MERCADO de Aerandir

—Entonces... el corte de las telas es importante al igual que el corte del cuero, ¿no es así, maestro? —inquirió Kyria mientras caminaban juntos por la calle.

Habían almorzado en el Vertedero Porcino y se dirigían a pie al taller del maestro Chou. Habían pasado toda la comida charlando sobre el corte perfecto para una buena armadura o el tallaje correcto para los ropajes más estrafalarios. Le sorprendía las mil y una técnicas que tenía Chou, técnicas, según él, secretas y solo usadas por él y su maestro antecesor, por supuesto.

—Así es, elfina, así es. Pero no te apures por esos detalles, está todo en el libro del que te hablé.
—Pero, ¿está usted seguro del regalo? No me importa esperar a la siguiente mercancía, no tardará mucho en llegar, maestro. Una o dos lunas más... —Kya jugueteaba con los cordones de su blusa a modo de distracción. Le sobrecogía que el maestro se ofreciera a regalarle uno de sus manuales más personales. No quería verse en el aprieto si le pasaba algo al libro. No se lo perdonaría. Los regalos hay que mimarlos.

—Si, no te preocupes en lo más absoluto. Es una colección-legado de curtidor, pasó a mi cuando mi maestro me enseñó y pasará a ti ahora, por supuesto —dijo para tranquilizarla, dándole una cariñosa palmada en el hombro —Ven, vamos a buscarlo, sé que lo tengo en algún lugar de esta gran estantería, es el que pone Sastrería, Armaduras y Cuero Vol.1 en la solapa. Mira tú por ahí…

—De acuerdo —resopló, abrumada.

Offrol
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　Al parecer, una vez más había sufrido una oblivinación, en esta ocasión prescindiendo, por suerte, de un horrendo cambio físico. Ya no me sorprendía. Hasta estaba acostumbrándome, pues, de todas maneras, algunas de mis hazañas anteriores no eran recordadas por falta de testigos, y al final eso es lo mismo. Aun así, a pesar de saber que ni Hyro ni Xana sabían de la Torre Infinita, quise averiguar si era el mismo caso con Azaril y sus chicas. No tenía esperanza de que fuera distinto, pero me incomodaba la idea de que nuestros recuerdos fuesen tan fáciles de modificar. ¿Y si lo de Sandorái y la Torre Infinita ya había sucedido antes? ¿Y si habíamos olvidado más eventos? ¿Y si lo que recordábamos tampoco reflejaba la realidad? Sea como sea, este párrafo ya está teniendo mucho texto y eso también me perturba.

　Al llegar al campamento, pregunté por Azaril, luego por Beyza y las hermanas elfas. Llegué en un momento en el que ninguna estaba. Desgracia. Así que, decidido a esperar su regreso, quise aprovechar el tiempo con algún arcanista que pudiera ayudarme a comprender los dibujos de genitales que me entregó Zelas.

　Encontré a Yako en una carpa. Ella estaba examinando varios girasoles de tonos purpúreos. Sin que yo le preguntara, no tardó en explicarme, entusiasmada, sobre todos los avances y futuros proyectos relacionados con aquellas plantas. Se mostraba optimista ante la idea de que sería el antes y el después para los vampiros, y también quise que así fuese, aunque yo era un poco más pesimista.

　Luego de un largo y aburrido monólogo de Yako, le pedí descifrar mi pergamino. Lo resolvió sin dificultad y me lo explicó. Me pareció tan complicado que a mitad de la explicación me perdí en pensamientos sobre arcos o ballestas con modificaciones para disparar biusas explosivas. Sorprendentemente, Yako, con solo verme, notó mi inexperiencia en lo arcano y se ofreció a darme una tarde de aprendizaje. ¿Cómo podría haberme negado a una clase gratis? Le agradecí y acepté, inconsciente de que en realidad no sería gratis.

　–Y, bueno, ¿cuál es tu historia, muchachón? –preguntó Ingrid, interrumpiendo la clase desde un rincón, sentada en el suelo con las piernas cruzadas y con un libro en las manos llamado «El incesante amor entre una palta y un aguacate».

　–¿Eh? ¿Pero de dónde saliste? –inquirió Yako desconcertada.

　–De mi madre, que en paz descanse… suponiendo que está muerta. Pero llevo aquí un rato. Cuando estás experimentando, nadie suele acercarse a fastidiarte, y entonces cerca de ti es un buen lugar para leer en paz, sobre todo porque ni tú te das cuenta de mí.

