Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
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Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Exhalo un aire frío, de esos que calan el alma y asfixian. La cuarta estación junto con sus desventajas parece haberme ofrecido su compañía de por vida, aprovechándose de las lagunas que colman mi memoria, la cual se ha deshecho de la primavera, verano u otoño. Si alguien me preguntase sería incapaz de mencionar la cálida ráfaga que mese las copas de los árboles cuando las temperaturas suben, el esplendor de los riachuelos seguir su curso a través de una frondosa espesura, cítrica y con los animales danzando al son de la madre naturaleza, entusiasmada por los toques virtuosos de la primera época del año, más no por la tercera, vengativa que es el otoño. Incapaz de mantener lo bonito y agraciado, ella tiene toques míos, agrios donde limitada por lo malo, arremete, envejece a los árboles y los prepara para la crueldad del invierno. Alzo la mirada, el cielo opaco y sin estrellas en el firmamento me cuenta historias de que el tiempo se alargará, o mejorará entre suspiros; volviendo atrás, hacia adelante, da igual, siempre y cuando encuentre a donde pertenezco.
La escarcha cubre parte de mis orejas puntiagudas y una luz mortecina, anaranjada proyecta mi sombra hacia atrás. Con las aves nocturnas y mi eterna y no tan querida soledad aguardo a que la noche siga su curso con una hoguera como refugio y punto de partida. El estómago me ruge y tras una caza furtiva a través de parajes inhóspitos, la mala suerte acalló mis esperanzas y como obsequio de mal agüero tropecé con un tronco grueso hasta rodar pradera hacia abajo. De sólo recordarlo me produce una vergüenza insostenible, como el dolor que aflora desde mi muslo izquierdo, en él se aprecia una larga tajada, húmeda y reciente que no sólo pica y escuece, me enfurece de tal forma que maldecir a mis ancestros no es suficiente como para aliviar a la bestia que llevo dentro. Inspiro, logré parar una posible hemorragia, no obstante, carezco de las suficientes hierbas medicinales en este preciso momento.
Deseo gritar por culpa de la ira que nunca cesa dentro mía y las cicatrices incurables que me inducen a tomar decisiones de las que ahora me arrepiento, el hedor que provocan los recuerdos percatándome de que existe un aroma en el mundo del que jamás podré liberarme, presa de sentimientos y maldiciones. Qué mundo tan tenebroso, oscuro y malintencionado como yo, que hacemos par y nos compaginamos a la perfección. ─ ¡Hey! ─ Absorta en banalidades no me percato del animalillo que quiere robarme el único alimento que podré tener en la cena, un trocito de pan con semillas. Se trata de una ardilla cobriza y con un temperamento peculiar como para robarle a una elfa en medio de su guarida. Aquejada por el hormigueo que asciende por la pierna herida me recompongo, persiguiéndola entre la maleza hasta que un bonito paisaje me aborda. Ya no hay tanta espesura, sólo una pradera lisa y honesta como la cascada que llama mi atención. No es muy grande ni fluctuosa más la magia recorre el aire y el fulgor de la luna esclarece el valle, reflejándose en la superficie de las aguas.
Sé donde está la ardilla, en una de las castas más altas de donde caen semillas, las del trozo de pan, pero a estas alturas en mi estómago no percibo retortijones ni un hambre voraz, sólo intriga y mariposas revolotear. A pasos cortos y con los cinco sentidos activados voy acercándome, las huellas que voy dejando la nieve no tardará en taparlas como si fuese suya, una silueta más perdida entre la magia adormecedora del invierno, una sombra sin nombre ni pasado llevando consigo un aliento gélido y una maldición tatuada en los labios. El frío penetra a través de mi piel, calándome los huesos y hasta el corazón más quiero seguir adelante, ya tendré tiempo de calentarme frente al fuego después. Frente a la cascada intento respirar con normalidad sin acrecentar mis nervios a flor de piel, en el árbol más cercano apoyo la espalda, dejándome deslizar hasta yacer sobre la pálida nieve. Si tuviese que morir aquí, sería una muerta feliz.
Desde el cielo reina la paz y las luciérnagas danzan a son del gotear de la cascada, por estas cosas son las que no abandono el bosque, mi hogar. Permanezco varios minutos hasta que algo caliente y peludo se restriega en el dorso de mi mano, la ardilla. ─ ¿Ya te hartaste? Mejor, porque no hay más. ─ Le repliqué seria, acariciándole el mentón con el largo del dedo índice. No sé si es el del frío o sí es debido a la tranquilidad que circula en el interior de mi cuerpo, pero noto una mejoría en la circulación y la herida ya no duele tanto como antes, Eretria, que te estás congelando, vuelve al campamento; Buena idea, subconsciente. Pero antes de eso me despojo de la capa que cubre mi cabeza y la tela que traspasa mi rostro de nariz hacia abajo, con una negación un tanto efusiva despeino mi cabellera hasta que cada hebra vuelve a su sitio, es lo que tiene llevar el pelo corto. Elevo el mentón y cierro los párpados, plácida y agradecida de que la nieve bañe mis facciones y deje en mí, buenas sensaciones y un bonito recuerdo, esta vez del invierno.
La escarcha cubre parte de mis orejas puntiagudas y una luz mortecina, anaranjada proyecta mi sombra hacia atrás. Con las aves nocturnas y mi eterna y no tan querida soledad aguardo a que la noche siga su curso con una hoguera como refugio y punto de partida. El estómago me ruge y tras una caza furtiva a través de parajes inhóspitos, la mala suerte acalló mis esperanzas y como obsequio de mal agüero tropecé con un tronco grueso hasta rodar pradera hacia abajo. De sólo recordarlo me produce una vergüenza insostenible, como el dolor que aflora desde mi muslo izquierdo, en él se aprecia una larga tajada, húmeda y reciente que no sólo pica y escuece, me enfurece de tal forma que maldecir a mis ancestros no es suficiente como para aliviar a la bestia que llevo dentro. Inspiro, logré parar una posible hemorragia, no obstante, carezco de las suficientes hierbas medicinales en este preciso momento.
Deseo gritar por culpa de la ira que nunca cesa dentro mía y las cicatrices incurables que me inducen a tomar decisiones de las que ahora me arrepiento, el hedor que provocan los recuerdos percatándome de que existe un aroma en el mundo del que jamás podré liberarme, presa de sentimientos y maldiciones. Qué mundo tan tenebroso, oscuro y malintencionado como yo, que hacemos par y nos compaginamos a la perfección. ─ ¡Hey! ─ Absorta en banalidades no me percato del animalillo que quiere robarme el único alimento que podré tener en la cena, un trocito de pan con semillas. Se trata de una ardilla cobriza y con un temperamento peculiar como para robarle a una elfa en medio de su guarida. Aquejada por el hormigueo que asciende por la pierna herida me recompongo, persiguiéndola entre la maleza hasta que un bonito paisaje me aborda. Ya no hay tanta espesura, sólo una pradera lisa y honesta como la cascada que llama mi atención. No es muy grande ni fluctuosa más la magia recorre el aire y el fulgor de la luna esclarece el valle, reflejándose en la superficie de las aguas.
Sé donde está la ardilla, en una de las castas más altas de donde caen semillas, las del trozo de pan, pero a estas alturas en mi estómago no percibo retortijones ni un hambre voraz, sólo intriga y mariposas revolotear. A pasos cortos y con los cinco sentidos activados voy acercándome, las huellas que voy dejando la nieve no tardará en taparlas como si fuese suya, una silueta más perdida entre la magia adormecedora del invierno, una sombra sin nombre ni pasado llevando consigo un aliento gélido y una maldición tatuada en los labios. El frío penetra a través de mi piel, calándome los huesos y hasta el corazón más quiero seguir adelante, ya tendré tiempo de calentarme frente al fuego después. Frente a la cascada intento respirar con normalidad sin acrecentar mis nervios a flor de piel, en el árbol más cercano apoyo la espalda, dejándome deslizar hasta yacer sobre la pálida nieve. Si tuviese que morir aquí, sería una muerta feliz.
Desde el cielo reina la paz y las luciérnagas danzan a son del gotear de la cascada, por estas cosas son las que no abandono el bosque, mi hogar. Permanezco varios minutos hasta que algo caliente y peludo se restriega en el dorso de mi mano, la ardilla. ─ ¿Ya te hartaste? Mejor, porque no hay más. ─ Le repliqué seria, acariciándole el mentón con el largo del dedo índice. No sé si es el del frío o sí es debido a la tranquilidad que circula en el interior de mi cuerpo, pero noto una mejoría en la circulación y la herida ya no duele tanto como antes, Eretria, que te estás congelando, vuelve al campamento; Buena idea, subconsciente. Pero antes de eso me despojo de la capa que cubre mi cabeza y la tela que traspasa mi rostro de nariz hacia abajo, con una negación un tanto efusiva despeino mi cabellera hasta que cada hebra vuelve a su sitio, es lo que tiene llevar el pelo corto. Elevo el mentón y cierro los párpados, plácida y agradecida de que la nieve bañe mis facciones y deje en mí, buenas sensaciones y un bonito recuerdo, esta vez del invierno.
Última edición por Eretria Noorgard el Lun Ene 23 2017, 00:53, editado 2 veces
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
La luz argéntea de la luna bañaba por completo las orillas de aquel pequeño lago natural escondido en un claro. Las aguas, casi ateridas por completo ofrecían sobre su superficie, negra por la helada, islas danzantes movidas por la brisa, por cuya superficie rodaba algún que otro copo que llevaba el viento.
La superficie de los riachuelos que alimentaban esa fuente natural se hallaba también congelada, peor por debajo de un caparazón de hielo transparente podía observarse aun el correr de las aguas, y su rumor no quedaba por completo encerrado tras esos muros, acompañando la noche con su lento murmullo.
Como un marco de agujas de cristal, el pasto completamente blanco, creaba arcos sobre los guijarros y la tierra que se debatía entre húmeda y escarchada constantemente.
No era lo mas crudo del invierno, y, aun así, aquella noche en el claro parecía que un pedazo de las zonas mas meridionales de Dundarak hubiera sido trasladado en el espacio, para ofrecer a los habitantes de los bosques del este aquel espectáculo.
Las luciérnagas, que nunca se hubieran hallado mas al norte, revoloteaban confusas por las luces que les devolvían todas esas superficies espejadas que habían conquistado el bosque, y, la mayoría de animales, congelados y hambrientos, buscaba con desespero algo que comer, o se apelotonaban unos contra otros para mantener el calor corporal.
Por lo menos la mayoría de ellos.
Un pequeño felino, de pelaje rallado y largo, de todos los colores que componían el fuego, saltaba por la nieve dejando su huella, y se revolcaba en la misma perlando su pelaje de motas blancas que no tardaban en fundirse. Escarbaba en esa capa de escasos centímetros que cubría la vegetación, y trataba de sumergirse en la misma como si se hallara en su propio elemento.
Acompañando cada uno de sus juguetones y frenéticos movimientos, el cachorro de Aski emitía, así como su particular maullido, unos tintineos metálicos, fruto de una esfera llena de agujeros que contenía un pequeño dije.
Tras dar varias vueltas, los ojos del felino se posaron un brillo especial sobre la pequeña ardilla rojiza que se hallaba a los pies de la elfa. Se agazapó como si la caza estuviera en su propia sangre, pese a ser muy pequeño como para haber tenido demasiada de ella. Se arrastró con lentitud sobre la nieve, dejando sus pequeñas huellas silenciosas tras de si, en un intento vano de resultar sigiloso. Pues cualquiera, como la elfa que se erguía al lado del roedor, que observara des de cierta altura, habría visto indiscutiblemente esa gamma de colores tan brillantes sobre el mando blanco que cubría el pasto.
Con una mezcla de maullido y gruñido totalmente delatador el pequeño Aski se lanzó sobre la ardilla, que fue mucho mas rápida que el.
A ese juego del gato y el ratón no jugaba solo ese felino. Los ruidos de la maleza moverse y crujir surgieron desde mas allá de la linea de arboles que bordeaba el claro, algo mucho mas grande emergió sin hacerse esperar, colocándose bajo el foco del astro dominante.
Un elfo con el pelo del mismo color que esa bestia, atado y aun así alborotado por la carrera, movía su rostro de un lado a otro buscando algo con desespero. Un tintineo acompañaba los movimientos de su cabeza, varios aros de oro que chocaban entre si emitiendo un suave tintineo. El sonido de su respiración agitada, el vaho que se formaba ante sus labios por la diferencia de temperatura, y el rubor de su rostro, demostraban la carrera a la que acaba de hacer frente ese hijo de los bosques de mediana edad.
Una capa de viaje mal puesta dejaba ver que llevaba ropas de abrigo, el morral se hallaba torcido, y la bufanda de lana apenas anudada colgaba por un costado casi llegando al suelo, haciendo correr al sujeto el riesgo de pisarla al moverse. Del cinto de su cintura, se veían colgar varias bolsas, cerradas de mala manera, de las que salían las plantas con poco cuidado, como si hubieran sido embutidas en ellas a toda prisa.
-Arëannor.-Aquella palabra llena de alivio surgió casi como un cántico de victoria cuando la mirada del recién llegada se posó sobre el Aski. Este, respondiendo al llamado, lo miró, soltó un maullido distraidamente, y decidió cambiar su juego infructuoso de perseguir a la ardilla por el de intentar escalar con sus pequeñas y afiladas uñas las botas de la muchacha entorno a la cual se hallaba saltironando instantes atrás.
Iltharionse detuvo a retomar el aliento, se frotó las enguantadas manos entre si, mientras observaba con curiosidad la muchacha con la que había dado a encontrar su compañero.
Lo primero que le llamó la atención al bardo fue la altura de la joven, que se erguía sobre ese paisaje de un blanco impoluto con una serenidad extraña, pues pese al indudable frío que de un modo u otro estaría padeciendo la joven, parecía en armonía con el mismo, o disfrutar de el, y en su tez, su pelo, y sus labios los tonos cálidos contrastaban con esa encarnación del invierno en la que ambos estaban sumergidos en ese momento.
Pero no demoró mucho en contemplar a la dama, pues se percató raudo de las intenciones de su felino amigo.
-Cuidado!.-Advirtió, adelantándose hacia ella, para ayudarla a desprenderse del cachorro y sus ínfulas de alpinista.
La superficie de los riachuelos que alimentaban esa fuente natural se hallaba también congelada, peor por debajo de un caparazón de hielo transparente podía observarse aun el correr de las aguas, y su rumor no quedaba por completo encerrado tras esos muros, acompañando la noche con su lento murmullo.
Como un marco de agujas de cristal, el pasto completamente blanco, creaba arcos sobre los guijarros y la tierra que se debatía entre húmeda y escarchada constantemente.
No era lo mas crudo del invierno, y, aun así, aquella noche en el claro parecía que un pedazo de las zonas mas meridionales de Dundarak hubiera sido trasladado en el espacio, para ofrecer a los habitantes de los bosques del este aquel espectáculo.
Las luciérnagas, que nunca se hubieran hallado mas al norte, revoloteaban confusas por las luces que les devolvían todas esas superficies espejadas que habían conquistado el bosque, y, la mayoría de animales, congelados y hambrientos, buscaba con desespero algo que comer, o se apelotonaban unos contra otros para mantener el calor corporal.
Por lo menos la mayoría de ellos.
Un pequeño felino, de pelaje rallado y largo, de todos los colores que componían el fuego, saltaba por la nieve dejando su huella, y se revolcaba en la misma perlando su pelaje de motas blancas que no tardaban en fundirse. Escarbaba en esa capa de escasos centímetros que cubría la vegetación, y trataba de sumergirse en la misma como si se hallara en su propio elemento.
Acompañando cada uno de sus juguetones y frenéticos movimientos, el cachorro de Aski emitía, así como su particular maullido, unos tintineos metálicos, fruto de una esfera llena de agujeros que contenía un pequeño dije.
Tras dar varias vueltas, los ojos del felino se posaron un brillo especial sobre la pequeña ardilla rojiza que se hallaba a los pies de la elfa. Se agazapó como si la caza estuviera en su propia sangre, pese a ser muy pequeño como para haber tenido demasiada de ella. Se arrastró con lentitud sobre la nieve, dejando sus pequeñas huellas silenciosas tras de si, en un intento vano de resultar sigiloso. Pues cualquiera, como la elfa que se erguía al lado del roedor, que observara des de cierta altura, habría visto indiscutiblemente esa gamma de colores tan brillantes sobre el mando blanco que cubría el pasto.
Con una mezcla de maullido y gruñido totalmente delatador el pequeño Aski se lanzó sobre la ardilla, que fue mucho mas rápida que el.
A ese juego del gato y el ratón no jugaba solo ese felino. Los ruidos de la maleza moverse y crujir surgieron desde mas allá de la linea de arboles que bordeaba el claro, algo mucho mas grande emergió sin hacerse esperar, colocándose bajo el foco del astro dominante.
Un elfo con el pelo del mismo color que esa bestia, atado y aun así alborotado por la carrera, movía su rostro de un lado a otro buscando algo con desespero. Un tintineo acompañaba los movimientos de su cabeza, varios aros de oro que chocaban entre si emitiendo un suave tintineo. El sonido de su respiración agitada, el vaho que se formaba ante sus labios por la diferencia de temperatura, y el rubor de su rostro, demostraban la carrera a la que acaba de hacer frente ese hijo de los bosques de mediana edad.
Una capa de viaje mal puesta dejaba ver que llevaba ropas de abrigo, el morral se hallaba torcido, y la bufanda de lana apenas anudada colgaba por un costado casi llegando al suelo, haciendo correr al sujeto el riesgo de pisarla al moverse. Del cinto de su cintura, se veían colgar varias bolsas, cerradas de mala manera, de las que salían las plantas con poco cuidado, como si hubieran sido embutidas en ellas a toda prisa.
-Arëannor.-Aquella palabra llena de alivio surgió casi como un cántico de victoria cuando la mirada del recién llegada se posó sobre el Aski. Este, respondiendo al llamado, lo miró, soltó un maullido distraidamente, y decidió cambiar su juego infructuoso de perseguir a la ardilla por el de intentar escalar con sus pequeñas y afiladas uñas las botas de la muchacha entorno a la cual se hallaba saltironando instantes atrás.
Iltharionse detuvo a retomar el aliento, se frotó las enguantadas manos entre si, mientras observaba con curiosidad la muchacha con la que había dado a encontrar su compañero.
Lo primero que le llamó la atención al bardo fue la altura de la joven, que se erguía sobre ese paisaje de un blanco impoluto con una serenidad extraña, pues pese al indudable frío que de un modo u otro estaría padeciendo la joven, parecía en armonía con el mismo, o disfrutar de el, y en su tez, su pelo, y sus labios los tonos cálidos contrastaban con esa encarnación del invierno en la que ambos estaban sumergidos en ese momento.
Pero no demoró mucho en contemplar a la dama, pues se percató raudo de las intenciones de su felino amigo.
-Cuidado!.-Advirtió, adelantándose hacia ella, para ayudarla a desprenderse del cachorro y sus ínfulas de alpinista.
- Aërandor:
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Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Mis párpados, inmóviles, siguen cerrados. Me falta el aire y lo recupero con una bocanada de aire que limpia mis pulmones y los colma de manera insospechada, soltando el excedente por las fosas nasales cuando el pecho me duele. El manto níveo y los copos que siguen cayendo, reuniéndose alrededor de mis pómulos y nariz descienden al cabeceo que realizo, sin brusquedad pero tampoco gentileza, en un acto alentador de esclarecer las lagunas, los bosquejos blancos de mi mente y hacer desaparecer cualquier incertidumbre. Y es que a estas alturas, no sé si uno deja de ser el mismo por el tiempo o si es este último el que nos invita a conocer nuevos senderos, colmados de bellezas y truculencias. Mi corazón raudo, bate sus alas sin percatarse de la fragilidad que lo rodea, haciéndome recaer en la ausencia de ese alguien que me ha cambiado, a mi y a la belleza que ya no poseo en mis luceros destilados, apagados como el firmamento.
El diminuto animal percibe el malestar que rodea mi silueta moteada debido a la nieve que desciende de las ramas venideras y altas del árbol donde descanso, o más bien donde me hielo. Con mesura paso mis manos alrededor de su cuerpecito, llevándolo a mis pechos donde hallará un mínimo de calor. Guardamos silencio, porque en el silencio hallo respuestas y más palabras que en un diccionario, porque una mirada lo dice todo y a su vez no dice nada, porque... Para que mentirnos, ¿con quien voy a charlar, con la ardilla? Alzo ambas comisuras hasta crear una sonrisa con forma de media luna, irónica y encogiendo los hombros ante las estupideces que transitan por mi cabeza entumecida. De pronto, sacado de un cuento de fábula, de las extensas y altas cordilleras de Terramar, allí donde habita la magia y la conmoción de explorar nuevos paisajes y hallar incógnitas a través de lagos subterráneos, de entre dichas fantasías aparece un ser cobrizo y de tamaño mediano, con un temperamento que me asombra, tanto a mi como a mi compañera de viaje.
─ Ni se te ocurra... ─ Le advertí con una mirada tirana y las palmas hechas un puño. Frunzo el ceño y el latir de mi corazón se palpa en mis sienes. Sea lo que sea eso, se agazapa con una socarronería revistiendo sus avellanadas cuencas, intenta cazarme a mi o a la ardilla, el caso, es que como se atreva, que se atrevió sacará de mi interior todo ese calor que mantenía extinto. Así pues la sangre vuelve a arderme tanto, tantísimo que mi cuerpo le da la bienvenida a la adrenalina que de paso, también deambula por mi organismo. Entre ellos dos, el gato y el "ratón" originan una persecución que va desde mi regazo hasta los alrededores del árbol. ─ ¡Quieto! ─ Le ordené, gritándole tenue y sin rabia o impotencia de por medio, pues tras afianzarme a mis ancestros y a la fuerza que me transmiten, me alzo hasta erguirme, ignorando el dolor de la tajada en mi muslo o el frío que abraza a mis huesos, imponiendo sus propias leyes, como moverme lentamente y que el aire me falte, produciéndome una fatiga horrible.
Aspiro destemplada las veces que hagan falta hasta que angustiada por lo que acontecerá si sigo sin moverme comienzo a perseguirlos también, una voz emerge desde las arboledas lejanas más la ignoro totalmente. ─ ¡Que te quedes quieto he dicho, bicho! ─ Esto de reanimarme en cuestión de segundos ha sido difícil, a trotes principalmente perezosos hasta que avanzo con una especie de carrerilla aferro el pellejo del cazador, alzándolo hasta llevármelo al rostro. ─ Malo, gato malo. ─ Porque es a lo que más se asemeja, lo suelto, por si intenta atacarme esta vez a mi ya que la ardilla no está a su disposición a partir de ahora. Dicho y hecho, con sus pezuñas escala desde mis botas, yo zarandeo la pierna persistente y con una cara de malas pulgas, no quiero golpearle pero a este paso me veré obligada.
Bufo enrabietada, no tengo puesta la protección de mis rodillas, las dejé junto a la fogata y que clave las pezuñas en mis carnes no me supone un buen sabor de boca, intento agacharme y quitármelo de encima más cual hurón sabiondo se hunde en la oquedad de entre mis muslos, llegando a mis nalgas, rodeando mi cintura y volviendo a bajar. ¡Demonios! Un elfo de cabellera larga y flamante lo reclama, ¡pues que se lo lleve! ─ ¿Cuidado? ─ Rechisté a regañadientes, hay algún que otro arañazo visible más curarán en cuestión de días, lo importante es cogerlo a tiempo antes de que por descuido, profundice en la herida principal. ─ ¡Elfo, haz algo! ─ Le reclamé hecha una furia, cual vorágine incontenible y apunto de eclosionar. Con las dos palmas abiertas sujeto el rabo del animal, que maúlla enfurruñado antes de darme con sus zarpas y volverse a soltar. Me rindo, alzo las manos por encima de mi pecho, que juegue donde le plazca hasta que se desquite o caiga por cansancio.
El diminuto animal percibe el malestar que rodea mi silueta moteada debido a la nieve que desciende de las ramas venideras y altas del árbol donde descanso, o más bien donde me hielo. Con mesura paso mis manos alrededor de su cuerpecito, llevándolo a mis pechos donde hallará un mínimo de calor. Guardamos silencio, porque en el silencio hallo respuestas y más palabras que en un diccionario, porque una mirada lo dice todo y a su vez no dice nada, porque... Para que mentirnos, ¿con quien voy a charlar, con la ardilla? Alzo ambas comisuras hasta crear una sonrisa con forma de media luna, irónica y encogiendo los hombros ante las estupideces que transitan por mi cabeza entumecida. De pronto, sacado de un cuento de fábula, de las extensas y altas cordilleras de Terramar, allí donde habita la magia y la conmoción de explorar nuevos paisajes y hallar incógnitas a través de lagos subterráneos, de entre dichas fantasías aparece un ser cobrizo y de tamaño mediano, con un temperamento que me asombra, tanto a mi como a mi compañera de viaje.
─ Ni se te ocurra... ─ Le advertí con una mirada tirana y las palmas hechas un puño. Frunzo el ceño y el latir de mi corazón se palpa en mis sienes. Sea lo que sea eso, se agazapa con una socarronería revistiendo sus avellanadas cuencas, intenta cazarme a mi o a la ardilla, el caso, es que como se atreva, que se atrevió sacará de mi interior todo ese calor que mantenía extinto. Así pues la sangre vuelve a arderme tanto, tantísimo que mi cuerpo le da la bienvenida a la adrenalina que de paso, también deambula por mi organismo. Entre ellos dos, el gato y el "ratón" originan una persecución que va desde mi regazo hasta los alrededores del árbol. ─ ¡Quieto! ─ Le ordené, gritándole tenue y sin rabia o impotencia de por medio, pues tras afianzarme a mis ancestros y a la fuerza que me transmiten, me alzo hasta erguirme, ignorando el dolor de la tajada en mi muslo o el frío que abraza a mis huesos, imponiendo sus propias leyes, como moverme lentamente y que el aire me falte, produciéndome una fatiga horrible.
Aspiro destemplada las veces que hagan falta hasta que angustiada por lo que acontecerá si sigo sin moverme comienzo a perseguirlos también, una voz emerge desde las arboledas lejanas más la ignoro totalmente. ─ ¡Que te quedes quieto he dicho, bicho! ─ Esto de reanimarme en cuestión de segundos ha sido difícil, a trotes principalmente perezosos hasta que avanzo con una especie de carrerilla aferro el pellejo del cazador, alzándolo hasta llevármelo al rostro. ─ Malo, gato malo. ─ Porque es a lo que más se asemeja, lo suelto, por si intenta atacarme esta vez a mi ya que la ardilla no está a su disposición a partir de ahora. Dicho y hecho, con sus pezuñas escala desde mis botas, yo zarandeo la pierna persistente y con una cara de malas pulgas, no quiero golpearle pero a este paso me veré obligada.
Bufo enrabietada, no tengo puesta la protección de mis rodillas, las dejé junto a la fogata y que clave las pezuñas en mis carnes no me supone un buen sabor de boca, intento agacharme y quitármelo de encima más cual hurón sabiondo se hunde en la oquedad de entre mis muslos, llegando a mis nalgas, rodeando mi cintura y volviendo a bajar. ¡Demonios! Un elfo de cabellera larga y flamante lo reclama, ¡pues que se lo lleve! ─ ¿Cuidado? ─ Rechisté a regañadientes, hay algún que otro arañazo visible más curarán en cuestión de días, lo importante es cogerlo a tiempo antes de que por descuido, profundice en la herida principal. ─ ¡Elfo, haz algo! ─ Le reclamé hecha una furia, cual vorágine incontenible y apunto de eclosionar. Con las dos palmas abiertas sujeto el rabo del animal, que maúlla enfurruñado antes de darme con sus zarpas y volverse a soltar. Me rindo, alzo las manos por encima de mi pecho, que juegue donde le plazca hasta que se desquite o caiga por cansancio.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
El bardo se quedó perplejo en un instante. Sus facciones mostraron claramente, y por mas tiempo del que el mismo hubiera visto en muchos inviernos, un profundo estupor, al contemplar como el pequeño felino de ojos turquesas había generado semejante trifulca con la muchacha en lo que el tardaba en cruzar el claro hasta la misma.
Contuvo, con mucho esfuerzo, las ganas de reírse por lo cómico de la situación, y porque no, por lo enojada que se veía la joven ante las peripecias de aquella criatura que aun no llegaba al año.
Iltharion observó un instante como su felino amigo trepaba por las extremidades de la muchacha sumamente entretenido con ese juego, para el tan conocido, y cuyas marcas se hallaban en sus piernas, ocultas ahora por un pantalón de cuero, y unas botas de montar, ambas prendas portaban también las cicatrices de las uñas de la pequeña bestia.
Se dejó caer de rodillas, con la nieve crujiendo bajo su peso, y ese gesto que habría podido parecer brusco, de algún modo se veía fluido y completamente armónico, al igual que los anteriores y consiguientes movimientos de aquel sujeto, había una gracia natural en la forma en la que movía cada parte de su cuerpo. Alargó la mano, tomando diestramente a la bestia del pescuezo, de ese punto especifico en la nuca de los felinos que hace que parezca que poseen un mecanismo que los apaga. Se mantuvo quieto unos segundos, esperando que sucediera esa magia. El aski guardo las uñas inmediatamente, y doblo las patas, haciéndose una bolita inmóvil que el bardo sostuvo en alto sin mayor problema. No era muy grande, y por ende, tampoco muy pesado.
-Lo siento.-La voz grave y melodiosa del bardo se hizo presente una vez mas, esta vez con suma calma, y un toque genuino en su voz, que dotaba cada palabra de la sensación de provenir desde lo mas profundo el alma. El propio orador no se preocupó en preguntarse si era verdad o no, simplemente lo parecía, y ya era mas costumbre que sentimiento parte de ese actuar que nunca lo abandonaba.
Mientras se disculpaba la observó una vez mas, poniéndose en pie. En esta ocasión con la expresión torva y el ceño levemente fruncido.
-Espero sepa disculpar mi pésima interrupción, y aun mas mi intromisión hacia asuntos que no me conciernen, pero se halla ud. herid y yo soy medico, o por lo menos lo intento.- El trovador abrió un poco la capa de viaje, y metió en un bolsillo interno de considerable tamaño el pequeño Aski, que no tardó en asomar la cabeza por los pliegues de la misma aun y cuando el bardo la había cerrado ya para protegerse del frío.
-Puede considerarlo como un pago por las molestias causadas por mi compañero si gusta, el caso es, que quisiera revisar su herida, si me permite.-Prosiguió, con la mirada bailando entre la muchacha con el rostro lleno de nieve, y el núcleo de su conversación, tratando de analizar a simple vista tanto la profundidad como el origen de semejante corte, y haciendo inventario mental de todo lo que llevaba en el morral, que no era poco.
Contuvo, con mucho esfuerzo, las ganas de reírse por lo cómico de la situación, y porque no, por lo enojada que se veía la joven ante las peripecias de aquella criatura que aun no llegaba al año.
Iltharion observó un instante como su felino amigo trepaba por las extremidades de la muchacha sumamente entretenido con ese juego, para el tan conocido, y cuyas marcas se hallaban en sus piernas, ocultas ahora por un pantalón de cuero, y unas botas de montar, ambas prendas portaban también las cicatrices de las uñas de la pequeña bestia.
Se dejó caer de rodillas, con la nieve crujiendo bajo su peso, y ese gesto que habría podido parecer brusco, de algún modo se veía fluido y completamente armónico, al igual que los anteriores y consiguientes movimientos de aquel sujeto, había una gracia natural en la forma en la que movía cada parte de su cuerpo. Alargó la mano, tomando diestramente a la bestia del pescuezo, de ese punto especifico en la nuca de los felinos que hace que parezca que poseen un mecanismo que los apaga. Se mantuvo quieto unos segundos, esperando que sucediera esa magia. El aski guardo las uñas inmediatamente, y doblo las patas, haciéndose una bolita inmóvil que el bardo sostuvo en alto sin mayor problema. No era muy grande, y por ende, tampoco muy pesado.
-Lo siento.-La voz grave y melodiosa del bardo se hizo presente una vez mas, esta vez con suma calma, y un toque genuino en su voz, que dotaba cada palabra de la sensación de provenir desde lo mas profundo el alma. El propio orador no se preocupó en preguntarse si era verdad o no, simplemente lo parecía, y ya era mas costumbre que sentimiento parte de ese actuar que nunca lo abandonaba.
Mientras se disculpaba la observó una vez mas, poniéndose en pie. En esta ocasión con la expresión torva y el ceño levemente fruncido.
-Espero sepa disculpar mi pésima interrupción, y aun mas mi intromisión hacia asuntos que no me conciernen, pero se halla ud. herid y yo soy medico, o por lo menos lo intento.- El trovador abrió un poco la capa de viaje, y metió en un bolsillo interno de considerable tamaño el pequeño Aski, que no tardó en asomar la cabeza por los pliegues de la misma aun y cuando el bardo la había cerrado ya para protegerse del frío.
