Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
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Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Aquella noche la segunda vez que se quedo dormido, curiosamente fue con una sonrisa. Desde su primera aventura era la primera vez que tenía visitas en casa y esperaba que esta vez no fueran atacados por ningún tipo de horda como lo fue aquella vez. Además de eso pudo comprobar que el encantamiento en su nueva espada había funcionado. Casi le quitaba toda la preocupación acerca del nuevo estado de sus invitados.
Despertó temprano por la mañana, casi con los primeros rayos de sol. Se sentía bien descansado, al parecer se le estaba arraigando bastante la costumbre de dormir en la silla. Observó que Lisette aún seguía durmiendo en un saco de dormir o al menos eso creyó, en realidad la rubia no era tan confianzuda como Kendovlah. Le había sido imposible quedarse tranquila con los invitados por mucho que usaran las únicas dos camas de la choza.
Se estiró perezoso y tomo su antigua espada. «Serviste bien». Pensó cuando miro la túnica naranja colgando en uno de los mostradores. Aprovechó de colgarla en la pared con cuidado de no hacer mucho ruido.
Cerca de la chimenea estaban las provisiones de comida. Volvió a prender el fuego con magia y se apoyo con la telequinesis para colgar la olla con agua que usarían para el desayuno una vez hervida. Sacó una canasta y unos platos extras que fue colocando en la mesa. Pan con queso de cabra era el contenido de la canasta, claramente esperaría a que el resto despertase.
De momento se sentó en su lugar, el único que para variar seguía lleno de libros sobre mapas y un único espacio libre en el que mantenía su tablero de ajedrez. Volvió a colocar las piezas en punto de partida y tomo el libro que le había entregado Rauko la noche anterior.
En realidad el encantamiento se veía sencillo y el truco era similar al que había aplicado en su nueva espada, aunque su uso sin duda era más variable. Después de ese regalo lo menos que podía hacer era ofrecer ayuda a los dos. «Seguro lo han pasado mal en ese estado». Pensó cuando escucha a la rubia levantarse.
—No se como le has hecho para dormir tranquilo —Dijo claramente cansada y guardando por fin sus dagas. Trato de quitarse la modorra mientras se sentaba en la mesa y apoyaba la cabeza en la mesa.
—Te dije que son conocidos —Respondió mientras daba vuelta una página—. Además, de haber querido hacernos daño, créeme que no estaríamos aquí.
Lo sabía bien, ahora volvía a recordar lo vergonzoso que había sido luego de sentir admiración por el elfo. Sin embargo, fue un sentimiento justificado tras ver la habilidad de ambos en combate. Sabía que en un duelo de espadas tenía todas las de perder contra Rauko, quizás contra Xana también.
—Pues vaya conocidos más raros tienes —Reprochó la rubia con cierto disgusto.
—Les ha pasado algo raro, no lo negaré —Volvió a mirarlos mientras recordaba la aventura en el otro universo. No tenían nada que ver con los elfos que había conocido. —Pero créeme, vale la pena tenerlos en el mismo bando.
-Según lo acordado, continuación de lo roleado en mi taller.
Despertó temprano por la mañana, casi con los primeros rayos de sol. Se sentía bien descansado, al parecer se le estaba arraigando bastante la costumbre de dormir en la silla. Observó que Lisette aún seguía durmiendo en un saco de dormir o al menos eso creyó, en realidad la rubia no era tan confianzuda como Kendovlah. Le había sido imposible quedarse tranquila con los invitados por mucho que usaran las únicas dos camas de la choza.
Se estiró perezoso y tomo su antigua espada. «Serviste bien». Pensó cuando miro la túnica naranja colgando en uno de los mostradores. Aprovechó de colgarla en la pared con cuidado de no hacer mucho ruido.
Cerca de la chimenea estaban las provisiones de comida. Volvió a prender el fuego con magia y se apoyo con la telequinesis para colgar la olla con agua que usarían para el desayuno una vez hervida. Sacó una canasta y unos platos extras que fue colocando en la mesa. Pan con queso de cabra era el contenido de la canasta, claramente esperaría a que el resto despertase.
De momento se sentó en su lugar, el único que para variar seguía lleno de libros sobre mapas y un único espacio libre en el que mantenía su tablero de ajedrez. Volvió a colocar las piezas en punto de partida y tomo el libro que le había entregado Rauko la noche anterior.
En realidad el encantamiento se veía sencillo y el truco era similar al que había aplicado en su nueva espada, aunque su uso sin duda era más variable. Después de ese regalo lo menos que podía hacer era ofrecer ayuda a los dos. «Seguro lo han pasado mal en ese estado». Pensó cuando escucha a la rubia levantarse.
