Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
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Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
En una ciudad llena de ladrones, sin ley y donde el pecado engullía lo peor de la humanidad había un edificio. Hace años, el lugar había estado lleno de plegarias traídas por otro mundo, iluminando el lugar con la sacralidad propia de los refugios para los sufridores y pecadores por igual. Había luchado valientemente por ser un muro de rectitud, cuando la ciudad casi no era nada, pero, desgraciadamente, la virtud perdió y el edificio había sido abandonado. Arrojado fuera del tiempo, incluso de la existencia, sus muros habían perdido las piezas más delicadas, arrancadas por hombres que contemplaban lo bonito que podía quedar una gárgola como bidé. Su silueta se había perdido, como pinceladas en algún extraño cuadro, siendo devorada por la creciente ciudad, y el metal se había corroído, ahora polvo en el mismo suelo. Al menos, hasta esa noche.
Los portones recibieron un golpe. Eso era normal en la quietud de la noche, en la que adolescentes y borrachos por igual buscan lugares abandonados para las actividades, pero las puertas nunca se habían logrado abrir a invasores antes. Hasta que un pequeño trozo de madera se coló en el pequeño espacio e hizo palanca. Un gruñido cruel obligó a las bisagras a hacer amago de movimientos, abriendo lo suficiente como para que la luz de la luna atravesara.- ¿Qué era eso que decían los antiguos? ¿Dame un objeto alargado y gordo y te moveré el mundo? -dijo una voz, casi tan anciana como el polvo que reinaba en las estancias. La propietaria se movió en el hueco, resoplando gruñidos de esfuerzo, hasta que se coló por el resquicio.
Ahora, los edificios tienen alma. Son expresiones del hombre en un espacio que no esperaba que alguien dijese “pues sabe…aquí vendría bien algo que ni el viento ni la lluvia ni los árboles pudiesen hacer” y por ello llevan la esencia y deseos de sus constructores. Uno puede distinguir la humilde alma una casa de plebeyos en medio de la nada en contraste a la arrogancia con la que los palacios ocupaban el espacio, ¿no? Y una iglesia es similar. Son edificios alzados para llegar al paraíso, para alzar el alma humana. Lugares de virtudes, penitencias y amor infinito. Por eso, cuando una entidad cuya alma estaba tan marcada por las vicisitudes humanas, el edificio no podía evitar temblar en miedo. ¿Iba a ser demolido? ¿Sus restos reconvertidos en más alimento para la creciente ciudad? ¿Sus sagrados pasillos se convertirán en un nuevo prostíbulo que decorará la ciudad?
Los pasos de la figura resonaron con fuerza, golpeando la piedra en busca de algún daño, alertando a las arañas de un invasor. Las sombras parecían abrazarla, ocultando su forma entre unas brumas profundas que ni la luz de la luna podía atravesar. La entidad continuó su camino, silbando alguna melodía que hacía temblar el órgano del edificio con nostalgia, mientras revisaba las imágenes de santos y patrones celestiales. Las venas del edificio se llenaron de fuego, notando algo que llevaban décadas sin sentir. Fe.
Finalmente, llegó a la pieza última. Un altar en piedra, decorado por manos llenas de templanza con la figura de un hombre sufriendo en una cruz, se hallaba bañado en polvo. Los retablos y frescos que antes habían decorado las blancas estancias estaban entre podridos y deslucidos por los años. Finalmente, una mano limpió con poca elegancia la superficie del altar y suspiró.
Las palabras se marcaron en el tiempo y el espacio, un recuerdo que los mismos cimientos del lugar recordarían. La voz resonó con una fuerza propia de la épica de la antigüedad, cuando guerreros valientes se enfrentaban a enemigos que los superaban en número, pero con el mismo deje y malicia de un jugador de póker que decía que acababa de ganar su décima ronda, a pesar de ser un novato.- Bueno, compañero…nos pondremos manos a la obra.
Un día después…
Elvira Busto no había sido nunca una mujer afortunada, aunque eso se puede decir de cualquiera que viviera en los bajos fondos de esa ciudad. Su padre se había lanzado a los brazos de prostitutas y alcohol barato, dejando a su pobre madre con la labor de criarlas. Cuando la mujer ya empezó a ser afectada por los años, Elvira hizo lo único que una joven con un pecho despampanante podía hacer para ganar dinero en esa zona. Se hizo puta. Durante los días volvía a su casa a descansar, pero en las noches se dedicaba a satisfacer a hombres tan perdidos y necesitados que casi dejaban caer sus monedas nada más verla.
Si, era consciente de la ironía de ser una casquivana después de todo lo que su padre les había hecho pasar. Ironía que se marcó con evidencia cuando su padre entro en su cuarto con monedas en los bolsillos, buscando un buen rato. Por fortuna, su progenitor no estaba lo suficientemente borracho y solo hubo una larga y tensa conversación de por medio. De eso hacía ya 20 años. Con suerte, había conseguido que sus hermanos consiguieran trabajos más o menos respetables, pagándoles unos buenos estudios, y le había comprado una buena zanja a su madre en el cementerio local. A su padre no, su cuerpo perdido en los estercoleros locales. Así que, cuando sus bolsas fueron desechadas directamente contra las frías calles nocturnas y su culo siguió la misma trayectoria, no se sintió demasiado triste por abandonar lo que había sido su profesión.
La noche era extremadamente fría y sus violentos mordiscos contra su piel le recordaron de sus primeros años, en los que las veteranas le avisaban de ponerse un par de calentadores bajo el sostén. Un suspiró salió de sus labios, formando una cristalina neblina que bailó en el aire con sus preocupaciones. ¿A dónde iría? Podía quedarse con sus hermanos una temporada, pero todos tenían mujeres y familias de las que preocuparse y ninguna cuñada querría alojar a una señora de la noche por mucho en su tejado. Eso dejaba el “asilo”. Un lugar perdido al borde de la ciudad, un tugurio donde las grandes y las pequeñas prostitutas iban a morir, ya fuese por depresión, debido a lo asfixiante de las habitaciones o por las enfermedades que solían llevar. Un escalofrío recorrió su cuerpo, ahora provocado por lo mísero que se presentaba su futuro, y por algo más…
Elvira sabía cuando estaba siendo vigilada, una habilidad preciosa para defenderte en las calles o captar clientes, así que cuando escuchó las botas contra el empedrado basto de la calle esperaba algún borracho o camorrista. Tuvo que bajar su visión hacia lo que parecía un cúmulo de sombras hecha una figura regordeta. De entre las tinieblas, una vestimenta negra que se confundía bien con el ambiente, una cara arrugada y sonriente la miraba. Durante unos segundos, a Elvira le vino a la mente esas criaturas maléficas y codiciosas de los cuentos de su madre, pequeñas y que sabían robar lo más valioso de un hombre.
-Disculpa, veo que tiene usted problemas de…digamos, alojamiento -dijo la mujer, con una voz alegre y danzarina, todo lo contrario, a su presencia. Elvira conocía esa voz, era la misma que ella usaba para atraer clientes poco avispados. Cuando la entidad le miro a los ojos, sin embargo, el tono desapareció y una sonrisa sucia, destilando diversión, decoró los surcos de su cara. – Ah, veo que eres de las chicas listas. Bien, eso me quita una preocupación de encima. -dijo, finalmente en un tono serio, mientras se sacaba un cigarrillo demasiado cargado como ser llamado uno y lo encendía.
-¿Qué quieres? -dijo Elvira, cansada del horrible día que acababa de tener y con pocas ganas de enfrascarse en una conversación con una pequeña troll.- Ofrecerte un puesto de trabajo -replicó, solemne la mujer, expulsando, como un volcán, un chorro de humo. Los ojos de Elvira se abrieron, interesados, pero lo suficientemente desconfiados como para mostrar aversión a la mujer.- ¿De que? -preguntó al fin, manteniendo las distancias.
La mujer no contesto al momento, simplemente riéndose por lo bajo. Con lentitud, dio un par de golpes a su cigarro, dejando que cenizas brillantes iluminaran el aire entre ellas durante unos segundos.- ¿Conoce usted a nuestro señor y salvador Jesucristo?
A la mañana siguiente…
El “Asilo” era tal y como Elvira pensaba que era. Una casa grande, pero que parecía a punto de desplomarse sobre su propio peso, construida sobre si misma en parches que la extendían al resto de edificios adyacentes. En su interior, como una colmena, el sonido de la vida se notaba acentuado, contenido en ira, desesperación y gruñidos. Tras una noche protegida por amplios muros de piedra y con una cama propia, había tenido una larga conversación con la mujer que se había presentado como Niun. Era una sacerdotisa de algún tipo de religión de la que no había odio hablar, pero que, por la pinta de donde vivía, había tenido cierta relevancia en la zona. Sus intenciones era resucitar el culto y devolverle la vida religiosa a la ciudad, pero para ello necesitaba ayuda. La mujer no esperaba convertirla, no planeaba hacerlo, pero le había dado una opción. Fingir servir a su orden y ayudarla o buscarme la vida en las calles. Así que eligió lo primero -todo el mundo sabe que para pasar 20 años en el negocio del placer una debía de aprender a fingir de maravilla-.
Pero una no era suficiente, no…Necesitaban más manos, más conocimiento sobre la ciudad, y por ello Niun la había preguntado sobre el asilo. Elvira le contó sobre que era un cementerio para prostitutas, para aquellas que no se habían asegurado un negocio propio o casado con algún fan, y como todas las indeseadas o maltratadas también terminaban en el sitio, demasiado rotas como para dedicarse al negocio. De ese modo, las dos habían acabado allí. Las dos mujeres caminaron dentro del edificio, luchando contra el olor a corrupción y el sonido de la desesperación.
Los portones recibieron un golpe. Eso era normal en la quietud de la noche, en la que adolescentes y borrachos por igual buscan lugares abandonados para las actividades, pero las puertas nunca se habían logrado abrir a invasores antes. Hasta que un pequeño trozo de madera se coló en el pequeño espacio e hizo palanca. Un gruñido cruel obligó a las bisagras a hacer amago de movimientos, abriendo lo suficiente como para que la luz de la luna atravesara.- ¿Qué era eso que decían los antiguos? ¿Dame un objeto alargado y gordo y te moveré el mundo? -dijo una voz, casi tan anciana como el polvo que reinaba en las estancias. La propietaria se movió en el hueco, resoplando gruñidos de esfuerzo, hasta que se coló por el resquicio.
Ahora, los edificios tienen alma. Son expresiones del hombre en un espacio que no esperaba que alguien dijese “pues sabe…aquí vendría bien algo que ni el viento ni la lluvia ni los árboles pudiesen hacer” y por ello llevan la esencia y deseos de sus constructores. Uno puede distinguir la humilde alma una casa de plebeyos en medio de la nada en contraste a la arrogancia con la que los palacios ocupaban el espacio, ¿no? Y una iglesia es similar. Son edificios alzados para llegar al paraíso, para alzar el alma humana. Lugares de virtudes, penitencias y amor infinito. Por eso, cuando una entidad cuya alma estaba tan marcada por las vicisitudes humanas, el edificio no podía evitar temblar en miedo. ¿Iba a ser demolido? ¿Sus restos reconvertidos en más alimento para la creciente ciudad? ¿Sus sagrados pasillos se convertirán en un nuevo prostíbulo que decorará la ciudad?
Los pasos de la figura resonaron con fuerza, golpeando la piedra en busca de algún daño, alertando a las arañas de un invasor. Las sombras parecían abrazarla, ocultando su forma entre unas brumas profundas que ni la luz de la luna podía atravesar. La entidad continuó su camino, silbando alguna melodía que hacía temblar el órgano del edificio con nostalgia, mientras revisaba las imágenes de santos y patrones celestiales. Las venas del edificio se llenaron de fuego, notando algo que llevaban décadas sin sentir. Fe.
Finalmente, llegó a la pieza última. Un altar en piedra, decorado por manos llenas de templanza con la figura de un hombre sufriendo en una cruz, se hallaba bañado en polvo. Los retablos y frescos que antes habían decorado las blancas estancias estaban entre podridos y deslucidos por los años. Finalmente, una mano limpió con poca elegancia la superficie del altar y suspiró.
Las palabras se marcaron en el tiempo y el espacio, un recuerdo que los mismos cimientos del lugar recordarían. La voz resonó con una fuerza propia de la épica de la antigüedad, cuando guerreros valientes se enfrentaban a enemigos que los superaban en número, pero con el mismo deje y malicia de un jugador de póker que decía que acababa de ganar su décima ronda, a pesar de ser un novato.- Bueno, compañero…nos pondremos manos a la obra.
Un día después…
Elvira Busto no había sido nunca una mujer afortunada, aunque eso se puede decir de cualquiera que viviera en los bajos fondos de esa ciudad. Su padre se había lanzado a los brazos de prostitutas y alcohol barato, dejando a su pobre madre con la labor de criarlas. Cuando la mujer ya empezó a ser afectada por los años, Elvira hizo lo único que una joven con un pecho despampanante podía hacer para ganar dinero en esa zona. Se hizo puta. Durante los días volvía a su casa a descansar, pero en las noches se dedicaba a satisfacer a hombres tan perdidos y necesitados que casi dejaban caer sus monedas nada más verla.
Si, era consciente de la ironía de ser una casquivana después de todo lo que su padre les había hecho pasar. Ironía que se marcó con evidencia cuando su padre entro en su cuarto con monedas en los bolsillos, buscando un buen rato. Por fortuna, su progenitor no estaba lo suficientemente borracho y solo hubo una larga y tensa conversación de por medio. De eso hacía ya 20 años. Con suerte, había conseguido que sus hermanos consiguieran trabajos más o menos respetables, pagándoles unos buenos estudios, y le había comprado una buena zanja a su madre en el cementerio local. A su padre no, su cuerpo perdido en los estercoleros locales. Así que, cuando sus bolsas fueron desechadas directamente contra las frías calles nocturnas y su culo siguió la misma trayectoria, no se sintió demasiado triste por abandonar lo que había sido su profesión.
La noche era extremadamente fría y sus violentos mordiscos contra su piel le recordaron de sus primeros años, en los que las veteranas le avisaban de ponerse un par de calentadores bajo el sostén. Un suspiró salió de sus labios, formando una cristalina neblina que bailó en el aire con sus preocupaciones. ¿A dónde iría? Podía quedarse con sus hermanos una temporada, pero todos tenían mujeres y familias de las que preocuparse y ninguna cuñada querría alojar a una señora de la noche por mucho en su tejado. Eso dejaba el “asilo”. Un lugar perdido al borde de la ciudad, un tugurio donde las grandes y las pequeñas prostitutas iban a morir, ya fuese por depresión, debido a lo asfixiante de las habitaciones o por las enfermedades que solían llevar. Un escalofrío recorrió su cuerpo, ahora provocado por lo mísero que se presentaba su futuro, y por algo más…
Elvira sabía cuando estaba siendo vigilada, una habilidad preciosa para defenderte en las calles o captar clientes, así que cuando escuchó las botas contra el empedrado basto de la calle esperaba algún borracho o camorrista. Tuvo que bajar su visión hacia lo que parecía un cúmulo de sombras hecha una figura regordeta. De entre las tinieblas, una vestimenta negra que se confundía bien con el ambiente, una cara arrugada y sonriente la miraba. Durante unos segundos, a Elvira le vino a la mente esas criaturas maléficas y codiciosas de los cuentos de su madre, pequeñas y que sabían robar lo más valioso de un hombre.