-Puede considerarlo como un pago por las molestias causadas por mi compañero si gusta, el caso es, que quisiera revisar su herida, si me permite.-Prosiguió, con la mirada bailando entre la muchacha con el rostro lleno de nieve, y el núcleo de su conversación, tratando de analizar a simple vista tanto la profundidad como el origen de semejante corte, y haciendo inventario mental de todo lo que llevaba en el morral, que no era poco.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Mis dedos, ni tan largos ni tan delgados se entreabren y dejan que el aire del ambiente transite alrededor de cada uno de ellos, atezados y alzados a la altura de mis pechos, en mi semblante taciturno donde mis labios se moldean hasta crear una línea recta, insípida y sin rastros de aquella sonrisa torcida aguardo a que el elfo se acerque lo suficiente como para tener la oportunidad de escudriñar a través de sus cuencas, lisas y con un tono atrayente, en ellos por más que avance no encuentro toques malévolos, más como siempre se ha dicho, las apariencias engañan. La línea recta en mis labios se deforma, rebasando cualquier posible intento de contener mi ingenio, en el inferior clavo ambos colmillos cuando el animal vuelve a rodear mis costados, proporcionándome un cosquilleo que coacciona mi nivel de firmeza. Ladeo el cuello y desde los laterales de mi cintura emergen todo tipo de escalofríos, erizan mi vello corporal y a pesar de la temporada gélida, noto la nuca húmeda.
Le miro de cerca, como se aprecia a la esperanza en un momento decisivo, no me apetece retenerlo más de la cuenta y mucho menos, tenerlo a mi vera con esa apariencia que me atormenta y me arrastra a un pasado que por más que desee olvidar, vuelve desde mis pesadillas. La garganta me duele al carraspear, está seca y las paredes inflamadas, debería haber vuelto al calor del fuego cuando la oportunidad afloró, sin contratiempos. ─ Tan sólo quítalo. ─ En mi voz no se aprecia el matiz aterciopelado que tan bien me caracteriza, sólo un vacío desconcertante y sin pistas las cuales explotar. Con técnica, profesionalidad o simplemente costumbre sujeta al animal cobrizo por el pellejo, tranquilizándolo en cuestión de segundos, instantáneo y sin hacerle daño.
─ Menudo temperamento. ─ Le manifiesto, me duró un instante la sensación de alivio pues nada más dar dos pasos hacia adelante, en busca de la cercanía del elfo el crujir de mis huesos me alerta de que me quede quieta, ponga en marcha la estufa en mis adentros y cuando la circulación esté en su tempo, siga con mi camino. Porque ahora mismo me identifico como una herida abierta que por capricho, no ceso de tocar hasta que el dolor apremie a mi sistema, devolviéndome al menos un mínimo de control hacia mi cuerpo, mío, y de nadie más. Ni del frío, ni de las cicatrices ni de cualquier encuentro inédito. Con un tono de culpabilidad y esas facciones que tan bien conozco y echo en falta se disculpa, si fuese otra raza ya estaría huyendo de los altercados que le traería, todos violentos. No obstante y a pesar de que el pasado siga pegado a mis talones, si se trata de mi propia raza puedo hacer el esfuerzo, apreciando a algunos más que a otros.
Con que médico, cruzo los brazos sobre mis voluminosos pechos, apretándolos hasta que el aire lo voy expidiendo por la boca en un aliento friolero que deja a su paso un vaho transparente. Me vendría bien, está claro, mis hierbas medicinales son escasas y con las suyas al menos podría reincorporarme mañana a los senderos del bosque en busca de alimento y nutrirme lo justo. El caso, ¿debería asentir y darle la bienvenida a mi guarida? Mis pupilas cavilan de un lado hacia otro, reflexionando de que lo que podría ser bueno y de lo que podría ser malo. Prefiero arriesgarme, principalmente porque no llevo las dagas encima y el material para defenderme sigue junto a la hoguera. Bramo resuelta antes de originar un meneo de cabeza, dejando que mis hebras sean mecidas por la brisa de la noche mientras prosigo a internarme en el bosque. Antes de perderme a través de los arbustos mustios y sin verde que los cubran, perfilo al hombre de melena larga y flamante de mala manera, instándole que me siga sin exponer la idea.
No tardamos mucho en llegar junto al fuego, por dentro sigo maldiciendo a mis ancestros y al picor que ahora sí, penetra en mi dos piernas por las rozaduras del bicho travieso, ya le vale, estará calentito gracias a su dueño y mientras, nosotros, muertos de frío y con una incomodidad retorcida jugando con nuestra desconfianza. Intento ir lo más recta posible, sin siquiera darle la apariencia de que me está costando caminar, eso jamás. Al llegar el fuego no ha aminorado y no hará falta de momento otra ronda de troncos para caldearlo, las dos pieles están cubiertas de nieve así que me agacho, las sujeto y en un movimiento áspero las sacudo. Una la coloco a ras del terreno albino, la otra la coloco a un lado, que sería para taparme aunque al final si el elfo decide quedarse más de la cuenta, se la ofreceré si realiza un buen trabajo en cuanto a mis heridas.
─ Tu nombre. ─ Debería haber más, que lo hay, pero antes me dejo caer sobre una de las pieles, de esta forma mi trasero no se congelará más de la cuenta. Desde mi posición la silueta de mi cuerpo es perfilada a contraluz con un languidecido tinte anaranjado, las llamas. ─ ¿Cual es tu nombre? ─ Las dos dagas las llevo con parsimonia e inclusive, indiferencia a sus respectivos lugares en el cinturón, la bolsa con lo indispensable también está a mi lado, recelosa y sin ganas de moverme por si las moscas. Así pues, desde abajo puesto que él todavía sigue de pie, doy golpecitos con la palma de mi mano en la izquierda, sobre la misma piel, ofreciéndole un lugar donde resguardarse y poco más. ─ Acepto esas hierbas medicinales, las mías no darán para hacer un trabajo al menos, eficiente. ─ Le contesté, brusca y sin intención de ocultar mis intenciones. Las tiras de cuero que caen sobre mis muslos las voy apartando, enseñándolos sin pudores y con el corazón aún bajo control. ─ Comencemos por la más grande, he parado la hemorragia pero se infectará más temprano que tarde. ─ Con el dedo índice le hago un tour, primero en las rojeces que su amiguito dejó, las cicatrices no vienen a cuento así que las ignoro y con cierta impaciencia, me detengo en la de mayor magnitud, está hinchada y la carne detenta una tonalidad encarnada y jugosa.
Elevo el mentón, persiguiéndolo con la mirada cual cordero ahuyentado por mis acciones, debería estarlo. Estoy ofuscada, tengo frío, siento dolor y para colmo, me ha visto el rostro, no muchos tienen esa fortuna y viven para contarlo. Que hablando de eso, en un acto rápido llevo mi mano a una de las orejas, sigue ahí, suspiro, mitigando mi preocupación de perder el pendiente de mi progenitora.
Le miro de cerca, como se aprecia a la esperanza en un momento decisivo, no me apetece retenerlo más de la cuenta y mucho menos, tenerlo a mi vera con esa apariencia que me atormenta y me arrastra a un pasado que por más que desee olvidar, vuelve desde mis pesadillas. La garganta me duele al carraspear, está seca y las paredes inflamadas, debería haber vuelto al calor del fuego cuando la oportunidad afloró, sin contratiempos. ─ Tan sólo quítalo. ─ En mi voz no se aprecia el matiz aterciopelado que tan bien me caracteriza, sólo un vacío desconcertante y sin pistas las cuales explotar. Con técnica, profesionalidad o simplemente costumbre sujeta al animal cobrizo por el pellejo, tranquilizándolo en cuestión de segundos, instantáneo y sin hacerle daño.
─ Menudo temperamento. ─ Le manifiesto, me duró un instante la sensación de alivio pues nada más dar dos pasos hacia adelante, en busca de la cercanía del elfo el crujir de mis huesos me alerta de que me quede quieta, ponga en marcha la estufa en mis adentros y cuando la circulación esté en su tempo, siga con mi camino. Porque ahora mismo me identifico como una herida abierta que por capricho, no ceso de tocar hasta que el dolor apremie a mi sistema, devolviéndome al menos un mínimo de control hacia mi cuerpo, mío, y de nadie más. Ni del frío, ni de las cicatrices ni de cualquier encuentro inédito. Con un tono de culpabilidad y esas facciones que tan bien conozco y echo en falta se disculpa, si fuese otra raza ya estaría huyendo de los altercados que le traería, todos violentos. No obstante y a pesar de que el pasado siga pegado a mis talones, si se trata de mi propia raza puedo hacer el esfuerzo, apreciando a algunos más que a otros.
Con que médico, cruzo los brazos sobre mis voluminosos pechos, apretándolos hasta que el aire lo voy expidiendo por la boca en un aliento friolero que deja a su paso un vaho transparente. Me vendría bien, está claro, mis hierbas medicinales son escasas y con las suyas al menos podría reincorporarme mañana a los senderos del bosque en busca de alimento y nutrirme lo justo. El caso, ¿debería asentir y darle la bienvenida a mi guarida? Mis pupilas cavilan de un lado hacia otro, reflexionando de que lo que podría ser bueno y de lo que podría ser malo. Prefiero arriesgarme, principalmente porque no llevo las dagas encima y el material para defenderme sigue junto a la hoguera. Bramo resuelta antes de originar un meneo de cabeza, dejando que mis hebras sean mecidas por la brisa de la noche mientras prosigo a internarme en el bosque. Antes de perderme a través de los arbustos mustios y sin verde que los cubran, perfilo al hombre de melena larga y flamante de mala manera, instándole que me siga sin exponer la idea.
No tardamos mucho en llegar junto al fuego, por dentro sigo maldiciendo a mis ancestros y al picor que ahora sí, penetra en mi dos piernas por las rozaduras del bicho travieso, ya le vale, estará calentito gracias a su dueño y mientras, nosotros, muertos de frío y con una incomodidad retorcida jugando con nuestra desconfianza. Intento ir lo más recta posible, sin siquiera darle la apariencia de que me está costando caminar, eso jamás. Al llegar el fuego no ha aminorado y no hará falta de momento otra ronda de troncos para caldearlo, las dos pieles están cubiertas de nieve así que me agacho, las sujeto y en un movimiento áspero las sacudo. Una la coloco a ras del terreno albino, la otra la coloco a un lado, que sería para taparme aunque al final si el elfo decide quedarse más de la cuenta, se la ofreceré si realiza un buen trabajo en cuanto a mis heridas.
─ Tu nombre. ─ Debería haber más, que lo hay, pero antes me dejo caer sobre una de las pieles, de esta forma mi trasero no se congelará más de la cuenta. Desde mi posición la silueta de mi cuerpo es perfilada a contraluz con un languidecido tinte anaranjado, las llamas. ─ ¿Cual es tu nombre? ─ Las dos dagas las llevo con parsimonia e inclusive, indiferencia a sus respectivos lugares en el cinturón, la bolsa con lo indispensable también está a mi lado, recelosa y sin ganas de moverme por si las moscas. Así pues, desde abajo puesto que él todavía sigue de pie, doy golpecitos con la palma de mi mano en la izquierda, sobre la misma piel, ofreciéndole un lugar donde resguardarse y poco más. ─ Acepto esas hierbas medicinales, las mías no darán para hacer un trabajo al menos, eficiente. ─ Le contesté, brusca y sin intención de ocultar mis intenciones. Las tiras de cuero que caen sobre mis muslos las voy apartando, enseñándolos sin pudores y con el corazón aún bajo control. ─ Comencemos por la más grande, he parado la hemorragia pero se infectará más temprano que tarde. ─ Con el dedo índice le hago un tour, primero en las rojeces que su amiguito dejó, las cicatrices no vienen a cuento así que las ignoro y con cierta impaciencia, me detengo en la de mayor magnitud, está hinchada y la carne detenta una tonalidad encarnada y jugosa.
Elevo el mentón, persiguiéndolo con la mirada cual cordero ahuyentado por mis acciones, debería estarlo. Estoy ofuscada, tengo frío, siento dolor y para colmo, me ha visto el rostro, no muchos tienen esa fortuna y viven para contarlo. Que hablando de eso, en un acto rápido llevo mi mano a una de las orejas, sigue ahí, suspiro, mitigando mi preocupación de perder el pendiente de mi progenitora.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
"Menudo temperamento" ese comentario bailo unos instantes por la mente del bardo, quien si hubiera poseído más confianza y un ambiente mas relajado quizás hubiera verbalizado sus pensamientos, que esa frase tanto podía referirse a la cría de aski como a aquella quien la pronunciaba. Pero no eran viejos amigos, ni se hallaban con confortable calidez en un rincón de una taberna, eran un par de extraños en medio de la nieve, parados en un mágico paisaje que así como bello, los helaba peligrosamente hasta los huesos, y por eso, su rostro no se movió en lo más mínimo, como si aquel pensamiento no hubiera existido.
Iltharion contemplo el baile de su mirada mientras aguardaba la respuesta, el baile de la duda, de sopesar las circunstancias, pero no se apuró en lo mas mínimo, permitiendole el tiempo, sería el clima y el propio dolor quien la azuzara, de eso no le cabía la menor duda.
El trovador se acomodó el abrigo entonces, dio una vuelta más a su bufanda de lana, y escondió uno de sus brazos dentro de la capa de viaje, para contener el calor todo lo que pudiera durante el viaje. No sabía si iban lejos o cerca, pero tampoco le importaba, tenía con el todas sus pertenencias que eran escasas, su morral con sus cosas, su ropa, su abrigo, y el laúd oculto casi por completo por este ultimo que repiqueteaba de forma sorda contra su espalda a cada paso.
El hijo de los bosques observaba con rostro pensativo a la muchacha que lo guiaba por el bosque, lejos del claro, del lago, y de ese instante mágico de la naturaleza. No cojeaba pese a que la herida no tenía buen aspecto. Orgullo o precaución, pensó el trovador, quien se decantó por un poco de ambas, si no no habría otro motivo por hacer semejante esfuerzo. Por otro lado el silencio hablaba por si sola, lo que le hacía sopesar entre soledad y desconfianza, quizás un poco de ambas también. La ropa y el escaso contacto no le había permitido adivinar nada mas respecto a la muchacha, pero esperaba que el lugar al que se dirigían arrojara algo de luz sobre la silenciosa y arisca muchacha.
El crepitar del fuego advirtió el campamento antes de dejar los últimos arbustos que lo ocultaban detrás. Iltharion paso su mirada de forma minuciosa y veloz sobre el lugar, buscando algo que le indicase mas gente, cierta permanencia, algún oficio o que le despertara alguna alerta. Se encontró algo mucho mas humilde de lo que hubiera esperado, y la intriga dejó de rondar sobre que era esa joven, para posarse en el quien, y no un quien de nombre.
De cualquier modo, y dejando atrás las cavilaciones, el trovador se acercó al fuego, y se abrió la capa de viaje. Sus ropas de abrigo eran simples y tenían bastante tiempo, pero estaban cuidadas como todas las cosas de aquellos que no poseen mucho, y todavía lo mantenían caliente.
Sin esperar, y por el ansia del tiempo sin cumplir ese vicio, metió la mano en el morral y sacó una cajeta de madera labrada, aun mas anciana que el resto de cosa que llevaba, quizás de la misma edad que el elfo que la sostenía, y sacó de su interior un pequeño cilindro vegetal. Guardó el recipiente y apoyó un extremo sobre las brasas, inclinándose con la misma gracia con la que se movía, como si el hecho de que alguno de sus movimientos fuera torpe fuera en contra de las leyes de la naturaleza.
Con uno de los extremos encendidos, colocó el otro en sus labios, e inspiro con profundidad, como si le fuera la vida en ello. Fue por eso que no respondió la primera vez a la exigencia de la muchacha.-Iltharion.-Le dedicó una ligera sonrisa de disculpas, pues nada adornaba su nombre, no había un clan que nombrar, porque ya no pertenecía a ninguno.-Iltharion Dur'Falas.-Exhaló una espesa humareda con un intenso olor a menta, y tomó asiento en el lugar de la piel que le ofrecía la muchacha.
El hijo de los bosques se sentó con las piernas cruzadas, girado hacia la joven y cuidando de mantener las botas fuera de la piel. Bajó la mirada hacia la herida una vez mas, y solo la desvió momentáneamente hacia los ojos de su interlocutora cuando esta hablaba.-Por lo menos es sincera.-Le concedió.
Sin esperar mas tiempo se saco los guantes y los dejó en un costado, se frotó las manos entre si, para asegurarse de que no estuvieran frías, y luego las extendió despacio hacia la pierna herida. Apoyó la palma de una de las manos en el gemelo, y con el indice y el pulgar presionó con firmeza para asegurar que no moviera la extremidad antes de empezar el examen.
-Cuando un corte se hincha es que esta infectado.-Explicó el bardo, ignorando las cicatrices deliberadamente como si fuera ciego, o fueran tan normales en su piel que no valiera la pena el hecho de detenerse en ellas. Si su mente creaba incógnitas que giraban entorno a ello, no lo mostraba su rostro.-¿Que tan bien tolera el dolor?.-Con esa pregunta apartó sus manos de la pierna de la joven.
El bardo colocó su morral entre las piernas, y desató algunas de las bolsa de su cinto. Extendió en una esquina de la piel, entre ambos, un pedazo de tela, y empezó a acomodar allí todo el material que pudiera llegar a necesitar.
Un pequeño manojo de hojas de barrimoth, un par de girofles que sacó de una bolsita pequeña de lino, y un tarro con miel, todo eso con un mortero de piedra de pequeño tamaño. Luego un par de paños de lino de hebras finas y poco prietas, y unas vendas. No era un material muy sofisticado, pero era efectivo, y los materiales de diversas latitudes habrían sido caros de conseguir en un mismo mercado, e imposible de cosechar todos en una misma región.
Para deshacerse de inconvenientes el bardo se desprendió de la bufanda, con la que hizo una especie de canasto. dejó allí dentro los guantes, aun tibios, y sacó de su bolsillo interior el aski completamente dormido, como si estuviera acostumbrado a viajar de aquel modo. Sin siquiera despertarse cambio de un lecho a otro.
-¿Puedo saber cual es tu nombre?.-Preguntó el trovador, desatando la correa que sostenía el laúd pegado a su cuerpo, y colocandolo cerca de su mascota, pesimo guardían de sus pertenencias.
Esperando una respuesta, el bardo colocó el barrimoth en el mortero y empezo a procesarlo.
Iltharion contemplo el baile de su mirada mientras aguardaba la respuesta, el baile de la duda, de sopesar las circunstancias, pero no se apuró en lo mas mínimo, permitiendole el tiempo, sería el clima y el propio dolor quien la azuzara, de eso no le cabía la menor duda.
El trovador se acomodó el abrigo entonces, dio una vuelta más a su bufanda de lana, y escondió uno de sus brazos dentro de la capa de viaje, para contener el calor todo lo que pudiera durante el viaje. No sabía si iban lejos o cerca, pero tampoco le importaba, tenía con el todas sus pertenencias que eran escasas, su morral con sus cosas, su ropa, su abrigo, y el laúd oculto casi por completo por este ultimo que repiqueteaba de forma sorda contra su espalda a cada paso.
El hijo de los bosques observaba con rostro pensativo a la muchacha que lo guiaba por el bosque, lejos del claro, del lago, y de ese instante mágico de la naturaleza. No cojeaba pese a que la herida no tenía buen aspecto. Orgullo o precaución, pensó el trovador, quien se decantó por un poco de ambas, si no no habría otro motivo por hacer semejante esfuerzo. Por otro lado el silencio hablaba por si sola, lo que le hacía sopesar entre soledad y desconfianza, quizás un poco de ambas también. La ropa y el escaso contacto no le había permitido adivinar nada mas respecto a la muchacha, pero esperaba que el lugar al que se dirigían arrojara algo de luz sobre la silenciosa y arisca muchacha.
El crepitar del fuego advirtió el campamento antes de dejar los últimos arbustos que lo ocultaban detrás. Iltharion paso su mirada de forma minuciosa y veloz sobre el lugar, buscando algo que le indicase mas gente, cierta permanencia, algún oficio o que le despertara alguna alerta. Se encontró algo mucho mas humilde de lo que hubiera esperado, y la intriga dejó de rondar sobre que era esa joven, para posarse en el quien, y no un quien de nombre.
De cualquier modo, y dejando atrás las cavilaciones, el trovador se acercó al fuego, y se abrió la capa de viaje. Sus ropas de abrigo eran simples y tenían bastante tiempo, pero estaban cuidadas como todas las cosas de aquellos que no poseen mucho, y todavía lo mantenían caliente.
Sin esperar, y por el ansia del tiempo sin cumplir ese vicio, metió la mano en el morral y sacó una cajeta de madera labrada, aun mas anciana que el resto de cosa que llevaba, quizás de la misma edad que el elfo que la sostenía, y sacó de su interior un pequeño cilindro vegetal. Guardó el recipiente y apoyó un extremo sobre las brasas, inclinándose con la misma gracia con la que se movía, como si el hecho de que alguno de sus movimientos fuera torpe fuera en contra de las leyes de la naturaleza.
Con uno de los extremos encendidos, colocó el otro en sus labios, e inspiro con profundidad, como si le fuera la vida en ello. Fue por eso que no respondió la primera vez a la exigencia de la muchacha.-Iltharion.-Le dedicó una ligera sonrisa de disculpas, pues nada adornaba su nombre, no había un clan que nombrar, porque ya no pertenecía a ninguno.-Iltharion Dur'Falas.-Exhaló una espesa humareda con un intenso olor a menta, y tomó asiento en el lugar de la piel que le ofrecía la muchacha.
El hijo de los bosques se sentó con las piernas cruzadas, girado hacia la joven y cuidando de mantener las botas fuera de la piel. Bajó la mirada hacia la herida una vez mas, y solo la desvió momentáneamente hacia los ojos de su interlocutora cuando esta hablaba.-Por lo menos es sincera.-Le concedió.
Sin esperar mas tiempo se saco los guantes y los dejó en un costado, se frotó las manos entre si, para asegurarse de que no estuvieran frías, y luego las extendió despacio hacia la pierna herida. Apoyó la palma de una de las manos en el gemelo, y con el indice y el pulgar presionó con firmeza para asegurar que no moviera la extremidad antes de empezar el examen.
-Cuando un corte se hincha es que esta infectado.-Explicó el bardo, ignorando las cicatrices deliberadamente como si fuera ciego, o fueran tan normales en su piel que no valiera la pena el hecho de detenerse en ellas. Si su mente creaba incógnitas que giraban entorno a ello, no lo mostraba su rostro.-¿Que tan bien tolera el dolor?.-Con esa pregunta apartó sus manos de la pierna de la joven.
El bardo colocó su morral entre las piernas, y desató algunas de las bolsa de su cinto. Extendió en una esquina de la piel, entre ambos, un pedazo de tela, y empezó a acomodar allí todo el material que pudiera llegar a necesitar.
Un pequeño manojo de hojas de barrimoth, un par de girofles que sacó de una bolsita pequeña de lino, y un tarro con miel, todo eso con un mortero de piedra de pequeño tamaño. Luego un par de paños de lino de hebras finas y poco prietas, y unas vendas. No era un material muy sofisticado, pero era efectivo, y los materiales de diversas latitudes habrían sido caros de conseguir en un mismo mercado, e imposible de cosechar todos en una misma región.
Para deshacerse de inconvenientes el bardo se desprendió de la bufanda, con la que hizo una especie de canasto. dejó allí dentro los guantes, aun tibios, y sacó de su bolsillo interior el aski completamente dormido, como si estuviera acostumbrado a viajar de aquel modo. Sin siquiera despertarse cambio de un lecho a otro.
-¿Puedo saber cual es tu nombre?.-Preguntó el trovador, desatando la correa que sostenía el laúd pegado a su cuerpo, y colocandolo cerca de su mascota, pesimo guardían de sus pertenencias.
Esperando una respuesta, el bardo colocó el barrimoth en el mortero y empezo a procesarlo.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Hoy no es uno de esos días con pensamientos turbiamente placenteros, lo reconozco. Al igual que también acepto que la falta de un hombre tras varias décadas obsoleta en las tempuras del bosque me han fortalecido, a mí y a mi libido. Estiro una de mis piernas con lentitud hasta dejársela muy cerca de su visión, no me incomoda el que toque, apriete y verifique que en efecto, está infectada. Nada novedoso ni a lo que aplaudir puesto que yo también lo sabía de sobra, mis músculos se tensan entre ellos de tal forma que una parte de mi estado sentimental no me permite jugármela con destinos indeseables de los que me alejo tomando un rumbo distinto para volver a moverme y sentir una aflicción penetrar en mis adentros. Rechisto, no por sus menesteres sobre mi carne, más bien porque soy una cabezota y lo persigo con mis luceros ávida e indiscreta, sin la intención de darle un espacio en el cual maniobrar y comportarse cual profesional, con sus potingues y objetos que en mi vida había presenciado.
─ Interesante lo que llevas ahí, Iltharion. ─ Remarqué su nombre con osadía, como si mis labios lo pidieran antes de vérselas frente a un abismo, gritando por que sus últimos deseos fuesen concedidos. Tiene cuerpo de elfo, cabello de elfo y como no, un nombre que a un humano corriente seguramente le costaría horrores pronunciar correctamente. Por otra parte, una perspectiva delirante y exagerada como la mía, de este hombre, del mundo en general me hace pensar en lo compleja que soy, en el como se vuelven las cosas cuando uno es tan simplista y sin ánimos de instruirse en lo que realmente no estamos especializados, sin ese hormigueo que cruza nuestros estómagos cuando la intriga exhibe sus apuestas. ─ Siempre lo soy. Si me gusta algo lo digo, si no me gusta lo hago saber, y si directamente me ofusca... ─ Hice una pausa a propósito, alzando ambas comisuras hasta que en mi rostro se engendra una sonrisa voraz y despectiva, no hacia él, más bien hacia mí misma, que soy un caso perdido y con un hálito de quietud expectante por sobresaltar a cualquier inocente al mínimo paso en falso.
El examen de mi herida sigue su curso, no sé que le ve de bonito a un trozo de carne deteriorada y con las papeletas de saltarse unos cuantos pasos y finalizar supurando o putrefacto. Sin ascos ni repelúces, en realidad aprecio las heridas que el curso del tiempo van dejando en mi cuerpo, un mapa del tesoro con las rutas bien aventuradas marcadas hasta que el aliento me falte y el ánima se me escape para volver a renacer. Es curioso, no sé cómo puede guardar tantas cosas sobre sí mismo y bajo esa capa con dotes mágicos, ni tampoco como lo hace para dejarlo todo a mi vista, como si no le importase que de pronto algo desapareciese. Será que a pesar de su presencia previsora y calmada, tutela a un ser más instintivo y agudo. De vez en vez y sin hacer un drama de alguna que otra punzada que brota desde el trazo encarnado que contrasta a la perfección con mi tono tostado, ojeo con el rabillo del ojo al gatito dormir. Al final y por tener ese regusto llamativo acabaré perdonándole.
─ ¿Qué es? ─ Pregunté finalmente, señalándole con un cabeceo al animal que sigue durmiendo enredado en la bufanda cual infante. ─ Y no te preocupes por el dolor, haz lo que debas hacer. ─ Ya ahogaré mi frustración y rugidos con una buena botella de licor y unas cuantas horas de sueño. No sé si es que me teme o si está siendo cortés, el caso es que me pone histérica que vaya con tanto cuidado, como si fuese frágil o estuviese a punto de romperme. ─ Pues acercarte más si quieres, que no muerdo y tampoco es que vaya a ir directa a tu yugular dadas las circunstancias. ─ No concilio con esto y se lo advierto no sólo con una fugaz mirada, con la nombrada va acompañada un acercamiento más íntimo, porque poco me faltó para plantar mi pierna encima del regazo del hombre de melena larga y flamante, siendo la más oscura y codiciosa en una mente cansada y sedienta.
Refunfuño sin decoros, sin percatarme de que quizás mi forma de expresarme acabe por molestarle, ¿qué se le va a hacer? Soy así de volátil. Pregunta por mi nombre y no se lo voy a dar, más tengo un apodo por el que la mayoría me conocen. ─ Anfaüglir, Anfa también servirá. ─ Por si quiere acortar y que sea más fácil. Con todo el compartimento al aire y los instrumentos ubicados donde a él más le guste, deseo que empiece, pues cuanto antes sea, antes terminaré de sufrir, tragándome todo menos mi orgullo de guerrera.
─ Interesante lo que llevas ahí, Iltharion. ─ Remarqué su nombre con osadía, como si mis labios lo pidieran antes de vérselas frente a un abismo, gritando por que sus últimos deseos fuesen concedidos. Tiene cuerpo de elfo, cabello de elfo y como no, un nombre que a un humano corriente seguramente le costaría horrores pronunciar correctamente. Por otra parte, una perspectiva delirante y exagerada como la mía, de este hombre, del mundo en general me hace pensar en lo compleja que soy, en el como se vuelven las cosas cuando uno es tan simplista y sin ánimos de instruirse en lo que realmente no estamos especializados, sin ese hormigueo que cruza nuestros estómagos cuando la intriga exhibe sus apuestas. ─ Siempre lo soy. Si me gusta algo lo digo, si no me gusta lo hago saber, y si directamente me ofusca... ─ Hice una pausa a propósito, alzando ambas comisuras hasta que en mi rostro se engendra una sonrisa voraz y despectiva, no hacia él, más bien hacia mí misma, que soy un caso perdido y con un hálito de quietud expectante por sobresaltar a cualquier inocente al mínimo paso en falso.
El examen de mi herida sigue su curso, no sé que le ve de bonito a un trozo de carne deteriorada y con las papeletas de saltarse unos cuantos pasos y finalizar supurando o putrefacto. Sin ascos ni repelúces, en realidad aprecio las heridas que el curso del tiempo van dejando en mi cuerpo, un mapa del tesoro con las rutas bien aventuradas marcadas hasta que el aliento me falte y el ánima se me escape para volver a renacer. Es curioso, no sé cómo puede guardar tantas cosas sobre sí mismo y bajo esa capa con dotes mágicos, ni tampoco como lo hace para dejarlo todo a mi vista, como si no le importase que de pronto algo desapareciese. Será que a pesar de su presencia previsora y calmada, tutela a un ser más instintivo y agudo. De vez en vez y sin hacer un drama de alguna que otra punzada que brota desde el trazo encarnado que contrasta a la perfección con mi tono tostado, ojeo con el rabillo del ojo al gatito dormir. Al final y por tener ese regusto llamativo acabaré perdonándole.
─ ¿Qué es? ─ Pregunté finalmente, señalándole con un cabeceo al animal que sigue durmiendo enredado en la bufanda cual infante. ─ Y no te preocupes por el dolor, haz lo que debas hacer. ─ Ya ahogaré mi frustración y rugidos con una buena botella de licor y unas cuantas horas de sueño. No sé si es que me teme o si está siendo cortés, el caso es que me pone histérica que vaya con tanto cuidado, como si fuese frágil o estuviese a punto de romperme. ─ Pues acercarte más si quieres, que no muerdo y tampoco es que vaya a ir directa a tu yugular dadas las circunstancias. ─ No concilio con esto y se lo advierto no sólo con una fugaz mirada, con la nombrada va acompañada un acercamiento más íntimo, porque poco me faltó para plantar mi pierna encima del regazo del hombre de melena larga y flamante, siendo la más oscura y codiciosa en una mente cansada y sedienta.
Refunfuño sin decoros, sin percatarme de que quizás mi forma de expresarme acabe por molestarle, ¿qué se le va a hacer? Soy así de volátil. Pregunta por mi nombre y no se lo voy a dar, más tengo un apodo por el que la mayoría me conocen. ─ Anfaüglir, Anfa también servirá. ─ Por si quiere acortar y que sea más fácil. Con todo el compartimento al aire y los instrumentos ubicados donde a él más le guste, deseo que empiece, pues cuanto antes sea, antes terminaré de sufrir, tragándome todo menos mi orgullo de guerrera.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Una sonrisa ladeada se formó en los labios del bardo cuando escuchó a la oven pronunciar su nombre en ese tono, como si acabaran de proponerle alguna clase de divertido juego. Se colocó el cigarrillo de menta arrollado entre los dientes, aspirando y fumando tranquilamente sin la necesidad de moverlo de allí, en el borde de una de las comisuras de su boca.
Por lo menos poco a poco se iban aclarando las cosas. Carácter, era una palabra que habría remarcado si el elfo hubiera tenido que hacer una lista de las cosas que percibía de la compañera que el destino le había procurado esa noche de invierno, y eso, siempre era de agradecer, era siempre un reto mayor y un entretenimiento mas completo el desafió de un igual que el desasosiego y la obediencia ciega de las doncellas que habían sido educadas cual corderos y que eran llevadas como los mismos al propio matadero de las emociones de su vida.
