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Mensaje  Tyr Vie Abr 22 2022, 20:32

El miembro 'Aylizz Wendell' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses


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Mensaje  Tarek Inglorien Vie Abr 22 2022, 20:37

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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Tyr Vie Abr 22 2022, 20:37

El miembro 'Tarek Inglorien' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses


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Mensaje  Aylizz Wendell Miér Abr 27 2022, 20:13


El sobresalto que exteriorizó la elfa, pegando un brinco inconsciente sobre el asiento, no reflejaba una ínfima parte del vuelco que le pegó por dentro el terror que la invadió cuando la Reina voceó, envuelta en rabia. Sintió contraerse todo su cuerpo, incapaz de mover un músculo. Nada le impedía hacerlo, excepto el miedo, aun cuando la vampira desapareció de la estancia. Por unos minutos fue incapaz de ser consciente de nada, ni siquiera sentía su propia respiración, no podía hacer otra cosa que preguntarse qué había provocado la espantada de la líder, incluso tardó unos momentos en percatarse de que la maldita no mostraba ninguna intención de preocuparse por ella.

Cuando volvió a percibir conscientemente el silencio, tomó una respiración profunda antes de ponerse en pie. Era su oportunidad para tratar de dar con la gema, quizá la última. Tomó su arma, todavía apoyada junto al asiento, y la devolvió a su forma original. Después comprobó sus heridas, ya curadas a pesar del dolor que todavía latía, no alcanzaba a comprender por qué la Reina había reparado tanto tiempo y atenciones en ella. ¿Pura diversión? ¿De verdad? Se estremeció, realmente los nocturnos eran la perversión del mal.

Tras recorrer varios pasillos, cortos y entrecruzados, vacíos ahora que todos los activos del castillo se encontraban protegiendo el hall principal, dio con una convenientemente ocultada. A pesar de carecer de ventanas, se encontraba bien iluminada gracias a candelabros ornamentales y otras tantas velas que rellenaban la habitación. En el centro se levantaban dos altares que alcanzaban medio torso de la elfa y, sobre cada uno de ellos, un conjunto de huesos que parecían colocados a razón. Como acto reflejo, retrocedió dos pequeños pasos. Entonces se percató de las páginas esparcidas bajo los altares y sus pensamientos fueron directos a algún tipo de ritual. Eso es lo que hacen los vampiros, ¿no? Sus ojos casi se salieron de las órbitas cuando alcanzó a leer lo que describían los escritos.

Repentinamente, se volvió hacia su espalda, con el corazón a punto de salirle del pecho. De repente pudo percibir reflejos de éter que venían del pasillo. Eran débiles, pero se hacían cada vez más fuertes. ¿La habían seguido? Empezó a temblar. Había estado tan absorta en su búsqueda… Y se había confiado tanto al ver el castillo vacío… Miró a su alrededor, nerviosa, buscando un lugar donde esconderse, ya que no había más salidas, pero entonces dejó de temblar y suspiró, profundamente aliviada.

Cuando el elfo estuvo lo bastante cerca, ella fue capaz de percibir su éter y lo reconoció al instante. No tuvo tiempo de decir nada, él lo hizo primero, al tiempo que se acercaba casi corriendo hacia ella.

—No sabes lo que me alegra verte.

Aquel abrazo le llegó como una brisa cálida en una tarde de verano, en medio de la frialdad que envolvía aquellas paredes de piedra y desprendía su anfitriona, habiendo atravesado poco a poco cada poro de la elfa hasta colarse entre sus huesos. Se aferró a la espalda de Tarek cuando él la envolvió con sus brazos, con fuerza. Quizá con un poco más de la esperada, que hizo también que el abrazo se alargase un poco más de lo normal. Estaba agitada, Tarek podía notar su  pulso acelerado y la respiración forzada al estar tan cerca. Él no lo sabía, pero sólo ahora estaba soltando toda la tensión y el miedo, forzado a permanecer a raya, en su encuentro con la maldita. Y hasta hacía un momento, estaba convencida de que la había seguido hasta allí como en una cacería.

—¡Gracias a los Dioses! Eres tú, estás aquí...— murmuró, aún sin soltarlo —Dónde... Nousis... Iori, ¿Están bien?— preguntó cuando se despegó de él.

Tarek terminó de romper el abrazo y miró a un lado, dejando ver el rostro de la vergüenza.

—Sigue... Siguen en la entrada. Tuve que irme…— su voz se entrecortaba, pero pareció encontrar valor mirarla directamente a los ojos, con claro gesto de arrepentimiento —Tenías razón. Son criaturas terribles, dignas de una pesadilla. Una de ellas... No tuve otra opción, no sabía qué otra cosa podía hacer… Era demasiado poderosa para enfrentarme yo solo a ella…

Ella le tomó las manos, cortando su discurso, pegándole un pequeño tirón que le obligó a acercarse un poco más.

—¡Eh!— sonrió compasiva, fijando ahora los ojos en los suyos —No puedes luchar si te matan.— puntualizó, con intención de apartar toda culpa del elfo —Y gracias, gracias por mantenerte vivo, porque no podría hacerlo sola.

Soltó con suavidad las manos del elfo y se acercó a los escritos del suelo que había tenido tiempo de leer y se los extendió a Tarek.

—La reliquia se oculta en la corona de la Reina...— apretó los puños un segundo y en sus ojos se reflejó un brillo en el lagrimal, fruto de la rabia —Todo este tiempo... La he tenido delante...— se culpó, pensando en voz alta.

—No podías saberlo, nadie podía saberlo.— consoló él, mientras ojeaba los papiros —Además, si la tuviste delante…— guardó silencio un instante [color:20b2=00cc00]—¿Estás bien? ¿Te ha... hecho algo?

La elfa lo miró serena y negó la cabeza con suavidad.

—Sólo dañarme el orgullo— bromeó, como restándole importancia, queriendo apartar la atención de aquello —Fijate...— señaló entonces algunas de las líneas —Un pacto de venganza. Su único objetivo es ese, no tendrá miramientos.

Y entonces su cabeza volvió al momento en que la Reina la había dejado a sus anchas. No comprendía qué le había hecho reaccionar así, pero en su rostro vio la clara determinación de alguien dispuesto a aniquilar.

—Antes… Antes de dejarme... Ella gritó, se revolvió y salió enfurecida... Hay que volver con ellos antes de que sea tarde.

*****

Era lo único que podía hacer tras aquella columna, los escombros de las paredes dañadas en la lucha hacían de cobertura para los ataques que se producían a diestro y siniestro a su alrededor. La lugarteniente todavía no había recaído en su presencia, el elfo parecía tenerla encandilada, aunque no podía darla tiempo a que se lanzasrse sobre él.

¡Eso es!

Esperó a que la danza de los dos peliblancos posicionase a la nocturna de espaldas a la elfa, mientras ella hacía crecer las raíces que debían permanecer sedimentadas bajo los suelos de piedra.

Vamos... Un poco más...

Repitió en su mente una y otra vez las plegarias, suplicando a Imbar que funcionase. Las raíces comenzaron a serpentear hasta los pies de la maldita, rodeándola, esperando el momento oportuno.[1]

—¡Tarek!

Avisó al elfo, justo cuando ella hacía tensar las raíces y tiraba de ellas para sí, provocando que la vampira cayese con la inercia y todo su peso hacia delante. La pérdida de equilibrio sería mínima, había visto sus reflejos, pero esperó que fuera suficiente para que él terminase de un golpe.
_________________________

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Mensaje  Tarek Inglorien Dom Mayo 01 2022, 01:44

Apoyó la frente contra el frio muro de piedra una vez que sus pies tocaron el suelo. Amortiguado por la gruesa pared, el sonido de la batalla parecía lejano y distante… pero sabía que sus compañeros seguían dentro luchando por su vida. La culpa y la desesperación se materializaron de repente en su conciencia. Los había abandonado. Había elegido sobrevivir en vez de ayudarles, pero por muchos escenarios diferentes que pudiese imaginarse, en todos ellos la fría mirada de la vampiresa era lo último que veía antes de morir.

“Debo encontrar a Aylizz”. Repitió aquella frase como un mantra durante un par de segundos más, en un mudo intento de alejar aquellas horribles imágenes de su mente y recuperar la calma.

Separándose de la pared comprobó que se encontraba cerca del borde de un acantilado, en uno de los escasos parches de tierra firme que rodeaban la fortaleza, que parecía haberse construido sobre un saliente pétreo, defendido en al menos dos de sus lados por una vertiginosa caída al vacío. Mentalmente agradeció a los dioses su suerte. De haber elegido el otro extremo de la entrada, se habría visto abocado a elegir entre morir a manos de aquella vampiresa o acabar aplastado en el fondo del barranco.

Sin embargo, maldijo entre dientes al comprobar que la pared, por la que acababa de descender, parecía lisa e imperturbable. Las únicas ventanas a la vista eran aquella por la que había salido y sus homónimas en la galería superior de la entrada. Ningún otro vano rompía la homogeneidad de la estructura. La fortaleza había sido construida para ser inexpugnable.

Volvió a lamentar su decisión, aunque hacerlo no le proporcionase ninguna solución. Sin muchas más opciones a su disposición, se dirigió hacia el este, siguiendo el estrecho margen de tierra entre el acantilado y la muralla de la fortaleza. Si llegaba al final y no había encontrado medios para entrar, tendría que escalar el edificio e intentar encontrar otra entrada por los niveles superiores.

El terreno, cada vez más estrecho, finalmente llegó a un abrupto fin cuando alcanzó la torre que coronaba ese extremo. Construida sobre un montículo rocoso, se alzaba inexpugnable sobre el vacío, excepto por un pequeño detalle: una ventana, de tamaño suficiente como para que una persona pudiese colarse por ella, había sido labrada en la pared. Llegar a ella fue sencillo, descolgarse por el montículo rocoso para romper las tablas que la cegaban desde el interior, peligroso, pero una vez Tarek se encontró en la relativa seguridad de aquella oscura sala, no pudo más que agradecer de nuevo su suerte.

Los vampiros, conscientes de que aquella ventana era un acceso a su santuario, habían saturado la estancia de objetos que, en circunstancias normales, habrían alertado a los ocupantes del castillo de la presencia de un intruso. En aquel momento, en medio de una guerra abierta, el ruido que el elfo podía generar a su paso carecía de importancia. Dos tiros de escaleras se presentaron ante él al llegar al extremo de la estancia: uno que ascendía, probablemente hacia la parte alta de la torre; y otro que descendía, probablemente hasta alcanzar el nivel de la entrada. Sin muchos preámbulos tomó el segundo camino. Sus pasos se detuvieron ante una robusta puerta de roble que, sorprendentemente, se encontraba abierta.

Tras asegurarse de que ningún sonido delataba la presencia de compañía hostil, se asomó al pasillo en el que desembocaba la puerta. Un centello dorado, al final de mismo, llamó su atención. ¿Podía ser Aylizz? ¿Acaso podía tener tanta suerte? Aunque su mente no pudo descartar la idea de que se tratase de un vampiro o incluso un Lyeyanna. En cualquier caso, acababa de dar de bruces con lo que parecía un laberinto de pasillos y aquel individuo era la única pista que tenía sobre un posible camino a seguir. Imploró una vez más para no equivocarse e ir a parar a una trampa o, peor aún, seguir a alguien aún más perdido que él.

Su intranquila persecución llegó a su fin unos minutos más tarde cuando, con evidente alivio, se percató de que la persona a la que había estado siguiendo no solo le era conocida, sino también amiga. El abrazo que compartió con la chica fue sincero. Pocas veces se había sentido inclinado a demostrar afecto físico desde la muerte de Eithelen y su clan adoptivo era poco dado a aquellas supercherías. Sin embargo, en cuanto había visto a Aylizz, aquel había sido su primer impulso y, al notar el temblor que parecía recorrer el cuerpo de la chica, se dio cuenta de que quizás no era el único que lo había necesitado.

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La preocupación en su voz al preguntar por el resto del equipo hizo que la culpa y la vergüenza volviesen a él. Apenas pudo articular palabra cuando le contó que los había abandonado a su suerte, que había elegido su vida sobre la de ellos. Su respuesta lo dejó perplejo y le hizo plantearse una vez más, cuán diferente era la educación entre su propia gente. Aylizz había demostrado comprensión, algo que jamás había recibido de su propia gente. Los Ojosverdes no huían, luchaban hasta la muerte.

[…]

Recorrieron los laberínticos pasillos de aquel inframundo, recorriendo el camino que la propia Aylizz había seguido con la reina de los vampiros poco tiempo antes. La corona. Debían llegar a la entrada principal, no solo para conseguir aquella alhaja, el auténtico objetivo de su paso por aquellas tierras malditas; si no también para socorrer a Nousis, que probablemente continuase enfrentándose incansable con todos aquellos que se cruzasen en su camino.

Apenas habían cruzado el umbral de la puerta que daba a la entrada cuando Tarek la vio, medio segundo antes de que la vampiresa peliblanca dirigiese su mirada hacia él. Sin pensárselo dos veces, empujó a la elfa rubia tras lo que parecía un montón escombros recientes, antes de empezar a retroceder con lentitud hacia el pasillo. La vampiresa, totalmente centrada en él [1] y con una mirada que prometía una larga y dolorosa venganza, apenas pareció percatarse de la presencia de la chica, centrada en cercarlo de nuevo como había hecho en la galería superior.

Un asomo de pánico volvió a surgir en el fondo de su mente, pero la mirada decidida de Aylizz, tras la efigie de aquella criatura, le hizo recordar que en aquel momento no estaba solo. Atrajo a la mujer, que parecía deleitarse con cada paso que avanzaba, hasta el interior del pasillo, lejos de la amplitud de la entrada, al tiempo que empuñaba su arma. Un par de metros más tarde, las raíces que tantos días atrás Aylizz había usado para mofarse de él, se alzaron del suelo, enroscándose en las piernas de la vampiresa, que apenas fue consciente de lo que pasaba, hasta que golpeó el suelo.

Preparado por el aviso que la propia Aylizz le había dado, no demoró ni un segundo en avanzar hacia su adversaria, cargando todo su peso sobre la espalda de la criatura para evitar que volviese a alzarse. Tomándola del pelo, forzó su cabeza hacia atrás y, aprovechando la curvatura del filo de su arma, le cercenó la cabeza. El estruendo de los aullidos y chillidos de la criatura, cuyo cuerpo manoteaba y se batía en espasmódicas convulsiones mientras forzaba la hoja sobre su cuello, retumbarían en los oídos de Tarek durante semanas. Pero la fría y espesa sangre que salpicó sus ropas, manos y cara mientras acababa con la criatura borró cualquier resquicio de miedo o duda que pudiese haber albergado. Aquellas criaturas también podían morir. Lanzando la cabeza lejos del caído cuerpo, se giró para dirigirse hacia Aylizz, que lo esperaba a la salida del pasillo.

- Nousis y la humana estaban cerca de la escalera principal –le dijo, señalando en la dirección en que recordaba haberlos visto por última vez- Aunque quizás llegue con seguir a la reina para encontrarlos –añadió. Si alguien había matado a la vampiresa que había presidido la sala, sin duda había sido Nousis, por lo que toda la fría venganza de la monarca recaería sobre él.
______

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Mensaje  Nousis Indirel Mar Mayo 10 2022, 22:13




Ella había por fin hecho acto de presencia. Al igual que Ulna, su mera presencia resultaba en toda una declaración de intenciones, concentradas en pavor y poder a partes iguales. La misma sensación que había tenido en las anteriores ocasiones en la que sus decisiones le obligaron a hacer frente a monstruos contra lo que nada habría podido encontrándose solo. La lucha no se detendría hasta que dos de los tres bandos en conflicto fuesen exterminados y para eso la muerte había tomado prestado el rostro de la vampiresa.

Su grito ayudó al elfo a desenfocar por el momento la sensación de los labios de la muchacha. Pese al peligro de muerte en que se hallaban, delante de sus compañeros, y de una batalla sin cuartel, había tenido aquella temeridad. Podrían haberlos matado, una estocada perdida, un golpe afortunado. En cambio, esa conocida y latente parte de sí mismo, casi a punto de ebullición por el derramamiento de sangre, deseó llevarla consigo en ese preciso momento y arrancarle cada prenda que le veía innecesaria. Cualquiera por encima de su piel.

El efecto de su contrahechizo duró lo suficiente para observar el devastador efecto que el grito de ese engendro de dientes largos produjo en cada ser agolpado en el interior del castillo. Esa resistencia a la magia que ya le había salvado la vida en varios cruciales momentos, evitó dejarlo por completo indefenso, como sí le ocurrió a uno de los Lyeyanna, muerto con el cuello desgarrado por el brutal mordisco de una reina de los Faeren que supuraba odio.

Los ojos grises de Nousis Indirel se abrieron un poco más, agradecido a los dioses de la aparición ilesa de Aylizz y Tarek. Parecía un milagro que aún todos se mantuviesen en pie. Claro que su mirada destilaba inocencia, en contraste a aquella que sintió posada en él, como luego en el Inglorien. Un zorro objeto de la necesidad de matar de un huargo. Aterrador.

… y estimulante.

Apenas escuchó las palabras de Aylizz sobre la localización de la reliquia por la que tanto habían sufrido aquellos largos días. Su ánimo mutó con el recrudecimiento de la violencia, y todas las motivaciones que estaba sintiendo se agolparon en sus manos y en un cerebro deseoso de arrancar sufrimiento al enemigo, de escuchar cada grito con una sonrisa más amplia con la visión de una lágrima tras otra, de auténtica desesperación. Ninguna otra cosa podría considerarse justicia. La erradicación del mal, un mantra genuinamente benévolo. Arrancar a esa criatura diente a diente, hueso a hueso con sus propias manos.

No comprendió en un primer momento qué pudo ocurrir. Achacándolo a un desvarío mental propio, fruto de su ansiedad por acometer, su arma estaba lista para un nuevo asalto. La reina se había detenido, con la mirada fija en la gema que habían rescatado de la mansión de Guenros. ¿Por qué dudaba por una piedra que rompía el hechizo que mantenía cerradas las puertas del castillo vampírico? No tardó en asomarse a la una respuesta que le heló la sangre, pues Tarek estrelló la gema contra el suelo. Y el castillo, al mismo tiempo, comenzó a hacerse pedazos, como si de pronto no soportase su propio peso, convirtiéndose en una trampa mortal. Cada pensamiento que cruzó su mente desembocó en una gigantesca cascada que buscaba arrastrarlo fuera, huyendo de un final donde sus últimos momentos habrían estado presididos por el dolor de toneladas de roca aplastándolo hasta morir. Las primeras grandes partes del lienzo pétreo en desprenderse causaron un alud de polvo, provocando un violento temblor y un ruido atronador, abatiendo a dos Lyeyanna que nada pudieron hacer para evitar tan horrible destino.

No quedaba tiempo, cada segundo podía significar la muerte, pero no podía abandonarles. Salvarse se encontraba lapso tras lapso en mayor medida en manos de los dioses, y Aylizz, Tarek y Iori luchaban con la fuerza de la desesperación para arrancar el trofeo que les había llevado allí de las frías manos de su enemiga. La quinta descendiente.

No pudo hacer nada ante el golpe que envió al elfo más joven a unos metros del combate principal. Vampiros y Lyeyanna, a sus ojos grises, luchaban y morían, y ya apenas continuaban en pie media docena de cada bando que había comenzado la sangrienta pugna. Hasta que Ternul hizo su tardía aparición , y sus oídos volvieron a resultar algo secundario, las palabras se tornaron una vez más, intrascendentes.

Alzó la vista en el momento preciso para contemplar un pedazo desarraigado de la techumbre que cayó, dispuesto a segar otra vida como ya había ocurrido. Sólo tuvo dos segundos para calcular la trayectoria de la masa desprendida, y a él regresó uno de sus numerosos ejercicios de entrenamiento. Ocultar, esquivar, atacar. Si aquello no resultaba, morirían, dedujo reuniendo toda la frialdad que le quedó para calmar su ira, temor y sed de sangre, adecuándolas a la tarea.

El gran pedazo de sillares ensamblados atacó el suelo en el mismo momento que el elfo daba un pequeño salto encubriéndose tras él de la vista de la reina del nido, escapando al temblor subsiguiente, la rotura de la pared abrió un hueco que su ojo y mano no desaprovecharon, incrustándose profundamente en la carne de aquella miembro de la raza maldita. Tal vez nunca comprendió de donde llegó el ataque, ni cómo Aylizz fue capaz de alcanzar la caída corona antes de que ella misma lograse reponerse. El castillo colapsaba, y para desesperación de Nou, aún una entre sus compañeros continuaba luchando, obviando el terrible peligro en el que se hallaban. Por fortuna, sus congéneres sí comprendían la realidad. Su orgullo, su obstinada necesidad de que cada parte de su grupo pudiese dejar todo lo vivido atrás como quizá un mal recuerdo, le impedían abandonarla, pese a que toda parte de sí lo pedía de una manera que rayaba la locura por sobrevivir.

Los propios seguidores de la reina murieron calcinados, en su afán por evitar una muerte por mor del derrumbe. Ternul y sus Lyeyanna también corrían alejándose de una estructura cuya historia terminaría en minutos. Nou dio gracias a los dioses, cuando Iori decidió dejar a la gravedad la idea de terminar con la vampiresa, y con la espalda de la muchacha delante, echó un último vistazo atrás cuando por fin salieron de los límites de la fortaleza, aunándose a Tarek y Ayl. Ningún grito fue escuchado, y ella desapareció entre las ruinas.

Contra todo pronóstico, se dijo pasándose ambas manos por el cabello de la frente a la nuca, acompasando la respiración, habían… vencido.
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Mensaje  Iori Li Dom Mayo 15 2022, 18:41

Los ojos azules oteaban los restos como un águila el campo en busca de comida. Por lo que sabía, la carne de los vampiros no era indestructible, y la luz del Sol acababa con ellos. Y sin embargo Iori tenía un sabor agridulce en la boca. Le hubiera gustado ver como aquella criatura llegaba a su fin con sus propios ojos, y no simplemente confiar en la casualidad y esperar que las piedras y la luz hicieran el trabajo.

Su respiración todavía era agitada, cuando unos pasos fuertes se escucharon detrás de ella. Tarek se había acercado a ella con gesto foribundo, y de un empujón, la giró hacia el para tomar la tela de su pechera. La acercó con decisión a él antes de que la chica pudiera reaccionar. - ¿Es que estás loca? Podías haber matado a Nousis con tu imprudencia y entonces qué ¿eh? ¿Acaso sabes tú como acabar con todo esto? ¿Acaso tu mísera venganza valía más que su vida? - Iori lo miró sorprendida pero encaró con frialdad su cara y lo miró taladrándolo con los ojos. - ¿De qué hablas? Yo no ataqué a Nousis en ningún momento -

La soltó de un empujón pero con un paso rápido se volvió a acercar a ella, manteniendo la distancia corta entre ambos - No, no lo atacaste. Pero no iba a salir de allí hasta que tú no lo hicieses. Hasta yo, que apenas lo conozco, soy consciente de ello. Cómo es posible que tu no - estaban prácticamente nariz con nariz, y la humana se mantenía firma en su sitio por pura terquedad - Pero que va a importarle la vida de un elfo a una asquerosa humana como tú, ¿no? Eso hacéis, matar a mi gente -

La mirada de Iori se abrió entonces mucho y la desvió para observar a Nousis con expresión interrogante en la cara, queriendo verificar algo. Mirar su rostro impasible no la sacó de dudas, con lo que no consiguió aclararse. - Me alegro de que los elfos seáis capaces de leeros la mente los unos a los otros, pero cómo tú mismo has dicho, soy humana, y vuestras movidas me son ajenas - y con toda la rabia del mundo, y el disgusto por su insoportable cercanía, Iori le dio un cabezazo al elfo para alejarlo de ella.

El dolor le recorrió el cráneo por dentro, pero observó con escondido placer como al instante la nariz de Tarek comenzaba a sangrar.  - Hoy he matado a mi primer elfo Tarek, ¿y tú? ¿A cuántos humanos has matado ya? - gritó con furia en la voz ante su comentario racista. El elfo se agarró la nariz, sangrando, y apartándose algo aturdido, dio un paso atrás. Se recompuso en segundos y clavó los ojos en ella - Nunca mueren los suficientes - escupió a un lado, sangre - No mereces ni el aire que respiras. - echó mano del arma, pero no la desenvainó, simplemente se dio la vuelta y se alejó, caminando de vuelta hacia la zona desde la cual, Ayl y Nousis habían observado el espectáculo.

Iori respiró profundamente y se giró, dándole de nuevo la espalda. Fijó la vista en las ruinas y buscó entre los restos, encontrar algún motivo que la impulsase a seguir en aquella horrible compañía durante dos semanas más. El tiempo que tardarían en regresar a la isla y colocar la reliquia que faltaba.

[...]

Avanzó tras ellos cuando se pusieron en marcha. La humana cerraba filas como si fuese un perro salvaje, manteniendo una distancia prudencial con ellos. No quería hablar con nadie. En esa ocasión, ni Ayl se libraba del desapego que sentía Iori por sus compañeros. La diferencia era evidente entre ellos, y aunque nunca había creído que la raza fuese la clave de esto, mientras los veía hablar cosas que no alcanzaba a escuchar frente a ella, una parte de su mente se inclinó a pensar que definitivamente el quienes sean tus padres marca la vida de las personas.

¿Qué culpa tenía ella? ¿O ellos? No había sido algo que hubieran podido elegir. Nadie escogía a sus padres y, sin embargo, era un argumento que se esgrimía con demasiada normalidad para justificar las diferencia entre los individuos.

Sacudió la cabeza obligándose a no pensar, ya que el hilo de su mente estaba comenzando a hacer mella en su estado de ánimo, amargándola más de lo que ya estaba. Se alegró de cuando, al ocaso, decidieron acampar en una zona que parecía un buen lugar para guarecerse en la noche. No abrió la boca, y evitó mirarlos. Prefería ignorar lo que sus compañeros decían y hacían.

A pesar de ello, su educación comunal en la aldea seguía imperando, por lo que sacó la carne seca, el pan y el queso de su alforja, y los colocó sobre una piedra cerca del fuego, a disposición de quien desease un pedazo. Tomó una pequeña cuña de queso, más por rutina que porque tuviese apetito, y se sentó algo apartada del fuego. Llegaba un rato masticando, con la vista clavada en la oscuridad más allá de la hoguera cuando lo reconoció por cómo pisaba el suelo al andar. - Hemos vencido, y pareces ser la única que no se lo toma así- rompió el hielo sentándose cerca, aunque dejándole espacio a ella.

Iori alzó la vista cuando lo escuchó sentarse para mirarlo, pero la apartó y no le sostuvo la mirada cuando él le habló. - Oh, no me malinterpretes, Estoy feliz. Un pasito más cerca de perderos a todos de vista - aseguró siendo borde de manera innecesaria. La humana tomó aire lentamente, en actitud de retomar el control sobre ella. - Lo siento - murmuró con voz cansada unos segundos después. Nou masticó su primera y su segunda respuesta antes de volver a hablar - Quise sacarte de allí a rastras - recuerdó los últimos instantes del combate - Yo también sé lo que es dejarme llevar por una pelea - Su voz resultaba extrañamente conciliadora, y, por curioso que pudiera parecer, aquello más que agradar molestó a Iori. - De cualquier forma, es cierto. En dos semanas si es tu deseo podrás no volver a verme -

¿No volver a verle? No era la primera vez que pensaba eso, y sin embargo... Los Dioses eran caprichosos tejiendo sus hilos. Iori se encogió ligeramente sobre sus hombros, recordando lo que pasó al final de la pelea. Tras las palabras de Tarek el sentimiento de culpa había picoteado en ella ante la duda. - Solamente quería terminar el trabajo. Asegurarme... - intentó justificarse sin intentarlo con verdaderas ganas realmente. - Lo que dijo Tarek, ¿es cierto? ¿Permaneciste allí por mi culpa? - inquirió mirándolo de soslayo.

Los ojos grises del elfo miraron hacia arriba y luego a la hoguera - Prefiero que estés viva y me lances todas las acusaciones e insultos que te vengan a la cabeza a que te mate un monstruo como aquel, o te aplaste medio castillo. Tú decidiste ayudarme, por eso estás aquí. No voy a dejar que pierdas la vida. - El tono de paternalismo en sus palabras le revolvió el estómago. Iori perdió los nervios como respuesta a las palabras suaves del elfo. - ¡Ellos también te necesitan! Salieron solos de la fortaleza, ¿Quién sabe qué peligros había fuera acechando? ¿Te paraste a pensar en eso? Ellos eran dos, yo una. - Lo miró con furia en los ojos mientras se ponía de pie. Debía de controlar la voz para no dejarse llevar por el enfado. - Ellos son elfos, yo no - aseguró tajante, esgrimiendo aquellas palabras como si fuesen el mejor argumento que se le podría presentar al elfo delante. - Eres idiota - aseguró en un murmullo delante de él con las manos apretadas.

Por una vez, él no respondió en el mismo tono. Se limitó a mirarla - Tarek y Ayl salieron de allí cuando tuvieron que hacerlo, los vampiros habían sido derrotados y quedaban pocos de esos fanáticos de la isla. Tú peleabas con una criatura que sé bien el poder que tenía. Os quiero vivos a los tres, por mucho que te cueste entenderlo. Deja de escudarte en que eres prescindible y que no pintas nada aquí - se levantó él también tras decir eso, pero continuó con un tono exasperantemente tranquilo - ¿Crees que me he equivocado? No voy a pelearme contigo - sacudió la cabeza, sin meterse en el berenjenal de su ascendencia - Seas lo que seas, te ha enfadado una decisión que solo me corresponde a mí. -

La calma de Nousis la crispó si cabe más todavía. La tensión en su cuerpo era palpable mientras algo pugnaba por tomar control en ella. Algo que no sabía identificar bien. Le mantuvo la mirada en silencio, ya que era lo único capaz de hacer en aquel momento de rivalidad. No encontró las palabras necesarias y dejó escapar una profunda expiración a través de los labios entreabiertos. - Pues te agradecería que se lo aclarases a Tarek, ya que me ha hecho responsable de que permanecieses hasta el final conmigo allí. - Se llevó los dedos a la nariz y apretó el puente en un burdo intento por darse un masaje que destensase la zona. Las ganas que tenía de partirle la cara al elfo de ojos verdes... - Vale, ya está, ya está... todo irá bien. Te prometo que lo ignoraré hasta que todo esto termine - aseguró girándose de espaldas a él y caminando por el borde de la sombra que arrojaba la luz de la hoguera, dando vueltas frente a él.

Nou suspiró y se volvió a acercar a ella - Ven un momento - esas fueron sus palabras. Iori lo miro con desconfianza pero, ante la actitud sosegada que él tenía resultaba complicado oponerse. Se acercó y lo siguió bosque adentro, lejos de la hoguera. Caminaron unos treinta pasos cuando él se detuvo y se giró para encararla. - Olvídate de Tarek, de la misión y de lo que hemos tenido que pasar estos días. No busco que me prometas que no os mataréis, pero - la miró fijamente - Si quieres enfrentarte a lo que nos espera y además te gustaría emprenderla a golpes con tus propios compañeros, tal vez sea demasiado - una ínfima sonrisa asomó a una comisura de sus labios - Intento entenderte, y aunque no quieras o lo veas ilógico, continuaré protegiéndoos, creáis necesitarlo, o no. Hay cosas que ni tú, ni yo, podemos evitar -

Los ojos azules se clavaron en la mirada de Nousis en la penumbra de la arboleda. Su actitud tan perfecta, su consideración tan elevada. Y eso solo le daba ganas a ella en aquel momento de hacer algo que le permitiera echar toda esa actitud suya por tierra. Quería verlo roto de alguna manera, al igual que se sentía ella muchas veces. Fuera de control. Se rio sin evitarlo cuando él afirmó entenderla y sin pensar, apartó el cabello que le acariciaba la mejilla izquierda para poder verlo mejor. Su pecho se llenó al respirar lentamente y acortó despacio la distancia que la separaba de él. - Y esta conversación, ¿la tendrás también con él? ¿O es solo la humana la que tiene que ser domesticada por el bien de la misión? - siseó con un tono de reto en la voz.

- Él y yo ya hemos tenido unas palabras, Iori - pronunció su nombre quizá un poco más despacio de lo habitual. - Y sabes bien que no se trata de domesticarte. Si peleamos, peleamos, y si busco comprenderte, rebuscas cualquier resquicio que puedas interpretar para atacar. Se acabó - negó con la cabeza - ¿Qué necesitas para ver las cosas como intento que lo hagas?- su pregunta no sonó en absoluto como ira, molestia o impaciencia, sino más bien como un "he quemado todas mis naves, así que explícamelo de forma que ambos nos entendamos de una maldita vez". Había un verdadero intento de conciliación en su actitud, pero Iori no estaba dispuesta a bajar las armas con los elfos en aquel momento. Ni aunque fuese él.

Aquella información la tomó por sorpresa, y fue evidente en sus ojos mientras lo miraba. - Lo siento Nou - comenzó a decir intentando modular la voz ahora en un tono más parecido al de él. No era una disculpa, era una forma de comenzar a hablar para llevarle la contraria - Tengo mis propios ojos, mi terquedad y mi forma de ser - antes de que pudiera ver el movimiento, Nousis sintió de golpe el cuerpo de Iori pegado en toda su extensión al de él. - Yo no pretendo que veas las cosas como yo lo hago. No te intento cambiar así que tú tampoco intentes cambiarme - murmuró colocando una mano en la curva del cuello del elfo. - Desde que nos conocimos siempre ha sido así. No pasa nada. Está bien cuando nos peleamos - aseguró y por primera vez en días, él pudo percibir el atisbo de una sonrisa en sus labios.

El cuerpo del elfo sintió una descarga que lo traspasó de pies a cabeza. Allí estaba aquella muchacha, la misma a la que había deseado desde la primera aventura que habían compartido en territorio humano, que se cruzaba en su camino como si los dioses mismos se obligaran a colocarlos uno frente al otro a la menor oportunidad. Sin ser consciente, o siéndolo más que en todos los meses anteriores, la tomó contra sí, evitando que el propio aire tuviese espacio entre ellos. Unos labios sobre los que se abalanzó con la urgencia de algo vital, hasta sus piernas, que sentían la calidez del cuerpo femenino. Sus manos recorrieron como deseando dejar una impronta duradera en ella desde la parte superior de su espalda, pasando por ambos costados y continuaron descendiendo. La parte del elfo que no admitía regla alguna ronroneaba de placer. La quería toda para sí. Todo cuanto había soñado hacer con y a esa humana. Saborear, jugar con esa lengua no era suficiente. Un buen comienzo, pero no suficiente. Tenía que ser suya por entero.
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Mensaje  Aylizz Wendell Lun Mayo 16 2022, 17:50


Un empujón y un golpe sordo contra la pared la sacaron de la rigidez que su cuerpo mantenía desde que la Reina había hecho su aparición. La esperaban, su plan se basaba en su presencia, pero ahora que allí estaba… Miró a Tarek, recomponiéndose del golpe, comprendiendo entonces que no había tenido tiempo para ser más delicado antes de que la maldita se abalanzara hacia él. Cuando sus ojos, espantados, la vieron tan cerca del elfo, ahogó un grito y de forma instintiva alzó los brazos hacia él. Terminó de contener el aliento un último segundo cuando el joven, cubierto de espino, resistió el primer golpe.¹

Por un instante, el tiempo pareció pararse y todo enmudeció cuando la gema estalló contra el suelo. Después, el mismo mundo pareció revolverse y venirse abajo con todo su peso, sobre ellos. Entonces lo vio claro, el tiempo se acababa, si es que todavía no lo había hecho.