-Disculpa, veo que tiene usted problemas de…digamos, alojamiento -dijo la mujer, con una voz alegre y danzarina, todo lo contrario, a su presencia. Elvira conocía esa voz, era la misma que ella usaba para atraer clientes poco avispados. Cuando la entidad le miro a los ojos, sin embargo, el tono desapareció y una sonrisa sucia, destilando diversión, decoró los surcos de su cara. – Ah, veo que eres de las chicas listas. Bien, eso me quita una preocupación de encima. -dijo, finalmente en un tono serio, mientras se sacaba un cigarrillo demasiado cargado como ser llamado uno y lo encendía.
-¿Qué quieres? -dijo Elvira, cansada del horrible día que acababa de tener y con pocas ganas de enfrascarse en una conversación con una pequeña troll.- Ofrecerte un puesto de trabajo -replicó, solemne la mujer, expulsando, como un volcán, un chorro de humo. Los ojos de Elvira se abrieron, interesados, pero lo suficientemente desconfiados como para mostrar aversión a la mujer.- ¿De que? -preguntó al fin, manteniendo las distancias.
La mujer no contesto al momento, simplemente riéndose por lo bajo. Con lentitud, dio un par de golpes a su cigarro, dejando que cenizas brillantes iluminaran el aire entre ellas durante unos segundos.- ¿Conoce usted a nuestro señor y salvador Jesucristo?
A la mañana siguiente…
El “Asilo” era tal y como Elvira pensaba que era. Una casa grande, pero que parecía a punto de desplomarse sobre su propio peso, construida sobre si misma en parches que la extendían al resto de edificios adyacentes. En su interior, como una colmena, el sonido de la vida se notaba acentuado, contenido en ira, desesperación y gruñidos. Tras una noche protegida por amplios muros de piedra y con una cama propia, había tenido una larga conversación con la mujer que se había presentado como Niun. Era una sacerdotisa de algún tipo de religión de la que no había odio hablar, pero que, por la pinta de donde vivía, había tenido cierta relevancia en la zona. Sus intenciones era resucitar el culto y devolverle la vida religiosa a la ciudad, pero para ello necesitaba ayuda. La mujer no esperaba convertirla, no planeaba hacerlo, pero le había dado una opción. Fingir servir a su orden y ayudarla o buscarme la vida en las calles. Así que eligió lo primero -todo el mundo sabe que para pasar 20 años en el negocio del placer una debía de aprender a fingir de maravilla-.
Pero una no era suficiente, no…Necesitaban más manos, más conocimiento sobre la ciudad, y por ello Niun la había preguntado sobre el asilo. Elvira le contó sobre que era un cementerio para prostitutas, para aquellas que no se habían asegurado un negocio propio o casado con algún fan, y como todas las indeseadas o maltratadas también terminaban en el sitio, demasiado rotas como para dedicarse al negocio. De ese modo, las dos habían acabado allí. Las dos mujeres caminaron dentro del edificio, luchando contra el olor a corrupción y el sonido de la desesperación.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Que la vida era injusta no resultaba una novedad para nadie, no sería la reflexión más brillante ni la conclusión que traería fin al sufrimiento de las masas. Cada persona lo aprendía en un momento y una situación distinta, a Matt le había tocado siendo apenas un niño, pero la lección se había grabado profundamente en su ser, y no había día en que no lo recordara.
-Lo siento cariño, pero sabes bien que yo no hago caridad - Decía Owens con su más fingido gesto de pena.
-No te digo que me lo regales, solo te pido un poco más de tiempo - La mujer que le rogaba de rodillas tenía ya una edad avanzada, eso no sería tan terrible, el problema era que una pierna se le había infectado y por el olor a podredumbre no había hombre o mujer en toda la ciudad que quisiera pagar por sus servicios.
-Te he dado muchos días para que encontraras el modo de juntar el dinero, Isabella - La rodeó a la altura de los hombros y apoyó la cabeza en su coronilla, en un gesto paternal - Sí te sigo extendiendo los plazos no estaría siendo justo con las otras muchachas ¿No lo crees? Además, hay muchas chicas nuevas que quieren ocupar tu habitación -
-¿Pero a dónde quieres que vaya con esta infección? Apenas puedo caminar ¿Donde viviré? ¿Como voy a hacer para poder comer? - Algunas lágrimas comenzaban a asomar en los ojos de la prostituta.
-Francamente, Querida, no tengo ni la más remota idea. Tendrás que encontrar la manera por ti misma. Espero que seas más ingeniosa que lo que vienes demostrando hasta ahora - Sonrió de modo gatuno.
-¡Vete a la mierda! - La mujer miró con odio al Virrey, y luego al resto de las prostitutas que contemplaban la escena sin decir nada - ¡¡Y ustedes también!! ¡Malditas traidoras! -
-Vaaaaya, vaya, no hagamos un escándalo de esto, Isabella. Sabias como eran las reglas desde el primer día, y las aceptaste - Le apretó el hombro y acercó su rostro hasta que estuvo pegado al de ella - No quieras echarle la culpa a los demás, tu incompetencia es la que te trajo hasta este punto -
-Pero... -
-Tienes un sitio al cual ir, ya lo sabes -
-¡Me niego a terminar en esa pocilga! -
-Pues eso ya es tu decisión - El Estafador se encogió de hombros y empujó a la mujer fuera de su carpa - Que tengas una larga vida, Mi Encantadora Isabella. Fue maravilloso conocerte -
Y con esa teatral despedida cerró la cortina de la tienda.
El prostíbulo de Matthew era muy amplio en su repertorio, no hacía diferencia entre género, raza, edad, lo único que el Virrey les pedía era que pagaran una suma acorde a los gastos que generaban en el establecimiento, eso incluía alojamiento, protección, comida, ropa, baños y extras. Todo era maravilloso, las muchachas podían elegir cuando y como trabajar, hacer lo que quisieran en su tiempo libre, Owens no les imponía nada y las trataba como si fueran reinas... Siempre y cuando pagaran en tiempo y forma.
El Estafador se encontraba en su habitación, ya se había olvidado por completo de la desagradable situación que acababa de ocurrir y estaba eligiendo algo de ropa para salir por la ciudad. Como existía la posibilidad de que lo reconocieran, prefirió ir con una capa que incluyera capucha, no tenía ganas de representar el papel de Virrey loco en ese momento.
Salió por la puerta de atrás, dejando que sus pasos lo llevaran a donde quisieran.
-Lo siento cariño, pero sabes bien que yo no hago caridad - Decía Owens con su más fingido gesto de pena.
-No te digo que me lo regales, solo te pido un poco más de tiempo - La mujer que le rogaba de rodillas tenía ya una edad avanzada, eso no sería tan terrible, el problema era que una pierna se le había infectado y por el olor a podredumbre no había hombre o mujer en toda la ciudad que quisiera pagar por sus servicios.
-Te he dado muchos días para que encontraras el modo de juntar el dinero, Isabella - La rodeó a la altura de los hombros y apoyó la cabeza en su coronilla, en un gesto paternal - Sí te sigo extendiendo los plazos no estaría siendo justo con las otras muchachas ¿No lo crees? Además, hay muchas chicas nuevas que quieren ocupar tu habitación -
-¿Pero a dónde quieres que vaya con esta infección? Apenas puedo caminar ¿Donde viviré? ¿Como voy a hacer para poder comer? - Algunas lágrimas comenzaban a asomar en los ojos de la prostituta.
-Francamente, Querida, no tengo ni la más remota idea. Tendrás que encontrar la manera por ti misma. Espero que seas más ingeniosa que lo que vienes demostrando hasta ahora - Sonrió de modo gatuno.
-¡Vete a la mierda! - La mujer miró con odio al Virrey, y luego al resto de las prostitutas que contemplaban la escena sin decir nada - ¡¡Y ustedes también!! ¡Malditas traidoras! -
-Vaaaaya, vaya, no hagamos un escándalo de esto, Isabella. Sabias como eran las reglas desde el primer día, y las aceptaste - Le apretó el hombro y acercó su rostro hasta que estuvo pegado al de ella - No quieras echarle la culpa a los demás, tu incompetencia es la que te trajo hasta este punto -
-Pero... -
-Tienes un sitio al cual ir, ya lo sabes -
-¡Me niego a terminar en esa pocilga! -
-Pues eso ya es tu decisión - El Estafador se encogió de hombros y empujó a la mujer fuera de su carpa - Que tengas una larga vida, Mi Encantadora Isabella. Fue maravilloso conocerte -
Y con esa teatral despedida cerró la cortina de la tienda.
El prostíbulo de Matthew era muy amplio en su repertorio, no hacía diferencia entre género, raza, edad, lo único que el Virrey les pedía era que pagaran una suma acorde a los gastos que generaban en el establecimiento, eso incluía alojamiento, protección, comida, ropa, baños y extras. Todo era maravilloso, las muchachas podían elegir cuando y como trabajar, hacer lo que quisieran en su tiempo libre, Owens no les imponía nada y las trataba como si fueran reinas... Siempre y cuando pagaran en tiempo y forma.
El Estafador se encontraba en su habitación, ya se había olvidado por completo de la desagradable situación que acababa de ocurrir y estaba eligiendo algo de ropa para salir por la ciudad. Como existía la posibilidad de que lo reconocieran, prefirió ir con una capa que incluyera capucha, no tenía ganas de representar el papel de Virrey loco en ese momento.
Salió por la puerta de atrás, dejando que sus pasos lo llevaran a donde quisieran.
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
El sitio era oscuro y los cuerpos que se acumulaban contra las paredes, sin esperanza en los ojos, simplemente parecían devorar la poca luz que había en el ambiente. La monja no se detuvo, pasando como una sombra entre los pasillos, levantando solo el polvo a su paso. Al menos, hasta que una pobre alma cayó en el camino de la sombría figura. Por un momento, Elvira pensó que la figura iba a agarrar a la monja, pero las delgadas y huesudas manos simplemente se mantuvieron en su pecho, agarrándose a este como si la vida dependiera de ello. La piel de la mujer estaba como…agujereada, infectada por alguna enfermedad inmunda, probablemente proveniente de un pene igual de agujereado.
La monja se inclinó, casi en un gesto parecido al de las pinturas de hombres santos que había en su templo…y cogio de la camisa a la mujer indispuesta, levantándola a su altura.- Elvira…-invocó el nombre de la otra, mientras pasaba la mano por las telas sucias, posicionando a la liviana mujer.- Ayuda a esta mujer a ir afuera…dale un poco de agua que se reponga…-En su voz algo temblaba con la fuerza de olla hirviendo, algo crepitaba bajo el hierro y cuando estallara…solo se podía esperar un desastre. Elvira obedeció, sin pensar, algo atemorizada por el repentino tono de la mujer.
Niun era una mujer paciente y con bastante capacidad para la crueldad, como todas las personas. Y, en ese momento, pensaba en si realmente había un individuo al que dirigir su ira y su creatividad. Dos ollas de hierro, una de ellas con un potente olor a orina, le llamaron la atención. Pocos segundos, el silencio dejo de ser roto por quejidos, lamentos y lágrimas silenciosas, sustituido por el potente resonar del metal contra el metal. La anciana fue caminando entre los pasillos, sin parar, llamando la atención de todos y cada unos de los residentes. Estos fueron despertados de sus tumbas de madera, carroña y decadencia, obligados a seguir a la encorvada figura.
Finalmente, la mujer volvió a acabar en la entrada, seguida por una comitiva de ojos hambrientos, sufridores y deseosos de causar tanto dolor como el que sufrieron ellos. Una audiencia perfecta. La monja simplemente cogió una cerilla de uno de sus bolsillos, tras posar un cigarro en su boca, encendiéndolo contra una de las paredes en un chasquido de luz. Cuando abrió la boca, una nube de humo y una honesta verdad salió de sus labios- Señoras, viven en la mierda.
La frase fue simple y golpeó con fuerza los corazones de los demás. Cuando una realidad es recordad, materializada en palabras, es un escozor que el alma no puede rascar.- Sin embargo, y esta es la parte que me jode bastante, es que no es vuestra culpa. Nunca lo fue. -Ahora, las frases se volvieron un bálsamo, suave y delicado, que alivio las consciencias y servía de combustible para una llama. Una llama que aún no estaba encendida. La monja paró de hablar, viendo los rostros llenos de yagas, las mejillas hundidas y los bastardos desnutridos que se agarraban de las faldas de sus madres.
-La culpa es de los mamones que siguen yendo a tugurios, gastando cada moneda que debería ir a sus familias. Aquellos que prefieren el calor de un coño al de sus familias o que gastan el oro en otros vicios. Y, como parásito que son, arrastran a hijas a la calle para poder pagarse el meterla o lo que sea que hagan. - La frase salió, como una esquirla de dinero, disparada en contra de aquellos que nunca estarían en el cuarto. Como Elvira, la mayoría de las mujeres en la habitación habían empezado en familias con deudas, normalmente causada por los padres al disfrutar de un oscuro placer demasiado caro para una familia normal.- Y, como soy una persona virtuosa con un asco que raya lo obsceno hacia ese tipo de hombres, tengo una proposición para vosotras.
De nuevo, la anciana paró las pocas frases. Sus labios enroscados en su puro, exhalando un potente hálito de puro humo. Como un velo, se dispersó entre los desgraciados y la mujer en hábito, un muro invisible que separaba dos mundos distintos, pero unidos tan finamente que, como el humo, se podía atravesar cualquier diferencia con facilidad. La señora alzó su mano, en un gesto de invitación- Venid conmigo. Os daré un sitio donde vivir, donde trabajar y continuar existiendo de manera digna. Y si eso no os convence…
Por primera vez, la mujer sonrió, sus arrugas retorciendo su rostro en un rictus de cruel placer. Sus ojos brillaron con la misma malicia que los puñales que bailaban en la noche o las monedas de oro al ser contadas- Os juro bajo el nombre de Cristo, mi dios, que por lo menos joderemos a esta ciudad que os ha torturado toda vuestra vida. -Su mano se volvió un puño, su sonrisa más salvaje…y, por fin, las llamas saltaron. Rencor, odio, sufrimiento y victimismo se alzaron en un grito silencioso, marcado por el ritmo de la gente dirigiéndose a la mujer, susurros de tela y movimiento. Pronto, preguntas susurradas en pequeños suspiros, esperanza ardiendo en rostros vacíos. Pero la mujer lo paró, con gesto solemne.
-No, aun no aceptéis…no sin ver que os ofrezco. -A eso, Niun les dio la espalda, haciendo el gesto de que la siguiesen. Su cuerpo marcho fuera de las sombras y sus garras decadentes de la casa de los abandonados, bañado en la luz de la mañana. Elvira la miro, con una mujer que a la luz se veía enferma a su lado. Como un gigante, sus pasos resonaron en la calle, seguidos por intrigadas y dubitativas réplicas de los despojados. Pronto, un rio de las personificaciones de la podredumbre y la desesperación empezaron a salir de la penumbra, uno a uno. La marcha se fundió con las calles de la ciudad, en las regiones más bajas, como el circular de un rio. La gente se paraba, callada y asombrada, con ese circo de personalidades en estados lamentables, dirigidos por una figura desconocida y oscura, en cuyos dedos bailaba humo y fuego.