—No se como le has hecho para dormir tranquilo —Dijo claramente cansada y guardando por fin sus dagas. Trato de quitarse la modorra mientras se sentaba en la mesa y apoyaba la cabeza en la mesa.
—Te dije que son conocidos —Respondió mientras daba vuelta una página—. Además, de haber querido hacernos daño, créeme que no estaríamos aquí.
Lo sabía bien, ahora volvía a recordar lo vergonzoso que había sido luego de sentir admiración por el elfo. Sin embargo, fue un sentimiento justificado tras ver la habilidad de ambos en combate. Sabía que en un duelo de espadas tenía todas las de perder contra Rauko, quizás contra Xana también.
—Pues vaya conocidos más raros tienes —Reprochó la rubia con cierto disgusto.
—Les ha pasado algo raro, no lo negaré —Volvió a mirarlos mientras recordaba la aventura en el otro universo. No tenían nada que ver con los elfos que había conocido. —Pero créeme, vale la pena tenerlos en el mismo bando.
Off:
-Según lo acordado, continuación de lo roleado en mi taller.
Última edición por Kendovlah el Dom Nov 01 2020, 15:16, editado 1 vez
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
–Eres alguien fuerte –musitó de pronto para sí, apenas audible incluso para ella, manteniendo su mirada perdida en el techo luego de un largo rato intentando dormir–. Eres una gran heroína. Tienes un gran corazón. También eres muy valiente. Eres capaz de superar esto. Eres una hermo… –su voz se rompió. Odió eso. Tragó saliva y se obligó a continuar–. E-eres una hermosa persona.
No funcionaba. Ella sabía que simples palabras no cambiarán nada.
Xana sintió haber alcanzado la cima cuando los Jinetes Oscuros fueron derrotados en una lucha donde ella participó, pero ahora sentía que estaba cayendo, hundiéndose con lentitud en el mismo mar que la tragó cuando fue torturada y maldecida por Amaterasu.
«No soy un monstruo», es lo que se dijo reiteradas veces desde que regresó a Aerandir. «¿Por qué las personas son tan malas conmigo?», es la pregunta que le seguía.
Siempre tuvo temor de que las personas la rechazaran por su pasado como nigromante, y ahora la aborrecían simplemente por su apariencia, por algo tan superficial.
«¿De verdad… me veo tan horrible, tanto como para ganarme el repudio de las personas por las que luché y casi pierdo la vida?». Ella no lo creía. No quería creerlo. Si lo hiciera, para ella era lo mismo que admitir que sus futuras buenas acciones poco importarían para evitar que la miraran con asco y miedo, que luego de recorrer un largo camino para cambiar solamente consiguió volver a ser considerada escoria.
Aun así, ante la crueldad del mundo, alguien que apenas la conoció le dio un lugar donde pasar la noche. Un pequeño consuelo, una tenue luz que brindaba esperanza, un gesto que la ayudaba a convencerse de lo que ya había escuchado a otros y a ella misma decir: estaba siendo mucho más dramática de lo que debía.
–Es… cierto –exhaló. «Xana, deja de ser tan patética. Eres muy fuerte. Eres mejor que esto», se dijo. «Y mañana… le agradecerás a Ken por lo de hoy, dando tu mejor sonrisa». Y cerró los ojos, ya habiendo nadado un poco hacia la superficie del mar.
Unos momentos después, sin embargo, más pensamientos pesimistas le hicieron descender, reiniciando este ciclo que se repitió por un par de horas más, hasta que el agotamiento acumulado del día la obligó a dormir.
–Bien, hoy voy a darlo todo a plena potencia –alcancé a decir, con la voz ronca, mientras intentaba en vano separar mis párpados–. Bueno, tal vez… a mínima potencia. –Entonces pensé que era un buen día para disfrutarlo todo durmiendo–. Sí, mejor a ninguna potencia.
Fruncí el ceño levemente al notar algo inusual. El olor, la ausencia de un Hyro cocinando –quemando la comida–, la cama menos blanda de la acostumbrada…
Abrí los ojos.
–Ay, por las barbas de mi abuela en tangas –mascullé–. Esta no es mi casa. –Por supuesto que no lo era. Pero ¿de quién era? Recordé por fin cómo terminé en esa cama, tal vez la misma cama donde cierto brujo pervertido habría fantaseado con mis nalgas ya no tan nalgueables–. Ay, por las abuelas de mi barba en tangas.
Y luego no hice más que pasar unos instantes pensando sobre mi maldición, en el cómo Xana se le hacía difícil superarlo, en por qué llevé conmigo un libro arcano y en si la recolección de superbiusas y el encuentro con los piskies fue antes o después de este día.