—¡LA CORONA!— su voz rebotó entre cada pedazo de techo, columna o pared que comenzaba a desprenderse —¡ES LA RELIQUIA!— ya no podía hacérselo saber al resto de otra forma.

Todo pasó rápido y si más adelante se parase a pensar con retrospectiva, juraría no saber de dónde sacó las fuerzas, sobre todo después del golpe que le llegó de revés, de sorpresa, desde un ángulo ciego cuando toda su atención se encontraba puesta en la Reina. Pero justo antes de alcanzarla, de abalanzarse sobre ella, algo o alguien impactó de lleno en su costado, desviandola un par de metros, terminando por rebotar contra la pared. Dudando sobre cuántos golpes más aguantarían sus huesos bajo la túnica², se puso en pie con dificultad, soltando un pequeño bufido, echando mano de la espada. Hasta el coño ya.

No obstante, no era la única que lucía agotada y desesperada. Todos lo estaban, en cierta medida, cada quien a su manera. Para no estarlo. El castillo se caía a pedazos que cada vez eran más difíciles de esquivar. En aquel punto cualquiera tenía las mismas posibilidades de morir aplastado por una roca o atravesado por el acero. Sin embargo, la ventaja se hizo suya cuando el techo se abrió lo bastante como para que Anar pusiese sus dotes a favor de los héroes. Con la maldita ahora preocupada de no abrasarse, un descuido la hizo recibir de lleno el impacto de Nousis.

La elfa y la vampira cruzaron las miradas un instante fugaz, con el mismo pensamiento. Aquel zarandeo había hecho que la corona cayese al suelo y cualquiera podía ahora aventurarse a alcanzarla. Aylizz lo hizo, sin esperar a que alguien se adelantara, ni siquiera su dueña. Tarek terminó de darle la distancia que precisaba al retrasar a la maldita y en un último esfuerzo, la alcanzó. Y entonces dejó de pensar. Tenían la reliquia, ya nada importaba más que salir de allí. Rodó por el suelo esquivando un par de intentos por arrebatársela y varios cascotes que reventaban todo a su caída, hasta que a trompicones y sin parar de correr, logró erguirse del todo y terminar de salir de allí.

No miró atrás.

*****

Supo que todo había acabado cuando al tiempo que el castillo terminaba de reducirse a polvo y escombros, la corona se resquebrajó en sus manos. Ya no quedaban nocturnos en pie y los Lyelianna que hubiesen logrado salvar la vida ya estaban lejos. Respiró profundamente, tratando de devolver sus nervios a la tranquilidad, mientras deshacía los restos de la corona, que parecía guardar un último secreto en su interior. A decir verdad, dedujo que lo realmente importante era aquella segunda tiara que envolvían los pedazos rotos. Sin prestarle todavía atención a sus compañeros, que terminaban de reunirse, dedicó unos instantes a manipularla, aunque sin encontrar mayor detalle que la inscripción «Faeren» grabada en una de los rebordes interiores. Decidió no prestarle mayor atención por el momento y optando por la manera más cómoda de llevarla, se la colocó en la frente y se cubrió con la capucha antes de volverse a los demás.

Una caída de ojos acompañó el pensamiento de que habría sido mejor seguir absorta en sí misma, cuando alcanzó a ver a los mestizos enfrentados, para sorpresa de nadie. No pensó en tomar partido de aquello y aunque su carácter se tensó cuando Tarek encaró a la humana, se permitió un instante más de expectación en lugar de intervenir, comprobando que a Iori no parecía hacerle falta nadie para ponerle límites al elfo. Sin embargo, sí se levantó cuando advirtió el gesto de Nousis, que si se había dispuesto a interponerse entre ambos.

—¿Podemos irnos ya? Este lugar me da escalofríos…

Fue un último intento por apartar la atención de todos de la tensión acumulada y desviarla hacia un lugar donde poder descansar. La molestia en su voz era palpable, aunque quiso demostrar su total desinterés por aquella situación dándole la espalda a los otros tres cuando lanzaba su pregunta.

*****

Cuando el Ojosverdes estuvo a su altura, lo miró de medio lado con cierta compasión, contemplando el inútil intento del elfo por impedir el chorreo de sus fosas nasales con la mano. Sin decir nada, ella terminó de romper un jirón suelto de la manga de su camisa y se lo ofreció como pañuelo.

—¿Cómo estás?— rompió él el silencio tras aceptar la tela y haber tomado una lenta bocanada de aire.

—No es mi mejor momento, pero estaré bien.— la elfa sonrió ligeramente. Tuvo intención de entrar al trapo respecto a la escena pero, finalmente, optó por no hacerlo. No en aquel momento, al menos. Aunque esperaba poder tratarlo cuando, por lo menos, hubiese dejado de correr la sangre. —No voy a preguntar cómo estás tú…

Tarek dejó escapar un suave bufido por la nariz, lo bastante fuerte como para reflejar en su rostro un evidente dolor tras hacerlo.

—Mejor no…— comentó taciturno —¿Notas algo?— señaló entonces la corona bajo la capucha —Pensé que hacía falta un descendiente para activar la reliquia, pero el castillo acaba de caerse encima de la última de los Faeren…

Rió en sus adentros, aunque sin cambiar un ápice el gesto, el elfo se lo puso en bandeja. En momentos como aquel, en los que la tensión podía cortarse con el filo de un cuchillo, le resultaba casi instintivo recurrir al humor para rebajar la crispación. Lo miró con compasión tras su gesto de dolor, aunque dejando escapar una leve y sutil risita a causa de la cabezonería del peliblanco. Después llevó la mirada hacia arriba un momento, como queriendo mirarse la frente.

—Bueno, es raro llevar algo así. A parte de eso... ¡Ahg!— de repente, interrumpió su discurso llevándose las manos a la frente y en su rostro se reflejó un repentino dolor.

Como cualquiera hubiese hecho en esa situación, él tornó de un gesto de sorpresa a preocupación en un instante y no perdió el tiempo en situarse tras ella y sostenerla de los brazos.

—¿Qué pasa? ¡Aylizz! ¿Qué ocurre?

Ella, al notarlo verdaderamente exaltado, prefirió no agravar la situación y rompió a reír, aunque dejando entrever cierta culpa.

—¡Tranquilo! Es sólo una corona.— sosegó con un gesto de disculpa —Relájate, ¿quieres?

La mirada del elfo se clavó en ella, entrecerrada, descolocada. Al momento que pareció comprender la jugada, soltó su agarre y con un suave y pequeño empujón, la separó de él. No pudo evitar sentirse ligeramente culpable por aquello, definitivamente debía empezar a medir sus incordios. Pero es que él se lo ponía tan fácil.

—Ya… Y la gema sólo era una llave.— replicó entonces, aunque con una sonrisa burlona, retomando el paso de nuevo.

—Eso no ha sido cosa mía— respondió en su mismo tono, volviendo a su altura después del empujoncito —Buena intuición con eso, por cierto. Aunque la próxima vez espera que hayamos salido para hacer que todo se venga abajo, ¿de acuerdo?— apuntó con gracia.

—Y Nousis no iba a morir por esa... Humana.— comentó entonces, en voz más baja, mirando por encima del hombro hacia atrás.

Agudizando el oído, ella siguió los ojos esmeralda que se posaron en aquellos que los acompañaban, algunos pasos atrás.

—Lo haría por cualquiera de los tres.

El tono de la elfa se volvió serio en aquella afirmación, respaldado por su segura creencia en ello. Sin embargo, admitió para sí que encontró cierto punto de encuentro en las dudas de Tarek. ¿Podría llegar Nousis a cometer una verdadera estupidez por Iori? Suspiró, antes de volver la mirada al frente.

—¿Qué vas a hacer cuando todo esto se acabe?— Tarek cambió repentinamente de tema.

—Volver. Con eso me conformo, dadas... Las circunstancias.

*****

Nadie se opuso cuando Nousis sugirió en voz alta, para todos y para nadie a la vez, que era un buen momento para tomarse un descanso. Cada cual acató sus tareas y, durante un rato, dejó volar su mente.

Asegurado el perímetro, desandando metros por los que se había dispersado, encontró al espadachín junto a una hoguera naciente, solo. La elfa vio su oportunidad para acercarse a él.

—Es un buen sitio.— comentó, terminando de ojear el entorno, distraída.

Nousis asintió con la cabeza, mientras dejaba a un lado los leños sobrantes de la higuera, guardandolos para la noche, con claras intenciones de tomarse un descanso. Ella tomó asiento a su lado.

—Buen trabajo.— él habló entonces, dejando ver una sonrisa sincera.

—Alguien tenía que hacerlo.— respondió con suficiencia, aunque en tono de gracia —¿Estás bien? ¿Herido?— preguntó con suavidad, aunque preocupada.

—Unos golpes que dolerán días, nada más. Hemos salido muy bien parados… Pese a todo.

Fue como si pudiese leer el pensamiento del elfo en su rostro. Pese a que casi murieran aplastados porque Tarek se la jugase, pese a que Iori no entienda cuándo debe retirarse, pese a que salvasen la vida en medio de una carniceria fanático-vampira…

—Los Dioses están de nuestra parte.— se encogió de hombros con ligero optimismo y un tono cansado en la voz —Aunque...— murmuró, como si supiese que iba a pisar terreno resbaladizo en ese momento —...por qué no la sacaste de allí antes... ¡A rastras! Qué sé yo…

—Ojalá hubiese podido.— Nou miró al suelo, algo irritado consigo mismo. —Si la hubiese golpeado, la reina podría haberla matado, o una piedra podría haber acabado con ambos intentando arrastrarla. No vi otra opción que confiar en que terminase por entrar en razón— miró entonces a la elfa —Pero no pienso volver a encontrarme en esa posición nunca más.

—Yo...— ahora fue ella quien desvió la mirada, arrepentida —Salí de allí sin pensarlo... Y sin preocuparme de que hicieseis lo mismo…

Cuando volvió su mirada de nuevo hacia él, encontró una sonrisa cálida en su rostro, del todo inesperada.

—Y no sabes cuánto me alegra que tú tuvieses sentido común. Esa era la misión. De haberos quedado ¿quién sabe si habríamos esquivado todas las piedras?— sacudió la cabeza —Fue inteligente.

Ella se ruborizó ligeramente cuando, por primera vez, le escuchó decir que algo de lo que había hecho, había estado bien pensado. Sin embargo, no tardó en olvidarse de ello.

—¿Los ves capaces de no matarse hasta llegar a la isla? Por primera vez veo que parecemos haber coronado la cumbre y queda el descenso.

—Bueno, no lo sé... Hasta ahora no lo han hecho y saben más hoy que cuando empezaron. Sería un despropósito que alguno fuese tan estúpido de hacerlo antes de saberlo todo.

—No puedo estar en medio continuamente.— explicó —Estoy cansado de las miradas de ambos. Pondría la excusa de lo jóvenes que son— abrió la mano y señaló a la elfa con la palma hacia arriba —que evidentemente, no sirve.

—Lo he notado…— murmuró cuando aludió a su cansancio, después de desdibujar la ligera mueca satisfecha que la última apreciación del elfo había provocado —Pero él te respeta. Y Iori... Para mí está claro que le importas y le importa lo que pienses de ella.

Él suspiró, con una sonrisa de medio lado, sin dejar de observar a la muchacha.

—Tal vez... Aunque haya cosas que no quieran aceptar. Supongo que si no son hermanos de sangre, la tozudez sí que la comparten.

—¿Tozudez? Iori es una suicida.— bromeó, haciendo clara referencia a lo ocurrido en el castillo. —Deberíamos habernos dado cuenta cuando la conocimos.— añadió tras una risa.

—No voy a volver a intentar hacerles entrar en razón, pueden no estar preparados para aceptarse, tendrán tiempo si todo ésto termina bien— observó su espada, afilada y limpia un momento —podrán alejarse uno del otro en un par de semanas, si nada más se tuerce.— volvió sus ojos grises a Ayl —¿Y tú? No eres la misma que llegó a aquel poblado que defendimos en el norte. ¿Qué vas a hacer cuando pongamos a los espíritus a descansar de una vez?

Se peinó el pelo hacia atrás con ambas manos, al tiempo que se reclinaba hasta apoyar la cabeza en el árbol, cuando él preguntó por el futuro.

—¿Dormir?— rió de nuevo —No sé, no he tenido mucho tiempo para pensar en qué hacer últimamente...— levantó la mirada hacia el cielo —Quizá cuando sepa qué tiene que ver todo esto conmigo pueda decidir si me conviene esconderme hasta el cambio de siglo.

—Tu daga mostró parte del pasado, de modo que tienes que tener la misma sangre que alguno de esos de los nuestros que murieron tiempo atrás o alguna relación personal…— planteó.

—Mi padre nunca me contó nada acerca de ella. Sólo estaba guardada en una vitrina.— expuso sin más.

—Pero dormir sin sobresaltos, de cualquier manera, lo aceptaría sin dudar— aseguró entonces, retomando su respuesta anterior.

—¿Por qué no descansas esta noche? Déjanos las guardias.

—Ternul y los suyos pueden cambiar de opinión.— adució —Dormiré, si me dejáis al menos la tercera.

—Era mi última oferta, si.— sonrió con complicidad —Pero harás la última.

Le guiñó un ojo, divertida, y se levantó sin darle opción a réplicas, como acostumbraba a hacer él. Tras unos pasos, se dió la vuelta.

—Por cierto— añadió, dándose la vuelta a unos metros, aunque sin dejar de andar —Me gustas más cuando sonríes.— y sin más se volvió de nuevo y se perdió entre la foresta.

*****

A pesar de haber dispuesto para el grupo todo lo que aún tenía de provisiones, la humana no hizo acto de presencia durante la cena. No volvió a verla hasta la mañana siguiente, cuando la sintió rondar tras ella hasta tomar asiento en silencio.

La elfa se había encargado de la primera guardia y parte de la segunda, encontrándose demasiado agitada para pegar ojo. Tras descansar, que no dormir, durante unas horas, se levantó al alba para meditar, con intención de apaciguar la mente y el alma, esperando poder afrontar así el día que amanecía.

Entreabrió el ojo derecho, más cercano a la muchacha, y la observó de soslayo.

—Buenos días— expresó con suavidad, al advertir su expresión inquieta.

La joven asintió, llevándose un pedazo de pan a la boca, aún en silencio. En su rostro se dejaba ver la indecisión de quién quiere hablar y no sabe cómo.

—Ayer estuviste increíble.— consiguió decir al final —¿Cómo te las arreglaste para saber cuál era la clave de la reliquia?

Suspiró un momento, antes de terminar de abrir los ojos y reacomodarse, para extender después la mano y alcanzar un pedazo de queso.

—Mientras peleábais, me perdí por los pasillos y encontré sus secretos.— expuso, aunque sin querer reparar en demasiados detalles —¿Cómo estás?— aquello era lo que realmente le importaba.

—Deseando terminar.— respondió concisa, mientras cortaba otro pedazo de pan con sus manos. Masticó y se apuró en tragar para añadir. —¿Tú?

—Si... También.— admitió, dejando entrever una sonrisa cansada —Le has dejado una cara preciosa...— comentó entonces, con cierta burla, abordando directamente el tema que tampoco ella sabía cómo tratar.

Iori miró de forma fugaz hacia Tarek, que aún dormía a considerable distancia, y volvió a concentrarse en el pan, que ahora conocía una muerte lenta, desmigajado entre sus dedos sin el menor cuidado.

—Intentaré que no vuelva a pasar.— murmuró y la elfa compuso un gesto de absoluta extrañeza.

—¿Qué dices? En lo que a mí respecta, el cabezazo fue legítimo. Se acercó, se la jugó.— expuso sin acritud.

—Escucha Ayl…— prosiguió, tras tomar aire —Yo seguiré hasta el final. Tendré cuidado y no haré nada más que te ponga en peligro hasta que terminemos con esto. Sé que ayer fui un problema para todos. No volverá a pasar.— concluyó, de forma desordenada.

—La primera para la que fuiste un problema eres tú misma.— su voz se quebró ligeramente —Ella estaba más cerca de ti de lo que Nousis estaba de ella. Si no por un cascote desafortunado, habrías muerto en sus manos.

—Pero estamos aquí, comiendo y listas para terminar con todo esto.— resumió antes de observar el pan desmigajado en el suelo. Giró el rostro y sus ojos se encontraron con el de Aylizz. Se obligó a seguirla mirando. —Te lo prometo. No seré un problema ni un riesgo para ti.— afirmó, de forma solemne.

En el rostro de la elfa se reflejó una ligera mueca de desagrado al atender a sus últimas palabras. Se tomó un momento para responder.

—Escucha…— comenzó a plantear, frotándose la frente con dejadez —Me pones en una situación muy difícil cuando hablas así. Mi vida no vale más que la tuya. O la de nadie.— guardó silencio un instante y sonrió con suavidad —Seguro que en alguna parte alguien le da la importancia que tú le restas a tu vida. Una servidora, como ejemplo. Así que hazte un favor…— no terminó la frase.

—Me gusta vivir desde luego.— expuso con la mirada contrariada —No quiero que nada malo me pase. Pero me han enseñado a ser agradecida. Eres la única de tu raza que no me hizo sentir…— no terminó la frase. Volvió la vista a los rescoldos ya fríos de la hoguera de la noche y sacudió la cabeza. —Da igual. Solo eso. Disculpas y lo haré mejor a partir de ahora.— indicó levantándose y sacudiendo las migas de su ropa, dispuesta a dar por terminada la conversación.

—Lo estás haciendo bien, Iori...— se limitó a indicar sin más, con voz velada, mientras ella se alejaba.

Pues buenos días a todos…
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¹ Habilidad nivel 1. A cubierto [mágica, 1 uso]: Puedo envolver mi cuerpo o el de un aliado con espino que actúa como armadura durante 1 turno.
² Ropas arcanas pobres [túnica, armadura]: posee bolsillos para portar materiales de hechizos. Cuando puedes descansar y rellenar energías (ej: beber) por al menos 30 minutos, recuperas un uso de una habilidad mágica de nivel igual o menor a 2, una vez al día.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Tarek Inglorien Jue Mayo 19 2022, 10:48

El alarido de la sanguinaria monarca retumbó en sus oídos, dejando tras de sí aquel incómodo pitido que siempre acompañaba los ruidos demasiado altos, así como una sensación de mareo y aturdimiento que desestabilizó su cuerpo por unos minutos. A pesar de todo, pudo sentir el nuevo escalofrío que recorrió su columna, cuando observó a aquella cruel criatura ensañarse con el primer Lyeyanna que se encontraba a su alcance.

La encarnizada lucha, que se había paralizado por el súbito lamento de la reina, se reanudó casi tan rápido como se había detenido y los acontecimientos se sucedieron sumieron la escena en tal vorágine de caos y desesperación que, aún días más tarde, Tarek sería incapaz de relatarlos de forma coherente. Había buscado a Nousis con la mirada, en un intento de medir las posibilidades que tenían de llegar hasta él, pues la fría y calculadora mirada dirigida al elfo por parte de la soberana dejó pocas dudas de cuál iba a ser su primer objetivo. Sin embargo, esa misma mirada recayó segundos más tarde sobre el propio Tarek, marcándolo posiblemente como su siguiente objetivo.

A su lado Aylizz se removió inquieta y, como nacida de la mano de la propia Imbar, la voz de la chica resonó en su cabeza, trayendo a su mente el eco de un pasado no muy lejano. “La reliquia se oculta en la corona de la Reina… Todo este tiempo... la he tenido delante...”. Había algo más, algo que habían discutido entre susurros de camino hasta allí. Una frase, una palabra cuyo significado no habían acabado de comprender. Los maltrechos documentos hablaban de un pago, algo que había sido entregado a cambio de reforjar aquella reliquia… algo poderoso, algo en manos de Genros. Más por instinto que por convicción, sacó la gema del pequeño saquito en el que la rubia elfa la había guardado apenas un día antes.

El suelo bajo sus pies y las paredes a su alrededor temblaron en un extraño pulso que pareció nacer del objeto en su mano.

- ¿Qué hace eso aquí…? –la sobrenatural criatura ante él, cubierta por la sangre de los elfos masacrados a sus pies, había palidecido visiblemente, algo que el elfo peliblanco jamás habría imaginado que pudiese suceder. Aunque su perplejidad apenas duró un instante, lo que ella tardó en mudar su expresión y enseñar los dientes en una clara amenaza.

- Que Isil nos proteja… -murmuró para sí, antes de levantar el brazo y, con toda la fuerza que pudo reunir, lanzar la gema contra el suelo, donde estalló en miles de fragmentos, que se dispersaron con un sonoro tintineó por el suelo. Qué lo llevó a hacer aquello, si fue obra de la propia gema o de su desesperación, es algo que nunca podría explicar, aunque tampoco tuvo tiempo para pensarlo demasiado, pues el sonido de las paredes resquebrajándose y los primeros fragmentos de techo golpeando el suelo, fueron aliciente suficiente como para dirigir su atención a otros menesteres.

¡LA CORONA! ¡ES LA RELIQUIA!

Aylizz, en una réplica de lo que el propio Tarek había pensado hacer, se abalanzó sobre la vampiresa, seguida de cerca por el elfo peliblanco. A pesar de ello, ninguno de los dos llegó a su destino pues, en su caso, a pesar de haber blandido su arma contra la monarca, un fragmento recién desprendido del techo se interpuso entre ambos contendientes.

- ¡ROMPE ESA MALDITA RELIQUIA, ENGENDRO, Y OS DEJAREMOS EN PAZ! ¡MATEMOS A LOS DESCENDIENTES Y VIVIRÁS EN TU INFIERNO A SALVO! –la voz del líder Lyeyanna resonó en medio del caos.

- Te miente –fue la rápida respuesta del peliblanco- Están intentando matar a todos los descendientes. Las reliquias les dan igual. Han venido aquí a mataros, nosotros no.

Pero sus palabras fueron inútiles, pues la reina se abalanzó sobre él para atacarlo con sus garras. Un último golpe lo alejó del centro de la lucha

- ¡VEN CON NOSOTROS! -la desesperada voz de Aylizz llegó a sus oídos como un murmullo lejano, en medio del dolor- ¡NO NOS LA DES! ¡PERO LLÉVALA DE VUELTA!

La vio correr de nuevo hacia la criatura que, por un certero golpe de Nousis, había perdido la corona. No lo conseguiría. Aunque la elfa llegase a tiempo, aquel ser la abatiría en cuanto tocase la reliquia. Desoyendo las protestas de su propio cuerpo, se lanzó de nuevo a la carrera por el flanco de la reina, que perdió un decisivo segundo en mirarlo, que le dio la oportunidad a su compañera de tomar la corona e iniciar la huida.

Ni siquiera se planteó si era lo correcto, cuando la orden de Nousis le hizo frenar en seco a unos metros de la monarca, esquivándola por un lado y adentrándose en las sombras [1] que todavía proyectaban las pocas paredes que seguían en pie. Dos de los Lyeyanna siguieron sus pasos, pero ni siquiera el desesperado ataque de uno de ellos consiguió alcanzarlo antes de llegar al exterior del castillo, donde una nerviosa Aylizz esperaba espada en mano.  

Segundos más tarde, los pocos supervivientes de clan isleño siguieron sus pasos, aunque manteniéndose a una distancia prudente de ellos. Sin embargo, ni Nousis ni la humana atravesaron las derruidas puertas de la fortaleza. Minuto tras agonizante minuto, la situación comenzó a preocuparle, mientras Aylizz a su lado, llamaba a sus compañeros con voz afectada.

“No puede estar pasando de nuevo”. Algo atenazó su corazón, como una garra oprimiendo su pecho, impidiéndole respirar con normalidad. “Otra vez no”. Tenía que volver dentro, tenía que ayudarle. Pero los minutos seguían pasando y sus pies se negaban a responder… y Nousis seguía sin dar muestras de vida. Un fragmento especialmente grande de lo que restaba de techo se desmoronó con un sonoro golpe… y Tarek sintió que era incapaz de respirar. Aquello era culpa suya, si se moría sería por culpa suya. Él había derrumbado el castillo… había huido… lo había abandonado… no había estado ahí cuando lo había necesitado… La imagen de Eithelen muerto, que tantas veces había colmado sus pesadillas, volvió a su mente. No había conseguido salvar a su padre… no había estado cuando más lo había necesitado… y ahora también perdería a la única otra persona a la que había respetado y admirado casi tanto como a él. Nousis moriría, igual que Eithelen, por su cobardía. El tiempo pareció discurrir con más lentitud, mientras la fortaleza seguía desmoronándose y la esperanza de que su compañero pudiese salir de allí con vida se reducía.

El aire volvió de nuevo a sus pulmones en un doloroso torrente cuando, entre las ruinas destartaladas del castillo asomaron dos figuras conocidas que, con premura, se dirigieron hacia ellos. En la distancia, los Lyeyanna permanecieron atentos a sus movimientos.

- ¡Nos volveremos a ver!

La sutil amenaza del líder élfico sonó lejana para Tarek, que todavía no daba crédito a lo que sus ojos veían. Sin embargo, en el momento en que fue consciente de que el otro elfo se encontraba a salvo, no pudo evitar la corriente de pensamiento que inundo la mente del peliblanco. Nousis les había ordenado salir, recordaba su voz alzándose en medio de la lucha, ¿por qué habían permanecido ellos dentro tanto tiempo? Observó a la humana, que lanzaba miradas de odio a los restos de la fortaleza y, tras unos instantes, se dirigió de nuevo hacia aquel maldito lugar. No tuvo demasiadas dudas. Había sido culpa de ella.

Cegado por la ira, siguió sus pasos. El odio que destilaron sus palabras no fue nada comparado con la vorágine de ciega rabia que sentía en su interior. Una humana. Por tercera vez en su vida había estado a punto de perder a alguien importante en su vida por un maldito espécimen de aquella detestable raza. Sus manos, aferradas a la pechera de la chica comenzaron a temblar, con ganas de agarrar su cuello y estrangularla hasta notar el último hálito de vida salir de ella. Pero la soltó, sin apartarse demasiado. Ella, en fingida inocencia o haciendo gala de una estupidez que tampoco le sería extraña, pareció no entender la razón de sus interpelaciones.

- Hoy he matado a mi primer elfo Tarek, ¿y tú? ¿A cuántos humanos has matado ya? –gritó con furia, antes de darle un contundente cabezazo.

Aturdido por un segundo, no pudo más que llevar la mano hasta su ahora sangrante nariz, antes de replicar con todo el veneno del que disponía.

- Nunca mueren los suficientes –fue su amarga respuesta, tras escupir la sangre que ya se acumulaba en su boca- No mereces ni el aire que respiras.

Su primer impulso fue sacar el arma y ya notaba la textura del cuero del mango en su mano, cuando se detuvo. Si la mataba ahora, y realmente era necesaria, todo aquel infierno no habría servido para nada. Con dificultad, relajó la mano y se apartó de la chica con asco. Solo tenía que esperar a que saliesen de aquella condenada isla.

- ¿Nos vamos ya? Este lugar me da escalofríos –la cansada voz de Aylizz lo hizo volverse, dando la espalda a aquella desgraciada criatura y al deseo que todavía hacía cosquillear sus manos de matarla. Aun así, no pudo evitar la mirada de decepción que le lanzó a Nousis, preguntándose si realmente habría estado dispuesto a morir por aquella despreciable criatura.

[…]

El momento de tensión tras la batalla, así como el cansancio derivado de la misma, empezaron a hacer mella en cada uno de sus pasos. Sin embargo, la trivial conversación que había iniciado con Aylizz le había ayudado a apartar de su mente, aunque solo fuera por un instante, de lo sucedido, animándolo a continuar la marcha. Incluso su sardónica broma había conseguido animarlo un poco, a pesar del momento de pánico que había inundado de nuevo su mente.

- Pues yo quiero perderme una semana en el bosque en el que me crie... dormir dos días seguidos y olvidarme del mundo por un tiempo –fue su respuesta, a la que siguieron unos segundos de silencio, en los que se percató de lo que acababa de decir- No es que no aprecie la compañía –gesticuló hacia la chica a modo de disculpa- pero... ya sabes.

- Suena... Realmente bien –añadió ella, asintiendo con la cabeza—Tranquilo, sé a qué te refieres. Aunque si me permites un consejo... no te lo tomes demasiado en serio. La última vez que quise estar a solas, me pasé un año en el bosque.

- Dudo que me otorguen siquiera esa semana, aún menos un año –respondió el elfo quedamente, mirando al cielo un segundo, antes de volver a centrar la vista en el camino ante él- El clan es como… –sopesó un instante cuál sería la mejor forma de describirlo- una colmena. Solo funciona si todos aportan algo, si todo está organizado. A veces es un poco opresivo no poder decidir a dónde ir sin que tenga que pasar por un consejo. Pero supongo que es mejor que estar solo –finalizó el comentario con una sonrisa en la que no se adivinaba pesar por la situación. Tras aquello, se instauró un nuevo silencio entre ellos, que finalmente fue interrumpido por el propio Tarek- Bien pensado lo de las raíces para amarrar a la vampiresa, fue agradable ver que las usas contra alguien más, aparte de mí.

- Vamos, no llores. No te hice ni un rasguño –fue la respuesta de ella, acompañada de una risita nerviosa que sonaba a arrepentimiento.

- Si te digo la verdad, parece que hace meses que sucedió aquello y apenas han pasado unos días. Ni siquiera recuerdo por qué lo hiciste –se encogió de hombros intentando recordar lo sucedido. Tras un breve silencio, fue ella la que le dio la respuesta.

- Querías marcharte –añadió, encogiéndose ella también de hombros.

- ¿Acaso no tenía buenas razones para hacerlo? –respondió él, mirando sobre su hombro la silueta del derruido castillo- Hemos estado a punto de morir... ¿cuántas veces? Déjame pensar –finge contar con las manos al tiempo que enumera los acontecimientos vividos- Quemamos una aldea y unos amables mercenarios intentaron cazarnos, acabamos en la casa de un maniaco torturador y... ¡oh, sorpresa! casi nos matan y, por último, aunque no menos importante, nos colamos en el castillo de unas vampiresas psicópatas para casi morir aplastados... aunque eso debo reconocer que fue culpa mía –finalizó, añadiendo cierto tono socarrón a sus últimas palabras.

Aylizz, que había conseguido mantener el semblante impasible durante sus primeras palabras, acabó riendo a carcajadas tras su comentario.

- Yo tenía una razón mucho mejor para no dejar que lo hicieras. ¿Has probado a estar a solas con esos dos? –preguntó, señalando hacia atrás con convicción con el pulgar

- Por suerte no –fue la respuesta del peliblanco, fingiendo un escalofrió-, aunque por la pregunta supongo que tú si –la observó con mirada inquisitiva, pero apenas se dio cuenta de ello, tornó su expresión y devolvió la vista al frente- Sabes qué, prefiero no saberlo –notó como la rabia volvía a instaurarse en el fondo de su estómago, por lo que decidió seguir con la conversación, apartando aquella imagen de su cabeza- Solo por eso dejaré de guardarte rencor.

- Uf menos mal, ¡gracias! –respondió ella, con fingida intensidad y, agarrándolo de un brazo, añadió- No podía dormir de pensarlo –Tarek no pudo evitar reírse ante el comentario.

- Gracias –añadió, mirándola de soslayo, una vez ambos dejaron de reír- Por quitarle peso a todo... no sabes lo mucho que ayuda a sobrellevar toda esta locura... –las imágenes de lo ocurrido volvieron a su mente- y por lo que dijiste en la capilla. Creo que no hubiese podido enfrentarme a ese ser de nuevo si tu no hubieses estado allí para ayudarme

- Bueno, no son necesarias –las mejillas de la elfa se tiñeron de carmesí, al tiempo que comenzó a mesarse el pelo con nerviosismo. Tarek, por respeto a ella, decidió hacer como que no había visto nada- Somos compañeros en esto, ¿no? – finalizó ella, dándole un pequeño toque con el codo y sonriéndole.

- Aun así, no tenías por qué hacerlo.... pero lo hiciste, aunque apenas nos conocemos –puntualizó, sonriendo a la chica.

- Eso es cierto –contestó ella, observándolo con los ojos entrecerrados, simulando desconfianza.

El calmado silencio entre ellos trajo de nuevo a su mente el fútil comentario que ella había hecho poco antes.

- De verdad no me imagino como sería esto solo con esos dos. ¿Fue tan terrible como suena? – miró sobre su hombro, preguntándose qué demonios podía haber pasado para que el camino de aquellos dos se cruzase, generando en el elfo pelinegro la necesidad de proteger con tanto ahínco a una humana.

- Pues... –los ojos de la elfa enfocaron hacia el mismo lugar que los suyos- Nunca sabes si están a punto de matarse o... –notó como ella vacilaba- Yo que sé, no me hagas caso. Esas cosas se me escapan del todo.

Apenas compartieron algunas palabras más antes de que Nousis anunciara el alto para acampar. Pero aquellas palabras “Nunca sabes si están a punto de matarse o…” y la vacilación de la rubia elfa al pronunciarlas rondaron por su cabeza algún tiempo más, mientras recogía la leña que avivaría la fogata de aquella noche.

[…]

Observaba sin prestar mucha atención el crepitar de la fogata, mientras a su cabeza volvía una y otra vez lo sucedido, cuando captó el movimiento de Nousis al levantarse. Desde que habían establecido el campamento, apenas había compartido un par de palabras con sus compañeros, sumiéndose poco a poco en un estado taciturno, que achacó al cansancio. No se sorprendió cuando, poco después de la cena, el elfo pelinegro, que mostraba una poco común calma y algo parecido a la alegría se sentó junto a la humana que, con un criterio poco común en ella, había decidido apartarse y librarlos al menos por un tiempo de su insufrible presencia.

Sin embargo, sintió crecer su estupefacción según pasaban los minutos, al comprobar que el elfo no solo no parecía estar reprimiendo a la vil criatura, sino que mostraba con ella una actitud casi conciliadora, demasiado cercana. Apretando la mandíbula, desvió la mira a tiempo para que no se cruzase con los ojos de la chica, que fugazmente se posaron sobre él. No tenía mayor duda de cuál era el tema de conversación entre ambos. Intentó centrar su atención en otra cosa, pero ni siquiera la calmada conducta de Aylizz, que se afanaba en sus propios quehaceres, consiguió evitar que volviese a girar la vista, para ver al elfo y la humana enfrentados, cara a cara, demasiado cerca. Segundos más tarde los vio desaparecer entre la foresta [1].

“Nunca sabes si están a punto de matarse o…”

[…]

Con la excusa de ir a por agua, había decidido alejarse unos metros del campamento, con la esperanza de que un poco de distancia le ayudase a calmar el torrente de pensamientos que corroía su mente. Intentó opacar las imágenes que evocaba la sentencia de la rubia elfa, repitiéndose una y otra vez que debía estar agradecido de estar vivo, que habían salido de aquel castillo… que no habían muerto y que en unas semanas todo habría acabado. Pero a su mente volvieron aquellos tortuosos minutos en los que, tanto él como Aylizz temieron lo peor, al ver que el castillo seguía derrumbándose y que de entre sus piedras no se asomaba ninguna figura conocida. Notó como aquella dolorosa opresión volvía a su pecho y le restaba aire. “No” pensó “Nosotros hicimos lo que nos dijo. Nosotros no lo pusimos en peligro… fue ella” y la imagen de Nousis y la humana desapareciendo entre las sombras volvió a su mente. Notó el acre sabor de la bilis en el fondo de la boca.