El despliegue acabó chocando con los muros de la iglesia, altos y desmenuzados por el paso del tiempo y los ladrones. Fuertes muros que prometían protección para los hijos perdidos. Los ojos de los desgraciados se centraron en la señora- Es un mejor cuchitril que el otro ¿no es así? -respondió, apagando su cigarro contra una de las paredes – ¡Atentos! -dijo de nuevo, pero con una potente voz, con sus pechos alzándose para coger el aire. Al momento, su voz estalló con la misma profundidad y extensión que los truenos en la noche- ¡Os prometo daros cobijo y alimento, pero esto no será gratis! ¡Nos ayudaremos los unos a los otros a reconstruir una casa, ganar dinero y joder a la gente! ¡Aquí no hay individualidad que valga ni mierdas! ¡¿Estáis dispuestos?!
Finalmente, la tormenta de frases y palabras, de intenciones y promesas, acabó en un potente silencio, arrastrado por brisas solitarias que bailaban entre los callejones bañados por la potente luz del día. Y, de esta manera, con promesas y juramentos, empezó todo. Poco a poco, la masa se fue dispersando, caminando o cojeando en dirección a Niun. Con un gesto de la cabeza, la monja miró a su primera al mando, la pobre desgraciada de Elvira, indicándole que abriera las puertas.
La iglesia de Ciudad Lagarto había abierto sus puertas. Los pobres habían acudido a su llamada.
La monja se inclinó, casi en un gesto parecido al de las pinturas de hombres santos que había en su templo…y cogio de la camisa a la mujer indispuesta, levantándola a su altura.- Elvira…-invocó el nombre de la otra, mientras pasaba la mano por las telas sucias, posicionando a la liviana mujer.- Ayuda a esta mujer a ir afuera…dale un poco de agua que se reponga…-En su voz algo temblaba con la fuerza de olla hirviendo, algo crepitaba bajo el hierro y cuando estallara…solo se podía esperar un desastre. Elvira obedeció, sin pensar, algo atemorizada por el repentino tono de la mujer.
Niun era una mujer paciente y con bastante capacidad para la crueldad, como todas las personas. Y, en ese momento, pensaba en si realmente había un individuo al que dirigir su ira y su creatividad. Dos ollas de hierro, una de ellas con un potente olor a orina, le llamaron la atención. Pocos segundos, el silencio dejo de ser roto por quejidos, lamentos y lágrimas silenciosas, sustituido por el potente resonar del metal contra el metal. La anciana fue caminando entre los pasillos, sin parar, llamando la atención de todos y cada unos de los residentes. Estos fueron despertados de sus tumbas de madera, carroña y decadencia, obligados a seguir a la encorvada figura.
Finalmente, la mujer volvió a acabar en la entrada, seguida por una comitiva de ojos hambrientos, sufridores y deseosos de causar tanto dolor como el que sufrieron ellos. Una audiencia perfecta. La monja simplemente cogió una cerilla de uno de sus bolsillos, tras posar un cigarro en su boca, encendiéndolo contra una de las paredes en un chasquido de luz. Cuando abrió la boca, una nube de humo y una honesta verdad salió de sus labios- Señoras, viven en la mierda.
La frase fue simple y golpeó con fuerza los corazones de los demás. Cuando una realidad es recordad, materializada en palabras, es un escozor que el alma no puede rascar.- Sin embargo, y esta es la parte que me jode bastante, es que no es vuestra culpa. Nunca lo fue. -Ahora, las frases se volvieron un bálsamo, suave y delicado, que alivio las consciencias y servía de combustible para una llama. Una llama que aún no estaba encendida. La monja paró de hablar, viendo los rostros llenos de yagas, las mejillas hundidas y los bastardos desnutridos que se agarraban de las faldas de sus madres.
-La culpa es de los mamones que siguen yendo a tugurios, gastando cada moneda que debería ir a sus familias. Aquellos que prefieren el calor de un coño al de sus familias o que gastan el oro en otros vicios. Y, como parásito que son, arrastran a hijas a la calle para poder pagarse el meterla o lo que sea que hagan. - La frase salió, como una esquirla de dinero, disparada en contra de aquellos que nunca estarían en el cuarto. Como Elvira, la mayoría de las mujeres en la habitación habían empezado en familias con deudas, normalmente causada por los padres al disfrutar de un oscuro placer demasiado caro para una familia normal.- Y, como soy una persona virtuosa con un asco que raya lo obsceno hacia ese tipo de hombres, tengo una proposición para vosotras.
De nuevo, la anciana paró las pocas frases. Sus labios enroscados en su puro, exhalando un potente hálito de puro humo. Como un velo, se dispersó entre los desgraciados y la mujer en hábito, un muro invisible que separaba dos mundos distintos, pero unidos tan finamente que, como el humo, se podía atravesar cualquier diferencia con facilidad. La señora alzó su mano, en un gesto de invitación- Venid conmigo. Os daré un sitio donde vivir, donde trabajar y continuar existiendo de manera digna. Y si eso no os convence…
Por primera vez, la mujer sonrió, sus arrugas retorciendo su rostro en un rictus de cruel placer. Sus ojos brillaron con la misma malicia que los puñales que bailaban en la noche o las monedas de oro al ser contadas- Os juro bajo el nombre de Cristo, mi dios, que por lo menos joderemos a esta ciudad que os ha torturado toda vuestra vida. -Su mano se volvió un puño, su sonrisa más salvaje…y, por fin, las llamas saltaron. Rencor, odio, sufrimiento y victimismo se alzaron en un grito silencioso, marcado por el ritmo de la gente dirigiéndose a la mujer, susurros de tela y movimiento. Pronto, preguntas susurradas en pequeños suspiros, esperanza ardiendo en rostros vacíos. Pero la mujer lo paró, con gesto solemne.
-No, aun no aceptéis…no sin ver que os ofrezco. -A eso, Niun les dio la espalda, haciendo el gesto de que la siguiesen. Su cuerpo marcho fuera de las sombras y sus garras decadentes de la casa de los abandonados, bañado en la luz de la mañana. Elvira la miro, con una mujer que a la luz se veía enferma a su lado. Como un gigante, sus pasos resonaron en la calle, seguidos por intrigadas y dubitativas réplicas de los despojados. Pronto, un rio de las personificaciones de la podredumbre y la desesperación empezaron a salir de la penumbra, uno a uno. La marcha se fundió con las calles de la ciudad, en las regiones más bajas, como el circular de un rio. La gente se paraba, callada y asombrada, con ese circo de personalidades en estados lamentables, dirigidos por una figura desconocida y oscura, en cuyos dedos bailaba humo y fuego.
El despliegue acabó chocando con los muros de la iglesia, altos y desmenuzados por el paso del tiempo y los ladrones. Fuertes muros que prometían protección para los hijos perdidos. Los ojos de los desgraciados se centraron en la señora- Es un mejor cuchitril que el otro ¿no es así? -respondió, apagando su cigarro contra una de las paredes – ¡Atentos! -dijo de nuevo, pero con una potente voz, con sus pechos alzándose para coger el aire. Al momento, su voz estalló con la misma profundidad y extensión que los truenos en la noche- ¡Os prometo daros cobijo y alimento, pero esto no será gratis! ¡Nos ayudaremos los unos a los otros a reconstruir una casa, ganar dinero y joder a la gente! ¡Aquí no hay individualidad que valga ni mierdas! ¡¿Estáis dispuestos?!
Finalmente, la tormenta de frases y palabras, de intenciones y promesas, acabó en un potente silencio, arrastrado por brisas solitarias que bailaban entre los callejones bañados por la potente luz del día. Y, de esta manera, con promesas y juramentos, empezó todo. Poco a poco, la masa se fue dispersando, caminando o cojeando en dirección a Niun. Con un gesto de la cabeza, la monja miró a su primera al mando, la pobre desgraciada de Elvira, indicándole que abriera las puertas.
La iglesia de Ciudad Lagarto había abierto sus puertas. Los pobres habían acudido a su llamada.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Matthew se encontraba bebiendo una cerveza, disfrutando del completo anonimato en una taberna cualquiera, con gente cualquiera que tenía cosas más importantes que hacer que averiguar quién era el sujeto encapuchado de la esquina. Además, siendo sinceros, el intentar cubrirse el rostro era lo más habitual en Ciudad Lagarto, por lo menos los primeros meses la mayoría de los ladrones y asesinos seguían creyendo que tenían que ocultar su identidad, luego se daban cuenta que ese sitio era mucho peor que cualquier cosa que hubiesen hecho y se empezaban a relajar.
Así que a lo mucho Matt podía ser confundido por un forastero recién llegado.
Las charlas en la taberna se detuvieron cuando un grupo numeroso de personas pasaron caminando por la calle, encabezados por una anciana que más bien parecía una chimenea humana. “Bueno, esto no se ve todos los días” pensó Owens mientras seguía con la mirada al exótico grupo. Lo que llamaba la atención no era tanto que estuvieran enfermos, muertos de hambre, sucios y algunos de ellos locos, la población promedio de Ciudad Lagarto cumplía con al menos una o dos de esas características, más bien lo curioso era que estuvieran todos juntos y coordinados.
Como no podía ser de otra manera, Matt los siguió manteniendo algo de distancia. Escuchó el discurso de la Señora con ligero interés mientras se peinaba la barba con dos dedos, intentaba evaluar qué tan peligrosa podría resultar su presencia allí, no le importaba mucho el tener una iglesia en la ciudad, hasta cierto punto podía ser beneficioso. En todo caso, lo que era preocupante era que planteara acabar con el individualismo, las bases mismas de la Ciudad estaban asentadas en que cada persona pensara sólo en su propio beneficio.
Cuando el discurso terminó se hizo el silencio, y los pobres desdichados comenzaron a acercarse. Sí había algo en lo cual Matthew fuera experto eso era sin duda en las entradas dramáticas, no podía evitarlo, ese tipo de situaciones lo atraían como un imán. Así que dio unos pasos hacía la entrada, metiéndose en medio del gentío y se puso a aplaudir.
-Hermoso, encantador, magnífico, fue un excelente discurso, de esos emotivos que te llegan al corazón - Se señaló el pecho - ¿Ves aquí? Aquí es dónde estaría inundado de sentimientos honorables, solidarios y de amor fraternal, si no fuera porque hace tiempo que está muerto - Mientras hablaba se iba acercando a la causante de todo ese alboroto.
Al principio la gente no se dio cuenta de quién era, pero a medida que iba hablando su tono y sus formas fueron generando miradas de asombro y reconocimiento. Para bien o para mal, era el Virrey de esa ciudad, y además era una autoridad que disfrutaba de hacer espectáculos en público, así que casi todos lo conocían de un modo u otro.
Se detuvo cuando estuvo a poco más de medio metro de la monja, sólo entonces se sacó la capucha y se la quedó mirando con una media sonrisa en el rostro.
-No es como si no lo hubiese intentado, desde que llegué aquí fui el primero en decir que sí no trabajábamos juntos terminaríamos muy mal - Su tono era burlón, pero a la vez nadie iba a contradecirlo o a objetar algo de lo que dijera - Nadie podrá negar que soy el primero en hacer cosas para unir a la comunidad - Y lo decía de cierta manera que sonaba más a una sentencia, no un comentario que pudiera ponerse en discusión.
Así que a lo mucho Matt podía ser confundido por un forastero recién llegado.
Las charlas en la taberna se detuvieron cuando un grupo numeroso de personas pasaron caminando por la calle, encabezados por una anciana que más bien parecía una chimenea humana. “Bueno, esto no se ve todos los días” pensó Owens mientras seguía con la mirada al exótico grupo. Lo que llamaba la atención no era tanto que estuvieran enfermos, muertos de hambre, sucios y algunos de ellos locos, la población promedio de Ciudad Lagarto cumplía con al menos una o dos de esas características, más bien lo curioso era que estuvieran todos juntos y coordinados.
Como no podía ser de otra manera, Matt los siguió manteniendo algo de distancia. Escuchó el discurso de la Señora con ligero interés mientras se peinaba la barba con dos dedos, intentaba evaluar qué tan peligrosa podría resultar su presencia allí, no le importaba mucho el tener una iglesia en la ciudad, hasta cierto punto podía ser beneficioso. En todo caso, lo que era preocupante era que planteara acabar con el individualismo, las bases mismas de la Ciudad estaban asentadas en que cada persona pensara sólo en su propio beneficio.
Cuando el discurso terminó se hizo el silencio, y los pobres desdichados comenzaron a acercarse. Sí había algo en lo cual Matthew fuera experto eso era sin duda en las entradas dramáticas, no podía evitarlo, ese tipo de situaciones lo atraían como un imán. Así que dio unos pasos hacía la entrada, metiéndose en medio del gentío y se puso a aplaudir.
-Hermoso, encantador, magnífico, fue un excelente discurso, de esos emotivos que te llegan al corazón - Se señaló el pecho - ¿Ves aquí? Aquí es dónde estaría inundado de sentimientos honorables, solidarios y de amor fraternal, si no fuera porque hace tiempo que está muerto - Mientras hablaba se iba acercando a la causante de todo ese alboroto.
Al principio la gente no se dio cuenta de quién era, pero a medida que iba hablando su tono y sus formas fueron generando miradas de asombro y reconocimiento. Para bien o para mal, era el Virrey de esa ciudad, y además era una autoridad que disfrutaba de hacer espectáculos en público, así que casi todos lo conocían de un modo u otro.
Se detuvo cuando estuvo a poco más de medio metro de la monja, sólo entonces se sacó la capucha y se la quedó mirando con una media sonrisa en el rostro.
-No es como si no lo hubiese intentado, desde que llegué aquí fui el primero en decir que sí no trabajábamos juntos terminaríamos muy mal - Su tono era burlón, pero a la vez nadie iba a contradecirlo o a objetar algo de lo que dijera - Nadie podrá negar que soy el primero en hacer cosas para unir a la comunidad - Y lo decía de cierta manera que sonaba más a una sentencia, no un comentario que pudiera ponerse en discusión.
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
El humo tiene una forma y un movimiento. A veces es una trampa diabólica, que engaña los sentidos, y otras es una señal movida por el viento. Cuando el hombre habló, pareció como si los hilos de humo se girarán en su dirección, cobras silbantes. Niun no imitó el gesto. No, su acción fue lenta, deliberada, el suave susurro de su ropa el único gesto de movimiento. La mujer era una estatua de piedra, malgastada por el tiempo y bañada en los velos de misticismo que su puro desprendía con soltura. Su ceja se elevó, revelando la vida de lo que, en otra ocasión, podía haber sido el tronco de un árbol muy nudoso.
-Vaya…¿que tenemos aquí? -dijo, con soltura y elegancia, dando unos golpecitos a su puro, dejando un camino de chispas rojas en dirección al suelo. Sus ojos se clavaron en los del invasor, brillando con la misma rebelde malicia que suele primar en las partidas de poker en la que los cuchillos y las amenazas son normales.- Alguien importante, si la reacción del público me dice algo.
Ahora, en este tipo de situaciones, hay algo que entender. Cuando una figura misteriosa aparece de repente, con aires de dignidad, miedo o autoridad, la mayoría de las reacciones serían pavor o extrañeza. El acto del desconcierto habría puesto muros cuasifísicos entre la mítica figura y los espectadores. Un acto narrativo cruel, una muralla de cristal que el mundo mismo dictaba no podía ser roto. Por desgracia para el mundo, las botas de Niun siempre han sido muy resistentes…y el chasquido de lo esperado y el destino rompiéndose bajo sus suelas no se hizo esperar.
