El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
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El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
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Érase un soleado día en los límites de Sandorái, a la orilla del pequeño Río Bless...
Los elfos, Sarez y Merrigan, padre e hija, viajaban a través de los bosques de Sandorái, rumbo a la península de Verisar. El día estaba muy soleado, y el cielo permanecía en calma. Los pájaros trinaban. Aquel iba a ser, sin duda, un día maravilloso y alegre para ellos.
Entre los muchos sitios que atravesaron, unos más variopintos que otros, pasaron al lado del pueblo de Villasauco, como anunciaba un caído cartel de madera. Una pequeña explotación maderera en el corazón del viejo bosque. El lugar no tenía nada de especial, no era más que una pequeña aglomeración de casitas madereras próximas a una zona de tala de árboles que los humanos, en el Sur, utilizarían para la fabricación de armas, mobiliario, decoración para casa u otros utensilios, como molinos. Era por tanto, una zona habitual de conflicto entre elfos, defensores de los bosques, y humanos, defensores del capital. Pero hacía tiempo que los elfos no discurrían por allí.
Merrigan y Sarez eran mal mirados en el pueblo de Villasauco, repleto de leñadores, ¡paletos con prominentes barbas! Que les observaban penitentes, con rostros serios, y que tras una pequeña inspección visual continuaban con sus quehaceres cotidianos: La tala de árboles. Quizás, lo que más les llamaba la atención fue la piel verde que lucía Merrigan, pero lo que los elfos hicieran allí no les importaba. Les dejaron pasar.
Un par de kilómetros más al Sur de Villasauco, en una zona pelada por la tala masiva, había un pequeño puente de madera que sobrenadaba el río Bless, afluente del Tymer por su parte oriental.
Al pisar el puente, los elfos podrían ver algo que llamaría su atención. Había una congregación de personas. Festejaban algo, tal vez. Eran orejas redondas. Como acostumbraban a llamarlos. Humanos, o puede que brujos. Había quince, tal vez diecisiete personas. Todos estaban en corrillo, dentro del agua, pero también fuera, eso daba lo mismo. Parecían congregados alrededor de un hombre con barba, que aparecía remangado en medio del río.
A parte del ruido que hacían, lo que más llamaba la atención es que había dos hombres: dos chicos, uno elfo, el otro humano, maniatados a la espalda. Sentados, a la fuerza, de rodillas, sobre el lecho del río. Merrigan instó a Sarez a fijarse aún más en ellos. Parecían tener algo grabado en su espalda, pues estaban a torso descubierto, cabizbajos.
“Pecador”. Podía leerse grabado en la espalda del que era humano. El elfo tenía otra palabra más bien distinta: “Escoria”. ¿Con pintura roja? ¡Por los dioses! Si me acercara, juraría que se trataba de sangre. De su propia sangre, probablemente “grabado” a cuchillo. ¿Y qué decía ese diablo de la barba prominente? Algo hablaba.
- El padre Joseph... Un buen padre.:
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-Hoy es un día especial, hermanos míos. – comenzó diciendo el hombre. El bajo murmullo que se escuchaba en los instantes preliminares, cesó por completo. – Y es especial no porque como cada domingo, vaya a sermonearos sobre cómo debéis seguir la palabra del Único y Verdadero. – comenzó diciendo el predicador, índice en alto, aumentando la intensidad de su discurso. Miró a los elfos y sonrió, inclinando las palmas de sus manos hacia ellos. – Sino porque hoy os traigo un vivo ejemplo de lo que es un pecador. De lo que no debéis hacer si queréis terminar en el Reino del Paraíso. – se acercó a uno de los elfos, de larga melena, lo miró a los ojos inexpresivo. El elfo no tuvo valor de mirarlo a la cara. – Un hermano vuestro, Abraham Smith, ha gozado del placer de la carne con una elfa. – Señaló airadamente a un cadáver decapitado de un cuerpo pequeño a su lado. Volvió a alzar sus índices. - ¡Y lo que es peor! Ha incidido en el delito del adulterio. El imposible pecado. – Señaló a una de las mujeres entre la multitud.
-Pad… Padre Joseph por… favor. – Suplicaba tembloroso. A decir por sus ojos rojos, el hombre parecía haber sufrido mucho en sus días perecederos. Tenía literalmente terror a aquel hombre.
-Sshh. Silencio, hermano mío. – Purificaré tu alma. Se acercó despacio al hombre, tomó su cabeza con ambas manos y le dio un beso en la frente. El hombre temblaba. – El pecado es algo que está al alcance de cualquier mortal. No somos perfectos. Y el Único y Verdadero sabe perdonar nuestros pecados. ¿No es verdad, hermanos míos? – preguntó levantando la voz.
-¡Sí, Padre Joseph! – contestó toda la congregación al unísono.
El padre Joseph pidió a dos de sus matones, que se acercaran a donde se encontraban elfo y humano maniatado. Lo tomó por la cara y sonrió.