Alejarse no había sido una buena idea. Estaba demasiado cansado, quizás solo estuviese imaginándose cosas. Dormir lo ayudaría. A su regreso encontró a los elfos en medio de una animada charla, que no quiso interrumpir por lo que, tras un gesto de despedida, se encaramó a un árbol cercano para intentar conciliar el sueño hasta que llegase su turno de guarida. Esperaba que la inconsciencia llegase a él rápido y que le permitiese aclarar su turbada mente.

Su turno de vigilancia no llegó lo suficientemente rápido como para evitar que las pesadillas inundasen sus sueños y, durante las horas en las que guardó el silencioso campamento, su mente no dejó de bullir en un frenético y caótico maremágnum de pensamientos. A sus pies, se acumulaban los despedazados fragmentos de las ramas que había ido rompiendo a causa de la frustración. El sueño tampoco volvió a él una vez cedió el relevo, y el alba lo encontró acostado junto a las ascuas de la hoguera, donde Aylizz y la humana iniciaron una conversación animada, como si lo sucedido el día anterior jamás hubiese tenido lugar.

- ¿Cuál es nuestro siguiente destino? - preguntó, intentando mantener una voz neutra, cuando los cuatro se reunieron en torno a la moribunda hoguera.

- Debemos llegar a la costa –explicó Nousis con tono serio- A unos seis días en dirección sur hay varias aldeas pesqueras que espero puedan botar un navío a las islas, aunque sea de pequeño tamaño.

- ¿Alguna aldea en específico?

- Gilrain es probablemente nuestra mejor opción –comentó el elfo pelinegro, que parecía intentar recordar mientras se mesaba la mejilla- Su tamaño es mayor que otras a un par de días a caballo en ambas direcciones, y comercia con Sandorai. Hay más posibilidades de hallar un navío allí.

- Tengo una conocida en ese puerto, -la voz de la humana, algo alejada del resto, se dejó oír en ese momento -  es la persona que me condujo en barco la primera vez a la isla. Está familiarizada con la ruta y las aguas de la zona.

- Bien –sin prestar más atención a la conversación, Tarek se alzó tomando sus pertenencias, que previamente había ido reuniendo- Nos vemos allí –sin darles tiempo a reaccionar, abandonó el centro del campamento, con expresión tensa.

- ¿Qué? –la incomprensión fue palpable en la voz de Nousis y Tarek no se habría molestado en contestar si Aylizz no hubiese intervenido también.

- ¿A dónde crees que vas?

- A Gilrain –le respondió, encarándola, pero sin hacer contacto visual con el otro elfo- el puerto pesquero donde botarán el navío que nos llevará a la isla –añadió replicando las palabras del propio Nousis- Que tengáis un buen viaje

Por un segundo vaciló en preguntarle si deseaba acompañarlo, pero descartó la idea al momento. Guardaba demasiada lealtad a aquellos dos como para hacerlo.

- ¡Espera! –la voz de Nousis, mezcla de petición y orden, se oyó de nuevo a su espalda- ¿A qué viene esto? ¿Acabamos de sobrevivir y ahora pretendes irte solo?

Detuvo sus pasos en seco, sintiendo como aquella acre sensación volvía a su boca. Sin poder evitarlo, acabó perdiendo la poca compostura que se había prometido guardar.

- ¿A qué viene esto? ¿En serio? -preguntó sarcástico, encarándose al otro elfo. La humana, a su lado, lo miraba incrédula con los brazos cruzados, consciente de la razón de su exabrupto- Dímelo tú Nousis. ¿A qué viene esto? –enfatizó la pregunta extendiendo los brazos para abarcarlos a ambos, para después señalar a la humana- Casi te mueres por su insensatez y cuál es tu respuesta a eso. Una conversación íntima y... ¿algo más? –preguntó con ironía. Desconocía lo qué había pasado aquella noche y no deseaba saberlo, pero fuese lo que fuese, el elfo mayor parecía jugar en más bandos de los que le correspondía- No voy a abandonaros, tengo demasiado presentes mis valores morales como para faltar a mi palabra... lo que no se puede decir de todos los presentes –dejó que la hiriente frase calase antes de añadir- Pero eso no implica que vaya a pasar los próximos días aguantándolo.

- ¿Pero de qué está hablando? –preguntó en un murmullo Aylizz, que parecía estar en shock.

La humana, con algo más de sensatez de lo que era normal en ella, decidió permanecer en silencio. Pero la expresión de Nousis y su repentina palidez no hicieron más que confirmar sus peores suposiciones. Incapaz de mantenerse en pie más tiempo, vio cómo volvía a tomar asiento en el círculo que formaba la fogata.

- Pregúntaselo a él, -incapaz de contenerse, Tarek respondió a la elfa, señalando al pelinegro con la cabeza- a ver si tiene la entereza de decirlo en voz alta.

Con furia, los ojos grises de Nousis se asentaron sobre él. Sin embargo, la destructiva tormenta que se intuía en ellos, reflejo de una furia que el peliblanco ya lo había visto desatar en más de una ocasión, lo dejaron totalmente frío. Había admirado aquel hombre, por todo lo que representaba, en ese momento sentía una indiferencia que rallaba el desprecio.

- Comparte nuestra, por no decir tú sangre, Tarek –aquello sonó a excusa repetida docenas de veces, pero la mención a un posible parentesco entre la humana y él fue la gota que colmó la poca paciencia que le quedaba. La humana aún en silencio miraba perpleja a Nousis.

- Púdrete en tu propia desesperación si con eso te consuelas –añadió mirándolo con furia, al tiempo que escupía a un lado con asco. Girándose hacia Aylizz sintió el leve pinchazo de la culpa, por lo que no pudo más que decirle en una voz más calmada- Lo siento… -antes de partir y dejarla sola.

- No me lo puedo creer... –negó ella con la cabeza, tapándose la cara con gesto de cansancio. La decepción patente en su voz.

Había recorrido apenas unos metros cuando escuchó de nuevo la voz de Nousis.

- Ten cuidado

Pero aquellas palabras sonaron vacías e falsas a sus oídos, mientras se adentraba en el bosque, camino a la costa.
___
[1] Perspicacia (Nivel 2)


Última edición por Tarek Inglorien el Vie Jun 17 2022, 15:49, editado 1 vez
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Nousis Indirel Jue Mayo 26 2022, 17:31




Quiso resumirlo para sí en dos palabras, placer e intensidad, que pudiesen dar cabida a cuanto había ocurrido entre ellos. Pero nunca… Negó para sí, sacudiendo la cabeza, con la punta de los dedos en la frente y una sonrisa de medio lado bajo unos párpados momentáneamente cerrados. Su parte racional se obligaba a cuestionárselo todo, a buscar una explicación razonable, y era algo que no deseaba en esos momentos. Quería respuestas y deseaba no encontrarlas, de modo que tras un frío baño con la música que prodigaba la noche, el elfo regresó al pequeño campamento, aún sorprendido de que aquella aventura hubiese tenido a bien regalarle algo así.

Aylizz, en el momento preciso, le ayudó a evitar embotellar unos inoportunos y desconexos pensamientos. La muchacha había demostrado entereza y una habilidad que le hizo pensar cuanto había profundizado en sus capacidades desde el encuentro de los tres con el dragón de Baslodia. Le resultaba reconfortante la certeza de que era muy capaz de salir viva por sí misma de algo tan duro. No obstante, se dijo cuando acudió cerca de él, también se conocía a sí mismo extremadamente bien. Tanto como para no llegar a mentirse pensando que llegaría a dejar de preocuparse por ella.

La mención a Iori le hizo sentirse incómodo, deshonesto. Aylizz era la criatura que más cosas había vivido junto a ambos al mismo tiempo, y no se le escapaba cuanto sabía o sospechaba la joven elfa sobre ellos. Aún recordaba bien la descripción que había hecho de ella en aquella cueva cerca de Midgar, “interesante e impredecible”. No se había equivocado. Quizá tampoco con Tarek, y ¿qué había de ella misma? Las revelaciones de los antepasados ya habían provocado un cataclismo entre el Inglorien y la humana. ¿Ocurriría lo mismo con las siguientes si afectaban a la sanadora? Verla alejarse tras sus últimas palabras para él esa noche le llevaron a una silenciosa y breve plegaria a Anar e Isil. Merecía que cuidasen de ella si todo cuanto estaba en su mano mortal no era suficiente.

Amaneció, de una forma tan pacifica que nada lo había preparado para lo que estaba por acontecer. Los cuatro vivos, los cuatro -supuso en esos precisos momentos – con la mente puesta en el último tramo del viaje. No se había equivocado y no obstante, había errado por completo.

El espadachín no dio crédito a las palabras de Tarek. No al principio. Creía conocer sus virtudes y defectos, pero aquello iba más allá. Su decisión parecía precipitada, con un punto de locura, y Nou lo achacó a la pelea con Iori del día anterior, tal vez incluso a su decisión de no intervenir. Creyó que la gran discusión surgida en el templo de Isla Tortuga se había disipado con los sucesivos problemas que habían solventado entre todos. Falló. Dentro del elfo más joven surgió una ira que su congénere, más experimentado, ni siquiera tuvo en cuenta. ¿Había sido arrogancia creer que no notaría nada, como si no hablar de ello, no mostrarlo, permitiría que no existiese? El hijo adoptivo de Eithelen se separaba de ellos no a causa de una humana, por todo el odio que albergase contra su raza, sino por él. Una vez más se sentía traicionado, de la misma forma que le había acusado de no revelar puntos de la historia que de antemano conocía.

Nousis se sentó, ensimismado a causa del desprecio de su compañero, sumado a lo ocurrido pocas horas antes no demasiado lejos de allí, y no pudo sino preguntarse si auténticamente estaba haciendo lo correcto. Él, que predicaba la destrucción de brujos y vampiros, él, que buscaba por cada rincón del continente el poder suficiente para llevarlo a cabo. Siempre había sostenido la primacía de su raza como culmen de la existencia. Y no cabía duda que había protegido a una humana, y había creado ciertos lazos con ella, uno nuevo en los dominios de la luna. Tarek le había echado en cara una hipocresía y una falsedad que no estaba seguro de que efectivamente no fuesen auténticas. Sí, tal vez los Humanos no fuesen para él una especie a erradicar, pero sus conversaciones con Aylizz y Iori dejaban patente que no los consideraba a su mismo nivel. ¿Y ella? No era amor, por supuesto. Lo sentido por Neralia distaba un abismo profundo como el océano.

“La deseabas, y la has conseguido. Una vez. Que el muchacho siga su camino. Podrían haber sido hermanos de no mediar una muerte. Su inmadurez no te concierne, no es asunto tuyo… ahora ella está cerca, y dispuesta. Él se ha atrevido a juzgarte en demasiadas ocasiones y pretende regresar cuando él decida”

Algo se ensombreció dentro de sí a pesar de desearle buena suerte. Algo oscuro, que se arremolinó en torno a su corazón dudando ser capaz de volver a perdonar a ese inconsciente.


[...]



Las horas pasaron, aún sumidas en la deserción del elfo de cabello ceniciento. Aylizz y Iori, a causa de la segunda, permanecían cerca una de la otra en las numerosas tareas necesarias del día a día. No le había pasado desapercibida la reacción de la campesina cuando él mismo fue capaz de salir del impacto provocado por las palabras del Inglorien. No quería en modo alguno que el grupo volviera a partirse. No hasta que todos estuvieran a salvo.

-Me evitas – soltó de improviso, aprovechando un instante en que la elfa no se encontraba a la vista. Había llegado a ella con todo el sigilo que fue capaz, aprovechando el nulo sonido de su armadura, buscando tomarla con la guardia baja. Iori, tomando su cabello entre los dedos tras haberlo lavado en el río, lo miró con una sorpresa rayana en un temor que se esfumó después del primer instante. El elfo pudo sentir un olor peculiar que, para añadir aún más leña al fuego, encontró agradable. Melocotón.

-Imagino que es lo que quieres –
replicó, apartando su mirada de los grises ojos del espadachín.

-¿Cómo dices?


La muchacha, sentada en el suelo, abrazó sus rodillas, y Nou entrevió una mirada que no esperaba. No enfado, decepción ni desprecio. Tristeza.

-Te vi – indicó como si aquello lo explicase todo, y por supuesto, lo hacía. La culpabilidad retozó dentro de él.

-Mi reacción… no pretendía hacerte daño, ¿sabes…? - trató de explicarse. Era la verdad y no lo era. No había sido capaz de pensar en sus sentimientos ante el ataque de Tarek.

-Nunca, por peligrosa que fuera la batalla, por difícil que estuviera la situación, te vi retroceder ante un peligro. Es una de tus habilidades y un don que admiro de ti
– se detuvo, antes de proseguir-  Allí, por primera vez, lo hiciste ante las palabras de Tarek. Necesitaste sentarte para asimilarlo.

Vergüenza. En Nousis la vergüenza no le enrojeció las mejillas, mas sí apretó su estómago, ocasionándole una sensación a la que en absoluto estaba acostumbrado. Su frialdad sufrió hasta el punto que habló con ella dejando atrás cualquier seguridad.

- Eres la primera mujer fuera de mi raza con la que he tenido… lo que sea. No comprendes lo que ha sido eso para mí, para todas las ideas con las he crecido, algunas incluso ni siquiera soy capaz de verlas de la misma manera. Pero son parte de mí .¿Serías capaz de vivir si dejases de ser tú misma? Tarek me ha devuelto lo que yo pensaba menos de un año atrás. Además, ¿te importa lo que yo opine fuera de lo que hemos hecho ya? ¿Qué quieres de mí?

-Quizá no lo creas, pero tengo mi código moral. No quiero ser recordada como un error o un pecado en la vida de nadie.

-No me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido- afirmó, con una seguridad nacida de la verdad – Pero no te negaría que aún no se encajarlo en lo que llevo conocido- Sintió que no estaba llegando a ella, y frustrado, volvió con una única palabra- Mírame. Si no me respondes, si no sabes siquiera responderme, tal vez he- dudó. Iría más allá de lo que jamás se había permitido con ella- pensado en ti más de lo que esto merecía. Lamento que sitieras así mi comportamiento-terminó, molesto, antes de darse la vuela.

Casi no lo creyó cuando sintió su muñeca aferrada por la mano de la humana. Fría tras el roce del agua.

-¿No te arrepientes? – inquirió ella con voz suave, con los ojos lejos de la figura del elfo. Volviéndose con lentitud, contestó con una sola palabra.

-No.

-¿Me puedes decir que ves de élfico en mi?- la pregunto tomó al hijo de Sandorái a contrapié. Desvió la mirada a un lado, apretando los dientes. Una palabra equivocada podría desembocar en otra guerra a nivel personal
- No te has criado con nuestras tradiciones, lengua u hogar y aún así… No me refiero a qué reflejas de los míos, tan sólo que ambos lo buscamos.

Apenas daba crédito a sus propias palabras. Los dioses habían sido testigos que Nousis Indírel había confirmado que deseaba tiempo ha a esa muchacha. El cariño… El cariño que había desarrollado por ella, el buscar su bienestar, ¿igual que con Aylizz? A su mente llegó la proximidad de la elfa en aquella cueva, tras terminar con la botella del juego. Su aplomo y la confianza que ya compartían. ¿Resultaba distinto por ser elfa y humana? Cualquier hombre podría verse atraído por la sanadora y él la trataba como parte de su familia. Lo de Iori…

-Lo que dijiste ese día, que crees que comparto la mitad de vuestra sangre. ¿Es por eso que lo hiciste? ¿Por qué piensas que si fuese mestiza sería menos malo?- la fuerza con la que agarró su mano aumentó en intensidad, y Npu comprendió que la respuesta sólo podía ser una.

-Yo no hago nada que no quiera hacer- aseguró, clavando en ella sus ojos grises- Nada con lo que no sea capaz de mirarme a mí mismo después.

“Mentira”
– taladró ese recóndito lugar de su mente, alegre en su sadismo.

-Habría hecho lo mismo tiempo atrás- confimó. Y eso sí era verdad. Habría yacido con ella desde los bosques de su primer encuentro. Sólo cuando ella abrazó su cintura, comprendió el elfo que por una vez, había conseguido dar con las respuestas acertadas. La atrajo hacia sí, buscando reparar de una vez su comportamiento tras las palabras de Tarek. Nunca tendrían un futuro, estaba seguro. Ella moriría mucho antes que él, si un acero no cambiaba el sino de su vida. Quizá había llegado la hora de dejar de hacerse preguntas, pese a desconocer dónde podría desembocar eso.


[...]




Las jornadas transcurrieron en un ambiente de pesimismo, rebajando de forma notable la felicidad por haber conseguido la reliquia y tomado el camino de regreso. Nousis no podía más que sentir una alegría poco manifiesta al ir dejando atrás los riscos de la comarca vampírica. Dormían en zonas apartadas de los bosques, protegidos en lo posible de fieras y asaltantes, tomando lo necesario de ríos, manantiales, fauna de la zona y productos comprados a los labriegos que trabajaban las amplias extensiones de la parte suroccidental del continente. Pese a todo, eran pocos, demasiado para evitar incidentes auténticamente graves, y recordó las numerosas caravanas que recorrían el camino principal que vertebraba el oeste de Aerandir, desde los Baldíos a las montañas nórdicas, algunas de las cuales él mismo había protegido. Se apartaron entonces de las zonas más agrestes, uniéndose a una comitiva de humanos compuesta por mercaderes y algunos mercenarios que protegían las dos carretas cargadas de balas de seda. La llegada de dos elfos y una humana no supuso ningún problema gracias una apariencia que distaba de la de los salteadores de caminos y a la belleza de ambas féminas.

Corteses y de trato fácil, los comerciantes, procedentes de Wulwulfar, confiaban en vender sus productos a lo largo de la tierra élfica, antes de llegar al hogar tras meses de trayecto. Con amables palabras, trataron de incoporar a Iori y Aylizz a su gremio, conscientes que podrían ayudar a mejorar el numero de ventas, mientras los guerreros intercambiaron hechos de armas con el elfo, llegando a ponerle a prueba en un par de entrenamientos con armas de madera. Fueron días tranquilos, de comidas comunales, halagos y preguntas sin descanso. La aportación de la tríada a la protección sólo se vio necesaria en un ataque mal planeado de unos toscos asaltantes medio muertos de hambre, que desistieron al caer los dos primeros de entre ellos. Resultó algo lamentable de ver, y el espadachín ni siquiera buscó perseguirlos. No había honor en abatir a gentes ya a un paso de la muerte.

Aylizz destacaba entre todos ellos. Su cabello dorado ondeaba como un estandarte, único en toda la concurrencia y en ese instante, a dos días de la costa, quizá de encontrarse una vez más con Tarek, precisó de las palabras de alguien con quien no tuviera que medir las suyas. Las pequeñas aldeas que se había encontrado en las horas anteriores celebraban fiestas propias de tintes muy antiguos, cuyos moradores a no recordaban sus inicios, siempre en relación a momentos del ciclo agrícola asociadas a la protección de alguna deidad. Se acercó a ella, contemplando el horizonte, esperando y no, ver de nuevo al Inglorien.  

- Pronto llegaremos
- habló a su lado. Dos palabras para encerrar el cómputo de los escasos días que quedaban hasta Gilraen y las emociones que ello sustentaba.

Ella lo miró distraída —Si...— apretó los labios un momento —¿Crees que de verdad vendrá? ¿Llegará?

Su oyente cerró muy levemente los ojos, perdidos en la lejanía. No estaba seguro de sus preferencias en esos precisos momentos. Aún le dolían sus palabras, demasiadas contra él desde que había invadido su sueño semanas atrás - No lo sé. Tampoco cómo yo lo recibiría- espetó.

Frunció el ceño y apretó los puños —Si se mordiese la lengua, se envenenaría a sí mismo.— afirmó entre dientes —¡Tiene el cerebro completamente abducido! El muy necio...

- ¿Crees que toda la culpa es suya? - preguntó mirándola, con toda franqueza. Un sí rotundo habría resultado música celestial a sus oídos, casi capaz de tapar sus propias dudas.

—No. Gran parte de ella la tienen los negados de sus amos.

El espadachín rumió la respuesta de la elfa unos segundos. Sí, los OjosVerdes eran un clan complicado, pero los únicos que parecian comprender que el exterior podía ser una sentencia de muerte para su raza.

-Está lleno de ira -comentó - Y no me veo capaz de continuar consintiéndole. No querría tener que usar mi espada en su contra, ni ponerte en medio de un riña así, pero incluso con los míos, mi paciencia tiene un límite.

—No será necesario.— afirmó, clavando su mirada en él —Y te aseguro que si llegas a eso me tendrás en medio.— añadió, desviando de nuevo los ojos hacia el camino, aunque sin perder la credibilidad de su voz.

Éste sacudió la cabeza - Jamás te voy a hacer daño Ayl. Puedes tenernos en la misma estima. Yo no.

Negó con la cabeza y lo miró de soslayo, dejando ver media sonrisa velada —No lo haría por él. No creo que esperase esa reacción por tu parte, pero todos hemos visto que ha dado en hueso. Si vuelve a hacerlo y te extralimitas, sabía a lo que jugaba. Pero si pierdes el control por algo como esto, cuando se te enfríe la cabeza te arrepentirás.— expuso —Sé que se mí no me harás daño.

La observó con detenimiento el tiempo necesario para converger consigo mismo y necesitar dejarse llevar por un impulso. Tomó a la muchacha entre sus brazos, dándole unas mudas gracias por entenderle después de tanto, antes de alejarse para preceder unas horas más a la caravana de mercaderes junto al resto de mercenarios.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Tarek Inglorien Jue Mayo 26 2022, 18:56

DÍA 1

Todavía notaba, corriendo por sus venas, los resquicios de la candente furia que lo había sobrecogido aquella mañana, cuando el sol comenzó a perder intensidad, preludio del ocaso que estaba por llegar. Poco a poco sus pasos se fueron ralentizando, hasta que sus pies se detuvieron sobre la mullida hierba que cubría el frondoso bosque. Como llegado de la nada, notó el cansancio apoderarse de él, consecuencia de la incesante marcha que había mantenido para alejarse de aquellos que habían sido, hasta hacía solo unas horas, sus compañeros de viaje.

Dejó que su espalda se deslizase por el tronco de un árbol cercano, hasta sentarse entre sus raíces. Pensó que todavía restaba suficiente luz como para seguir un tramo más la senda hacia la costa. Desde su partida, había dejado siempre el camino a su izquierda, avanzando por entre la foresta, pues temía cruzarse con otros inesperados viandantes. Sin embargo, nunca se había alejado demasiado, pues aquellas eran tierras desconocidas para él y, cualquier desvío o atajo, podía implicar un rodeo o un peligro que no estaba dispuesto a afrontar. La quietud del bosque le pareció perturbadora tras tantos días de ajetreo y compañía continuos, aunque no duró demasiado, pues su enfebrecida mente rememoró, una vez más, su marcha del campamento y la razón por la que había decidido partir sin ellos.

Notó como la tensión atenazaba su mandíbula y la sombra de la ira cegaba nuevamente su vista. Intentó respirar con calma, apartar aquellos pensamientos de su mente. Se había separado de los demás precisamente para evitar aquel flujo de ideas, para no sentir aquel cruel aguijón que, constantemente, se clavaba en su pecho y le recordaba que era un estúpido por haber depositado su fe en una persona que solo lo había utilizado. “Y probablemente no sea la primera vez” pensó. Apretó los puños con fuerza y los llevó hasta su frente, generando presión sobre ella, intentando mitigar el dolor de cabeza que lo acompañaba desde hacía horas y que aquella vorágine de pensamiento no hacía más que intensificar.

- Basta… -murmuró para sí mismo. Aquello no iba a llevarlo a ninguna parte. Necesitaba reunir provisiones antes de que el sol desapareciese por completo en el horizonte, dejándolo en total y absoluta oscuridad. Debía encontrar un buen resguardo, pues aquella noche no se podría darse el lujo de dormir al amparo de una hoguera.

[…]

Apagó las últimas ascuas de la pequeña fogata, antes de dirigir sus pasos lejos de aquel lugar. Había localizado un árbol lo suficientemente frondoso como para ocultarlo a unos cientos de metros de allí. “Recuerda, siempre te buscarán donde ha estado el fuego. Nunca debes quedarte cerca”. La grave voz de Eithelen retumbó en su mente mientras escalaba, aprovechando los huecos en la corteza del tronco, hasta alcanzar una rama lo suficientemente ancha como para soportarlo.

- Nunca cerca del fuego… -repitió para si en voz baja, rememorando aquel episodio de su propio pasado.
El cielo estrellado apenas era visible entre el follaje, pero la titilante luz de algunas estrellas, que se dejaban entrever cuando la brisa de la noche movía las hojas del árbol, lo acompañó durante las horas en que el sueño se negó a apoderarse de su conciencia.

[…]

Había llegado a una zona especialmente frondosa del bosque y el camino, que hasta hacía poco había estado a su izquierda, ya no era perceptible desde donde se encontraba. A pesar de ello, siguió avanzando. Minutos más tarde, la maraña de ramas y arbustos dio paso a un paisaje diferente… Las ruinas de una estructura de piedra, que la naturaleza había reclamado para sí hacía tiempo, se alzaban solitarias en el centro de un claro. Supo qué era lo iba a ver antes incluso de rodear el único muro que todavía restaba en pie. Había estado allí cientos de veces, pero las palabras gravadas en la piedra y teñidas del color de la sangre no resultaron por ello menos dolorosas. Cerró los ojos, para evitar que el significado de las mismas calase en su mente.

- No puedes huir de esto.

La voz a su espalda, tan familiar como lejana, lo hizo volverse con premura. Ante él, con el mismo aspecto que la última vez que lo había visto, se encontraba su padre, con expresión taciturna.

- Yo… no puedo… –avanzó un paso en su dirección, pero apenas había extendido el brazo para intentar alcanzarlo, cuando de su pecho surgió el filo de una espada, blandida por una sombra sin rostro tras él. Incapaz de emitir siquiera un sonido de aviso, el elfo peliblanco observó como la vida se apagaba en los ojos de su progenitor.

El espectro de Eithelen se derrumbó a los pies de Tarek, que permaneció quieto unos segundos antes de caer de rodillas junto al cuerpo sin vida del hombre.


DÍA 2

El segundo día de marcha transcurrió en la misma solitud y silencio que el anterior. El camino, al que volvía de vez en cuando para corregir su ruta, apenas parecía transitado y en todo el día observó solamente a un par de transeúntes y una carreta con víveres atravesarlo. Seguían relativamente cerca de los dominios de las vampiresas, por lo que suponía que aquella no era la ruta más propicia para atravesar Urd.

La recurrente pesadilla, que había perturbado una vez más sueño, continuó rondando por su mente durante horas. Había sido durante un episodio similar en el que Nousis había contactado con él, aunque en aquella ocasión el final había sido diferente. Nunca le habían dicho cómo había muerto Eithelen, por lo que su mente había intentado durante años suplir aquella carencia de información con las escenas más macabras imaginables, que en todos los casos le dejaban una sensación de desasosiego difícil de superar.

Mantuvo, en la medida de lo posible, una marcha incesante, haciendo apenas un par de altos en el camino para refrescarse, recoger agua y provisiones, temiendo que el resto del grupo hubiese elegido la misma ruta que él. No deseaba verlos. Había elegido desprenderse de su compañía durante aquellos días, aunque sus caminos acabasen en el mismo lugar, para evitar las discusiones que sabía que surgirían. Incluso había intentado marcharse de forma pacífica, pero apenas habían hecho falta un par de palabras para romper el poco autocontrol que había conseguido reunir durante aquella noche. Recordó el pálido rostro de Nousis cuando había insinuado la posible relación entre él y la humana, así como su reacción cuando lo había retado a decir la verdad.

Un punzante dolor recorrió sus manos cuando se dio cuenta de que había ido apretado los puños cada vez más, clavándose las uñas en las palmas. La humana… Debería haberla matado aquella noche en el festival o quizás en su furtivo encuentro en Mittenwald. Ningún miembro de aquella raza merecía un segundo más de vida. Siempre dispuestos a matarse entre ellos y a destruir todo lo que tocaban, a mancillar todo lo que veían. Una rápida ejecución los habría librado del infortunio que acarreaba con ella, pero estaba claro que el elfo pelinegro no lo iba a permitir. Parecía albergar algún tipo de sentimiento hacia ella. Había hecho lo correcto al abandonarlos (se repitió por enésima vez). Pero entonces recordó la dolida expresión de Aylizz mientras se alejaba y un sentimiento de culpabilidad se debatió con la furia que sentía en su interior.

El ocaso lo encontró todavía caminando y preguntándose si seguía en la dirección correcta. Nousis había indicado que el puerto estaba hacia… Sacudió la cabeza. No quería volver a pensar en él, en ninguno de ellos. Tenía cinco días para olvidarlos, antes de tener que volver a soportarlos. Se internó de nuevo entre la foresta para repetir la maniobra de la noche anterior, pero un crujido a su espalda, mientras recogía ramas, le hizo sospechar que, quizás, no fuese buena idea encender aquella noche una hoguera. Tendría que conformarse con bayas y frutos del bosque para cenar. Aprovechando el amparo que le proporcionaban las sombras, desapareció entre los árboles, hasta localizar un espécimen cuya frondosidad le proporcionase un lugar seguro para dormir.

El cansancio acumulado tras la caminata y las pocas horas de descanso de la noche anterior hicieron que el sueño se apoderase rápidamente de él. Aunque no lo suficiente como para no volver a escuchar unas silenciosas pisadas que, por suerte, acabaron alejándose de aquel lugar.

[...]

Volvió a las ruinas de aquella casa y a las ensangrentadas palabras talladas en la pared. Pero en aquella ocasión no fue Eithelen quien se presentó ante él, sino el espectro del antepasado de los Inglorien que tan funestas palabras había pronunciado tan solo unas semanas antes. En su rostro se distinguía un gesto de burla, al tiempo que señalaba sin descanso las palabras inscritas en el muro.

La cruel risa de la vampiresa a la que se enfrentó en el castillo reverberó, como en un inacabable eco, en el claro del bosque en el que se encontraba. Pero no consiguió verla hasta que la tuvo sobre él. Sus afilados dientes y el sonido de un edificio derrumbándose sobre ellos fue lo último que vio y escuchó antes de despertarse.

Sobresaltado, se incorporó sobre la rama del árbol en el que se había guarecido, notando como la brisa helaba el frío sudor que corría por su frente y espalda. Frustrado, golpeó con fuerza el tronco del árbol tras él. Al instante, el dolor físico que emanaba de su puño mitigó, en cierta medida, la desagradable sensación que le había dejado la pesadilla. Como si del toque de un fantasma se tratase, continuó notando el aliento de aquella criatura en su cuello.


DÍA 3

El sol de la mañana lo arrancó del intranquilo sueño en el que se había sumido tras la pesadilla. Con dolor de cabeza y notando todos los músculos del cuerpo agarrotados, descendió del árbol. La bendición que siempre había sido la luz de Anar, se convirtió en una tortura cuando los cegadores rayos del sol de mediodía intensificaron la migraña en la que había acabado derivando aquel malestar matutino.

Consciente de que había avanzado a paso ligero los días anteriores y, por lo tanto, recorrido un importante trecho del camino, decidió bajar el ritmo de la marcha. Todavía le restaban cuatro días para llegar al puerto, pero no soportaría el resto de la marcha si seguía a aquel ritmo y sin apenas descanso. Caminó por del sendero durante un trecho, pues la foresta se había vuelto intransitable en algunos puntos de la ruta, hasta que horas más tarde empezó a percibir sombras y movimientos fugaces por el rabillo del ojo. Inquieto, buscó una forma de volver a la protección del bosque. De nuevo en terreno familiar, dudó de que aquellas visiones hubiesen sido reales. No podía tratarse del resto del grupo, pues debía sacarles varias horas de ventaja, sin habían seguido su mismo camino; ni alguno de los viandantes que había visto transitar por el camino, pues en sus rostros siempre se adivinaba el deseo que tenían de dejar aquel lugar. Finalmente, lo achacó al cansancio y falta de sueño que embargaban su mente, aunque aquella afirmación no consiguió despejar del todo la duda, manteniéndolo en vilo el resto del viaje y haciendo que, en más de una ocasión, se desviase intencionalmente de la ruta, dando ligeros rodeos.

Llegada la noche fue consciente de que había avanzado menos de lo esperado, pero había sido un sacrificio necesario para garantizar su seguridad llegado el crepúsculo. La fría brisa del anochecer le hizo anhelar el fuego de una hoguera mientras buscaba un árbol en el que cobijarse. Pero consciente de que aquello podía delatar su posición y aun recelando de los acontecimientos vividos, decidió prescindir de ella. No tuvo que esperar demasiado para que el sueño lo arrastrase a la inconsciencia, arrebujado en sus ropajes para intentar conservar el calor.

[…]

Volvía a estar en aquel claro del bosque, pero en aquella ocasión Eithelen había vuelto a morir ante él, abatido por aquella sombra anónima, y nuevamente no había podido hacer nada por evitarlo. Arrodillado ante el cuerpo de su padre, alzó los ojos una vez más para contemplar su rostro. Sin embargo, no fueron las conocidas facciones, rodeadas de aquel halo de pelo blanco insignia de su clan, las que sus ojos se encontraron. Ante él se encontraba el inerte cuerpo de Nousis, de cuyo cuello desgarrado brotaba la sangre a borbotones.

- Lo siento… -apenas fue capaz de articular aquellas palabras- Lo siento - repitió una vez más, mientras llevaba las manos a la herida que adornaba el cuello del pelinegro, intentando parar la hemorragia- Por favor, otra vez no -Notaba el calor de sus propias lágrimas en las mejillas, mientras sus manos se cubrían cada vez más de la espesa sangre de su compañero caído- Tu también no. Por favor…

Apartó la mirada del torrente de sangre para dirigirlo de nuevo a la cara del otro elfo cuyos ojos, ahora abiertos y carentes de vida, lo miraban acusadoramente, recriminándole el haberlos abandonado. Notó entonces a alguien frente a él y los azules ojos de la humana se clavaron en sus suyos cuando la encaró

- Fuiste tú el que los abandonó… a todos.

En un principio, no fue capaz de entender a qué se refería, hasta que tras ella apareció la mortecina figura de Aylizz, cuyos ojos sin vida lo miraban con aflicción. A su alrededor, todos aquellos que había ido perdiendo a lo largo de su vida fueron surgiendo, de entre la negrura de la nada en la que se encontraban, mirándolo con el mismo gesto de reproche que Nousis.


[…]

Descendió torpemente del árbol, en medio de la oscuridad que todavía sumía las horas previas al alba, incapaz de respirar. Apenas tocó con los pies el suelo, se derrumbó de rodillas y un estrangulado sollozo dejó sus labios. ¿Cuánto tiempo había pasado? Quizás solo hubiese durado minutos, pero aquella pesadilla lo había torturado por lo que parecieron horas. Incapaz de seguir soportándolo, dejó que el dolor y la angustia se apoderaron de él, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas y se sumía en una desesperación que hacía años que no sentía.