Mientras los labios de la mujer formaban un círculo, expulsando su nociva nieblina, su cuerpo se movió. El efecto fue, sin duda extraño, causando que una maraña de sombras y humo rompiera los pocos metros de distancia entre ambas figuras. Los hilos grisáceos envolviendo a ambos durante unos momentos. El perfumado aroma de las flores recién abiertas en primavera se enfrentó con el potente odor del polvo y humo removido en el aire, ambos rodeados por el olor de la putrefacción y desesperación que solo era distanciado por el fruto incendiario de su cigarro. La anciana era más pequeña que el otro, pero algo en ella asentaba el espacio a su alrededor, lo hacía irreal e inesperado. - Pero ¿Qué tipo de persona importante puedes ser? -Las fosas nasales de la monja se abrieron, captando el aire que los separabas, tomando una buena muestra del otro- No hueles alcohol o a sangre, así que supongo que no te acercas a ningún tipo de asesino o matón. No…no trabajas con tus manos, las tienes muy cuidadas.
Pronto, los pasos de la anciana resonaron con curiosidad, formando un círculo alrededor del hombre, separando aun más a la multitud de la visión del hombre. No…solo se podía fijar en la rechoncha mujer que se movía con la misma gracia y elegancia de un ave de presa.- En esta ciudad supongo que hay dos tipos de personas que trabajan sin usar demasiado sus manos…los prostitutos y aquellos que mandan. -Pronto, el movimiento de la túnica que cubría al otro siendo levantada hizo que la habitación tomara aire. La anciana se había inclinado suavemente y agarrado la capa, observando las nalgas del hombre- No lo suficientemente almohadillado ni duro a primera vista y, si mi examen a tu frente no me engaña, tampoco servirías de mucho en un burdel. Al menos en uno de categoría -continua, dejando caer la tela, moviéndose como una araña ante cualquier gesto del otro, siguiendo el ritmo de una melodía que solo ella oía.
Una pequeña carcajada salió de algún punto del público, simbolizando el como la risa también apisonaba sin piedad el reflejo de autoridad que se había impuesto en el aire de la iglesia. Al resonar, una media sonrisa salió del rostro anciano- Eso nos deja que seas una persona de categoría, alguien que mueve hilos y no hace esfuerzo…-Continua, dando la espalda al hombre, continuando hacia su anterior posición- ¿Un gobernante, quizás? ¿Un delincuente venido a más?
Finalmente, se giró de nuevo, clavando los ojos en los del hombre de nuevo. Su sonrisa más amplia, expandiendo arrugas en su rostro en un alegría tan añeja como el vino- Vamos chico…te estoy dando oportunidades para presentarte y no tomas ninguna…-dijo, con una carcajada, dando un golpe con su pulgar al cigarro, causando que una estelada de ascuas rasgase el aire hasta el suelo.- Y es de mala educación entrar en el hogar de alguien y no presentarse -añade, aumentando tal sonrisa.
-Vaya…¿que tenemos aquí? -dijo, con soltura y elegancia, dando unos golpecitos a su puro, dejando un camino de chispas rojas en dirección al suelo. Sus ojos se clavaron en los del invasor, brillando con la misma rebelde malicia que suele primar en las partidas de poker en la que los cuchillos y las amenazas son normales.- Alguien importante, si la reacción del público me dice algo.
Ahora, en este tipo de situaciones, hay algo que entender. Cuando una figura misteriosa aparece de repente, con aires de dignidad, miedo o autoridad, la mayoría de las reacciones serían pavor o extrañeza. El acto del desconcierto habría puesto muros cuasifísicos entre la mítica figura y los espectadores. Un acto narrativo cruel, una muralla de cristal que el mundo mismo dictaba no podía ser roto. Por desgracia para el mundo, las botas de Niun siempre han sido muy resistentes…y el chasquido de lo esperado y el destino rompiéndose bajo sus suelas no se hizo esperar.
Mientras los labios de la mujer formaban un círculo, expulsando su nociva nieblina, su cuerpo se movió. El efecto fue, sin duda extraño, causando que una maraña de sombras y humo rompiera los pocos metros de distancia entre ambas figuras. Los hilos grisáceos envolviendo a ambos durante unos momentos. El perfumado aroma de las flores recién abiertas en primavera se enfrentó con el potente odor del polvo y humo removido en el aire, ambos rodeados por el olor de la putrefacción y desesperación que solo era distanciado por el fruto incendiario de su cigarro. La anciana era más pequeña que el otro, pero algo en ella asentaba el espacio a su alrededor, lo hacía irreal e inesperado. - Pero ¿Qué tipo de persona importante puedes ser? -Las fosas nasales de la monja se abrieron, captando el aire que los separabas, tomando una buena muestra del otro- No hueles alcohol o a sangre, así que supongo que no te acercas a ningún tipo de asesino o matón. No…no trabajas con tus manos, las tienes muy cuidadas.
Pronto, los pasos de la anciana resonaron con curiosidad, formando un círculo alrededor del hombre, separando aun más a la multitud de la visión del hombre. No…solo se podía fijar en la rechoncha mujer que se movía con la misma gracia y elegancia de un ave de presa.- En esta ciudad supongo que hay dos tipos de personas que trabajan sin usar demasiado sus manos…los prostitutos y aquellos que mandan. -Pronto, el movimiento de la túnica que cubría al otro siendo levantada hizo que la habitación tomara aire. La anciana se había inclinado suavemente y agarrado la capa, observando las nalgas del hombre- No lo suficientemente almohadillado ni duro a primera vista y, si mi examen a tu frente no me engaña, tampoco servirías de mucho en un burdel. Al menos en uno de categoría -continua, dejando caer la tela, moviéndose como una araña ante cualquier gesto del otro, siguiendo el ritmo de una melodía que solo ella oía.
Una pequeña carcajada salió de algún punto del público, simbolizando el como la risa también apisonaba sin piedad el reflejo de autoridad que se había impuesto en el aire de la iglesia. Al resonar, una media sonrisa salió del rostro anciano- Eso nos deja que seas una persona de categoría, alguien que mueve hilos y no hace esfuerzo…-Continua, dando la espalda al hombre, continuando hacia su anterior posición- ¿Un gobernante, quizás? ¿Un delincuente venido a más?
Finalmente, se giró de nuevo, clavando los ojos en los del hombre de nuevo. Su sonrisa más amplia, expandiendo arrugas en su rostro en un alegría tan añeja como el vino- Vamos chico…te estoy dando oportunidades para presentarte y no tomas ninguna…-dijo, con una carcajada, dando un golpe con su pulgar al cigarro, causando que una estelada de ascuas rasgase el aire hasta el suelo.- Y es de mala educación entrar en el hogar de alguien y no presentarse -añade, aumentando tal sonrisa.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Una sonrisa divertida se plantó en el rostro de Matt, y en líneas generales no se fue de allí durante todo el rato que duraron las pesquisas de la Monja. No hizo nada por detenerla, no parecía que fuera a intentar hacerle un daño físico, sino más bien a su moral o a su orgullo “Hace tiempo que nadie intenta utilizar ese tipo de ataques” pensó el Estafador. Se cruzó de brazos y esperó a que la mujer se acercara.
-¿Persona importante? Puede ser, depende de a quién le preguntes - Se rascó la barba de forma fingidamente distraída - O porque me baño - Comentó ante las suposiciones en relación a su olor - Una costumbre muy sana que deberían realizar todos más seguido, de verdad- Extendió las manos, separando bien los dedos y dándolas vuelta para que pudieran contemplarlas de ambos lados - Las cremas que fabrica Go´el pueden hacer maravillas en la piel - Miro a la arrugada mujer y agregó - Aunque tampoco hacen milagros -
Las personas de alrededor parecían estar expectantes, los que conocían a Matthew se estaban preguntando cuánto tardaría el Virrey en perder la paciencia y mandar a la anciana al calabozo. Destino cruel, sí las prisiones en general no eran muy acogedoras, eso era porque no habían visto las jaulas de Ciudad Lagarto. Otros veían la escena como el encuentro de dos chiflados, lo cual no estaba tan alejado de la realidad.
-Olvidas de los prostitutos que además mandan - Y era gracioso que lo mencionara, dada la profesión de Matthew. Cuando la mujer fue hacía atrás y levantó la capa el Estafador apretó las nalgas, como si quisiera que se presentaran de forma más imponente - Te sorprendería saber las enormes sumas que han ganado ese bello trasero - Respondió con una sonrisa gatuna y un tono coqueto - Creo que la emoción no te permite ver con claridad -
El Virrey ignoró la única risa que se escuchó entre el público, estaba acostumbrado a muchas cosas, entre tantas otras al ridículo, pero aún tenía bastante paciencia como para sentirse mal. Se acomodó la parte de atrás de la capa, como si el contacto con las manos de la anciana la hubiesen arrugado o ensuciado.
-Mover hilos no es tarea sencilla, quien diga lo contrario es porque nunca lo hizo - Entrecruzó los dedos, a la espera de las conclusiones finales - En esta ciudad todos los gobernantes son delincuentes venidos a más ¿Acaso no viste a nuestro Queridisisisismo Rey? - Y eso también generó algunas risas - No, no, te equivocas, yo te estoy dando a ti la oportunidad de adivinar y aunque hiciste muchas descripciones aún no te animas a dar una respuesta ¡Vamos! Te doy tres oportunidades - Levantó tres dedos - Sí a la tercera no aciertas pensaremos en algún castigo adecuado -
El hombre comenzó a caminar alrededor de la Monja, imitando en cierto modo lo que ella había estado haciendo hasta hacía unos segundos.
-Mmmm, es mi turno de intentar adivinar - Dio la vuelta entera y se paró frente a ella, agarrándose el mentón, haciendo como que pensaba - Por la forma, el peso, el olor... Diría que es - Chasqueó los dedos e hizo un gesto de idea - ¡Una uva seca parlante! Vaya cosas increíbles aparecen en esta ciudad -
-¿Persona importante? Puede ser, depende de a quién le preguntes - Se rascó la barba de forma fingidamente distraída - O porque me baño - Comentó ante las suposiciones en relación a su olor - Una costumbre muy sana que deberían realizar todos más seguido, de verdad- Extendió las manos, separando bien los dedos y dándolas vuelta para que pudieran contemplarlas de ambos lados - Las cremas que fabrica Go´el pueden hacer maravillas en la piel - Miro a la arrugada mujer y agregó - Aunque tampoco hacen milagros -
Las personas de alrededor parecían estar expectantes, los que conocían a Matthew se estaban preguntando cuánto tardaría el Virrey en perder la paciencia y mandar a la anciana al calabozo. Destino cruel, sí las prisiones en general no eran muy acogedoras, eso era porque no habían visto las jaulas de Ciudad Lagarto. Otros veían la escena como el encuentro de dos chiflados, lo cual no estaba tan alejado de la realidad.
-Olvidas de los prostitutos que además mandan - Y era gracioso que lo mencionara, dada la profesión de Matthew. Cuando la mujer fue hacía atrás y levantó la capa el Estafador apretó las nalgas, como si quisiera que se presentaran de forma más imponente - Te sorprendería saber las enormes sumas que han ganado ese bello trasero - Respondió con una sonrisa gatuna y un tono coqueto - Creo que la emoción no te permite ver con claridad -
El Virrey ignoró la única risa que se escuchó entre el público, estaba acostumbrado a muchas cosas, entre tantas otras al ridículo, pero aún tenía bastante paciencia como para sentirse mal. Se acomodó la parte de atrás de la capa, como si el contacto con las manos de la anciana la hubiesen arrugado o ensuciado.
-Mover hilos no es tarea sencilla, quien diga lo contrario es porque nunca lo hizo - Entrecruzó los dedos, a la espera de las conclusiones finales - En esta ciudad todos los gobernantes son delincuentes venidos a más ¿Acaso no viste a nuestro Queridisisisismo Rey? - Y eso también generó algunas risas - No, no, te equivocas, yo te estoy dando a ti la oportunidad de adivinar y aunque hiciste muchas descripciones aún no te animas a dar una respuesta ¡Vamos! Te doy tres oportunidades - Levantó tres dedos - Sí a la tercera no aciertas pensaremos en algún castigo adecuado -
El hombre comenzó a caminar alrededor de la Monja, imitando en cierto modo lo que ella había estado haciendo hasta hacía unos segundos.
-Mmmm, es mi turno de intentar adivinar - Dio la vuelta entera y se paró frente a ella, agarrándose el mentón, haciendo como que pensaba - Por la forma, el peso, el olor... Diría que es - Chasqueó los dedos e hizo un gesto de idea - ¡Una uva seca parlante! Vaya cosas increíbles aparecen en esta ciudad -
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Tras todos esos insultos, tras esas burlas, la mujer solo sonrió. De sus regordetes dedos cayó el puro, causando de dedos de niebla y calor se agarrasen a la realidad del aire, acabando con toda excusa de llama con una fuerte pisotada. El humo se empezó a despejar y el rostro de la mujer se pudo ver por completo. Sin sombras ni tinieblas que retorcieran su rostro y lo hicieran olvidable, sin velos de humos que atrapasen la intención de la mirada de la mujer en misticismos…ni siquiera el mismo filo de la vejez podía contener lo que realmente se encontraba ante el hombre. Porque en esos ojos se veía la mirada de una mujer que ya había ganado y consideraba esto mero trámite, con una sonrisa de porcelana, pero bañada en desdén y aburrimiento.
-Pues hágalo -Fueron dos palabras, pero retumbaron con el poder de campanas ya fundidas, extendiéndose y arrebatando el aliento de los miserables y desesperados. Hay pocas formas de lograr lo que esas palabras hicieron sentir a las personas que los rodeaban. Estómagos llenos de lodo y hierro, rellenando en una incómoda presión los vientres, y cercenando los pulmones con filos de fuego y acero, cortando la respiración. Una tentativa suicida que había encendido una llama. Todos los ojos se centraban en la figura sacerdotal, rodeada por los muros y emblemas que juraban su protección, pero en un peligro evidente y casi inevitable.
Esa figura solitaria, rodeada por las almas de los perdidos y atrevidos, jugadores que habían perdido un juego cuyas reglas solamente eran conocidas por aquellos con poder. Individuos que temían las consecuencias de lo que podía significar el desafío de la desconocida ante lo establecido, la atrevida desautorización de una ser que reclamaba el oro proveniente de la sangre y la desesperación como quien pide flores en un día de primavera. Pero ninguno podía deshacerse del lodo, del hierro, del fuego y el acero que los mantenía en silencio, títeres de algo que todavía no entendían. Oh, si solo fueran más sabios…como reconocerían el asombro y temor del mono que ve la muerte del congénere en sus ojos y sabe que es el siguiente. Monos embaucados por la ilusión de la llama y del peligro, envueltos en una sola figura. Un faro de algo que no se podía llamar esperanza ni amor, pero que también se alejaba de los reinos de la justicia e incluso de la venganza. Los mal enhebrados rayos del ocaso ya se colaban entre los huecos y ventanales rotos, rodeando con una espectral luz a la figura en negro. Bañada en el contraste de lo divino y lo mundano, obscenamente sobrepasando lo primero con lo segundo, casi una estatua, la mujer dio un paso adelante.
