió. Un nuevo villano de turno apareció, soltando un discurso que lo calificaba como un cliché con patas. La música, sea donde sea que se originara, seguía sonando, haciendo más ameno el momento.

　La rubia masoquista eligió ese momento para quejarse de mi trabajo como arcanista. No parecía de muy buen humor, así que decidí hacerme intangible y escapar de la torre atravesando la pared… Bueno, la huida solo ocurrió en mi imaginación, por desgracia.

　–Señora, en cada piso usted se está llevando mil golpes –le respondí–. ¿No cree que el aparente desperfecto de su joya tenga que ver con eso? –Debía, porque estaba seguro de que funcionaba bien cuando lo encanté.

　De pronto sentí un ligero bajón en mi autoestima, como si me hubiera deshechizado, obligándome a cuestionarme sobre la calidad de mi propio trabajo.

　–Lo revisaré cuando podamos descansar –accedí.

　Entonces Vincent se ofreció para afilar mi espada, gratis, una oferta que yo no podía rechazar.^[1]

　–Oh, entendido –asentí, enseguida entregándole con ambas manos mi preciada Doppelsäbel. Luego expulsé de mi boca un bonito rayo de luz que hice orbitar a gran velocidad alrededor de Vincent.^[2]

　El villano terminó su discurso, uno que fue su vano intento de hacernos dudar sobre nuestro libre albedrío… Vale, no fue tan en vano. La última decisión importante que tomé por mí mismo fue escuchar lo que Azaril quería decirme y luego terminé siendo un juguete del destino. No del elfo Destino, sino del… Da igual. De todas maneras, este párrafo es irrelevante. Volvamos a lo importante.

　–Puede que sea demasiado sospechoso que todos nosotros –empecé–, viniendo de diferentes lugares de Aerandir, hayamos llegado a esta torre a la misma hora del mismo día. Punto a tu favor. Sin embargo, Señor Cliché, ¿sabes qué pasará si no vuelvo a casa? Xana vendrá a buscarme, y entonces a ustedes, habitantes de la Torre Infinita, manos les van a faltar para… –Me detuve en cuanto el Señor Cliché se metió en un espejo–. Ah, sí… Tomaste la decisión correcta –dije con una ceja arqueada.

　Pronto supimos que no escapó. Podía usar los espejos como portales, y Ryuu descubrió que los usaba en una secuencia determinada y predecible. «Y el tipejo presume de controlar nuestras vidas cuando ni puede cambiar su patrón de ataque», pensé.

　Vincent finalizó su trabajo. Agradecí asintiendo con la cabeza y sopesé mi espada, tomándome un instante para apreciar el trabajo, hasta que un cuervo mágico suicida explotó al intentar cruzar mi improvisada barrera de luz.

　–Y dicen que los cuervos son listos –comenté.

　Magita, como se debió haber hecho desde que todos nos reunimos, decidió repartir comida. Comida mágica y, lo realmente importante, deliciosa.

　Alegremente acepté su chocolate, le agradecí con una inclinación de cabeza y ofrendé el dulce a mi estómago.^[3] Al instante me sentí revitalizado. Mis ojos brillaron. Un débil gemido salió de mi garganta. Mis pezones se pusieron erectos. Y mi voluntad de luchar se fortaleció, sabiéndome capaz de vencer para que todos comiéramos un día más.

　–Muy bien, listos o no, allá voy –exclamé en voz baja antes de lanzarme, espada afilada en manos, hacia donde pasaría el enemigo.

　Él salió disparado de un espejo, como señaló Ryuu, y vino a por mí con su arma apuntando a mi corazón. Repelí su tridente con el dorso de mi guante metálico y respondí con un tajo de izquierda a derecha. El Señor Cliché sonrió. Un escalofrío me advirtió del error que sería seguir. Instintivamente expulsé una ráfaga de éter de mi pecho para impulsarme un par de metros hacia atrás, interrumpiendo mi propio ataque.^[4]

　Recordé sus palabras, así como el cristal que drenaba nuestras fuerzas y los espejos que se activaron al absorber el éter que desbordamos luchando. Por último, recordé lo que Señor Árbol 3 nos advirtió.