Permaneció allí sentado durante horas, hasta que el sol ya se encontraba de nuevo en su cénit y, con la convicción de alguien cuya única opción es avanzar, se dispuso a continuar su camino.

DÍA 4

- Maldita sea –masculló Tarek, observando desde la lejanía la aldea.

Era claramente humana… y el único camino a su disposición. Podía rodearla, sí, pero aquello implicaría perder aún más tiempo. El día anterior había avanzado menos de lo previsto y esa misma mañana había iniciado la marcha demasiado tarde. Si las previsiones de Nousis eran correctas, necesitaban seis días para alcanzar el puerto. No podía arriesgarse a llegar más tarde o pensarían que había faltado a su palabra… que los había abandonado. Su última conversación con el elfo moreno volvió a su mente y la ira que había sentido tan intensamente los días anteriores pareció mitigada por algo diferente, más cercano a la culpa.

Apartando aquel hilo de pensamiento de su mente, se dirigió hacia el camino que daba acceso al pueblo. Si tenía que cruzarlo, sería mejor hacerlo como un viandante cualquiera. Aquello llamaría menos la atención que hacerlo buscando sombras en pleno día. Aunque dudaba que fuese a pasar desapercibido, pues pocos habían sido los caminantes que había observado transitar aquel sendero.

Se adentró en la población con expresión neutra y la mirada fija al frente. Cada paso que daba lo acercaba un poco más al otro extremo, pero lo alejaba también de la seguridad del bosque que dejaba a su espalda. Los murmullos y cuchicheos no tardaron en alzarse a su alrededor y las pocas personas que se encontraban en la calle parecieron multiplicarse segundo tras segundo. Entre asustados susurros creyó adivinar la palabra “vampiro” en más de una ocasión. El opresivo reinado de la sanguinaria monarca parecía haber marcado también aquellas tierras.

- ¡Eh, tú! –Tarek no aminoró el paso, aunque tampoco lo intensificó. Simplemente continuó caminando, como si aquel llamamiento no se hubiese dirigido a él. Pero al parecer su interlocutora tenía otras intenciones- ¡Oye! Estoy hablando contigo –la humana le cortó el paso, para observarlo de arriba abajo con atención- ¿Eres uno de ellos? ¿Un vampiro?

- ¡Pero qué dices, mujer! Cómo va a ser un vampiro, ¿pero no ves que camina bajo el sol? –la voz provenía de un segundo individuo que, a pesar de su afirmación, no le quitaba el ojo de encima.

- Cosas más raras hemos visto –ella pareció fruncir el ceño, atenta a cada gesto del elfo, que permaneció en silencio- ¿Qué haces aquí?

Tarek la observó por un momento. Solo era una humana. Todos ellos eran solo humanos. Podía empujarla y continuar su camino. Apenas una veintena de pasos más adelante se encontraba el final de la plaza en la que había terminado desembocando y el límite de aquel poblacho no podía estar mucho más lejos. Pensó incluso que, si era lo suficientemente hábil, podía acabar con la vida de los presentes y continuar su camino sin más. Aplacar todos aquellos tumultuosos sentimientos con sangre. Pero tras aquellos humanos llegarían más… y, por muy ineptos que fuesen, sus posibilidades de sobrevivir serían limitadas. Debía resolver aquello con "diplomacia".

- Me dirijo a la costa y vuestro pueblo se encuentra en el camino –respondió con voz neutra, sin quitar la vista de la mujer ante él. Con esfuerzo intentó que su mente no lo transportase a aquella otra humana, cuya sola presencia complicaba tanto su vida.

Sin perderlo de vista, la mujer le dirigió un quedo asentimiento, haciéndose a un lado. El resto del pueblo pareció guardar silencio mientras él reanudaba la marcha. Recorrió el resto del camino sin ser molestado, aunque más de una puerta chirrió ligeramente sobre los goznes a su paso. Alcanzado el límite de la población, notó como el aire, que inconscientemente había estado conteniendo, abandonaba sus pulmones. Gracias al desafortunado encuentro con los habitantes de aquella aldea, había confirmado de alguna manera que todavía se encontraba en el camino correcto.

En el horizonte el sol iniciaba ya su cotidiano descenso cuando las casas a su espalda comenzaron a perderse entre el paisaje. Pero la llegada del ocaso trajo también consigo de nuevo los ecos de la tumultuosa pesadilla de la noche anterior, por lo que decidió parar la marcha y recoger algunas ramas para prender una hoguera. Aquella noche rehuiría en la medida de lo posible el sueño, sin con eso conseguía escapar de las pesadillas. El calor de la hoguera y el crepitar de las llamas le aportaron algo de paz, mientras degustaba la primera comida caliente en varios días, acompañado por la quietud de la noche. Sabía que hacer una hoguera era arriesgado, pero encontrándose aún cerca de una población era menos probable que alguien intentase algo contra él durante la noche. Observó las lejanas luces de las casas, cuyo brillo poco a poco se fue apagando, sumiendo la población en la penumbra.

- Aquí estás –en algún momento debía haberse sumergido en un estado de duermevela, puesto que no había visto llegar al propietario de aquella voz, que ahora se encontraba frente a él- Llevamos días tras tu rastro. -El uso de aquel plural puso alerta a Tarek que, más despierto, fue capaz de identificar no solo a uno, sino a cinco elfos encapuchados. Los Lyeyanna- Yo que tú no haría eso –fue el quedo aviso de Ternul, al verlo acercar la mano a su arma.

- ¿Y ahora qué? –preguntó el elfo peliblanco, consciente de la situación desfavorable en la que se encontraba.

- Ahora vamos a terminar con esto, como deberíamos haber hecho en la isla –el líder Lyeyanna dio un par de pasos hacia él- Si no te hubieses escapado aquel día, nada de esto habría sido necesario.

Sacando fuerzas de algún recóndito y escondido lugar, consiguió alzarse lo suficientemente rápido como para esquivar el primer envite y, evitando al elfo más cercano, barrió con el extremo de kusari-gama los rescoldos de la hoguera, para arrojárselos a otro de los atacantes. Debía ganar espacio, poner distancia entre sus atacantes y él para poder usar la ventaja que le daban las sombras. Pero rodeado como estaba, iba a ser tremendamente difícil. Un nuevo ataque llegó de su derecha y consiguió frenarlo apenas unos segundos con su arma, antes de que otro de los elfos lo atacase por un costado. Ternul observaba todo con atención desde el lugar que Tarek había ocupado apenas unos minutos antes.

Los cuatro acólitos se afanaron en su misión de reducirlo y, a pesar de llevar años combatiendo, el joven elfo poco pudo hacer nada contra un enemigo mucho más numeroso que él. Tras varios minutos de frenética lucha, y al menos un Lyeyanna fuera de juego, acabó golpeado e inmovilizado en el suelo.

- Levantadlo –la voz de Ternul se escuchó a apenas a unos pasos de su cabeza. Con premura, sus acólitos siguieron sus órdenes, colocándolo frente a frente con el líder Lyeyanna- Quizás tus amigos tengan la reliquia que faltaba, pero quizás se olviden de esa absurda misión y vengan a reclamar venganza cuando arrojemos tu cuerpo a sus pies.

- Acaso no te has planteado que, si fuesen mis amigos, no estaría rondando solo por estas tierras inhóspitas –aquella bravuconería le costó cara pues, con el dorso de la mano, Ternul le cruzó la cara.

- Descubrámoslo –la intensidad con la que el caudillo dijo aquello dejó poco espacio al joven elfo para la duda: aquel era su fin. Pero el aguijonazo de la daga atravesando su cuerpo jamás llegó.

- Basta –una nueva voz se alzó en la noche y, cuando el elfo peliblanco abrió los ojos para enfrentarse a aquel cambio de situación, pudo ver que una veintena de personas portando antorchas y aperos de labranza se encontraban a unos metros de ellos.

- Esto no es asunto vuestro –escupió el líder Lyeyanna, todavía frente a Tarek.

- Pero es nuestra tierra y un elfo muerto en nuestros caminos es un problema que no vamos a tolerar
–Ternul masculló entre dientes algo parecido a una maldición, mientras sus acólitos se removían inquietos.

- Nos marcharemos entonces –con un rápido ademán, dio orden a los demás para que recogiesen a su compañero caído y mantuviesen su agarre sobre el elfo peliblanco.

- No lo habéis entendido –la voz de la mujer interrumpió la coordinada tarea de los Lyeyanna que, perplejos, miraron a su líder- Soltadlo.

Tarek sintió el acre sabor de la humillación al saberse auxiliado por aquellos humanos, pero aquella aspereza se vio mitigada al comprobar que Ternul parecía dudar. Apenas unos minutos antes ellos habían ganado por superar al peliblanco en número, ahora se encontraban justo en el otro extremo de la cuerda. El gesto de su rostro mudó de la furia al odio en los minutos de tenso silencio en los que el caudillo élfico se batió en una lucha de miradas con aquella obstinada humana. Finalmente, fue él quien apartó la vista y, con una mirada de odio que ni el mismo Tarek podría replicar, dio orden a sus secuaces de soltarlo.

- Volveremos a vernos –fue su despedida, por segunda vez, en menos de una semana.

Tarek los observó partir, seguro de que su amenaza volvería a cumplirse. A su espalda, los aldeanos celebraban silenciosamente su victoria.

- Sabía que darían problemas –murmuró la humana, para después dirigirse a él- Tú también debes irte. Este es un pueblo pacífico. No vamos a permitir que vuestros conflictos nos salpiquen.

El joven elfo dirigió entonces su verde mirada hacia ella y aquellos que se encontraban a su alrededor se movieron inquietos, aferrándose a sus improvisadas armas, dispuestos a atacar de ser necesario.

- Bien –fue su queda respuesta, mientras se agachaba a recoger su arma caída. Escucho una vez más murmullos de sorpresa entre el grupo, aunque no pudo culparlos. Incluso entre su gente el arma que blandía era poco común. Envainándola, procedió a recoger sus pertenencias, mientras la marea de antorchas y orcas se perdía poco a poco por el camino de regreso al pueblo.

- Hay un cobertizo a medio quilómetro de aquí –la mano de Tarek se detuvo en el aire. La voz de la mujer, que había permanecido en el mismo sitio tras la marcha de sus congéneres, pareció descender una octava-Toma el sendero que hay ahí a la derecha. Lleva años abandonado, nadie te molestará –guardó silencio un momento, mientras dirigía la vista al camino tomado por los Lyeyanna minutos antes- Pero debes irte al amanecer.

Tarek se limitó a asentir. En cualquier otra circunstancia ni siquiera habría sopesado aquella posibilidad. De haberse encontrado en otras circunstancias, ella ya estaría muerta y él en busca de un lugar apartado para descansar. Pero con los Lyeyanna a la vuelta de la esquina, buscando venganza, aquella propuesta se convertía en su mejor solución para sobrevivir a aquella, aún larga, noche.

- El primer pueblo costero está a un día de aquí. Gilrain está un poco más lejos, por si lo que buscas es un barco. Te llevará aproximadamente jornada y media llegar hasta allí –ignorante del hilo de pensamiento que ocupaba la mente del elfo en aquel momento, ella continúo explicando- Un quilómetro al norte del cobertizo hay un camino que atraviesa el bosque. Deja siempre aquella montaña a tu izquierda. Si no te desvías, mañana mismo verás el mar.

El elfo se incorporó con sus pertenencias en mano y ella, consciente de que aquella conversación era unilateral, dio un par de pasos hacia el camino de retorno al pueblo. Sin embargo, pareció vacilar un segundo, dispuesta a añadir algo más, pero finalmente retomó el camino en silencio. La mirada del elfo la siguió unos instantes, mientras se perdía en la oscuridad, preguntándose cuánto más bajo podía caer. Sus propios congéneres habían elegido a una humana como compañía antes que a él; y ahora debía aceptar la caridad de otra como único medio de supervivencia. Con resignación tomó el sendero que le había sido indicado.

DIA 5

A pesar de todas las precauciones que había tomado para asegurar su posición en el cobertizo, nada ni nadie se había acercado hasta allí durante la noche y, a pesar de la habitual inquietud que colmaba sus sueños, consiguió descansar más que en los días precedentes. Quizás la perspectiva de estar llegando al final del camino y saberse en la ruta correcta habían ayudado a mitigar la inquietud que lo había embargado.

Mantuvo aquella cumbre montañosa siempre a su izquierda, hasta que pronto, tras un recoveco pudo ver la amplia extensión azul del mar en el horizonte, sobre la que se reflejaba el brillo del sol. Se guardó en todo momento de mantenerse alejado del sendero, pero nada delató la presencia de los Lyeyanna que, aparentemente, habían tomado otra ruta. Sin embargo, aquello no le aseguraba que sus caminos no volviesen a cruzarse. Sobrecogido por el espectacular paisaje ante él, decidió hacer un alto en el camino para comer algo.

Todavía recordaba la primera vez que había visto el mar, que había sentido el embate de sus heladas aguas contra sus pies. Hacía años de aquello, décadas… El mundo todavía le había parecido un lugar amable y hermoso, ahora era consciente de que toda esa hermosura no era más que el cebo de la trampa. Como las rosas, el hermoso color de sus pétalos solo ocultaba la intensa quemazón que dejaban tras de sí sus punzantes espinas.

Observó el anillo que adornaba su mano derecha y que durante tanto tiempo había añorado. ¿Podía ser cierto lo que había insinuado Nousis en aquel maldito templo? Pensó en la humana y tuvo clara su respuesta: no, él jamás habría hecho algo así. Aunque las palabras en aquella pared… No podía dudar. No podía aceptarlo. Tenía que haber una explicación para todo aquello y la afirmación de Nousis no era, ni de lejos, la más plausible. Eithelen jamás caería ante algo tan… burdo como había hecho el pelinegro. De ser así, Tarek lo habría sabido. Apartó de su mente aquel pequeño rescoldo de duda que le hacía preguntarse si realmente el hombre que lo había criado había confiado tanto en él como para contarle siempre la verdad. No era cierto y aunque lo fuese, Nousis había blandido aquellos argumentos como excusa para aplacar su propia culpabilidad ante lo que había hecho o deseaba hacer. Había utilizado su dolor para justificar sus propios actos.

Pero a pesar de todo, seguía sintiéndose culpable por haberlos abandonado. Habían estado a punto de morir en aquel castillo y, solo los dioses sabían cómo, habían sobrevivido. Cinco Lyeyanna todavía seguían rastreándolos para darles caza y, ahora que había sentido de nuevo de primera mano el odio que les profesaban, temía que atacasen a sus compañeros en un momento de debilidad. “Como pasó conmigo” pensó para sí mismo. No los había abandonado por odio, aunque no negaba que sintiese aquello a menudo por la humana y que, en las primeras horas tras su discusión, hubiese albergado ese sentimiento por el pelinegro. Lo había hecho por sentirse incapaz de mantenerse cabal, de convivir con ellos sabiendo lo que podía haber pasado, incapaz de soportar aquel sentimiento de traición que lo embargaba cada vez que pensaba en ello. Había sido lo más sensato. Solo podían acabar con aquello si volvían los cuatro a la isla y al menos uno de ellos no lo habría hecho de haberse quedado con ellos.

Se incorporó, retirando las briznas de hierva que se habían adherido a su vestimenta. Era hora de continuar. Contemplando una vez más el mar, solo deseó que no se topasen con los Lyeyanna en su camino.

DÍA 6

Intentó evitar el camino en la medida de lo posible, pero pronto resultó imposible. Por suerte, las poblaciones costeras, más alejadas del reino de los vampiros, parecían tener una actividad apabullante. Entre el gentío pudo distinguir algún que otro elfo, así como notar el éter de otras criaturas no humanas. A pesar de todo, la mayor parte de los presentes eran, indudable y llanamente humanos, lo que le hizo sentir cierta incomodidad. Por suerte, la mayoría no parecía reparar en alguien como él, aunque tuvo que lidiar con algunas excepciones.

En el primer pueblo que había atravesado, divisó entre la multitud un par de capas similares a las que portaban los elfos de la isla y, por precaución, se había internado en el laberíntico mercado matutino de la población.

- No eres de aquí, ¿verdad? Te lo dejo bien barato –el elfo peliblanco alzó una ceja con desconfianza, mientras el pescadero señalaba el producto expuesto en su puesto- No encontrarás género mejor.

Haciendo caso omiso, continuó su camino. Se trataba de un pueblo pesquero de tamaño medio, que parecía albergar a más gente de la que vivía habitualmente allí. Quizás fuese un punto de reunión para las aldeas cercanas. Con expresión tensa, al verse rodeado de tanto humano, Tarek intentó alcanzar cuanto antes el extremo el final del pueblo. A pesar de todo, no pudo evitar preguntarse si aquello sería siempre así. Había estado alguna vez en Vulwufar, pero nunca se había “paseado” por su mercado. Los de su especie y, más específicamente, los de su clan no eran bienvenidos allí. “Y con razón” pensó el elfo, al tiempo que ponía cara de repulsión a una joven que se había chocado contra él y le sonreía encantadora. Tenía que salir de allí cuanto antes.

Por suerte, no volvió atisbar ningún indicio de los Lyeyanna y el resto de pueblos en su camino se encontraban menos abarrotados, aunque tuvo que soportar de forma estoica el incesante parloteo de un “comediante” que se dirigía a Galrain, que le explicó, sin él pedírselo, las maravillas de su espectáculo. Tarek no le dirigió ni una vez la palabra, ocupado como estaba en enumerar las mil formas en las que lo mataría y despellejaría, para hacerlo callar. Sin embargo, se contuvo incluso de amenazarlo para que lo dejase en paz pues, cuanto más se aproximaban a Galrain, más guardas pudo observar en su camino. El pueblo no debía ser solo la población más grande de la región, sino también la más importante.

Cuando el comediante se despidió de él para ofrecer sus servicios a una noble casa que quedaba en el camino, suspiró con cierto alivio. Pocas veces había tenido que recurrir tanto a su autocontrol para no degollar a alguien. Fue consciente, sin embargo, que gracias a la incesante charla del individuo había pasado las últimas horas sin pensar ni un segundo en los acontecimientos de los días pasados. Solo por eso había merecido la pena aquella tortura.

El número de personas que transcurrían por el sendero, convertido ahora en una carretera, se intensificó cuanto más se acercaban a Galrain y, entre conversaciones ajenas, Tarek descubrió que el pueblo celebraba aquel día uno de sus grandes festejos anuales. “Más humanos” pensó con resignación, mientras pedía a sus dioses que la nave que debía zarpar de puerto para llevarlos a aquella isla maldita no se demorase mucho.

El sol descendía ya por el horizonte cuando alcanzó las primeras casas del iluminado y festivo Galrain.  
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Aylizz Wendell Jue Jun 02 2022, 22:40


Se acercaba el mediodía cuando la caravana llegó a Galrain, que los recibió lleno de vida y con aires de festejo, para sorpresa de la elfa, quien mentalmente había dado forma a su destino, errando de todo punto al imaginar aquel pueblo como una austera aldea de pescadores. Bueno, en realidad lo era, aunque el haberse configurado como puerto de mercancías estratégico en la zona había hecho proliferar el asentamiento en los últimos años. Ahora, calles decoradas con banderines y demás parafernalia festiva, repletas de locales y extranjeros que iban y venían, daban la bienvenida a los recién llegados, tardando poco en descubrir éstos el motivo de tan alegre celebración.

Con la llegada de la primavera los días se alargaban, las temperaturas iban en ascenso y el mar se empezaba a apaciguar, permitiendo así que especies de aguas cálidas retornasen de sus migraciones y se acercaran a las costas, dando con aguas menos profundas y más templadas, en busca de alimento y un lugar adecuado para desovar. Estos hechos marcaban el inicio de lo que los lugareños llamaban «temporada de buena pesca», dedicando un día entero a celebrar la vuelta de las aguas claras y rendir culto y ofrendas a Njörðr, Dios de las costas y la navegación.

—Traidora, traidora, ¡¡TRAIDORA!!

Tras separarse de los mercaderes, mientras el grupo de tres avanzaba por la plaza central, que ahora acogía un despliegue de puestos con todo tipo de mercancías locales e importadas, una voz se escuchó de forma clara por encima de todo el gentío. Iori se detuvo de golpe y una cortina rubia se lanzó sobre ella saltando en el aire y abrazándose con fuerza. La humana trastabilló y se obligó a mantener la posición con esfuerzo, mientras sus brazos ceñían la cintura de la persona que la había asaltado.

—¡MALDITA IORI!— gritó alzando la cara para mirar a la morena de frente.— ¿¡Cómo has llegado hasta aquí?! ¡ESTUVE FONDEANDO LA COSTA DE ESA MALDITA ISLA ¿SABES CUÁNTO? CINCO DÍAS.

Iori apretó los labios, haciendo un verdadero esfuerzo por no dejar caer a la muchacha que con tanto ahínco se aferraba a ella.

—Karen, por favor, baja…— suplicó.

Con el color de su rostro subiendo del rojo, la rubia se dio por aludida y desenganchó las piernas de la cadera de Iori, para poner ambos pies en el suelo. La elfa, que observaba la escena, perpleja, dejó escapar una leve risa ante la curiosa irrupción de la mujer.

—Perdona, perdona, perdona…— se afanó en pedirle antes de cambiar su rostro a una expresión de enfado. —¡Qué narices! ¡TÚ! Explicate.— volvió a increparla, pegándola a ella de golpe.

Fue entonces cuando sus torsos hicieron contacto y, en ese momento, los ojos azules claros de la mujer descendieron hasta fijarse en el busto de la morena.

—¡Qué preocupada me tenías!— se quejó la rubia, antes de tomar en sus manos el pecho de Iori y acariciarlo con un gesto que denotaba, a la par, práctica y placer al hacerlo.

Los ojos grises del elfo se abrieron un poco, elevando las cejas ante algo tan inesperado. La mano en el pomo de la espada y la aparición de dos dedos de acero antes de constatar que ningún asesino les había atacado tan de súbito mostraron a las claras su primer pensamiento. Fue el comportamiento de la recién llegada el que le hizo recomponerse, queriendo comprobar qué demonios estaba ocurriendo. Buscó intercambiar una mirada con la campesina, con la idea de asegurarse. A su congénere, por otro lado, no le supuso un esfuerzo apartar la mirada con sutileza, asumiendo los motivos por los que la humana conocía a aquella que desprendía una especial energía, distinta a cualquiera que hubiese conocido.

Iori sonrió mirando hacia Karen y apoyó sus dedos sobre las muñecas con las que ella le prestaba atención a sus senos.

—Relájate, está todo bien. Escucha…— comenzó a hablar Iori, antes de girarse un instante para mirar a sus compañeros.

Enarcó las cejas con gesto de armarse de paciencia, mirando a Aylizz un instante y después a Nousis. Cuando captó de soslayo los ojos azules de Ia morena clavándose en ella, la elfa volvió a mirarlas.

—Estos son mis compañeros, los que te dije que iba a buscar dentro de la isla. Salimos de allí por otros... medios.— resumió —Y ahora hemos de volver.— sentenció antes de mirar con intensidad a Karen.

La mujer resopló mirando a los elfos un instante, de una forma muy dragonil por la nariz. Sus pupilas se centraron primero en él, después en ella y, reconociendo los rasgos de ésta última, su sonrisa se ensanchó ampliamente. Aylizz sintió el impulso de un escalofrío en su espalda al advertir aquella mirada, difícil de interpretar después de un bufido como aquel.

—Compañeros, ¿eh?— pronunció con rintintin, antes de que Iori la tomara de la mejilla para obligarla a fijar la vista en ella.

—Céntrate.— indicó, haciendo que la rubia se centrase en lo último que mencionó.

—Espera, ¿has dicho volver allí?— inquirió con un punto de alarma en la voz.

—Una última vez, te lo prometo.— animó Iori a su compañera, quien sacó entonces las manos del cuerpo de la humana.

—¿Va en serio?— inquirió mirando de forma alternativa a la humana y los elfos.

Ante la mirada de asombro de Karen, Iori suspiró y se giró de lado para mirar a sus compañeros.

—Bueno, Karen. Este es Nousis y ella, Aylizz.— indicó señalando con el mentón a los elfos —Ella es Karen, una dragona de aire que usa sus habilidades para navegar como nadie por estas aguas.— miró por encima de su hombro a la rubia que aún guardaba silencio, antes de añadir entre dientes —Bueno, en realidad las usa para ser una increíble pirata, pero no suele matar si no es por necesidad.— aseguró.

Aquello lo explicaba, esa esencia que desprendía, nunca antes había estado ante aquel elemento. Asintió con la cabeza en señal de saludo, sin poder intervenir antes de hacerlo su compañero.

—Que Anar te guarde.— saludó entonces el elfo con cortesía —De verdad necesitamos un poco de buena suerte y si puede llegar de ti y tu navío, te estaría realmente agradecido. Cuanto antes lleguemos allí, menos tiempo nos llevará dejarla para no volver nunca.

Karen parecía centrada en la fémina, pero cuando Nousis le dirigió aquel saludo se rió entre dientes y dio un paso al frente hacia él.

—Vaya, vaya, hacía tiempo que no me cruzaba con elfos que guardaban tan bien las formas.— indicó, colocando las manos en sus amplias caderas —Parece que me necesitáis y yo, persona magnánima, no desoiré vuestra petición. PERO— Iori alzó los ojos hacia el cielo ante aquel exabrupto de la dragona —Deberéis de pagar el precio. El cual será... será, será... ¡SORPRESA!— se echó a reír con fuerza y se giró, enganchando a Iori de la cintura con un brazo en el proceso —¿Tenéis dónde dormir? Apuesto a que encontraréis pocos lugares libres en el pueblo. El festival ha atraído a muchísima gente. Venid, las habitaciones de arriba de mi posada, o base de operaciones, están todavía disponibles.— echó a andar arrastrando a la humana y dio por hecho que los elfos las seguirían —Me acercaré al muelle para revisar el barco, no tardaré en tenerlo todo listo. Vosotros podréis disfrutar un poco del ambiente de fiesta.— apretó a Iori contra ella y su mano descendió de la cadera al inicio de su trasero —Y tú me esperarás más tarde.— indicó a la humana.

Los ojos de la elfa siguieron a la dragona hasta que se perdió escaleras abajo, entrando entonces en la habitación que le había sido asignada. Únicamente los elfos disponían de alcoba propia, pues su anfitriona había sido muy clara respecto a dónde pasaría Iori la noche. Un lecho de tamaño medio presidía la estancia, junto a una mesita coja de madera en la que bailaba un candelabro, ahora apagado. De frente a la cama, un pequeño ventanuco dotaba de luz durante el día. Separada por un biombo de madera, en uno de los rincones de la habitación se asentaba una tina, también de madera, en la que malamente la elfa podía estirarse, pero que cumplía su función de baño a la perfección. Comprobado lo último y con la sensación de ser una elfa nueva después de sumergirse en el agua hasta que perdió el calor, abandonó la posada, habiendo dejado sus bártulos en la alcoba, así como la túnica, cuyos múltiples bolsillos cargaban con virales y fórmulas de alquimia, para mayor comodidad.

Así, ataviada únicamente con su ropa y la daga, que se amarraba a su cintura bajo el corpiño, paseó junto a sus compañeros entre las calles del pueblo, que parecían aumentar en alboroto a medida que la jornada avanzaba. La plaza principal -como si hubiese otra- estaba ocupada enteramente por el mercado, a excepción de un perímetro reservado para la hoguera en la que se prepararía la cena comunitaria. Tras el grueso de la aldea se extendía una gran explanada empradecida donde durante la tarde tendrían lugar juegos populares de toda clase y donde muchos aprovecharían para disfrutar de la cena. Cercando el pueblo por su parte frontal se encontraba una pequeña playa, en cuyo extremo más oriental se encontraba el puerto, en la que ya se apilaban un considerable número de leños y maderos para prender, y donde tras la cena se realizarían ofrendas para una buena temporada y seguir festejando hasta que los cuerpos aguantasen. Si bien el territorio era pequeño, la cantidad de gente a la que acogía un día como aquel daba la impresión de que duplicase su extensión.

Tras un par de ruedos al mercado y de perder, en varias ocasiones, a una entusiasmada Iori que parecía encontrarse en su salsa, el grupo se paró frente al tablón de anuncios para contemplar el programa oficial y decidir de qué manera podrían ocupar el día. La humana, que desprendía una sensación de total comodidad e inmersión con el entorno que hacía tiempo no se veía en ella, manifestó su plena intención por participar en gran parte de las actividades propuestas. Los elfos, por su parte, optaron por mantenerse al margen por el momento, aunque dispuestos a presenciar con gracia las jugadas de su compañera desde la comodidad de la mullida hierba.

festival de la buena pesca:

—Pero ¿está jugando con los críos?— la voz de Karen, que tras un par de horas había terminado sus quehaceres en el puerto, irrumpió a espaldas de los elfos con tono divertido, sosteniendo tres pintas entre sus manos —Vaya cencerro de mujer…— añadió, riendo entre dientes mientras sus ojos seguían a Iori en la distancia, al tiempo que ofrecía una jarra a cada elfo.

—Ya lo ves.— respondió Aylizz con gracia, ante la primera apreciación de la dragona —Gracias.— añadió, antes de dar un trago —Yo jugaba a algo parecido cuando era niña… Solo que más complejo.— comentó entonces, al entender la mecánica del juego en el que la humana participaba.

Después de un rato como expectadora, el hombre caracterizado de bufón real que daba el inicio de cada actividad, anunció la última antes de la cena. Quizá fue la nostalgia, a lo mejor la cebada fermentada, puede que las tensiones acumuladas en los últimos días… La cuestión que nos ocupa es que la elfa se animó a participar. Y para su sorpresa, Nousis se sumó a la iniciativa.¹

[...]

Llegados los juegos a su fin, las hogueras comenzaron a prenderse con la caída del sol. Una baja, aunque alargada, cruzaba de lado a lado la plaza central, ahora libre de puestos, donde se asaría la cena comunitaria. Otra, más grandilocuente, comenzaba a levantarse en la playa, destinada a las ofrendas por la temporada venidera y el posterior jolgorio nocturno.

A pesar de la animada y despreocupada jornada, contemplar cómo el día llegaba a su fin sin tener todavía señales de Tarek, comenzaba a inquietar a la elfa. Cuando Karen hizo intención de desaparecer de nuevo, asegurando volver más tarde a buscar la humana, si ella no lo hacía primero, Aylizz se sumó con la excusa de interesarse por cuánto tardarían en servir la cena, dejando el prado donde el grupo descansaba para perderse entre las calles del pueblo. Tras recorrer las calles exteriores, más cercanas a la explanada, optó por dirigirse a la plaza. Al fin y al cabo, era el epicentro de la aldea.

Aquello resultó ser buena idea. No estaba tan afectada como para no poder pensar, al parecer, aunque la mayoría de sus pensamientos hasta el momento resultaban ser temerosos y obsesivos, oscuras y angustiosas fantasías acerca del terrible destino que habría encontrado el elfo. Vale, puede que lo estuviese un poco. No obstante, el negro en su cabeza se volvió rojo cuando el blanco se dejó ver entre el gentío. En un instante, el mismo en el que los ojos de la elfa se fijaron en el retornado, la rabia la invadió, no dejando lugar a nada más.

La alquimista lo enfiló directamente, con paso firme y decidido. O así al menos se imaginaba ella. Desde fuera, era visible que se esforzaba por evitar chocar, torpemente, con la gente que se cruzaba.

—¡Tú!— arremetió directamente contra él cuando hubo contacto visual, señalándolo, con el rostro ligeramente enrojecido —¡¿En qué demonios estabas pensando, pedazo de idiota?!

—Hola Aylizz.— se limitó a contestar, en tono tranquilo, tras un primer momento de perpejidad.

La elfa resopló un par de veces por la nariz en respiraciones forzadas, echándole una mirada de arriba a abajo. Ahora que lo tenía delante, de cerca, y pudo contemplar su aspecto, se agitó. En aquel momento tenía el corazón a mil y en su cabeza se debatía entre montar una escena de reprimenda, saltar a sus brazos de alegría y llorar porque estaba vivo o preocuparse por si había sido herido o le había pasado algo.

—¿Estás bien?— preguntó todavía seria, como si fuera por mera cortesía, pero esperando realmente que lo estuviera.

Por un segundo, la expresión del elfo se volvió sombría y su mirada pareció descentrarse, aunque sólo fue un momento antes de sonreírle.

—Sobreviviré. Tú…— vaciló un momento —Vosotros, ¿estáis bien?

Asintió con la cabeza y terminó de acercarse a él, lanzándole un puñetazo. Estaba segura de que no le había hecho ni cosquillas, pero con el golpe se permitió soltar parte de la frustración.

—No estés tan seguro.— murmuró, ahora de cerca, haciendo alusión a su convicción de seguir con vida —Has herido sensibilidades.— añadió, como advertencia.

Tarek pareció aceptar el impacto sin decir nada, pero en cuanto ella pronunció las últimas palabras la sonrisa desapareció de sus labios y se puso serio.

—Si está esperando una disculpa por mi parte, puede volver a sentarse, porque no va a llegar. Ya me disculpé una vez con él, después de que me mintiese a la cara con falsas excusas, no voy a volver a hacerlo.

La elfa clavó sus ojos en él, entrecerrados, de manera acusadora. Podía entrar de lleno al asunto y arremeter en su contra, con la convicción de que sus palabras lo pasarían por encima sin miramientos, pues no podía considerar que las razones del elfo fuesen, ni de lejos, acertadas. No obstante, segura de no poder mantener su lengua limpia de blasfemias, optó por no decir nada más al respecto del Indirel. No obstante, la libertad de la que dota el alcohol a la lengua, desligándola del pensamiento, hizo imposible desviar del todo su atención de lo acontecido, seis días atrás.

—Tienes tres compañeros y has arremetido contra dos. ¿Cuánto falta para que intentes pasarme por encima?— acusó ahora desmedida, apartándose de él.

Él suspiró cuando la vio apartarse, como resignándose a aceptar lo que estaba claro que pasaría a su llegada.

—Quizá tú tengas tres compañeros en esta aventura, yo sólo he tenido dos. Te aseguro que esa humana me importa menos que el suelo que piso y para mi sólo ha sido una molestia desde que nuestros caminos se cruzaron.— la observó un momento en silencio antes de continuar —No voy a insultar tu inteligencia diciéndote que yo nunca te haría nada. Apenas nos conocemos y no tienes razones para confiar en mí, así que no lo hagas si no quieres. Pero no tengo nada contra ti y, al menos por lo que yo sé, tú siempre has dejado claras tus ideales y te has mantenido firme en ellos. No puede decirse lo mismo de él. Y si hay algo que no soporto, es que traicionen mi confianza. Además, ¿qué crees que habría pasado si me hubiese quedado? ¿Qué el viaje hubiese sido tranquilo y plácido?

La elfa bajó la mirada y guardó silencio mientras atendía a sus palabras, tratando de escoger una de entre tantas respuestas que se le venían a la cabeza. Desde luego que no confiaba en él, después de la intensidad de los días anteriores Tarek le resultaba tan desconocido como la primera vez que lo vio, cuando sus caminos se cruzaron en la isla. No supo determinar su aura entonces y no sabía hacerlo ahora. Verdaderamente se esforzaba por no juzgarlo por lo que era, por la sangre que lo diferenciaba, había podido compartir con él momentos que le daban peso a su convicción de quién era, alguien con potencial suficiente para no ser sumiso de nadie. Pero entonces lo que parecía ser su verdadera faz se mostraba y se alzaba orgullosa, desbarátandolo todo.