No fue nada, no hubo fragmentos de suelo alzándose por un conjuro, no apareció el crujido de los zapatos de asesinos en las derruidas vigas. Solamente fue un paso, pero el aire se volvió denso y los huesos de los testigos se rompieron un poco, sintiendo las fracturas de los metales que los paralizaban causaban sobre estos, encontrando paso para un cruel frío que solo se podía llamar terror. El aire que ya no ocupaban las respiraciones fue reclamado por el agónico graznido de la negra túnica de la anciana, seguido por un segundo paso.
Cuando la suela de la bota golpeó el suelo, algunos dirán que notaron la piedra arder, caliente con deseo y furia, con anhelo e impaciencia, con el deseo de reclamar el ser algo que se le había denegado hace tiempo. Los crujidos del esqueleto de una fe fallecida y mancillada por tanto la realidad como el espectro de otras mentiras coronadas por la misma sustancia que lo alimenta. La figura se bañaba ante el glorioso final de un día y la sombra caía sobre la araña, envolviendo la figura del hombre a pesar de la poca distancia que los separaba. Y que la mujer reducía, poco a poco.
-Dios me ha llevado por caminos misteriosos…-Las bocas de los espectadores se llenaron de una sustancia agria y repulsa, conteniendo tos y bilis por igual con sus dientes, notando el escalonamiento del fuego.- Donde sus susurros alcanzaban las esquinas y los peligros se bañaban en las almas de los hombres…especialmente en los caminos que yo misma elegí. Pero, cuando finalmente escucho la llamada de mi señor…la tentativa de un destino más importante, me encuentro contigo -añade, cuando los pocos pasos se quedaron a centímetros de distancia. El cuerpo de la anciana era más pequeño, pero casi el doble de grueso que del de el otro hombre. Una combinación de grasa, piel y músculos que la vejez otorgaba a toda mujer lo suficientemente cruel, dura o lista para llegar a esa edad.- Y te encuentro profundamente decepcionante -dice, sin desviar sus ojos de los del hombre, fríos en su desdén y brillando con el reflejo del ansía de lucha que toda una raza compartía. Finalmente, de entre sus labios salió una corriente de aire, afilada y cruel, casi lanzada para cortar el aire. Palabras envenenadas- Si quieres jugar, juguemos…Pero con más condiciones -añadió la mujer, casi elevando los labios en una muesca agresiva y de repulsa, en un gesto de agresión más propia de un animal que de una discípula de un mártir salvador.
-Si pierdo, siéntete libre de jugar conmigo como te apetezca -comenta, reafirmando las páginas arrugadas que era su cara con un salmo de arrogancia en forma de sonrisa.- Pero si yo gano, compraras este edificio y lo repararas…para ponerlo a mi nombre. ¿Quieres jugar a esto? -Termina de hablar, con su mentón en alto. En algún lugar, donde la sangre de un Mesías se mezclaba con las risas y aromas de lo pagano, alguien tiro una moneda al aire para decidir quien se llevaba el brillante botín de almas.
-Pues hágalo -Fueron dos palabras, pero retumbaron con el poder de campanas ya fundidas, extendiéndose y arrebatando el aliento de los miserables y desesperados. Hay pocas formas de lograr lo que esas palabras hicieron sentir a las personas que los rodeaban. Estómagos llenos de lodo y hierro, rellenando en una incómoda presión los vientres, y cercenando los pulmones con filos de fuego y acero, cortando la respiración. Una tentativa suicida que había encendido una llama. Todos los ojos se centraban en la figura sacerdotal, rodeada por los muros y emblemas que juraban su protección, pero en un peligro evidente y casi inevitable.
Esa figura solitaria, rodeada por las almas de los perdidos y atrevidos, jugadores que habían perdido un juego cuyas reglas solamente eran conocidas por aquellos con poder. Individuos que temían las consecuencias de lo que podía significar el desafío de la desconocida ante lo establecido, la atrevida desautorización de una ser que reclamaba el oro proveniente de la sangre y la desesperación como quien pide flores en un día de primavera. Pero ninguno podía deshacerse del lodo, del hierro, del fuego y el acero que los mantenía en silencio, títeres de algo que todavía no entendían. Oh, si solo fueran más sabios…como reconocerían el asombro y temor del mono que ve la muerte del congénere en sus ojos y sabe que es el siguiente. Monos embaucados por la ilusión de la llama y del peligro, envueltos en una sola figura. Un faro de algo que no se podía llamar esperanza ni amor, pero que también se alejaba de los reinos de la justicia e incluso de la venganza. Los mal enhebrados rayos del ocaso ya se colaban entre los huecos y ventanales rotos, rodeando con una espectral luz a la figura en negro. Bañada en el contraste de lo divino y lo mundano, obscenamente sobrepasando lo primero con lo segundo, casi una estatua, la mujer dio un paso adelante.
No fue nada, no hubo fragmentos de suelo alzándose por un conjuro, no apareció el crujido de los zapatos de asesinos en las derruidas vigas. Solamente fue un paso, pero el aire se volvió denso y los huesos de los testigos se rompieron un poco, sintiendo las fracturas de los metales que los paralizaban causaban sobre estos, encontrando paso para un cruel frío que solo se podía llamar terror. El aire que ya no ocupaban las respiraciones fue reclamado por el agónico graznido de la negra túnica de la anciana, seguido por un segundo paso.
Cuando la suela de la bota golpeó el suelo, algunos dirán que notaron la piedra arder, caliente con deseo y furia, con anhelo e impaciencia, con el deseo de reclamar el ser algo que se le había denegado hace tiempo. Los crujidos del esqueleto de una fe fallecida y mancillada por tanto la realidad como el espectro de otras mentiras coronadas por la misma sustancia que lo alimenta. La figura se bañaba ante el glorioso final de un día y la sombra caía sobre la araña, envolviendo la figura del hombre a pesar de la poca distancia que los separaba. Y que la mujer reducía, poco a poco.
-Dios me ha llevado por caminos misteriosos…-Las bocas de los espectadores se llenaron de una sustancia agria y repulsa, conteniendo tos y bilis por igual con sus dientes, notando el escalonamiento del fuego.- Donde sus susurros alcanzaban las esquinas y los peligros se bañaban en las almas de los hombres…especialmente en los caminos que yo misma elegí. Pero, cuando finalmente escucho la llamada de mi señor…la tentativa de un destino más importante, me encuentro contigo -añade, cuando los pocos pasos se quedaron a centímetros de distancia. El cuerpo de la anciana era más pequeño, pero casi el doble de grueso que del de el otro hombre. Una combinación de grasa, piel y músculos que la vejez otorgaba a toda mujer lo suficientemente cruel, dura o lista para llegar a esa edad.- Y te encuentro profundamente decepcionante -dice, sin desviar sus ojos de los del hombre, fríos en su desdén y brillando con el reflejo del ansía de lucha que toda una raza compartía. Finalmente, de entre sus labios salió una corriente de aire, afilada y cruel, casi lanzada para cortar el aire. Palabras envenenadas- Si quieres jugar, juguemos…Pero con más condiciones -añadió la mujer, casi elevando los labios en una muesca agresiva y de repulsa, en un gesto de agresión más propia de un animal que de una discípula de un mártir salvador.
-Si pierdo, siéntete libre de jugar conmigo como te apetezca -comenta, reafirmando las páginas arrugadas que era su cara con un salmo de arrogancia en forma de sonrisa.- Pero si yo gano, compraras este edificio y lo repararas…para ponerlo a mi nombre. ¿Quieres jugar a esto? -Termina de hablar, con su mentón en alto. En algún lugar, donde la sangre de un Mesías se mezclaba con las risas y aromas de lo pagano, alguien tiro una moneda al aire para decidir quien se llevaba el brillante botín de almas.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Matthew creía reconocer esa mirada, al principio no se dio cuenta porque se le hacía tan familiar, era como un deja vu que lo conectaba con un recuerdo hace mucho tiempo olvidado. En cuanto se percató a qué le hacía acordar, un escalofrío le recorrió la espalda, no era miedo, era la certeza de que se estaba metiendo en algo que podría lograr que una parte de sus emociones se descontrolaran. Fue como si una gota de agua cayera en agua calmada, agua estancada, agua corrompida por el paso del tiempo, y el repentino movimiento despertaba demonios indeseados.
Aún así el Estafador sonrió, como si estuviera haciendo de espejo al gesto de la anciana, porque en esa relación refractario que acababan de generar necesitaba seguirle el ritmo o se quebraría. Era de esperarse que su chiste cayera en saco roto, si bien alguna persona aquí o allá podía insinuar una carcajada, esa disputa no la ganaría con juegos de palabras o bromas de mal gusto.
Se hizo el silencio entre ambos rivales, la anciana dio un paso hacía adelante y Matthew no retrocedió, por lo que los contendientes estaban ahora mucho más cerca. El Virrey podía prácticamente contar las arrugas en el rostro ajeno, y eso siquiera lo inmutaba, no había adentro de ese hombre nada que se pudiera avergonzar, nada que pudiera generar arrepentimiento o culpa. Porque para tener la sensación de que se había cometido algún pecado, primero era necesario tener un mínimo de moral ¿Matthew la tenía? Sí era así, también era muy cuidadoso en no demostrarlo.
La calma fue finalmente rota por las palabras de la anciana, fue como si el tiempo alrededor de ellos hubiese obtenido el permiso para poder volver a circular con normalidad, como si alcanzara con que lo desearan para que todo alrededor desapareciera.
-Esos caminos no solo debieron ser misteriosos, sino también bastante anchos - Hizo el gesto con ambas manos para abarcar de lado a lado la cintura de la mujer - Si, no es la primera vez que me lo dicen “Te imaginaba más grande”, “Creía que serías más alto”, “Me dijeron que partías piedras con tus bíceps” - Se encogió de hombros - Pero lo siento, lo que ves es lo que hay - Y su sonrisa taimada desmentía de inmediato todo lo que acababa de decir, jugar con esa presencia que podía ser una pero a la vez era muchas resultaba ser de las pocas herramientas que tenía en ese momento para intentar sobrellevar la situación.
Nada más y nada menos que un juego era lo que le proponía la anciana, a simple vista una apuesta inocente que no tendría porque tener mayores consecuencias. Incluso en lo material no parecía ser algo demasiado impresionante, dada la situación económica de Matthew en ese momento de su vida, podía permitirse el comprar no solo uno, sino varios edificios.
Aún así, fingió como sí la idea le resultara preocupante, porque aceptar de forma muy ligera sólo le daría más pistas a la anciana sobre su posible origen. Al fin y al cabo ¿Cuanta gente en Ciudad Lagarto tenía la libertad de poder comprar viviendas? “Casi nadie, idiota” El pensamiento cruzó a mente de Matt en un segundo “Eso significa que ya sabe quien eres”
-Jajajaja esto es fantástico - Se inclinó ligeramente para estar a una altura parecida a la de la Señora - Jugaré a lo que quieras contigo, Cielo - Levantó tres dedos - Solo te pido que no arruines el suspenso y esperes al tercer intento antes de adivinar -
Aún así el Estafador sonrió, como si estuviera haciendo de espejo al gesto de la anciana, porque en esa relación refractario que acababan de generar necesitaba seguirle el ritmo o se quebraría. Era de esperarse que su chiste cayera en saco roto, si bien alguna persona aquí o allá podía insinuar una carcajada, esa disputa no la ganaría con juegos de palabras o bromas de mal gusto.
Se hizo el silencio entre ambos rivales, la anciana dio un paso hacía adelante y Matthew no retrocedió, por lo que los contendientes estaban ahora mucho más cerca. El Virrey podía prácticamente contar las arrugas en el rostro ajeno, y eso siquiera lo inmutaba, no había adentro de ese hombre nada que se pudiera avergonzar, nada que pudiera generar arrepentimiento o culpa. Porque para tener la sensación de que se había cometido algún pecado, primero era necesario tener un mínimo de moral ¿Matthew la tenía? Sí era así, también era muy cuidadoso en no demostrarlo.
La calma fue finalmente rota por las palabras de la anciana, fue como si el tiempo alrededor de ellos hubiese obtenido el permiso para poder volver a circular con normalidad, como si alcanzara con que lo desearan para que todo alrededor desapareciera.
-Esos caminos no solo debieron ser misteriosos, sino también bastante anchos - Hizo el gesto con ambas manos para abarcar de lado a lado la cintura de la mujer - Si, no es la primera vez que me lo dicen “Te imaginaba más grande”, “Creía que serías más alto”, “Me dijeron que partías piedras con tus bíceps” - Se encogió de hombros - Pero lo siento, lo que ves es lo que hay - Y su sonrisa taimada desmentía de inmediato todo lo que acababa de decir, jugar con esa presencia que podía ser una pero a la vez era muchas resultaba ser de las pocas herramientas que tenía en ese momento para intentar sobrellevar la situación.
Nada más y nada menos que un juego era lo que le proponía la anciana, a simple vista una apuesta inocente que no tendría porque tener mayores consecuencias. Incluso en lo material no parecía ser algo demasiado impresionante, dada la situación económica de Matthew en ese momento de su vida, podía permitirse el comprar no solo uno, sino varios edificios.
Aún así, fingió como sí la idea le resultara preocupante, porque aceptar de forma muy ligera sólo le daría más pistas a la anciana sobre su posible origen. Al fin y al cabo ¿Cuanta gente en Ciudad Lagarto tenía la libertad de poder comprar viviendas? “Casi nadie, idiota” El pensamiento cruzó a mente de Matt en un segundo “Eso significa que ya sabe quien eres”
-Jajajaja esto es fantástico - Se inclinó ligeramente para estar a una altura parecida a la de la Señora - Jugaré a lo que quieras contigo, Cielo - Levantó tres dedos - Solo te pido que no arruines el suspenso y esperes al tercer intento antes de adivinar -
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
La arrogancia no se hizo esperar, como gotas de ámbar saliendo de la expresión de la anciana y cayendo sobre sus labios, su sonrisa casi parecía exhibir colmillos.- Tranquilo, no necesito jugar a adivinanzas a mi edad. -Simplemente replico, dando un paso en tu dirección, pasando a tu lado con un roce de hombros.
-Los detectives siempre me han parecido gilipollas pomposos. ¿Lógica? ¿Pistas? Simples tonterías de nobles con tiempo que perder…-Sus ropas se movieron ligeramente, como seda sobre hierro, en lo que la mujer se dirigía a la multitud.- ¿Para que debo de malgastar tanto tiempo dentro de mi cabeza cuando, simplemente, puedo preguntarlo?
Su sombra cayó sobre la hipnotizada multitud, perdida en el frenesí ambiental, con sus almas aun agarradas por unos metafóricos huevos por el sagrado espíritu del momento. No una imagen para hacer murales, pero bastante realista de lo que estaba pasando allí. La delgada figura parecía hasta delicada, a punto de perderse entre la marea de hambrientos, si no fuese por ese potente negro que devoraba las miradas. Sus dedos se clavaron en las mangas de su hábito, rasgándolas delicadamente, y dejando caer un par de aeros sobre las arrugadas manos.