　–No lo ataquen directamente –repetí para el resto, como si ellos, que sabiamente se habían dedicado a romper espejos, necesitaran ese consejo–. Ah, bueno… Sigan haciendo lo que hacen –dije cuando por fin me percaté.

　Y para que ellos pudieran seguir, decidí distraer a Señor Cliché. Sabiendo siempre donde saldría, me interpuse para bloquear o desviar sus ataques. Era sencillo. Al principio, al menos. Hasta que el escenario se llenó de cuervos sombríos. Incluso con Schnee brindándome su visión a gran altura, yo no podía protegerme desde todos los ángulos.^[5]

　Pero no era algo que no pudiera resolver la DAFT (División de Ataque Felina Todoterreno).^[6] Aparecieron para igualar los números donde me encontraba, aunque en el proceso Valy creyó oportuno entretenerse recitando ensalmos.

　Antes de poder agradecerle, Señor Cliché fue a por ella, más porque ya estaba en su camino que por realmente decidir que era un blanco vulnerable.

　Empuñando su arma con su mano izquierda, lanzó una estocada fulminante. Me interpuse. Repelí su tridente con mi espada. Al instante su arma desapareció, apareció en su otra mano y repitió el ataque, hallándome con la guardia baja. Un abrupto impulso mágico me permitió saltar hacia un lado con mi bellísimo cuerpo ileso.

　Señor Cliché redirigió su ataque hacia Valy. Lancé a Doppelsäbel y golpeó su arma, desviándola. Enseguida el tridente desapareció y reapareció en su otra mano para una nueva estocada, nuevamente interrumpida por Doppelsäbel cuando esta voló de vuelta a mí.^[7]

　Señor Cliché finalmente desistió y se apresuró hacia un espejo.

　–¡Y para la próxima te irá peor! –le advertí. Me sorprendí entonces de no sentir ni el más mínimo agotamiento por aquellos tres frenéticos segundos. «Debo aprender a hacer biusas energizantes», decidí.

　Pronto los cuervos incrementaron sus números, más de lo que la DAFT podía manejar. Potencié mis músculos con mi éter para ganar velocidad en mis tajos, pero lo que marcó la diferencia fue una inesperada daga de electricidad finiquitando vistosamente la vida de un desafortunado cuervo y ahuyentando al resto.^[8]

　El éxito.

　–Yo creo que anda chiflado –respondí al comentario de Vincent–. Si una vaca sin cabeza no pudo con nosotros, mucho menos él.

　Destino nos llamó para un nuevo plan definitivo. No tuve ninguna objeción al escucharlo. Miré a Señor Cliché, que mantenía su patrón de ataque aunque probablemente nos había escuchado planear su final.

　–Vale, yo, como soy el menor de los tres, romperé dos espejos –les expliqué a mis compañeros matavacas, mostrándoles un pulgar arriba y una media sonrisa antes de separarme de ellos.

　Corrí, salté en tierra y en el aire, di volteretas, me deslicé, incluso donde ni había enemigos que evadir porque preferí ser espectacular más que eficiente.^[9] Me detuve frente a un espejo, al que se dirigía Señor Cliché. Viéndolo venir de frente, coloqué un pie adelante, flexioné ligeramente las piernas, incliné mi torso al frente y apoyé a Doppelsäbel en uno de mis hombros.

　Cuando estuve en el rango de ataque de Señor cliché y él apuntó su arma a mi pecho, gatillé una explosión bajo mis pies para dar un salto giratorio por sobre el enemigo. En el aire, arrojé cada cuchilla de Doppelsäbel a un espejo distinto, destruyendo ambos a la vez, justo cuando Señor Cliché había entrado en uno.

　Luego caí aparatosamente, pero siendo el éxito. Más cuervos aparecieron, pero la DAFT se hizo cargo de eso.

　–Bueno, mi trabajo aquí está hecho –suspiré–. Joven dragona, creo que ya puedo echarle un vistazo a tu accesorio.