　–Eso… es… –Sacudió la cabeza–. ¿Y por qué ahora sí decidiste hacerte notar?

　–Porque yo lo valgo, claro está. Pero eso no es lo importante. –Volvió a mirarme y esbozó una media sonrisa–. Así que, muchachón, ¿te gustaría contarnos sobre tus éxitos? Apuesto a que son muchos para que ahora te creas que se te ve natural esa lujosa diadema junto con esa ropa de pordiosero.

　Me miré la ropa, finalmente dudando de mi inusual forma de vestir. «Es lo que pasa cuando solo uso lo que consigo en mis aventuras», tuve que aceptar.

　–Ahm… –dije–, no soy tan exitoso.

　–¡Patrañas! –soltó, haciéndome dar un respingo–. Te he visto luchar, y lo haces bien. Tal vez demasiado bien. ¿Cuántos años tienes? Con esa cara de bebé que llevas no deberías tener tanta experiencia. ¿Es que entrenas día y noche?

　–Yo… –empecé, y dudé en confesar que realmente no entrenaba demasiado– soy excelente… porque… ¿magia?

　–¿Magia? Pero si yo también tengo magia y no tengo habilidades exageradas.

　–Probablemente sea porque entrenas poco y eres muy ociosa –le acusó Yako.

　–Hey –se indignó Ingrid–, entreno lo suficiente, pero no es bueno matarse tanto en eso.

　–¿Incluso si es para ser más capaz en hacer del mundo un lugar mejor? ¿Estás bien con que la historia de tu vida trate más de ocio que de alguien ejemplar?

　–¿De qué sirve hacer tanto para mejorar el mundo si no puedo disfrutar de él? Si algo aprendí en mis años combatiendo en las catacumbas, es que la vida es corta y hasta puede ser brutal, así debemos vivir mientras podamos, no solo no estar muerto. Es algo que parecen estar olvidando sobre todo las razas longevas o aquellos cegados por cosas abstractas como el honor, la santidad, el estatus…

　» Además, hay varias chicas en la servidumbre que ven esto como un campamento militar, y algunas no saben cómo encajar en eso o muy dura han tenido la vida ya como para querer unirse. Así que me gusta pensar que mi actitud puede hacerles ver que somos una familia diversa y divertida con la que pueden estar y ser felices. ¡Eso es más atractivo! Así que… tal vez mi tiempo de ocio también hace del mundo un lugar mejor, ¿no? –Sonrió–. Bueno, ya estuve mucho aquí, no parece que lleguemos a nada y debería empezar mi rutina de entrenamiento diario. Me apetece superar al Cara de Bebé. –Se levantó y nos guiñó un ojo–. Sigan con lo suyo.

　–¿Y por qué no te nos unes? –preguntó de pronto Ingrid, sin dejar de repetir el mismo ataque con su espada.

　Despegué la mirada del pergamino y la dirigí hacia la chica. «¿Por qué entrena en un lugar como este?», me pregunté, considerando el reducido tamaño de la carpa donde estábamos y la cantidad de objetos en la misma.

　–No lo sé –dije–, prefiero seguir como estoy. A veces necesito viajar rápido a algún lugar lejano y no creo poder llegar a tiempo si ando con un grupo tan grande.

　–Pero puedes ser como esas sirvientas que andan independientes del grupo principal.

　–Entonces ¿qué diferencia habría?

　–Pues… –Ingrid se detuvo y con un dedo se rascó una de sus sienes, reflexionando–. ¿Sabes?, como que tienes razón. –Alzó el dedo y sonrió–. ¡Pero… somos divertidas! Vamos, quédate con nosotras. Te verías bien en un traje de sirvienta.

　–Lo sé, pero ¿por qué usaría un traje de sirvienta? No veo que lleves uniforme.

　–Lo que yo lleve no cambia lo que dije.

　–Ingrid, por favor –intervino Yako mientras me traía un par de libros horrorosamente gruesos–, déjalo estudiar.

　Ingrid bufó.

　–Por eso sigues siendo virgen.

　–¡¿Disculpa?! –tartamudeó la dragona. Se acomodó sus anteojos–. Para tu información, yo…

　–A nadie le interesa –interrumpió Ingrid–. No viene mal reclutar hombres. No hay ninguna salchicha aquí, y a Kano le hace falta una, que siempre anda muy rígida.

　–De todas maneras –dije–, no creo poder ayudar con eso.

　–Ah… Debí imaginar que apuntas hacia el otro lado. Una pena.