Finalmente, volvió a mirarlo, pero no dijo nada. Se limitó a expulsar un último suspiro.

—Tenemos habitaciones, si quieres descansar. Puedes darte un baño.— informó, cambiando de tercio, adoptando ahora un tono más cercano —Y no tardará en empezar el banquete. No... Tienes por qué cenar con ellos... Pero te vendrá bien comer caliente.

—Estaría bien, gracias.— la siguió en silencio un par de pasos antes de añadir  —Lo siento, Aylizz. Sé que esto no ha tenido que ser fácil para ti, pero me sentía incapaz de afrontar la situación y si me quedaba... Las cosas no habrían acabado bien. Necesitaba tiempo, alejarme.— avanzó para ponerse a su lado —No tengo especial interés en compartir la cena con ellos, pero deberíais saber que tuve un desagradable encuentro con los Lyeyanna hace dos noches. No andan lejos.

La elfa frenó en seco al escuchar la última parte, agarrándolo del brazo y mirándolo directamente.

—¿Qué?— desvió la mirada un momento a su alrededor, nerviosa, antes de volver a él —¿Te han atacado?— se puso ahora de frente, buscando heridas o restos de lucha con la mirada —¿Qué ha pasado? Cómo…

—Me cogieron con la guardia baja.— expuso tras un suspiro —Había tenido cuidado hasta entonces, pero aquella noche necesitaba...— se interrumpió —no importa. Aparecieron de la nada y… Tuve suerte. Sólo me dejaron algunos moratones y cortes, pero prometieron que volverían. Esta mañana me pareció verlos en un mercado, a un par de pueblos de aquí.— volvió a sonreír quedamente —Estoy bien, de verdad. Me alegra que vosotros no tuvieseis que enfrentaros a ellos.

—Nosotros llegamos a mediodía y hasta ahora no hay señales de que estén aquí… Pero eso tampoco asegura nada.— esbozó una sonrisa velada —Al final ha sido un acierto que te separases,— planteó, ahora en un tono más burlón —les has hundido el factor sorpresa.— río ligeramente —Vamos, la posada está tras doblar esa esquina.

Tarek no contestó. Se limitó a mirarla, con los ojos entrecerrados y gesto de reproche, antes de darle un ligero empujón con el hombro, mostrándose ahora más relajado, antes de retomar la marcha.

Una vez en la posada, nadie se sorprendió de verlos allí. Un grupo como el que Karen dirigía se había fijado bien en la huésped femenina -si la misma capitana lo había hecho, cómo no hacerlo su tripulación-, por lo que se limitaron a saludarla como una habitual. Dirigió al elfo hasta la puerta de la primera de las dos habitaciones que habían dispuesto para ellos, retrocediendo en el último instante. Un momento de lucidez entre aquella secuencia de acciones que parecía hacer sin pensar le hizo recordar que aquella alcoba tenía dueño. Y no estaban los aires para ser compartidos. Caminando unos pasos más, se detuvo finalmente en la siguiente.

—Tómate el tiempo que necesites.— indicó, abriéndole la puerta —Yo vuelvo al prado, puedes unirte si quieres. No todos son asquerosos vidacorta, también los hay de los nuestros.— añadió, ahora en su lengua madre, imitando con sorna el tono despectivo que solía utilizar Tarek con los humanos.

[...]

No tuvo que esperar mucho a que el peliblanco se dejase ver entre los grupos que se extendían por la explanada. La elfa, que había quedado guardando sitio para el grupo, mientras Nousis y Iori trataban de hacerse con víveres, alzó la mano y la agitó en el aire hasta que captó su atención.

No tuvieron mucho tiempo a solas, pero el Ojosverdes parecía dispuesto a quedarse a compartir la cena que dispuso Iori y la bebida que, con ambas manos, cargaba el elfo, al que se veía notablemente destensando tras quemar energías, tensiones y adrenalina.

—Karen zarpará con la brisa del alba.— comentó de pronto Aylizz, quién no se había recatado en agenciarse un muslo de pollo, para romper el hielo y a la vez informar a Iori y Tarek de los planes de partida. Nousis y ella habían podido compartir con la dragona sus intenciones mientras disfrutaban del espectáculo que la humana brindaba en sus juegos.

—Bien.— asintió Tarek —Ahora sólo hay que evitar a los Lyeyanna hasta que llegue el alba.— dejó caer, como si nada.

—Lo alcanzaron de camino...— se preocupó de nuevo por explicar, con pocas palabras, esta vez volviendo la mirada de soslayo hacia Nousis.

—Pareces encontrarte bien.— comentó éste, mordiendo con cierta desgana una costilla.

—He estado peor, pero no fue un encuentro agradable.— dijo sin mirar a nadie en especial.

—Come entonces.— señaló el moreno con un gesto de los ojos, sin calidez —Hay que descansar mientras sea posible.— se giró entonces hacia la elfa —En la cueva aguantabas más, eso recuerdo.— soltó sin reírse, aunque dejando ver un tono jocoso, al advertir el color de sus mejillas.

—Si... Todavía no estoy segura de si alguno de esos licores llevaba mataratas...— admitió, haciendo mención al juego que ambos habían disputado.

—Habrá que llevarte entonces a cama…— tarareó Iori —Me ofrezco voluntaria.

—Tal vez deberíamos pensar en alguna señal por si pierdes el equilibrio. El sonido contra el suelo no funcionaría.— completó el elfo la burla, quien acentuó un poco más la sonrisa.

—No me des por muerta todavía, Indirel.— respondió socarrona, tras expulsar una risa que finalmente no pudo aguantar.

—Suena un poco a reto ¿sabes? ¿Quieres volver a perder de aquella manera? Resultaría algo... Humillante.

—Esto suena a historia divertida.— aventuró Iori, mirando apreciativamente a Aylizz y su punto alegre, al comenzar Nousis a referenciar su solitario encuentro en la cueva.

—¿Perder?— arqueó la elfa una ceja y gira el rostro un momento, apartándolo de Nousis, para volver a mirarlo con gesto falsamente desafiante —¿Cuándo perdí?— se encogió de hombros —Entonces, como ahora, puedo tomar tranquila.— afirmó —Aunque tengo intención de llegar por mi propio pie...— añadió, como dejándolo caer, mirando ahora con gracia a la humana, como respuesta a su comentario —No por esta noche,— puntualizó —sino por el día siguiente…— se hizo un momento el silencio antes de volverse de nuevo al elfo, curiosa —¿Tú nunca has bebido tanto que... Ya sabes... Muerto en combate?— preguntó.

Éste la miró con una conmiseración infinita. Eso sí, con un punto de sonrisa que mortificaba más, antes de echar un trago.

—¿Yo?— preguntó por toda respuesta.

—Claro... Menuda pregunta, tú no morirás en combate.— le sonrió y levantó el dedo índice de la mano con la que sostenía la bebida, señalándolo sutilmente.

Nousis se encogió de hombros ante su turno y escogió una pregunta en la que sabía que él mismo tenía que beber, básicamente por vacilar.

—Nunca ha intentado matarte una vampiresa, ¿verdad?

—¿A mí?— tomó un trago como acto inconsciente o reflejo de lo que había hecho él al mentir, levantando los ojos fingiendo hacer memoria —No, nunca.— antes de que el silencio fuese incómodo, volvió a preguntar —¿Y qué hay del correcto y dócil Tarek?— mirando ahora al peliblanco con descaro y una mezcla de rencor y provocación —¿Nunca te has saltado las normas de los Ojosverdes?

El elfo quedó a medio mordisco y la miró con la carne aún en la boca, alzando una ceja.

—Puede...— respondió cuando por fin tragó, antes de coger un vaso cercano y beber un trago —Supongo que esa pregunta sólo cuenta para mí.— añadió, pillando de que iba la cosa —¿Nunca habéis intentado escalar por el árbol madre?

¡Pues claro que lo había intentado! Y no se salvó de la reprimenda. ¿Quién no? Desvió la mirada hacia Nousis, mientras tomaba un trago, esquivando visiblemente la pregunta, escondiendo una sonrisa tras el borde del vaso. ¿El espadachín habría sido siempre tan correcto? Sin embargo, Iori interceptó su atención, formulando una nueva cuestión.

—Nunca he metido en problemas a otras personas por culpa de mis malas acciones.— y sin esperar a comprar respuesta de los demás, bebió de su botella.

Nousis suspiró con cierta resignación y bebió, mirándola de reojo. Tarek alzó el vaso como brindando y le dio un trago largo. Aylizz, sin beber, los miraba uno a uno con gesto triunfal. Aquellos tres se la pasaban echándose pestes, pero ahora se revelaban sus parecidos. Momento para reflexionar.

—Nunca he llegado a detestar a ninguno de vosotros.— dijó Nousis de repente, sonriendo.

Iori fue la que bebió largo entonces, pero Tarek terminó de vacíar el vaso, mirándola con los ojos entrecerrados. Aylizz medio rió, al entender que parecían dedicarse aquel sorbo mutuamente, y aunque se lo pensó un instante, terminó por admitir que si, su paciencia también había rozado los límites.

—Nunca he hecho que casi me maten por ir de héroe e intentar salvar a todo el mundo.— entonces, aquel por quién, en gran medida, había dado el último trago, lanzó una nueva afirmación, con cierta malicia a Nousis.

Iori rió, pero la elfa no estaba segura de si aquello sería recibido en el mismo tono y  miró a Nousis, esperando respuesta. El aludido no tocó la jarra y miró al Inglorien, torciendo el gesto.

—Y tampoco nunca he decidido escapar tras haber encontrado familia.

En aquel momento tuvo el impulso, la extrema necesidad, de gritarle. De tirarle la bebida por encima o cualquier otra explosión de rabia mal gestionada, mezclada con la desinhibición de la embriaguez. ¡Maldito elfo estirado! ¿De verdad? No podías aguantarlo, tenías que morder su anzuelo.

Por un momento pensó que aquello desataría, de nuevo, el caos. Pero Tarek se limitó a mirarlo, también sin tocar el vaso.

—No es tu turno.— indicó finalmente, pasando ahora a mirar a Iori.

Aylizz dejó escapar un ligero suspiro de alivio y Iori se aclaró la garganta mientras alternaba la mirada entre Nousis y Tarek unos segundos.

—Nunca he llegado a mentir a ninguno de mis compañeros.

Aquella fue una de esas preguntas que la elfa esperaba que nunca llegase. Si bien podía cuestionarse que no decir algo no equivale a mentir, como por ejemplo no mencionarle a Tarek su trato con Iori cuando se acercó a él, el haberle hecho preguntas personales a razón de apartar su atención del dolor no suscitaba dudas para ella. Y a decir verdad, sí había llegado a sentir que lo traicionaba entonces. Bebió, intentando no hacer contacto visual con nadie, porque aún no sabía cómo iba a gestionar aquello. Nousis no tocó la bebida, casi como invitando a contradecirlo. Tarek tampoco bebió.

—Nunca he fantaseado con matar a alguno de los que estamos aquí.—  intervino de nuevo la humana, esta vez siendo la primera en beber.

Y como evidente respuesta, de nuevo pareciendo que le dedicaba aquel trago, el peliblanco también bebió.

—¿Y sin matar?— dijo entonces la elfa, sin pensar, aunque divertida, antes de beber con sutileza.

Tarek la miró con aparente confusión, aunque cuando pareció entender su ocurrencia alejó su mano del vaso. Iori enarcó una ceja y miró a Aylizz sopesando sus palabras, terminando por beber también. Nousis, resistiéndose a mirar a Tarek, hizo lo propio.

Antes de que nadie pudiese decir nada más, Karen se apareció de nuevo, enroscándose al cuello de Iori, tras su espalda.

—El festival no terminará hasta el amanecer, pero una debe descansar en condiciones la noche antes del desembarco.— comentó, haciendo caminar sus dedos a lo largo del brazo de la humana, hasta llegar a su mano —¿Mejor con compañía?— masculló, cerca del oído de la morena, antes de morderle el lóbulo de la oreja.

La humana aceptó con aparente gusto, sin decir nada, únicamente poniéndose en pie y dejándose llevar por la dragona. Aylizz siguió sus pasos con la mirada, divertida, lo cierto era que aquel día y aquella noche había visto en ella un semblante hasta ahora desconocido.

—Nosotros también deberíamos retirarnos…— sugirió Nousis, cuando las féminas se hubieron alejado, en tono neutral aunque sin poder ocultar del todo el paternalismo tan propio de él.

Tarek echó una mirada a su vaso, ya vacío y asintió. La elfa, por su parte, tomó el último trago que restaba al final del vaso y también afirmó con la cabeza. Estaba segura de que iba a caer redonda en la cama, aunque tuviera que compartirla.
_______________________________
¹ Nousis y Aylizz participan en «Tragos y cintas». Juegan en equipos contrarios. Tiro runa para determinar quién gana. No sirve de nada, pero es gracioso.
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Mensaje  Tyr Jue Jun 02 2022, 22:40

El miembro 'Aylizz Wendell' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses


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Mensaje  Iori Li Sáb Jun 04 2022, 01:03

Miró a sus compañeros mientras peleaba con los mechones que se habían soltado de su trenza. Aunque no se consideraba una marinera experimentada, sabía que la brisa molestaría lo suficiente como para querer desear cortar su propio pelo. Extendió sus ojos azules fundiéndolos con el color del cielo y del mar que se abrían frente a ella y respiró. Observando desde la proa cómo el barco de Karen cortaba las aguas, esbozó una sonrisa mientras su mente divagaba en la noche anterior.

Hacía semanas que no disfrutaba tanto. Se había sentido en su elemento por completo, entre tantos humanos, en una celebración que le era familiar y con actividades en las que quería participar. Se había empapado de la fiesta, siendo parte incluso de los juegos para los más pequeños, y había sudado en la zona de baile, dejándose llevar por el ritmo de la música y el calor de otros cuerpos. Cómo había echado de menos una buena verbena...

Cerró los ojos y disfrutó de la caricia del viento, suave en su cara.

[...]

Estaba saliendo de la zona de baile de camino a las mesas, cuando vio al elfo frente a ella. Lo observó y su sonrisa se hizo visiblemente más ancha al verlo. - ¡Nousis! - apuró el paso y se apretó a él tomándolo de la mano. - Esto es genial, hacía tanto tiempo que no disfrutaba de un festival así.... - comentó con voz soñadora perdiendo un instante la mirada entre el bullicio. Volvió a centrar los ojos en la mirada gris y tiró de la mano que los unía, de manera que sus cuerpos se encontraron por completo. Iori estaba caliente, su piel ligeramente húmeda y sus mejillas encendidas. - ¿Te gusta bailar? ¿Quieres bailar conmigo? - inquirió ondeando la cadera.

El elfo la siguió sin oponerse demasiado. -¿Has bebido algo?- preguntó con cierta sorna al verla tan extasiada - Lo que me han dado a mí no produce algo así - con la mención al baile, el espadachín acentuó una sonrisa de disculpa - No es lo mío Iori. Ve con esos humanos si es lo que quieres. Parecías divertirte - y la frase sonó tranquila en los labios de Nousis.

La humana lo estaba guiando poco a poco hacia la zona de baile, pero se detuvo al percibir una ligera reticencia en él. - No bebo alcohol - reveló sin separarse un centímetro de él. - La gente pierde bastante el control cuando lo hace. Yo no creo que me gustase sentir que dejo de ser yo por culpa de una bebida...- musitó pensativa, mientras sus dedos jugaban con la mano de Nou que tenía estrechada. - No hace falta que salgamos a la pista, podemos bailar aquí apartados un poco - propuso mostrando de nuevo una sonrisa radiante. - Ya he bailado con ellos, y no creo que les siga interesando repetir uno de estos. Creo que ahora preferirían ir a un lugar algo más apartado pero...- ladeó la cabeza para observarlos un instante. Los ojos de algunos de ellos estaban puestos en la pareja. - No huelen del todo bien - terminó antes de girar el rostro y volver a mirarlo a él. - Si deseas que juguemos con otras personas esta noche puedo encontrar a candidatos mejores - aseguró.

Nou se mantuvo sonriendo, negando con la cabeza, sin alejarse de ella en absoluto. Tenerla cerca, observándole, ya automatizaba en él deseos de repetir lo que había tenido lugar en el bosque días atrás. Deseaba besarla, y pese a todo, también precisaba aclarar para sí la maraña de pensamientos que portaba esa humana - ¿Puedes culparles?- bromeó, un primer halago sencillo, dejándose llevar - Nunca he querido decir que tenga interés por otras - recordó entonces el tema del beso con Aylizz - Aunque creo que para ti es diferente -

Iori aceptó aquel pacto sin palabras de no continuar avanzando hacia la zona de baile, pero comenzó a mover su cuerpo haciendo unos gestos más pequeños y finos de la voluptuosidad que él había visto hacía un rato. Buscó con la mano que aún tenía libre la otra muñeca de Nou, y enlazó los dedos estrechando el agarre al que lo sometía. - Es una de las características de la juventud ¿no? la fogosidad. Vista como virtud y defecto a un mismo tiempo - giró despacio arrastrando a Nou con ella, mientras lo empujaba marcando el movimiento apretándolo contra su cadera. - ¿No tienes interés por otras? - inquirió con los ojos abiertos, y evidente sorpresa acercando más el rostro hacia el elfo.

Fue entonces cuando él la besó. Se inclinó y cubrió su boca de forma lenta y húmeda. La volvió a mirar en aquella corta distancia - Soy alguien de ideas fijas, creía que ya te habrías dado cuenta- comentó con algo de sorna - Sería incapaz de tener algo con una persona sintiendo algo por otra, de ocurrir eso - añadió.


[...]

- ¡MUEVE TU CULO DE AHÍ! - La voz de Karen tronó con una fuerza irreal desde la zona del timón hasta dónde Iori se encontraba. La humana se giró de golpe, arrancada de sus pensamientos y miró a la rubia controlando la embarcación. Sus ojos se encontraron un instante en silencio y supo sin ya asomo de dudas, que aquel exabrupto iba por ella. No preguntó. Con Karen y en su barco sabía de sobra que no hacía falta preguntar. Simplemente se alejó unos cuantos pasos por la borda, avanzando hacia el centro de la cubierta, cuando una gran ola rompió por encima del casco del barco.

El agua cayó como una riada en la proa de la nave, justo en dónde ella había estado rememorando buenos recuerdos hacía unos instantes. La humana giró los ojos hacia la rubia, asombrada, mientras la dragona le dedicaba una cara de suficiencia al sentirse en posesión de una profecía cumplida. - Las aguas no tienen secretos para mí - indicó por toda respuesta ante la muda pregunta de Iori al mirarla. La morena se rio y se acercó a la zona del puente, para sentarse ahora más lejos del borde de la nave.

La primera noche llegó y la humana se sentía poco inclinada a bajar hasta los camarotes. Olían a madera y a sal, y se encontraban en bastante buena condición para lo que te podías encontrar, pero aquel día el cielo estaba despejado, y la forma en la que se veían las estrellas y la luna en alta mar era diferente a estar en el continente. Iori sonrió, tumbada sobre una pila de cabos amontonados en la parte de atrás del timón. Esa noche escuchó sonidos en la cabina de la capitana, y supo que Karen estaría compartiendo un buen momento con algún miembro de la tripulación. Pensó en cuál era el motivo que la detenía en unirse a la fiesta. Sabía que la dragona la aceptaría. Sería bienvenida y sin embargo... cerró los ojos y terminó quedándose dormida en un plácido sueño bajo las estrellas.

Fue dos días después, cuando la capitana se empezó a poner nerviosa. Iori lo notaba en la falta de bromas que hacía, siendo esta su personalidad de base. Ladraba órdenes a unos y otros y se mantenía atenta, con los ojos clavados en el horizonte. Le pareció ver cómo se movían las aletas de su nariz, como haría cualquier otro animal con sentido agudizado percibiendo algo en el aire, pero no se atrevió a preguntar. A la media tarde, la humana lo comprendió todo. Antes de que el cielo se tiñera de violeta, el viento arreció sobre la embarcación. El oleaje bajo el casco se mostraba salvaje moviendo la nave, pero no era esta oscilación la que hizo encoger a Iori.

Fue el viento.

Lo escuchaba aullar en sus oídos mientras su ropa y cabello volaban en todas direcciones de forma desorganizada. Alzó la vista y pudo ver cómo las velas se mantenían llenas, en la misma dirección, obligando al barco a seguir avanzando a pesar de las inclemencias del tiempo. Esa era Karen. Una de las mejores capitanas de la zona. Gracias a sus habilidades era capaz de controlar el aire que los rodeaba para reconducirlo y concentrarlo en la tela que los mantenía sobre el rumbo correcto. El sudor frío cubrió su piel, y caminó a pasos lentos hasta la barandilla de la borda. Se adivinaba una buena lluvia a lo lejos, pero Iori la recibiría con los brazos abiertos a cambio de que el viento se detuviese por completo.

No podía pasarle. No de nuevo. No quería ceder el control al miedo y que fuese este el que gobernase. Apretó los dientes y comenzó a respirar de manera acalorada, mientras sus uñas se clavaban en la húmeda madera bajo ellas. Las rachas azotaban toda la cubierta, y la mente de Iori se dejó ir al lugar que intentaba evitar con todas sus fuerzas. Cayó en lo más profundo de su mezquina conciencia.

Se imaginó siendo arrastrada por manos invisibles. Lejos de cualquier control. Lejos de cualquier salvación. Su cuerpo se catapultaba al cielo con velocidad y nada cerca de ella le servía de ayuda. Flotando, girando sin control, sabía que tras la vertiginosa subida únicamente restaba una caída... una caída agónica en la cual, podía ver en segundos el desenlace fatal. El de su propia muerte una vez su cuerpo impactase en el suelo.

Jadeó y se precipitó sobre sus rodillas al suelo del barco. Sus manos, sobre su cabeza, permanecían engarfiadas en la baranda de la nave, con una presión que arrancó pequeñas astillas que se clavaron bajo las uñas. - ¡IORI! ¡LLEVAOSLA RÁPIDO! ATADLA EN LOS CAMAROTES - rugió una voz sobre cualquier sonido. Aunque Iori no pudo escuchar. No podía escuchar nada más que un zumbido constante en los oídos. Su corazón latía de forma irregular mientras su mente difusa se ramificaba en más pensamientos masoquistas.

Se vio caer otra vez, y su vista se nubló. Tenía los ojos abiertos pero no veía, sus oídos no escuchaban y su piel había dejado de sentir conscientemente el viento, para atraparla en su propia red de pensamiento y atenazarla por completo allí. Volvería a suceder, volvería a doler, volvería a estar sola...

Su cuerpo rígido parecía tallado en piedra, cuando unas manos amigas se cernieron sobre ella. La cabellera rubia de Ayl fue un elemento que los ojos abiertos en una expresión ausente de horror no percibieron. La elfa intentó hablar con ella, pero Iori se encontraba lejos de allí. —Por qué no dejas de ser un imbécil y mueves el culo, porfi — dijo la elfa refiriéndose a Tarek. Entre ambos consiguieron arrancarla de allí, y cargaron con ella escaleras abajo. El temporal no era tan perceptible desde allí pero la humana seguía desencajada por completo.

[...]

- Sería incapaz de tener algo con una persona sintiendo algo por otra, de ocurrir eso - Iori disfrutó del beso, y se notó templada a la hora de controlar el ansia por él. Hacía días que no se tocaban, y la intimidad súbita que les había regalado el festival era algo que estaba disfrutando mucho. Los movimientos de Iori se hicieron algo automáticos mientras intentaba seguirle la conversación a Nousis. - Y eso quiere decir... que... ahora no sientes nada por nadie ya que estás dispuesto a tener sexo conmigo ¿no? - preguntó algo confusa por la forma misteriosa que usaba él para hablar. A pesar de su cara de concentración, intentando comprenderlo a él, sonrió ligeramente, de forma pilla, cuando sintió una dureza familiar apretándose contra su abdomen. Tiró con más fuerza de Nousis y lo condujo poco a poco a una zona menos concurrida y de luz tenue, a donde seguía llegando el sonido de la música sin problemas.

- Yo nunca he sentido algo así la verdad - confesó entonces reflexionando. - Lo he visto en mi entorno, gente que establece lazos, que se compromete y comparte una vida... - se encogió ligeramente de hombros fijando la vista en la mirada de Nousis. - Lo respeto pero no lo comparto. Creo que es más divertido ser libre - aseguró antes de volver a inclinarse para buscar de nuevo sus labios.

Él pensó en Neralia, en la única vez en su larga vida que había deseado crear un hogar, establecerse, dejar de lado sus ideas y anhelos personales - No es tan sencillo - susurró, pasando la lengua y leves mordiscos en el cuello de la muchacha. Sus manos acariciaban cada lugar que les era posible e incluso se detuvieron un instante, al darse el elfo cuenta de que habían acudido a desatar el corpiño de su amante. Contuvo una carcajada al notar crecer su deseo - ¿Algo así?- repitió él - Una pareja no tiene por qué ser una jaula. ¿O es la fidelidad lo que te asusta...? -

Se rio. Iori no pudo evitar la carcajada cuando sintió los dedos de Nousis peleando con su ropa. No era el lugar ni el momento. La humana era la primera en buscar encuentros, pero no le gustaba dar un espectáculo en público, excepto que el resto de observadores formasen parte del juego. Pensó que un festival entero sería demasiado para ella por lo que buscó las manos de Nousis y las recondujo para afianzarlas con fuerza a ambos lados de sus caderas. - No digo que sea malo... conozco a gente que disfruta mucho de una vida en pareja... - alzó los brazos y rodeó con ambos el cuello de Nousis, sin ser capaz de perder aún la sonrisa amplia que tenía en la cara. - Pero no creo que todas las personas estemos preparadas para vivir de la misma manera. -

La pregunta de Nousis la tomó por sorpresa y la hizo pensar. El elfo podía ver que ella meditaba en serio sobre sus palabras ya que sus movimientos se volvían más vagos y automáticos. - No me asusta la fidelidad. Es como si me dices que me asustaría haber nacido hombre. No me puede dar miedo algo que no sé lo que es...- clavó los ojos en él con expresión seria. - Quizá en tu vida has tenido otras experiencias Nousis... Yo he aprendido a disfrutar del cuerpo de las personas y del mío propio, pero eso no implica sentimientos románticos. Soy consciente de mis posibilidades y tampoco es algo que desee en mi vida. - Se encogió de hombros. - Quiero decir, mírame - le dejó un momento para pensar. - Soy una campesina, sin familia, sin tierras ni dote. La vida no depara para mí una vida compartida con alguien - dijo seriamente antes de volver a sonreír. Y escondió el rostro contra la base del cuello de Nousis y besó de forma lenta su piel.

La respuesta de Iori le asombró de tal manera que sus ojos grises de abrieron quizá más que lo ella nunca había visto, antes de volver a su forma más natural - ¿Que no sabes? ¿Cómo no vas a saberlo..?- rio quedo, como queriendo creer que se trataba de una broma. Su sonrisa se borró ante la franqueza de Iori. Dividido entre el placer de sentirla contra si y el conocimiento que acababa de adquirir enfundado en tristeza - Te veo - aseguró, muchísimo en solo dos palabras - Y esperar ser valorada por pertenencias carece de sentido. Yo no podría compartir a alguien que me importa hasta el punto de desear que fuese mi compañera. -

La mirada abierta de Iori se congeló ligeramente ante la sorpresa que él evidenció ante su negativa de saber lo que era sentir un lazo por alguien. Se sintió de alguna manera rechazada y sus brazos bajaron del cuello hasta apoyar las manos en el pecho de Nousis, sintiendo que de alguna manera, algo estaba mal en ella. Quizá no debería de haber hablado con aquella sinceridad con él. No quería molestarlo. - Quizá entre los elfos es así. En el mundo humano no soy una muchacha deseable para nadie. Deseable para tener una relación estable. Para ser pareja y traer hijos al mundo. Además, aunque en mi aldea de origen me aceptan, tengo cierta fama en la zona ¿sabes? Siempre hay comentarios, y me importan bien poco, pero si llegase a desear una vida en pareja créeme que con la fama que tengo, nadie estaría interesado en una relación conmigo. - la música seguía sonando y la humana se había detenido del todo en su baile. - Y entonces me alegro que alguien así no esté en la ciudad hoy Nousis. - aseguró clavando los ojos azules en él con algo de resguardo. - Me gustaría pasar esta noche contigo - susurró entre los labios bajando la voz. Parecía estar esperando un rechazo por su parte.

El espadachín la mantuvo abrazada contra si, con la mirada desde arriba puesta sobre ella. Adoptó un tono casi dulce al dirigirse a ella nuevamente, tras meditar unos segundos aquello que buscaba transmitirle - Humanos o elfos, hay una clara similitud en este aspecto, al igual que en otras razas como los dragones. La experiencia - explicó besándole de una manera menos intensa pero prolongada, recordando su encuentro - Nada tiene de malo. Pero sé que no hay criaturas que deseen que quienes viven cerca de ellos conozcan los pormenores de sus parejas en la intimidad - sonrió - Quizá aún no has sentido algo que te empuje a perderte en una persona... - "pero lo harás, porque eres joven hasta para humana" - Aún falta hasta que amanezca - respondió a la petición de Iori, sin aflojar el abrazo.


[...]


La humana boqueó de golpe, como si hubiese estado conteniendo la respiración por demasiado tiempo. Se despertó al día siguiente, cuando todo había pasado. Con ella, amanecieron dos sensaciones claras. La primera, estar atada e inmovilizada de brazos dentro de la pequeña litera de madera en la que dormía en el barco. Posteriormente supo que aquello había sido obra de Ayl, tras las indicaciones precisas de Karen. La segunda, un dolor lacerante en la sien, fruto del golpe con el que Tarek la había dejado inconsciente. Por la molestia que sentía sospechaba que aquel impacto había supuesto una satisfacción personal para él, y había aprovechado la situación con creces.

Pero la verdad es que le debía gratitud.

El haber podido apagarse, desconectar de aquel infierno le había permitido descansar, ignorar lo peor de la tempestad y, con el nuevo día, el Sol volvía a brillar sobre ellos. Pasar por un nuevo episodio de pánico la había dejado trastornada, y le había costado volver a hablar incluso con Karen. La tarea en el barco la ayudaba a concentrarse en alejarse de la gente, y le daba la excusa perfecta mientras hacía esfuerzos por tragar el amargo hecho de haber mostrado una debilidad como aquella delante de su grupo.

Fue cuando estaban por desembarcar, en las maniobras de aproximación hacia la costa de la maldita Isla Tortuga, que Iori se acercó con la idea clara y la resolución hormigueando en la punta de su lengua. Tarek observaba impasible la línea de litoral frente a ellos, y pareció sorprendido por la interrupción de Iori, que se había acercado a él a unos prudentes pasos de distancia. Ella tampoco se creía mucho lo que estaba a punto de hacer.

- Sé que no lo hiciste por mí, pero en cualquier caso, lo de la otra noche me ayudó. - Se frotó de forma distraída el punto en dónde Tarek la había dejado inconsciente. - Quería darte las gracias - indicó. La miró un momento sin cambiar de expresión - Dáselas a Aylizz, si por mi fuera estarías en el fondo del mar - Aquello era todo. No esperaba otra cosa de Tarek, pero su conciencia quedó más tranquila sintiendo que había sido sincera con sus pensamientos.

Se giró sin decir nada más y se encaró hacia la isla en la que esperaba que todo aquello terminara. Y luego, volvería a su hogar.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Aylizz Wendell Miér Jun 29 2022, 19:46


El barco se revolvía con la mar agitada, haciendo imposible conciliar el sueño. Tumbada de medio lado sobre el endeble camastro del camarote, trataba de entrar en sintonía con el brusco vaivén que arrullaba a los viajeros aquella noche, con la mirada clavada en un punto fijo para evitar marearse. Pese a que la tormenta no los pasaría cerca, ni de caricia, la furia del cielo condicionaba la del agua en tanto área como alcanzaban a divisar a la redonda, levantándose olas de un tamaño que, si bien no volcarían el barco, abarcaban lo suficiente para hacer difícil mantener el rumbo y el lomo de la embarcación enderezada.

Cerró los ojos, tratando de encontrar descanso a pesar de las condiciones, más en el instante en que todo se quedaba a oscuras no lograba centrarse en nada que no fuese el malestar. Tomó varias inhalaciones profundas, con calma, notando como su cabeza parecía aligerarse al tiempo que trataba de centrar toda la atención en el sonido de su respiración. Se acomodó un poco más entre la manta que la cubría, no por frío, sino en busca de una mayor sensación de cobijo. A pesar de estar acostumbrada a la independencia y no encontrar total desagrado en la soledad, el último mes en aquella isla había hecho mella en ella.

Volvió a abrirlos cuando un estruendo se dejó escuchar en las bodegas, varios metros por debajo, tras una nueva sacudida, al tiempo que un fogonazo en la oscuridad de su mente alumbraba la imagen de la Reina Faeren frente a ella. Giró sobre sí, poniéndose boca arriba y levantando un brazo, que posó sobre la frente, al tiempo que clavaba los ojos en el techo. Una noche más en vela… Negó con la cabeza y se frotó el rostro con las manos, antes de dejar escapar un suspiro sumido en angustia y desazón.

«Yo también he soñado con aquello estas últimas noches y con muchas otras cosas que preferiría no recordar.»

Una leve curvatura se le dibujó en la comisura del labio cuando el Ojosverdes fugaceó en su cabeza, haciéndole preguntarse si tampoco él podría dormir en aquella ocasión. Volvió a echarse sobre el costado, encontrando sus botas al posar la mirada en el suelo y terminó de sonreír cuando lo hizo, dejando escapar el aire entre los resquicios de la boca.

—Si quieres puedo buscar otro sitio donde dormir.

La propuesta del elfo a su espalda, que aguardaba bajo el marco de la puerta abierta, le llegó por sorpresa.  Con un gesto que denotaba su desubicación comenzó a darse la vuelta hacia él, comprendiendo al hacerlo y advertir de soslayo las características de la habitación el por qué de su ofrecimiento.

—Ah,
pff no, qué importa. A estas alturas... Adelante, no te cortes.

Considerando los momentos compartidos con el peliblanco y asumiendo que aquella flecha ya había roto todo espacio que ambos hubiesen querido mantener respecto al otro, no veía mayor reparo en compartir colchón. Si había podido empaparse con su sangre y dejar más tarde que el agua dejase libre de ella su cuerpo, ante sus ojos, podía respirar su mismo aire en aquella habitación. Sin mencionar la disminución del pudor que facilitaba la ebriedad.

Sin mayor reparo se dirigió a la cama, aunque intentando quedar descalza antes de llegar a ella, por aligerar el proceso, aunque sin contar con que su cabeza planificaba a un ritmo que su cuerpo no podía mantener. Recogiendo una pierna hacia el pecho, mientras daba una zancada, agarró del talón de su bota con ambas manos y tiró para sacarla antes de dar el paso correspondiente a aquel pie. Sin embargo, el calzado no se movió un ápice, obligándola a dar pequeños saltos sobre el pie de apoyo para mantener el equilibrio, aunque sin éxito. Lo peor es que sólo desistió de sus intentos al sentir que caía, a cámara lenta, sobre el colchón.

—Vale…— murmuró, tumbada, tomándose un momento de descanso antes de incorporarse y volverlo a intentar, sentada esta vez. Dioses, se sintió tan bien descargar todo su peso allí, aunque fuese un instante.