-Es un Aski.-Levantó la mirada del mortero para posarla sobre los oscuros ojos de la muchacha.-Es autóctono de Dundarak, son moderadamente domésticos.-Su sonrisa se ensancho una vez mas, un animal completamente dócil y dependiente habría acabado rápido con su paciencia y con su interés.-Los usan como comida exótica, o los matan y rellenan con plumón para los nobles, aunque a mi me agrade mas así con su pasión por escalar a la gente.- El bardo soltó un momento el mortero para hacerle un pequeño arrumaco a la criatura, y luego volvió a su preparación.
Un pastiche verde oscuro no tardo en tomar forma, en el vertió parte de la miel y lo mezclo concienzudamente. Luego depositó el cuenco en donde minutos antes se hallaban los ingredientes y tomó uno de los girofles entre los dedos. La mano libre la llevó hacia la caña de su bota, y un cuchillo apareció de la misma, con parte del filo dentado. No hizo ademán alguno de esconder que llevaba armas ocultas, raro sería el viajero que no tuviera un medio o dos de defenderse de los asaltantes, y no le sorprendería ser el menos armado de ambos pese a que aun portaba unos cuantos cuchillos mas escondidos a la vista.
Con la parte dentada del acero empezó a rallar el girofle y dejar caer el polvo en el mortero, el cayo de la yema del pulgar, fruto de tocar y de su manejo del cuchillo, hacia que la hoja marcara su relieve pero no cortara la piel de la falange.
-No parecías especialmente entusiasmada con mi compañía.-Se excusó el elfo, riendo entre dientes ante la amenaza de que pudiera morder, algo que difícilmente le echaría para atrás si estuviera dentro de las intenciones de la joven. Aunque aquel no era su campamento, parecía tan comodo en el lugar como si en vez del invitado fuera el anfitrión. El acercamiento repentino no lo incomodó en lo mas mínimo, y por contra, tomó la pierna herida por el tobillo y se la acomodó en el regazo para trabajar en ella. Ya que la joven no parecía tener vergüenza ni recelo, no sería el quien se andara con milongas.
Con el potingue ya hecho, y la mezcla homogénea esperando en su pétreo recipiente, tomó una vez mas la pierna del gemelo, apretando esta vez con mas firmeza para que si en un reflejo, la joven trataba de lanzar un golpe, quedara sujeta en el sitio.
-Anfaüglir-Repitió el bardo, como si esa palabra le hiciera pensar en algo, mas específicamente en el significado del nombre. Su expresión, por defecto serena y jovial se contorsionó un instante con confusión, por lo extraño de que los padres de nadie le pusieran un nombre tan extraño a su prole.-Curioso nombre.-No pudo estarse de responder.
-Bien entonces, Anfaüglir, espero que no me odies demasiado. Toma aire.-Advirtió, y le clavo la mirada a los ojos hasta que la vió cumplir dicha directriz, solo entonces presionó con las yemas en los bordes donde empezaba a abultarse el hinchazón de la herida, para hacer supurar la misma. La carne sensible y deshidratada, reseca e inflamada era la misma que presionaba el icor tóxico que se había formado dentro del corte.
El trovador era consciente de que era doloroso, y también que si no sacaba todo lo posible, podía volver a formarse, por esos sus dedos se desplazaban , presionando con fuerza el hinchazón hasta devolver la carne a su volumen correspondiente, y retiraba con uno de los paños que había dejado listo, los excesos.
Durante todo el proceso los orbes del bardo bailaban entre la pierna de la muchacha y el rostro de la misma, debatiéndose entre la escasa necesidad de prestar atención en una tarea que había realizado cientos de veces, y la curiosidad de ver si esa dureza y confianza,e se orgullo que había percibido en la muchacha eran tan grandes como se había aventurado a suponer por su falta de cojera.
Si aquello había dolido, no era la peor parte, dejó el paño y los restos con la herida ya drenada, ya cercó nuevamente la mano sosteniendo la daga que había rallado los girofles, cuyo polvo salpicaba el acero. -Voy a terminar de retirar la parte infectada.-Advirtió, antes de sacar una fina capa del borde, la parte mas seca y rojiza cuyo color oscurecido daba mal augurio, y hurgando con minuciosidad en el corte raspo cualquier resto de pús que se hubiera resistido a sus apretones.
Dejó el cuchillo a un costado.
-La peor parte ya paso.-Pipeó una calada del cigarrillo que nunca se había movido de entre sus dientes, pero que de algún modo no le dificultaban en lo mas mínimo el habla.-Dime, si no es mucha intromisión. ¿Como te has hecho ese corte?.- Los cuidados que quedaban eran un poco mas dulces, y no porque estuvieran hechos con miel. Iltharion sumergió los dedos en el pastiche del cuenco de piedra y empezó a untar la herida, por dentro y por fuera con esa crema semi translucida, y de color torvo. Poco a poco el dolor remitiría, no solo porque ese cuidado era menos agresivo, si no porque uno de los componentes era un anestésico.
Por lo menos poco a poco se iban aclarando las cosas. Carácter, era una palabra que habría remarcado si el elfo hubiera tenido que hacer una lista de las cosas que percibía de la compañera que el destino le había procurado esa noche de invierno, y eso, siempre era de agradecer, era siempre un reto mayor y un entretenimiento mas completo el desafió de un igual que el desasosiego y la obediencia ciega de las doncellas que habían sido educadas cual corderos y que eran llevadas como los mismos al propio matadero de las emociones de su vida.
-Es un Aski.-Levantó la mirada del mortero para posarla sobre los oscuros ojos de la muchacha.-Es autóctono de Dundarak, son moderadamente domésticos.-Su sonrisa se ensancho una vez mas, un animal completamente dócil y dependiente habría acabado rápido con su paciencia y con su interés.-Los usan como comida exótica, o los matan y rellenan con plumón para los nobles, aunque a mi me agrade mas así con su pasión por escalar a la gente.- El bardo soltó un momento el mortero para hacerle un pequeño arrumaco a la criatura, y luego volvió a su preparación.
Un pastiche verde oscuro no tardo en tomar forma, en el vertió parte de la miel y lo mezclo concienzudamente. Luego depositó el cuenco en donde minutos antes se hallaban los ingredientes y tomó uno de los girofles entre los dedos. La mano libre la llevó hacia la caña de su bota, y un cuchillo apareció de la misma, con parte del filo dentado. No hizo ademán alguno de esconder que llevaba armas ocultas, raro sería el viajero que no tuviera un medio o dos de defenderse de los asaltantes, y no le sorprendería ser el menos armado de ambos pese a que aun portaba unos cuantos cuchillos mas escondidos a la vista.
Con la parte dentada del acero empezó a rallar el girofle y dejar caer el polvo en el mortero, el cayo de la yema del pulgar, fruto de tocar y de su manejo del cuchillo, hacia que la hoja marcara su relieve pero no cortara la piel de la falange.
-No parecías especialmente entusiasmada con mi compañía.-Se excusó el elfo, riendo entre dientes ante la amenaza de que pudiera morder, algo que difícilmente le echaría para atrás si estuviera dentro de las intenciones de la joven. Aunque aquel no era su campamento, parecía tan comodo en el lugar como si en vez del invitado fuera el anfitrión. El acercamiento repentino no lo incomodó en lo mas mínimo, y por contra, tomó la pierna herida por el tobillo y se la acomodó en el regazo para trabajar en ella. Ya que la joven no parecía tener vergüenza ni recelo, no sería el quien se andara con milongas.
Con el potingue ya hecho, y la mezcla homogénea esperando en su pétreo recipiente, tomó una vez mas la pierna del gemelo, apretando esta vez con mas firmeza para que si en un reflejo, la joven trataba de lanzar un golpe, quedara sujeta en el sitio.
-Anfaüglir-Repitió el bardo, como si esa palabra le hiciera pensar en algo, mas específicamente en el significado del nombre. Su expresión, por defecto serena y jovial se contorsionó un instante con confusión, por lo extraño de que los padres de nadie le pusieran un nombre tan extraño a su prole.-Curioso nombre.-No pudo estarse de responder.
-Bien entonces, Anfaüglir, espero que no me odies demasiado. Toma aire.-Advirtió, y le clavo la mirada a los ojos hasta que la vió cumplir dicha directriz, solo entonces presionó con las yemas en los bordes donde empezaba a abultarse el hinchazón de la herida, para hacer supurar la misma. La carne sensible y deshidratada, reseca e inflamada era la misma que presionaba el icor tóxico que se había formado dentro del corte.
El trovador era consciente de que era doloroso, y también que si no sacaba todo lo posible, podía volver a formarse, por esos sus dedos se desplazaban , presionando con fuerza el hinchazón hasta devolver la carne a su volumen correspondiente, y retiraba con uno de los paños que había dejado listo, los excesos.
Durante todo el proceso los orbes del bardo bailaban entre la pierna de la muchacha y el rostro de la misma, debatiéndose entre la escasa necesidad de prestar atención en una tarea que había realizado cientos de veces, y la curiosidad de ver si esa dureza y confianza,e se orgullo que había percibido en la muchacha eran tan grandes como se había aventurado a suponer por su falta de cojera.
Si aquello había dolido, no era la peor parte, dejó el paño y los restos con la herida ya drenada, ya cercó nuevamente la mano sosteniendo la daga que había rallado los girofles, cuyo polvo salpicaba el acero. -Voy a terminar de retirar la parte infectada.-Advirtió, antes de sacar una fina capa del borde, la parte mas seca y rojiza cuyo color oscurecido daba mal augurio, y hurgando con minuciosidad en el corte raspo cualquier resto de pús que se hubiera resistido a sus apretones.
Dejó el cuchillo a un costado.
-La peor parte ya paso.-Pipeó una calada del cigarrillo que nunca se había movido de entre sus dientes, pero que de algún modo no le dificultaban en lo mas mínimo el habla.-Dime, si no es mucha intromisión. ¿Como te has hecho ese corte?.- Los cuidados que quedaban eran un poco mas dulces, y no porque estuvieran hechos con miel. Iltharion sumergió los dedos en el pastiche del cuenco de piedra y empezó a untar la herida, por dentro y por fuera con esa crema semi translucida, y de color torvo. Poco a poco el dolor remitiría, no solo porque ese cuidado era menos agresivo, si no porque uno de los componentes era un anestésico.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Cual nube plomiza se acerca la intriga que me invade de pies a cabeza y descarga lágrimas sugestivas sobre mi paisaje sereno, nevado y con Iltharion como tendencia de última hora. Sus manos anchas ocupan gran parte de mi piel erizada y a su vez, tensada, no por sus caricias galanas o esa intención que le abarca, como si después de lo sucedido fuese una obligación ayudar a una elfa de la noche, no. Si mis músculos siguen tiesos y mi espina dorsal cruje es por la mera aclaración de que estamos en invierno, los copos descienden sobre nuestras cabezas y aquí, en medio de la nada nos hallamos, dos desconocidos secundando lo que vendría siendo los primeros pasos de una relación. ─ Me gusta, tanto el color que porta como esa faceta juguetona. ─ Le comenté, aludiendo las monstruosidades que generación tras generación de Askis habrán tenido que soportar. Al menos este ha tenido la fortuna de caer en manos bendecidas. Quizás no sea tan mala idea hacerme con uno, más no arreglará nada pues teniendo mil razones para no sentirme vacía, siempre tengo la sensación de que algo me falta, y ese "algo" no posee cuerdas vocales para alumbrar mis pesares, sacándome de esta pertinaz neblina.
Arqueo la espalda dirigiendo las cuencas a las posturas del elfo, al cuchillo que usará como utensilio y a la discreción engomada en cada uno de sus rasgos, imposibles de interpretar, al menos de momento. Con sosiego, no vaya a ser que se equivoque y le meta al mejunje del mortero lo que no es, va aplastando los ingredientes e insertando sabe dios qué, porque yo no soy médico que se diga aunque posea algunas hierbas medicinales y remedios caseros instruidos en la aldea de donde partí décadas atrás. Inevitable, ya que así lo dejé caer y decidimos los dos, la tirantez no tarda en decaer, llevándose él mismo mi pierna al regazo donde trabajará más a gusto. Por mi parte, alzo ambas posaderas con ayuda de la fuerza de mis brazos, aproximándome para que la pierna herida no esté del todo tensada mientras que la causal y contigua, la paso por detrás de su silueta.
El elfo se ríe y ciertamente, aunque en mi rostro permanezca solvente o discreto, alzo una de las comisuras, sonriendo de medio lado y con una socarronería que poco duró. ─ En general, no siento entusiasmo por la compañía de nadie. Pero si el destino se opone y lo exige, ─ con una herida antiéstetica y con la valija de las hierbas casi vacía, ─ no tengo remedio más que adaptarme. ─ Porque la irritación que me producen otras razas y las charlas despectivas matizadas en falacias y escupidas con ese matiz que les ofrezco, sencillo y servicial hacen cada encuentro eterno, lleno de intermedios desgarradores ocultos en repudios y disimulados por la gracia de mis ancestros, porque sin ellos, la mascara se me caería al terreno impío. Con la pasta espesa y la mirada de Iltharion sobre la mía, conectadas por un torrente de emociones, todas malas al menos por mi parte se decanta por llamarme, y me encanta como ese apodo de guerra sale despedido de la boca de los hombres, con tonos entre toscos y graves.
No es un nombre, aunque me encantaría que fuese ese y no Eretria, por esa misma razón abuso más del primero. Previniéndome para que coja aire, esconda las garras y trate de mantener el control, inaugura lo que vendría siendo un infierno ornamentado por el tóxico que expide mi cuerpo, veneno puro y duro. Elevo el mentón y cuando aprieta como si su alma dependiese de ello cierro los ojos, inspiro una vez más y chillo, pero no cara al público, sólo en lo íntimo de mi caja torácica, donde el corazón me martillea y bombea la sangre que me recorre hasta que un calor insoportable se hace visible. Bufo colérica a la par que ladeo el rostro lejos de la posible mirada del rojizo, mis manos, prietas como puños se hunden en la nieve, empapadas hasta que las uñas penetran a través de la suavidad nítida y llegan a la piel de mi palma, rasgándola lo suficiente como para que un dolor contraste con el otro y siga cuerda, en mis cabales y sin siquiera soltar una maldición indecorosa o la voz aguda que poseo pase a una más fastidiosa. ─ ¿Odiarte? Sí, ya lo estoy haciendo. ─ Recalqué como pude, rezongando antes de morderme la lengua cuando el cuchillo repasa la carne de mi muslo, retirando el remanente ineficaz y que no servirá en un futuro.
En cierta medida y sin decepcionarme a mi misma, no siento el peso del bochorno en mis hombros, lo he sobrellevado bélica y sin apetencia de que mi acompañante lo mencione, ha sido así y ya está. En los intervalos donde el paño retira lo nocivo yo entreabro los párpados, ojeando las facciones que engendra cuando el dolor me asedia, no parece estar riéndose, un voto a su favor y otro para mí, que aguanto a viento y marea lo que se me interponga. Las manos me arden debido a la nieve, más ni siquiera me percato puesto que estoy ardiendo, desde mis sienes cabriolan gotas de sudor que abarcan parte de mis pómulos hasta desaparecer en la piel elaborada donde permanezco recostada, porque así estoy, con la espalda arqueada y los codos a ras del terreno, me fue imposible seguir recta. Trago saliva, la garganta me duele y es de contenerme, parece ser que la parte más dolorosa, que era retirar ya cesó, actualmente se limita a frotar la masa espesa tanto por dentro como por fuera en la zona temblorosa, que entre los sudores y la ardentía no he podido eludirlo. ¿No tiene calor? Porque yo me estoy asando y eso me da a entender, que estoy como una maldita cabra. Aparto la capa que mantenía el calor de cintura hacia arriba y con un movimiento áspero arranco la armadura que cubre mi busto, dejándola a un lateral.
Nada fuera de lo normal está al descubierto, mis pechos prietos siguen bajo la tela que los cubre y que seguirá ahí, que después de la ráfaga calurosa seguramente venga una friolera. Estiro la mano en busca de mis pertenencias, sacando del interior del saco una petaca hasta arriba de un licor fuerte y que hace mella después de un rato tomándolo. Doy varios tragos largos, humectando las paredes de mi garganta y premiándome tras lo acontecido. Él tiene su cigarro de menta y yo mi petaca para ponerme hasta arriba y aumentar el ardor, que es una mala idea. ─ Acabarás conmigo antes de que yo acabe contigo. ─ Espeté malhumorada, bebiendo después. Era una frase "inofensiva" para desahogarme y que mi órgano vital no cargue con su propia destrucción. ─ Me confié demasiado para estar en un bosque que no conozco, mis expectativas me traicionaron y el error me ha costado caro. ─ Rectifico. ─ Te ha costado caro. ─ Ya no duele tanto y sea lo que sea que ha puesto, no lo conseguirá fácilmente, que espero estar equivocándome.
─ Te agradezco de corazón tus buenas acciones. ─ De la mitad de la frase hacia el final evoqué en cada vocal y letra un tono específico, para que entienda de que al menos, si quiere hacérmelo ver de esa forma no colará. ─ Y como muestra de mi agradecimiento y odio profundizado hacia tu persona, tienes fuego y licor gratuito. ─ ¿Comida? Eso no, que no tengo. Último trago largo y con un deje de muñeca, le ofrezco la petaca, que no sé si ha terminado o si está a mitad de progreso. La cuestión es que yo al menos lo requiero para sacar esa fracción social que oculto con recelo y facilitar nuestro encuentro, que si de por mi fuera y tuviese fuerzas ya estaría echándolo a patadas.
Arqueo la espalda dirigiendo las cuencas a las posturas del elfo, al cuchillo que usará como utensilio y a la discreción engomada en cada uno de sus rasgos, imposibles de interpretar, al menos de momento. Con sosiego, no vaya a ser que se equivoque y le meta al mejunje del mortero lo que no es, va aplastando los ingredientes e insertando sabe dios qué, porque yo no soy médico que se diga aunque posea algunas hierbas medicinales y remedios caseros instruidos en la aldea de donde partí décadas atrás. Inevitable, ya que así lo dejé caer y decidimos los dos, la tirantez no tarda en decaer, llevándose él mismo mi pierna al regazo donde trabajará más a gusto. Por mi parte, alzo ambas posaderas con ayuda de la fuerza de mis brazos, aproximándome para que la pierna herida no esté del todo tensada mientras que la causal y contigua, la paso por detrás de su silueta.
El elfo se ríe y ciertamente, aunque en mi rostro permanezca solvente o discreto, alzo una de las comisuras, sonriendo de medio lado y con una socarronería que poco duró. ─ En general, no siento entusiasmo por la compañía de nadie. Pero si el destino se opone y lo exige, ─ con una herida antiéstetica y con la valija de las hierbas casi vacía, ─ no tengo remedio más que adaptarme. ─ Porque la irritación que me producen otras razas y las charlas despectivas matizadas en falacias y escupidas con ese matiz que les ofrezco, sencillo y servicial hacen cada encuentro eterno, lleno de intermedios desgarradores ocultos en repudios y disimulados por la gracia de mis ancestros, porque sin ellos, la mascara se me caería al terreno impío. Con la pasta espesa y la mirada de Iltharion sobre la mía, conectadas por un torrente de emociones, todas malas al menos por mi parte se decanta por llamarme, y me encanta como ese apodo de guerra sale despedido de la boca de los hombres, con tonos entre toscos y graves.
No es un nombre, aunque me encantaría que fuese ese y no Eretria, por esa misma razón abuso más del primero. Previniéndome para que coja aire, esconda las garras y trate de mantener el control, inaugura lo que vendría siendo un infierno ornamentado por el tóxico que expide mi cuerpo, veneno puro y duro. Elevo el mentón y cuando aprieta como si su alma dependiese de ello cierro los ojos, inspiro una vez más y chillo, pero no cara al público, sólo en lo íntimo de mi caja torácica, donde el corazón me martillea y bombea la sangre que me recorre hasta que un calor insoportable se hace visible. Bufo colérica a la par que ladeo el rostro lejos de la posible mirada del rojizo, mis manos, prietas como puños se hunden en la nieve, empapadas hasta que las uñas penetran a través de la suavidad nítida y llegan a la piel de mi palma, rasgándola lo suficiente como para que un dolor contraste con el otro y siga cuerda, en mis cabales y sin siquiera soltar una maldición indecorosa o la voz aguda que poseo pase a una más fastidiosa. ─ ¿Odiarte? Sí, ya lo estoy haciendo. ─ Recalqué como pude, rezongando antes de morderme la lengua cuando el cuchillo repasa la carne de mi muslo, retirando el remanente ineficaz y que no servirá en un futuro.
En cierta medida y sin decepcionarme a mi misma, no siento el peso del bochorno en mis hombros, lo he sobrellevado bélica y sin apetencia de que mi acompañante lo mencione, ha sido así y ya está. En los intervalos donde el paño retira lo nocivo yo entreabro los párpados, ojeando las facciones que engendra cuando el dolor me asedia, no parece estar riéndose, un voto a su favor y otro para mí, que aguanto a viento y marea lo que se me interponga. Las manos me arden debido a la nieve, más ni siquiera me percato puesto que estoy ardiendo, desde mis sienes cabriolan gotas de sudor que abarcan parte de mis pómulos hasta desaparecer en la piel elaborada donde permanezco recostada, porque así estoy, con la espalda arqueada y los codos a ras del terreno, me fue imposible seguir recta. Trago saliva, la garganta me duele y es de contenerme, parece ser que la parte más dolorosa, que era retirar ya cesó, actualmente se limita a frotar la masa espesa tanto por dentro como por fuera en la zona temblorosa, que entre los sudores y la ardentía no he podido eludirlo. ¿No tiene calor? Porque yo me estoy asando y eso me da a entender, que estoy como una maldita cabra. Aparto la capa que mantenía el calor de cintura hacia arriba y con un movimiento áspero arranco la armadura que cubre mi busto, dejándola a un lateral.
Nada fuera de lo normal está al descubierto, mis pechos prietos siguen bajo la tela que los cubre y que seguirá ahí, que después de la ráfaga calurosa seguramente venga una friolera. Estiro la mano en busca de mis pertenencias, sacando del interior del saco una petaca hasta arriba de un licor fuerte y que hace mella después de un rato tomándolo. Doy varios tragos largos, humectando las paredes de mi garganta y premiándome tras lo acontecido. Él tiene su cigarro de menta y yo mi petaca para ponerme hasta arriba y aumentar el ardor, que es una mala idea. ─ Acabarás conmigo antes de que yo acabe contigo. ─ Espeté malhumorada, bebiendo después. Era una frase "inofensiva" para desahogarme y que mi órgano vital no cargue con su propia destrucción. ─ Me confié demasiado para estar en un bosque que no conozco, mis expectativas me traicionaron y el error me ha costado caro. ─ Rectifico. ─ Te ha costado caro. ─ Ya no duele tanto y sea lo que sea que ha puesto, no lo conseguirá fácilmente, que espero estar equivocándome.
─ Te agradezco de corazón tus buenas acciones. ─ De la mitad de la frase hacia el final evoqué en cada vocal y letra un tono específico, para que entienda de que al menos, si quiere hacérmelo ver de esa forma no colará. ─ Y como muestra de mi agradecimiento y odio profundizado hacia tu persona, tienes fuego y licor gratuito. ─ ¿Comida? Eso no, que no tengo. Último trago largo y con un deje de muñeca, le ofrezco la petaca, que no sé si ha terminado o si está a mitad de progreso. La cuestión es que yo al menos lo requiero para sacar esa fracción social que oculto con recelo y facilitar nuestro encuentro, que si de por mi fuera y tuviese fuerzas ya estaría echándolo a patadas.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Por el rabillo del ojo Iltharion cazó esa sonrisa esquiva, si se le podía dar semejante titulo a como una de las comisuras de los labios de la muchacha se alzaba escasamente en un gesto no desposeído de ese carácter fuerte que había demostrado la joven hasta el momento, y que su contertulio no dudaba, seguiría viendo el resto de la velada..
El bardo ya se imaginaba que se hallaba en lo cierto, aun y cuando la joven aun no le había dado la razón, como ella misma había dicho era bastante directa, y no habia velado tras ninguna pantomima que la presencia de otra persona no le era precisamente para festejar.
Dejando que la muchacha hiciera lo que quisiera con el resto de su cuerpo menos con la pierna que tenía entre manos, contempló como esta se liberaba de abrigo, y como el sudor perlaba su piel. Las infecciones a veces generaban algo de fiebre, y el desagradable momento que acababa de pasar no ayudaba a que se sintiera mejor, pero poco mas de lo que ya hacía podía hacer el hijo de sandorai al respecto. Tomó la gasa y cubrió la herida que ya se hallaba completamente cubierta y untada en ese potingue de aspecto desagradable. Luego alargó la mano y se limpió los dedos con la nieve, y por ultimo empezó a vendar la extremidad, lo justo para que la herida no se abriera al caminar, y para que la tela no rozara sus bordes aun por sanar, ni entrara por accidente polvo o tierra al ir por el bosque.
-
Cada gesto con el que la moza contenía el dolor era uno que el elfo escrutaba, como si en el pudiera ver mas que esa tensión inmensa que contenía la joven en sus entrañas, fruto del dolor de los humores venenosos que extraía concienzudamente de su pierna.
-Por poco consuelo que sea, créeme, podría ser mucho peor.-Respondió el bardo, sin mostrar un ápice de la leve sorpresa que le generaba el ver la eficiencia de la muchacha en evitar soltar un grito o maldiciones. Iltharion sería rico si en vez de pagarle por curar, lo hubieran hecho por cada maldición, grito o amenaza que había llegado a recibir mientras aplicaba sus cuidados a los pacientes. Por otro lado, si el comentario no le caía en gracia estaba el consuelo de que pensar en sus muertos distraería ligeramente la consciencia del dolor.
-He atendido a soldados que han llorado, y gritado cual recién nacidos por menos.-Comento, en un tono que no lo marcaba como bueno ni malo, simplemente una curiosidad al aire que respondía a su contexto.
Una leve sonrisa de disculpas se esbozó en el rostro del varón cuando la joven le increpó para despues darle al licor.-Dentro de unos minutos no sentirás la herida y dejarás de odiarme un poco.-Aseguró, terminando de fijar las vendas y soltandole la pierna, sin apartarla de su regazo, si ella estaba cómoda así bien, y si no que la retirara, no sería el quien apartara a una muchacha de su falda.
Una grave y breve risa entre dientes emergió de la garganta del trovador. Este se tomo un instante para si mismo, cerro los ojos, inspiró con tranquilidad, y cuando soltó el humo este salio en forma de nítidos círculos de espeso humo blanco, que giraron sobre si mismos mientras ascendían hacia el cielo, cruzados por la nieve que caía lentamente sobre ellos y se fundía sobre sus ropas y su pelo.
-¿Como sabes que no pretendo cobrarte?.-Dijo en broma, en un tono tan claro que no daba lugar a dudas ni confusiones.-Todo lo que tengo lo he cosechado yo mismo, no me ha salido mas que algo de tiempo.-Respondió esta vez algo mas serio.- Y espero no necesitar de tantas como para que esto sea una perdida, no quiero terminar tan malherido.-Su tono esta vez fue una mezcla de los dos anteriores, tranquilo y jocoso.
Otra breve risa salió con esa frase cuyo tono, cristalino, denotaba la falta de ingenuidad de la muchacha. No le faltaba razón, pocos eran los viajeros que ayudaban desinteresadamente a un extraño. En cuanto a que sacaba, el por ahora aun no lo había decidió, pero como ella siguio diciendo, tenía un fuego en el que calentarse, y encima, le ofrecían alcohol.
-Ojalá todos los que me odian fueran tan hospitalarios.-Sonrió como si acabara de acordarse de algo gracioso que solo el conocía, y probablemente así fuera. Se sacó el cigarrillo de los labios y le dió un trago largo a la petaca. Exhaló con satisfacción y se la devolvió a su dueña, ofreciéndole también esta vez una calada de su cigarrillo, que no era mas que menta seca.
-Y dime, solo por curiosidad. Ya que no tienes fé en mi buen corazón.¿Hacia donde divagan tus posibilidades?- Preguntó con la mirada nuevamente bailarina, esta vez entre la moza y los utensilios que ha usado, cuyos sobrantes guardó meticulosamente en su sitio, de modo que solo quedaran ellos dos sobre la piel que los separaba de la nieve.
El bardo ya se imaginaba que se hallaba en lo cierto, aun y cuando la joven aun no le había dado la razón, como ella misma había dicho era bastante directa, y no habia velado tras ninguna pantomima que la presencia de otra persona no le era precisamente para festejar.
Dejando que la muchacha hiciera lo que quisiera con el resto de su cuerpo menos con la pierna que tenía entre manos, contempló como esta se liberaba de abrigo, y como el sudor perlaba su piel. Las infecciones a veces generaban algo de fiebre, y el desagradable momento que acababa de pasar no ayudaba a que se sintiera mejor, pero poco mas de lo que ya hacía podía hacer el hijo de sandorai al respecto. Tomó la gasa y cubrió la herida que ya se hallaba completamente cubierta y untada en ese potingue de aspecto desagradable. Luego alargó la mano y se limpió los dedos con la nieve, y por ultimo empezó a vendar la extremidad, lo justo para que la herida no se abriera al caminar, y para que la tela no rozara sus bordes aun por sanar, ni entrara por accidente polvo o tierra al ir por el bosque.
-
Cada gesto con el que la moza contenía el dolor era uno que el elfo escrutaba, como si en el pudiera ver mas que esa tensión inmensa que contenía la joven en sus entrañas, fruto del dolor de los humores venenosos que extraía concienzudamente de su pierna.
-Por poco consuelo que sea, créeme, podría ser mucho peor.-Respondió el bardo, sin mostrar un ápice de la leve sorpresa que le generaba el ver la eficiencia de la muchacha en evitar soltar un grito o maldiciones. Iltharion sería rico si en vez de pagarle por curar, lo hubieran hecho por cada maldición, grito o amenaza que había llegado a recibir mientras aplicaba sus cuidados a los pacientes. Por otro lado, si el comentario no le caía en gracia estaba el consuelo de que pensar en sus muertos distraería ligeramente la consciencia del dolor.
-He atendido a soldados que han llorado, y gritado cual recién nacidos por menos.-Comento, en un tono que no lo marcaba como bueno ni malo, simplemente una curiosidad al aire que respondía a su contexto.
Una leve sonrisa de disculpas se esbozó en el rostro del varón cuando la joven le increpó para despues darle al licor.-Dentro de unos minutos no sentirás la herida y dejarás de odiarme un poco.-Aseguró, terminando de fijar las vendas y soltandole la pierna, sin apartarla de su regazo, si ella estaba cómoda así bien, y si no que la retirara, no sería el quien apartara a una muchacha de su falda.
Una grave y breve risa entre dientes emergió de la garganta del trovador. Este se tomo un instante para si mismo, cerro los ojos, inspiró con tranquilidad, y cuando soltó el humo este salio en forma de nítidos círculos de espeso humo blanco, que giraron sobre si mismos mientras ascendían hacia el cielo, cruzados por la nieve que caía lentamente sobre ellos y se fundía sobre sus ropas y su pelo.
-¿Como sabes que no pretendo cobrarte?.-Dijo en broma, en un tono tan claro que no daba lugar a dudas ni confusiones.-Todo lo que tengo lo he cosechado yo mismo, no me ha salido mas que algo de tiempo.-Respondió esta vez algo mas serio.- Y espero no necesitar de tantas como para que esto sea una perdida, no quiero terminar tan malherido.-Su tono esta vez fue una mezcla de los dos anteriores, tranquilo y jocoso.
Otra breve risa salió con esa frase cuyo tono, cristalino, denotaba la falta de ingenuidad de la muchacha. No le faltaba razón, pocos eran los viajeros que ayudaban desinteresadamente a un extraño. En cuanto a que sacaba, el por ahora aun no lo había decidió, pero como ella siguio diciendo, tenía un fuego en el que calentarse, y encima, le ofrecían alcohol.
-Ojalá todos los que me odian fueran tan hospitalarios.-Sonrió como si acabara de acordarse de algo gracioso que solo el conocía, y probablemente así fuera. Se sacó el cigarrillo de los labios y le dió un trago largo a la petaca. Exhaló con satisfacción y se la devolvió a su dueña, ofreciéndole también esta vez una calada de su cigarrillo, que no era mas que menta seca.