-Cazando a un monstruo de orejas puntiagudas, el Único y Verdadero te concederá la absolución, hermano. – El hombre pudo sentir como uno de los matones cortaba la cuerda que maniataba sus manos. E hizo lo propio con el elfo a su lado, que lo miraba con miedo. Al elfo lo dejaron escapar para darle cierta ventaja. Pero no podía correr muy bien. Estaba cojo. - Como tenemos consideración por ti, te hemos traído a Escoria. Este ha pasado una semana muy divertida bajo el trato samaritano de nuestros hermanos, los Lombardi. – agradeció el Padre Joseph mirando a una familia de cinco personas que sonrieron con la misma mirada de loco asesino que él. – Corre, hermano. Da caza a Escoria. O a otro elfo. Y tráelo a la parroquia antes de la boda. El Único y Verdadero me dará entonces potestad para detener ese temporizador explosivo que amenaza con hacer volar tu cabeza en apenas un par de horas. – el Padre se apartó entonces y dejó levantarse a su siervo.
-S… Sí, padre. Gracias. Muchas gracias, de verdad. – dijo el hombre tomando un pequeño tomahawk y corriendo a voz en viva, torso desnudo, a por Escoria. No le quedaba otra.
Se había introducido en una especie de ciénaga cercana al río Bless.
- Un elfo rarete, "Escoria", solo que más tullido:
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- Otro rubio zarafastroso, Abraham Smith:
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* * * * * * * * * * *
Sarez y Merrigan: Me has pedido un mastereado para quitarle la maldición a tu Primero de todo, diré que hoy quiero desafiar a mi querida Diosa Sigel. Ella tiene un personaje sacerdote que me gusta mucho. Trataré de al menos igualarla, con un párroco a la altura del suyo. El elenco de personajes de la misión es prácticamente nuevo, aunque sí que aprovecharé algunos que ya tiene el gusto de conocer otra de mis elfas favoritas, Helyare, los brujos de la familia Lombardi. Aquí descubriremos la motivación de sus acciones. Si no los conoces ya, te recomiendo que les eches un vistazo a las otras dos misiones en las que aparecen: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] y [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Dicho todo esto. Tu primera elección es bien sencilla. Has visto todo el discurso del Padre Joseph sin ser detectado. Un elfo, llamado Escoria (por el padre Joseph) es perseguido por un humano (Abraham Smith) que, de no cazar a un elfo (sea escoria u otro), morirá entre terribles sufrimientos. La historia en esta ocasión, no es excesivamente larga. El terreno de juego, como en todas mis misiones, es libre. Puedes optar por ignorar la escena, pecar de ingenuo y acercarte al padre Joseph y a su
Ger
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Re: El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
Mi despierto con Merrigan a mi vera. Es la primera noche que compartimos manta. Ella sigue dormida. Tiene media cabeza tapada con la sabana y su rostro hundido sobre mi pecho. Aunque no me lo ha explicado, entiendo porque se esconde: es por la misma razón por la que duermo con dos bolas de algodón tapándome la nariz. Merrigan está maldita y su cuerpo enfermo. Su piel es del mismo color del musgo y supura un pestilente olor que recuerda al agua estancada de los pantanos. No quiere que la vea, que sea consciente de su fealdad. A veces pienso que ni ella misma quiere recordar que está maldita.
Mientras pienso en Merrigan, le acarició la melena con una mano. Su pelo es áspero y seco; otros síntomas de su enfermedad. Es incómodo, tengo la sensación de estar tocando un matojo de paja. Si continúo acariciándole es por ella, para hacerle comprender que no me importa su enfermedad.
Despierta unos minutos más tarde. Levanta lentamente la cabeza y me mira de frente. Sus ojos brillan como dos soles púrpuras; en ellos veo todo lo que deseo ver.
-Buenos días- le digo devolviéndole la sonrisa.
Merrigan da un pequeño impulso y me besa en los labios.
-Ahora sí que son buenos-.
Deslizo mi mano, bajo por la espalda hasta sus caderas. Merrigan está pensando en continuar con lo que anoche empezamos; puedo saberlo por la manera en la que sonríe y habla: dulce y socarrona. Coge la manta y se la aprieta contra su cuerpo. Intento arrebatársela, descubrir su espalda. Ella me lo impide apretando sus pechos contra mi torso y besándome de nuevo.
-Por favor… Sarez, no insistas. No quiero…-
-Quiero verte-.
-Me verás, pero no así. Te lo prometo, la próxima vez será diferente-.
Asiento con la cabeza. No quiero discutir, no con ella y no en este momento.
En secreto, tomo una decisión que me costará la vida: Llevo a Merrigan a Sandorai. El bosque de los elfos es el único lugar donde le pondrán sanar. Yo no puedo ni conozco los medios para hacerlo. En cambio, las sacerdotisas, pueden curar cualquier cosa. Es lo que dicen las historias y es lo que debo creer como elfo que soy…, como elfo que fui. Merrigan sabe que soy un renegado, que fui desterrado por un crimen que no cometí. Conoce muy bien las leyes del clan al que pertenecí: “una flecha de acero atravesará mi cabeza cuando mis pienses pisen tierra élfica”. No habría aceptado viajar conmigo a Sandorai si no es porque le había mentido. Le dije que mientras ella estaba fuera, me encontré con una elfa que, al igual que yo, fue desterrada de su hogar. Dijo llamarse Helyare, pero también dijo que era un nombre falso y que no iba a darme el verdadero. Sus hermanos le azotaron hasta casi matarle. Ella, deseaba estar muerta. Decía que sin Sandorai, ella no era nadie. Se insultaba así misma y me insultó a mí. Era una estúpida. Fui violento con Helyare. Le golpeé la cara varias veces y le dije que Sandorai no tiene su vida, que ésta es suya.