—¿Necesitas ayuda? No sé, quizás deberías intentar desanudarla primero. Si has leído «desnudarla» enhorabuena, no estás solo en esto. Me pasó cuando roleamos. Si lo has leído correctamente, mis disculpas por enturbiar ahora tu mente.

Se irguió ligeramente, cargando el peso de su espalda sobre los codos, hundidos en la cama. Miró la bota ante su comentario y después levantó la vista hacia él. Lo miró en gesto de derrota, dándose dos toquecitos en la nariz antes de señalarlo con el mismo dedo índice.

—Creía que sería más rápido así... Pero yo sólo pago por auténtica calidad, está claro.— estiró entonces una pierna hacia él y lo miró divertida —¡Gracias!— añadió, aceptando el ofrecimiento de ayuda, que se tomó en serio aunque fuera un vacile. Juraría la elfa que lo vio reír por lo bajo antes de acercarse a ella.

—Como la señora desee.— el elfo hizo un amago de reverencia y se arrodilló ante ella, para agarrar la bota y deshacer el nudo —¡Listo! Ya eres libre.— indicó antes de soltarla y volver a ponerse en pie. Sin embargo, ella lo interrumpió, frenando la subida con la otra pierna.

—No del todo.— añadió señorial, aunque siguiendo el tono jocoso que había adoptado el peliblanco.

—Error mío.— reconoció con sorna al detenerse, tomando la otra bota y repitiendo el proceso —¿Algo más que pueda hacer por usted, oh, dama Aylizz?

Aquellas palabras parecieron prender la mecha de las malas ideas, provocando que la elfa sonriera abiertamente, mordiéndose la lengua para ahogar una carcajada.

—Ya que te pones...— ¿Qué podría pedirle? ¿Qué estaría dispuesto a hacer? Quizá una verdad, continuando con el juego que había acabado en guerra un rato antes, tal vez un reto… Terminó por reír con suavidad, aunque negar con la cabeza, queriendo apartar sus ocurrencias —No, nada. Está todo bien, puedes descansar.— concluyó, con un aspaviento de mano, en señal de retirada.

Antes de levantarse, el elfo hizo otro amago de reverencia, dándose la vuelta para dejarle intimidad a la joven, que se giró sobre la cama y se sentó al lado contrario, dándole ahora la espalda, descolgando la daga del corpiño para comenzar a desabrochar los cierres.

—No me extraña que los Ojosverdes se quedaran contigo, si eres así de servicial.— comentó en tono de broma, aunque consciente de que podía estar caminando sobre una cuerda muy fina.

Consideraba que, hasta el momento, había sido bastante capaz de medir los límites de su compañero, mas no obviaba el explosivo carácter que había salido a la luz con el paso de los días. Él mismo se lo había advertido, al encontrarse en la plaza. No
«insultaría su inteligencia» asegurando que, dado el caso, no le haría daño.

—¿Qué quieres que te diga? Soy de esa gente a la que extrañas cuando no está cerca.

La elfa notó que él se sentaba al otro lado de la cama, dándole igualmente la espalda, para comenzar a desvestirse también y no escondió una sonrisa velada al comprobar que, por el momento, la cuerda se mantenía firme bajo sus pies. Él tampoco podía verla, de todos modos.

Fue una respuesta orgullosa, aunque tampoco esperaba menos, desde que lo conocía no había visto en él un ápice de vacilación en cuanto a las ideas que tenía sobre el mundo, su gente o sí mismo.

—Menuda confianza.— comentó después de quitarse el peto —¿Es algo que te hayan dicho o...— comenzó a reírse con maldad, mientras empezaba a bajar sus pantalones. Le resultaba fácil ensañarse con él. —...son cosas que te dices a ti mismo en el espejo?

—¿Ambas? ¿Acaso no me extrañaste estos últimos seis días?

Antes de terminar de sacar los dos pies de las perneras, ella levantó la mirada al frente, clavándola en la pared un momento, notando sus mejillas ruborizarse. No esperaba un contraataque en forma de pregunta, de aquella pregunta, para la que se tomó un momento antes de responder. No sabría decir si «extrañar» era la palabra. ¿Había pensado en él? Si. ¿Se había preocupado por su suerte, o su desgracia? Si… ¿Lo había maldecido por marcharse? Por descontado. Y… ¿Lo había echado en falta?

«Será desgraciado.»

Ladeó ligeramente la cabeza para mirarlo por encima del hombro encontrando, por sorpresa, los ojos esmeralda clavados en ella, acompañando la soslayada mirada con una sonrisa y el pelo despeinado tras desquitarse de las prendas superiores y quedar ahora con el torso descubierto. No puedo controlar su mirada, que por un momento se desvió en un paseo fugaz por el cuerpo tatuado, arqueando inconscientemente una ceja en gesto interesado. Arrugó el gesto burlona, al hacer coincidir de nuevo sus miradas, antes de darse la vuelta para terminar de sacarse los pantalones.

—Sólo me preocupaba que después de tanto, tan cerca del final, todo hubiese sido en vano porque nos faltase uno.— se justificó, malamente, antes de echarse hacia atrás con suavidad, hasta quedar contra su espalda.

Notó la calidez de su piel incluso a través de la camisa con la que dormiría, a modo de camisón, encontrando un cómodo apoyo sobre el que el cansancio empezó a ceder. Suspiró, con cierto aire de derrota, cerrando un momento los ojos.

—¿Saldremos de esta?— murmuró después de abrirlos, levantando la mirada hacia el techo.

—No debería haberme ido. Sé que fue irresponsable por mi parte.

Un breve silencio siguió a la respuesta que no contestaba a la pregunta, pero que caló de lleno. ¿Irresponsable? Estaba de acuerdo. Y también temerario, inmaduro y tantas otras cosas que desechó de su cabeza, considerando que ya no tenía caso remover los eventos pasados. Fue lo más parecido a una disculpa que escuchaba desde el reencuentro y no esperaba tener algo más cercano a una que aquellas palabras.

—Lo hecho, hecho está.

—Vamos con Nousis, así tenga que arrancarnos del Infierno, nos sacará de allí. Ahora... No sé si saldremos enteros.— añadió, entonces sí, contestando la cuestión planteada.

Volvió ligeramente la mirada hacia él, con sutileza, aunque sin alcanzar a percibir más que su perfil, que mantenía bajo y pensativo, de nuevo enmudecido. Se acomodó un poco más, sin separar todavía la espalda, de nuevo llevando los ojos hacia el techo. El silencio y la comodidad, a pesar de lo agridulce que tornaba la situación, empezaban a hacer mella en ella, que comenzaba a tener que esforzarse por no parpadear más largo de lo normal. Entonces, con los ojos aun cerrados, deslizó su brazo derecho ligeramente hacia atrás, acariciando la sábana hasta dar con la mano del Ojosverdes y agarrarla con suavidad.

—No sólo está Nousis, para bien o para mal, no dejes que te ciegue.

—Supongo que tienes razón.— concluyó él, correspondiendo el agarre y apretándolo un poco más —No sé tú, pero yo hace una semana que no duermo en una cama y estoy deseando hundirme en ella.

—El sentimiento es mutuo.— afirmó, abriendo los ojos, antes de que fuese demasiado tarde para hacerlo.

Separándose de él, abrió las sábanas que daban a su lado, dejándolas a los pies de la cama. No solía taparse, de primeras, acostumbraba a dormir sobre el colchón tal cual cayese, pero siempre preparaba el lecho a sabiendas de que en algún momento de la noche, sin ser consciente de ello, acababa cubriéndose. Tarek, por su parte, se tumbó bocarriba sin preocuparse de tocar la cobertura del catre, clavando la mirada en el techo.

—¿Qué crees que pasará cuando entregues la corona?

—Espero que todo acabe.— afirmó sin un ápice de duda, recostándose a su lado —No he dormido apenas estos seis días...— comentó después, en voz más baja —Cada vez que cierro los ojos... La veo a ella.

—Yo también he soñado con aquello estas últimas noches y con muchas otras cosas que preferiría no recordar.

—¿Debería preocuparme?

—Nada que no haya superado ya antes.— reconoció, antes de guardar silencio un momento —Si tienes una pesadilla te despertaré. Prometido.— añadió, levantando el brazo que quedaba hacia ella, con el meñique en alto.

Cuando él ladeó el cuello para mirarla, ella giró el cuerpo para acostarse de lado, hacia él. Sonrió divertida ante el gesto infantil que acompañaba su promesa, estirando entonces el suyo, cruzando ambos dedos.

—Más te vale.— indicó, mirándolo con los ojos entrecerrados, en gesto amenazador.

—Prometido.— concluyó, apretando un poco más su enlace antes de soltarlo —Buenas noches Ayl.

El peliblanco cerró los ojos, dando por finalizada la conversación y la velada. Sin embargo, ella permaneció despierta unos segundos más, mirándolo pensativa. Tarek todavía le resultaba una incógnita. Su actitud, sus gestos, hasta su energía parecía cambiar en tanto que estuviera con el grupo o con ella a solas. Sin lugar a dudas, prefería al elfo que se dejaba ver cuando se daba la segunda circunstancia, al menos con aquel encontraba un hueco en el que refugiarse y no las ganas de mandarlo al otro confín. Cuando notaba que el sueño le ganaba la partida, un impulso que no se preocupó por reprimir la llevó a reducir la escasa distancia entre sus cuerpos y, aun tumbada de costado, rodeó su pecho con suavidad para acercarse a su mejilla.

—Buenas noches.— fue todo cuanto alcanzó a murmurar, antes de quedarse dormida sobre su hombro.


*****

Al cabo de seis días, Karen atracó en un muelle que no era nuevo para la elfa, a pesar de presentar una estampa que sí resultaba desconocida. El mercado de abastos dedicado al contrabando que había encontrado cuando llegó a la isla, a punto de haber sido una mercancía más, se encontraba ahora desangelado, arrasado, calcinado, únicamente repleto de cuerpos sin vida, diseminados por todo el puerto. Ni un alma se veía y ningún éter se sentía, lo que hubiese acontecido no había tenido lugar recientemente.

Como si de una experiencia traumática se tratase, tenía muy presente los pasos andados la primera vez. Huyó, rodó y acabó a orillas de un lago con la extraña pelirroja. Suspiró. ¿Qué habría sido de ella? Si de alguna forma se había involucrado de más, como pareció afirmar en su despechada despedida, ¿tenía que asumir que… estaba muerta? Por ahorrar tiempo, sugirió encaminar el este de forma más directa, sin necesidad de repetir exactamente todo su primer viaje. Nadie se negó y encabezó la partida. Todo fue todo lo tranquilo que cabría esperar, dadas las circunstancias, hasta que su camino se vio entorpecido por lo que parecía ser una clara señal de alerta. Tres cuerpos sin vida, clavados en aspa, repletos de cortes. No. Dos muertos, la tercera aún desprendía una peligrosa, aunque débil, energía. Por mero instinto retrocedió cuando lo sintió, sin embargo, la humana pareció atraída a ellos como polillas a la luz. Entonces, la fémina emitió un horrible estertor, tosió y salpicó a la humana con algo de sangre, antes de expirar. Cuatro, finalmente.

Horas después comprendieron por qué no habían topado con nadie más, ni muertos ni vivos, en lo que restó de avance. Antochas a decenas iluminaban alrededor del santuario, en dos zonas diferenciadas. Los elfos fanáticos parecían haber decidido esperarlos, unos cuarenta custodiaban las dos grietas de entrada. Algo lógico, sabían que debían llegar allí. Tarek propuso esperar a la noche e intentar generar caos de alguna manera. Si, eso se le daba genial al Ojosverdes. Pero no, en aquella ocasión la elfa prefirió ceñirse a la línea de la calma y propuso retroceder medio camino, hasta el pequeño altar donde encontró por primera vez a los Lyelianna. Ahora que sabía cuánto abarcaba su control, tenía una corazonada. Seis horas de noche y selva isleña después, la satisfacción le invadió cuando dieron con la red de pasadizos que ocultaban las ruinas bajo sus pétreos suelos, comprendiendo entonces cómo habían hecho siempre para moverse en la isla sin revelar su existencia. Aunque, en  realidad, fue frustrante darse cuenta de que lo tuvo delante entonces y no fue capaz de verlo.

Avanzaron por los túneles entre el polvo, la falta de humedad y el calor, hasta que los elfos sintieron éter en las proximidades, al frente, y menos definido detrás. Aún así, prosiguieron. A una mal calculada hora subterránea de distancia del santuario, tres Lyeyanna se alzaban, protegiendo el pasadizo. Al ver a los intrusos, uno no tardó en salir corriendo para dar aviso, mientras que los dos restantes los encararon. La elfa no se lo pensó dos veces, el pasillo era recto y aún quedaba un trecho hasta el ascenso. No podían dejarse atrapar. Haciendo crecer las raíces que respiraban entre las paredes de los muros, inmovilizó al mensajero y antes de que empezase a gritar alarmado, enroscó su cuello hasta cubrir la boca. No sabría decir qué pasó por su cabeza en aquel instante, pero apretó. No había necesidad para ello, pero mantuvo el agarre, cada vez con más fuerza. No veía un elfo, veía un traidor. Y quería asesinarla, todos querían hacerlo. Él lo pagaría. Sin embargo, no lo hizo. El Inglorien trajo a su compañera de vuelta a la cordura, como ya había hecho cuando su daga marcó la frente de aquel Lyelianna.

Llegaron arriba, asomando la cabeza detrás del campamento y frente a la subida al santuario. Asciendieron por la escalera de montaña que ya les llevó tiempo atrás al mismo lugar, al mismo complejo. A media subida, los enemigos dieron, por desgracia y previsiblemente, la voz de alarma. El grupo empiezó a correr hacia las puertas, como si les fuese la vida en ello. De hecho, así era, los Lyelianna  avanzaban veloces tras ellos. Aunque no lo bastante para impedirles alcanzar el portón del templo. Una luz recorrió la hendidura de la puerta al cerrarse, así como el dintel y la elfa pudo reconocer un claro indicio mágico. Una voz conocida se elevó entonces y Caudior Faeren se materializó, sonriéndolos con cierta tristeza.

—No puedo daros las gracias de la manera que os merecéis— comenzó —Pero habéis rescatado a mi linaje de la vergüenza y el dolor. La joya de mi clan os revelará el final del viaje de quienes fuimos encerrados por aquella maldición. Sólo espero, salvadores, que tengáis en vosotros lo suficiente para abrir las puertas…— y se desvaneció.

Quedaron solos los cuatro en el mismo lugar donde Tarek y Aylizz dejaron sus reliquias, que crearon recuerdos sólidos del pasado. Ella advirtió la hendidura restante en la pared y no se demoró en encajar en ella la corona. Al hacerlo, una nueva puerta se abrió con el sonido de la piedra y se transformó en un nuevo recuerdo.

Edenisse Yillia y Wia Hellum, líder traidora y su amante, quien se había ocupado de lanzar la maldición, permanecían muertas, descomponiéndose en ese ambiente seco, ausente de la más mínima esperanza. Los cuatro elfos y elfas restantes, Turenn, Nan´Kareis, Aluvalia y Caudior, se encontraban sentados en varios lugares. Famélicos, sus labios y rostros macilentos exhibían una extrema necesidad de agua y alimento.

—Ha... Ha atado a sus descendientes.— comentó Caudior fatigado, ante una mirada de Aluvalia que indicaba que el Faeren ya prácticamente había perdido la cabeza por la deshidratación —Cuando muramos…

—Será pronto.— aseguró Nan´Kareis —Los dioses no permitirán una blasfemia así.— tosió con una terrible dureza, directa desde el pecho.

Turenn sacó un puñal y comenzó a rajarse las venas de arriba abajo. —Pronto lo veremos…

Aluvalia, en extremo cansada, se llevó una mano a la boca, incrédula. Su diario, con alguna página arrancada, y manchas y sangre, permanecía a su lado. Intentó tomar su pluma, pero le resultó imposible el esfuerzo.


La escena desapareció y Caudior volvió a materializarse.

—En tres días ninguno continuábamos con vida.— reveló —Habéis conocido lo que sufrimos. Ahora sois vosotros los que debéis demostrar que habéis sido mejores.

La única puerta se cerró, dejándolos en una estancia de escasos cuatro por cuatro. La última espíritu, Aluvalia Nerdanel, se cristalizó ante el grupo, mostrando una rubia melena idéntica a la que llevó en vida. Su sonrisa era compasiva, con un tono burlón.

—¿Qué hace a alguien recto?— preguntó, mirándolos a todos y cada uno —La estirpe de Caudior se ha echado a perder. La de Edenisse os ha perseguido implacable. ¿Qué llevaréis al mundo? ¿Merecéis la vida, o formaréis parte de los problemas que afligen al continente?— pareció dudar.

Con chasquidos etéreos, fue enviado escenas ya vividas por uno o varios miembros del grupo.

—No te he dado las gracias apropiadamente por lo que hiciste por mí en Urd. No recuerdo una etapa en muchas décadas donde me hubiera visto de una forma tan lamentable. Verte incapaz de ser tú mismo, privado de fuerza, agilidad, de ser una ayuda siquiera para ti, depender por entero de otros…

—Tú hubieses hecho lo mismo. Es lo que hacemos, ¿no? Nos une la sangre.


Impactada, en un primer momento, por la sucesión de imágenes, miró a Nousis sorprendida al rememorar aquella escena. Una noche agradable, aunque había olvidado aquella parte. ¿El elfo dándole las gracias? No volvería a dejar que eso se perdiera en su memoria.

—Hubo una ocasión en la que llegué a pensar que realmente Nousis tenía razón sobre los humanos. Pensé que era verdad que somos criaturas que tendemos al caos y al egoísmo. La verdad que incluso yo estoy sorprendida por lo amables que fueron.

—Espero que no dejases que aquello te afectara, no te lo tomes como algo personal. El rechazo hacia otras razas es algo aprendido y en nuestro caso, una convicción muy arraigada. Aunque a veces pienso que los que son como él se mantienen firmes en esas ideas para mantener lo que ellos entienden como identidad, a pesar de encontrar evidencias de que existe gente a la que merece la pena tener en consideración. Prefieren centrarse en el desprecio hacia lo diferente, porque eso es lo que nos ha permitido sobrevivir durante generaciones.


Apartó con rapidez la mirada del elfo cuando ese siguiente recuerdo se proyectó, ligeramente avergonzada. Había pasado mucho tiempo desde aquella conversación con la humana. Y varias lecciones aprendidas.

—¡¿Estás loca?! ¡Son dragones!

—¡Sí, lo sé! ¡Pero una está de nuestra parte! ¡¿Adivina quienes serán los siguientes si la derriban?! Por favor... Dentro hay cuatro que tratan de hacerse con Nytt Tre. Tal vez pueda daros un acceso, pero necesito algo de tiempo. Tratad de mantenerlos a raya. Por favor…

—¡Ni habl…

—¡Sólo son humanos! Su cuerpo es bestial, pero piensan como humanos. Se nos llena la boca alardeando de que somos mejores que ellos, ¡bien! Estemos a la altura.

—No pienso permitir el suicidio de mis hombres. Trataremos de contenerlos pero si se vuelven contra nosotros, si nos atacan, si ponen siquiera su vista en nosotros, nos replegamos. ¿Entendido?

—Pues que no puedan veros.


Y con aquella última imagen ya sí que quiso hacer un agujero en la tierra y hundirse en él. Aunque sonrió con nostalgia al recordar el oeste.

—Restan dos pruebas.— habló Aluvalia cuando más proyecciones cesaron y su voz alargó la última vocal de una manera extraña —Saldréis de esta estancia cuando admitáis una verdad que habéis descubierto sobre vosotros a lo largo del viaje que habéis compartido. Una verdad sobre uno de vuestros compañeros. Si sois capaces de ver algo decente entre todos los conflictos que habéis soportado, hay esperanza para vosotros.

No pudo evitar fruncir el ceño. ¿De verdad? Más acertijos… Estaba harta. Por fin, tras un largo y desesperante mes, que por momentos se había vuelto más desesperanzador cada día, se encontraba frente a algo, más bien alguien, que pudiera darle respuestas.

—Iori y Tarek son familia.— afirmó, optando por ceñirse a los hechos, mirando a la aparición con inquietud e impaciencia —Es la verdad más evidente.— apunto, girándose después hacia el grupo, como si tratase de justificar su respuesta.

Una puerta fantasmal se abrió y Aylizz no se pensó dos veces el cruzarla. Sin embargo, ahogó un sobresalto cuando reconoció el bosque que se abría al otro lado.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Iori Li Vie Jul 01 2022, 01:39

- Bonita bienvenida, augura un gran futuro - comentó Tarek para si, mientras camina entre los restos calcinados. Habían podido olerlo antes de pisar tierra firme. Pero pasear por la zona y ver con sus propios ojos el desastre era distinto. Iori no había entrado a la isla la primera vez por aquella zona. Y sin embargo, los restos chamuscados y los cadáveres esparcidos permitían hacerse una imagen mental de lo que había pasado allí y de cómo era el lugar antes de la destrucción.

Su mirada apenas perfilaba por encima los restos de las personas fallecidas, mientras se preguntaba en qué momento la muerte se había hecho algo tan habitual en sus viajes que ya no causaba la misma impresión que al inicio.

La sanadora parecía conocer bien el entorno, y los condujo por la ruta que ella había seguido inicialmente para alcanzar el templo al que debían de volver para llegar la reliquia. Qué lejos estaba ya la noche del festival en Galrain. Qué tenue era el recuerdo del cuerpo de Karen y Nousis contra su piel. Todo lo que había disfrutado hacía unos días, había desaparecido de su ánimo arrastrado por la tormenta de las noches previas en el barco.

La energía con la que Iori se había cargado en la ciudad portuaria había dejado un vacío en su ánimo que estaba comenzando a llenarse peligrosamente. Llenarse de hastío por aquella situación. De disgusto a cada cosa élfica que la rodeaba. Apretó los dientes y continuó avanzando junto con sus compañeros, repitiéndose mentalmente que con suerte, estaban llegando al final de aquella empresa.

Llevaban un rato avanzando cuando pudo reconocer los cuerpos de Dorian y su grupo, crucificados en aspa a un lado del camino. La aprensión casi consiguió abrirse paso hasta su garganta, pero se quedó únicamente en una potente tensión en el estómago. Casi por respeto se aproximó a ellos para comprobar si estaban muertos, y llegó a tiempo para ver como la mujer tosía sangre y desconectaba definitivamente de su cuerpo frente a ella.

Suficiente. Estaba teniendo suficiente.

No articuló palabra, y volvió a ocupar la posición en la que más cómoda se sentía. La retaguardia era el lugar idóneo. Allí podía ver con claridad a los tres elfos frente a ella, y marcar con ellos una sana diferencia en su mente. Ellos por un lado y ella, por el otro. Temporalmente. Hasta que pudiera separarse de todos para siempre.

Continuaron durante horas, con un pesimismo que parecía creciente según la tensión de la cercanía al templo iba haciendo mella en ellos. Ayl los condujo por un acceso subterráneo en el cual se encontraron a unos vigías. El trabajo en equipo y la rápida reacción de todos les permitió sacarlos de en medio, y continuaron avanzando hasta llegar al final. Ella no tenía éter, por lo que no tuvo que ofrecerse en voz alta. Simplemente se abrió camino al frente y oteó para asegurarse de que podían salir. Tuvieron que correr por sus vidas para escapar de los lyeyanna que tenían justo detrás.

Los ojos azules se clavaron en la silueta de las puertas de entrada al templo, rogando que una vez dentro todo terminase. La sangre ardía en ella y el aire se agolpaba en su garganta cuando consiguieron atravesar la entrada. No hubo tiempo para calmarse, cada uno recobró fuerzas como pudo mientras una muy decidida Ayl daba el primer paso para terminar de una vez con todo aquello. Entregada la corona, el lugar les regaló un espectáculo de imágenes de un pasado que nada significaban para ella.

Mientras las vidas de unos elfos que ya no existían hacía siglos se reproducían frente a sus ojos, la humana se quedó rezagada y de brazos cruzados. Ver al fin aquello por lo que tanto habían luchado, en lugar de permitirle saborear el alivio, la hizo sentir una agria animadversión hacia lo que aquellos seres representaban. Algo completamente ajeno a ella. Miró de soslayo el perfil de Nousis, que observaba con atención cuanto tenía lugar frente a él. Estaría disfrutando como un crío, ahondando en hechos pasados de unos ancestros de los que tan pagado estaba. Frunció el ceño mientras, por un instante pasaba por su cabeza que ni el hecho de haber podido tener sexo con él compensaba la amargura de aquella travesía.

Fue entonces, cuando la figura rubia jugó con sus sentimientos. Los de ella y los de todos. Iori abrió desmesuradamente los ojos al observar las escenas que se reflejaban frente a ellos. ¿Qué tipo de poderes extraños tenían los elfos? Más allá de lo palpable que había podido experimentar por si misma con sus compañeros, aquella magia que tenía lugar dentro del templo la consiguió asomar a una dimensión distinta de lo que creía conocer. Una dimensión que nacía del temor a los desconocido.

- Hubo una ocasión en la que llegué a pensar que realmente Nousis tenía razón sobre los humanos. Pensé que era verdad sobre que somos criaturas que tendemos al caos y al egoísmo. La verdad que incluso yo estoy sorprendida por lo amables que fueron - La elfa la miró. - Espero que no dejases que aquello te afectara, no te lo tomes como algo personal. El rechazo hacia otras razas es algo aprendido y en nuestro caso, una convicción muy arraigada. Aunque a veces pienso que los que son como él se mantienen firmes en esas ideas para mantener lo que ellos entienden como identidad, a pesar de encontrar evidencias de que existe gente a la que merece la pena tener en consideración. Prefieren centrarse en el desprecio hacia lo diferente, porque eso es lo que nos ha permitido sobrevivir durante generaciones.-

Vio a Ayl y a ella misma, en una de aquellas conversaciones cuajadas de intimidad que habían compartido. La única persona con la que podía hablar con sinceridad sobre la curiosidad y el desconocimiento que fluían en ella sobre los elfos. Se removió incómoda. No se debió al hecho de exponer delante de todos sus inquietudes. Se debía a que aquellos fantasmas antiguos parecían encontrar algún tipo de valor en ojear como si fuese un libro la vida que habían compartido.

- No te metas en mi camino y yo no tendré que meterme en el tuyo. ¿Acaso me sigues? No entiendo por qué demonios tengo que ver tu desgraciado rostro cada vez que abandono Sandorai. Eres como una plaga. Vaya a donde vaya, allí estás tú.-
- Yo podría preguntarte lo mismo de hecho. Lo niegas pero quizá te has aficionado a mi fealdad. Quizá eres tú, Tarek, el que me sigue. Yo estaba aquí antes de que tú despertaras a ese ser y te metieras en líos. Estaba durmiendo en aquel bosque antes de que tú intentases tender aquella trampa...-


Mittenwald. Aquella aldea en ruinas en la que habían intercambiado los primeros golpes. En su momento no lo había pensado, pero el desprecio en la forma que Tarek tenía de hablarle era palpable. Casi produjo una molestia física en ella, ahora que podía pasear por aquel recuerdo como si fuese una espectadora. Recordó la inscripción. El nombre que estaba presenta en el muro y en el pecho del elfo y sintió entonces rabia al recordar la promesa que le había hecho Ayl, hacía semanas en el bosque. Apretó los dientes pero no apartó los ojos.

—Creo que te debo una disculpa.— expresó, tras sentarse a su lado. —Creo que me debes varias, pero te escucho. ¿Por cuál te decantas? — —Supongo que di por hechas demasiadas cosas. Buscaba que no os ocurriese nada.— explicó, tras pararse a observarla por unos segundos. Ella no contestó al instante. —Eso lo sé. Y en realidad...— se frotó la frente —...No es por eso que debas disculparte. No conmigo, al menos. Haberte seguido hasta allí es sólo culpa mía, a estas alturas ya debería saber leer tus intenciones. Subí aquella colina porque de verdad pensaba que los dos estarías juntos, que habrías ido tras ella. Actué sin pensarlo bien, porque es lo que yo habría hecho, porque es lo que habría esperado que hicieras tú. Pero ese es mi error, no el tuyo.
—Tienes derecho a haberte molestado. Ya conoces mi vida, trabajar en equipo no suele ser algo familiar para mí. Y vosotros no sois mercenarios prescindibles.
—No hace falta que lo jures. No dudé por un instante cuando dijiste que de haber podido, habrías venido solo. Y está bien, tú mismo, es tu decisión no compartir el riesgo. Pero el hecho es que estamos aquí. No sé lo que te une a ellos dos, ni me importa, la verdad. Pero esperaba encontrar mayor confianza en mi persona.
—Con Tarek, sangre en Lunargenta. Sobrevivir, supongo. Es un muchacho al que le vi futuro, nuestra gente necesita a más como él—


Más como él. Aquellas últimas palabras cayeron como una pesada piedra en el estómago de Iori. Le costaba imaginar en Tarek un valor para los elfos más allá de la destrucción y los problemas de control de la ira. Sin duda Nousis valoraba con una mirada diferente cualidades en él que a la humana se le escapaban. Por humana. Entrecerró los ojos y retrocedió un poco más ante aquella visión, cerrando con más fuerzas los brazos cruzados sobre su pecho y repitiéndose mentalmente esa última palabra que parecía ser la clave de toda su vida. Humana.

-¿Puedo preguntarte algo? - Nousis parecía serio, incluso indiferente ante la escena que se desarrollaba ante él, aunque en el fondo de su mirada el joven elfo podía distinguir algo que había visto en si mismo en más de una ocasión: sed de sangre. Su respuesta fue seca, carente de cualquier tipo de sentimiento. - ¿Qué ocurre? – le devolvió la pregunta, elevando ligeramente una ceja. - ¿Por qué aceptaste que os ayudara en aquel callejón? No me conocías de nada, apenas me había presentado, y aun así dejaste que os acompañara - La respuesta no fue inmediata. Su interlocutor pareció meditar sus siguientes palabras mientras lo miraba fijamente, ladeando levemente la cabeza, como evaluándolo. Sus palabras, al igual que su mirada, fueron evasiva cuando finalmente decidió contestar. -  Eres un elfo – fue su seca respuesta, dando por sentado que aquello era suficiente evidencia de sus actos - Y no eres un exiliado, no con esas reacciones que has ido mostrando. Para mí los míos son lo primero, y si no confiamos en nuestra propia raza, estamos condenados en un mundo lleno de enemigos - supo de inmediato que su interlocutor realmente creía en las palabras que acababa de pronunciar. - Para mi este mundo está lleno de enemigos –

Por supuesto, la parte de Tarek la sabía. Si alguna virtud tenía el elfo era que se trataba de una persona fácil de leer y clara en sus intenciones. Las palabras de Nousis en cambio escocieron. La llevaron de viaje al primer encuentro en Baslodia. A las afueras del bosque en el que se conocieron. Aquella forma despectiva de tratarla como si conociese todos sus pecados cuando, únicamente era recelo por su raza. Por ser humana. Tragó la rabia y trató de aferrarse al recuerdo de Nousis gimiendo bajo sus caderas, pero su efecto apenas fue palpable en ella. El moreno se dejaba llevar por la pasión igual que ella, pero su forma de ver a los que no fueran elfos formaba parte de él.

- ¿Más que lo que hice, te ha enfadado que hubiera estado en peligro? - Lunargenta, en la posada. - A veces tengo la impresión de que no solemos entendernos. O que no somos capaces de interpretarnos bien el uno al otro. - Eso era completamente cierto. - Por eso te pregunto...- El elfo moreno terminó por contestar. -No me ha gustado, no - Observó con sorpresa su propio ceño fruncido en aquella expresión. Su rostro mostraba el disgusto por aquella respuesta - Prefiero que no te preocupes, no soy responsabilidad tuya. No soy responsabilidad de nadie - Pero Nousis tuvo paciencia para responderle. - No eres una desconocida. Y no se trata de responsabilidad -

Que él la hubiese encontrado aquella noche en la capital había sido una suerte. Recordaba como se había sentido casi bendecida cuando la cubrió con su capa y la condujo hasta una habitación en la que pudo descansar. Pero como siempre, las cosas se habían torcido. Habían discutido y dormido enfadados. Aquella escena la hizo consciente de las muchas veces que todo había terminado fatal entre ellos. Y de lo muy diferentes que eran.

- No te he dado las gracias apropiadamente por lo que hiciste por mí en Urd - recordó de pronto - No recuerdo una etapa en muchas décadas donde me hubiera visto de una forma tan lamentable - sus labios se curvaron, para mostrar un instante de autocompasión que pronto se esfumó - Verte incapaz de ser tú mismo, privado de fuerza, agilidad, de ser una ayuda siquiera para ti, depender por entero de otros…- Con voz suave repuso. -Tú hubieses hecho lo mismo. Es lo que hacemos, ¿no? Nos une la sangre -

Urd. Desconocía en qué momento se había producido aquella conversación, pero la camaradería y lealtad eran evidentes. Y era evidente la unión. De sangre para ser exactos. Lo que había estado viendo en las semanas con ellos, y lo que marcaba la diferencia con los elfos y ella. Lo que los unía y lo que la excluía. A un mismo tiempo. Quería irse de allí.

- Todo lo que me has dado ha sido amabilidad y buenos momentos. Hemos luchado juntas, me has curado, me has acompañado hasta aquí, y te has comido mi cabreo sin razón. Lo siento mucho, más de lo que soy capaz de expresarte con palabras. Continuaré hacia el norte. Debo de seguir, al menos un poco más para ver con mis ojos qué encuentro. Espero poder devolverte algún día todo lo que has hecho por mí - Iori nunca había sonado tan solemne. - En marcha pues, al norte, ¿o es que a caso pensabas que me iba a quedar con las ganas de saber cómo acaba esta historia? Ya estoy pensando en el título, "En busca de la verdad de Iori, aunque ese no sea su nombre".  Es provisional, Además, no pienso volver por ahí yo sola. Ya buscaré cómo volver cuando lleguemos, ¿quizá volando? Sería divertido.

No pudo evitar esbozar una sonrisa. Habían sido buenos días los compartidos con Ayl. Todo había comenzado con ella. Pensando hacia atrás era consciente de que su periplo para indagar sobre su pasado y el anillo se los debía a ella. La compenetración que habían alcanzado ambas en aquel viaje no lo había vuelto a sentir. Deseó poder tener de nuevo tiempo a solas con la elfa, y la miró frente a ella con los ojos fijos en las imágenes. ¿En qué pensaría? ¿Recordaría lo que habían vivido juntas? Bajó la vista y clavó la mirada en el suelo entonces, escuchando sin ver el siguiente remolino de imágenes.

- Yo no... soy un buen partido. No tengo familia ni tierras. No soy deseable desde el punto de vista del matrimonio. De donde yo vengo las mujeres crecen con ese objetivo vital. Casarse y pertenecer a una familia. En mi caso es fácil encontrar personas con las que entretenerse. Chicos o chicas, no importa... de mi aldea o de la contorna pero... no hay posibilidad de futuro. No es que haya aprendido a escapar... es que... sé retirarme a tiempo...-

No quiso pensar en aquel recuerdo.