-Y dime, solo por curiosidad. Ya que no tienes fé en mi buen corazón.¿Hacia donde divagan tus posibilidades?- Preguntó con la mirada nuevamente bailarina, esta vez entre la moza y los utensilios que ha usado, cuyos sobrantes guardó meticulosamente en su sitio, de modo que solo quedaran ellos dos sobre la piel que los separaba de la nieve.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Pocas veces actúo yo con tanta eficacia o delicadeza en cuanto al trato de mis heridas, será por dicha razón que estoy marcada cual crucigrama, cada cuadrado una cicatriz nueva. Que no me supone ningún impedimento, principalmente porque odio el color que abastece mis curvas, ¿que más dará empeorarla a estas alturas? Encojo los hombros absorta en mis reflexiones ostentosas, ayudándole más que sea al levantar el muslo para facilitar el vendaje alrededor del muslo para ocultar la herida de cualquier peligro que transite por el entorno. Otra cosa novedosa por parte de Iltharion, será cosas de médicos porque por mi parte, con una tela que haya suelta para tenerla al menos "protegida" del exterior me basta, a expensas de las bacterias y jugando a muerte con la suerte cada vez que me lo propone. Finalizado el trabajo, vuelvo a descansar la pierna en su regazo, caliente y cómodo mientras sus palabras llegan a mis oídos, cual mecha bañada en pólvora y con una curiosidad que no mataría a un simple gato, daría grandes pasos para vérselas de bruces con un león, así soy yo, una fisgona sin remedio cuando algo me interesa lo suficiente.
─ No es que te crea, es que lo he vivido en mis propias carnes. Lo de hoy ha sido un descuido y por infortunio, me faltaban hierbas en la valija. ─ Que no son inacabables pero el viajar tanto y presenciar maravillas, detentan que ponga alguno asuntos en espera. ─ Mañana veré cómo me las arreglo para abastecerme. ─ No será difícil, yo no me encadeno a una vida de humo cuando tengo la oportunidad de seguirlo sin amarres que me sujeten, como el viento, y como yo hay miles de viajeros con los que me "topo" por el camino. ─ Si lloran agazapados por menos como bien dices, no merecen ser llamados soldados sino nenas. ─ Nenas repelentes que se creen inmunes hasta que un tortazo los acoge de lleno, a ver si la próxima vez va de valiente por la vida cuando rememore el dolor naufragar por su organismo y la falta de energía para aguantar con los labios firmes, sin bramar o gritar afligidos por lo que ellos mismos se buscaron, insensatos.
El aire franquea los delimitados huecos que crean mi dentadura cerrada, creando un resoplido talludo y perceptible frente a este elfo que visto lo visto, se quedará un rato más o hasta que el sueño le venza, porque desde mi perspectiva no pienso pegar ojo con un desconocido en mi guarida, quedando en desventaja e inclusive enclenque por el hambre, el cansancio aglomerado en mis brazos y piernas, la falta de sueño se me quitará en cero coma a este paso debido a que la petaca sigue a pecho, hasta el fondo y mis ganas de que se vaya y que siga aquí, acompañándome. Todo muy contradictorio, sí. ─ ¿Y cómo piensas cobrarme? ─ Le pregunté con una mirada henchida en el fulgor de las llamas coloradas y con una de las cejas alzadas, resbalando muy rápido ante sus propuestas elocuentes. ─ Fuego y alcohol. ─ Respondí yo misma. ─ Si quieres algo más tendrás que pagarme tú. ─ Y ahí voy lanzando pulla por pulla, ególatra y con réplicas teñidas en segundas. Sonrío, despegándome al elevar la pierna y quitársela de encima, por pura comodidad al cambiar la postura.
La mantengo sobre la sana en una especie de cruce, el cigarro que me ofrece me está tentando puesto que sería la primera vez. Y como soy así de atrevida lo sujeto, llevándomelo a los labios para darle una extensa y sabrosísima calada que abarrota a mis pulmones y me hace toser. ─ Si es veneno, ya estás tardando en echarte a correr. ─ Le advertí, tosiendo después. Está claro lo que es, el sabor lo delata más no pude evitar insinuarle que prefiero encender la fogata yo misma antes que morirnos de frío por su timidez a seguirme el juego, que en su caso es todo lo contrario. ─ No soy cruel con los de mi raza hasta que me tocan lo que no me tienen que tocar. ─ Con sutileza, con sutileza. Por si luego pretende seguir echándole leña al fuego y salir a duras penas al final de la fiesta, escabulléndose. ─ El caso es, que me portaré bien. No lo prometo porque sé que no lo cumpliré. ─ Tuerzo otra sonrisa, dándole una última calada antes de devolverle su invento creativo y seguir tomando de la petaca, que me gusta más el sabor y me relaja en cuestión de minutos.
─ Soy una chica mala. ─ Sugerí sin sensualidad, es un simple comentario perezoso. ─ No soy hospitalaria. ─ Le puntué de paso, aún siéndolo. Es solo uno de esos casos que se nos salen de las manos y al final, sabemos como disfrutarlo. Extenuada por las ferocidades de la noche y el momento crítico de limpiar la herida, decido acostarme. Pero el cómo es la clave. Estiro los brazos hacia arriba despejándome antes de voltearme al lado contrario y colocar la cabeza esta vez, en el regazo del elfo. El cabello no es un problema y la vergüenza tampoco. ─ Y tiendo a hacer lo que me venga en gana. ─ Ya para acabar con la sinopsis que mejor que adornarla con verdades. Bostezo, no por sueño sino por morriña, las palmas las coloco en mi abdomen plácida a la par que las piernas las entrecruzo puesto que es como más cómoda estoy. Él sigue preguntándome y sinceramente me da igual contestarle directamente o si perderme en los caminos y hacer turismo emocional, lo que vendría siendo contestarle a medias o alegorías.
─ Soy pésima juzgando, principalmente porque para mi los demás no valen nada. ─ Sinceridad, de estas que llegan y destrozan. ─ Pero si tuviese que catagorizarte. Diría que has visto una mujer moribunda, te has aprovechado de sus debilidades y me has inyectado en la herida o en el cigarro algún tipo de adormecedor y mañana cuando despierte, me veré vacía. ─ Bromeé, pero con una seriedad palpable para confundirle. ─ Hasta la ropa te llevarás para venderla. ─ Una carcajada se me escapa y en todo momento, mientras charlo voy jugando con su chiva rojiza, rodeándola con el dedo índice. ─ Qué pérfido, y dime. ¿Cuanto tardará en hacer efecto? A ver si me da tiempo a degollarte. ─ La apuesta sube, un tanto violenta pero con ese toque agudo que tan bien queda cuando yo soy la que abusa. ─ En mi caso, sería como la dama en apuros. ─ Una un tanto moderna, armada hasta los dientes y con el alcohol a modo de desestrés, que le vamos a hacer. Entre mis jueguecitos en su chiva y el aski durmiendo, nadie puede interrumpirnos y horas faltan para el amanecer, así pues, aprovechémonos de la elocuencia hasta encontrar el símil perfecto de las idealizaciones que tengo yo de él o él de mi.
─ No es que te crea, es que lo he vivido en mis propias carnes. Lo de hoy ha sido un descuido y por infortunio, me faltaban hierbas en la valija. ─ Que no son inacabables pero el viajar tanto y presenciar maravillas, detentan que ponga alguno asuntos en espera. ─ Mañana veré cómo me las arreglo para abastecerme. ─ No será difícil, yo no me encadeno a una vida de humo cuando tengo la oportunidad de seguirlo sin amarres que me sujeten, como el viento, y como yo hay miles de viajeros con los que me "topo" por el camino. ─ Si lloran agazapados por menos como bien dices, no merecen ser llamados soldados sino nenas. ─ Nenas repelentes que se creen inmunes hasta que un tortazo los acoge de lleno, a ver si la próxima vez va de valiente por la vida cuando rememore el dolor naufragar por su organismo y la falta de energía para aguantar con los labios firmes, sin bramar o gritar afligidos por lo que ellos mismos se buscaron, insensatos.
El aire franquea los delimitados huecos que crean mi dentadura cerrada, creando un resoplido talludo y perceptible frente a este elfo que visto lo visto, se quedará un rato más o hasta que el sueño le venza, porque desde mi perspectiva no pienso pegar ojo con un desconocido en mi guarida, quedando en desventaja e inclusive enclenque por el hambre, el cansancio aglomerado en mis brazos y piernas, la falta de sueño se me quitará en cero coma a este paso debido a que la petaca sigue a pecho, hasta el fondo y mis ganas de que se vaya y que siga aquí, acompañándome. Todo muy contradictorio, sí. ─ ¿Y cómo piensas cobrarme? ─ Le pregunté con una mirada henchida en el fulgor de las llamas coloradas y con una de las cejas alzadas, resbalando muy rápido ante sus propuestas elocuentes. ─ Fuego y alcohol. ─ Respondí yo misma. ─ Si quieres algo más tendrás que pagarme tú. ─ Y ahí voy lanzando pulla por pulla, ególatra y con réplicas teñidas en segundas. Sonrío, despegándome al elevar la pierna y quitársela de encima, por pura comodidad al cambiar la postura.
La mantengo sobre la sana en una especie de cruce, el cigarro que me ofrece me está tentando puesto que sería la primera vez. Y como soy así de atrevida lo sujeto, llevándomelo a los labios para darle una extensa y sabrosísima calada que abarrota a mis pulmones y me hace toser. ─ Si es veneno, ya estás tardando en echarte a correr. ─ Le advertí, tosiendo después. Está claro lo que es, el sabor lo delata más no pude evitar insinuarle que prefiero encender la fogata yo misma antes que morirnos de frío por su timidez a seguirme el juego, que en su caso es todo lo contrario. ─ No soy cruel con los de mi raza hasta que me tocan lo que no me tienen que tocar. ─ Con sutileza, con sutileza. Por si luego pretende seguir echándole leña al fuego y salir a duras penas al final de la fiesta, escabulléndose. ─ El caso es, que me portaré bien. No lo prometo porque sé que no lo cumpliré. ─ Tuerzo otra sonrisa, dándole una última calada antes de devolverle su invento creativo y seguir tomando de la petaca, que me gusta más el sabor y me relaja en cuestión de minutos.
─ Soy una chica mala. ─ Sugerí sin sensualidad, es un simple comentario perezoso. ─ No soy hospitalaria. ─ Le puntué de paso, aún siéndolo. Es solo uno de esos casos que se nos salen de las manos y al final, sabemos como disfrutarlo. Extenuada por las ferocidades de la noche y el momento crítico de limpiar la herida, decido acostarme. Pero el cómo es la clave. Estiro los brazos hacia arriba despejándome antes de voltearme al lado contrario y colocar la cabeza esta vez, en el regazo del elfo. El cabello no es un problema y la vergüenza tampoco. ─ Y tiendo a hacer lo que me venga en gana. ─ Ya para acabar con la sinopsis que mejor que adornarla con verdades. Bostezo, no por sueño sino por morriña, las palmas las coloco en mi abdomen plácida a la par que las piernas las entrecruzo puesto que es como más cómoda estoy. Él sigue preguntándome y sinceramente me da igual contestarle directamente o si perderme en los caminos y hacer turismo emocional, lo que vendría siendo contestarle a medias o alegorías.
─ Soy pésima juzgando, principalmente porque para mi los demás no valen nada. ─ Sinceridad, de estas que llegan y destrozan. ─ Pero si tuviese que catagorizarte. Diría que has visto una mujer moribunda, te has aprovechado de sus debilidades y me has inyectado en la herida o en el cigarro algún tipo de adormecedor y mañana cuando despierte, me veré vacía. ─ Bromeé, pero con una seriedad palpable para confundirle. ─ Hasta la ropa te llevarás para venderla. ─ Una carcajada se me escapa y en todo momento, mientras charlo voy jugando con su chiva rojiza, rodeándola con el dedo índice. ─ Qué pérfido, y dime. ¿Cuanto tardará en hacer efecto? A ver si me da tiempo a degollarte. ─ La apuesta sube, un tanto violenta pero con ese toque agudo que tan bien queda cuando yo soy la que abusa. ─ En mi caso, sería como la dama en apuros. ─ Una un tanto moderna, armada hasta los dientes y con el alcohol a modo de desestrés, que le vamos a hacer. Entre mis jueguecitos en su chiva y el aski durmiendo, nadie puede interrumpirnos y horas faltan para el amanecer, así pues, aprovechémonos de la elocuencia hasta encontrar el símil perfecto de las idealizaciones que tengo yo de él o él de mi.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
El ofrecimiento había sido un juego de azar de 5o, 5o y uno de los pocos en los que el bardo no se había decantado en una respuesta ni siquiera para sus adentros, a veces encontraba el placer simplemente en contemplar en aprender y en tentar de los caracteres fuertes cual se proclamaba dominante y vencedor en las situaciones que el tanto el azar como el mismo procuraban a aquellos que se cruzaban en su camino. Como no, ese interés siempre crecía mas con las mujeres, y no solo por lo obvio de que las disfrutaba con todos los sentidos y hasta con la mente, si no por el hecho de que solían ser menos simples que sus congéneres, y mas retorcidas para sus adentros.
El bardo chasqueó la lengua ante esa replica rápida y desvergonzada, que habría ruborizado a la mitad de las mujeres del continente solo de pensar en que saliera de sus labios.
-Pobre de mi tendrá que valerte mi compañía, pues no soy mas que un simple medico, bardo y viajero.-Que siempre quedaba mucho mejor que vagabundo, aunque no había grandes diferencias entre uno u otro. El y su ego, congraciados preferían sin embargo trotamundos o cualquier otro sinónimo mas clemente. Mientras decía aquello una de sus manso había terminado sobre su pecho, y con una sonrisa de pícara diversión había adoptado un tono afectado, que se notaba claramente falso por su gesto, porque por el resto resultaba impecable.
La vio toser y tomar otra vez, no como aquellos que no aprenden y por terquedad se lastiman la garganta, convirtiendo la inexperiencia en necedad, si no con esa confianza que teñía cada gesto de la muchacha del mismo modo en que la gracia lo hacía con el mismo.
-No se si sentirme halagado de que me creas tan hábil como para haber escondido un veneno en tus narices, o tan necio como para tomarme mi propio veneno.-Rió el elfo de buena gana, eta vez de forma mas fluida, de modo que su voz, comos iemrpe grave, se tornara a su vez melodiosa. Si el elfo no hubiera aprendido a cantar con esa voz habría sido un pecado. Sobre las razas, al bardo le importaba un bledo, elfos o de cualquier otra especie había congraciado y odiado a tantos de todos los bandos que habían terminado por parecerle, en esencia, lo mismo en cuando a merecer su trato se refería.
-Me dejas mucho mas tranquilo.-Respondió con ironía a esa no promesa que aseguraba lo contrario a lo que se comprometía. Recuperó su arrollado de menta y volvió a dar buena cuenta de el.
El bardo dejó que ella se acomodara entorno a el como quisiera, ya lo había hecho con la pierna, y ahora que su regazo le servía de almohada a la muchacha no hizo tampoco ademán alguno de separarla. En cambio se acomodó de esa forma.. Apoyó una de sus manos sobre la alfombra, trás la cabeza de ella, semi inclinando su cuerpo hacia un costado y ligeramente sobre la misma, relajado y cómodo como si se conocieran de toda la vida, mientras sostenía el cigarrillo de menta entre los dientes.
Que ella hacía lo que se le antojaba era mas que palpable en su actuar, sin embargo la aclaración arrancó otra sonrisa entretenida al bardo, parecía que no iba a aburrirse esa noche, y eso ya era mucho para alguien que había visto tanto. Le recordaba un poco a un gato salvaje, pero si no le gustaran los felinos no viajaría con uno.
Iltharion dejo que la muchacha se explayara, y sacara su hipótesis, que no estaba mal del todo, podría haber sido de esa clase de cretinos, pero el era de otro tipo, ni mejor ni peor, solo que prefería llevarse otra clase de cosas de las mujeres que no le pesaban tanto en el bolsillo.
-Oh si, a unas pocas millas hay un hombre que compra cualquier cosa y nunca pregunta,, y fue verte y pensar. ¡Oh! Hace mucho que no visito a Bonifació, seguro que me saco unos pocos Aeros por esa capa, y quien sabe si por las botas.- Sonrió ampliamente mientras interpretaba el papel que la muchacha le había adjudicado como antes, con la voz de un consumado actor y el juego escrito en el rostro.- Pero cuando te estaba vendando me he dado cuenta que he confundido el veneno con la anestesia, así que me he dicho ¡No tendré la capa pero al menos tengo un fuego!.-Rió brevemente de su propia broma, porque de amor propio no iba precisamente corto, y porque las caricias en el mentón y la relajada situación lo habían amansado un poco su recelo. Se convencía de que si ella se ponía violenta tenía armas a mano y que podía relajarse un poco que tampoco le haría daño.
Volviendo a si mismo, y dejando un poco el personaje, el bardo alargó la mano libre retirando un par de mechones de pelo de la frente de ella, aprovechando ese instante para jugar con uno de sus mechones cortos y castaños.-Menuda dama en apuros que podría asustar a mas de un captor.-Rió para si mismo, no solo por el empuje y el carácter de ella, si no por las cicatrices que le había observado y las dagas que portaba. Si el destino no lo quisiera, terminaban enzarzados en una pelea, iltharion no tenía pensado jugar limpio, pues sospechaba que en dicho caso su compañero tendría que buscarse un nuevo amo.
El bardo se reclinó un poco mas, y ladeó el rostro, haciendo tintinear los pendientes de su oreja, y caer la trenza medio deshecha por encima de uno de sus hombros, de ese modo cubría parcialmente a la joven de la nieve que seguía cayendo sumamente lenta, pero que había depositado sobre ambos algún que otro copo de nieve, que ahora el se entretenía en sacar del rostro y el pelo de ella, o secar con el pulgar, a riesgo de que se lo cortase o mordiera.
El bardo chasqueó la lengua ante esa replica rápida y desvergonzada, que habría ruborizado a la mitad de las mujeres del continente solo de pensar en que saliera de sus labios.
-Pobre de mi tendrá que valerte mi compañía, pues no soy mas que un simple medico, bardo y viajero.-Que siempre quedaba mucho mejor que vagabundo, aunque no había grandes diferencias entre uno u otro. El y su ego, congraciados preferían sin embargo trotamundos o cualquier otro sinónimo mas clemente. Mientras decía aquello una de sus manso había terminado sobre su pecho, y con una sonrisa de pícara diversión había adoptado un tono afectado, que se notaba claramente falso por su gesto, porque por el resto resultaba impecable.
La vio toser y tomar otra vez, no como aquellos que no aprenden y por terquedad se lastiman la garganta, convirtiendo la inexperiencia en necedad, si no con esa confianza que teñía cada gesto de la muchacha del mismo modo en que la gracia lo hacía con el mismo.
-No se si sentirme halagado de que me creas tan hábil como para haber escondido un veneno en tus narices, o tan necio como para tomarme mi propio veneno.-Rió el elfo de buena gana, eta vez de forma mas fluida, de modo que su voz, comos iemrpe grave, se tornara a su vez melodiosa. Si el elfo no hubiera aprendido a cantar con esa voz habría sido un pecado. Sobre las razas, al bardo le importaba un bledo, elfos o de cualquier otra especie había congraciado y odiado a tantos de todos los bandos que habían terminado por parecerle, en esencia, lo mismo en cuando a merecer su trato se refería.
-Me dejas mucho mas tranquilo.-Respondió con ironía a esa no promesa que aseguraba lo contrario a lo que se comprometía. Recuperó su arrollado de menta y volvió a dar buena cuenta de el.
El bardo dejó que ella se acomodara entorno a el como quisiera, ya lo había hecho con la pierna, y ahora que su regazo le servía de almohada a la muchacha no hizo tampoco ademán alguno de separarla. En cambio se acomodó de esa forma.. Apoyó una de sus manos sobre la alfombra, trás la cabeza de ella, semi inclinando su cuerpo hacia un costado y ligeramente sobre la misma, relajado y cómodo como si se conocieran de toda la vida, mientras sostenía el cigarrillo de menta entre los dientes.
Que ella hacía lo que se le antojaba era mas que palpable en su actuar, sin embargo la aclaración arrancó otra sonrisa entretenida al bardo, parecía que no iba a aburrirse esa noche, y eso ya era mucho para alguien que había visto tanto. Le recordaba un poco a un gato salvaje, pero si no le gustaran los felinos no viajaría con uno.
Iltharion dejo que la muchacha se explayara, y sacara su hipótesis, que no estaba mal del todo, podría haber sido de esa clase de cretinos, pero el era de otro tipo, ni mejor ni peor, solo que prefería llevarse otra clase de cosas de las mujeres que no le pesaban tanto en el bolsillo.
-Oh si, a unas pocas millas hay un hombre que compra cualquier cosa y nunca pregunta,, y fue verte y pensar. ¡Oh! Hace mucho que no visito a Bonifació, seguro que me saco unos pocos Aeros por esa capa, y quien sabe si por las botas.- Sonrió ampliamente mientras interpretaba el papel que la muchacha le había adjudicado como antes, con la voz de un consumado actor y el juego escrito en el rostro.- Pero cuando te estaba vendando me he dado cuenta que he confundido el veneno con la anestesia, así que me he dicho ¡No tendré la capa pero al menos tengo un fuego!.-Rió brevemente de su propia broma, porque de amor propio no iba precisamente corto, y porque las caricias en el mentón y la relajada situación lo habían amansado un poco su recelo. Se convencía de que si ella se ponía violenta tenía armas a mano y que podía relajarse un poco que tampoco le haría daño.
Volviendo a si mismo, y dejando un poco el personaje, el bardo alargó la mano libre retirando un par de mechones de pelo de la frente de ella, aprovechando ese instante para jugar con uno de sus mechones cortos y castaños.-Menuda dama en apuros que podría asustar a mas de un captor.-Rió para si mismo, no solo por el empuje y el carácter de ella, si no por las cicatrices que le había observado y las dagas que portaba. Si el destino no lo quisiera, terminaban enzarzados en una pelea, iltharion no tenía pensado jugar limpio, pues sospechaba que en dicho caso su compañero tendría que buscarse un nuevo amo.
El bardo se reclinó un poco mas, y ladeó el rostro, haciendo tintinear los pendientes de su oreja, y caer la trenza medio deshecha por encima de uno de sus hombros, de ese modo cubría parcialmente a la joven de la nieve que seguía cayendo sumamente lenta, pero que había depositado sobre ambos algún que otro copo de nieve, que ahora el se entretenía en sacar del rostro y el pelo de ella, o secar con el pulgar, a riesgo de que se lo cortase o mordiera.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
¿Qué es lo que trato de evitar tanto? Su mirada férrea e inescrutable, no por espanto sino más bien por fastidio. No importa cuanto lo intente, no logro escudriñar lo suficiente como para sacar algo válido del contacto entre nuestras miradas. Lo que me lleva al segundo punto.─ ¿Un simple bardo? ─ Reí con sorna, inflando el pecho con cada subida y desinflándolo con cada bajada. ─ Un simple "bardo" me hubiese aburrido hace rato y ya estaría sirviéndome como comida. ─ Expresé, recreando el amago de un mordisco, fiero y placentero, pues uno de ese tipo sobre la piel, abre puertas, ventanas y tejados hacia un libido insospechado, recomponiendo fantasías e ilusiones que han sido capaces de amortiguar golpes de calor e insinuaciones mortíferas. ─ Ninguno de los dos somos simples más tampoco complicados, tan sólo peculiares. ─ Extraños con dejes extraordinarios y que muchos no saben apreciar.
No le encuentro explicación a que aún esté rondando alrededor de su perilla, suave, larga y sin un exceso de cantidad. La repaso, le doy forma y cuando está como más me gusta, la estiro hacia abajo para ver cuan prolongada puede llegar a ser. Todo un experimento. Su regazo está cálido y lo noto en mis hebras castañas, el pie recién curado lo muevo de un lado a otro cuando debería seguir reposo, el caso, es que mi cuerpo me pide movimiento y yo se lo ofrezco aunque el sufrimiento arremeta. ─ Un poco de ambas. Hábil con las manos y la medicina, necio por seguirme el juego y tenerme tan de cerca. A una desconocida que se aprovecha de los hombres como tú, aunque esta vez haré una excepción. ─ Verbalicé confiada y franca, bajando los dedos que mantenía en su chiva por su cuello, dando toquecitos e imaginándome un instrumento de cuerda, cada yema presiona, surcando sus clavículas protegidas hasta arribar a sus pectorales donde planto el dorso de la muñeca y doy unos cuantos golpes suaves con el puño cerrado, llamando para que su corazón salga y me de unas cuantas explicaciones.
─ No pareces estúpido, ni tampoco descuidado. Por esa misma razón y mi condición, no me abalanzaré encima y te haré calamidades. ─ Quizá esté dejando huellas donde no debo, segundas donde deberían haber primeras más me importa un rábano como se tome mis términos. La petaca situada sobre la piel, a nuestro lado, la vuelvo a llevar a mis labios tallados y ligeramente hinchados por el frío, calentándolos tanto a ellos como a mí por dentro, le doy permiso al alcohol para que recorra mis venas y haga milagros. Como bien dice, no debería sentirse tranquilo, lo quiero inquieto y con las pilas cargadas. Que por un mero desplazamiento me analice como si de pronto mis fauces se abriesen tanto, tantísimo que irremediable, sería devorado. Así quiero que me sienta, como un animal salvaje sin normas a las que atenerse, sin pasatiempos que repetir y con pretensiones irrazonables.
Al igual que estoy cómoda, no me parece erróneo que él también busque lo mismo, inclinándose a un lado y que su larga melena caiga en cascada desde su costado más cercano, echo de menos la mía, platina y sedosa. Dejé de tocarle cuando me decanté por ansias contradictorias, más vuelvo a la carga en cuanto esa tonalidad cobriza capta mi total atención. Lo tiene recogido y desde mi punto de vista, es un desperdicio. Tenía pensado quitarle ese lazo y deshilachar sus hebras a mi antojo, aunque primero, sus palabras han de ser satisfacidas con una explicación o al menos, como mínimo con una risas. ─ ¿Un par de aeros? Por mis botas solas te llevarías un buen puño. Artesanas y de buena calidad. ─ Repliqué, abultando con aire mis pómulos y recrear un puchero que marca la indignación falsa que denoto. Desde mis adentros aflora la necesidad de reírme con ganas y soltar una estrepitosa carcajada que me revolvió las tripas y me ofreció una serie de arcadas que me hizo retorcer sobre su regazo.
─ ¿Estás seguro? Mira que me siento extraña, y no creo que sea la anestesia. ─ Mentí a medias, estoy encendida pero es por el licor, así pues, me he convertido en un huracán que está por desordenar todo lo posible, que incluso con esa particularidad sabe como divertirse y no dejarse llevar por los desastres que yo misma atraigo cual imán negativo. ─ Uh, te estás ganando la fama de embustero y manipulador. Elfo. ─ Podría haberle llamado por su nombre, pero la lengua me pesa y me es más fácil llamarle por lo que es, un orejas largas y colmadas de pendientes. Respiro sosegada como si la situación fuese la más cómoda, digna de décadas de experiencia pero no es así, es solo una noche cualquiera con un cualquiera que recordaré, al menos hasta que se me pase lo etílico y vuelva a la normalidad. ─ Soy una dama en apuros modernizada, si en vez de ayuda recibo más incordios, me es imposible no espantarlos con mi agresividad o palabras malsonantes. Que por cierto, no he dicho aún, raro me parece. ─ Le aclaré media pasmada antes de abrir las cuencas como platos y asentir deliberadas veces. Con gentileza el joven de melena larga y flamante acaricia mi rostro y en mis pensamientos cavilan la posibilidad de que esté despreocupado ante mi color de piel, que no llega a molestarle o al menos, intrigarle. ─ ¿No te parece desagradable? ─ Pregunté por preguntar, porque así lo deseo y sin darle las pistas sustanciales de a lo qué me refiero.
No dije más, podría haberlo hecho pero es un tema que me enfurece y no quiero arruinar la noche. Con aceptación le permito que siga tocando mis facciones y retirando los copos que van descendiendo desde el cielo. Yo al contrario, voy directa a esa melena que grita por que mis manos se hundan en su suavidad y haga con ellas maravillas. El lazo que mantiene la trenza voy deshaciéndolo con lentitud, sin hacerle daño hasta quitarlo del todo y llevarlo a mi abdomen donde lo deposito. Sin impaciencia y con una nostalgia palpable en la mirada aparto cada mechón hasta que cae en cascada, lacio y sin enredos, si veo alguno lo hago esfumarse gracias a mis dedos, es precioso. ─ Qué envida me das. ─ Escupí semi cabreada por no tener la oportunidad de que mi cabello crezca o cambie de repente el tono al que tenía en mis primeros años de vida.
No le encuentro explicación a que aún esté rondando alrededor de su perilla, suave, larga y sin un exceso de cantidad. La repaso, le doy forma y cuando está como más me gusta, la estiro hacia abajo para ver cuan prolongada puede llegar a ser. Todo un experimento. Su regazo está cálido y lo noto en mis hebras castañas, el pie recién curado lo muevo de un lado a otro cuando debería seguir reposo, el caso, es que mi cuerpo me pide movimiento y yo se lo ofrezco aunque el sufrimiento arremeta. ─ Un poco de ambas. Hábil con las manos y la medicina, necio por seguirme el juego y tenerme tan de cerca. A una desconocida que se aprovecha de los hombres como tú, aunque esta vez haré una excepción. ─ Verbalicé confiada y franca, bajando los dedos que mantenía en su chiva por su cuello, dando toquecitos e imaginándome un instrumento de cuerda, cada yema presiona, surcando sus clavículas protegidas hasta arribar a sus pectorales donde planto el dorso de la muñeca y doy unos cuantos golpes suaves con el puño cerrado, llamando para que su corazón salga y me de unas cuantas explicaciones.
─ No pareces estúpido, ni tampoco descuidado. Por esa misma razón y mi condición, no me abalanzaré encima y te haré calamidades. ─ Quizá esté dejando huellas donde no debo, segundas donde deberían haber primeras más me importa un rábano como se tome mis términos. La petaca situada sobre la piel, a nuestro lado, la vuelvo a llevar a mis labios tallados y ligeramente hinchados por el frío, calentándolos tanto a ellos como a mí por dentro, le doy permiso al alcohol para que recorra mis venas y haga milagros. Como bien dice, no debería sentirse tranquilo, lo quiero inquieto y con las pilas cargadas. Que por un mero desplazamiento me analice como si de pronto mis fauces se abriesen tanto, tantísimo que irremediable, sería devorado. Así quiero que me sienta, como un animal salvaje sin normas a las que atenerse, sin pasatiempos que repetir y con pretensiones irrazonables.
Al igual que estoy cómoda, no me parece erróneo que él también busque lo mismo, inclinándose a un lado y que su larga melena caiga en cascada desde su costado más cercano, echo de menos la mía, platina y sedosa. Dejé de tocarle cuando me decanté por ansias contradictorias, más vuelvo a la carga en cuanto esa tonalidad cobriza capta mi total atención. Lo tiene recogido y desde mi punto de vista, es un desperdicio. Tenía pensado quitarle ese lazo y deshilachar sus hebras a mi antojo, aunque primero, sus palabras han de ser satisfacidas con una explicación o al menos, como mínimo con una risas. ─ ¿Un par de aeros? Por mis botas solas te llevarías un buen puño. Artesanas y de buena calidad. ─ Repliqué, abultando con aire mis pómulos y recrear un puchero que marca la indignación falsa que denoto. Desde mis adentros aflora la necesidad de reírme con ganas y soltar una estrepitosa carcajada que me revolvió las tripas y me ofreció una serie de arcadas que me hizo retorcer sobre su regazo.
─ ¿Estás seguro? Mira que me siento extraña, y no creo que sea la anestesia. ─ Mentí a medias, estoy encendida pero es por el licor, así pues, me he convertido en un huracán que está por desordenar todo lo posible, que incluso con esa particularidad sabe como divertirse y no dejarse llevar por los desastres que yo misma atraigo cual imán negativo. ─ Uh, te estás ganando la fama de embustero y manipulador. Elfo. ─ Podría haberle llamado por su nombre, pero la lengua me pesa y me es más fácil llamarle por lo que es, un orejas largas y colmadas de pendientes. Respiro sosegada como si la situación fuese la más cómoda, digna de décadas de experiencia pero no es así, es solo una noche cualquiera con un cualquiera que recordaré, al menos hasta que se me pase lo etílico y vuelva a la normalidad. ─ Soy una dama en apuros modernizada, si en vez de ayuda recibo más incordios, me es imposible no espantarlos con mi agresividad o palabras malsonantes. Que por cierto, no he dicho aún, raro me parece. ─ Le aclaré media pasmada antes de abrir las cuencas como platos y asentir deliberadas veces. Con gentileza el joven de melena larga y flamante acaricia mi rostro y en mis pensamientos cavilan la posibilidad de que esté despreocupado ante mi color de piel, que no llega a molestarle o al menos, intrigarle. ─ ¿No te parece desagradable? ─ Pregunté por preguntar, porque así lo deseo y sin darle las pistas sustanciales de a lo qué me refiero.