-Le prometí que viajaría a Sandorai y volvería a encontrarla para demostrarle que mi vida es mía y no del bosque-.
-Sarez, ¿lo has pensado bien? Hace dos meses no sabías pronunciar “Sandorai” y ahora dices el nombre del bosque con la misma normalidad que dices el mío. Creí que odiabas este lugar-.
“Y lo odio, pero no hay opción. Las sacerdotisas de Sandoria son las únicas personas que pueden sanarte”.
-No lo odio. Es el lugar en el que nací y en el que estoy destinado a volver-.
-Eso es si no nos matan antes- me coge del brazo y me tira a la dirección contraria- ¡Venga, no seas testarudo! No le debes nada a esa elfa-.
-Se llama a Helyare-.
-Es un nombre falso, tú mismo lo has dicho-.
-Mi nombre también es falso-.
-¿Sarez?-
-Significa: hijo de Sereah. Sereah es mi madre. Nací sin nombre-.
-Harás que nos maten-.
-Se lo prometí-.
-Y ella te insultó. No has de cumplir su promesa-.
“Y tú me prometiste que cuando volvamos a hacer el amor sería diferente. Sin mantas que escondan tus pechos. Te ayudo a cumplir tu promesa”.
Llegamos a los lindes de Sandorai antes de lo que supuse. La hierba es del verde más puro y limpio que jamás he visto; muy diferente al de la piel de Merrigan. Los árboles están cargados de hojas, frutas y de vida. Ardillas y vhaslog del sur compiten por ver quién alcanza la pieza de fruta más grande. Me acerco a un arbusto con múltiples flores de diferentes colores. Me acerco a una que me llama mi atención y la aspiro su aroma. Merrigan me dirige una mirada recelosa. Le quito la capucha de la capa y le coloco la flor en la oreja.
-¿Esto es una indirecta por mi aspecto o una excusa por verme la cara?- finge estar ofendida, pero sin evitar que se le escape una sonrisa.
-Ambas cosas- finjo estar molesto.
El juego termina con un beso tan fugaz que parece que solo ha ocurrido en mi imaginación. Este lugar me gusta y a ella tan bien. Seguimos adentrándonos en el corazón del bosque. Ignoramos las voces de los pueblerinos. Seguramente, me han visto y han dado el aviso de que un renegado ha entrado en la tierra sagrada. Cuando los guardias elfos vengan a matarme, les pediré que cuiden de Merrigan: que curen la enfermedad del doctor Peste y que le permitan venir a Sandorai siempre que ella quiera. Tienen que obedecerme porque Merrigan también es una elfa.
Offrol: Decido pasar de largo e ignorar lo que sucede con los locos de la secta.
Tengo una sorpresa para ti Master Ger y es que en tu tema voy a poner en juego el futuro de Sarez y Merrigan. Ellos se han acostado repetidas veces durante este tiempo. Voy a lanzar las runas de la fortuna:
Buena o muy buena suerte: Merrigan no se queda embarazada
Mala o muy mala suerte: Merrigan se queda embarazada
Suerte Media: Tú decides Master Ger :3
Mientras pienso en Merrigan, le acarició la melena con una mano. Su pelo es áspero y seco; otros síntomas de su enfermedad. Es incómodo, tengo la sensación de estar tocando un matojo de paja. Si continúo acariciándole es por ella, para hacerle comprender que no me importa su enfermedad.
Despierta unos minutos más tarde. Levanta lentamente la cabeza y me mira de frente. Sus ojos brillan como dos soles púrpuras; en ellos veo todo lo que deseo ver.
-Buenos días- le digo devolviéndole la sonrisa.
Merrigan da un pequeño impulso y me besa en los labios.
-Ahora sí que son buenos-.
Deslizo mi mano, bajo por la espalda hasta sus caderas. Merrigan está pensando en continuar con lo que anoche empezamos; puedo saberlo por la manera en la que sonríe y habla: dulce y socarrona. Coge la manta y se la aprieta contra su cuerpo. Intento arrebatársela, descubrir su espalda. Ella me lo impide apretando sus pechos contra mi torso y besándome de nuevo.
-Por favor… Sarez, no insistas. No quiero…-
-Quiero verte-.
-Me verás, pero no así. Te lo prometo, la próxima vez será diferente-.
Asiento con la cabeza. No quiero discutir, no con ella y no en este momento.
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En secreto, tomo una decisión que me costará la vida: Llevo a Merrigan a Sandorai. El bosque de los elfos es el único lugar donde le pondrán sanar. Yo no puedo ni conozco los medios para hacerlo. En cambio, las sacerdotisas, pueden curar cualquier cosa. Es lo que dicen las historias y es lo que debo creer como elfo que soy…, como elfo que fui. Merrigan sabe que soy un renegado, que fui desterrado por un crimen que no cometí. Conoce muy bien las leyes del clan al que pertenecí: “una flecha de acero atravesará mi cabeza cuando mis pienses pisen tierra élfica”. No habría aceptado viajar conmigo a Sandorai si no es porque le había mentido. Le dije que mientras ella estaba fuera, me encontré con una elfa que, al igual que yo, fue desterrada de su hogar. Dijo llamarse Helyare, pero también dijo que era un nombre falso y que no iba a darme el verdadero. Sus hermanos le azotaron hasta casi matarle. Ella, deseaba estar muerta. Decía que sin Sandorai, ella no era nadie. Se insultaba así misma y me insultó a mí. Era una estúpida. Fui violento con Helyare. Le golpeé la cara varias veces y le dije que Sandorai no tiene su vida, que ésta es suya.