　–No, en realidad…

　–Da igual –me interrumpió–, veo que no llegaremos a ningún lado con esto. Así que cambiemos de tema. ¿No te apetece darme 500 aeros por un morador del viento?

　–¿Eh?

　–Es bastante feo, lo reconozco, pero es simpático y puede ayudarte con eso de ir rápido a sitios lejanos. Además, a caballo regalado no se le miran los colmillos.

　–¿«Regalado»? Pero si me lo estás vendiendo.

　–Claro, fui yo la que lo consiguió gratis, no tú. Pero eso no es lo importante. ¿Me pagarás todo ahora o por partes?

　–Pero aún ni lo he visto.

　–¡No seas superficial, hombre! Lo importante es el interior, y ya te dije que él es simpático. O ella, ni sé lo que es.

　–¿Ni siquiera sabes eso? ¿Cómo puedo confiar…?

　–Cada quien es mucho más que solo su sexo. Deberías aprender eso también.

　Suspiré con exasperación. Abrí la boca para negarme rotundamente, pero Ingrid se me adelantó.

　–Oh, ya sé –dijo, por fin dejando de entrenar. Guardó su espada y se sentó frente a mí. Su olor no era muy agradable–. Te contaré su triste historia. Verás, este adorable equino…

　Y me narró la historia de un morador del viento cuya madre murió al dar a luz. Estuvo solo durante sus primeros momentos, desprotegido y sin amor, pero unos buenos campesinos lo encontraron pronto. Ellos lo adoptaron y lo criaron como si fuera de la familia.

　Sin embargo, cuando el mal de norte azotó a Aerandir, fueron acusados de atraer la enfermedad por cuidar a una criatura abominable y los obligaron a deshacerse de él.

　Incapaces de sacrificarlo, su familia lo vendió, aunque no fueron conscientes de quién era realmente el nuevo dueño. La siguiente parte de su vida fue como la montura del líder de una pequeña banda criminal. Nunca hizo más que servir como transporte, pero en cierto día esos criminales se encontraron a los campesinos que criaron al equino y los atacaron. El morador del viento se rebeló contra sus dueños para defender a su antigua familia. Tristemente, no pudo hacer nada para salvarlos y él mismo terminó muy malherido.

　Apenas logró escapar, pero todos le temían por su apariencia y nadie se atrevió a tratarlo como se lo merecía. Estaba condenado a un final injusto.

　Entonces las sirvientas lo encontraron, lo salvaron y lo han cuidado, deseando que pueda continuar con una mejor vida.

　–Es… triste –admití compadeciendo al animal–. Pero ¿cómo te sabes toda su vida?

　–Eso no es lo importante –objetó enseguida–. Es un ser encantador que suele ser despreciado por su aspecto. Creí que tú entenderías lo que se siente y querrías darle la vida que se merece. Además… Ahm… Ah, sí, está entrenado para no ensuciarte la casa.

　–Oh, ¿eso último es verdad? –pregunté, finalmente interesando–. Qué simpático. Debiste empezar por ahí. Toma todo mi dinero.

　Una amplia sonrisa se trazó en los labios de Ingrid.

¡Compraaas! Me ecanta este momento del año en que me pongo ansiosa y no puede ver aeros en mis bolsillos porque me entra la necesidad imperiosa de gastarlos todos. Además quería cambiar un poco mi estilo de pelea a algo que no sea en busca de matar al oponente sino inmovilizarlo. Sí, sé que compré en la casita de Rauko más arsenal filoso para arrojar pero… eso será solo porsi a las mosquis.

La verdad quería retomar algunas prácticas y técnicas que tenía olvidadas y para eso necesitaba comprar un Bo. De hecho pensando en eso días antes había revisado unos cuantos libros arcanos muy interesantes en dónde hablaban de que con armas largas y con una runa y buena técnica se podría hacer una expansión interesante en batalla. Es por eso que pasé todo el día de ayer viendo cómo hacer la runa y comprando los materiales necesarios para luego de mi compra de hoy ponerme manos a la obra. Bueno y a ver… no sólo estuve estudiando la runa, hay veces que me distraigo con otras cositas. La verdad estuve ojeando también sobre cómo hacer el perfume de freya y el rocío de ortiga, al final uno nunca sabe si esos conocimientos serán útiles.

En fin. Me dirigí feliz a una tiendita de objetos de madera para comprar el Bo y ya… eso era lo que iba a hacer inicialmente.