-¡Caballeros, cinco aeros y una cena con una preciosidad si me responden quien es el idiota que acaba de hacer esta apuesta! -La sonrisa de la mujer era la de una prestigiadora, mientras en su mano se elevaba un puño con las monedas brillando como diamantes contra la escasa luz. Codicia inflamo las gargantas de los hombres, haciendo arder llamas en sus ojos como estrellas, pero ningún hombre o mujer logró ganar el premio. Fue un niño.
Como un animal hambriento, sus pequeñas manos se agarraron a la túnica de la anciana, mirando las monedas con un hambre que ningún ser humano debía de mostrar. Las comisuras de la mujer se elevaron, devolviendo el hambre de la mirada ajena con una ferocidad igual de poderosa, pero satisfecha.- ¿Y bien? -dijo, finalmente, con las monedas bailando y cantando en su puño, meneándose en el aire.
-Es el virey de la ciudad, Mathews Owen…-dice, elevando sus pequeñas manos en dirección al puño donde bailaban sus musas.- Mi mama dice que solo consiguió el puesto porque sabe meterse debajo de los escritorios y hacer cosas…-Una potente carcajada salió de la mujer, quien alzó su rostro, dispersando su alegría por el aire. Contagiosa como una enfermedad, la tensión fue abrumada por la fiebre de la comedia y los comentarios impropios. Pronto, pequeñas carcajadas empezaron a recorrer el aire, mientras el niño contaba las monedas en su mano.- ¿Y la preciosidad? -pregunto, con esa elocuencia de los niños en busca de más dulces.
-La tienes delante -replicó la mujer, posando su mano en el pecho con un gesto orgulloso. Como si hubiese comido un limón por primera vez, la cara del infante se deformó con el desagrado propio de alguien cuyos sueños y esperanzas se han roto.- ¡Mentirosa!- dice, dándole en una pierna con la mano y saliendo corriendo.
-¡Ey, sigo siendo un bellezon! -grito, hacia el joven que ya se desvanecía entre los adultos, con el jolgorio de alguien que disfruta de una buena broma. El ambiente se ilumino con más carcajadas ante el encuentro, casi olvidando el choque de voluntades de antes, pero manteniendo algo de nerviosismo en las risas.
Finalmente, la anciana se giró, con su falda arremolinándose sobre ella, como un torbellino en la noche. Su mirada se clavó en la del virey, sin molestarse en esconder el acero que su mirada apuntaba. Frío y cruel, con la deliciosa malicia de alguien que ha ganado una apuesta.
-Me parece a mi…que he comprado una iglesia con solo cinco aeros. -comenta, guiñándole un ojo al hombre.
-Los detectives siempre me han parecido gilipollas pomposos. ¿Lógica? ¿Pistas? Simples tonterías de nobles con tiempo que perder…-Sus ropas se movieron ligeramente, como seda sobre hierro, en lo que la mujer se dirigía a la multitud.- ¿Para que debo de malgastar tanto tiempo dentro de mi cabeza cuando, simplemente, puedo preguntarlo?
Su sombra cayó sobre la hipnotizada multitud, perdida en el frenesí ambiental, con sus almas aun agarradas por unos metafóricos huevos por el sagrado espíritu del momento. No una imagen para hacer murales, pero bastante realista de lo que estaba pasando allí. La delgada figura parecía hasta delicada, a punto de perderse entre la marea de hambrientos, si no fuese por ese potente negro que devoraba las miradas. Sus dedos se clavaron en las mangas de su hábito, rasgándolas delicadamente, y dejando caer un par de aeros sobre las arrugadas manos.
-¡Caballeros, cinco aeros y una cena con una preciosidad si me responden quien es el idiota que acaba de hacer esta apuesta! -La sonrisa de la mujer era la de una prestigiadora, mientras en su mano se elevaba un puño con las monedas brillando como diamantes contra la escasa luz. Codicia inflamo las gargantas de los hombres, haciendo arder llamas en sus ojos como estrellas, pero ningún hombre o mujer logró ganar el premio. Fue un niño.
Como un animal hambriento, sus pequeñas manos se agarraron a la túnica de la anciana, mirando las monedas con un hambre que ningún ser humano debía de mostrar. Las comisuras de la mujer se elevaron, devolviendo el hambre de la mirada ajena con una ferocidad igual de poderosa, pero satisfecha.- ¿Y bien? -dijo, finalmente, con las monedas bailando y cantando en su puño, meneándose en el aire.
-Es el virey de la ciudad, Mathews Owen…-dice, elevando sus pequeñas manos en dirección al puño donde bailaban sus musas.- Mi mama dice que solo consiguió el puesto porque sabe meterse debajo de los escritorios y hacer cosas…-Una potente carcajada salió de la mujer, quien alzó su rostro, dispersando su alegría por el aire. Contagiosa como una enfermedad, la tensión fue abrumada por la fiebre de la comedia y los comentarios impropios. Pronto, pequeñas carcajadas empezaron a recorrer el aire, mientras el niño contaba las monedas en su mano.- ¿Y la preciosidad? -pregunto, con esa elocuencia de los niños en busca de más dulces.
-La tienes delante -replicó la mujer, posando su mano en el pecho con un gesto orgulloso. Como si hubiese comido un limón por primera vez, la cara del infante se deformó con el desagrado propio de alguien cuyos sueños y esperanzas se han roto.- ¡Mentirosa!- dice, dándole en una pierna con la mano y saliendo corriendo.
-¡Ey, sigo siendo un bellezon! -grito, hacia el joven que ya se desvanecía entre los adultos, con el jolgorio de alguien que disfruta de una buena broma. El ambiente se ilumino con más carcajadas ante el encuentro, casi olvidando el choque de voluntades de antes, pero manteniendo algo de nerviosismo en las risas.
Finalmente, la anciana se giró, con su falda arremolinándose sobre ella, como un torbellino en la noche. Su mirada se clavó en la del virey, sin molestarse en esconder el acero que su mirada apuntaba. Frío y cruel, con la deliciosa malicia de alguien que ha ganado una apuesta.
-Me parece a mi…que he comprado una iglesia con solo cinco aeros. -comenta, guiñándole un ojo al hombre.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
-¿Más o menos de qué edad estamos hablando? Estoy en un número entre el... 80 y el 150, aproximadamente - Se estaba divirtiendo bastante con todas esas puyas, hacía tiempo que nadie le faltaba el respeto de forma tan evidente, lejos de enfadarle, lograba que emociones hace tiempo dormidas revivieran.
Cuando la vio ir hacía la gente, entendió que esa sería una discusión que incluiría el veredicto del pueblo, o al menos del pequeño puñado de representantes que tenían en ese momento en frente. Viéndolo así, no podía asegurar que tuviera las de ganar, Matthew podía ser muchas cosas, pero nadie podría describirlo como alguien ingenuo, sabía perfectamente que estaba lejos de tener el cariño de su gente.
Aunque el Virrey no consideraba que ese hecho estuviera relacionado con la forma en que los trataba, desde su perspectiva todos los que vivían allí, él mismo incluido, eran mayormente basura. Los desechos humanos no querían a nadie, no sentían cosas tan elevadas como lealtad, orgullo o respeto hacia la autoridad ¿Por qué iban a ser diferentes con él? Mientras esa anciana les arrojara algún que otro hueso de vez en vez, alcanzaría para que movieran la cola como los perros que eran.
-Auch, lo de idiota me dolió - Comentó como al pasar mientras se paraba derecho y entrelazaba las manos en la espalda, con el mentón en alto para que todos allí pudieran verlo con claridad - No se pierdan de semejante oportunidad, no podrán conseguir esa cantidad de dinero ni con una semana entera de trabajo - Lejos de ponerse nervioso, Matthew los alentaba a adivinar.
Se rió de forma modesta e hizo un gesto de vergüenza cuando el niño comentó lo que su madre decía e hizo un comentario al pasar entre medio de las risas “Tampoco es que lo hago taaaan bueno, exageran” tenía cierta gracia que las personas se creyeran que con algo así se podía llegar a un puesto de relevancia “Si así fuera nuestra reina sería una prostituta” pensó el Estafador.
De todos modos, tenía que admitir que la anciana se las arreglaba muy bien para manejar los ánimos de las personas, y esa era una habilidad que muy pocos tenían.
-No lo creo, Señora Pasa Uva - Cruzó dos dedos frente a los ojos de la mujer para señalar la negativa - Hay dos puntos que dan por inválida esta apuesta. Estoy seguro que cuando se los explique estará de acuerdo conmigo - Levantó un dedo - En primer lugar, yo aposte a que no podría ADIVINAR quien soy, corrijame si me equivoco, pero adivinar consiste en descubrir por conjeturas algo que no se sabe o acertar el significado de un enigma, no en preguntarle a alguien más - Levantó un segundo dedo - Lo siguiente, sin embargo, es lo que en verdad anula la competencia. Ciertamente el chiquillo acertó al decir mi rango, soy el Virrey de esta ciudad, pero... Mi nombre real no es Matthew Owens - Sonrió divertido, nadie sabía su verdadero nombre, no había forma de ganar esa apuesta - Pero admito que el resultado es discutible, así que, sí admites la derrota me mostraré caritativo y te regalaré la iglesia que tanto deseas ¿Que opinas? -
Cuando la vio ir hacía la gente, entendió que esa sería una discusión que incluiría el veredicto del pueblo, o al menos del pequeño puñado de representantes que tenían en ese momento en frente. Viéndolo así, no podía asegurar que tuviera las de ganar, Matthew podía ser muchas cosas, pero nadie podría describirlo como alguien ingenuo, sabía perfectamente que estaba lejos de tener el cariño de su gente.
Aunque el Virrey no consideraba que ese hecho estuviera relacionado con la forma en que los trataba, desde su perspectiva todos los que vivían allí, él mismo incluido, eran mayormente basura. Los desechos humanos no querían a nadie, no sentían cosas tan elevadas como lealtad, orgullo o respeto hacia la autoridad ¿Por qué iban a ser diferentes con él? Mientras esa anciana les arrojara algún que otro hueso de vez en vez, alcanzaría para que movieran la cola como los perros que eran.
-Auch, lo de idiota me dolió - Comentó como al pasar mientras se paraba derecho y entrelazaba las manos en la espalda, con el mentón en alto para que todos allí pudieran verlo con claridad - No se pierdan de semejante oportunidad, no podrán conseguir esa cantidad de dinero ni con una semana entera de trabajo - Lejos de ponerse nervioso, Matthew los alentaba a adivinar.
Se rió de forma modesta e hizo un gesto de vergüenza cuando el niño comentó lo que su madre decía e hizo un comentario al pasar entre medio de las risas “Tampoco es que lo hago taaaan bueno, exageran” tenía cierta gracia que las personas se creyeran que con algo así se podía llegar a un puesto de relevancia “Si así fuera nuestra reina sería una prostituta” pensó el Estafador.
De todos modos, tenía que admitir que la anciana se las arreglaba muy bien para manejar los ánimos de las personas, y esa era una habilidad que muy pocos tenían.
-No lo creo, Señora Pasa Uva - Cruzó dos dedos frente a los ojos de la mujer para señalar la negativa - Hay dos puntos que dan por inválida esta apuesta. Estoy seguro que cuando se los explique estará de acuerdo conmigo - Levantó un dedo - En primer lugar, yo aposte a que no podría ADIVINAR quien soy, corrijame si me equivoco, pero adivinar consiste en descubrir por conjeturas algo que no se sabe o acertar el significado de un enigma, no en preguntarle a alguien más - Levantó un segundo dedo - Lo siguiente, sin embargo, es lo que en verdad anula la competencia. Ciertamente el chiquillo acertó al decir mi rango, soy el Virrey de esta ciudad, pero... Mi nombre real no es Matthew Owens - Sonrió divertido, nadie sabía su verdadero nombre, no había forma de ganar esa apuesta - Pero admito que el resultado es discutible, así que, sí admites la derrota me mostraré caritativo y te regalaré la iglesia que tanto deseas ¿Que opinas? -
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
La mujer miró al hombre completamente decepcionada. Aburrida incluso. Un chasquido de lengua resonó contra los muros. Y luego otro. Y otro.- Realmente…no resultas interesante…Existe un hecho que tú has aceptado y en el que basas el poder que estas exhibiendo. “Matthews Owens es el virrey de esta ciudad”. Este mero concepto es lo que mantiene a la gente aterrorizada y encantada contigo. Todo lo que, supongo, has conseguido en esta ciudad esta atada al nombre. -La mujer ni siquiera dedicaba una mirada al hombre, completamente cansada de la pantomima y ese ridículo truco que el joven se había sacado de la manga.- Por lo tanto, eres ese nombre. Hayas nacido con él o no. Si te presentas a una apuesta con un nombre dudo que luego puedas alejar a los acreedores diciendo que en realidad te llamabas de otra manera.
Los ojos de la mujer brillaron con elegancia, mientras elevaba su mano. En su palma vacía se exhibía el peso de una opción, de una posibilidad. - Aunque hay una forma de que tengas absoluta razón. Que en este momento digas que Matthews Owens está muerto. Que la gente de aquí salga corriendo, gritando a los cuatro vientos que la posición de virrey esta libre. Que tus propiedades están para ser robadas, rotas y compradas por menos de lo que valen. Que cualquiera que trabaje para ti ahora es libre de hacer cualquier elección. -Finalmente, la mirada ausente de la anciana se clavó en las orbes del hombre que estaba ahí- ¿Estas dispuesto a cagarte en todo lo que has hecho solo para llevarle la contraria a una anciana?
Y calló el silencio. Y luego el hombre habló. Y la anciana simplemente giró sus ojos. ¿Por qué todas las figuras públicas estaban locas? Ah, si…es un hecho consumado. Los pensamientos de la mujer se asentaron, escuchando con atención las estupideces de un hombre -labor que muchas mujeres habían hecho profesión en esta ciudad-. Con un suspiro, la mujer habló de nuevo.- ¿Has terminado? No tengo por entretenimiento el asistir a monólogos onanísticos, a no ser que el caballero lleve poca ropa y tenga un buen arma bajo los pantalones.
Mientras pronunciaba esas palabras, la enjunta figura caminó en dirección a una de las puertas. Cuando termino de hablar, levanto la pierna y golpeó la puerta con una patada, más propia de una mula que de una delicada mujer en su edad dorada. La madera putrefacta cedió, cayendo con un potente eco contra la piedra.- Muy bien. Elige ahora.
-Primera opción. Diles a todos los presentes, como la última orden de Matthews Owens, que el hombre que llevaba ese nombre se desprende de todo lo asociado al mismo. Propiedades, personas y títulos. Es un hombre que no existe y dejas a la ciudad caer en un caos momentáneo, lo cual es un viernes por la tarde aquí. En el caos, me asiento en la iglesia y dudo que nadie diga nada y ves lo que hago en la ciudad desde algún cuartucho, sin poder hacer mucho más que mirar de manera superficial. -dice, haciendo un simple gesto hacia la multitud- Segunda opción. Entras conmigo aquí para discutir como me vas a pagar la iglesia y puedes ver lo que hago con esta ciudad y su gente en primera línea. ¿Cuál es tu decisión? -pregunta, aun en la entrada, negro sobre negro.