-Le prometí que viajaría a Sandorai y volvería a encontrarla para demostrarle que mi vida es mía y no del bosque-.
-Sarez, ¿lo has pensado bien? Hace dos meses no sabías pronunciar “Sandorai” y ahora dices el nombre del bosque con la misma normalidad que dices el mío. Creí que odiabas este lugar-.
“Y lo odio, pero no hay opción. Las sacerdotisas de Sandoria son las únicas personas que pueden sanarte”.
-No lo odio. Es el lugar en el que nací y en el que estoy destinado a volver-.
-Eso es si no nos matan antes- me coge del brazo y me tira a la dirección contraria- ¡Venga, no seas testarudo! No le debes nada a esa elfa-.
-Se llama a Helyare-.
-Es un nombre falso, tú mismo lo has dicho-.
-Mi nombre también es falso-.
-¿Sarez?-
-Significa: hijo de Sereah. Sereah es mi madre. Nací sin nombre-.
-Harás que nos maten-.
-Se lo prometí-.
-Y ella te insultó. No has de cumplir su promesa-.
“Y tú me prometiste que cuando volvamos a hacer el amor sería diferente. Sin mantas que escondan tus pechos. Te ayudo a cumplir tu promesa”.
Llegamos a los lindes de Sandorai antes de lo que supuse. La hierba es del verde más puro y limpio que jamás he visto; muy diferente al de la piel de Merrigan. Los árboles están cargados de hojas, frutas y de vida. Ardillas y vhaslog del sur compiten por ver quién alcanza la pieza de fruta más grande. Me acerco a un arbusto con múltiples flores de diferentes colores. Me acerco a una que me llama mi atención y la aspiro su aroma. Merrigan me dirige una mirada recelosa. Le quito la capucha de la capa y le coloco la flor en la oreja.
-¿Esto es una indirecta por mi aspecto o una excusa por verme la cara?- finge estar ofendida, pero sin evitar que se le escape una sonrisa.
-Ambas cosas- finjo estar molesto.
El juego termina con un beso tan fugaz que parece que solo ha ocurrido en mi imaginación. Este lugar me gusta y a ella tan bien. Seguimos adentrándonos en el corazón del bosque. Ignoramos las voces de los pueblerinos. Seguramente, me han visto y han dado el aviso de que un renegado ha entrado en la tierra sagrada. Cuando los guardias elfos vengan a matarme, les pediré que cuiden de Merrigan: que curen la enfermedad del doctor Peste y que le permitan venir a Sandorai siempre que ella quiera. Tienen que obedecerme porque Merrigan también es una elfa.
Offrol: Decido pasar de largo e ignorar lo que sucede con los locos de la secta.
Tengo una sorpresa para ti Master Ger y es que en tu tema voy a poner en juego el futuro de Sarez y Merrigan. Ellos se han acostado repetidas veces durante este tiempo. Voy a lanzar las runas de la fortuna:
Buena o muy buena suerte: Merrigan no se queda embarazada
Mala o muy mala suerte: Merrigan se queda embarazada
Suerte Media: Tú decides Master Ger :3
Última edición por Sarez el Mar Mar 27 2018, 19:13, editado 1 vez
Sarez
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Re: El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
El miembro 'Sarez' ha efectuado la acción siguiente: La voluntad de los dioses
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Re: El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
Sarez y Merrigan prefirieron obviar el conflicto de los sectarios. La lucha por la supervivencia entre Escoria, un elfo maldito, y Abraham Smith, no les interesaba lo más mínimo. No era para menos. No era su guerra. Ellos eran elfos. Debían dejar que el amor al aire libre corriera.
Mientras trataban de fornicar en el campo, Sarez, de espaldas a la chica, recibió un fuerte golpe en la cabeza. Alguien les había sorprendido. No era para menos. Estaban demasiado próximos a aquellos tarados mentales.
-¡Sarez! ¡No! ¿Quiénes sois? – preguntó Merrigan. Mientras Sarez hacía esfuerzo por no perder el conocimiento. - ¡Soltadme! ¡Soltadme!
Finalmente. Lo perdió.
* * * * * *
Sarez despertó horas después, de torso desnudo. No conservaba sus armas. Únicamente su pantalón. Permanecía maniatado sobre un piso de tablones de madera, en un edificio que parecía ser una iglesia. Mientras un grupo de quince o veinte personas, todos brujos, le observaban. Él era el centro de atención. Sarez no entendía nada, pero reconoció rápidamente a aquellos hombres: Los tipos del bosque. ¿Por qué estaba así? No lo sabía. ¿Dónde estaba Merrigan? No lo sabía. Sobre el retablo estaba el Padre Joseph, en una posición elevada, también a pecho descubierto. Estiró sus brazos hacia Sarez cuando éste despertó.
-¡Y a la tercera hora, resucitó! – clamó, mirando al cielo. Exclamaciones de sorpresa inundaron la iglesia. – ¡Loado sea el Único y Verdadero, por magnificarnos con sus milagros! No os he mentido hermanos. Todo cuanto predico, está escrito en el Libro Sacro. – señaló el libro que portaba en su mano. Con decisión. El Padre Joseph era un hombre expresivo. – Porque en ella está la palabra del Único y Verdadero. ¡Él esté con vosotros! – clamó con los brazos abiertos al cielo y los ojos cerrados.