–Creo que eso fue antes –concluí, aún sin levantarme–. De otro modo no tendría conocimiento de ese evento. –Asentí.
Finalmente tuve la fuerza de voluntad para enfrentar a la poderosa pereza, logrando la victoria al sentarme al borde de la cama. Y no usando mi cuerpo sino empujándome con éter, lo cual requería menos esfuerzo. Sonreí con suficiencia por esa hazaña.
–¿Uh? –Me percaté del par que ya estaban despiertos pudiendo escuchar mis soliloquios. Parpadeé.
A este ritmo no conseguiría que la simpática Lisette dejase de mirarme con la única cara que le había visto, es decir, cara de que pasó una noche incómoda y estresante gracias a mí. El brujo, por otro lado, pues… seguía sin volver a usar su túnica naranja.
–Ahm… –empecé, esforzándome en encontrar la perfecta combinación de palabras para formar una gran frase, algo como «Una mañana me desperté y maté a un elefante en pijama. Me pregunto cómo pudo ponerse mi pijama». Por desgracia, le pereza me instó a rendirme–. Hola –dije entonces, mostrando un intento de sonrisa–. ¿Todo bien? ¿Todo correcto?
No funcionaba. Ella sabía que simples palabras no cambiarán nada.
Xana sintió haber alcanzado la cima cuando los Jinetes Oscuros fueron derrotados en una lucha donde ella participó, pero ahora sentía que estaba cayendo, hundiéndose con lentitud en el mismo mar que la tragó cuando fue torturada y maldecida por Amaterasu.
«No soy un monstruo», es lo que se dijo reiteradas veces desde que regresó a Aerandir. «¿Por qué las personas son tan malas conmigo?», es la pregunta que le seguía.
Siempre tuvo temor de que las personas la rechazaran por su pasado como nigromante, y ahora la aborrecían simplemente por su apariencia, por algo tan superficial.
«¿De verdad… me veo tan horrible, tanto como para ganarme el repudio de las personas por las que luché y casi pierdo la vida?». Ella no lo creía. No quería creerlo. Si lo hiciera, para ella era lo mismo que admitir que sus futuras buenas acciones poco importarían para evitar que la miraran con asco y miedo, que luego de recorrer un largo camino para cambiar solamente consiguió volver a ser considerada escoria.
Aun así, ante la crueldad del mundo, alguien que apenas la conoció le dio un lugar donde pasar la noche. Un pequeño consuelo, una tenue luz que brindaba esperanza, un gesto que la ayudaba a convencerse de lo que ya había escuchado a otros y a ella misma decir: estaba siendo mucho más dramática de lo que debía.
–Es… cierto –exhaló. «Xana, deja de ser tan patética. Eres muy fuerte. Eres mejor que esto», se dijo. «Y mañana… le agradecerás a Ken por lo de hoy, dando tu mejor sonrisa». Y cerró los ojos, ya habiendo nadado un poco hacia la superficie del mar.
Unos momentos después, sin embargo, más pensamientos pesimistas le hicieron descender, reiniciando este ciclo que se repitió por un par de horas más, hasta que el agotamiento acumulado del día la obligó a dormir.
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–Bien, hoy voy a darlo todo a plena potencia –alcancé a decir, con la voz ronca, mientras intentaba en vano separar mis párpados–. Bueno, tal vez… a mínima potencia. –Entonces pensé que era un buen día para disfrutarlo todo durmiendo–. Sí, mejor a ninguna potencia.
Fruncí el ceño levemente al notar algo inusual. El olor, la ausencia de un Hyro cocinando –quemando la comida–, la cama menos blanda de la acostumbrada…
Abrí los ojos.
–Ay, por las barbas de mi abuela en tangas –mascullé–. Esta no es mi casa. –Por supuesto que no lo era. Pero ¿de quién era? Recordé por fin cómo terminé en esa cama, tal vez la misma cama donde cierto brujo pervertido habría fantaseado con mis nalgas ya no tan nalgueables–. Ay, por las abuelas de mi barba en tangas.
Y luego no hice más que pasar unos instantes pensando sobre mi maldición, en el cómo Xana se le hacía difícil superarlo, en por qué llevé conmigo un libro arcano y en si la recolección de superbiusas y el encuentro con los piskies fue antes o después de este día.
–Creo que eso fue antes –concluí, aún sin levantarme–. De otro modo no tendría conocimiento de ese evento. –Asentí.
Finalmente tuve la fuerza de voluntad para enfrentar a la poderosa pereza, logrando la victoria al sentarme al borde de la cama. Y no usando mi cuerpo sino empujándome con éter, lo cual requería menos esfuerzo. Sonreí con suficiencia por esa hazaña.