Los ojos de la mujer brillaron con elegancia, mientras elevaba su mano. En su palma vacía se exhibía el peso de una opción, de una posibilidad. - Aunque hay una forma de que tengas absoluta razón. Que en este momento digas que Matthews Owens está muerto. Que la gente de aquí salga corriendo, gritando a los cuatro vientos que la posición de virrey esta libre. Que tus propiedades están para ser robadas, rotas y compradas por menos de lo que valen. Que cualquiera que trabaje para ti ahora es libre de hacer cualquier elección. -Finalmente, la mirada ausente de la anciana se clavó en las orbes del hombre que estaba ahí- ¿Estas dispuesto a cagarte en todo lo que has hecho solo para llevarle la contraria a una anciana?
Y calló el silencio. Y luego el hombre habló. Y la anciana simplemente giró sus ojos. ¿Por qué todas las figuras públicas estaban locas? Ah, si…es un hecho consumado. Los pensamientos de la mujer se asentaron, escuchando con atención las estupideces de un hombre -labor que muchas mujeres habían hecho profesión en esta ciudad-. Con un suspiro, la mujer habló de nuevo.- ¿Has terminado? No tengo por entretenimiento el asistir a monólogos onanísticos, a no ser que el caballero lleve poca ropa y tenga un buen arma bajo los pantalones.
Mientras pronunciaba esas palabras, la enjunta figura caminó en dirección a una de las puertas. Cuando termino de hablar, levanto la pierna y golpeó la puerta con una patada, más propia de una mula que de una delicada mujer en su edad dorada. La madera putrefacta cedió, cayendo con un potente eco contra la piedra.- Muy bien. Elige ahora.
-Primera opción. Diles a todos los presentes, como la última orden de Matthews Owens, que el hombre que llevaba ese nombre se desprende de todo lo asociado al mismo. Propiedades, personas y títulos. Es un hombre que no existe y dejas a la ciudad caer en un caos momentáneo, lo cual es un viernes por la tarde aquí. En el caos, me asiento en la iglesia y dudo que nadie diga nada y ves lo que hago en la ciudad desde algún cuartucho, sin poder hacer mucho más que mirar de manera superficial. -dice, haciendo un simple gesto hacia la multitud- Segunda opción. Entras conmigo aquí para discutir como me vas a pagar la iglesia y puedes ver lo que hago con esta ciudad y su gente en primera línea. ¿Cuál es tu decisión? -pregunta, aun en la entrada, negro sobre negro.
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
¿Que era un nombre? Quizás una simple concatenación de letras que generaban un cierto sonido al cual las personas le asignaban una materialidad específica en la forma de una Persona. Una arbitrariedad absoluta, ciertamente, sin contar con que a nadie le preguntaban cuando nacía sí quería llamarse Juan de los Palotes y sufrir las burlas de sus congéneres por el resto de su existencia. Nadie tenía opción, Matthew tampoco la tuvo, y le asignaron una denominación que no era para nada de su agrado, ese otro nombre representaba todo lo que Owens no quería ser y todo lo que le había salido mal en la vida.
Así que, si bien para algunas personas el nombre era injusto, arbitrario y a veces molesto, también estaban de acuerdo en que era totalmente secundario, una característica más que no hacía gran diferencia. Pero no para Matt, el Estafador había aprendido por experiencia que un buen nombre podía hacer la diferencia en cualquier interacción, en los nombres había poder, pero ese poder tenía que ser respaldado por la actuación correcta.
-¿Está intentando desviar la conversación para no asumir que perdió? Bien, que así sea, discutiremos los términos y condiciones sí es eso lo que quiere. El poder que estoy exhibiendo, Señora Mía, proviene de mi persona y de nada más. La mayoría de las personas que me rodean siquiera sabían cómo me llamaba y ya me tenían miedo - Se paró derecho, con ese porte tan engreído e irritante que le gustaba exhibir - En Ciudad Lagarto llegas a donde llegas por mérito, no por nombres -
Demostrando una infinita bondad, o más probablemente su absoluta malicia, la anciana le ofrecía una opción, algo así como una salvación para la supuesta situación conflictiva que lo aquejaba.
Sonrió ampliamente, demostrando la poca cordura que tenía en realidad.
-Por supuesto que sí. También lo haría sí me despierto un día de mal humor, o sí me aburro, o sí tengo ganas de nuevos aires - Y lo decía con un tono absolutamente convencido - Destruiría todo y mandaría cada segundo de esfuerzo a la basura si eso me proporcionara algo de diversión en esta tediosa existencia - Suspiró y se encogió de hombros - Pero la opción que me das no genera ningún entretenimiento -
Dio algunos pasos para acercarse a la puerta del destruido edificio, ciertamente le daba lo mismo comprarlo como no, así como le daba lo mismo lo que esa anciana quisiera hacer en ese lugar. Pero sí le decía a todo que sí la discusión se terminaría, y entonces ¿Cómo se divertiría el resto de la tarde?
-Mi querida Señora, me concede usted mucho más poder y relevancia de la que en verdad tengo. Por más que yo dijera aquí mismo que Matthew Owens nunca existió, eso no cambiaría en nada el caos general de la ciudad, por encima de mí hay un Rey y es a él a quien debes apuntar, no a mí - Intentaba hacerse el bueno y conciliador - Pero sí cree que yo soy aburrido, entonces con Lazid directamente se quedara dormida a los pocos minutos de hablar, le aseguro que sus charlas son absolutamente monotemáticas -HIzo un gesto con la mano quitándole importancia al asunto - Mi nombre no es Matthew Owens y no adivinaste mi nombre real. Simplemente admitelo, perdiste, no pasa nada, aún podemos ser amigos y hasta te compraré la iglesia ¿Qué te parece eso? - Estaba siendo irritantemente condescendiente.
Así que, si bien para algunas personas el nombre era injusto, arbitrario y a veces molesto, también estaban de acuerdo en que era totalmente secundario, una característica más que no hacía gran diferencia. Pero no para Matt, el Estafador había aprendido por experiencia que un buen nombre podía hacer la diferencia en cualquier interacción, en los nombres había poder, pero ese poder tenía que ser respaldado por la actuación correcta.
-¿Está intentando desviar la conversación para no asumir que perdió? Bien, que así sea, discutiremos los términos y condiciones sí es eso lo que quiere. El poder que estoy exhibiendo, Señora Mía, proviene de mi persona y de nada más. La mayoría de las personas que me rodean siquiera sabían cómo me llamaba y ya me tenían miedo - Se paró derecho, con ese porte tan engreído e irritante que le gustaba exhibir - En Ciudad Lagarto llegas a donde llegas por mérito, no por nombres -
Demostrando una infinita bondad, o más probablemente su absoluta malicia, la anciana le ofrecía una opción, algo así como una salvación para la supuesta situación conflictiva que lo aquejaba.
Sonrió ampliamente, demostrando la poca cordura que tenía en realidad.
-Por supuesto que sí. También lo haría sí me despierto un día de mal humor, o sí me aburro, o sí tengo ganas de nuevos aires - Y lo decía con un tono absolutamente convencido - Destruiría todo y mandaría cada segundo de esfuerzo a la basura si eso me proporcionara algo de diversión en esta tediosa existencia - Suspiró y se encogió de hombros - Pero la opción que me das no genera ningún entretenimiento -
Dio algunos pasos para acercarse a la puerta del destruido edificio, ciertamente le daba lo mismo comprarlo como no, así como le daba lo mismo lo que esa anciana quisiera hacer en ese lugar. Pero sí le decía a todo que sí la discusión se terminaría, y entonces ¿Cómo se divertiría el resto de la tarde?
-Mi querida Señora, me concede usted mucho más poder y relevancia de la que en verdad tengo. Por más que yo dijera aquí mismo que Matthew Owens nunca existió, eso no cambiaría en nada el caos general de la ciudad, por encima de mí hay un Rey y es a él a quien debes apuntar, no a mí - Intentaba hacerse el bueno y conciliador - Pero sí cree que yo soy aburrido, entonces con Lazid directamente se quedara dormida a los pocos minutos de hablar, le aseguro que sus charlas son absolutamente monotemáticas -HIzo un gesto con la mano quitándole importancia al asunto - Mi nombre no es Matthew Owens y no adivinaste mi nombre real. Simplemente admitelo, perdiste, no pasa nada, aún podemos ser amigos y hasta te compraré la iglesia ¿Qué te parece eso? - Estaba siendo irritantemente condescendiente.
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
-Ah, ya veo el problema -dijo la anciana, cubierta aun en las sombras, sus ojos dos pequeñas antorchas de divino conocimiento, secretos prohibidos y una revelación traída por los ángeles. El silencio se mantenía como un velo sobre el cadáver de una discusión demasiado entrelazada por engaños y ridículos juegos de palabras, ocultando su peste como magnánima y real profundidad- No estamos ganando ninguno. -replico, con una risa baja y más propia de un matón de tugurio, que devolvió al penitente ambiente que configura el silencio de la iglesia a su asiento, con una bofetada y una advertencia.- Pero creo que lo estamos pasando demasiado bien como para detenernos…
La mujer simplemente le dio la espalda al virey, en un gesto que revolvió las sombras de sus ropajes, fusionados con la presente oscuridad de su entorno. Un afilado dedo se alzó, blanco y arrugado, indicando con un gesto que la siguiese de una vez. El gesto era conocido para el proxeneta, una imitación de los suaves e invitantes gestos que las mujeres libertinas de su tugurio hacia los desgraciados con más carne bajo la cintura que en sus cabezas. No obstante, donde los gestos de las mujeres eran delicados y suaves, hilos de araña que te empujaban, el de la anciana era estricto y cortante, con una gravedad propia.
El interior estaba mal iluminado por una ventanal alto, pero dejaba ver resquicios de lo que debió de ser un bonito pasado. Las paredes estaban decoradas y pintadas, rostros deformados y ojos amplios, de un estilo infantil, enfocado en el color y las siluetas. Ojos blancos y coloreados, todos mirando a un circulo en uno de los extremos de la estancia, aun potente en color, pero cuya figura central había caído por los gestos propios de la población de Ciudad Lagarto -pura blasfemia y objetos punzantes-. La mujer se paró, evaluando el daño, aun de espaldas, evitando la mesa -o excusa de mesa- que ocupaba el espacio central de la habitación. Cuando el dueño del vicio de la ciudad entró, se giró. Y no fueron solo dos ojos los que se clavaron en él. Santos y ángeles, pecadores y demonios, se unieron a la vista de la anciana, siguiendo los astros de luz que la unían al pantocrátor. Dos orbes de juicio divino se clavaron en los abismos depravados del otro.
-Has venido a medírtela con una monja. Y eso me dice que o estas muy seguro o has nacido con una desventaja profundamente humillante. -Y el brillo divino se desdibujo, dejando la brillantez de una mirada cruel, aburrida y calculadora. Eran unos ojos que decían “Me he abierto camino entre la mugre, mordido a quienes me han intentado empujar dentro y arrancado piezas pudendas de ciertos individuos. Puede que tu vivas a lujo en este pequeño agujero de pecado, pero el mío era peor, allí los hombres tienen las manos más largas con los niños.” – Desgraciadamente, no tenemos regla y hemos acabado empatados. ¿Quieres hablar de una vez como un individuo con dos dedos de frente o empezamos una guerra que ninguno de los dos va a ganar? -pregunta, finalmente, la anciana, mientras se abre levemente la parte del escote. Sus dedos rebuscan y sacan un pequeño petate, del cual da un sorbo.
-Tienes un problema, “Matt Owens” -replica con un largo suspiro de satisfacción ante la dosis de bebida que se acaba de meter, haciendo las comillas en el nombre del joven sin mover los dedos- Y es que tu pueblo es pobre, ignorante y no hay medidas para solucionarlo. -Añade, mientras vuelve a meter el objeto entre los misteriosos espacios que existen bajo la ropa, donde ningún hombre a teorizado que hay debajo (al menos desde hace un par de décadas).- En general, eso no es un problema para una ciudad o un reino. Hay suficientes países llenos de pobres y ricos como para dar ejemplos. Pero para Ciudad Lagarto, eso si es un problema.
-Para empezar, las mujeres solo tienen dos opciones, casarse o a putas. -dice, elevando los dedos, con un gesto académico y cansado. El propio gesto de profesor que afirma “¿Cómo podéis ser tan imbéciles como para no verlo?”. - Los hombres cada vez tienen menos dinero como para permitirse casarse, lo que, para los simios de esta ciudad, es tener tu propia puta personal, que encima limpia. Esto va a resultar en que tus calles se llenen de putas. Eso es un jolgorio para los hombres en corto plazo, pero ¿a largo plazo? ¿y para ti?. Más putas significa que mucho más dinero se ira fuera de tu local. Lo cual, a su vez, supone más niños bastardos dedicados al robo, que supone menos gasto para putas. Estáis en una espiral descendiente en ese aspecto. Y en más.
-Pronto llamareis la atención de gente mucho más desagradable y organizada. Ya estáis tocándoles los cojones a base de vuestra economía bandolera, pero por ahora solo le estáis haciendo un roce a sus cajas de oro. ¿Qué haréis? ¿Estais organizados? ¿Cuánto de los ciudadanos de esta excusa de tierra defenderían el sitio? -pregunta, posando sus manos en la mesa, del mismo modo que la mirada de la anciana presionaba al hombre.- En este momento, estáis condenados a arder y alzaros, una y otra vez, repitiendo los mismos errores.
Finalmente, una media sonrisa, atrevida y retadora se desdibujo en el rostro de la anciana- ¿Cuántas vueltas aguantaras haciendo lo mismo, “Matt Owens”? ¿Cuántos bandidos ridículos tendrás que ver coronarse rey? ¿Cuántas putas con las mismas historias veras pasar por tus salones? -añade, sin cortar un mísero segundo de su duelo de miradas con el hombre.- ¿No estas aburrido aun?
Tras eso se retiró, mirando al pantócrator- Dame esta iglesia y daré vida a este lugar. No intento cambiarlos o redimiros, eso saldrá de vosotros solo. Simplemente, hare que estéis mejor preparado que el resto de bandidos, putas y locos que hay en el mundo.- De nuevo se giro hacia el hombre- ¿Aceptas o no?
La mujer simplemente le dio la espalda al virey, en un gesto que revolvió las sombras de sus ropajes, fusionados con la presente oscuridad de su entorno. Un afilado dedo se alzó, blanco y arrugado, indicando con un gesto que la siguiese de una vez. El gesto era conocido para el proxeneta, una imitación de los suaves e invitantes gestos que las mujeres libertinas de su tugurio hacia los desgraciados con más carne bajo la cintura que en sus cabezas. No obstante, donde los gestos de las mujeres eran delicados y suaves, hilos de araña que te empujaban, el de la anciana era estricto y cortante, con una gravedad propia.
El interior estaba mal iluminado por una ventanal alto, pero dejaba ver resquicios de lo que debió de ser un bonito pasado. Las paredes estaban decoradas y pintadas, rostros deformados y ojos amplios, de un estilo infantil, enfocado en el color y las siluetas. Ojos blancos y coloreados, todos mirando a un circulo en uno de los extremos de la estancia, aun potente en color, pero cuya figura central había caído por los gestos propios de la población de Ciudad Lagarto -pura blasfemia y objetos punzantes-. La mujer se paró, evaluando el daño, aun de espaldas, evitando la mesa -o excusa de mesa- que ocupaba el espacio central de la habitación. Cuando el dueño del vicio de la ciudad entró, se giró. Y no fueron solo dos ojos los que se clavaron en él. Santos y ángeles, pecadores y demonios, se unieron a la vista de la anciana, siguiendo los astros de luz que la unían al pantocrátor. Dos orbes de juicio divino se clavaron en los abismos depravados del otro.