-¡Y con tu espíritu! – gritó toda la iglesia a la vez.
El padre Joseph respiró profundo. Una vez. Y otra. Luego volvió a su postura natural. – Y descendió hacia los terrenos humanos, para comprobar que éste no era el lugar que buscaban. Que era una tierra llena de pecado… – dijo caminando hacia el elfo, ya sentado. Le tomó por la melena y casi le arranca los pelos del fuerte tirando. – Llena de elfos… - susurró, tirando de su cuello hacia atrás para hacer que su vista terminara en sincronía con un rayo de luz directo.
Sarez podía buscar impaciente con la mirada la ubicación de Mérrigan. No la encontraría. La luz impactaba de lleno en su cara, tras penetrar por un pequeño ventanuco en la pared. El sol quemaría sus retinas y él por instinto trataría de cerrar los ojos. Pero el padre Joseph le obligaría a abrirlos. A mirar a la cara a la luz purificadora. – Abre los ojos. Deja que la Luz de Dios purifique tu alma, elfo. Hoy formarás parte de algo importante. - Sarez quedaría cegado. El picor era tal que sus ojos lloraban. El Padre Joseph lo soltó de un fuerte empujón, tirándolo al suelo.
-Sarez. Es tu nombre. Ella me lo ha dicho. Y es más. –hizo una pausa, se giró y le señaló con el dedo. – Eres su padre. -
Una exclamación sorpresiva se hizo en toda la sala. Luego se alejó y el pastor se dirigió a su rebaño. Juntó sus manos en la espalda. Era vitoreado. Casi como si se tratara de un dios. El hombre de la barba estiró sus brazos. Se creía invencible. Se sentía victorioso.
Se acercó a Sarez, y le susurró. -No tienes que preocuparte por Merrigan. Soy el Padre Joseph. Y como tal, le he dado el amor de un buen padre. – dijo, poniendo ambas manos sobre su propio pecho. – Debes sentirte afortunado elfo, tu hija se encuentra fecundada. – comentó.
El Padre Joseph volvió al retablo y abrió el Libro Sacro, que no había soltado nunca. Buscó detenidamente una página mientras todos los feligreses se hicieron a un lado, pegándose a las paredes de la Iglesia. Sabían que, cuando el Padre Joseph abría el Libro Sacro, era para ilustrarles, con todo lujo de detalles, uno de sus pasajes.
Uno de los brujos se acercó a Sarez y le liberó de las cuerdas que ataban sus manos. A continuación, volvió con sus hermanos. El Padre Joseph, comenzó a leer.
-El ángel entró entonces por la puerta y dio la noticia a Sarez. – Leyó. La puerta se abrió y una mujer disfrazada de ángel entró por la puerta. Hacía movimientos con los brazos, giró alrededor de Sarez. Sonreía. Como si estuviese haciendo una representación teatral. – Y le dijo: Sarez, vas a ser padre. Tu hija ha sido concebida por una paloma. Pero serás tú el encargado de cuidar de ella. Aunque no seas su padre biológico, protégela bien, pues en su fruto está el hijo del Único y Verdadero.
El hombre cerró el libro, en ese momento. Las puertas de la iglesia se abrieron de nuevo y un hombre bestia paloma entró por la misma, rompiéndolo todo. Sin control alguno, pero parecía que tenía un objetivo claro: Sarez. Éste hombre bestia estaba bajo los efectos de alguna sustancia. O quizás fuese un disfraz, pero desde luego era uno muy bueno. Trató de correr a por el elfo, tratando de picotearle. Cristina Lombardi, como Ángel, seguía moviendo sus brazos con gran armonía y tranquilidad. Tratando de mantenerse alejado de la paloma para que no fuera a por ella.
-¿Cómo reaccionaría Sarez al recibir la noticia? – preguntó a todos sus feligreses que observaban la representación.
Mientras trataban de fornicar en el campo, Sarez, de espaldas a la chica, recibió un fuerte golpe en la cabeza. Alguien les había sorprendido. No era para menos. Estaban demasiado próximos a aquellos tarados mentales.
-¡Sarez! ¡No! ¿Quiénes sois? – preguntó Merrigan. Mientras Sarez hacía esfuerzo por no perder el conocimiento. - ¡Soltadme! ¡Soltadme!
Finalmente. Lo perdió.
* * * * * *
- Iglesia:
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Escenario de la Iglesia: Sin bancos. Todo el mundo permanece de pie.
Sarez despertó horas después, de torso desnudo. No conservaba sus armas. Únicamente su pantalón. Permanecía maniatado sobre un piso de tablones de madera, en un edificio que parecía ser una iglesia. Mientras un grupo de quince o veinte personas, todos brujos, le observaban. Él era el centro de atención. Sarez no entendía nada, pero reconoció rápidamente a aquellos hombres: Los tipos del bosque. ¿Por qué estaba así? No lo sabía. ¿Dónde estaba Merrigan? No lo sabía. Sobre el retablo estaba el Padre Joseph, en una posición elevada, también a pecho descubierto. Estiró sus brazos hacia Sarez cuando éste despertó.