- ¿Estás seguro de que quieres ir a ese lugar, hijo? – la voz del anciano pescador lo hizo volverse, para contemplar al avejentado pero fornido elfo a su espalda. Grande había sido su sorpresa al descubrir que la población a la que había llegado a penas un día antes estaba ocupada únicamente por elfos. Rescoldos del pasado glorioso de su raza. - Debo ir. Alguien, uno de los nuestros, me ha pedido ayuda – por alguna extraña razón no había dudado ni un momento en acudir aquel lugar y, nada más despertar, había reunido toda la información que le había sido posible sobre la isla y como llegar hasta ella. Isla Tortuga… un antiguo bastión de su gente. Un lugar que guardaba tantos secretos como muerte bajo sus piedras. Pero no había dudado. Sentía que le debía algo a Nousis, quizás por su aceptación el día que se habían conocido en Lunargenta; quizás por aquella última conversación compartida. - Espero que tu amigo sea digno del sacrificio. -

Reprimió las ganas de suspirar ante aquella lealtad basada en la raza que se profesaban el uno al otro. Era un factor que al inicio la indignaba, pero sentía que con el paso del tiempo se había convertido en un tema delicado. Uno que era capaz de hacer saltar por los aires el poco autocontrol que había aprendido a manejar en su vida sobre ella misma.

-Aún así puedo esperar un poco antes de desmembrarte. E incluso matarte deprisa. Me interesa lo que puedas contarme sobre la que falta. La humana - especificó enseñando los dientes - Y qué tan cercano eres a la elfa de cabello más largo. Ella sí morirá con una dosis de mi imaginación más… sádica - acentuó con toda la intención, por mor del comentario previo del espadachín - ¿Por qué no está la humana con vosotros? - El Indirel sólo había visto a Aylizz con una sola humana. Una, en las dos ocasiones que habían coincidido. En el norte y en Baslodia. Y maldito fuera el mundo entero si sabía algo de ella en ese momento. - Los humanos son basura - escupió Nousis con todo el desprecio que fue capaz - Llamas de caos e ilogia que se consumen en poco tiempo. Yo viajo con los míos.-Su enemiga le tomó el rostro con una mano, apretando su mandíbula. -¿Dices que no conoces a esa humana, y en cambio te internas en Urd con su amiga? -Yo viajo con los míos - volvió a decir, mirándola a los ojos. Tal acto la hizo sonreír. - Mientes. -

¿Lo hacía? ¿Nousis mentía en aquel recuerdo? En esa ocasión la humana no había perdido de vista la secuencia. Se preguntó cómo y cuándo había caído el elfo, y seguramente Ayl en manos de una vampiresa como aquella. Parecía una situación compleja y sin embargo, el desprecio en su voz al hablar de los humanos había hecho eco en ella, repitiéndose con crueldad en su mente. Era suficiente. Se sentía capaz de dejarse las uñas arañando la piedra de aquel lugar hasta gastarlas, si con ello se aseguraba de cortar de una vez y para siempre aquella especie de tortura personal. Ya no fue capaz de atender a nada más.

No necesitaba revivir ni conocer aquellas situaciones para saber que más allá del sexo, con Nousis no había nada bueno que mereciera la pena.

Aluvalia sonrió cuando terminó la proyección, consiguiendo que toda la atención se centrada de nuevo en ella. - Restan dos pruebas - habló, y su voz alargó la última vocal de una manera extraña - Saldréis de esta estancia cuando admitáis una verdad que habéis descubierto sobre vosotros a lo largo del viaje que habéis compartido. Una verdad sobre uno de vuestros compañeros. Si sois capaces de ver algo decente entre todos los conflictos que habéis soportado, hay esperanza para vosotros. -

Ayl fue la primera en hablar, y lo hizo en unos términos que despertaron hacia ella el lado más belicoso de Iori. Por primera vez en su vida. —Iori y Tarek son familia.— afirmó mirando a la aparición —Es la verdad más evidente.— se giró hacia el grupo como justificando su respuesta. Iori le mantuvo la mirada un instante con dureza, hasta que tras ella una puerta se abrió. Sin añadir nada más, la grácil figura de la elfa se perdió en ella, dejando a los otros tres en compañía del espectro. Y sabían los dioses que no era el lugar en el que quería estar precisamente. Habló sin pensar, buscando una respuesta rápida que le abriese una salida.

- Ayl no es cómo los demás elfos - musitó Iori con voz baja. No pasó nada. Y la duda se unió a la rabia por aquella estúpida situación. Pensó con rapidez en otra opción. - Tarek tiene problemas para controlar su ira - probó con voz molesta.

Nada.

Aquella falta de reacción la había alterado. Sobre todo porque ella creía a pies juntillas en las dos afirmaciones previas que acababa de hacer. No eran del gusto de los fantasmas élficos, por lo que parecía, de manera que dejó que la rabia se mezclase con los pensamientos más desordenados que se habían acumulado en su cabeza tras las visiones. - Nousis cree en el amor - atacó ya cansada, casi de forma feroz.

La puerta se abrió, y la cruzó como un rayo sin dirigir una mirada o palabra a ninguno de los dos que quedaron atrás.
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Mensaje  Nousis Indirel Lun Jul 04 2022, 14:29




La cadencia del navío acentuaba su frustración. Dejaban atrás el continente, y a pesar de los festejos que habían disfrutado el día previo, la animosidad en el interior del grupo no se había atenuado. Había liberado buena parte de la tensión e incluso se había permitido participar en alguno de los juegos de los humanos. Todos sus compañeros precisaban evadirse después de tanto sufrimiento. ¿Y él? Contaba los días sin atreverse a sonreír evitando tentar una última jugada del destino. Desembarazarse de uno de los pesos que se habían adherido a sus hombros había alcanzado un punto crítico. La Varita del 19, en el fondo de su bolsa de viaje, reclamaba guiar sus pasos de una vez por todas, finiquitar cuanto había iniciado en la puja donde de Nayru la había recibido. Se permitió preguntarse qué habría sido de ella y Fémur tras la derrota de Ulna y su maldito nido. Sus ojos grises alcanzaron una tonalidad peligrosa. Habían combatido juntos para erradicar un peligro mayor, mas la sangre de Nilian continuaba de alguna forma en sus manos. Si volvían a encontrarse, no tenía más remedio que tomar sus vidas. Una raza infecta.

Sentado, apoyando la espalda en el costado de estribor, con una pierna flexionada y permitiendo que el viento lo meciese, agradeció las jornadas que habían transcurrido sin contratiempos. Los marineros no era su compañía predilecta, con una sencillez que rayaba la estulticia, y no se encontraba demasiado interesado en acercarse al joven Inglorien. La misión terminaría pronto y sus caminos se separarían. ¿Había tenido él tan impulsividad y tozudez décadas atrás? Sonrió. ¿Acaso no las tenía aún? Sacudió la cabeza, borrando el agradable gesto. Él había cambiado. Quizá de forma leve, puntual, pero lo había hecho. Sus valores, sus ideales, sus metas, continuaban inalteradas. Su percepción del mundo, sí había llegado a mutar en una medida más concreta. Tarek aún necesitaba golpes que hiciesen crujir sus pensamientos. Estaba forjado de buen acero, y no le deseaba ningún mal. Pero estaba harto de sus salidas de tono. No era su hermano mayor, bastante tenía con sus propios problemas.

Observó a Iori caminar en el otro extremo del navío. Estaba convencido que la muchacha continuaba sin comprenderle. Sin entender las normas más elementales que guiaban la cristalización de quienes pretenden forjar vidas en común. Sus respuestas compusieron bloques de un muro con huecos de autoestima, de confianza. Tampoco entre su pueblo alguien demasiado liberal era aceptado sin más, y él mismo comprendía cada día que transcurría junto a ella en mayor medida que nunca podrían pasar de lo físico. Él no compartía, no aceptaba medianías. Con el elfo era todo o nada cuando los sentimientos hacían acto de presencia. Tampoco pretendía ser una muesca más de la larga lista de amantes de la campesina, su orgullo  no le permitía no destacar en cuanto se propusiera llevar adelante. ¿Deseaba acostarse con la mitad de Verisar? No podía reprocharle una libertad que él también pretendía para sí. Sin embargo, no cabía duda que la muchacha le importaba, y eso era un problema, o lo acabaría siendo más tarde que temprano. Por el bien de ambos, sabía que tenían que separarse por un período lo más extenso posible por el momento. Ella no estaba preparada para asumir sentimiento intenso alguno. Él no lo estaba para vivir con ello. Su misión estaba por encima de la humana. Se divertían, disfrutaban y eso tendría que ser cuanto habría.

La primera pisada de nuevo en Isla Tortuga se sintió semejante a una extraña energía que lo apremiaba a terminar todo aquello. La visión de un pequeño asentamiento consumido por el fuego transformó su urgencia en cautela. Muchos Lyeyanna habían perdido la vida en el castillo de los Faëren, aún con el ataque que habían urdido contra Tarek. Ninguna noticia sobre ellos les había alcanzado desde entonces, y no obstante, no cabía hacerse ilusiones. Ellos eran su objetivo, y sabedores de su destino final, desproteger la isla habría resultado un despropósito sin sentido. Aún restaban luchas, pensó sombrío. No habían derramado aún toda la sangre necesaria en aquella aventura.

Alzó una ceja cuando Aylizz tomó el mando del pequeño grupo. Al parecer, ninguno de los cuatro había alcanzado Tortuga desde el mismo punto de partida, y aquel había sido el de la joven elfa. Agradecido de poder mantenerse en silencio sin decidir el camino a tomar, tomó posición en uno de los flancos ante la toma de Iori de la retaguardia, retomando las tétricas sendas ausentes incluso de trinos o cualquier sonido remotamente animal. La celeridad fue la nota al margen del capítulo escrito que, durante horas y horas, tan solo recogió largos silencios y una inquietud insoslayable. Brujos muertos compusieron el macabro dintel de entrada a los límites exteriores del Santuario.

La mirada gris del elfo paseó lentamente de luz a luz, una a otra y a la siguiente, tratando inútilmente de contar el número de enemigos. Demasiados, retumbaba imperturbable en sus pensamientos una única palabra. Un único y último escollo se interponían entre ellos y el final de lo que había comenzado con sueños y casi había tornado en pesadilla. No tenían opción de seguir adelante.
De modo que retrocedieron.  

Nou llegó a preguntarse los distintos pasos que Aylizz había dado para haber descubierto una opción así. Desde atrás, miró con cariño a la muchacha rubia. Había sido la que mejor había acogido a Tarek tras su espantada, con quien él mismo aún no había tenido un solo enfrentamiento real. Confiaba en que el futuro tuviese a bien permitirle ver cómo continuaba creciendo el potencial que atesoraba.

Pero incluso el pasadizo que el grupo invadió se encontraba entre los lugares que los malditos fanáticos habían escogido proteger. Una sonrisa sádica, alejada de la vista de sus compañeros, tensó el interior del elfo. Estaba ahíto de odio y un profundo cansancio que le pedía cumplir a espadazos cualquier trámite que precisase de palabras. Luchó junto a Iori, Ayl y Tarek, derrotando a los guardianes del camino de ascenso al Santuario. Con una mirada cargada de desdén, abrió la garganta a esa criatura vendida a lo oscuro que pretendía ser su congénere. Los mataría a todos. Tenía que extirparlos como un tumor incrustado en la isla. Sus ojos grises se inundaron con la promesa de sangre.

“No es suficiente…” susurró eso que el espadachín denominó Sangwa por vez primera. El veneno. La personificación de su necesidad de liberar ataduras. El disfrute del terrible medio por el mismo medio, sin necesidad de un fin. Quizá su alma siempre había estado corrompida.

Corrieron como gamos, saliendo desde detrás de las líneas enemigas, rumbo al objetivo que por fin, tras tanto como había acontecido, estaba a su alcance. Con ayuda, cerró los goznes de las grandes puertas, no olvidando en absoluto la cruel ironía que ello representaba en cuanto a la similitud de los hechos que los espíritus habían narrado antes de hacerles partir al continente. Caudior Faeren apareció ante los descendientes, y Aylizz, del mismo modo que semanas atrás habían realizado con el anillo y la daga, ofreció la corona tan duramente ganada.

La espantosa muerte de Nan´Kareis, Alluvalia, Caudior y Turenn fue mostrándose con una exasperante lentitud. Hasta una palabras que alarmaron a Nousis de tal modo que erizó el vello del espadachín.

“Ahora sois vosotros lo que debéis demostrar que habéis sido mejores” Una sentencia que implicaba una funesta realidad, una posibilidad de fracaso. Una muerte semejante. Apretó los labios, rogando que los dioses desintegrasen el templo y a esos recuerdos del pasado que los habían metido en algo así. Demasiado pedir.

Alluvalia, portadora de la misma melena que lucía Aylizz, se permitió la osadía de abrir puntos del pasado que habían vivido todo y cada uno de ellos. La ira del hijo de Lauhan Indirel espumó hasta cotas rara vez alcanzadas, viendo como algo tan íntimamente suyo era expuesto de una manera tan despreocupada. Pero no podía matar lo que ya estaba muerto. Y observó no solo suyos, sino momento de Iori con Aylizz, de ésta con Tarek… resultaba extraño, increíble poder contemplar aquello como si estuviese a su lado en un tiempo ya pretérito.

- No te metas en mi camino y yo no tendré que meterme en el tuyo. - ¿Acaso me sigues? No entiendo por qué demonios tengo que ver tu desgraciado rostro cada vez que abandono Sandorai. Eres como una plaga. Vaya a donde vaya, allí estás tú.
- Yo podría preguntarte lo mismo de hecho. Lo niegas pero quizá te has aficionado a mi fealdad. Quizá eres tú, Tarek, el que me sigue. Yo estaba aquí antes de que tú despertaras a ese ser y te metieras en líos. Estaba durmiendo en aquel bosque antes de que tú intentases tender aquella trampa...

Dirigió una rápida ojeada a la humana y al joven, recordando el momento exacto en el que detuvo el ataque de ambos, evitando que su odio mutuo derivase en la destrucción del grupo. Si habían llegado a compartir camino juntos, no acertaba a comprender como los dos continuaban con vida. La hija natural de Eithelen, y su hijo adoptivo. Hermanos a quienes el destino, en uno y otro momento, había hecho caminar junto a él. Con toda la sorna del continente, se alegró de que sólo fueran dos. No habría soportado problemas con otro más de la sangre del difunto guerrero.  


—Creo que te debo una disculpa.
—Creo que me debes varias, pero te escucho. ¿Por cuál te decantas?
—Supongo que di por hechas demasiadas cosas. Buscaba que no os ocurriese nada.
Ella no contestó al instante. Ladeó su cabeza hacia él, apoyándola sobre las rodillas que mantenía abrazadas y suspiró.
—Eso lo sé. Y en realidad...— se frotó la frente —...no es por eso que debas disculparte. No conmigo, al menos. Haberte seguido hasta allí es sólo culpa mía, a estas alturas ya debería saber leer tus intenciones. Subí aquella colina porque de verdad pensaba que los dos estarías juntos, que habrías ido tras ella. Actué sin pensarlo bien, porque es lo que yo habría hecho, porque es lo que habría esperado que hicieras tú. Pero ese es mi error, no el tuyo.
—Tienes derecho a haberte molestado. Ya conoces mi vida, trabajar en equipo no suele ser algo familiar para mí. Y vosotros no sois mercenarios prescindibles.
—No hace falta que lo jures. No dudé por un instante cuando dijiste que de haber podido, habrías venido solo. Y está bien, tú mismo, es tu decisión no compartir el riesgo. Pero el hecho es que estamos aquí. No sé lo que te une a ellos dos, ni me importa, la verdad. Pero esperaba encontrar mayor confianza en mi persona.

Un recuerdo cercano. Una prueba más de la amabilidad de la muchacha. Pocas criaturas había llegado a conocer con la luz de Anar en ellas.

-¿Puedo preguntarte algo?
- ¿Qué ocurre? –le devolvió la pregunta, elevando ligeramente una ceja.
- ¿Por qué aceptaste que os ayudara en aquel callejón? No me conocías de nada, apenas me había presentado, y aun así dejaste que os acompañara
-  Eres un elfo. Y no un exiliado, no con esas reacciones que has ido mostrando. Para mí los míos son lo primero, y si no confiamos en nuestra propia raza, estamos condenados en un mundo lleno de enemigos.
- Para mi este mundo está lleno de enemigos –musitó el joven elfo, mirando a los humanos que transitaban a su alrededor.

Tarek… en el fondo de su alma, las dudas y el temor se hallaban presentes y Nou no lo olvidaba. Dirigió su mirada al Inglorien. Era el orgullo de ambos, y Iori, los puntos que friccionaban la convivencia entre los dos elfos. Sin embargo, el mayor estaba de retorno en muchas cosas y no podía clavar la razón que estaba convencido de poseer en el cerebro del joven. Debía aprender al ritmo que sus días le marcasen. Y Nousis no podía esperar a que ocurriese.


- ¿Más que lo que hice, te ha enfadado que hubiera estado en peligro?
-A veces tengo la impresión de que no solemos entendernos. O que no somos capaces de interpretarnos bien el uno al otro.
- Por eso te pregunto...
-No me ha gustado, no-
- Prefiero que no te preocupes, no soy responsabilidad tuya. No soy responsabilidad de nadie
-No eres una desconocida. Y no se trata de responsabilidad


- ¿Estás seguro de que quieres ir a ese lugar, hijo? –la voz del anciano pescador lo hizo volverse, para contemplar al avejentado pero fornido elfo a su espalda.
- Debo ir. Alguien, uno de los nuestros, me ha pedido ayuda
- Espero que tu amigo sea digno del sacrificio.

Aún se hallaba bajo propios pensamientos fruto de las visiones, cuando Alluvalia volvió a exigirles más. Las dos mujeres apenas tardaron en ofrecer las respuestas que les permitieron abandonar la sala, cuando Tarek volvió a atacarle de un modo que hundió el concepto que su oyente redescubrió de él con cuanto había visto pocos minutos antes.

Manipulador. Mentiroso. Ocultar la verdad. Sangwa emitió una risa siniestra que llegó a los ojos del elfo en forma de furia. Solo el hecho de que la puerta continuase cerrada evitó que la espada del Indirel buscase beber del dolor del Inglorien. Aprovechando que ni Iori ni Aylizz se encontraban ya allí, admitió la magnitud de la necesidad que tenía de protegerles, de conseguir que salieran vivos de la aventura que estaba por terminar. Fue suficiente.

-Descendiente de los Indirel- preguntó finalmente Aluvallia, cuando el resto hubo respondido a sus cuestiones y desaparecido una vez más- ¿Ambición o protección?

Su respuesta fue lo último que pronunció, antes de regresar a la sala principal del Santuario.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Tarek Inglorien Mar Jul 05 2022, 22:55

La travesía en barco hasta la isla había sido como una sentencia largamente conocida, pero de la que nadie se atrevía a hablar hasta que llegaba el día de la ejecución. Así, cuando observaron en el horizonte los primeros indicios de tierra, Tarek no pudo más que preguntarse por qué habían vuelto. Los muertos, muertos estaban. Nada de lo que hiciesen iba a cambiar eso y los Lyeyanna podían remover cielo y tierra para buscarlos, pero los elfos del continente los superaban en número. Podrían no encontrarlos nunca. Giró la vista hacia el barco para observar a la tripulación. Toda aquella retahíla de pensamientos era absurda a esas alturas. No les quedaba otra que enfrentarse a lo que les deparase la isla.

Aunque un presagio de lo terrible que podría llegar a ser todo les llegó pocas horas después, cuando una violenta tormenta se desató sobre ellos. La humana, haciendo gala de su inutilidad, pareció tornar en piedra, mientras una insistente Aylizz intentaba separarla de la barandilla de cubierta para llevarla a la bodega. La rubia elfa lo había acabado dirigiendo una mirada de reproche antes de pedirle ayuda.

- Por qué no dejas de ser un imbécil y mueves el culo. ¿Porfi? –el elfo la miró con sorna antes de ayudarla a arrastra a la humana bajo cubierta.

- Habría sido más fácil tirarla por la borda –y sin duda lo habría sido, o al menos eso debió pensar también Aylizz cuando, en un deliberado gesto miró hacia otro lado mientras él noqueaba a la molesta humana.

[…]

La llegada a la isla fue tan lúgubre y silenciosa como lo había sido en su primera visita. Descendieron a lo que parecía haber sido un puerto, aunque en aquel momento se había convertido en el escenario de una masacre, en el que los cadáveres se diseminaban por todas partes, junto con los restos de hogueras largamente apagadas. Nada en el lugar dejaba atisbar la presencia de la más mínima señal de vida.

- Bonita bienvenida, augura un gran futuro –comentó el elfo para sí, caminando entre los restos calcinados, mientras el resto parecía deliberar sobre su siguiente movimiento.

Aylizz los informó de que aquel había sido el lugar en que había desembarcado en su primera visita al archipiélago, lo que la convirtió automáticamente en su guía hasta el desfiladero que daba acceso al santuario. Tarek volvió a sentir escalofríos al cruzar los bosques sin vida y las aguas muertas de aquella isla. Las semanas que había pasado lejos de allí le habían permitido sacarse del cuerpo la inquietud que aquel paisaje provocaba en él. Volver a sentirlo no fue agradable. Como tampoco lo fue la escena que se presentó ante ellos cuando viraron hacia el este para rodear el lago. En silencio observó los cuerpos crucificados de los brujos, preguntándose si aquel al que había dejado marchar tras el primer ataque de los Lyeyanna se encontraría entre ellos.

Horas más tarde atisbaron en la lejanía el desfiladero por el que habían accedido la primera vez al santuario. Pero, al contrario que en aquella ocasión, se encontraba guardado por varias decenas de guerreros Lyeyanna que, probablemente, aguardaban su llegada. Cualquier intento de superar aquella barrera parecía imposible y cada nueva idea quedaba descartada aún antes de que pudiesen siquiera pensar en cómo ponerla en marcha. Fue nuevamente Aylizz la que guio la iniciativa, al recordar una ruta alternativa por la que creía que podrían accederse al templo. Tarek observó una vez más las lejanas luces de los puestos de guardia, preguntándose hasta dónde llegarían las ansias de sus congéneres isleños para acabar con ellos y cuántos obstáculos más pondrían en su camino.

La nueva ruta los llevó hasta unas ruinas inundadas de maleza en las que, en cambio, se divisaban pisadas. El elfo peliblanco no pudo evitar sentir cierta curiosidad por aquella estructura. ¿Cómo habría sido un par de siglos antes? ¿Qué aspecto habría tenido aquella isla cuando aún rebosaba vida? Pero tuvo que hacer a un lado aquellos pensamientos, pues sus compañeros se introdujeron, presurosos, por una oscura abertura escondida entre las rocas, que daba acceso a un sistema de túneles subterráneo. Avanzaron durante horas en la oscuridad, en medio de un ambiente seco y caluroso, hasta que frente a ellos se hizo patente la presencia de éter. Por desgracia, si ellos podían sentirlo, significaba que su contraparte también podía hacerlo.

El enfrentamiento fue rápido y coordinado, aún a pesar de que ninguno de ellos dijo nada. Tarek aprovechó la longitud de su arma para abatir a uno de los sujetos, acercándolo a Nousis para que este lo dejase sin sentido. Sin embargo, el elfo mayor blandió su arma para arrebatar la vida del elfo Lyeyanna, que nada pudo hacer mientras veía descender la espada sobre él. El elfo peliblanco retiró la mirada de la escena, antes de escuchar cómo el filo se hundía en el cuerpo ajeno. Recordó las palabras de Nousis en Lunargenta <>. Contaminados… observó el rostro sin vida del Lyeyanna. ¿Había sido Eithelen uno de los “contaminados”? Viró la vista al elfo mayor. Lo que había hecho Nousis ¿no lo convertía también en uno?

Entonces vio a Aylizz y la oscura expresión de rencor en su rostro mientras estrangulaba al último de los guardas ¿Acaso no estaban todos “contaminados” de alguna manera? Negó con la cabeza, recordando la angustia en el rostro de la chica la noche anterior al hablar de sus pesadillas.

- Aylizz… -le posó la mano en el brazo, en un intento de hacerla reaccionar. Ella siempre había sido clara con sus pensamientos y sentimientos. Por lo poco que la conocía, sabía que lamentaría acabar con aquella vida por mucha rabia que sintiese en aquel momento. La elfa cesó de inmediato su ataque.

Tras una desesperada carrera, alcanzaron por fin las puertas del santuario, que se cerraron a sus espaldas, aislándolos de los Lyeyanna y encerrándolos, una vez más, entre aquellas paredes que habían albergado tanta muerte. El espectro de los Faeren, ancestro de aquella temible vampiresa, fue el que les dio la bienvenida en aquella ocasión. Una vez la corona ocupó el lugar que le correspondía, una nueva puerta se abrió ante ellos y un nuevo recuerdo del pasado se materializó ante sus ojos, mostrándoles los últimos momentos de aquellos que se decían sus antepasados.

Tarek observó la escena con cierta frialdad. Podía ver el sufrimiento en el rostro de sus protagonistas y se preguntó qué habían sentido realmente en aquel momento. ¿Habrían lamentado el conocer a aquellas que habían intentado acabar con sus vidas para salvarse? ¿O habrían atesorado los días de dicha con ellas, aún a pesar de aquel trágico final? No pudo evitar plantearse las mismas preguntas con respecto a sus compañeros. Entonces la puerta se cerró tras ellos y lo único en lo que pudo pensar fue en que todo aquello había sido una trampa, hasta que un nuevo espectro se materializó ante ellos, trayendo consigo ecos de sus propios recuerdos.

Su propia voz retumbó en aquella cavernosa estancia, mostrando su encuentro con la humana en Mittenwald y haciéndole recordar lo que había sucedido tras aquella conversación. Sin embargo, también fue testigo de hechos que le eran ajenos.  

Tienes derecho a haberte molestado. Ya conoces mi vida, trabajar en equipo no suele ser algo familiar para mí. Y vosotros no sois mercenarios prescindibles.

No hace falta que lo jures. No dudé por un instante cuando dijiste que, de haber podido, habrías venido solo. Y está bien, tú mismo, es tu decisión no compartir el riesgo. Pero el hecho es que estamos aquí. No sé lo que te une a ellos dos, ni me importa, la verdad. Pero esperaba encontrar mayor confianza en mi persona.

Con Tarek, sangre en Lunargenta. Sobrevivir, supongo. Es un muchacho al que le vi futuro, nuestra gente necesita a más como él


Aquello le hizo alzar una ceja. La siguiente escena le mostró su propio rostro, tiempo atrás, cuando ambos se habían conocido.

- ¿Puedo preguntarte algo?

- ¿Qué ocurre?

- ¿Por qué aceptaste que os ayudara en aquel callejón? No me conocías de nada, apenas me había presentado, y aun así dejaste que os acompañara

-  Eres un elfo. Y no eres un exiliado, no con esas reacciones que has ido mostrando. Para mí los míos son lo primero, y si no confiamos en nuestra propia raza, estamos condenados en un mundo lleno de enemigos

- Para mi este mundo está lleno de enemigos.


Recordaba aquella conversación y le dolía pensar que el otro elfo tenía información sobre el anillo y no le había dicho nada. Incluso había afirmado que su gente era lo primero, pero había optado por quedarse callado en favor de una humana.

- ¿Estás seguro de que quieres ir a ese lugar, hijo?

- Debo ir. Alguien, uno de los nuestros, me ha pedido ayuda

- Espero que tu amigo sea digno del sacrificio.


Recordó al anciano pescador que tan amablemente lo había llevado hasta la isla. Observó de reojo a Nousis, mientras la última sentencia del anciano elfo resonaba de nuevo en sus oídos.

- Los humanos son basura, llamas de caos e elogia que se consumen en poco tiempo. Yo viajo con los míos.

- ¿Dices que no conoces a esa humana, y en cambio te internas en Urd con su amiga?

- Yo viajo con los míos

- Mientes


Claro que mentía. Llevaba haciéndolo todo el viaje, pero era interesante saber que no era la única vez que había tratado de ocultar su fascinación por aquel infraser bajo grandilocuentes, palabras que ahora sabía que eran falsas.

- Seas quien seas, mortal o no, sea cual sea tu especie, lugar o procedencia, te juro por los dioses y por cada hoja del bosque que me vio nacer que acabaré contigo si algo les ocurre a quienes lleguen por mi culpa a ésta maldita isla.

Aquella última sentencia del pelinegro dio fin a la miríada de recuerdos y de repente la sala se quedó en silencio.

-Restan dos pruebas. Saldréis de esta estancia cuando admitáis una verdad que habéis descubierto sobre vosotros a lo largo del viaje que habéis compartido. Una verdad sobre uno de vuestros compañeros. Si sois capaces de ver algo decente entre todos los conflictos que habéis soportado, hay esperanza para vosotros.

Aylizz fue la primera en responder y su respuesta le valió una mirada indignada del peliblanco. Sin embargo, la humana necesitó varios intentos para conseguir cruzar aquella extraña puerta que parecía darles acceso a la libertad. Puso los ojos en blanco al escuchar sus absurdas respuestas.

Cuando solo restaban él y Nousis en la sala, se encaró al elfo mayor con los brazos cruzados.

- ¿Sabes qué he aprendido yo, Nousis? Que eres un mentiroso y un manipulador. Siempre dices que te sacrificarías por los demás, que morirías por protegernos... y no lo dudo. Pero no te importa hacer daño a otros u ocultarles la verdad solo para sacar provecho de ellos –se detuvo unos instantes para observar la reacción del otro elfo, antes de añadir- Mi verdad es que toda la gente en la que he confiado me ha mentido –la efigie de Eithelen se formó con claridad en su mente- y que, por desgracia, soy tan estúpido que seguiré acudiendo a ayudarles cuando me lo pidan.

A cambio solo recibió una colérica mirada del pelinegro y la estancia se sumió de nuevo en el silencio. Ninguna puerta hizo acto de presencia y una pérfida sonrisa se extendió por el rostro del otro elfo. Tarek sintió la ira crecer de nuevo en él, pero se contuvo para no iniciar una pelea que no sería capaz de ganar.

- ¿Cuál es tú verdad? ¿Eh? –le increpó- Di algo ocurrente y sal de esta, como haces siempre

- Habría muerto por cualquiera de ellos tres –fueron las orgullosas palabras del elfo que, sin mirarlo, traspasó la puerta que se abrió ante él.

Tarek permaneció en silencio unos instantes, solo en aquel cavernoso lugar, su mirada fija en el punto por el que su congénere había desaparecido. Tras unos minutos se decidió por fin a dar una respuesta.

- Aún a pesar de todo lo que has hecho y lo que no has dicho, yo también habría muerto por ayudarte.

La puerta se abrió también para él. Liberó los brazos, que había mantenido cruzados hasta ese momento y con un último suspiro, se armó de valor para cruzar. Pero una figura conocida se materializó ante él. Nan´Kareis, el antepasado de los Inglorien, se alzaba junto a la abertura, pero sus contornos parecían poco definidos, como si su tiempo se estuviese agotando.

- Los vínculos de sangre no es lo único que formaliza una familia –comenzó a decir- Tú, al igual que esa muchacha, sois parte de un linaje centenario. Sin embargo, las visiones de Aluvalia han mostrado que, si no llegas a comprenderte, puedes perderte en las nieblas del odio y tu utilidad para los nuestros morirá- tras aquellas palabras pareció dudar- En la playa de los Ancestros seguirás la senda de los pasos de tu padre. Pero si acudes solo, nada conseguirás. Sólo podrá ayudarte la sangre viva de Eithelen- sus ojos lo observaron tristes por primera vez- Y recuerda, todo tiene un precio. Más elevado cuanto más complejo es el camino. ¿Qué estás dispuesto a sacrificar para obtener lo que ya conoces...?

- Todo –fue la respuesta de Tarek, que reverberó en el vacío de la sala, pues el espectro se había desvanecido tras sus últimas palabras.

Dando un paso al frente cruzó aquella puerta hacia un destino desconocido.
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La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd - Página 2 Empty Re: La sangre del sueño II: Wyrd bið ful aræd

Mensaje  Iori Li Jue Jul 07 2022, 23:03

Al otro lado, observó la hermosa figura de Aluvalia que sonrió y le hizo una pregunta dirigiéndose a ella. A Iori. - Descendiente de los Inglorien. ¿Libertad o seguridad? -

Pero evidentemente Iori la miró enarcando una ceja. Estaba ya muy cansada de aquel enredo durante el viaje. Haber sido portadora del anillo de Eithelen había trastocado a los elfos. Incluso a aquellos muertos desde hacía años. Habían perdido el norte. ¿Sería por el olor? ¿Dejaría la joya algún tipo de rastro que ella no era capaz de percibir y otros sí? Solamente esa excusa se le antojaba posible para justificar tal empecinamiento.

Cuando Tarek apareció, la humana miró a Aluvia con algo de respeto por su apariencia fantasmal, y se retiró unos pasos. - Ahí lo tienes - indicó dándole espacio. Aluvalia acentuó su sonrisa sin moverse de junto a ella. - Mi pregunta es para ti, joven Iori -

Los ojos azules se clavan sin sonrisa y sin paciencia en el espectro, con el cual siguió sin acercarse en demasía. - Libertad - respondió de forma parca. Si querían una palabra suya, la tendrían. Precio a pagar por terminar de una vez con todo aquello.

No fue consciente de las otras preguntas pero comprendió que sus tres compañeros tuvieron que hacer frente a lo mismo. Resopló conteniendo la ansiedad de un inminente final. Sentía que casi podía tocarlo con los dedos y aún así... estaba todavía lejos.

Los cuatro aparecieron de nuevo reunidos en la primera sala del templo, donde habían aparecido unos huesos con inscripciones élficas. Observó con curiosidad las líneas pero no reconoció trazos similares a los del tatuaje de Tarek. Estaban quemados y rotos hacía poco tiempo a tenor del olor. Y triste, allí estaba Elvia Hellum, sentada. Y moribunda.

Sonrió al fijar la vista en ellos, pese a la sangre que salía de su boca.

Iori se acercó y se arrodilló rápido, para clavar los ojos en ella. - Está hecho... - musita Elvia ensancha algo la sonrisa al ver a Aylizz de pie tras la humana. - No tendrás que temer a... a los... Lyeyanna. Ya... no existen. He tardado... he tardado demasiado... - No tuvo aire para pronunciar ninguna palabra más. Tras perder el enfoque de sus ojos, se quedó congelada tras expirar su último aliento.

El silencio era absoluto entre ellos, y apenas tardaron unos segundos en recomponerse y salir de la maldita construcción. Otros no habían sido capaces de dejar aquellos muros atrás, y Iori recibió con gratitud la luz del sol y la caricia del aire en su cuerpo. El paisaje de Isla Tortuga era normal. No había árboles frondosos, y no había Lyeyanna. Hasta dónde sus ojos podían alcanzar solamente se veían túnicas y esqueletos esparcidos por el camino a la montaña.

[...]

5 días habían pasado desde que habían desandado el camino hasta el barco. Sentía la excitación inminente de una conclusión que, sin embargo, no llegaría hasta que viese alejar hasta al último de los elfos. Sentada sobre los cabos, a un lado de la borda, Iori entrecerró los ojos para observar la fina línea oscura de costa que los dejaría en Bard, un pueblito pescero cercano a Galrain, pero más próximo a Isla Tortuga por el perfil del cabo en el que se encontraba ubicado. Desde allí se separarían, y la humana no veía el momento de poner sus pies en dirección a su comarca. A su aldea.