-Has venido a medírtela con una monja. Y eso me dice que o estas muy seguro o has nacido con una desventaja profundamente humillante. -Y el brillo divino se desdibujo, dejando la brillantez de una mirada cruel, aburrida y calculadora. Eran unos ojos que decían “Me he abierto camino entre la mugre, mordido a quienes me han intentado empujar dentro y arrancado piezas pudendas de ciertos individuos. Puede que tu vivas a lujo en este pequeño agujero de pecado, pero el mío era peor, allí los hombres tienen las manos más largas con los niños.” – Desgraciadamente, no tenemos regla y hemos acabado empatados. ¿Quieres hablar de una vez como un individuo con dos dedos de frente o empezamos una guerra que ninguno de los dos va a ganar? -pregunta, finalmente, la anciana, mientras se abre levemente la parte del escote. Sus dedos rebuscan y sacan un pequeño petate, del cual da un sorbo.
-Tienes un problema, “Matt Owens” -replica con un largo suspiro de satisfacción ante la dosis de bebida que se acaba de meter, haciendo las comillas en el nombre del joven sin mover los dedos- Y es que tu pueblo es pobre, ignorante y no hay medidas para solucionarlo. -Añade, mientras vuelve a meter el objeto entre los misteriosos espacios que existen bajo la ropa, donde ningún hombre a teorizado que hay debajo (al menos desde hace un par de décadas).- En general, eso no es un problema para una ciudad o un reino. Hay suficientes países llenos de pobres y ricos como para dar ejemplos. Pero para Ciudad Lagarto, eso si es un problema.
-Para empezar, las mujeres solo tienen dos opciones, casarse o a putas. -dice, elevando los dedos, con un gesto académico y cansado. El propio gesto de profesor que afirma “¿Cómo podéis ser tan imbéciles como para no verlo?”. - Los hombres cada vez tienen menos dinero como para permitirse casarse, lo que, para los simios de esta ciudad, es tener tu propia puta personal, que encima limpia. Esto va a resultar en que tus calles se llenen de putas. Eso es un jolgorio para los hombres en corto plazo, pero ¿a largo plazo? ¿y para ti?. Más putas significa que mucho más dinero se ira fuera de tu local. Lo cual, a su vez, supone más niños bastardos dedicados al robo, que supone menos gasto para putas. Estáis en una espiral descendiente en ese aspecto. Y en más.
-Pronto llamareis la atención de gente mucho más desagradable y organizada. Ya estáis tocándoles los cojones a base de vuestra economía bandolera, pero por ahora solo le estáis haciendo un roce a sus cajas de oro. ¿Qué haréis? ¿Estais organizados? ¿Cuánto de los ciudadanos de esta excusa de tierra defenderían el sitio? -pregunta, posando sus manos en la mesa, del mismo modo que la mirada de la anciana presionaba al hombre.- En este momento, estáis condenados a arder y alzaros, una y otra vez, repitiendo los mismos errores.
Finalmente, una media sonrisa, atrevida y retadora se desdibujo en el rostro de la anciana- ¿Cuántas vueltas aguantaras haciendo lo mismo, “Matt Owens”? ¿Cuántos bandidos ridículos tendrás que ver coronarse rey? ¿Cuántas putas con las mismas historias veras pasar por tus salones? -añade, sin cortar un mísero segundo de su duelo de miradas con el hombre.- ¿No estas aburrido aun?
Tras eso se retiró, mirando al pantócrator- Dame esta iglesia y daré vida a este lugar. No intento cambiarlos o redimiros, eso saldrá de vosotros solo. Simplemente, hare que estéis mejor preparado que el resto de bandidos, putas y locos que hay en el mundo.- De nuevo se giro hacia el hombre- ¿Aceptas o no?
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
La ridícula discusión no los llevaba a ningún lado, y eso sólo hacía más divertida toda la situación. La mayor parte del público ya se había perdido totalmente de qué iba todo ese asunto, y una parte ya se estaba retirando del lugar, pero Matthew seguía allí, firme y bien dispuesto a discutir con la anciana hasta la madrugada sí era necesario. Al fin y al cabo, ni que tuviera algo más importante que hacer como... Manejar a una ciudad, por ejemplo.
Owens conocía ese gesto, no sólo por realizarlo, sino también por muchos años de recibirlo, ese movimiento removió en él muchas vivencias pasadas, algunas más dolorosas que otras. Sonrió y luego comenzó a caminar tras ella, esa orden no-verbal era imposible de ignorar, tenía como cierto aire de que sí decía que no habrían consecuencias, resultados mayormente desagradables.
El interior de la futura iglesia era casi tan desolador como el exterior, sólo Niun podía ver en ese viejo esqueleto alguna posibilidad de remodelación. Un escalofrío recorrió la espalda del Virrey en cuanto dio los primeros pasos dentro del sagrado recinto, y estaba casi seguro que hacían unos grados menos allí.
-Mi único deseo es mantener la paz y la cordialidad entre vecinos, como evidentemente vamos a ser de ahora en más - Respondió Matthew con una dulce sonrisa - Así que mi respuesta es: Sí, solucionemos esto como personas civilizadas -
Buscó alguna silla que estuviera entera, no iba a dar vuelta uno de esos enormes bancos de madera que seguramente pesaban mucho e iban a hacer un enorme ruido. Encontró finalmente un lugar para sentarse, se cruzó de piernas con una elegancia muy femenina y se quedó escuchando el planteo de Niun, mirándola fijamente y asegurándose de no hacer ningún gesto que delatara lo que pensaba.
-Llamame “Matty” por favor, ya somos como viejos amigos - Comentó al pasar, dejando que la monja continuara con su planteo del problema.
Podía imaginarse en líneas generales hacia donde apuntaba la proposición, y sí bien Matthew tenía una capa de “Me importa muy poco de que a la ciudad le vaya mal”, eso solo era una fachada para tapar que en verdad sí le importaba el asunto. Y eso a su vez era un engaño para tapar que no le importaba casi nada en esa existencia.
-Bien, bien, creo que te sigo en la lógica que planteas - Se peinó la barba con dos dedos, meditando sobre el asunto, pero se quedó quieto cuando la anciana dijo una palabra clave “aburrido” - Sí, la verdad es que bastante - ¿Como nadie entendía lo aburrido que era hacer siempre lo mismo? Niun parecía entenderlo, o al menos sabía que tenía que fingir entenderlo frente a Matthew - ¿Prometes que serás una completa molestia cada día? ¿Que darás variedad a este basurero? ¿Que pasaré noches sin dormir, preocupado por lo que podrías tener preparado, o no, para la siguiente vez que nos encontremos? - Se puso en pie con toda esa fingida elegancia que lo caracterizaba y extendió la mano - Sí es así, tenemos un trato-
Owens conocía ese gesto, no sólo por realizarlo, sino también por muchos años de recibirlo, ese movimiento removió en él muchas vivencias pasadas, algunas más dolorosas que otras. Sonrió y luego comenzó a caminar tras ella, esa orden no-verbal era imposible de ignorar, tenía como cierto aire de que sí decía que no habrían consecuencias, resultados mayormente desagradables.
El interior de la futura iglesia era casi tan desolador como el exterior, sólo Niun podía ver en ese viejo esqueleto alguna posibilidad de remodelación. Un escalofrío recorrió la espalda del Virrey en cuanto dio los primeros pasos dentro del sagrado recinto, y estaba casi seguro que hacían unos grados menos allí.
-Mi único deseo es mantener la paz y la cordialidad entre vecinos, como evidentemente vamos a ser de ahora en más - Respondió Matthew con una dulce sonrisa - Así que mi respuesta es: Sí, solucionemos esto como personas civilizadas -
Buscó alguna silla que estuviera entera, no iba a dar vuelta uno de esos enormes bancos de madera que seguramente pesaban mucho e iban a hacer un enorme ruido. Encontró finalmente un lugar para sentarse, se cruzó de piernas con una elegancia muy femenina y se quedó escuchando el planteo de Niun, mirándola fijamente y asegurándose de no hacer ningún gesto que delatara lo que pensaba.
-Llamame “Matty” por favor, ya somos como viejos amigos - Comentó al pasar, dejando que la monja continuara con su planteo del problema.
Podía imaginarse en líneas generales hacia donde apuntaba la proposición, y sí bien Matthew tenía una capa de “Me importa muy poco de que a la ciudad le vaya mal”, eso solo era una fachada para tapar que en verdad sí le importaba el asunto. Y eso a su vez era un engaño para tapar que no le importaba casi nada en esa existencia.
-Bien, bien, creo que te sigo en la lógica que planteas - Se peinó la barba con dos dedos, meditando sobre el asunto, pero se quedó quieto cuando la anciana dijo una palabra clave “aburrido” - Sí, la verdad es que bastante - ¿Como nadie entendía lo aburrido que era hacer siempre lo mismo? Niun parecía entenderlo, o al menos sabía que tenía que fingir entenderlo frente a Matthew - ¿Prometes que serás una completa molestia cada día? ¿Que darás variedad a este basurero? ¿Que pasaré noches sin dormir, preocupado por lo que podrías tener preparado, o no, para la siguiente vez que nos encontremos? - Se puso en pie con toda esa fingida elegancia que lo caracterizaba y extendió la mano - Sí es así, tenemos un trato-
Matthew Owens
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
La anciana rio ligeramente y el ambiente pareció refrescarse con el suave aroma de la noche. La luz, que había caído como melaza entre las grietas y agujeros del techo, se había retirado para dejar los inicios de la noche. Pálidos rayos de estrellas y agobiados finales del sol se entrelazaban sobre las cabezas descubiertas.
-Prometo arrastrar por la oreja a cada imbécil e idiota de este lugar -comenta, manteniendo una expresión sabía y tranquila, pero con el filo del desafío en su voz.- Prometo obligaros a echaros un buen vistazo en las superficies reflectantes que tengáis a mano y a limpiaros la cara. -La anciana dio un paso quedando a poca distancia de la mano extendida.- Prometo que al final de esta historia, este sitio funcionará al punto que los delincuentes que viven aquí se preocuparán de que cubertería usar para comer -añade, para luego agarrar la mano con la fuerza de una señora de sesenta años. Es decir, pulverizante.
-En otras palabras, prometo que no te aburriras mientras esté en esta ciudad -susurra, finalmente, mientras una enorme y semidentada sonrisa adorna un rostro en el que la inteligencia, la poca vergüenza y el interés se dibujaban con la misma maestría con la que el primer artesano diseño los primeros pechos en rocosas paredes.
La historia había empezado en un lugar de piedras abandonadas y dogmas sin bocas que lo recitasen. Los engranajes habían sido traídos por una mujer sin decencia, pero con justicia en la mirada, y por un hombre vacío, pero a la vez lleno de deseos e intereses. Solamente Dios, en su infinita sabiduría, podía ver el desastre que se avecinaba a esta ciudad abandonada de su mano por tanto tiempo.
-Prometo arrastrar por la oreja a cada imbécil e idiota de este lugar -comenta, manteniendo una expresión sabía y tranquila, pero con el filo del desafío en su voz.- Prometo obligaros a echaros un buen vistazo en las superficies reflectantes que tengáis a mano y a limpiaros la cara. -La anciana dio un paso quedando a poca distancia de la mano extendida.- Prometo que al final de esta historia, este sitio funcionará al punto que los delincuentes que viven aquí se preocuparán de que cubertería usar para comer -añade, para luego agarrar la mano con la fuerza de una señora de sesenta años. Es decir, pulverizante.
-En otras palabras, prometo que no te aburriras mientras esté en esta ciudad -susurra, finalmente, mientras una enorme y semidentada sonrisa adorna un rostro en el que la inteligencia, la poca vergüenza y el interés se dibujaban con la misma maestría con la que el primer artesano diseño los primeros pechos en rocosas paredes.
La historia había empezado en un lugar de piedras abandonadas y dogmas sin bocas que lo recitasen. Los engranajes habían sido traídos por una mujer sin decencia, pero con justicia en la mirada, y por un hombre vacío, pero a la vez lleno de deseos e intereses. Solamente Dios, en su infinita sabiduría, podía ver el desastre que se avecinaba a esta ciudad abandonada de su mano por tanto tiempo.
Niun de Usbisne
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Re: Milagro en Ciudad Lagarto- o como una ciudad recupera su alma- [Priv. Matt]
Y así, un nuevo componente del caos se sumaba a la ciudad. Matthew sonrió ampliamente cuando la anciana estrechó su mano, seguramente ambos consideraban que habían ganado, que el otro era muy estúpido ya que no se había dado cuenta de que todo marchaba de acuerdo al plan... A algún plan...
-Tenemos un trato entonces. Mandaré a llamar a los albañiles para que reparen está.... - Miro alrededor y un nuevo escalofrío le recorrió la espalda - Vieja pocilga - Sí la pausa daba a entender que estaba buscando palabras más amables, pues no - Cualquier cosa, sabes donde encontrarme: En el más hermoso, profesional y distinguido Prostíbulo de la ciudad. No hay manera de perderse -
Tener ese negocio había sido su sueño durante muchos años, así que no perdía oportunidad alguna de mencionar el establecimiento, y cuando lo hacía, lo hacía con orgullo.
Se dio la vuelta y saludó levantando la mano y con un nada formal “Ta-ta” que hizo eco en la enorme instancia. Era por este tipo de cosas que la gente creía que Matthew estaba loco, no les faltaba razón, aunque tampoco les sobraba ¿Qué clase de persona le anda comprando casas a la gente? “El tipo de persona que se quiere asegurar que todas las piezas clave de una ciudad tengan motivos serio para defenderla y que además te tengan en su círculo de conocidos” La mayoría de las personas que tenían dinero se dedicaban a acumularlo ¿De qué les servía eso? Una montaña de oro no les resolvería nada cuando las invasiones llegaran.
Y llegarían... Oh sí, sin duda que lo harían.
-Tenemos un trato entonces. Mandaré a llamar a los albañiles para que reparen está.... - Miro alrededor y un nuevo escalofrío le recorrió la espalda - Vieja pocilga - Sí la pausa daba a entender que estaba buscando palabras más amables, pues no - Cualquier cosa, sabes donde encontrarme: En el más hermoso, profesional y distinguido Prostíbulo de la ciudad. No hay manera de perderse -
Tener ese negocio había sido su sueño durante muchos años, así que no perdía oportunidad alguna de mencionar el establecimiento, y cuando lo hacía, lo hacía con orgullo.
Se dio la vuelta y saludó levantando la mano y con un nada formal “Ta-ta” que hizo eco en la enorme instancia. Era por este tipo de cosas que la gente creía que Matthew estaba loco, no les faltaba razón, aunque tampoco les sobraba ¿Qué clase de persona le anda comprando casas a la gente? “El tipo de persona que se quiere asegurar que todas las piezas clave de una ciudad tengan motivos serio para defenderla y que además te tengan en su círculo de conocidos” La mayoría de las personas que tenían dinero se dedicaban a acumularlo ¿De qué les servía eso? Una montaña de oro no les resolvería nada cuando las invasiones llegaran.
Y llegarían... Oh sí, sin duda que lo harían.
Matthew Owens
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