No dije más, podría haberlo hecho pero es un tema que me enfurece y no quiero arruinar la noche. Con aceptación le permito que siga tocando mis facciones y retirando los copos que van descendiendo desde el cielo. Yo al contrario, voy directa a esa melena que grita por que mis manos se hundan en su suavidad y haga con ellas maravillas. El lazo que mantiene la trenza voy deshaciéndolo con lentitud, sin hacerle daño hasta quitarlo del todo y llevarlo a mi abdomen donde lo deposito. Sin impaciencia y con una nostalgia palpable en la mirada aparto cada mechón hasta que cae en cascada, lacio y sin enredos, si veo alguno lo hago esfumarse gracias a mis dedos, es precioso. ─ Qué envida me das. ─ Escupí semi cabreada por no tener la oportunidad de que mi cabello crezca o cambie de repente el tono al que tenía en mis primeros años de vida.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Por sus adentros el ego de iltharion se hincho y de haber tenido plumas las hubiese abierto en abanico y se habría pavoneado cual ave en celo por esas palabras que eran neutras pero que, para el bardo, quien tenía su propia consideración de los vocablos, eran grandes halagos, pues era lo que quería ser, ni mas ni menos.
Sin embargo, para sus afueras solo mostró una sonrisa complacida, y sus parpados se cerraron apenas unos milímetros, ocultando sus orbes de un azul distinto cada uno, atrás de sus pestañas, haciendo aun mas difícil de ver esa ligera particularidad demasiado sutil para ser llamada extraordinaria.
-Sin peculiaridades la vida sería un tedio, por odiosa que sea mi presencia por lo menos se que compito con el aburrimiento.-Respondió, soltando pequeños vahos blanquecinos, mezcla de la diferencia de temperatura entre el interior de su cuerpo y el ambiente, y ese humo nocivo con el que se llenaba los pulmones y perfumaba el aire.
-Me manejo mejor en las distancias cortas.-Sonrió de forma enigmática con esa palabra que quería decir tantas cosas para aquel que la pronunciaba y todas ciertas. Los ojos del bardo se cerraron un segundo cuando las yemas de los dedos de la joven recorrieron su cuello, con calma, como si disfrutara de aquel gesto por el simple tacto.-Tienes las manos frías.-Murmuró, esta vez con el tono un poco mas bajo, antes de abrir los ojos una vez mas. Y pese a aquello que decía su en su tono ni su gesto había rechazo alguno, lo menciono como había mencionado ella algunas cosas, simplemente porque así era como eran.
Los golpecitos ala altura de su corazón le arrancaron una carcajada realmente genuina. Le resultaba sumamente cómico que una joven que apenas conocía hubiera sido capaz de ejercer ese gesto que para muchos representaba una gran duda. ¿Tenía el corazón?-¿Que esperas que te responda?.-Las palabras brotaron de sus labios sin darle oportunidad de morder la lengua y medir su curiosidad. Un tempano, un alma frágil, algo lastimado y escurridizo que se escondía entre las costillas hecho un ovillo y ahogado en alcohol, nadie acertaba nunca, pero todos tenían la esperanza de saber quien abriría esa puerta.
-Eres prudente, y también peligrosa, por esa razón, y por otras tantas creo que me divertiré mas dejando las calamidades a parte.-Iltharion se acordó entonces de esa frase que tanto repetían algunos cazadores, que las bestias olían el miedo. ¿Olía a casos u acompañante el miedo en la gente?¿era eso lo que buscaba sin encontrar en su faz cuando le escrutaba de aquel modo? El bardo había conocido el miedo hacia mucho tiempo, y como hacía con sus amantes, le había dado esquinazo tras quedarse satisfecho.
-Será el frío y la nieve.-Dijo en un tono socarrón cuando le acusó de nuevo, mientras su mirada se enfocaba en la petaca con gesto incriminatorio, señalándola como la culpable de cualquier molestia. Además se escuchaba en su habla, esa leve lentitud y pesadez que empezaba a presentarse al beber cuando la lengua quedaba entumecida del alcohol, y los vapores subían a la cabeza, alterando el entorno y ralentizando el tiempo.
-Oh, no has tenido necesidad porque soy todo un caballero, pero como soy muy modernizado también, empeñe la brillante armadura por un laúd y convertí mi corcel en un gato.-Declaró con total convencimiento.
La mano del elfo que hasta ese momento había estado jugueteando con los copos y el flequillo castaño de la muchacha se detuvo un segundo, para luego empezar a recorrer sus rasgos con la yema del dedo. Su mirada se entornó un momento, y su ceño se frunció en un gesto pensativo, mientras trataba de dilucidar a que se refería en concreto, si a un conjunto, el carácter, las cicatrices que había visto, a la belleza en general, o a todos esos rasgos exóticos que no había contemplado en otros especímenes de su propia especie.
-No, no soy tan estúpido como para entretenerme y acercarme a algo que me desagrada. Ni tan masoquista.-Remarcó la palabra tan en lo ultimo con una sonrisa burlona que marcaba mas broma que seriedad en esa ultima afirmación, aunque como en casi todo lo que decía el bardo, había una verdad oculta, o una pista que conducía a ella.
El trovador observó de soslayo las manos de ella, y le permitió, como venía haciendo, hacer lo que le viniera en gana, parecía entretenida con su juego y contemplación, y el lo estaba por otro tanto, además la conversación era peculiar pero llevadera, y hacia merecedora la noche en vela.
-Es cuestión de paciencia.-Contestó el bardo con parsimonia, como si ella no hubiera usado un mal tono. Recorrió con el indice el linde entre la frente y el pelo, hasta llegar a una de las orejas, y repaso su base con el, acomodándole el pelo tras la misma, su mano siguió ese recorrido hasta el costado de la nuca, donde sumergió los dedos, acariciando la base del cuero cabelludo con ellos, y con el pulgar, trazando la yugular en el cuello.-No creo que tengas nada que envidiar.-Prosiguió con total naturalidad.-Aún así, solo necesitas algo de tiempo.-El suyo tenía muchas décadas de crecer y crecer, y suelto llegaba a pasar sus rodillas cuando estaba en pie, por eso solía llevarlo trenzado. Ahora que estaba sentado y que ella había liberado su melena, esta se doblaba sobre la piel, o caia sobre su pecho para aterrizar sobre el vientre de la muchacha.
-Parecías sorprendida de que estuviese tranquilo, ¿Pero no te preocupa a ti? Así como te acusas de aprovecharte de mi genero, nada te asegura que no vaya a abalanzarme sobre ti.-Y como si hablara del clima helado que parecía no querer abandonar su reunión, esas palabras salieron de los labios del bardo, con la misma fluidez y confianza con las que habían salido los cumplidos, las bromas y sus teatros.
Sin embargo, para sus afueras solo mostró una sonrisa complacida, y sus parpados se cerraron apenas unos milímetros, ocultando sus orbes de un azul distinto cada uno, atrás de sus pestañas, haciendo aun mas difícil de ver esa ligera particularidad demasiado sutil para ser llamada extraordinaria.
-Sin peculiaridades la vida sería un tedio, por odiosa que sea mi presencia por lo menos se que compito con el aburrimiento.-Respondió, soltando pequeños vahos blanquecinos, mezcla de la diferencia de temperatura entre el interior de su cuerpo y el ambiente, y ese humo nocivo con el que se llenaba los pulmones y perfumaba el aire.
-Me manejo mejor en las distancias cortas.-Sonrió de forma enigmática con esa palabra que quería decir tantas cosas para aquel que la pronunciaba y todas ciertas. Los ojos del bardo se cerraron un segundo cuando las yemas de los dedos de la joven recorrieron su cuello, con calma, como si disfrutara de aquel gesto por el simple tacto.-Tienes las manos frías.-Murmuró, esta vez con el tono un poco mas bajo, antes de abrir los ojos una vez mas. Y pese a aquello que decía su en su tono ni su gesto había rechazo alguno, lo menciono como había mencionado ella algunas cosas, simplemente porque así era como eran.
Los golpecitos ala altura de su corazón le arrancaron una carcajada realmente genuina. Le resultaba sumamente cómico que una joven que apenas conocía hubiera sido capaz de ejercer ese gesto que para muchos representaba una gran duda. ¿Tenía el corazón?-¿Que esperas que te responda?.-Las palabras brotaron de sus labios sin darle oportunidad de morder la lengua y medir su curiosidad. Un tempano, un alma frágil, algo lastimado y escurridizo que se escondía entre las costillas hecho un ovillo y ahogado en alcohol, nadie acertaba nunca, pero todos tenían la esperanza de saber quien abriría esa puerta.
-Eres prudente, y también peligrosa, por esa razón, y por otras tantas creo que me divertiré mas dejando las calamidades a parte.-Iltharion se acordó entonces de esa frase que tanto repetían algunos cazadores, que las bestias olían el miedo. ¿Olía a casos u acompañante el miedo en la gente?¿era eso lo que buscaba sin encontrar en su faz cuando le escrutaba de aquel modo? El bardo había conocido el miedo hacia mucho tiempo, y como hacía con sus amantes, le había dado esquinazo tras quedarse satisfecho.
-Será el frío y la nieve.-Dijo en un tono socarrón cuando le acusó de nuevo, mientras su mirada se enfocaba en la petaca con gesto incriminatorio, señalándola como la culpable de cualquier molestia. Además se escuchaba en su habla, esa leve lentitud y pesadez que empezaba a presentarse al beber cuando la lengua quedaba entumecida del alcohol, y los vapores subían a la cabeza, alterando el entorno y ralentizando el tiempo.
-Oh, no has tenido necesidad porque soy todo un caballero, pero como soy muy modernizado también, empeñe la brillante armadura por un laúd y convertí mi corcel en un gato.-Declaró con total convencimiento.
La mano del elfo que hasta ese momento había estado jugueteando con los copos y el flequillo castaño de la muchacha se detuvo un segundo, para luego empezar a recorrer sus rasgos con la yema del dedo. Su mirada se entornó un momento, y su ceño se frunció en un gesto pensativo, mientras trataba de dilucidar a que se refería en concreto, si a un conjunto, el carácter, las cicatrices que había visto, a la belleza en general, o a todos esos rasgos exóticos que no había contemplado en otros especímenes de su propia especie.
-No, no soy tan estúpido como para entretenerme y acercarme a algo que me desagrada. Ni tan masoquista.-Remarcó la palabra tan en lo ultimo con una sonrisa burlona que marcaba mas broma que seriedad en esa ultima afirmación, aunque como en casi todo lo que decía el bardo, había una verdad oculta, o una pista que conducía a ella.
El trovador observó de soslayo las manos de ella, y le permitió, como venía haciendo, hacer lo que le viniera en gana, parecía entretenida con su juego y contemplación, y el lo estaba por otro tanto, además la conversación era peculiar pero llevadera, y hacia merecedora la noche en vela.
-Es cuestión de paciencia.-Contestó el bardo con parsimonia, como si ella no hubiera usado un mal tono. Recorrió con el indice el linde entre la frente y el pelo, hasta llegar a una de las orejas, y repaso su base con el, acomodándole el pelo tras la misma, su mano siguió ese recorrido hasta el costado de la nuca, donde sumergió los dedos, acariciando la base del cuero cabelludo con ellos, y con el pulgar, trazando la yugular en el cuello.-No creo que tengas nada que envidiar.-Prosiguió con total naturalidad.-Aún así, solo necesitas algo de tiempo.-El suyo tenía muchas décadas de crecer y crecer, y suelto llegaba a pasar sus rodillas cuando estaba en pie, por eso solía llevarlo trenzado. Ahora que estaba sentado y que ella había liberado su melena, esta se doblaba sobre la piel, o caia sobre su pecho para aterrizar sobre el vientre de la muchacha.
-Parecías sorprendida de que estuviese tranquilo, ¿Pero no te preocupa a ti? Así como te acusas de aprovecharte de mi genero, nada te asegura que no vaya a abalanzarme sobre ti.-Y como si hablara del clima helado que parecía no querer abandonar su reunión, esas palabras salieron de los labios del bardo, con la misma fluidez y confianza con las que habían salido los cumplidos, las bromas y sus teatros.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Tenía razón, la competencia bajo las estrellas y con un firmamento colmado, negruzco y el frío arrebatador como amante bandolero la tiene ganada, en la palma de su mano amplia. El vaho que expiden nuestras bocas son encadenantes de recuerdos que viven bajo la influencia del invierno, y esas ganas... Ganas de convertirme en ese alguien inmortal y a la vez el deseo de encontrar la mayor de las recompensas, la muerte, cuando ya lo vivido no tiene nada importante que ofrecer. Es un debate del que tengo que aprender la lección de una vez por todas, no todo lo que reluce es oro ni todo lo que no brilla, es cobre. Suspiro y desconozco si mis exhalaciones enfrían su perilla desde mi ubicación. Guardo silencio, los latidos disminuyen al igual que mi entrecortada respiración por el frío que pega, procurando que no se entere de mi existencia como mayormente hago desde las castas de los árboles cuando la compañía de los viajeros originan disputas sin una invitación previa. Trago estas sensaciones que acabarán formando una vorágine de indecisiones y titubeos constantes, porque cada vez que siento plenitud me alejo rauda y feroz. Me ha estado funcionando sin cabidas ni errores hasta que aquí estoy, experimentando un relax peligroso a sabiendas de que traerá consecuencias lacerantes cuando ya no esté y vuelva a mi rutina desabrida.
─ Y yo en las largas, las muy largas. ─ Hablo de distancias, que viéndome ahora, distancia entre nosotras poca. La justa para que de un cabezazo no le estalle la nariz si me apetece, más que nada para tener la situación dominada. Se queja del frío que abraza cada parte de mi cuerpo y es que estoy descubierta, la capa sigue entreabierta y en mi pecho y piernas se echan en falta los armazones y la armadura, más estoy cómoda y aguantaré cual campeona. Su corazón, el cual late concurrido y jovial me devuelve el saludo y sé, sé abiertamente que no me responderá porque no puede. Y es que a veces es mejor destruirse por dentro antes que ver las grietas que provocas con la sinceridad o una simple frase que evoque emoción. ─ No lo sé, algún chiste quizá. ─ Le respondí con sorna, sonriendo antes de cruzar mis brazos y darme calor a mí misma, su larga melena podría cubrirme entera como alguna de las pieles, no obstante, no es suficiente, no ahora mismo que me encuentro perezosa y con el cuerpo a escasos segundos de morir en definitiva.
─ Uh, Iltharion, ¿pretendes huir con el rabo entre las piernas? ─ Le espeté curiosa por una reacción altiva y quizás, guiada por la indignación. Su lengua serpentina y adiestrada para esquivar cualquiera de mis pullas me tiende sus provocaciones, invitándome a suicidarme a fuego lento, que es sólo una metáfora compleja. ─ Hacer calamidades es muy divertido. ─ Está asegurado por aquí la sponsor Eretria que ya puede llover, tronar o haber un vendaval, que ella no dejará de hacer maldades. La mezcla de fluidos en mi sistema es altamente palpable, sobretodo por los rugidos de mi estómago que a pesar de estar lleno de líquido, exige algo más solido. ─ Con que eres un caballero, ─ resalté porque me viene al pelo esos genuinos designios suyos. ─ Pues esta señorita lleva sin comer desde el al mediodía, y... ─ Con una sonrisa aguda y un contorneo lento y exquisito, principalmente porque sigo acostada lo observo desde abajo, guiñándole un lucero a continuación. ─ No sabe cocinar. ─ Pamplinas, pero de las grandes. Al menos servirá para sacarle una sonrisa al elfo de cabellera larga y refulgente cual mosaico de tonalidades anaranjadas y agrias. Un punto de la conversación me atrajo hasta recuperar mis cabales adormecidos, el laúd, recordándome al canto mágico de Valya.
─ Con que sabes tocar. Pero a estas horas de la noche mejor no hacerlo, no te vayas a arrepentir de haber cambiado la armadura por el instrumento y el córcel para darte la fuga por un felino dormilón. ─ No era una recriminación, pero me hacía gracia y no me importó reír cómica frente a Iltharion. Si es cierto que está haciendo frío, pero mis manos que andaban dándome calor vuelven a su melena, tengo que aprovechar cada minuto venidero y horas pasajeras. Lo trenzo, lo llevo a su etapa anterior y en un capricho por mi parte comienzo a hacerle rulos que yo me hacía cuando lo tenía largo. No participé en lo que le desagrada o no, siendo yo el trazo maldito y con el cual convivo en círculos. Porque así soy yo, así me veo, y a expensas de los comentarios sugestivos de los viajeros terminan dándome la espalda, olvidándome, o desconociéndome cada cierto lapso, largo para ellos, pero una mínima parte para mí de un reloj de arena. Es odioso, porque luego termino delante del reflejo de las aguas contándome las cicatrices que yo misma me hice por confiar demasiado en una sociedad que conozco bien, pero que igual me sigue doliendo. Traición, guerras, angustia, revoluciones de gente que dice querer libertad hostigando a los demás, me uno al saco de las desgracias que sin tenerlo permitido, jamás podrán redimirse y cambiar.
Inspiro brusca, desviando la mirada hacia la fogata que sobrevive como nosotros a una infernal época. Debido al cambio de mi semblante el que repase mis facciones, se ve imposibilitado, al igual que siga peinándole. En dicha postura no duro en absoluto, la brillantez de las llamas me ciega e incluso sensibiliza mis pupilas, poniéndolas aguadas. Con que no tengo nada que envidiar, ya lo iremos viendo. Vuelvo a voltearme, pero esta vez con cierta peculiaridad al oírle tan resuelto ante mi pasividad.─ Ajá, sí. ─ Vocifere, tomándome sus credos como un reto puesto que el impacto ha sido atractivo, ha dejado secuelas, me ha situado en una inestabilidad emocional de la cual quiero aprovecharme. Aunque trate de disimular, es esa desesperación que causa la incertidumbre de un destino al que el mundo se remonta inexorablemente el que me grita que me lance al vacío y explote las posibilidades de pasarlo bien. Así pues, mis brazos buscan sus caderas, rodeándolas hasta que mis pechos acaloran su vientre y abdominales. ¿Acaso cree que no sé donde guarda alguna de las armas? ¿Acaso piensa que por estar acostada en su regazo he dejado de indagar en sus gestos o movimientos escurridizos? Sonrío, no podrá verlo puesto que lo camuflo con la cercanía de lo que vendría siendo su tonificado torso.
Mis dedos se pierden en el cinturón de donde voy sacando armas blancas, todas afiladas y de diferentes tamaños y con puntas exclusivas. Me gustan, uno por uno y con tranquilidad, sin miedo a que tome represalias los voy enterrando, sólo la franja afilada en la nieve. Uno de ellos, el que más me acalora lo lanzo en contra de uno de los árboles, en la diana. ─ Verás, no me llaman zorra para hacer las gracias. ─ Tal cual, mis palmas traviesas quieren profanar al elfo, pero va tan forrado que desisto. Así pues, realizo esta vez sí, un ronroneo antes de acomodarme una vez más en su regazo, plácida y con una sonrisa de oreja a oreja. ─ Seguramente lleves más, no sé para que tantos. Si yo con dos voy sobrada. ─ ¿Para que ocultarlo? Es una tontería. ─ El juego de manos es muy importante. ─ El jueguito de manos, como en las preliminares. ─ A ver si tienes el coraje de abalanzarte ahora que estás más ligero. ─ Era una amenaza con ápices revoltosos que espero que no siga al pie de la letra puesto que lo admito, a veces, la lengua me pierde.
─ Y yo en las largas, las muy largas. ─ Hablo de distancias, que viéndome ahora, distancia entre nosotras poca. La justa para que de un cabezazo no le estalle la nariz si me apetece, más que nada para tener la situación dominada. Se queja del frío que abraza cada parte de mi cuerpo y es que estoy descubierta, la capa sigue entreabierta y en mi pecho y piernas se echan en falta los armazones y la armadura, más estoy cómoda y aguantaré cual campeona. Su corazón, el cual late concurrido y jovial me devuelve el saludo y sé, sé abiertamente que no me responderá porque no puede. Y es que a veces es mejor destruirse por dentro antes que ver las grietas que provocas con la sinceridad o una simple frase que evoque emoción. ─ No lo sé, algún chiste quizá. ─ Le respondí con sorna, sonriendo antes de cruzar mis brazos y darme calor a mí misma, su larga melena podría cubrirme entera como alguna de las pieles, no obstante, no es suficiente, no ahora mismo que me encuentro perezosa y con el cuerpo a escasos segundos de morir en definitiva.
─ Uh, Iltharion, ¿pretendes huir con el rabo entre las piernas? ─ Le espeté curiosa por una reacción altiva y quizás, guiada por la indignación. Su lengua serpentina y adiestrada para esquivar cualquiera de mis pullas me tiende sus provocaciones, invitándome a suicidarme a fuego lento, que es sólo una metáfora compleja. ─ Hacer calamidades es muy divertido. ─ Está asegurado por aquí la sponsor Eretria que ya puede llover, tronar o haber un vendaval, que ella no dejará de hacer maldades. La mezcla de fluidos en mi sistema es altamente palpable, sobretodo por los rugidos de mi estómago que a pesar de estar lleno de líquido, exige algo más solido. ─ Con que eres un caballero, ─ resalté porque me viene al pelo esos genuinos designios suyos. ─ Pues esta señorita lleva sin comer desde el al mediodía, y... ─ Con una sonrisa aguda y un contorneo lento y exquisito, principalmente porque sigo acostada lo observo desde abajo, guiñándole un lucero a continuación. ─ No sabe cocinar. ─ Pamplinas, pero de las grandes. Al menos servirá para sacarle una sonrisa al elfo de cabellera larga y refulgente cual mosaico de tonalidades anaranjadas y agrias. Un punto de la conversación me atrajo hasta recuperar mis cabales adormecidos, el laúd, recordándome al canto mágico de Valya.
─ Con que sabes tocar. Pero a estas horas de la noche mejor no hacerlo, no te vayas a arrepentir de haber cambiado la armadura por el instrumento y el córcel para darte la fuga por un felino dormilón. ─ No era una recriminación, pero me hacía gracia y no me importó reír cómica frente a Iltharion. Si es cierto que está haciendo frío, pero mis manos que andaban dándome calor vuelven a su melena, tengo que aprovechar cada minuto venidero y horas pasajeras. Lo trenzo, lo llevo a su etapa anterior y en un capricho por mi parte comienzo a hacerle rulos que yo me hacía cuando lo tenía largo. No participé en lo que le desagrada o no, siendo yo el trazo maldito y con el cual convivo en círculos. Porque así soy yo, así me veo, y a expensas de los comentarios sugestivos de los viajeros terminan dándome la espalda, olvidándome, o desconociéndome cada cierto lapso, largo para ellos, pero una mínima parte para mí de un reloj de arena. Es odioso, porque luego termino delante del reflejo de las aguas contándome las cicatrices que yo misma me hice por confiar demasiado en una sociedad que conozco bien, pero que igual me sigue doliendo. Traición, guerras, angustia, revoluciones de gente que dice querer libertad hostigando a los demás, me uno al saco de las desgracias que sin tenerlo permitido, jamás podrán redimirse y cambiar.
Inspiro brusca, desviando la mirada hacia la fogata que sobrevive como nosotros a una infernal época. Debido al cambio de mi semblante el que repase mis facciones, se ve imposibilitado, al igual que siga peinándole. En dicha postura no duro en absoluto, la brillantez de las llamas me ciega e incluso sensibiliza mis pupilas, poniéndolas aguadas. Con que no tengo nada que envidiar, ya lo iremos viendo. Vuelvo a voltearme, pero esta vez con cierta peculiaridad al oírle tan resuelto ante mi pasividad.─ Ajá, sí. ─ Vocifere, tomándome sus credos como un reto puesto que el impacto ha sido atractivo, ha dejado secuelas, me ha situado en una inestabilidad emocional de la cual quiero aprovecharme. Aunque trate de disimular, es esa desesperación que causa la incertidumbre de un destino al que el mundo se remonta inexorablemente el que me grita que me lance al vacío y explote las posibilidades de pasarlo bien. Así pues, mis brazos buscan sus caderas, rodeándolas hasta que mis pechos acaloran su vientre y abdominales. ¿Acaso cree que no sé donde guarda alguna de las armas? ¿Acaso piensa que por estar acostada en su regazo he dejado de indagar en sus gestos o movimientos escurridizos? Sonrío, no podrá verlo puesto que lo camuflo con la cercanía de lo que vendría siendo su tonificado torso.
Mis dedos se pierden en el cinturón de donde voy sacando armas blancas, todas afiladas y de diferentes tamaños y con puntas exclusivas. Me gustan, uno por uno y con tranquilidad, sin miedo a que tome represalias los voy enterrando, sólo la franja afilada en la nieve. Uno de ellos, el que más me acalora lo lanzo en contra de uno de los árboles, en la diana. ─ Verás, no me llaman zorra para hacer las gracias. ─ Tal cual, mis palmas traviesas quieren profanar al elfo, pero va tan forrado que desisto. Así pues, realizo esta vez sí, un ronroneo antes de acomodarme una vez más en su regazo, plácida y con una sonrisa de oreja a oreja. ─ Seguramente lleves más, no sé para que tantos. Si yo con dos voy sobrada. ─ ¿Para que ocultarlo? Es una tontería. ─ El juego de manos es muy importante. ─ El jueguito de manos, como en las preliminares. ─ A ver si tienes el coraje de abalanzarte ahora que estás más ligero. ─ Era una amenaza con ápices revoltosos que espero que no siga al pie de la letra puesto que lo admito, a veces, la lengua me pierde.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Realmente el bardo se hallaba risueño esa noche, aunque por lo general exhibía un fantástico humor en la mayor de las situaciones, e incluso en las mas negras, si no lo mostraba, muchas veces no era porque no lo tuviese, si no porque mostrarlo ameritaba un castigo o la sospecha de cual era su verdadera naturaleza.
Artero y traicionero, pero a su vez calmado, podía apreciar en ese encuentro la ironía del destino que lo enfrentaba con algo tan distinto, cristalino y salvaje, casi desmedido. Sus respuestas se le antojaban en casi todos los casos de una aplastante sinceridad, y aún así, teñidas de un genuino ingenio.
-No es una mala respuesta.-Le concedió con cierto respeto, porque aquella pregunta para el había sido un juego y otras cosas.
Otra risa sonó en la noche, acompañate cada vez mas regular de las ramas mecidas por el viento, y el ulular del mismo al serpentear por los troncos y la foresta. De haber estado ebrio, realmente ebrio, se la habría puesto muy fácil para soltar una o dos barbaridades suficientemente fuera de tono como para dejar de arrancarle risas para azuzarla a golpearle. Por suerte no era el quien abusaba de la petaca, y se conformaba con el arrollado de menta, cuyas brasas se acercaban cada vez mas a los labios de su consumidor.
-Hay algo de pan duro en el morral lo justo para una emergencia en el camino, pero no se si vas a querer dejarte los dientes, podría forjar una espada con ese mendrugo.-La advirtió, a la vez que le concedía el permiso para urgar en sus cosas.
No había nada de mucho valor en el morral, una carpeta atada con cintas, un estuche de madera con sus utensilios de dibujo, bolsas con plantas y raices, tarros con jaleas y polvos, algunas vendas y trapos, un pedernal y un mendrugo de pan duro envuelto en lino que a simple tacto podía ser confundido con una piedra. El mortero que había usado antes, y un par de cuencos.
El bardo tornó su posado serio por un instante cuando la joven apartó el rostro, con un semblante mas serio. Dejandole ese instante para ella, y concediéndole la privacidad, mas mental que física, que podían llegar a tener con su extrema cercanía, se dedicó a otros menesteres. Se desató del todo la capa, y tiró de ella dejando de cubrirse parte del torso para extenderla casi como una manta sobre las piernas, y con lo que alcanzara seguir refugiando sus hombros de la nieve.
Había visto en los labios de ella los rastros del frío, y herida y cansada lo ultimo que le faltaba era hacerse también con una hipotermia.
Sin embargo cuando se volteó lo pillo por sorpresa, que se reflejó en su rostro mientras los brazos de la joven le rodeaban la cintura. Iltharion entornó los ojos, intentando dilucidar cuales eran sus intenciones, y pronto, cuando se percató que tanteaba el mango de sus dagas, resopló y alzó el rostro al cielo.
Tomó el cigarrillo, le dio una ultima calada y lo arrojó en la nieve, para luego pasarse la mano libre por la cara, apartando un mechón rebelde. Había vivido lo suyo y era paciente, pero por encima de todo era hombre y no era de piedra. Pese a que la capa había quedado ya en cualquier lado, gracias a ese pequeño exabrupto se había olvidado momentáneamente del frío.
-Tengo mas cosas escondidas si quiere seguir jugando a la búsqueda del tesoro.-Resopló para si mismo, negando con la cabeza con ligereza cuando vio que dándose por satisfecha la muchacha se limitó a ronronear y volver a acomodarse en su regazo.
La sonrisa de oreja a oreja, como la de un niño que se se sale con la suya de su travesura eran como una sirena tentando al bardo a cometer alguna imprudencia, en ese juego del "quien da mas" en el que ganaba aquel mas osado, y las provocaciones estaban a la orden del día, mientras el espació personal, casi inexistente, era el campo de batalla en el que se desarrollaba esa entretenida contienda, que podía convertirse en algo violento si cualquiera de los dos se hartaba del juego.
-Tengo muchas porque a veces la situación no me permite tomar de un lado u otra de forma discreta. Además, son para diferentes cosas.- Respondió prestando atención a ese tema recobrando con ello un par de grados de los que habían saltado disparados por la sorpresa y las inesperadas atenciones de instantes atrás.
-No soy especialmente bueno con las dagas.-Confesó sin pudor ninguno, relajando el gesto, y volviendo a colocar una mano sobre la muchacha, esta vez sobre sus costillas.-Pero los juegos de manos son otra cosa.-Prosiguió con un tono mas juguetón. La mano que había colocado, lacia en un primer instante, apoyada con descuido, y que no había durado mucho así, había sido algo calculado. Con el pulgar hizo un pequeño recorrido perpendicular sobre las costillas, mientras con el indice presionó un segundo entre dos de ellas, un toque breve y preciso. Ese viejo truco, aprendido años atrás lo único que hacia era memorizar un trazo sobre la piel, de modo que, cuando alzó la misma mano para volver a echarse un mechón de pelo hacia atrás, siguiera sintiéndose sobre el cuerpo el trazo perpendicular sobre las costillas como si aun lo estuviese realizando.
Una jugarreta inocente que había aprendido y practicado normalmente en contextos mucho menos ingenuos que aquel que compartía ahora, aun así, no dejaba de resultarle divertida su treta.
-Si me abalanzara sobre ti no precisaría de mis dagas, y de hecho, merecido lo tendrías.-Dijo medio en broma, medio en serio haciéndole un gesto con la mirada señalandole las dagas para acusarla de ese atrevimiento en que las había conseguido.-Y aun me lo estoy pensando.-El hecho de que ella todavía estuviese armada era un poderoso elemento disuasorio, y, aunque había pensado en desarmarla, algo le decía que aquello solo la podría violenta y rompería cualquier ambiente jovial que hubiesen construido.
Artero y traicionero, pero a su vez calmado, podía apreciar en ese encuentro la ironía del destino que lo enfrentaba con algo tan distinto, cristalino y salvaje, casi desmedido. Sus respuestas se le antojaban en casi todos los casos de una aplastante sinceridad, y aún así, teñidas de un genuino ingenio.
-No es una mala respuesta.-Le concedió con cierto respeto, porque aquella pregunta para el había sido un juego y otras cosas.
Otra risa sonó en la noche, acompañate cada vez mas regular de las ramas mecidas por el viento, y el ulular del mismo al serpentear por los troncos y la foresta. De haber estado ebrio, realmente ebrio, se la habría puesto muy fácil para soltar una o dos barbaridades suficientemente fuera de tono como para dejar de arrancarle risas para azuzarla a golpearle. Por suerte no era el quien abusaba de la petaca, y se conformaba con el arrollado de menta, cuyas brasas se acercaban cada vez mas a los labios de su consumidor.
-Hay algo de pan duro en el morral lo justo para una emergencia en el camino, pero no se si vas a querer dejarte los dientes, podría forjar una espada con ese mendrugo.-La advirtió, a la vez que le concedía el permiso para urgar en sus cosas.
No había nada de mucho valor en el morral, una carpeta atada con cintas, un estuche de madera con sus utensilios de dibujo, bolsas con plantas y raices, tarros con jaleas y polvos, algunas vendas y trapos, un pedernal y un mendrugo de pan duro envuelto en lino que a simple tacto podía ser confundido con una piedra. El mortero que había usado antes, y un par de cuencos.