-¡Y a la tercera hora, resucitó! – clamó, mirando al cielo. Exclamaciones de sorpresa inundaron la iglesia. – ¡Loado sea el Único y Verdadero, por magnificarnos con sus milagros! No os he mentido hermanos. Todo cuanto predico, está escrito en el Libro Sacro. – señaló el libro que portaba en su mano. Con decisión. El Padre Joseph era un hombre expresivo. – Porque en ella está la palabra del Único y Verdadero. ¡Él esté con vosotros! – clamó con los brazos abiertos al cielo y los ojos cerrados.
-¡Y con tu espíritu! – gritó toda la iglesia a la vez.
El padre Joseph respiró profundo. Una vez. Y otra. Luego volvió a su postura natural. – Y descendió hacia los terrenos humanos, para comprobar que éste no era el lugar que buscaban. Que era una tierra llena de pecado… – dijo caminando hacia el elfo, ya sentado. Le tomó por la melena y casi le arranca los pelos del fuerte tirando. – Llena de elfos… - susurró, tirando de su cuello hacia atrás para hacer que su vista terminara en sincronía con un rayo de luz directo.
Sarez podía buscar impaciente con la mirada la ubicación de Mérrigan. No la encontraría. La luz impactaba de lleno en su cara, tras penetrar por un pequeño ventanuco en la pared. El sol quemaría sus retinas y él por instinto trataría de cerrar los ojos. Pero el padre Joseph le obligaría a abrirlos. A mirar a la cara a la luz purificadora. – Abre los ojos. Deja que la Luz de Dios purifique tu alma, elfo. Hoy formarás parte de algo importante. - Sarez quedaría cegado. El picor era tal que sus ojos lloraban. El Padre Joseph lo soltó de un fuerte empujón, tirándolo al suelo.
-Sarez. Es tu nombre. Ella me lo ha dicho. Y es más. –hizo una pausa, se giró y le señaló con el dedo. – Eres su padre. -
Una exclamación sorpresiva se hizo en toda la sala. Luego se alejó y el pastor se dirigió a su rebaño. Juntó sus manos en la espalda. Era vitoreado. Casi como si se tratara de un dios. El hombre de la barba estiró sus brazos. Se creía invencible. Se sentía victorioso.
Se acercó a Sarez, y le susurró. -No tienes que preocuparte por Merrigan. Soy el Padre Joseph. Y como tal, le he dado el amor de un buen padre. – dijo, poniendo ambas manos sobre su propio pecho. – Debes sentirte afortunado elfo, tu hija se encuentra fecundada. – comentó.
El Padre Joseph volvió al retablo y abrió el Libro Sacro, que no había soltado nunca. Buscó detenidamente una página mientras todos los feligreses se hicieron a un lado, pegándose a las paredes de la Iglesia. Sabían que, cuando el Padre Joseph abría el Libro Sacro, era para ilustrarles, con todo lujo de detalles, uno de sus pasajes.
Uno de los brujos se acercó a Sarez y le liberó de las cuerdas que ataban sus manos. A continuación, volvió con sus hermanos. El Padre Joseph, comenzó a leer.
-El ángel entró entonces por la puerta y dio la noticia a Sarez. – Leyó. La puerta se abrió y una mujer disfrazada de ángel entró por la puerta. Hacía movimientos con los brazos, giró alrededor de Sarez. Sonreía. Como si estuviese haciendo una representación teatral. – Y le dijo: Sarez, vas a ser padre. Tu hija ha sido concebida por una paloma. Pero serás tú el encargado de cuidar de ella. Aunque no seas su padre biológico, protégela bien, pues en su fruto está el hijo del Único y Verdadero.
El hombre cerró el libro, en ese momento. Las puertas de la iglesia se abrieron de nuevo y un hombre bestia paloma entró por la misma, rompiéndolo todo. Sin control alguno, pero parecía que tenía un objetivo claro: Sarez. Éste hombre bestia estaba bajo los efectos de alguna sustancia. O quizás fuese un disfraz, pero desde luego era uno muy bueno. Trató de correr a por el elfo, tratando de picotearle. Cristina Lombardi, como Ángel, seguía moviendo sus brazos con gran armonía y tranquilidad. Tratando de mantenerse alejado de la paloma para que no fuera a por ella.
-¿Cómo reaccionaría Sarez al recibir la noticia? – preguntó a todos sus feligreses que observaban la representación.
- Cristina Lombardi (el Ángel):
- [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Cristina Lombardi, caracterizada como el Ángel.
- Un tipo raro (la paloma):
- Consecuencia: ¡Has tomado mi opción favorita! La secta te ha atrapado y ahora formas parte de su “particular” manera de explicar el contenido del Libro Sacro y adoctrinar a los feligreses. Esta parte tendrá lugar en la Iglesia/Teatro que te expongo en la imagen. Hay un “backstage” que irá colocando decorados para el escenario (lo puedes explicar tú, en este caso), e iremos viendo diferentes pasajes de una historia “ya contada”. Las decisiones que tomes, afectarán a la obra de teatro, pero también a ti y a Merrigan, (cuando salga). El Padre Joseph espera que reacciones de determinada manera, pero tienes total libertad en la misma. Si quieres salir ileso, tendrás que actuar únicamente con los actores y de manera correcta: Puedes hablar con ellos, reaccionar con ellos, o incluso agredirles, desenmascararlos… Lo que quieras. Pero por ahora no podrás dirigirte ni a los espectadores, ni al Padre Joseph.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Un tipo raro, caracterizado como la Paloma.* * * * * * * * * * * * * *
Sarez: No debiste dejarme a mí elegir el destino de Merrigan. Tras haberos secuestrado, Merrigan ha sido violada y fecundada (en palabras del padre Joseph) por los sectarios. Y ello desencadena éste pasaje del Libro Sacro, en el que un ángel te dice que un tipo disfrazado de paloma ha dejado embaraza a Merrigan. Éste, claramente excedido en drogas, tratará de picotearte y atacarte. No podrás dialogar con él. ¿Cómo reaccionas?