Había visto hacía un rato pasar a Ayl hacia los camarotes. Aprovechar para descansar antes del inminente desembarco era buena idea. La elfa había mostrado en muchas ocasiones, para el criterio de Iori, mejor cabeza que todos ellos juntos. Además, tendía de forma natural a buscar el consenso aunque ellos no se lo habían puesto fácil. Principalmente Tarek y ella. La humana giró la vista y se fijó en Tarek no muy lejos de ella. Permanecía recostado contra una gran caja de madera, brazos cruzados y los ojos verdes como el bosque clavados en ella.

Sintió desagrado ante aquella expresión fija y apartó la vista con presteza. Había experimentado emociones que nunca había sido capaz de imaginar por él. Desde la curiosidad inicial de su primer encuentro, el sentimiento se había ido degradando hasta pervertirse en medio de un caos de odio y repulsión que pugnaba por salir de ella ante la menor provocación. De alguna manera, advertía que aquellos pensamientos eran un reflejo de lo que él mismo proyectaba en ella, haciendo Iori una penosa imitación de la aversión que Tarek le dirigía.

Meneó la cabeza, contrariada. Ahora, con la brisa del mar despertando sus sentidos, pensaba que aquella era una forma más de control que él ejercía sobre ella. Una manera de sacar lo peor que podía nacer en su interior y hacer que la rabia la poseyera. Resopló para si, molesta con aquella idea. Con suerte, aquella sería la última vez que veía al flamante heredero de los Inglorien.

Y por último, perdido hacía tiempo en algún lado de los camarotes, Nousis.

Si Ayl representaba todo lo bueno del viaje, y Tarek todo lo malo, Nousis se movía en peligrosas curvas entre ambas opciones para ella. Había acudido completamente convencida y entregada, y regresaba al continente con más ganas que nunca de terminar su recorrido incierto por los caminos y su relación en particular con los elfos.

Gracias a él.

Una sonrisa ácida se extendió en su boca cuando recordó lo ciegamente que había atravesado Verisar para acudir a su llamada, mediante un sueño. Si el premio ante sus desvelos y los peligros vividos había sido poder tener sexo con él, debía de sopesar con cuidado si el precio pagado había merecido la pena. Negar las ganas que le tenía al elfo era mentirse. Pero no estaba segura de si había sido pago suficiente tras las últimas semanas.

Las gaviotas graznando sobre sus cabezas anunciaban la cercanía del muelle. La sonrisa de Iori se acentuó y sintió que el optimismo de pisar tierra firma y volver a su hogar la inundaba por dentro como una presa de río que suelta las aguas. Alzó la vista paseándola por la ajetreara cubierta, donde la tripulación se preparaba para atracar, cuando volvió a fijarse en el brillo verde.

Los ojos de Tarek seguían fijos en ella. Y por su posición, adivinó que lo habían estado en todo aquel tiempo.

Frunció las cejas y lo miró molesta. - ¿Qué es lo que te pasa? - inquirió. Vio un destello saltar en su mirada. Descruzó los brazos como accionado por un resorte, y cruzó con paso contundente la distancia que los separaba golpeando con sus botas el suelo. Iori se alzó por inercia, sintiendo el peligro en su belicosa expresión. - ¿Qué? - preguntó enfrentándose a él antes de que las manos del elfo se cerraran sobre su cuello.

El contacto fue inesperado, y la rapidez con la que Iori dejó de respirar instantánea. Los dedos de Tarek apretaron con una fuerza asombrosa, que hizo sentir en el fondo del ojo de la humana como su sangre se agolpaba allí ante la dificultad de circular. Llevó sus propias manos a las que la estaban estrangulando, pero ante su fuerza el cuerpo de Iori se había vuelto laxo y la falta de osígeno le dificultaba coordinar. Lo miró con horror, clavando los ojos en su expresión iracunda mientras sentía el golpe de la barandilla del barco golpeando contra su espalda.

Sin que ella pudiera reaccionar, sin poder hacer nada para evitarlo, sintió sus pies separarse del suelo. Su cuerpo basculó sobre la superficie de madera y con un último empujón observó el cielo azul en lo alto. Notó con desesperación como las manos de Tarek soltaban su garganta y podía tomar una profunda y jadeante bocanada de aire. Un segundo antes de golpear la cabeza contra el casco del barco según se precipitaba de camino al agua.

Quedó inconsciente y dejó de pensar cuando su cuerpo penetró como una flecha y se hundió profundamente en las frías aguas.

[...]

Despertó sin abrir los ojos mientras repasaba despacio su cuerpo. No sentía grandes dolores, más allá de una molestia punzante en la cabeza y la sensación al respirar de que le ardían los pulmones. Parpadeó y se incorporó, reconociendo la cama del camarote de Karen. - Tragaste bastante agua. Te dolerán al respirar un tiempo. Hace dos días que los hemos dejado en Bald - la voz de la dragona sonó desde la puerta de la cabina, mirándola con los brazos cruzados. - ¿Qué? - se sorprendió Iori. Su voz sonó muy ronca, y se llevó la mano al cuello, recordando. - Lotario se lanzó con un cabo a por ti cuando te hundiste en el agua. Ese elfo te tiró. - Lo recordaba. Lo recordaba todo.

Había caído por la borda, después de que el Ojosverdes la empujase tras intentar estrangularla. Se había golpeado la cabeza contra la madera del barco y había perdido el sentido antes de caer al agua. Lo que había pasado tras aquello era un misterio para ella.

Apartó la mirada de la capitana y se observó las manos. Qué débil había sido... su incapacidad para sacárselo de encima la hizo enrojecer de vergüenza. Nunca se había sentido tan impotente al enfrentarse a una persona y sin embargo... Tarek parecía poseído por la fuerza de diez demonios. - ¿Ellos se marcharon? ¿Todos? - inquirió con un tono de voz algo sorprendido, pensando en Ayl y en Nousis. - Y créeme, mejor así. No te conviene juntarte con elfos. Muy pocos de ellos son capaces de ver más allá de lo que hay en su raza - aseguró Karen caminando hasta ella. - Espero que estés contenta con tu aventura con ellos. Este es el pago que has merecido por tus servicios, chica tonta -

La voz de la dragona penetró hasta el fondo de su conciencia sin encontrar ningún obstáculo en el camino.

Ya lo sabía. Lo había visto durante el viaje pero no había querido darse por enterada. La lealtad que Iori entregaba sin medida se vio resquebrajada a la oscuridad de las palabras de Karen. Quizá La dulzura y cordialidad que pretendía haber visto en Ayl, se podía traducir como conveniencia en muchas ocasiones. Recordaba la promesa de ayudarla a averiguar lo que Tarek escondía que le había hecho en el bosque, y cómo a pesar de que la relación entre ambos se había ido estrechando con el tiempo, la rubia parecía haber olvidado sus palabras.

Tragó saliva con amargura, y aquello dolió y escoció.

La responsabilidad y el cumplir con el deber que Nousis férreamente había demostrado en cada día del periplo, bien podían transmutarse por orgullo y arrogancia. Ellos habían sido peones necesarios para alcanzar el objetivo que, a fin de cuentas, sólo tenía que ver con elfos y para elfos. Ella siempre había sido la pieza coja de la ecuación.

Volvió a tragar saliva, y volvió a notar dolor y escozor.

Ahora que lo veía con distancia, con las palabras de Karen resonando en su cabeza, quizá desde el principio el único auténtico había sido Tarek. El maldito elfo que le había dejado siempre claro que ella era una un ser indigno.

Cerró los ojos para evitar pasear su mente por todos los epítetos con los que él se había dirigido a ella y contuvo el aliento. Unos segundos, y la mano de Karen en su hombro fueron suficientes para ayudarla a salir de aquel vórtice de malos pensamientos. - En media jornada llegaremos a Roilkat. Allí podrás decidir qué camino quieres seguir. Piensa en ello hasta que desembarquemos - le aconsejó mirándola desde su posición. - Aunque me vendría bien una grumete nueva en la tripulación - Añadió guiándole un ojo con expresión divertida. - Karen yo... Gracias - murmuró con un hilo de voz ante la ayuda que le estaba proporcionando la dragona.

No necesitaba pensar realmente hacia dónde encaminaría sus pasos. Iori volvería a su hogar.
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Mensaje  Aylizz Wendell Sáb Jul 09 2022, 20:51


Midgard. Aunque muy cambiado, su esencia permanecía familiar a la elfa. No estaba envuelto en un aura humeante y tampoco se sentían las brasas bajo los pies, el bosque presentaba fuerza y frondosidad. Giró sobre sus pies para ver cuanto la rodeaba, pese a parecer desbordante de vida nada ni nadie parecía andar cerca. ¿Sería todo una ilusión? De repente, Aluvalia apareció frente a ella.

—¿Dónde estamos?

—Donde encontré el rastro de los tuyos cuando perdí el de los míos. Entonces lo llamaban el Bosque de los Dioses.— expuso, con voz calmada, desplazándose en el aire en torno a ella, despacio, como simulando pasear.

Los ojos de la elfa se abrieron al máximo un instante, comprendiendo que el bosque en el que se encontraba distaba mucho del que ella conocía. Sonrió ligeramente y con amargura, al contemplar una vez más los alrededores y admirar lo que algún día fueron sus territorios occidentales.

—No llegué a conocerlo en sus buenos tiempos.— comentó, antes de atajar el asunto que verdaderamente inquietaba su ser —Deduzco que tengo algo que ver contigo. Pero no alcanzo a comprender el qué. Tu nombre… Nunca lo había oído.

—No es para menos.— rió con suavidad —Mi clan desapareció tras las guerras, lo que ha hecho más ardua la tarea de dar con alguno de sus vástagos. He seguido la pista de esa daga durante generaciones, tratando de dar con algún descendiente idóneo al que revelar tal fatídico destino.

—¿Idóneo?— repitió confundida.

—¿Piensas que sois los primeros a los que recurrimos?— volvió a reír —Hace un tiempo me presenté ante una Nerdanel que portaba la misma daga que traes tú. Claudior me advirtió de que era pronto, las tensiones por los territorios continentales aún podían palparse… Había demasiados enemigos vivos de los que preocuparse. Aún así, lo hice. ¡Había encontrado la conexión!

—¿A qué te refieres?

—Antes de que mi clan pereciera, desertoras con la sangre original fundaron el suyo propio. Y la daga permaneció entre su gente.

—Has dicho… Nerdandel. ¿Ese fue el clan?

—Eso he dicho. ¿Comprendes ahora lo que te une a mi?

Lo había comprendido al verla en la primera de las revelaciones, cuando les fue explicada la razón de su misión. Cada una de aquellas almas proyectadas reflejaban ascendentes de sus compañeros y que la claridad de su melena no era heredada de su padre no era ningún secreto. No obstante, hacía tiempo se había prometido no volver a creer ninguna esperanza hasta que fuese algo real.

—¡Oh! Disculpame un momento.

Aluvalia desapareció en un parpadeo, sin dar explicación. La elfa se quedó sola en aquel bosque, sumergida en un mar de pensamientos. Después de tanto tiempo, de haber enterrado tantas preguntas sin respuesta, había encontrado el inicio de todo. Ahora mucha de la información que sí tenía cobraba mayor sentido. La figura espectral reapareció, dejando ver entonces a la humana tras de sí.

—¡Iori!— corrió hacia ella, emocionada —¿Cuál ha sido tu verdad?— preguntó curiosa.

Los ojos azules de la fémina se empañaron ligeramente. Después de parecer más ubicada, miró a la elfa con el gesto tenso de nuevo y desvió la mirada a un lado.

—Nousis cree en el amor.

—Impactantes revelaciones.— bromeó, reprimiendo una risita apretando los labios —Bueno... Quedan los dos titanes del ego. ¿Quién cruzará las puertas primero?

—Última prueba.— la misma voz se alzó de nuevo, sin darle más tiempo a los varones para reunirse con ellas —Única pregunta. Descendiente de los Nerdanel. ¿Fidelidad o lealtad?

—Fidelidad.— respondió finalmente, tras un momento de vacilación.

Volvió a aparecer en la primera sala, donde ahora las puertas estaban abiertas. Segundos después llegó Iori, seguida de Tarek. Nousis fue el último.

Los cuatro se reunieron en la primera sala del templo, donde aparecieron unos huesos con inscripciones élficas «Edenisse Yillia», quemados y rotos hacía poco tiempo, a tenor del olor. Y triste, allí estaba Elvia Hellum, sentada. Moribunda. Sonríó al verlos, pese a la sangre que emanaba de su boca. Iori se acercó a ella y se arrodilló, para clavándole su mirada. Aylizz avanzó unos pasos, pero quedó tras la humana. Los varones permanecieron inmóviles.

—Está hecho...— musitó Elvia. Ensanchó algo la sonrisa al ver a Aylizz. —No tendrás que temer a… A los... Lyeyanna. Ya... No existen. He tardado... He tardado demasiado…

—¿Tardado?— inquirió Iori.

Sin perder la sonrisa, sus ojos se volvieron vidriosos y muerió allí mismo. Iori observó un instante, se aseguró de que estaba muerta y se alzó para mirar a Aylizz con gesto interrogativo. Ella le devolvió la mirada llena de duda, sin nada que decir.

Al salir de aquella tumba, al aire fresco, el paisaje de Isla Tortuga se presentaba distinto, había vuelto a la normalidad. No había árboles frondosos y no había Lyeyanna, sólo túnicas y esqueletos esparcidos por el camino de montaña. Tarek levantó una de las túnicas para ver los huesos de uno de ellos.

—Para llevar años entre la vida y la muerte, todavía golpeaban con fuerza.— comentó casualmente, tocando una de las heridas que le hicieron los de la emboscada.

—Ya no lo harán.— sentenció la elfa solemne —Y ahora... Podemos volver a nuestras vidas.

*****

Karen no fue especialmente cuidadosa en el desembarco, aunque teniendo en cuenta lo ocurrido los elfos podían agradecer que no les hubiera hecho saltar por el tablón. Había preferido mantenerse al margen del último altercado, no haberlo presenciado le daba la carta neutral y tampoco estaba especialmente entusiasmada por conocer la versión de las partes. Siendo realistas, cualquiera hubiera podido correr la suerte de la humana, considerando la finura del hilo que todavía les mantenía unidos, después de tantas tensiones. Sin embargo, quizá no todos hubieran despertado la motivación suficiente para ser ayudados, considerando la moral del grupo y cómo habían quedado las relaciones.

Tomaron tierra y nunca antes había bendecido tanto sentir el firme bajo los pies. Observó el navío alejarse en silencio hasta perderse entre las olas, hasta que la voz de Nousis se hizo escuchar a su espalda, al tiempo que notó posar la mano del elfo en su hombro.

—Cuídate ¿de acuerdo?— pidió en tono de despedida —Mereces tranquilidad después de todo lo ocurrido.

La elfa se volvió hacia él, aunque sin dejar que su brazo dejase de rodearla. Siempre le había resultado amargo tener que decir adiós al que ya consideraba un amigo, a pesar de no lograr verlo como un igual. Asumía que aquello no llegaría a ocurrir, la experiencia de la vida siempre lo pondría por delante. Y estaba bien, cada uno en su tiempo. Él no buscaba lastres y ella no soportaba sentirse una carga.

—No solo yo.— lo miró con una sonrisa y lo abrazó como él lo hizo días atrás. A pesar del respeto que le profesaba y por el que rara vez había traspasado el espacio personal, aquella vez no quiso palabras vacías. —Cuidate mucho, Nousis.— murmuró antes de soltarlo.

Tarek esperó a que se distanciasen para intervenir y preocuparse por su próximo destino. Lo miró inquieta un instante, suponiendo que una vez que él volviese con los suyos sería difícil volver a verlo.

—Volveré a Eddamber, tengo que poner en orden muchas cosas. Buscaré quien me lleve hasta algún puerto en Verisar cercano a la frontera. Imagino que a tí te esperan en la comuna.

—Si. Es hora de volver con el clan. Necesito volver a casa.— guardó silencio un momento —Algún día, si te pasas por el sur, te enseñaré lo que queda del hogar de los Inglorien.— sonrió antes de añadir —Espero que tengas buen viaje y que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

Aquellas palabras reconfortaron sus inquietudes. Antes de alejarse, rebuscó algo en su zurrón se volvió una última vez hacia Tarek. Situándose a su altura, posó la mano sobre el costado que atravesó la flecha, apretando un pequeño objeto punzante contra la ropa.

—Me debes una.— susurró, dejando entrever una sonrisa cercana, antes de separarse de él.

El puso la mano encima de la de ella, con cara extraña y al notar el peso de la punta metálica en su mano, la cogió entre dos dedos y la miró mientras ella se separaba.

—Te debo más de una.— se inclinó a modo de despedida —Quedo a tu disposición para cuando quieras cobrártela.— añadió sonriendo.

Ella no dijo nada, pero asintió, antes de iniciar la marcha para perderse entre los muelles. Llevó las manos hasta el cuello de su túnica, buscando los bordes bajo su cabeza y levantando la capucha, se la acomodó hasta cubrirse hasta la altura de los ojos, de modo que la tela cubriese su rostro, pero no su vista. Alzó la mano en señal de despedida mientras se alejaba.

—¡Ya nos veremos, si los Dioses quieren!
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Mensaje  Tarek Inglorien Dom Jul 10 2022, 20:57

Las palabras de Nan´Kareis aún retumbaban en su mente cuando la luz de la puerta desapareció, dando lugar a un paisaje conocido. El verde bosque del sur de Sandorai se extendía interminable ante él, con sus frondosos árboles mecidos por la brisa y el sol colándose entre las ramas para crear pequeños puntos de luz sobre el suelo. Pero no era el bosque al que Tarek estaba acostumbrado, había algo en él más antiguo o, quizás, más joven. Un Sandorai que había visto guerras acaecidas mucho antes del nacimiento del peliblanco.

La voz de Aluvia le hizo tornar la vista, solo para ver como la figura de Aylizz se desdibujaba hasta desaparecer. La humana, por su parte, pareció gesticular hacia él, haciendo que la fantasmal elfa ampliase su sonrisa. Entonces, sin previo aviso, la vio aparecer ante él.

- Descendiente de los Inglorien. ¿Ayudar o enseñar? –la respuesta salió de los labios del peliblanco antes incluso de que se plantease que respuesta sería la correcta en aquella situación.

- ¿Acaso una no implica necesariamente la otra?

El paisaje a su alrededor cambió tan rápido que no pudo determinar si había sido transportado a otro lugar o si simplemente la irreal imagen del bosque había sido una ilusión que ocultaba la sala principal del santuario. En apenas un pestañeo se encontró de nuevo en aquel maldito lugar, en el que sus antepasados habían perecido tan lastimosamente y donde los restos Edenisse Yillia, la traidora, yacían calcinados. Pocos metros más allá, la mujer de cabellos rojos que los había acompañado hasta el santuario en su periplo anterior, les ofreció una sangrienta y moribunda sonrisa.

Tarek observó la estancia con detenimiento, mientras Aylizz y la humana cruzaban unas últimas palabras con aquella mujer. Todo parecía más… decadente. Como si alguna extraña magia lo hubiese conservado en estado óptimo hasta ese momento, en el que grietas y desperfectos se dejaban ver en las paredes del santuario, como si el lugar llevase siglos abandonado.

El exterior mostró un cambio similar. Aquella naturaleza artificial y muerta, que tan desapacible le había parecido, había dado lugar a una naturaleza mucho más real y sobre todo bastante más muerta. El elfo notó, por primera vez desde su llegada a la isla, los ecos del bosque. Una sensación muy sutil y débil, pero familiar. La isla podía volver a revivir. Abrió los ojos para ver un sinfín de túnicas extendidas por la explanada ante el santuario. Los Lyeyanna, hasta hacía poco fieros guerreros, no eran más que esqueletos blanquecinos, como comprobó al levantar una de las túnicas, que pronto se convertirían en polvo y desaparecerían para siempre.

- Para llevar años entre la vida y la muerte, todavía golpeaban con fuerza –recordó el encuentro con en pequeño contingente de fanáticos en el continente y el desagradable desenlace de aquella noche.

- Ya no lo harán -le sorprendió oír una respuesta por parte de Aylizz, pues su intención no había sido decir aquellas palabras en voz alta- Y ahora... Podemos volver a nuestras vidas.

Observó el horizonte, apenas perceptible entre las rocosas paredes del desfiladero. Nada quedaba en aquella isla, excepto los restos de cientos de elfos y los cuerpos crucificados de una decena de brujos. Lo que una vez había sido la fértil tierra de sus antepasados, ahora era un campo de cadáveres. Un cementerio, lleno de pesadillas y malos recuerdos. Se preguntó si aquel sería también el destino de Sandorai algún día.

[...]

Había seguido al resto del grupo, sumido en sus pensamientos y el cambiante paisaje a su alrededor, hasta el puerto en el que habían desembarcado. Allí, todavía fondeaba el barco que los había llevado hasta la isla. El único medio para abandonar aquel lugar. Una semana más hasta que todo acabase.

No prestó atención a las discusiones que se desarrollaron en torno al lugar al que debía dirigirse el navío para alcanzar el continente. Al parecer, las mareas de aquella época del año les obligaban a tomar una ruta diferente a la que habían seguido para llegar allí. A Tarek le dio igual. Deseaba llegar al continente, fuese a donde fuese. Necesitaba volver a casa, al hogar en el que se había criado, para descubrir si aquellas cripticas palabras del espectro de los Inglorien eran reales. Si existía la más mínima esperanza de encontrar un nuevo hilo de que tirar para, al fin, obtener respuestas.

La travesía fue relativamente tranquila. Fuese por los conflictos previos a su segunda llegada a la isla o por el cansancio acumulado de aquellas semanas, lo cierto es que apenas interactuó con ninguno de sus compañeros de viaje. Se limitó a cumplir con sus labores en el navío y a analizar una y otra vez las palabras del espectro. “La playa de los Ancestros”. Conocía aquel lugar. Lo había visitado en varias ocasiones y conocía las historias y rumores que se contaban sobre él.

Sin darse cuenta se encontró observando a la humana en más de una ocasión, intentando encontrar sentido a las palabras del espectro. Pero por más que la observaba, no era capaz de concebir que aquel ser tuviese la más mínima relación de sangre con Eithelen. “El no haría algo así”, pensó. El líder de los Inglorien siempre se había regido por una estricta moral. No era un hombre cruel, ni siquiera con sus enemigos, pero jamás habría hecho algo así… En una de sus constantes divagaciones, ella acabó cruzando la mirada con la de él. Tenía los ojos azules. Tarek apartó el pensamiento de su mente. “Mucha gente tiene los ojos azules”, se dijo a si mismo. Nada en ella revelaba algún tipo de parentesco con su especie. Nada. Entonces la humana hizo algo que no debería haber hecho: dirigirse a él.

Sin pensárselo demasiado se acercó a ella que, consciente de peligro, se puso en pie. Tomándola del cuello la alzó ligeramente del suelo, acercándola a su cara. “No son sus ojos. No pueden ser sus ojos”, pensó mientras la miraba. Hastiado con la situación, decidió hacer lo más estúpido que se le pasó por la cabeza en aquel momento, aún a sabiendas de que pagaría las consecuencias.  
Los gritos de <> inundaron la cubierta del barco y un marinero se lanzó presuroso a por el cuerpo inerte de la muchacha. El barco redujo su velocidad y Tarek supo lo que iba a pasar antes de que el puño de la capitana impactase con fuerza contra su estómago, obligándolo a doblarse por la cintura a causa del dolor.

- ¡Maldito bastardo! –le grito la mujer, al tiempo que daba órdenes a sus marineros. El elfo se dejó arrastrar hasta el mástil principal del barco, donde un nutrido número de marineros se encargó de atarlo.

La capitana por su parte pareció virar su atención hacia la inconsciente humana, que en ese momento era izada a la cubierta del barco. Tras un breve lapso, todos parecieron respirar con más tranquilidad, probablemente porque la pequeña desgraciada había sobrevivido a la caída. La imponente dragona volvió a acercase a él.

- ¿Qué demonios estabas pensando? –el elfo la miró impasible- Como le suceda algo… como no se recupere, me encargaré personalmente de desollarte vivo y usar tu piel como bandera.

La mujer reforzó sus palabras con un puñetazo directo a su mandíbula, que lo dejó descolocado unos segundos. Las ataduras eran firmes y la posición poco cómoda, pero al menos no tendría que ver el rostro de aquella inmunda criatura lo que restaba de viaje.

[…]

Se desentumeció las muñecas mientras descendía por la rampa del barco en aquel desconocido puerto pesquero. Desde popa, la capitana del navío los observaba con claro desagrado. Apenas tocaron tierra, los marineros recogieron la pasarela y el barco tomó rumbo de nuevo a alta mar. El elfo peliblanco lo observó partir, junto con sus compañeros.

Aylizz fue la primera en despedirse. Si algo sacaba en positivo Tarek de toda aquella desagradable aventura era haberla conocido. Apenas había tenido trato con elfos ajenos al clan Ojosverdes y era agradable conocer a alguien cuya visión del mundo no estaba teñida por la venganza, si no por la esperanza. Sabía que había muchas cosas en las que ambos nunca estarían de acuerdo, pero eso no había evitado que, tras todas aquellas semanas, pudiese considerar a la elfa rubia como una amiga.

- Te debo más de una –añadió, cuando ella le puso en la mano la flecha que unas semanas antes le había arrancado de abdomen- Quedo a tu disposición para cuando quieras cobrártela.

Esperaba volver a verla. Pero con el tiempo había aprendido que la esperanza de que alguien volviese a ti, una vez tomaban caminos diferentes, normalmente era una esperanza vana. Una vez en Aerandir, ambos estarían sujetos de nuevo a las directrices de su propia sociedad y Tarek sabía lo estrictos que eran los Ojosverdes con las relaciones fuera del clan.

La observó marcharse, a paso veloz entre el gentío. A su lado, Nousis miraba en la misma dirección y Tarek fue consciente de la incómoda situación en la que la elfa los había dejado. Se planteó marcharse sin volver a dirigirle la palabra, pero supo sería incapaz de hacerlo. Las últimas semanas habían roto la confianza que había depositado en él, pero como sus propias pesadillas le habían indicado, estaba lejos de odiar al elfo pelinegro hasta el punto de dejar la situación de aquella manera. Sin embargo, fue Nousis el que habló primero, para preguntar sobre su “cautiverio” en el tramo final de la ruta. Tarek recordó que ninguno de los elfos había estado presente en el incidente y se preguntó si habrían intervenido de haberse encontrado en cubierta.

- Perdí los papeles. Todo esto ha sido… demasiado –su propia voz le sonó opaca y ajena cuando pronunció aquellas palabras- La tiré por la borda. No soportaba seguir viéndola después de lo que dijo Nan´Kareis… -las últimas palabras fueron más un susurro que una sentencia- Nada que no pudieses esperarte, supongo.

Notó la acritud con la que aquellas palabras abandonaron su boca, mientras se giraba para irse. Pero se detuvo antes de continuar. Sabía que no descansaría tranquilo si aquellas eran las últimas palabras que le dirigía al pelinegro, incluso si era la última vez que se veían. Aún de espaldas al otro elfo, se armó de valor para hablar.

- Yo no quería que esto acabase así, Nousis –guardó silencio un instante antes de continuar- Soy consciente de mis defectos. Sé perfectamente el lugar del que vengo y lo… extremista que puede llegar a ser mi clan. Quizás abandonar los bosques del sur no fue mi mejor idea… no estaba… no estoy preparado para lo que hay más allá de sus fronteras –se tomó otro instante antes de continuar- No lamento haber acudido cuando me lo pediste, pero creo que te asocié con unas expectativas e ideales que no se corresponden con la realidad. Espero que tus pasos te guíen por el camino que deseas seguir, sea cual sea.

Notando todavía el peso de la flecha en su mano, se internó entre el gentío del puerto. Era hora de volver a casa, de volver al lugar en el que no debía plantearse a cada instante lo que decía y hacía. Los Ojosverdes tenían unos preceptos morales estrictos, inalterables. Uno solo debía seguir la senda que le era marcada. Al fin y al cabo, él era un Ojosverdes, ¿verdad?.
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Mensaje  Nousis Indirel Lun Jul 11 2022, 18:46

Una inapropiada risa buscó nacer desde su interior, deseando dispersarse por el aire entumecido del templo centenario. Estaban vivos, los cuatro lo habían conseguido, y el peso de haber sido seguido hasta esa maldita aventura por fin comenzaba a disiparse. Había hecho cuanto había estado en su mano por estar a su lado, protegerles, contra malos entendidos, invectivas, pullas e insultos, peleas y dudas.

“Ahora se llevarán su desdén donde al fin no puedas verlo” No pudo más que confirmar cada una de esas palabras. Los Lyeyanna habían desaparecido, y los sueños nunca retornarían. Él por el contrario. No olvidaría todo lo que había visto en las mentes de quienes ahora, salvo el caso de Aylizz, desconocía como definir para él. La dureza de las pruebas exigidas casi había terminado con ellos, y el espadachín llegó a preguntarse qué sería de la región que habían controlado los Faëren. Qué, de Guenros y Nemonet, de los aldeanos que aún vivirían siendo atemorizados. Se pasó una mano por el cabello, disgustado. Habían irrumpido en sus vidas y terminado por dejarlos una vez más bajo el yugo de quienes estarían mejor muertos. Su falta de poder se hacía notoria una vez. Sólo la Varita le daba una pequeña esperanza de lograr cuanto había soñado, un poder auténtico.

En el mismo barco que los llevó a la isla, capitaneado por Karen, los transportó una vez más al continente. Iori había resultado la artífice de las inclinaciones de la dragona por ayudarlos, ninguna duda existía sobre aquello, y el elfo evitó pensar lo bien que había llegado a conocer el cuerpo de esa mujer. Aún le parecía algo tremendamente irreal lo intimado durante horas en el camarote de esa dragona. Al igual que en la muerte del mercenario en Dundarak, se había dejado llevar por completo, recorriendo una senda que no era suya, donde las huellas de la humana le marcaron unas pautas que dudaba volviese a repetir. Ni siquiera la deserción de Iori fue capaz de permitirle terminar con lo que tenía entre manos y para su propia sorpresa, continuó hasta que tanto Karen como él se recostaron exhaustos. No fueron momentos los siguientes para pensar en profundidad sobre sí mismo.

Los dioses tuvieron a bien regalarles un regreso que tan sólo puso a prueba la paciencia a causa de la monotonía en las aguas del sur. Introspectivo, el espadachín apenas cruzó palabra con sus compañeros. Buscaba poner en orden cuanto había experimentado a su lado, cuando tuvo lugar la postrera melladura de la intensa historia que unía a los dos herederos de Eithelen.

Sí, había notado de manera ineludible el descenso en la velocidad del navío, e incluso los gritos. No era la primera vez. Pesca para aumentar las reservas, borrachos incapaces de mantener el equilibrio en cubierta, e incluso, una rápida competición de natación. En modo alguno se dignó a dar importancia a una nueva escena que se había salido de lo predecible. Sólo cuando salió, horas después, de sus habitaciones, apenas pudo dar crédito a la figura de Tarek atada al mástil mayor. Dos marineros armados negaron con la cabeza cuando Nousis pretendió acercarse al golpeado joven. El resto parecía evitar el lugar, con una despreocupación rayana en sobreactuación.

Se dirigió a paso rápido al camarote principal, donde Karen revisaba unos legajos con el ceño fruncido. No fue la única mirada que se clavó en él. El único galeno de a bordo auscultaba la respiración de una mujer que el elfo no precisó medio segundo para reconocer. Acomodada con dos mantas, hecha su ropa un gurruño húmedo, tenía sus claros ojos cerrados. Los grises que la observaron, se detuvieron casi un minuto, hasta que no pudo dejar de lado la muda pregunta de la capitana.

-¿Qué ha ocurrido?- inquirió. Tres palabras que buscaban abarcarlo todo. En el rostro de Karen no existía pizca alguna de amistad o diversión.

-El otro quiso acabar con ella- Tal afirmación nadó en sus pensamientos un momento, hasta que la asimiló por completo. Apenas se dio tiempo para dudar de la mujer. Él mismo había tenido que detenerlos para evitar que llegasen a tal extremo. Sintió como la tristeza comenzaba a empañarle la tranquila travesía. Sabía que no podía hacer nada al respecto. ¿Matar a Tarek? Era un elfo, y el odio era recíproco entre él y la humana. ¿Debía continuar protegiéndola, cuando ella misma no lo veía, ni lo aceptaba como tal? Sí, la furia lo alcanzó, trazándole un claro camino hasta el Ojos Verdes. Tal y como se encontraba su interior, con unos barrotes endebles por tiempo y circunstancias, estaba seguro de cuáles habrían sido sus actos de no tratarse de alguien de su estirpe, que en algún momento llegó a considerar amigo. Cabía dentro de lo posible que nunca volviera a ver a ninguno.
Suspiró.

-Atracaremos mañana en el puerto de Bard, y allí abandonaréis mi embarcación- señaló con una entonación que no traslucía más que exigencia. Ante una rápida de mirada del elfo a Iori, los ojos de la dragona se tornaron más peligrosos- Ella se quedará hasta que se recupere, mañana o pasado. ¿Acaso vas a permanecer a su lado?- atacó de un modo que hizo que Nousis se sintiera mal consigo mismo- Lo que sospechaba- remató.

-No lo entiendes- replicó él- Estoy aliviado de que se encuentre bien. Más que eso, pero…  

-Claro. Por supuesto. Tienes grandes cosas que hacer. No te culpo, no me malinterpretes. No tengo idea qué sois, pero no me pidas que le regale una despedida tuya. O se la das tú, o mañana sigues a los otros dos elfos a tierra firme.

La mirada del aludido se mostró de pronto desprovista de emociones. La de Karen, exhibió la seguridad de quien se sabía con la certeza absoluta.

-Gracias por cuidar de ella- dijo entonces, bajando muy levemente la cabeza en señal de respeto. La capitana lo miró, desafiante.

-Ni eso le diré. Vuelve a tu bosque y déjala en paz.

Nou decidió no responder. Abandonó el camarote tras una última mirada, sin saber si estaba haciendo lo correcto.


[…]



Al posar el pie en tierra firme, se permitió aceptar por completo que la aventura había terminado. Mucho más larga en su fuero interno que contada en su auténtico lapso temporal.

Se despidió de Aylizz con la genuina preocupación que por la muchacha sentía. Esperaba que sus caminos volviesen a cruzarse lo antes posible, y así comprobar que las cualidades que atesoraba continuaban ayudando de este a oeste. Sonrió, orgulloso de la elfa, cuando ésta le dio la espalda para continuar sus propias peripecias. No le cabía duda que cualquiera necesitaría a alguien como ella.

Sus últimas palabras para un miembro del grupo, ya deshecho, fueron para el Inglorien. Decidió no compartir lo que sabía, esperando ver sinceridad en el joven. Ambos, se dijo, tendrían que confiar en el paso del tiempo para sanar o supurar las heridas provocadas entre sí. La verdad fue lo que Tarek le ofreció, y Nousis sólo sintió pesadumbre. Le permitió desahogarse, de una manera mucho más calmada y falta de ira que la vertida en anteriores ocasiones. No pudo evitar, aun con todos los choques que habían tenido, aún con lo que le había hecho a Iori, sentir pena por él.

Sólo las deidades conocían qué ocurriría con ellos a partir de ahora. Alejó opciones de su mente, pues al fin y al cabo, wyrd bið ful aræd.

El destino lo es todo.

..,:
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