El bardo tornó su posado serio por un instante cuando la joven apartó el rostro, con un semblante mas serio. Dejandole ese instante para ella, y concediéndole la privacidad, mas mental que física, que podían llegar a tener con su extrema cercanía, se dedicó a otros menesteres. Se desató del todo la capa, y tiró de ella dejando de cubrirse parte del torso para extenderla casi como una manta sobre las piernas, y con lo que alcanzara seguir refugiando sus hombros de la nieve.
Había visto en los labios de ella los rastros del frío, y herida y cansada lo ultimo que le faltaba era hacerse también con una hipotermia.
Sin embargo cuando se volteó lo pillo por sorpresa, que se reflejó en su rostro mientras los brazos de la joven le rodeaban la cintura. Iltharion entornó los ojos, intentando dilucidar cuales eran sus intenciones, y pronto, cuando se percató que tanteaba el mango de sus dagas, resopló y alzó el rostro al cielo.
Tomó el cigarrillo, le dio una ultima calada y lo arrojó en la nieve, para luego pasarse la mano libre por la cara, apartando un mechón rebelde. Había vivido lo suyo y era paciente, pero por encima de todo era hombre y no era de piedra. Pese a que la capa había quedado ya en cualquier lado, gracias a ese pequeño exabrupto se había olvidado momentáneamente del frío.
-Tengo mas cosas escondidas si quiere seguir jugando a la búsqueda del tesoro.-Resopló para si mismo, negando con la cabeza con ligereza cuando vio que dándose por satisfecha la muchacha se limitó a ronronear y volver a acomodarse en su regazo.
La sonrisa de oreja a oreja, como la de un niño que se se sale con la suya de su travesura eran como una sirena tentando al bardo a cometer alguna imprudencia, en ese juego del "quien da mas" en el que ganaba aquel mas osado, y las provocaciones estaban a la orden del día, mientras el espació personal, casi inexistente, era el campo de batalla en el que se desarrollaba esa entretenida contienda, que podía convertirse en algo violento si cualquiera de los dos se hartaba del juego.
-Tengo muchas porque a veces la situación no me permite tomar de un lado u otra de forma discreta. Además, son para diferentes cosas.- Respondió prestando atención a ese tema recobrando con ello un par de grados de los que habían saltado disparados por la sorpresa y las inesperadas atenciones de instantes atrás.
-No soy especialmente bueno con las dagas.-Confesó sin pudor ninguno, relajando el gesto, y volviendo a colocar una mano sobre la muchacha, esta vez sobre sus costillas.-Pero los juegos de manos son otra cosa.-Prosiguió con un tono mas juguetón. La mano que había colocado, lacia en un primer instante, apoyada con descuido, y que no había durado mucho así, había sido algo calculado. Con el pulgar hizo un pequeño recorrido perpendicular sobre las costillas, mientras con el indice presionó un segundo entre dos de ellas, un toque breve y preciso. Ese viejo truco, aprendido años atrás lo único que hacia era memorizar un trazo sobre la piel, de modo que, cuando alzó la misma mano para volver a echarse un mechón de pelo hacia atrás, siguiera sintiéndose sobre el cuerpo el trazo perpendicular sobre las costillas como si aun lo estuviese realizando.
Una jugarreta inocente que había aprendido y practicado normalmente en contextos mucho menos ingenuos que aquel que compartía ahora, aun así, no dejaba de resultarle divertida su treta.
-Si me abalanzara sobre ti no precisaría de mis dagas, y de hecho, merecido lo tendrías.-Dijo medio en broma, medio en serio haciéndole un gesto con la mirada señalandole las dagas para acusarla de ese atrevimiento en que las había conseguido.-Y aun me lo estoy pensando.-El hecho de que ella todavía estuviese armada era un poderoso elemento disuasorio, y, aunque había pensado en desarmarla, algo le decía que aquello solo la podría violenta y rompería cualquier ambiente jovial que hubiesen construido.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
No sé cuanto tiempo ha pasado, más ahora mismo no está en una de mis prioridades calcularlo. La brisa nocturna no es tan excesiva, traviesa como es ella, a lo único que se dedica es a trajinar con el pelo cobrizo del elfo, revolviéndolo de vez en vez al tenerlo suelto y yo ser la poseedora del lazo. Sabía que la broma de la comida serviría de algo, lo que desconocía es que se tratase de un pan tan duro que si lo tomase, al final de la cena, necesitaría nuevos dientes. Habrá que esperar a la caza mañanera así que niego el rostro, dándole a entender que es todo suyo e ignorando las ganas incesantes que nacen desde mi estómago. Con la sonrisa incrustada en mis labios lo vuelvo a observar intrigante y desde mi ubicación un tanto decaída, no pensé en que se portaría bien y me dejase completa libertad para acariciar sus caderas y hacerme a mi antojo, con lo que más llamase mi atención, y así fue, un juego más que sumar a la lista.
No me importaría unirme a la tripulación y embarcarme en las aventuras para hallar los tesoros que esconde el hombre de melena larga y flamante bajo los atavíos, se asombraría de saber que mis manos son gacelas adiestradas y que con lentitud, tutela y sensualismo son capaces de embobar el cuerpo de cualquiera. Porque así soy, un veneno que si no mata, anestesia hasta complacerme a mí misma y dar permisos para avanzar a una ronda más transitoria y pasional. ─ Iltharion. ─ Le nombré, esta vez seria y con su protección sobre mi pecho, le agradecía el detalle más no necesito las pertenencias ni suyas, ni de nadie. Mi pérfida mirada, aguza y tras ladear la cabeza indiferente galopa hasta encontrarse con la suya, una serena y sin embrollos que acrediten que está pasando frío, aunque bueno, un poco de calor corporal le ofrecí con la travesura de las dagas. Así pues, prosigo a recriminarle que no soy una mujer débil, que puedo con lo que sea y que la capa la puede lanzar lejos si no la quiere encima.
Entreabro los labios, quisquillosa cuando él mismo se toma la libertad de alargar la charla sobre sus dagas y que las utiliza para diferentes cosas. Pues como no, yo sólo necesito dos. Para matar y limpiar las pieles. Fin. Trago saliva, estoy agita del licor y ya ha creado bastante mella en la coraza de mis dominios, la que preserva mi control y no afloja la cadena que embiste en contra de la bestia que custodio con prevención. En todo momento lo observo ávida y con un petulante humor cuando sus caricias cachean mis costillas, brindándome un poco de calor que acelera mi respiración en un insondable suspiro. Mi mano va al encuentro de la suya, es cierto que se la bien el juego con las manos y lo deduzco por como toca, sugestivo y calmado. La mantengo ahí, por si acaso y sin oponer fuerza para que continúe con sus menesteres, menesteres que me alocan. ¿Qué ha hecho? Sigo notándolo dentro mía cuando en realidad, está lejos. Es como si hubiese arremetido, echado un vistazo y regresado con la más desesperantes de las parsimonias, un truco exquisito y que deseo aplicar también.
─ ¿Qué pasa con los juegos de mano? ─ Le pregunté sonando ingenua antes de retorcerme sobre su regazo con la capa suya encima, el tenerla ahí, tan cerca y perfumada con su aroma personal me pone histérica. ─ Si te abalanzas sobre mí... ─ Sonrío, levantándome tosca de entre sus piernas antes de originar una actividad que posiblemente, acabe de una buena vez con su paciencia. ─ Como otros muchos han hecho... ─ Sugerí, no duré ni un minuto sentada a su lado pues tras colocar las manos sobre la piel que nos sirve como lecho gateo hasta tenerlo a excesos centímetros, mis palmas averiguan que al lugar donde pertenecen y anhelan descansar es sobre sus pectorales, y no seré quien para oponerme a los caprichos de mi cuerpo. Apoyada, levanto mi pierna herida y la paso por el costado contrario del elfo, tomado asiento sobre las caderas que antes me sirvieron como almohada. En mis luceros el fulgor de lo deleitoso manifiesta sus propósitos no tan ya ocultos, paulatina y gradualmente mis roces van ascendiendo dejando atrás un rastro tórrido y abrasador, llegado al cuello, lo rodeo percibiendo como las hebras de su cabello me proporcionan cosquilleos en los brazos que se pierden bajo la longitud cobriza.
─ Acabarás con la nariz estallada, los huesos rotos, algún que otro miembro inservible y... ─ Mi garganta pica, muchísimo y es por contener la risa. Que ya me da igual, me importa el mundo tres bledos contados. Nuestra respiración se vuelve una y el cigarro esta vez no se interpondrá, la cercanía va esfumándose como si beber de su boca fuese ahora mi única salida. Más no será así, ahí, con el placer palpitante y un bulto duro rozar mi entrepierna me detengo, dejándolo con esa apetencia que comenzará a carcomérselo de fuera hacia dentro. ─ Muerto. ─ Finalicé, articulando la última palabra con desdén. Mis brazos, plácidos por las corrientes eléctricas que me proveen su cabellera y el ardor de su nuca no es suficiente, y es que tengo un asunto pendiente con él. Desvío la mirada y con una oscilación de huesos recojo la capa, poniéndola otra vez en su sitio. ─ Y no la necesito. ─ Le reproché, sin saldar las cuentas porque así soy yo de caprichosa y egoísta
Sigo cayendo hacia él, sorteando los posibles besos, renaciendo con la clarividencia de la luna sin temor a revanchas ni al hedor de un corazón dormido, calcinando los sentimientos impúdicos pues esto es una trifulca de la que pienso salir triunfante. Mi mano izquierda cae por las cataratas que brotan desde sus hombros y germinan en las muñecas. La contigua prefiere seguir en su cuello, repasando el mentón hasta arribar a su chiva, volviéndola a despeinar entre redondeces. ─ Verás. ─ Susurré sedosa y con las comisuras alzadas. Preparada y con un contacto ligero entre mis dedos y su muñeca, la sujeto cuando más despistado parece hallarse, tirando de ella para que el elfo caiga hacia atrás, sobre la nieve y gracias a mi inteligencia, con la capa puesta para que sus huesos no chirríen. ─ Es que la necesitarás más tu que yo. ─ Dominante y esplendorosa empujo su torso en contra el pálido terreno, impidiéndole que se levante puesto que sus caderas son mías y en sí, todo.
La respiración la controlo al igual que la conexión tibia de nuestras entrepiernas palpitantes, a mi boca purulenta que espera algo sublime y a las puertas del hedonismo, cínica. De pronto y en la parte más jugosa algo suena de entre las arboledas, primero la seguridad y ya luego el placer. En un acto reflejo, turbia de este tira y tira, porque no hay donde agarrar ya que me lo estoy pasando pipa yo sola, contengo la fricción, sentada todavía sobre su cintura. Ladeo el rostro con las armas al dente y a la altura de mi pecho. Seguramente haya sido un bicho enclenque. ─ Falsa alarma. ─ Le aclaro, volviendo a guardarlas al haber pasado de estar calentorra a un estado alertado. Vaya por dios, hoy no es el día. Con desidia escalo el contorno que lo forma hasta despeñarme sobre él, pecho con pecho, los dos recostados y a expensas de que el gélido toque de la nieve nos hará movernos en instantes. ─ Y dime trotamundos, ¿viajas por viajar o para conocer musas? ─ Aquí hay una, y seguramente quedaré grabada a fuego en su memoria.
No me importaría unirme a la tripulación y embarcarme en las aventuras para hallar los tesoros que esconde el hombre de melena larga y flamante bajo los atavíos, se asombraría de saber que mis manos son gacelas adiestradas y que con lentitud, tutela y sensualismo son capaces de embobar el cuerpo de cualquiera. Porque así soy, un veneno que si no mata, anestesia hasta complacerme a mí misma y dar permisos para avanzar a una ronda más transitoria y pasional. ─ Iltharion. ─ Le nombré, esta vez seria y con su protección sobre mi pecho, le agradecía el detalle más no necesito las pertenencias ni suyas, ni de nadie. Mi pérfida mirada, aguza y tras ladear la cabeza indiferente galopa hasta encontrarse con la suya, una serena y sin embrollos que acrediten que está pasando frío, aunque bueno, un poco de calor corporal le ofrecí con la travesura de las dagas. Así pues, prosigo a recriminarle que no soy una mujer débil, que puedo con lo que sea y que la capa la puede lanzar lejos si no la quiere encima.
Entreabro los labios, quisquillosa cuando él mismo se toma la libertad de alargar la charla sobre sus dagas y que las utiliza para diferentes cosas. Pues como no, yo sólo necesito dos. Para matar y limpiar las pieles. Fin. Trago saliva, estoy agita del licor y ya ha creado bastante mella en la coraza de mis dominios, la que preserva mi control y no afloja la cadena que embiste en contra de la bestia que custodio con prevención. En todo momento lo observo ávida y con un petulante humor cuando sus caricias cachean mis costillas, brindándome un poco de calor que acelera mi respiración en un insondable suspiro. Mi mano va al encuentro de la suya, es cierto que se la bien el juego con las manos y lo deduzco por como toca, sugestivo y calmado. La mantengo ahí, por si acaso y sin oponer fuerza para que continúe con sus menesteres, menesteres que me alocan. ¿Qué ha hecho? Sigo notándolo dentro mía cuando en realidad, está lejos. Es como si hubiese arremetido, echado un vistazo y regresado con la más desesperantes de las parsimonias, un truco exquisito y que deseo aplicar también.
─ ¿Qué pasa con los juegos de mano? ─ Le pregunté sonando ingenua antes de retorcerme sobre su regazo con la capa suya encima, el tenerla ahí, tan cerca y perfumada con su aroma personal me pone histérica. ─ Si te abalanzas sobre mí... ─ Sonrío, levantándome tosca de entre sus piernas antes de originar una actividad que posiblemente, acabe de una buena vez con su paciencia. ─ Como otros muchos han hecho... ─ Sugerí, no duré ni un minuto sentada a su lado pues tras colocar las manos sobre la piel que nos sirve como lecho gateo hasta tenerlo a excesos centímetros, mis palmas averiguan que al lugar donde pertenecen y anhelan descansar es sobre sus pectorales, y no seré quien para oponerme a los caprichos de mi cuerpo. Apoyada, levanto mi pierna herida y la paso por el costado contrario del elfo, tomado asiento sobre las caderas que antes me sirvieron como almohada. En mis luceros el fulgor de lo deleitoso manifiesta sus propósitos no tan ya ocultos, paulatina y gradualmente mis roces van ascendiendo dejando atrás un rastro tórrido y abrasador, llegado al cuello, lo rodeo percibiendo como las hebras de su cabello me proporcionan cosquilleos en los brazos que se pierden bajo la longitud cobriza.
─ Acabarás con la nariz estallada, los huesos rotos, algún que otro miembro inservible y... ─ Mi garganta pica, muchísimo y es por contener la risa. Que ya me da igual, me importa el mundo tres bledos contados. Nuestra respiración se vuelve una y el cigarro esta vez no se interpondrá, la cercanía va esfumándose como si beber de su boca fuese ahora mi única salida. Más no será así, ahí, con el placer palpitante y un bulto duro rozar mi entrepierna me detengo, dejándolo con esa apetencia que comenzará a carcomérselo de fuera hacia dentro. ─ Muerto. ─ Finalicé, articulando la última palabra con desdén. Mis brazos, plácidos por las corrientes eléctricas que me proveen su cabellera y el ardor de su nuca no es suficiente, y es que tengo un asunto pendiente con él. Desvío la mirada y con una oscilación de huesos recojo la capa, poniéndola otra vez en su sitio. ─ Y no la necesito. ─ Le reproché, sin saldar las cuentas porque así soy yo de caprichosa y egoísta
Sigo cayendo hacia él, sorteando los posibles besos, renaciendo con la clarividencia de la luna sin temor a revanchas ni al hedor de un corazón dormido, calcinando los sentimientos impúdicos pues esto es una trifulca de la que pienso salir triunfante. Mi mano izquierda cae por las cataratas que brotan desde sus hombros y germinan en las muñecas. La contigua prefiere seguir en su cuello, repasando el mentón hasta arribar a su chiva, volviéndola a despeinar entre redondeces. ─ Verás. ─ Susurré sedosa y con las comisuras alzadas. Preparada y con un contacto ligero entre mis dedos y su muñeca, la sujeto cuando más despistado parece hallarse, tirando de ella para que el elfo caiga hacia atrás, sobre la nieve y gracias a mi inteligencia, con la capa puesta para que sus huesos no chirríen. ─ Es que la necesitarás más tu que yo. ─ Dominante y esplendorosa empujo su torso en contra el pálido terreno, impidiéndole que se levante puesto que sus caderas son mías y en sí, todo.
La respiración la controlo al igual que la conexión tibia de nuestras entrepiernas palpitantes, a mi boca purulenta que espera algo sublime y a las puertas del hedonismo, cínica. De pronto y en la parte más jugosa algo suena de entre las arboledas, primero la seguridad y ya luego el placer. En un acto reflejo, turbia de este tira y tira, porque no hay donde agarrar ya que me lo estoy pasando pipa yo sola, contengo la fricción, sentada todavía sobre su cintura. Ladeo el rostro con las armas al dente y a la altura de mi pecho. Seguramente haya sido un bicho enclenque. ─ Falsa alarma. ─ Le aclaro, volviendo a guardarlas al haber pasado de estar calentorra a un estado alertado. Vaya por dios, hoy no es el día. Con desidia escalo el contorno que lo forma hasta despeñarme sobre él, pecho con pecho, los dos recostados y a expensas de que el gélido toque de la nieve nos hará movernos en instantes. ─ Y dime trotamundos, ¿viajas por viajar o para conocer musas? ─ Aquí hay una, y seguramente quedaré grabada a fuego en su memoria.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Aquello era como un partido de algún juego donde los puntos se anotaban de forma distinta, pero ambos se percataban de como se iban disputando el dominio del lado vencedor, una trifulca entretenida donde las hubiera donde ese rifirrafe de molestar sin molestias al otro estaba repleto de ingenio, insinuaciones y los comentarios mordaces o audaces que ambos se dedicaban. Pero las victorias eran efímeras, quizás era eso lo que hacía que fueran tan embriagantes, y que las ansiaran con esa vehemencia caprichosa, o quizás era que ambos tenían un gran orgullo que los acompañaba fiel aliado en esa contienda.
La joven se levantó y volvió con sus maneras felinas a moverse entorno al bardo, que no se perdía detalle y la miraba directa a los ojos y la escrutaba por el rabillo de los mismos cautivado con ella y con el juego.
La mirada del bardo se afiló cuando la muchacha tomó asiento esta vez en su regazo, paciente y expectante de a donde quería llevar ese juego, desconfiado de que simplemente fuera cercanía lo que pretendía. La amenaza consiguiente solo le dio la razón.
Cien años antes iltharion se habría abalanzado sobre la muchacha cual bestia en celo, y hasta allí habría durado su distracción, sin embargo, con la perspectiva del tempo y de la experiencia lograba mantener su mente moderadamente mas serena, pese que se expresara en el cuerpo, las ineludibles consecuencias de tener rozando contra su cuerpo la piel de una mujer como aquella.
-Sabes, si estoy muerto los huesos rotos, la nariz estallada y los miembros amputados no me van a importar demasiado.-Le susurró con tono pensativo, como si le acabaran de hacer una oferta comercial y estuviera debatiendo si le convenía comprar el producto. Su tono apeas mas grave, servía mas que nada para mostrarle que si bien podía alterar su cuerpo, al mente todavía le pertenecía, y que si esperaba encontrar en el uno de esos muchos hombres que necios y embobados se habían abandonado a su control con la docilidad de un perro con su amo, se quedaría con las ganas.
Cuando su espalda se estrello contra el suelo, el bardo agradeció que la nieve hubiese amortiguado un poco su peso. Esta vez no hubo gesto de sorpresa, se imaginaba que algo pretendía ella con sus juegos, y se esperaba alguna jugarreta. Nada incomodo con su nueva postura, aprovechó la mano libre para colocarla en la espalda de ella, y con el dorso del pulgar recorrió su columna hasta la parte baja de la espalda. Quizás ello lo tenía preso, pero el poseía una cierta fuerza como para retenerla contra sí si era eso lo que quería.
De pronto el ruido repentino de la foresta enfrió mas los ánimos que el viento helado del invierno. La mirada del trovador se dirigió hacia la maleza con una ira furibunda tan clara en su mirada que por un instante quedó al descubierto que pese a su perenne buen humor podía ser mucho mas peligroso de lo que normalmente aparentaba. Amenazó para sus adentros a todos los dioses con prender fuego a sus templos. El no iba a sus casas a tocarles las pelotas, y ellos no le interrumpían cuando estas estaban en el juego, ese era su trato personal con esos seres míticos y etéreos.
Con la falsa alarma pasada la expresión del elfo se sereno, y su mano se recorrió la espalda de la muchacha otra vez, pero tenía otra cosa en mente, y sus dedos bajaron un poco mas hasta tomar las dagas de la elfa y arrojarlas a pocos metros, lo suficientemente cerca como para tomarlas si ocurria algo, y lejos como para permitirle a el tomar las suyas si los humores se volvían violentos. Después de esa pequeña interrupción, devolvió la extremidad a su circuito en la columna de la joven.
La mano libre se dirigió sin el mas mínimo temor a la rodilla de ella, ascendió trazando con firmeza el camino de sus dedos por la cara externa de la pierna, deteniéndose un segundo en la cadera, marcando allí su presencia.-Viajo por viajar, y con las musas me topo. No me puedo quejar.-Sonrió con socarronería subiendo esa mano por el costado hacia las costillas de ella, trazandolas con el dedo con esa amenaza silenciosa de repetir su treta de antes, y hacerle sentir por todo el cuerpo mil manos aunque solo fueran dos las que poseía. Dejó asentarse la amenaza un par de segundos y marcó la mano de su espalda, luego la hizo recorrer una de sus piernas, y memorizó allí también el sendero que seguía. Subió sus dedos hasta la nuca, paseando sus yemas por la piel del cuello y por detrás de la oreja, y guardó ai también su tacto, y, finalmente, coloco la otra mano en par en el costado, ascendiendo lentamente hacia las costillas, y adentrando el pulgar por su vientre.
-¿Siempre adviertes a esos muchos hombres del destino que les depara?.-Le contesto entretenido por su juego, y con un tono bajo ahora que su cercanía no requería de una mayor proyección de voz. Iltharion pensó en un momento en hacerlos caer a ambos hacia un costado, y destronar a la muchacha, que parecía jugar con el cual gato con un ratón antes de comérselo, pero por ahora se hallaba a gusto con ese papel, y era otra la batalla a la que se dedicaba. Sus manos se paseaban tranquila e impúdicamente por la anatomía de la muchacha, si ella tenía alguna intención de detenerlas, tendría que dejar de retener su pecho contra el suelo, permitiendole pelear la postura o cualquier otra cosa que se le antojase, por lo que se limitó a sonreír y aguardar la respuesta a esa especie de jaque.
La joven se levantó y volvió con sus maneras felinas a moverse entorno al bardo, que no se perdía detalle y la miraba directa a los ojos y la escrutaba por el rabillo de los mismos cautivado con ella y con el juego.
La mirada del bardo se afiló cuando la muchacha tomó asiento esta vez en su regazo, paciente y expectante de a donde quería llevar ese juego, desconfiado de que simplemente fuera cercanía lo que pretendía. La amenaza consiguiente solo le dio la razón.
Cien años antes iltharion se habría abalanzado sobre la muchacha cual bestia en celo, y hasta allí habría durado su distracción, sin embargo, con la perspectiva del tempo y de la experiencia lograba mantener su mente moderadamente mas serena, pese que se expresara en el cuerpo, las ineludibles consecuencias de tener rozando contra su cuerpo la piel de una mujer como aquella.
-Sabes, si estoy muerto los huesos rotos, la nariz estallada y los miembros amputados no me van a importar demasiado.-Le susurró con tono pensativo, como si le acabaran de hacer una oferta comercial y estuviera debatiendo si le convenía comprar el producto. Su tono apeas mas grave, servía mas que nada para mostrarle que si bien podía alterar su cuerpo, al mente todavía le pertenecía, y que si esperaba encontrar en el uno de esos muchos hombres que necios y embobados se habían abandonado a su control con la docilidad de un perro con su amo, se quedaría con las ganas.
Cuando su espalda se estrello contra el suelo, el bardo agradeció que la nieve hubiese amortiguado un poco su peso. Esta vez no hubo gesto de sorpresa, se imaginaba que algo pretendía ella con sus juegos, y se esperaba alguna jugarreta. Nada incomodo con su nueva postura, aprovechó la mano libre para colocarla en la espalda de ella, y con el dorso del pulgar recorrió su columna hasta la parte baja de la espalda. Quizás ello lo tenía preso, pero el poseía una cierta fuerza como para retenerla contra sí si era eso lo que quería.
De pronto el ruido repentino de la foresta enfrió mas los ánimos que el viento helado del invierno. La mirada del trovador se dirigió hacia la maleza con una ira furibunda tan clara en su mirada que por un instante quedó al descubierto que pese a su perenne buen humor podía ser mucho mas peligroso de lo que normalmente aparentaba. Amenazó para sus adentros a todos los dioses con prender fuego a sus templos. El no iba a sus casas a tocarles las pelotas, y ellos no le interrumpían cuando estas estaban en el juego, ese era su trato personal con esos seres míticos y etéreos.
Con la falsa alarma pasada la expresión del elfo se sereno, y su mano se recorrió la espalda de la muchacha otra vez, pero tenía otra cosa en mente, y sus dedos bajaron un poco mas hasta tomar las dagas de la elfa y arrojarlas a pocos metros, lo suficientemente cerca como para tomarlas si ocurria algo, y lejos como para permitirle a el tomar las suyas si los humores se volvían violentos. Después de esa pequeña interrupción, devolvió la extremidad a su circuito en la columna de la joven.
La mano libre se dirigió sin el mas mínimo temor a la rodilla de ella, ascendió trazando con firmeza el camino de sus dedos por la cara externa de la pierna, deteniéndose un segundo en la cadera, marcando allí su presencia.-Viajo por viajar, y con las musas me topo. No me puedo quejar.-Sonrió con socarronería subiendo esa mano por el costado hacia las costillas de ella, trazandolas con el dedo con esa amenaza silenciosa de repetir su treta de antes, y hacerle sentir por todo el cuerpo mil manos aunque solo fueran dos las que poseía. Dejó asentarse la amenaza un par de segundos y marcó la mano de su espalda, luego la hizo recorrer una de sus piernas, y memorizó allí también el sendero que seguía. Subió sus dedos hasta la nuca, paseando sus yemas por la piel del cuello y por detrás de la oreja, y guardó ai también su tacto, y, finalmente, coloco la otra mano en par en el costado, ascendiendo lentamente hacia las costillas, y adentrando el pulgar por su vientre.
-¿Siempre adviertes a esos muchos hombres del destino que les depara?.-Le contesto entretenido por su juego, y con un tono bajo ahora que su cercanía no requería de una mayor proyección de voz. Iltharion pensó en un momento en hacerlos caer a ambos hacia un costado, y destronar a la muchacha, que parecía jugar con el cual gato con un ratón antes de comérselo, pero por ahora se hallaba a gusto con ese papel, y era otra la batalla a la que se dedicaba. Sus manos se paseaban tranquila e impúdicamente por la anatomía de la muchacha, si ella tenía alguna intención de detenerlas, tendría que dejar de retener su pecho contra el suelo, permitiendole pelear la postura o cualquier otra cosa que se le antojase, por lo que se limitó a sonreír y aguardar la respuesta a esa especie de jaque.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
─ Primero sufrirás, ya luego hallarás la muerte. ─ Le susurré antaño en las preliminares de una travesura copiosa. Actualmente me encuentro acostada sobre su torso y las piernas en medio de sus piernas, es una postura cómoda y al no estar en contacto con la nieve, también calurosa. Sus orbes claras y distintas parecen mirar al vacío, como si buscase la nada en ninguna parte más allá del bosque, teniendo la certera y la mala suerte de que algo, pequeño o grande nos arruinaría la noche, no obstante, los ancestros están de nuestro lado. Lo tranquilizo con unas caricias que van desde sus pómulos hasta su mentón, flemática y quizá, algo áspera pues el invierno se ha instalado en el dorso de mis palmas, menos atezadas de lo normal y no tan delicadas como las de una campesina o alguien de la nobleza.
Su tacto en mi columna duele como la ausencia que corta mis venas y estrangula mi autoridad haciéndome creer que existo sin haber vivido, al menos la suficiente diversión. Ladeo el cuello, buscando la oquedad que crea el suyo junto a las clavículas, en ese huequito acomodo mi cabeza, quejándome en público de que si no para, me voy a enfadar. Y él para, pero para volver a empezar. El aire que traspasa por mi dentadura rechina, creando un sonido reprobatorio cuando sus palmas buscan refugio a través de mi cintura. Yo, Eretria, he perdido el rumbo una vez más, y lo denoto alzándome hasta que nuestras miradas eléctricas, chispean. Me ha quitado las dagas y las ha tirado sobre la marea blanca, incrédula parpadeo con los labios semi abiertos. Qué indignación, tanta que con el puño cerrado golpeo el centro de su pecho, con sequedad y tenue, servirá para expresar hastío aunque no para dañarle tanto como realmente deseo.
─ Estás loco. ─ Bufé en alto, observando el desvarío de nuestras dagas transitar a través de la nevada hasta que los copos las abrazan, una a una hasta desaparecer. Rezo en mi interior para que luego, las encuentre e Iltharion pierda las suyas, porque son muchas y más menudas. ─ Y no me agradan los locos. ─ Mentí en un resoplido cuando sus dedos vuelven a la carga, con ese aspecto de haber extrañado mi contacto y de haber estado esperando a librarse del peligro que sería verme enguantada con un objeto punzante. Entrecierro los párpados, iracunda y con los músculos tensados, el recorrido de sus palmas no es constante, van y vienen a su antojo como lo hice yo. Y aún con toda la osadía he dejado de pronunciar su nombre para centrarme en cada caricia, cálida y aventurada. Desde mis rodillas que se ponen firmes hasta mis muslos carnosos y erizados por el frío, es ahí, donde se detiene para atraparme la cintura cuando encojo los hombros, creando un meneo satisfactorio para los dos, brusco y en desacuerdo con lo que realmente quiero, que es alejarme y echarlo del campamento.
─ Como para quejarte, con lo bien que vives. ─ Espeté con mordacidad e ignorando de si será real, porque no me incumbe el como pasa los días o el cómo caliente el lecho antes de dormir. Sólo me importa salir de esta con la cabeza alta y mira, si la tengo que agachar, al menos que sea por algo que valga la pena. Sus dedos tintinean a través de mis costillas y el aire se me escapa, no en una especie de gemido, es más bien un rugido de "desaprobación." Y es que lo siento todo aquí, en mi garganta, donde se traban cada insulto que iban dirigidos para el descarado elfo. A estas alturas de la travesura, no se miden las consecuencias, tan sólo se hacen. Mis palmas buscan su abdomen, donde me apoyo cuando él sigue tocándome en una escala que va calentándome a pasos acrecentados. En el camino de mis costados, escalofríos de toda índole me torturan, arqueando la espalda y facilitándole que llegue a mi nuca calinosa, con el cabello tostado puliendo con sus respectivas puntas mis hombros acogidos por la capa.
Pensé que ese sería el fin, la fecha límite, pero con un camino lleno de sorpresas y detalles consigue sobresaltarme, rechistando en bajo cuando la mano que mantenía fuera de lugar, arroja un aire gélido al calor que mi vientre va perdiendo con cada toque venidero de su pulgar. Me está desquiciando, porque aún con mis hechos y acciones consigue sobresalir en esta treta que pasará a ser ínfima como sigamos al horizonte de lo prohibido, rebasando nuestras posibilidades. Exhalo plácida, oyéndole pavonear por el período que le he ofrecido recia y aún así, agradecida. Yo y mis contradicciones que no sonríen eternizadas, pues en todo momento he estado seria. ─ Sólo a los más temerarios. Como a uno que conocí, llamado Iltharion. ─ Mi voz se torna ronca y mis cuerdas vocales fallan.
Acaricio con uno de los colmillos mi labio inferior, debo concentrarme. La camisa que porta, de cordones me será fácil de desabrochar, no por el compromiso de verle desnudo, hay algo bajo su ropa que quiero recuperar. Con sus manos encima mía, depredadoras. Las mías tantean el terreno, los cordones van aflojándose y sé que lo pasará mal, no nos olvidemos de la época. La voy entreabriendo con paciencia, como si debiera tardar horas. En su pecho observo collares, uno con una serie de anillos, ¿ahora se dedica a recolectar esposas? Y otro con una especie de bellota, no estoy segura. Una cicatriz alargada, como muchas de las mías que le proporcionan un atractivo ejemplar y bualá. Con los labios curvados sujeto el armazón del arma que ocultaba en su costado, me estiro hacia adelante y la saco de la carcasa, lanzándola hacia atrás. ─ Y a los más armados también. ─ Murmuré con una ceja arqueada. Con voracidad aparto sus manos de mi cuerpo, porque quiero voltearme, que lo hago. Plantándole en mitad del pecho un trasero prieto por la tela de cuero que no baja de mis muslos. Mis dedos sondean la calidad de sus pantalones y extremidades hasta alcanzar las botas, que para ello flexiono la columna y levanto mis nalgas, bonita vista para el elfo.