Merrigan: Por ahora no tiene ningún papel en la obra. Tampoco sabemos dónde está.
Estáis sobre el escenario (y por lo tanto puedes interactuar con ellos): Cristina Lombardi (como Ángel), Desconocido (como Paloma, padre biológico del hijo de Merrigan) y Sarez, (como Padre adoptivo del hijo de Merrigan). Utilízalos con libertad (y sabiduría).
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Re: El amor de un buen padre [Mastereado - Sarez] [+18]
Pese a estar drogado, poseo la conciencia suficiente como para comprender las palabras del Padre Joseph. Apoyo mis manos en el suelo para tomar impulso y levantarme. No lo consigo. Pierdo el equilibrio y resbalo. El padre Joseph continúa hablando. Tanteo mi chaleco buscando mis armas. Las tengo todas: los cuchillos, la espada Ivor, el tomahawk, el arco Vientoatroz y las flechas en el carcaj. Pienso en coger un cuchillo y lanzársela a la mujer de las alas blancas. Pero, cuando voy a cogerlo cojo, se me cae de las manos. Es por culpa de la droga que me obligaron a beber. ¿De qué sirve estar armado si no he podido defender a Merrigan? El hombre que se hace llamar Padre se ha tomado muchas molestias conmigo. Pienso que lo tenía pensado de antemano; que su objetivo no ha sido el de convertir a Merrigan en una madre, sino el de hacerme sentir inútil y que me odie por ello. Lo ha conseguido. Tengo ganas de echarme a llorar.
Vuelvo a apoyar mis manos en el suelo. Grito del esfuerzo que realizo al levantarme. Es entonces cuando el Padre Joseph detiene su monólogo, cuando da comienzo la escena.
El hombre vestido como pájaro se me acerca. Miro a los ojos de su máscara y al suelo al mismo tiempo. Odio el primero por haber deshonrado a Merrigan y temo al segundo por si vuelvo a caerme encima de él. El hombre me habla en el idioma de los pájaros: “pío, pío”. La mujer de las alas blancas, a mí espalda, levanta las manos y clama la gloria de su Dios. Sus gritos, mezclados con los restos de la droga, me producen jaqueca.
Me tomo un segundo de descanso. Mi cuerpo se balancea tentado de volver a caer. Intento calmarme, dejar de imaginarme las escenas que no deseo ver. No consigo enderezarme, mis cuchillos se me caen de las manos y las malas imágenes no desaparecen de mi imaginación. Nada de lo que pretendo hacer tiene éxito. Ni ahora, ni antes de haber sido drogado por el Padre Joseph. Recuerdo que no conseguí destapar a Merrigan para que olvide su podredumbre y se sienta querida. Soy inútil.
Mi cuerpo termina por desfallecer. Me sostengo en el pecho del hombre vestido de pájaro para no caerme. Él no hace nada por zafarse de mi agarre. ¿Confía en el efecto de la droga? ¿Ha visto cómo se me caía el cuchillo de la mano? ¿O es porque cree que su Dios le protegerá de mí? Son muchas preguntas y ninguna soy capaz de responder.
-Te odio- alcanzo a decir entre gorgoteos y gruñidos.
El hombre paloma me da un pequeño empujón, como si no quisiera hacerme daño o como si ya estuviera muerto, y termino cayéndome al suelo. Él se aleja de mí y llega la mujer de alas blancas. Pone sus manos en mi pecho. Creo que intenta sanarme con la magia de los elfos. Pero ella no es una elfa. En sus ojos veo la magia y la destrucción de los brujos. Agarro su brazo y lo aprieto con fuerza contra mi pecho. El hombre pájaro se me escapó; no dejaré que ocurra lo mismo con ella.
-¡Quiero respuestas!- también quiero muerte.
Ella me contesta con palabras sagradas que no alcanzo a entender.
-Tus tormentos y tu odio te conducirán al sufrimiento. Déjate llevar y quizás se te conceda el perdón de nuestro Señor y puedas llegar a alcanzar su Gloria. ¡Loado sea Dios! ¡Demos gracias al Señor!-
Con la mano libre, golpeo su cintura a la vez que le suelto el brazo. Consigo tirarle al suelo. Quedamos al mismo nivel. Al frente, hay un grupo de personas con la cara difuminada. Algunas aplauden y otras murmuran palabras desagradables. En todas las voces se encuentra el nombre del Padre Joseph y el Dios único al que alaban.
Ruedo hacia el daño contrario que la chica de alas blancas. Busco escapar de ahí. Quiero llevarme a Merrigan de este lugar de locos.