Indago en su calzado, si vamos a seguir, será sin armas que podamos echar en falta. Le despojo de la primera y tras rechistar, por milésima vez desde que nos encontramos le quito la segunda. Este hombre es una caja de sorpresas. Y ahora, a modo de castigo, me dejo caer con tosquedad sobre su entrepierna altiva y erecta. Lo suficientemente fuerte para que el dolor penetre y sepa, que yo no soy ninguna Caperucita, yo soy el lobo que lo devorará como se descuide. ─ ¿Quieres más? ─ Le pregunté, me refería al dolor que le propiné con el respingón. ─ Porque te daré más. ─ Estoy de espaldas, así que por obligación giro la cabeza para observarlo por el rabillo del ojo, imperturbable y airada como diciéndole, ¿ahora qué, eh?
Su tacto en mi columna duele como la ausencia que corta mis venas y estrangula mi autoridad haciéndome creer que existo sin haber vivido, al menos la suficiente diversión. Ladeo el cuello, buscando la oquedad que crea el suyo junto a las clavículas, en ese huequito acomodo mi cabeza, quejándome en público de que si no para, me voy a enfadar. Y él para, pero para volver a empezar. El aire que traspasa por mi dentadura rechina, creando un sonido reprobatorio cuando sus palmas buscan refugio a través de mi cintura. Yo, Eretria, he perdido el rumbo una vez más, y lo denoto alzándome hasta que nuestras miradas eléctricas, chispean. Me ha quitado las dagas y las ha tirado sobre la marea blanca, incrédula parpadeo con los labios semi abiertos. Qué indignación, tanta que con el puño cerrado golpeo el centro de su pecho, con sequedad y tenue, servirá para expresar hastío aunque no para dañarle tanto como realmente deseo.
─ Estás loco. ─ Bufé en alto, observando el desvarío de nuestras dagas transitar a través de la nevada hasta que los copos las abrazan, una a una hasta desaparecer. Rezo en mi interior para que luego, las encuentre e Iltharion pierda las suyas, porque son muchas y más menudas. ─ Y no me agradan los locos. ─ Mentí en un resoplido cuando sus dedos vuelven a la carga, con ese aspecto de haber extrañado mi contacto y de haber estado esperando a librarse del peligro que sería verme enguantada con un objeto punzante. Entrecierro los párpados, iracunda y con los músculos tensados, el recorrido de sus palmas no es constante, van y vienen a su antojo como lo hice yo. Y aún con toda la osadía he dejado de pronunciar su nombre para centrarme en cada caricia, cálida y aventurada. Desde mis rodillas que se ponen firmes hasta mis muslos carnosos y erizados por el frío, es ahí, donde se detiene para atraparme la cintura cuando encojo los hombros, creando un meneo satisfactorio para los dos, brusco y en desacuerdo con lo que realmente quiero, que es alejarme y echarlo del campamento.
─ Como para quejarte, con lo bien que vives. ─ Espeté con mordacidad e ignorando de si será real, porque no me incumbe el como pasa los días o el cómo caliente el lecho antes de dormir. Sólo me importa salir de esta con la cabeza alta y mira, si la tengo que agachar, al menos que sea por algo que valga la pena. Sus dedos tintinean a través de mis costillas y el aire se me escapa, no en una especie de gemido, es más bien un rugido de "desaprobación." Y es que lo siento todo aquí, en mi garganta, donde se traban cada insulto que iban dirigidos para el descarado elfo. A estas alturas de la travesura, no se miden las consecuencias, tan sólo se hacen. Mis palmas buscan su abdomen, donde me apoyo cuando él sigue tocándome en una escala que va calentándome a pasos acrecentados. En el camino de mis costados, escalofríos de toda índole me torturan, arqueando la espalda y facilitándole que llegue a mi nuca calinosa, con el cabello tostado puliendo con sus respectivas puntas mis hombros acogidos por la capa.
Pensé que ese sería el fin, la fecha límite, pero con un camino lleno de sorpresas y detalles consigue sobresaltarme, rechistando en bajo cuando la mano que mantenía fuera de lugar, arroja un aire gélido al calor que mi vientre va perdiendo con cada toque venidero de su pulgar. Me está desquiciando, porque aún con mis hechos y acciones consigue sobresalir en esta treta que pasará a ser ínfima como sigamos al horizonte de lo prohibido, rebasando nuestras posibilidades. Exhalo plácida, oyéndole pavonear por el período que le he ofrecido recia y aún así, agradecida. Yo y mis contradicciones que no sonríen eternizadas, pues en todo momento he estado seria. ─ Sólo a los más temerarios. Como a uno que conocí, llamado Iltharion. ─ Mi voz se torna ronca y mis cuerdas vocales fallan.
Acaricio con uno de los colmillos mi labio inferior, debo concentrarme. La camisa que porta, de cordones me será fácil de desabrochar, no por el compromiso de verle desnudo, hay algo bajo su ropa que quiero recuperar. Con sus manos encima mía, depredadoras. Las mías tantean el terreno, los cordones van aflojándose y sé que lo pasará mal, no nos olvidemos de la época. La voy entreabriendo con paciencia, como si debiera tardar horas. En su pecho observo collares, uno con una serie de anillos, ¿ahora se dedica a recolectar esposas? Y otro con una especie de bellota, no estoy segura. Una cicatriz alargada, como muchas de las mías que le proporcionan un atractivo ejemplar y bualá. Con los labios curvados sujeto el armazón del arma que ocultaba en su costado, me estiro hacia adelante y la saco de la carcasa, lanzándola hacia atrás. ─ Y a los más armados también. ─ Murmuré con una ceja arqueada. Con voracidad aparto sus manos de mi cuerpo, porque quiero voltearme, que lo hago. Plantándole en mitad del pecho un trasero prieto por la tela de cuero que no baja de mis muslos. Mis dedos sondean la calidad de sus pantalones y extremidades hasta alcanzar las botas, que para ello flexiono la columna y levanto mis nalgas, bonita vista para el elfo.
Indago en su calzado, si vamos a seguir, será sin armas que podamos echar en falta. Le despojo de la primera y tras rechistar, por milésima vez desde que nos encontramos le quito la segunda. Este hombre es una caja de sorpresas. Y ahora, a modo de castigo, me dejo caer con tosquedad sobre su entrepierna altiva y erecta. Lo suficientemente fuerte para que el dolor penetre y sepa, que yo no soy ninguna Caperucita, yo soy el lobo que lo devorará como se descuide. ─ ¿Quieres más? ─ Le pregunté, me refería al dolor que le propiné con el respingón. ─ Porque te daré más. ─ Estoy de espaldas, así que por obligación giro la cabeza para observarlo por el rabillo del ojo, imperturbable y airada como diciéndole, ¿ahora qué, eh?
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
El bardo cerro los ojos un instante, dejando que consolara su mal humor con esas caricias sobre su mandíbula, el tacto de las manos de alguien siempre revelaba muchas cosas, la dureza y aspereza de la piel de sus dedos para, ser una elfa, le contaban historias de acero y le advertían de que aquellas manos habían dado por lo menos, tanta muerte como las suyas. Iltharion deseó que esa no fuera una de esas noches donde amanecía con un cuerpo frío que no era el suyo en el lecho.
Por alguna extraña y temeraria razón al bardo le hacía gracia verla resoplar. -Mentira, si no fuera un "loco" me habrías mandado al cuerno.-Dijo convencido de que se habría aburrido y lo habría enviado a paseo.
Su carácter voluble y fluctuante era como un instrumento que estaba aprendiendo a tocar, y saberse artífice de cualquiera de sus sonidos y extremos era también una cuestión de vanidad. El cuerpo de ella y sus quejidos y refunfuños hablaban un idioma distinto, como si no se pusieron de acuerdo completamente, algo que cambió cuando la despojó de sus armas, y se hizo presente una clara molestia.
Iltharion no pudo contener una sonrisa ante ese golpe que le propino en el pecho, y esta se convirtió en una risa grave y algo ronca porque aunque era blanquecino no era de alabastro y su piel sentía, y su corazón bombeaba. Su mirada se tornó hambrienta al observar esa mezcla de odio, y sentir como se tensan los músculos y la piel, erizada por el frío, bajo sus manos. Un suspiró escondió un jadeo, con la contraofensiva de la muchacha que se negaba en conceder un ápice de nada, y que tenía que devolver cada afrenta. En ello confiaba el bardo.
Los comentarios mordaces no hicieron mas que ensanchar esa sonrisa traviesa, volviendo casi lobuna, descubriendo sus perlados dientes.
Saboreaba con el ego y la mirada cada contorsión que atrapaba con los ojos, con el cuerpo las caricias y los roces, y con los oídos ese cambio en la voz de ella, esa ronquez que la aquejaba, y que lleva dominando la voz de el desde hace ya un rato.
Un contraste de frío y calor lo atustó a medida que ella abría su camisa, el viento helado se colaba entre las telas, y los dedos hacían arder la piel alejando el invierno antes de que se asentara en sus ancianos huesos. Pero no parecía ser el objetivo de ellos el pasearse por el cuerpo del elfo, torneado a medias pues no es un guerrero, pero si lo suficientemente movido como para que las yemas sintieran la firmeza al presionar sobre la piel, y como para que esta, tensa sobre el musculo, mostrase algo de relieve.
Ella encaró una ceja, y el hizo reflejo de ese gesto, cuando le apartó las manos este las alzó con las palmas hacia afuera, con una bien fingida expresión de inocencia, permitiendole libertad para girarse, y solo entonces, una expresión realmente voraz se mostró en sus rasgos, cayendo la mascara ahora que solo el bosque podía contemplar su faz. No era porque ocultara sus intenciones, simplemente formaba parte del juego, y se había tornado natural para el elfo mantener esa dualidad casi todo el tiempo.
Con la joven de espaldas y nada sobre su pecho, el elfo se recostó sobre un codo alzando su torso. Detuvo allí su avance un instante, deleitándose con las vistas. Abrió y cerró la mano y esbozó una expresión traviesa, pero contuvo las ganas de plantar su huella, sabiendo que si no controlaba aquel impulso podía terminar herido con su propia daga, que pronto se uniría al resto en la nieve.
Un quejido de sorpresa y dolor escapó de los labios del elfo cuando su compañera se recostó con esa brusquedad dolorosa e inmisericorde sobre el, pero ese impulso terminó a su vez de enderezarlo y dejarlo sentado sobre la nieve. Eso también le azuzó a dejar de mirar, y sus manos se colaron, algo frías por el tempo a la intemperie, entre la camisa que cubría el torso de ella, una hacia su vientre, aderezándola y pegando su espalda contra su pecho. La otra más ingenua se apoyó sobre el brazo y subió por el hombro hasta recorrer el arco de su cuello, para retener al llegar al rostro su mentón y hacerla ladear su cabeza.
Inclinó de mientras el rostro en el lado contrario, aprovechando ese angulo mas abierto al otro lado, y pasando la nariz por su nuca hasta ese punto en donde el hombro se junta con el cuello, dejó que el pelo, castaño y corto le cosquilleara sobre el rostro.
-A ese juego podemos jugar dos.-Advirtió en un susurro contra la piel de ese punto sensible hasta incarle el diente, al principio con algo mas de fuerza de la debida, para después arañarla con los dientes con mas mesura mientras la acariciaba con la lengua.
Por alguna extraña y temeraria razón al bardo le hacía gracia verla resoplar. -Mentira, si no fuera un "loco" me habrías mandado al cuerno.-Dijo convencido de que se habría aburrido y lo habría enviado a paseo.
Su carácter voluble y fluctuante era como un instrumento que estaba aprendiendo a tocar, y saberse artífice de cualquiera de sus sonidos y extremos era también una cuestión de vanidad. El cuerpo de ella y sus quejidos y refunfuños hablaban un idioma distinto, como si no se pusieron de acuerdo completamente, algo que cambió cuando la despojó de sus armas, y se hizo presente una clara molestia.
Iltharion no pudo contener una sonrisa ante ese golpe que le propino en el pecho, y esta se convirtió en una risa grave y algo ronca porque aunque era blanquecino no era de alabastro y su piel sentía, y su corazón bombeaba. Su mirada se tornó hambrienta al observar esa mezcla de odio, y sentir como se tensan los músculos y la piel, erizada por el frío, bajo sus manos. Un suspiró escondió un jadeo, con la contraofensiva de la muchacha que se negaba en conceder un ápice de nada, y que tenía que devolver cada afrenta. En ello confiaba el bardo.
Los comentarios mordaces no hicieron mas que ensanchar esa sonrisa traviesa, volviendo casi lobuna, descubriendo sus perlados dientes.
Saboreaba con el ego y la mirada cada contorsión que atrapaba con los ojos, con el cuerpo las caricias y los roces, y con los oídos ese cambio en la voz de ella, esa ronquez que la aquejaba, y que lleva dominando la voz de el desde hace ya un rato.
Un contraste de frío y calor lo atustó a medida que ella abría su camisa, el viento helado se colaba entre las telas, y los dedos hacían arder la piel alejando el invierno antes de que se asentara en sus ancianos huesos. Pero no parecía ser el objetivo de ellos el pasearse por el cuerpo del elfo, torneado a medias pues no es un guerrero, pero si lo suficientemente movido como para que las yemas sintieran la firmeza al presionar sobre la piel, y como para que esta, tensa sobre el musculo, mostrase algo de relieve.
Ella encaró una ceja, y el hizo reflejo de ese gesto, cuando le apartó las manos este las alzó con las palmas hacia afuera, con una bien fingida expresión de inocencia, permitiendole libertad para girarse, y solo entonces, una expresión realmente voraz se mostró en sus rasgos, cayendo la mascara ahora que solo el bosque podía contemplar su faz. No era porque ocultara sus intenciones, simplemente formaba parte del juego, y se había tornado natural para el elfo mantener esa dualidad casi todo el tiempo.
Con la joven de espaldas y nada sobre su pecho, el elfo se recostó sobre un codo alzando su torso. Detuvo allí su avance un instante, deleitándose con las vistas. Abrió y cerró la mano y esbozó una expresión traviesa, pero contuvo las ganas de plantar su huella, sabiendo que si no controlaba aquel impulso podía terminar herido con su propia daga, que pronto se uniría al resto en la nieve.
Un quejido de sorpresa y dolor escapó de los labios del elfo cuando su compañera se recostó con esa brusquedad dolorosa e inmisericorde sobre el, pero ese impulso terminó a su vez de enderezarlo y dejarlo sentado sobre la nieve. Eso también le azuzó a dejar de mirar, y sus manos se colaron, algo frías por el tempo a la intemperie, entre la camisa que cubría el torso de ella, una hacia su vientre, aderezándola y pegando su espalda contra su pecho. La otra más ingenua se apoyó sobre el brazo y subió por el hombro hasta recorrer el arco de su cuello, para retener al llegar al rostro su mentón y hacerla ladear su cabeza.
Inclinó de mientras el rostro en el lado contrario, aprovechando ese angulo mas abierto al otro lado, y pasando la nariz por su nuca hasta ese punto en donde el hombro se junta con el cuello, dejó que el pelo, castaño y corto le cosquilleara sobre el rostro.
-A ese juego podemos jugar dos.-Advirtió en un susurro contra la piel de ese punto sensible hasta incarle el diente, al principio con algo mas de fuerza de la debida, para después arañarla con los dientes con mas mesura mientras la acariciaba con la lengua.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
He conjurado tantísimas veces a lo largo de las décadas una especie de serenidad para confrontar a la perdida de la cordura, que actualmente mi cabeza se encuentra entre lagunas blanquecinas y con el licor raudo y ágil cabriolar a través de mis venas. Sólo me interesa el calor corporal entre nuestras sombras mortecinas y la desdicha de que, después no nos volveremos a encontrar. Inspiro hasta colmar a mis pulmones de un aire frío que toma represalias desde mi interior árido que comienza a sentir y derribar murallas. Sus elocuencias no cesan y es que cada vez que abre la boca la piel se me eriza debido a la exaltación de mi sistema, que chilla por que le de una oportunidad a Iltharion de remover mis toques ariscos y amanse a la fiera que está apunto de escapar. Tiene toda la razón, si fuese un hombre aburrido y para nada exquisito, desde el primer momento y tras la cura de la herida, ya estaría recorriendo los bosques en busca de otro fuego en el que caldearse.
Sonrío desde mi ubicación de espaldas pensando en las infinitas casualidades que el destino ha preparado para que nuestro encuentro, tramado de sorpresas hagan mella, como cuando se juntan dos personas que nunca pensaron en conocerse.Y eso, aparte de quitarme la cordura, me hace entender que siguen existiendo personas que valen la pena, la incertidumbre de caer en las garras afiladas de otro, en sus fauces oscuras y en un calor del cual me haré adicta. La capa negruzca que porto esconde su pecho del cuero de mi ropa, y más profundo de una piel exótica y afrodisíaca. Mis rodillas, dobladas bajo los muslos inician un repiqueteo de mal gusto, y teniendo a mi acompañante pegado y asiéndome por la cintura, prefiero apoyar ambas palmas en las extremidades suyas, elevar mi trasero y colocar las piernas rectas, en el interior de las de éste que se hallan entreabiertas donde tomo asiento, esta vez sobre la nieve.
El corazón me palpita como un loco, bombeando grandes cantidades de sangre y sintiendo un amago del destino en cada una de sus caricias, como si trajesen un mensaje que no me costará descifrar, quiere más, como bien le dije anteriormente. ─ Cuidado. ─ Murmuré, una de mis manos la dirijo al interior de su cabello donde se pierde, tirando de sus hebras para que el contacto pase de centímetros a nada, porque estamos tan pegados que al final nos convertiremos en uno. ─ Si me sacas del camino, ¿quién volverá a meterme? ─ Le pregunté, controlando una especie de quejido que me tomó por sorpresa. Sus colmillos se aferran a la carne de mi cuello, profundizan y pellizcan. Y me fascina tanto la sensualidad de su lengua recorrer mis parajes inhóspitos como el aroma que emana, elixir para una elfa como yo, cadente y sin pudores a los que atenerse. Cada dedo va enrollándose en sus hebras rojizas, puesto que con el dolor de sus mordidas, se agrega un total éxtasis que humedece mi intimidad y sensibiliza mi piel, las zonas erógenas y todo en general.
No podré seguir de esta manera puesto que mi cuerpo pide una segunda ronda más bestial. El brazo que mantengo sobre uno de sus muslos, aprieta con fuerzas hasta que clavo las uñas sobre su pantalón. Cuando la punta de su lengua perfila mi cuello, desde la zona más alta hasta la más baja, ladeo la cabeza para que el placer no se vea interrumpido por una tontería como sería falta de espacio. La palma que mantiene sobre mi vientre revuelto por culpa de las mariposas que ascienden por mi garganta como exhalos y gemidos camuflados en resoplos que expido de entre mis labios, secos y que humedezco al juntarlos, repasándolos con el filo de mi lengua; la cual alborotada se pierde en la fragilidad del bajo, lamiéndolo esta vez con el libido palpable y un erotismo propio que desempapela mis emociones. Esa mano no me gusta ahí, así pues la dirijo hacia otra parte. La mía, la que descansaba sobre su muslo estrepitoso y arañado la coloco sobre el dorso de la suya, llevándola a un lugar que no podrá evadir, mi busto.
La dejo quieta ahí, él sabrá si quiere ser participe o achantarse. El caso es que en un giro de trescientos grados muevo mis caderas hacia la izquierda, colocando ambas piernas sobre una de las suyas y de esta forma, situarme de lado donde pueda hacer de las mías abiertamente. Elevo el mentón, observándole, he descubierto que más allá de ese semblante de sonrisas socarronas y miradas encantadoras se esconden mil cicatrices de aquellas heridas que yo le haré olvidar, al menos esta noche y con mis métodos singulares. ─ Elfo. ─ Recité. ─ Después de esto no habrá marcha atrás. ─ Que aún no ha pasada nada, sólo lo provoco si hay cabida para más. Con un vaho precipitado enfrío su perilla mientras mis palmas buscan sus costillas indefensas a la ola gélida y a las triquiñuelas de mis dedos que arrasan con cada espacio que desee explotar. De los costados me extravío hacia el abdomen, pectorales y finalizo en la cicatriz que porta, perfilándola con el dedo índice sin hacer presión que moleste.
No me detengo, pues cual huracán hasta que no arrase con las apetencias del elfo no pararé. En su cuello mis caricias se vuelven más placidas, altaneras y expertas en donde debo palpar para propinarle repeluznos insospechados. Continuando el recorrido, persigo la nuez que se le marca y donde me detengo para hacer una pausa, separándome para abordar sus labios con una facilidad incuestionable, inspeccionándolos también con la yema de mi dedo que aquí si que presiona, es una tentación peregrinar a través de su cuerpo con tan solo roces, aunque el morbo de lo simplista y atractivo siempre me ha valido. En mi rostro en todo momento aflora una sonrisa caprichosa y con ápices revoltosos, el dedo índice lo adentro en la cavidad que crean sus labios para que lo lama o lo muerda, porque me excita y eso es lo que importa.
Sonrío desde mi ubicación de espaldas pensando en las infinitas casualidades que el destino ha preparado para que nuestro encuentro, tramado de sorpresas hagan mella, como cuando se juntan dos personas que nunca pensaron en conocerse.Y eso, aparte de quitarme la cordura, me hace entender que siguen existiendo personas que valen la pena, la incertidumbre de caer en las garras afiladas de otro, en sus fauces oscuras y en un calor del cual me haré adicta. La capa negruzca que porto esconde su pecho del cuero de mi ropa, y más profundo de una piel exótica y afrodisíaca. Mis rodillas, dobladas bajo los muslos inician un repiqueteo de mal gusto, y teniendo a mi acompañante pegado y asiéndome por la cintura, prefiero apoyar ambas palmas en las extremidades suyas, elevar mi trasero y colocar las piernas rectas, en el interior de las de éste que se hallan entreabiertas donde tomo asiento, esta vez sobre la nieve.
El corazón me palpita como un loco, bombeando grandes cantidades de sangre y sintiendo un amago del destino en cada una de sus caricias, como si trajesen un mensaje que no me costará descifrar, quiere más, como bien le dije anteriormente. ─ Cuidado. ─ Murmuré, una de mis manos la dirijo al interior de su cabello donde se pierde, tirando de sus hebras para que el contacto pase de centímetros a nada, porque estamos tan pegados que al final nos convertiremos en uno. ─ Si me sacas del camino, ¿quién volverá a meterme? ─ Le pregunté, controlando una especie de quejido que me tomó por sorpresa. Sus colmillos se aferran a la carne de mi cuello, profundizan y pellizcan. Y me fascina tanto la sensualidad de su lengua recorrer mis parajes inhóspitos como el aroma que emana, elixir para una elfa como yo, cadente y sin pudores a los que atenerse. Cada dedo va enrollándose en sus hebras rojizas, puesto que con el dolor de sus mordidas, se agrega un total éxtasis que humedece mi intimidad y sensibiliza mi piel, las zonas erógenas y todo en general.
No podré seguir de esta manera puesto que mi cuerpo pide una segunda ronda más bestial. El brazo que mantengo sobre uno de sus muslos, aprieta con fuerzas hasta que clavo las uñas sobre su pantalón. Cuando la punta de su lengua perfila mi cuello, desde la zona más alta hasta la más baja, ladeo la cabeza para que el placer no se vea interrumpido por una tontería como sería falta de espacio. La palma que mantiene sobre mi vientre revuelto por culpa de las mariposas que ascienden por mi garganta como exhalos y gemidos camuflados en resoplos que expido de entre mis labios, secos y que humedezco al juntarlos, repasándolos con el filo de mi lengua; la cual alborotada se pierde en la fragilidad del bajo, lamiéndolo esta vez con el libido palpable y un erotismo propio que desempapela mis emociones. Esa mano no me gusta ahí, así pues la dirijo hacia otra parte. La mía, la que descansaba sobre su muslo estrepitoso y arañado la coloco sobre el dorso de la suya, llevándola a un lugar que no podrá evadir, mi busto.
La dejo quieta ahí, él sabrá si quiere ser participe o achantarse. El caso es que en un giro de trescientos grados muevo mis caderas hacia la izquierda, colocando ambas piernas sobre una de las suyas y de esta forma, situarme de lado donde pueda hacer de las mías abiertamente. Elevo el mentón, observándole, he descubierto que más allá de ese semblante de sonrisas socarronas y miradas encantadoras se esconden mil cicatrices de aquellas heridas que yo le haré olvidar, al menos esta noche y con mis métodos singulares. ─ Elfo. ─ Recité. ─ Después de esto no habrá marcha atrás. ─ Que aún no ha pasada nada, sólo lo provoco si hay cabida para más. Con un vaho precipitado enfrío su perilla mientras mis palmas buscan sus costillas indefensas a la ola gélida y a las triquiñuelas de mis dedos que arrasan con cada espacio que desee explotar. De los costados me extravío hacia el abdomen, pectorales y finalizo en la cicatriz que porta, perfilándola con el dedo índice sin hacer presión que moleste.
No me detengo, pues cual huracán hasta que no arrase con las apetencias del elfo no pararé. En su cuello mis caricias se vuelven más placidas, altaneras y expertas en donde debo palpar para propinarle repeluznos insospechados. Continuando el recorrido, persigo la nuez que se le marca y donde me detengo para hacer una pausa, separándome para abordar sus labios con una facilidad incuestionable, inspeccionándolos también con la yema de mi dedo que aquí si que presiona, es una tentación peregrinar a través de su cuerpo con tan solo roces, aunque el morbo de lo simplista y atractivo siempre me ha valido. En mi rostro en todo momento aflora una sonrisa caprichosa y con ápices revoltosos, el dedo índice lo adentro en la cavidad que crean sus labios para que lo lama o lo muerda, porque me excita y eso es lo que importa.
Eretria Noorgard
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
El tamborileo rítmico y desbocado del pulso palpitaba sobre sus labios, su lengua y sus manos, podía sentir el calor que irradiaba contra su cuerpo y se confundía en el propio, volviendo imposible distinguir de aquel foco sus elementos. Con sorna podría pensarse que hasta competían con la fogata, y parecía importarles la nieve tan poco como a esta.
La pasión y el fuego se reflejaban en los ojos del bardo que parecían querer engullir a la joven, y absorber cada pequeño detalle y porción de su cuerpo sobre los que se posaban.
Las advertencias fueron vanas, y mas bien contraproducentes, pues nada tentaba mas con sencillez que lo prohibido. Que fuera paciente no le restaba lo caprichoso, además de que la imprudencia, que parecía un continuo, le incitaba a seguir tentando, siempre dando un paso mas de lo que esta le recomendaba, y con la confianza de aquel que gana varias manos seguidas, no había impulso alguno capaz de disuadirlo.
Saboreó la piel de su cuello con suma avidez, con los ojos entrecerrados y trazando sobre ella caracteres que solo existían en aquel momento, fruto de la pasión que le recorría, que lo instaba a satisfacer cada uno de esos impulsos que llevaba despertando y alimentando la joven desde hacía ya un buen rato.
Por fin le había arrancado un sonido que no era de fastidio, y para sus adentros guardaba el reto y el anhelo de hacer brotar de su garganta todos esos gritos acallados durante su tratamiento.
Un sonido grave mezcla de gruñido y ronroneo se ahogó contra la piel del cuello, la cual seguía colmando de atenciones y caricias, y como no, de mas de un apasionado mordisco, como si en vez de elfo debiera haber nacido vampiro. La mano que ella empezó a conducir hacia arriba por su vientre no necesitaba mas guía que esa. Sin pudor, rodeo uno de sus senos con las manos, perfiló su base con los dedos, y cubriéndolo tanto como su mano le permitía lo presionó en si y contra ella, haciendo que sus dedos se deslizaran por su propia presión hasta pinzarle la cumbre del mismo.
Su lengua, inquieta, abandonó su cuello para ascender por su oreja, atrapar entre sus labios el lóbulo, y rozar con su nariz el resto, dejando que su respiración ligeramente agitada se ahogase contra su oído, mientras seguía jugando con su seno. Los dedos pellizcaban su pezón, lo acariciaban y con suavidad lo retorcían antes de sostener el pecho por entero otra vez, y amasarlo con soltura, y la avidez de querer abarcarlo todo, en un acto de pasión y codicia al mismo tiempo.
-Anfaüglir.-Le respondió en un susurro ronco, mirándola cara cara ahora que ella se había acomodado nuevamente. Como las otras veces, el no se había quejado, y encontraba en cada una de sus posturas su propio lugar. Un resoplido de placer escapó de entre sus dientes mientras los dedos de ella creaban ríos de lava sobre las brasas que eran su piel en ese momento, la piel se tensaba al paso, y se erizaba al mismo tiempo por el ansia satisfecha, que lejos de calmar ese hambre que le despertaba la hacía crecer más. Su respiración se volvió mas pesada, y la excitación mas latente, que presionaba palpitante entre ambos clamando por una atención que todavía le tardaría en llegar.
Colocó la mano, que había quedado libre tras abandonar su rostro, sobre su cadera, y recorrió su pierna hasta detener la palma en la rodilla donde la hizo girar juguetona hasta apoyarla en la cara interna de la misma, para luego subirla en una caricia que se volvía mas lenta a medida que se acercaba al punto de partida. Su cuerpo se agitaba con las caricias. Trago saliva ostentosamente, sintiendo la garganta seca, y tibia bajo sus atenciones.-Si a estas alturas te da la sensación de que no estoy donde quiero, me expreso realmente mal.-Murmuró, con el dedo de ella contra sus labios, antes de atrapar este con los dientes y acariciarlo con la lengua.-Descuida que no se volverá a repetir.-Afirmó con una pícara sonrisa dejando llegar finalmente la mano hasta su sexo, y repasando este sobre la tela con los dedos.
La pasión y el fuego se reflejaban en los ojos del bardo que parecían querer engullir a la joven, y absorber cada pequeño detalle y porción de su cuerpo sobre los que se posaban.
Las advertencias fueron vanas, y mas bien contraproducentes, pues nada tentaba mas con sencillez que lo prohibido. Que fuera paciente no le restaba lo caprichoso, además de que la imprudencia, que parecía un continuo, le incitaba a seguir tentando, siempre dando un paso mas de lo que esta le recomendaba, y con la confianza de aquel que gana varias manos seguidas, no había impulso alguno capaz de disuadirlo.
Saboreó la piel de su cuello con suma avidez, con los ojos entrecerrados y trazando sobre ella caracteres que solo existían en aquel momento, fruto de la pasión que le recorría, que lo instaba a satisfacer cada uno de esos impulsos que llevaba despertando y alimentando la joven desde hacía ya un buen rato.
Por fin le había arrancado un sonido que no era de fastidio, y para sus adentros guardaba el reto y el anhelo de hacer brotar de su garganta todos esos gritos acallados durante su tratamiento.
Un sonido grave mezcla de gruñido y ronroneo se ahogó contra la piel del cuello, la cual seguía colmando de atenciones y caricias, y como no, de mas de un apasionado mordisco, como si en vez de elfo debiera haber nacido vampiro. La mano que ella empezó a conducir hacia arriba por su vientre no necesitaba mas guía que esa. Sin pudor, rodeo uno de sus senos con las manos, perfiló su base con los dedos, y cubriéndolo tanto como su mano le permitía lo presionó en si y contra ella, haciendo que sus dedos se deslizaran por su propia presión hasta pinzarle la cumbre del mismo.
Su lengua, inquieta, abandonó su cuello para ascender por su oreja, atrapar entre sus labios el lóbulo, y rozar con su nariz el resto, dejando que su respiración ligeramente agitada se ahogase contra su oído, mientras seguía jugando con su seno. Los dedos pellizcaban su pezón, lo acariciaban y con suavidad lo retorcían antes de sostener el pecho por entero otra vez, y amasarlo con soltura, y la avidez de querer abarcarlo todo, en un acto de pasión y codicia al mismo tiempo.
-Anfaüglir.-Le respondió en un susurro ronco, mirándola cara cara ahora que ella se había acomodado nuevamente. Como las otras veces, el no se había quejado, y encontraba en cada una de sus posturas su propio lugar. Un resoplido de placer escapó de entre sus dientes mientras los dedos de ella creaban ríos de lava sobre las brasas que eran su piel en ese momento, la piel se tensaba al paso, y se erizaba al mismo tiempo por el ansia satisfecha, que lejos de calmar ese hambre que le despertaba la hacía crecer más. Su respiración se volvió mas pesada, y la excitación mas latente, que presionaba palpitante entre ambos clamando por una atención que todavía le tardaría en llegar.
Colocó la mano, que había quedado libre tras abandonar su rostro, sobre su cadera, y recorrió su pierna hasta detener la palma en la rodilla donde la hizo girar juguetona hasta apoyarla en la cara interna de la misma, para luego subirla en una caricia que se volvía mas lenta a medida que se acercaba al punto de partida. Su cuerpo se agitaba con las caricias. Trago saliva ostentosamente, sintiendo la garganta seca, y tibia bajo sus atenciones.-Si a estas alturas te da la sensación de que no estoy donde quiero, me expreso realmente mal.-Murmuró, con el dedo de ella contra sus labios, antes de atrapar este con los dientes y acariciarlo con la lengua.-Descuida que no se volverá a repetir.-Afirmó con una pícara sonrisa dejando llegar finalmente la mano hasta su sexo, y repasando este sobre la tela con los dedos.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Es posible que de aquí salga como una fiera, que ya lo soy en mi rutina diaria. Maldita sea, yo no he firmado ningún acuerdo para que con una sonrisa robe mis pensamientos veloz, como si le fuese fácil y le sirviera para conquistarme, al menos a mi cuerpo ardiente y rígido. Entre sus piernas y rodeada por una extensa espalda y brazos tonificados me retuerzo, hecha un cúmulo de males y tentaciones. Tentaciones que en cantidades mínimas nos vamos ofreciendo bajo la clarividencia de la luna y arropados por los copos que insisten en adornar el ambiente que nos rodea. No me conoce en absoluto pero sabe a ciencia cierta donde están mis puntos eróticos, no hará falta pensar en una nueva forma de sorprender a mis sentidos o de hacerme saber que nuestros corazones jamás estarán unidos, pero sí nuestras mentes retorcidas, que de un nivel principiante, han pasado a uno con mucha más dificultad.
Extiendo el cuello, notándolo marcar cada zona que le plazca y ahí donde su lengua se hará difícil de borrar, así como mis uñas marcadas en sus extremidades bajas. Las palabras se me acaban y yo entrecierro los párpados, no habrán besos que me roben el alma, haciéndole el dueño de mis terrenos ínfimos, de mi cuerpo o de mi sangre, porque soy un alma libre y seguramente él también. El aire me falta y mi pecho acorde al recién llegado baila en un vaivén notorio, no recordaba como la mano de un hombre podía llevarme al cielo, regresar y volver a por un tour extra. Inspiro profunda hasta que mi pecho se infla, volviendo a su estado anterior donde Iltharion tantea hasta amoldarse al tamaño de mis voluptuosos pechos. Río, al final no se achantó. Mi cabeza la apoyo en su torso mientras que lo persigo con una de mis manos, colocándola sobre la que está haciendo estragos, estira de cada uno de ellos y es una sensación esplendorosa que aunque duela, me fascina. No nos fue suficiente y mis pezones irremediables, se erizan por el éxtasis y la delicia terrenal que los tortura, pellizcándolos con un regusto provocador como si con ello pretendiese castigarme.
Me nombra y le ignoro, porque el ardor humectante de su boca en contra de una de mis orejas es demasiado, porque desde su mirada hasta el mas candente roce me está saturando y quiero explotar, pero aguantaré hasta que no pueda más. Sonreí, la respiración del elfo produce sensaciones encubiertas a través de mis oídos, música que reconstruye la perspectiva de que como hombre, su cuerpo elegirá antes que su mente. ─ ¿Hmm? ─ Es un simple sonsonete para alertarle de que sigo atenta y no perdida en un naufragio de incitaciones propuestas, como las que deja recaer una vez más al son de mis senos, no fue suficiente con el primer plato que ansía un segundo y más abajo, un tercero. No me contengo, y desde lo más profundo de mi ser escupo un gimoteo que no me complace, sus actos sí, pero la reacción de mi cuerpo deja mucho que desear.
Coopero entreabriendo mis piernas y dejándole palpar mi lugar preferido, húmedo, caliente e impaciente porque unos cuantos dedos lo asalten y hurguen hasta lo más profundo. ─ Te expresas fatal. ─ Susurré, entre provocaciones y ronroneos suculentos. Quiero que me haga sentir, que un temblor arremeta en contra de mis entrañas y que a gritos me vuelva loca hasta que mis piernas tiriten y mi cabeza se nuble. ─ Pero yo, me expreso la mar de bien. ─ Musité con esa mordida galante pillándome el dedo y distrayéndome. No me robará más la noción del tiempo, y se lo indico poniéndome de rodillas, de cara al elfo, pero antes de eso mis palmas van al bulto patente en sus pantalones, apretándolo con una malicia que me hace reír. Después, puesto que hay mucho que realizar y tocar, coloco las palmas en su cintura, escalando a través de su torso sin importarme que los dedos se me enganchasen en sus collares o que mis labios marquen sus pectorales, en algunas zonas voy succionando hasta que mis dedos se pierden en sus costados y mis besos placenteros suben por sus clavículas, donde me detengo, muerdo y sigo con el sendero.
Entreabro las piernas y antes de ser yo la que lama su cuello, afianzo sus brazos y los llevo a mi trasero, mis nalgas también quieren ser premiadas. ─ A este juego, ─ verbalizo. ─ Podemos jugar dos. ─ Me lo dijo él mismo y yo solo me he tomado la libertad de repetirlas cuando mi boca insaciable se enzarza con la piel blanca de su cuello. Un sabor desconocido al igual de exquisito y pasional empapa la cavidad de mi boca que repasa las venas que se le marcan, pellizcando la piel y moviéndome hacia el centro donde descansa su nuez. Desde la zona baja hasta su mentón priorizo mi toque mágico con la lengua, no sin antes obligarle a que alce la cabeza con un suave tirón de melena. En su mentón me encantaría morder pero está la perilla así que mis labios rozan los suyos en un gesto ingenuo, sin reparar en que podría quedarme así un tiempo, no. La mano con la que jalé su melena penetra a través de esta y le obliga con un empujoncito en la nuca a que descienda, permitiéndome capturar su oreja y esta vez ser yo la que deje una respiración acelerada y un mordisco en la punta sensiblera.
Las pasiones misteriosas que embriagan mis sentidos recrean un sonido gutural en su oído con el mero propósito de calentarlo. Plácida por el juego de manos, besos, mordiscos y lengua me agacho, desabrocho el cinturón y tiro de este hasta sacárselo. ¿Qué se suele hacer con estas cosas? Sí, río revoltosa y antes de que se niegue o retire las muñecas las amarro con fuerzas. La falta de movimiento a mi no es algo que me guste, pero si en el caso contrario, es él, me pone como una moto. Pellizco mi labio inferior, echándolo hacia atrás con astucia para que al moverlo, la piel quede bajo su espalda, tampoco es plan de que pase más frío de la cuenta. Altiva vuelvo a sus caderas donde tomo asiento e inicio una serie de meneos lujuriosos. De delante hacia atrás, de forma circular e incluso, tan solo boto con suavidad para que su miembro erecto note el calor de mi entrepierna y la desee. ─ ¿Te portarás bien? ─ Inquirí, ojeándolo amarrado y seguramente incómodo por no tener acceso a mi cuerpo, más yo sí al suyo. Nuestros alientos vuelven a conectarse, respirando el uno del otro al unísono y sin intercambio de manoseos.
─ No tardaré mucho. ─ Le aseguré, perdiéndome en su cuello con un riego de besos que declinan en pellizcos hasta llegar a su vientre. El pantalón sin el cinturón es holgado, permitiéndome un acceso y averiguar cual es su tamaño, considerable, fantástico. Si vamos a hacerlo, será con paciencia y explotando los puntos erógenos. No le quito la prenda, tan sólo le saco la extremidad larga y dilatada. Traviesa y antes de ponerme seria, beso la punta como si fuese a morderme en cualquier momento antes de sobresaltar al elfo, llevándolo a mis labios con lentitud y con la mirada plena en sus orbes añiles. Si por mi fuese ya empezaría, pero debo acomodarme en el hueco que me deja, inclinando el cuerpo hacia delante y por fin apasionada, envolvente y fúrica le ofrezco un placer desmesurando tan sólo con mi boca y lengua hasta que el aire le falte y la velocidad de mis subidas y bajadas aumente en proporción al deleite.
Extiendo el cuello, notándolo marcar cada zona que le plazca y ahí donde su lengua se hará difícil de borrar, así como mis uñas marcadas en sus extremidades bajas. Las palabras se me acaban y yo entrecierro los párpados, no habrán besos que me roben el alma, haciéndole el dueño de mis terrenos ínfimos, de mi cuerpo o de mi sangre, porque soy un alma libre y seguramente él también. El aire me falta y mi pecho acorde al recién llegado baila en un vaivén notorio, no recordaba como la mano de un hombre podía llevarme al cielo, regresar y volver a por un tour extra. Inspiro profunda hasta que mi pecho se infla, volviendo a su estado anterior donde Iltharion tantea hasta amoldarse al tamaño de mis voluptuosos pechos. Río, al final no se achantó. Mi cabeza la apoyo en su torso mientras que lo persigo con una de mis manos, colocándola sobre la que está haciendo estragos, estira de cada uno de ellos y es una sensación esplendorosa que aunque duela, me fascina. No nos fue suficiente y mis pezones irremediables, se erizan por el éxtasis y la delicia terrenal que los tortura, pellizcándolos con un regusto provocador como si con ello pretendiese castigarme.
Me nombra y le ignoro, porque el ardor humectante de su boca en contra de una de mis orejas es demasiado, porque desde su mirada hasta el mas candente roce me está saturando y quiero explotar, pero aguantaré hasta que no pueda más. Sonreí, la respiración del elfo produce sensaciones encubiertas a través de mis oídos, música que reconstruye la perspectiva de que como hombre, su cuerpo elegirá antes que su mente. ─ ¿Hmm? ─ Es un simple sonsonete para alertarle de que sigo atenta y no perdida en un naufragio de incitaciones propuestas, como las que deja recaer una vez más al son de mis senos, no fue suficiente con el primer plato que ansía un segundo y más abajo, un tercero. No me contengo, y desde lo más profundo de mi ser escupo un gimoteo que no me complace, sus actos sí, pero la reacción de mi cuerpo deja mucho que desear.
Coopero entreabriendo mis piernas y dejándole palpar mi lugar preferido, húmedo, caliente e impaciente porque unos cuantos dedos lo asalten y hurguen hasta lo más profundo. ─ Te expresas fatal. ─ Susurré, entre provocaciones y ronroneos suculentos. Quiero que me haga sentir, que un temblor arremeta en contra de mis entrañas y que a gritos me vuelva loca hasta que mis piernas tiriten y mi cabeza se nuble. ─ Pero yo, me expreso la mar de bien. ─ Musité con esa mordida galante pillándome el dedo y distrayéndome. No me robará más la noción del tiempo, y se lo indico poniéndome de rodillas, de cara al elfo, pero antes de eso mis palmas van al bulto patente en sus pantalones, apretándolo con una malicia que me hace reír. Después, puesto que hay mucho que realizar y tocar, coloco las palmas en su cintura, escalando a través de su torso sin importarme que los dedos se me enganchasen en sus collares o que mis labios marquen sus pectorales, en algunas zonas voy succionando hasta que mis dedos se pierden en sus costados y mis besos placenteros suben por sus clavículas, donde me detengo, muerdo y sigo con el sendero.
Entreabro las piernas y antes de ser yo la que lama su cuello, afianzo sus brazos y los llevo a mi trasero, mis nalgas también quieren ser premiadas. ─ A este juego, ─ verbalizo. ─ Podemos jugar dos. ─ Me lo dijo él mismo y yo solo me he tomado la libertad de repetirlas cuando mi boca insaciable se enzarza con la piel blanca de su cuello. Un sabor desconocido al igual de exquisito y pasional empapa la cavidad de mi boca que repasa las venas que se le marcan, pellizcando la piel y moviéndome hacia el centro donde descansa su nuez. Desde la zona baja hasta su mentón priorizo mi toque mágico con la lengua, no sin antes obligarle a que alce la cabeza con un suave tirón de melena. En su mentón me encantaría morder pero está la perilla así que mis labios rozan los suyos en un gesto ingenuo, sin reparar en que podría quedarme así un tiempo, no. La mano con la que jalé su melena penetra a través de esta y le obliga con un empujoncito en la nuca a que descienda, permitiéndome capturar su oreja y esta vez ser yo la que deje una respiración acelerada y un mordisco en la punta sensiblera.
Las pasiones misteriosas que embriagan mis sentidos recrean un sonido gutural en su oído con el mero propósito de calentarlo. Plácida por el juego de manos, besos, mordiscos y lengua me agacho, desabrocho el cinturón y tiro de este hasta sacárselo. ¿Qué se suele hacer con estas cosas? Sí, río revoltosa y antes de que se niegue o retire las muñecas las amarro con fuerzas. La falta de movimiento a mi no es algo que me guste, pero si en el caso contrario, es él, me pone como una moto. Pellizco mi labio inferior, echándolo hacia atrás con astucia para que al moverlo, la piel quede bajo su espalda, tampoco es plan de que pase más frío de la cuenta. Altiva vuelvo a sus caderas donde tomo asiento e inicio una serie de meneos lujuriosos. De delante hacia atrás, de forma circular e incluso, tan solo boto con suavidad para que su miembro erecto note el calor de mi entrepierna y la desee. ─ ¿Te portarás bien? ─ Inquirí, ojeándolo amarrado y seguramente incómodo por no tener acceso a mi cuerpo, más yo sí al suyo. Nuestros alientos vuelven a conectarse, respirando el uno del otro al unísono y sin intercambio de manoseos.
─ No tardaré mucho. ─ Le aseguré, perdiéndome en su cuello con un riego de besos que declinan en pellizcos hasta llegar a su vientre. El pantalón sin el cinturón es holgado, permitiéndome un acceso y averiguar cual es su tamaño, considerable, fantástico. Si vamos a hacerlo, será con paciencia y explotando los puntos erógenos. No le quito la prenda, tan sólo le saco la extremidad larga y dilatada. Traviesa y antes de ponerme seria, beso la punta como si fuese a morderme en cualquier momento antes de sobresaltar al elfo, llevándolo a mis labios con lentitud y con la mirada plena en sus orbes añiles. Si por mi fuese ya empezaría, pero debo acomodarme en el hueco que me deja, inclinando el cuerpo hacia delante y por fin apasionada, envolvente y fúrica le ofrezco un placer desmesurando tan sólo con mi boca y lengua hasta que el aire le falte y la velocidad de mis subidas y bajadas aumente en proporción al deleite.
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Iltharion sabía que aquello era una bravuconada, otra de esas mentiras claras que formaban parte de lo que ya eran sus bromas, engaños inocuos que le daban un poco mas de picante a su encuentro, porque provocaban al otro a cumplir sus palabras con hechos.
Por la propia inmisericordía de sus palabras le propinó un par de tirones en el pezón, al terminar a aquel comentario, antes de volver llenarlo de caricias y apretones, que cambiaban de uno a otro para no permitir a ninguno de ambos acostumbrarse al tacto de sus manos.
La otra se hallaba también entretenida, rozando y presionando a partes iguales, trazado oblicuas siluetas sobre el calor de su sexo, y tanteando con el pulgar el borde de los pantalones, rozando escasamente su venus, amenazando en colar la mano entre las ropas en cualquier momento, pero buscando generar el ansia de no hacerlo.
Era un cumulo de sensaciones, expresiones y movimiento, sin poder quedarse quieta había cambiado ya de postura varias veces, se colocaba de un modo u de otro, interrumpiendo cualquier ademán que tuviese planeado el elfo, y, aunque este estaba a punto de tirarla contra el suelo, cuando se puso la rodilla la curiosidad ganó una vez mas la pelea.
Un suspiro de placer que arrastraba resquicios de su voz, grave y bronca al sentir las manos de ella calmar y despertar a la vez la efigie de sus apetitos, abultada y erecta. Un gruñido de placer y también de queja por esa burla juguetona es toda la respuesta que pudo dar en ese momento, con la bruma adueñándose de su mente por un momento, volviéndose, como todos, necio y embriagado, completamente entregado. No tardó en recuperar la cordura, o parte de ella, mientras la muchacha escalaba por su torso, y lo marcaba con sus besos.
Dejo una vez mas que ella conduciera sus manos, nadie mejor que ella misma para saber que pedía su cuerpo, y aunque el trovador supiera como atender cada porción de ese cuerpo, todavía no era vidente. Amasó y presionó, incluso pellizco algo de los glúteos antes de agarrarla y presionarla contra si mismo, uniendo una vez mas sus sexos, separados únicamente por las telas, que estorbaban mas que otra cosa, y hacían crecer esa sensación de anhelo. Iltharion movió las caderas, con una firmeza y lentitud que le resulto casi desesperante hasta para el, y al mismo tiempo embriagante.
Separó una de las manos de sus nalgas, y la escoló entre sus torsos, que tendían a juntarse como si hubiera una atracción magnética, y con destreza soltó botón por botón hasta que sus pieles finalmente se encontraron.
Guturales gemidos escapaban de sus labios mientras su espada se arqueaba, su cuello, tenso, marcaba las venas al estremecerse con placer palpable. Sus labios se rozaron, pero antes de poder atrapar el inferior entre sus dientes estos mordieron el aire, y la mano inclemente de ella obligaba a alzarse su rostro y observar las estrellas, esquivas, que apenas se asomaban entre las espesas nubes y el techo de hojas del bosque.
Sus manos que se habían juntado en su vientre, dispuestas a partir de ese centro a latitudes mas cálidas quedaron amarradas a traición por su propio cinturón. Iltharion encaró una ceja, y con mirada suspicaz escrutó sus gestos e intenciones, intentando advertirlos antes de hallarse inmerso en ellos.
Se dejó acomodar sobre la piel y agradeció mentalmente que hubiese tenido la consideración de no dejarlo tirado en la nieve, dobló los brazos con las manos atadas. Sentada sobre su regazo no alcanzaba a tocarla con sus manos, y viendo esas inútiles alzo los brazos, dobló los codos y colocó sus manos, por ahora inservibles, bajo su cabeza a modo colchón.
-No puedo prometer nada.-Sonrió con diversión, mas por retarla y por mantener ese desafió con el que se recreaba, que porque pudiera hacer muchas maldades en esa situación.
Iltharion entrecerró los ojos, y disfrutó del momento, como no podía tocarla con las manos, la seguía con los ojos, entrecerrados, que oteaban cada gesto mientras lo sentía en su propia carne. Dejaba salir sin pudor ninguno cualquier gesto de placer que esta le provocaba, suspiros, jadeos y aquellos gruñidos graves que estaban a medio camino de ser otra cosa, pero que allí se quedaban.
En el momento en el que traviesa no solo liberó su miembro si no lo tentó con la perspectiva de ese afecto esquivo, del que las doncellas de bien no habían siquiera oído hablar, el trovador dió las gracias por todas esas mujeres atrevidas que arrojaban el candor por la ventana, el pudor por el mismo sitio, y se arrojaban a lo placentero y condenable, que a menudo, era lo mas divertido.
El tacto de sus labios entorno a su falo lo hizo arquearse sobre las pieles, y soltar un gemido claro que se perdió en el bosque, el primero de otros mas contenidos una vez el factor sorpresa pasó, pero igual de llenos de deleite. De haber tenido las manos libres la habría asido contra su cuerpo con tal de impedir que cesara en su empeño. Embriagado y casi ciego de gozo arqueó como la espalda la cadera, dejando que lo volviera loco.
El frío corto su garganta, y sus pulmones, que tomaban aire torpemente. Cerró los ojos mientras la nieve se depositaba sobre su rostro. Los gélidos copos que congelaban ínfimas porciones de su cuerpo y se derretían prestas sobre el mismo, lo sacaban de ese trance en el que lo sumergía ella con cada caricia de su lengua.
Por la propia inmisericordía de sus palabras le propinó un par de tirones en el pezón, al terminar a aquel comentario, antes de volver llenarlo de caricias y apretones, que cambiaban de uno a otro para no permitir a ninguno de ambos acostumbrarse al tacto de sus manos.
La otra se hallaba también entretenida, rozando y presionando a partes iguales, trazado oblicuas siluetas sobre el calor de su sexo, y tanteando con el pulgar el borde de los pantalones, rozando escasamente su venus, amenazando en colar la mano entre las ropas en cualquier momento, pero buscando generar el ansia de no hacerlo.
Era un cumulo de sensaciones, expresiones y movimiento, sin poder quedarse quieta había cambiado ya de postura varias veces, se colocaba de un modo u de otro, interrumpiendo cualquier ademán que tuviese planeado el elfo, y, aunque este estaba a punto de tirarla contra el suelo, cuando se puso la rodilla la curiosidad ganó una vez mas la pelea.
Un suspiro de placer que arrastraba resquicios de su voz, grave y bronca al sentir las manos de ella calmar y despertar a la vez la efigie de sus apetitos, abultada y erecta. Un gruñido de placer y también de queja por esa burla juguetona es toda la respuesta que pudo dar en ese momento, con la bruma adueñándose de su mente por un momento, volviéndose, como todos, necio y embriagado, completamente entregado. No tardó en recuperar la cordura, o parte de ella, mientras la muchacha escalaba por su torso, y lo marcaba con sus besos.
Dejo una vez mas que ella conduciera sus manos, nadie mejor que ella misma para saber que pedía su cuerpo, y aunque el trovador supiera como atender cada porción de ese cuerpo, todavía no era vidente. Amasó y presionó, incluso pellizco algo de los glúteos antes de agarrarla y presionarla contra si mismo, uniendo una vez mas sus sexos, separados únicamente por las telas, que estorbaban mas que otra cosa, y hacían crecer esa sensación de anhelo. Iltharion movió las caderas, con una firmeza y lentitud que le resulto casi desesperante hasta para el, y al mismo tiempo embriagante.
Separó una de las manos de sus nalgas, y la escoló entre sus torsos, que tendían a juntarse como si hubiera una atracción magnética, y con destreza soltó botón por botón hasta que sus pieles finalmente se encontraron.
Guturales gemidos escapaban de sus labios mientras su espada se arqueaba, su cuello, tenso, marcaba las venas al estremecerse con placer palpable. Sus labios se rozaron, pero antes de poder atrapar el inferior entre sus dientes estos mordieron el aire, y la mano inclemente de ella obligaba a alzarse su rostro y observar las estrellas, esquivas, que apenas se asomaban entre las espesas nubes y el techo de hojas del bosque.
Sus manos que se habían juntado en su vientre, dispuestas a partir de ese centro a latitudes mas cálidas quedaron amarradas a traición por su propio cinturón. Iltharion encaró una ceja, y con mirada suspicaz escrutó sus gestos e intenciones, intentando advertirlos antes de hallarse inmerso en ellos.
Se dejó acomodar sobre la piel y agradeció mentalmente que hubiese tenido la consideración de no dejarlo tirado en la nieve, dobló los brazos con las manos atadas. Sentada sobre su regazo no alcanzaba a tocarla con sus manos, y viendo esas inútiles alzo los brazos, dobló los codos y colocó sus manos, por ahora inservibles, bajo su cabeza a modo colchón.
-No puedo prometer nada.-Sonrió con diversión, mas por retarla y por mantener ese desafió con el que se recreaba, que porque pudiera hacer muchas maldades en esa situación.
Iltharion entrecerró los ojos, y disfrutó del momento, como no podía tocarla con las manos, la seguía con los ojos, entrecerrados, que oteaban cada gesto mientras lo sentía en su propia carne. Dejaba salir sin pudor ninguno cualquier gesto de placer que esta le provocaba, suspiros, jadeos y aquellos gruñidos graves que estaban a medio camino de ser otra cosa, pero que allí se quedaban.
En el momento en el que traviesa no solo liberó su miembro si no lo tentó con la perspectiva de ese afecto esquivo, del que las doncellas de bien no habían siquiera oído hablar, el trovador dió las gracias por todas esas mujeres atrevidas que arrojaban el candor por la ventana, el pudor por el mismo sitio, y se arrojaban a lo placentero y condenable, que a menudo, era lo mas divertido.
El tacto de sus labios entorno a su falo lo hizo arquearse sobre las pieles, y soltar un gemido claro que se perdió en el bosque, el primero de otros mas contenidos una vez el factor sorpresa pasó, pero igual de llenos de deleite. De haber tenido las manos libres la habría asido contra su cuerpo con tal de impedir que cesara en su empeño. Embriagado y casi ciego de gozo arqueó como la espalda la cadera, dejando que lo volviera loco.
El frío corto su garganta, y sus pulmones, que tomaban aire torpemente. Cerró los ojos mientras la nieve se depositaba sobre su rostro. Los gélidos copos que congelaban ínfimas porciones de su cuerpo y se derretían prestas sobre el mismo, lo sacaban de ese trance en el que lo sumergía ella con cada caricia de su lengua.
Iltharion Dur'Falas
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Re: Una sombra sin nombre. [Privado, Iltharion +18]
Decidida a no librarle de este laberinto masoquista, tuerzo una sonrisa cuando está fuera de mis fauces, infligiéndole sensaciones varias con tan sólo una mirada que lo recorre de pies a cabeza. Su cuerpo no tarda en reaccionar a mi boca, arqueándose y expidiendo bramidos guturales que me empapan y me llenan de gloria. Con los labios adormecidos desvanezco el espacio entre nuestros cuerpos, obsequiándole un billete de ida hacia el paraíso que una mujer puede ofrecerle en una noche cualquiera. Decrezco sosegada, acaparando distintos ritmos que lo enloquezcan y a los cuales jamás pueda acostumbrarse, así como su respiración que a pesar de las pausas que voy realizando para que no acabe, sigue igual de apresurada ante mis menesteres exquisitos. Desde sus caderas percibo la silueta que tiembla y replica hacia arriba, entiendo que el placer sea grande pues qué se me va a hacer, después del pasar de las décadas sigue dándoseme bien. Así pues, con las palmas estiro sus piernas y las sujeto porque me está poniendo histérica y no estoy para que me dificulte el trabajo.
El aire me falta, y es en esa pausa donde respiro con presteza y me recompongo, recogiendo las perlas que decaen desde mis comisuras gracias a la lengua. En mis pechos e inclusive costillas siguen marcados sus dedos con fuego y deseo, rememorando la travesura de antaño y saboreando el recuerdo con esmero hasta percatarme de que mi entrepierna también escuece y requiere atenciones más específicas. Continúo dándole placer entre compases inhumanos y otros tantos pausados hasta notarla ensanchada en mi boca, si insisto la diversión acabará pronto. Bufo estremecida por la brisa que atraviesa la tela abierta y penetra a través de mi esqueleto, helándome los huesos y endureciendo mis pezones. No me apetece soltarle porque aunque siga en silencio, sacrificando minutos que podría invertir encima mía y una frustración patente de no dejarle acabar, capaz y todo que se venga. Entre exhalaciones y decadencias, pensamientos que me perturban e ingenuos que debería dejar actuar llego a la conclusión, de que todavía puede mantenerse al margen y con las muñecas juntas.
Con recelo me voy apartando, colocándome sobre él y volteándome en dirección contraria. Con particular atractivo alzo mis glúteos y gracias a mis dedos, los cuales se escabullen en el pantalón corto, lo voy resbalando por mi piel hasta dejarlo a mitad de camino, como hice con los suyos. Él sabe que he hecho, pero no puede presenciarlo porque la capa sigue tapando mis curvas lo cual me hace sonreír, triunfante y con una serie de ventajas. No le pregunté que si quería ver porque sus cuencas hambrientas hablan por sí mismas, si este capricho fugaz y loco no lo endemoniase ya estaría suelto. La capa que cubre mi espalda, cintura y trasero la aparto hacia un lado, que será un incordio seguir con ella puesta, pero que puñetas, seguimos en invierno por mucho calor que padezca. Mis manos buscan un apoyo en sus extremidades bajas y antes de que el elfo pueda decir cualquier burrada levanto la cadera, enseñándole al completo de lo que estoy hecha y cuan deliciosa puedo ser por dentro. No se si está embobado o pensativo, pero agradezco que el silencio reine en medio del fuego.
No prometió nada, lo sé y mi subconsciente me lo recuerda, más no puedo seguir dándole placer cuando yo también exijo un contacto más íntimo que con las muñecas así, es imposible que me dé, a no ser que le plante mi entrepierna en su boca y lo asfixie con cada ligero movimiento de cadera. No lo haré, no estoy tan desesperada y sinceramente, prefiero que él mismo me busque con esa fuerza que mostrará y me chiflará, porque cuanto más fuerte más lo disfruto. Trago saliva y las paredes de mi boca lo agradecen después del trabajo oral, ha visto tanto mis pechos desnudos como mi buena y morena intimidad, ahora sólo depende de él a donde irá a parar primero. Lo observo de soslayo, volteada y sobre su vientre con las nalgas prietas y tensadas. Uno, dos... En el tres me arrimo cauta a sus muñecas y de un tirón belicoso el cuero del cinturón no resiste dentro de la hebilla y va aflojándose. En sus muñecas seguramente queden marcas rojizas, no sólo por la fuerza con la apreté sino por la apetencia de él mismo al querer librarse.
En plena soledad, con la intensidad de su mirada y esas manos sueltas yo me encojo expectante por las atrocidades que me hará y en donde me regocijaré sin discreción, apetecible si lo pienso de más, creando fantasías de todo tipo antes de que sus manos me busquen, sujetándome y haciéndome a saber qué, tan presuroso que se me escapa un chillido por lo bajo y que sirve como fondo.
El aire me falta, y es en esa pausa donde respiro con presteza y me recompongo, recogiendo las perlas que decaen desde mis comisuras gracias a la lengua. En mis pechos e inclusive costillas siguen marcados sus dedos con fuego y deseo, rememorando la travesura de antaño y saboreando el recuerdo con esmero hasta percatarme de que mi entrepierna también escuece y requiere atenciones más específicas. Continúo dándole placer entre compases inhumanos y otros tantos pausados hasta notarla ensanchada en mi boca, si insisto la diversión acabará pronto. Bufo estremecida por la brisa que atraviesa la tela abierta y penetra a través de mi esqueleto, helándome los huesos y endureciendo mis pezones. No me apetece soltarle porque aunque siga en silencio, sacrificando minutos que podría invertir encima mía y una frustración patente de no dejarle acabar, capaz y todo que se venga. Entre exhalaciones y decadencias, pensamientos que me perturban e ingenuos que debería dejar actuar llego a la conclusión, de que todavía puede mantenerse al margen y con las muñecas juntas.
Con recelo me voy apartando, colocándome sobre él y volteándome en dirección contraria. Con particular atractivo alzo mis glúteos y gracias a mis dedos, los cuales se escabullen en el pantalón corto, lo voy resbalando por mi piel hasta dejarlo a mitad de camino, como hice con los suyos. Él sabe que he hecho, pero no puede presenciarlo porque la capa sigue tapando mis curvas lo cual me hace sonreír, triunfante y con una serie de ventajas. No le pregunté que si quería ver porque sus cuencas hambrientas hablan por sí mismas, si este capricho fugaz y loco no lo endemoniase ya estaría suelto. La capa que cubre mi espalda, cintura y trasero la aparto hacia un lado, que será un incordio seguir con ella puesta, pero que puñetas, seguimos en invierno por mucho calor que padezca. Mis manos buscan un apoyo en sus extremidades bajas y antes de que el elfo pueda decir cualquier burrada levanto la cadera, enseñándole al completo de lo que estoy hecha y cuan deliciosa puedo ser por dentro. No se si está embobado o pensativo, pero agradezco que el silencio reine en medio del fuego.
No prometió nada, lo sé y mi subconsciente me lo recuerda, más no puedo seguir dándole placer cuando yo también exijo un contacto más íntimo que con las muñecas así, es imposible que me dé, a no ser que le plante mi entrepierna en su boca y lo asfixie con cada ligero movimiento de cadera. No lo haré, no estoy tan desesperada y sinceramente, prefiero que él mismo me busque con esa fuerza que mostrará y me chiflará, porque cuanto más fuerte más lo disfruto. Trago saliva y las paredes de mi boca lo agradecen después del trabajo oral, ha visto tanto mis pechos desnudos como mi buena y morena intimidad, ahora sólo depende de él a donde irá a parar primero. Lo observo de soslayo, volteada y sobre su vientre con las nalgas prietas y tensadas. Uno, dos... En el tres me arrimo cauta a sus muñecas y de un tirón belicoso el cuero del cinturón no resiste dentro de la hebilla y va aflojándose. En sus muñecas seguramente queden marcas rojizas, no sólo por la fuerza con la apreté sino por la apetencia de él mismo al querer librarse.
En plena soledad, con la intensidad de su mirada y esas manos sueltas yo me encojo expectante por las atrocidades que me hará y en donde me regocijaré sin discreción, apetecible si lo pienso de más, creando fantasías de todo tipo antes de que sus manos me busquen, sujetándome y haciéndome a saber qué, tan presuroso que se me escapa un chillido por lo bajo y que sirve como fondo.
Eretria Noorgard
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