Mi cabeza choca con los pies del hombre vestido de pájaro. Ladea la cabeza y me observa vacilante. Esta vez no hay error. Me levanto de un salto y me sujeto de la máscara del hombre. Mis chuchillos esperan venganza bajo mi chaleco; pero no puedo cogerlos. Si suelto la máscara, me caeré, de nuevo, al suelo.
-Pío, pío-
-¡Calla!-
Se repite la misma escena: ciego de ira, intento dar un puñetazo a la cabeza del hombre pájaro, pero pierdo el equilibrio y vuelvo a caerme mareado por la droga. Él se aleja y la mujer de las alas blancas se acerca. Coloca sus manos en mi pecho y hace como si me estuviera sanando. Habla sin mirarme a la cara, mira al cielo.
-¡Honrado sea nuestro Señor pues en su completa misericordia nos ha enviado a su Hijo! ¡Él nos salvará de los pecados cometidos por los hombres!-
Ignoro las palabras sagradas de la mujer de alas blancas; yo tampoco la estoy mirando a la cara. Estoy mirando la máscara de pájaro que le he quitar al hombre disfrazado antes de caerme.
-Te odio- le digo a la máscara.
Offrol: Escena de la Anunciación
Vuelvo a apoyar mis manos en el suelo. Grito del esfuerzo que realizo al levantarme. Es entonces cuando el Padre Joseph detiene su monólogo, cuando da comienzo la escena.
El hombre vestido como pájaro se me acerca. Miro a los ojos de su máscara y al suelo al mismo tiempo. Odio el primero por haber deshonrado a Merrigan y temo al segundo por si vuelvo a caerme encima de él. El hombre me habla en el idioma de los pájaros: “pío, pío”. La mujer de las alas blancas, a mí espalda, levanta las manos y clama la gloria de su Dios. Sus gritos, mezclados con los restos de la droga, me producen jaqueca.
Me tomo un segundo de descanso. Mi cuerpo se balancea tentado de volver a caer. Intento calmarme, dejar de imaginarme las escenas que no deseo ver. No consigo enderezarme, mis cuchillos se me caen de las manos y las malas imágenes no desaparecen de mi imaginación. Nada de lo que pretendo hacer tiene éxito. Ni ahora, ni antes de haber sido drogado por el Padre Joseph. Recuerdo que no conseguí destapar a Merrigan para que olvide su podredumbre y se sienta querida. Soy inútil.
Mi cuerpo termina por desfallecer. Me sostengo en el pecho del hombre vestido de pájaro para no caerme. Él no hace nada por zafarse de mi agarre. ¿Confía en el efecto de la droga? ¿Ha visto cómo se me caía el cuchillo de la mano? ¿O es porque cree que su Dios le protegerá de mí? Son muchas preguntas y ninguna soy capaz de responder.
-Te odio- alcanzo a decir entre gorgoteos y gruñidos.
El hombre paloma me da un pequeño empujón, como si no quisiera hacerme daño o como si ya estuviera muerto, y termino cayéndome al suelo. Él se aleja de mí y llega la mujer de alas blancas. Pone sus manos en mi pecho. Creo que intenta sanarme con la magia de los elfos. Pero ella no es una elfa. En sus ojos veo la magia y la destrucción de los brujos. Agarro su brazo y lo aprieto con fuerza contra mi pecho. El hombre pájaro se me escapó; no dejaré que ocurra lo mismo con ella.
-¡Quiero respuestas!- también quiero muerte.
Ella me contesta con palabras sagradas que no alcanzo a entender.
-Tus tormentos y tu odio te conducirán al sufrimiento. Déjate llevar y quizás se te conceda el perdón de nuestro Señor y puedas llegar a alcanzar su Gloria. ¡Loado sea Dios! ¡Demos gracias al Señor!-
Con la mano libre, golpeo su cintura a la vez que le suelto el brazo. Consigo tirarle al suelo. Quedamos al mismo nivel. Al frente, hay un grupo de personas con la cara difuminada. Algunas aplauden y otras murmuran palabras desagradables. En todas las voces se encuentra el nombre del Padre Joseph y el Dios único al que alaban.
Ruedo hacia el daño contrario que la chica de alas blancas. Busco escapar de ahí. Quiero llevarme a Merrigan de este lugar de locos.
Mi cabeza choca con los pies del hombre vestido de pájaro. Ladea la cabeza y me observa vacilante. Esta vez no hay error. Me levanto de un salto y me sujeto de la máscara del hombre. Mis chuchillos esperan venganza bajo mi chaleco; pero no puedo cogerlos. Si suelto la máscara, me caeré, de nuevo, al suelo.
-Pío, pío-
-¡Calla!-
Se repite la misma escena: ciego de ira, intento dar un puñetazo a la cabeza del hombre pájaro, pero pierdo el equilibrio y vuelvo a caerme mareado por la droga. Él se aleja y la mujer de las alas blancas se acerca. Coloca sus manos en mi pecho y hace como si me estuviera sanando. Habla sin mirarme a la cara, mira al cielo.
-¡Honrado sea nuestro Señor pues en su completa misericordia nos ha enviado a su Hijo! ¡Él nos salvará de los pecados cometidos por los hombres!-
Ignoro las palabras sagradas de la mujer de alas blancas; yo tampoco la estoy mirando a la cara. Estoy mirando la máscara de pájaro que le he quitar al hombre disfrazado antes de caerme.
-Te odio- le digo a la máscara.
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