–¿Uh? –Me percaté del par que ya estaban despiertos pudiendo escuchar mis soliloquios. Parpadeé.
A este ritmo no conseguiría que la simpática Lisette dejase de mirarme con la única cara que le había visto, es decir, cara de que pasó una noche incómoda y estresante gracias a mí. El brujo, por otro lado, pues… seguía sin volver a usar su túnica naranja.
–Ahm… –empecé, esforzándome en encontrar la perfecta combinación de palabras para formar una gran frase, algo como «Una mañana me desperté y maté a un elefante en pijama. Me pregunto cómo pudo ponerse mi pijama». Por desgracia, le pereza me instó a rendirme–. Hola –dije entonces, mostrando un intento de sonrisa–. ¿Todo bien? ¿Todo correcto?
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Lisette aprovechó el momento en que los elfos dormitaban para conciliar un sueño, ya más tranquila ahora que veía a un Kendovlah al menos despierto. Lastimosamente para ella, no duro mucho. Sus sentidos en la oscuridad claramente eran más agudos que los del brujo, debido a su antigua profesión, y gracias a esto pudo percatarse del movimiento que hacía el elfo.
Trato de volver a dormir, pero vio que Kendovlah comenzaba a mover fichas en su tablero como de costumbre. Pudo notar un patrón extraño en los movimientos del hechicero, recordando las explicaciones que el le había dado cuando lo veía jugar solo las primeras veces.
—Buenos días —Saludo de vuelta un concentrado brujo de negro. —Hmmm casi —Respondió aún ensimismado en sus pensamientos.
Estaba recordando como comenzó su admiración por Rauko mientras movía el caballo en territorio enemigo. Lisette pudo reconocer aquella jugada como una de las innecesariamente riesgosas que tanto disgustaba. Por segundos a la rubia se le paso la modorra y dedico una mirada curiosa a su compañero. Este por su parte pudo recordarlo todo, al punto de volver a sonrojarse como tomate por la nalgada accidental, cosa que claramente no había contado a la humana.
Llevó su mano a la nueva espada y se armó de valor para ver la cara del elfo, aunque su estado actual podía decirse que ayudó en la ecuación. Tomo un suspiro y desenfundo la nueva arma que claramente brillo en la choza que aún estaba presa por la penumbra mañanera en gran parte. Uso la telequinesis para que se volteara en el aíre, quedando el mango fácil de agarrar para el oblivionado.
—La terminé de forjar ayer —Dijo algo cohibido. Dejo de prestar atención al tablero, pero solo para cubrirse el rostro con su capucha. Aún recordaba como Xana se había dado cuenta y no quería dar más indicios a Lisette. —Cuando estábamos en la esfera, quería pedirte que me entrenarás —Dijo lo último casi a regañadientes, como temiendo que de algún modo fuese una ofensa para la elfa.
De haber podido ver a su compañera, habría sonreído de vuelta. Era curioso el cambio que esta estaba teniendo. Entendía las debilidades del chico, sobretodo cuando se trataba de socializar, por este motivo la rubia pudo al fin sonreír por leve que fuese. La antigua asesina habría preferido entrenarle ella misma, pero la actual apenas alcanzaba a comprender la inteligencia innata de su compañero, por lo que supuso que sus motivos tendría para pedirle aquello a dicho personaje.
—Creí que te interesaba más saber que les ha ocurrido —Interrumpió la rubia, ahora si dispuesta a ganarse unos minutos más de sueño.
—Cierto es, pero creo que prefiero escuchar la versión de Xana —Respondió mientras esperaba que el elfo tomase el nuevo acero recién forjado y que ambos visitantes tomaran asiento para decidir cual sería el siguiente paso de aquella inesperada visita.
Trato de volver a dormir, pero vio que Kendovlah comenzaba a mover fichas en su tablero como de costumbre. Pudo notar un patrón extraño en los movimientos del hechicero, recordando las explicaciones que el le había dado cuando lo veía jugar solo las primeras veces.
—Buenos días —Saludo de vuelta un concentrado brujo de negro. —Hmmm casi —Respondió aún ensimismado en sus pensamientos.
Estaba recordando como comenzó su admiración por Rauko mientras movía el caballo en territorio enemigo. Lisette pudo reconocer aquella jugada como una de las innecesariamente riesgosas que tanto disgustaba. Por segundos a la rubia se le paso la modorra y dedico una mirada curiosa a su compañero. Este por su parte pudo recordarlo todo, al punto de volver a sonrojarse como tomate por la nalgada accidental, cosa que claramente no había contado a la humana.
Llevó su mano a la nueva espada y se armó de valor para ver la cara del elfo, aunque su estado actual podía decirse que ayudó en la ecuación. Tomo un suspiro y desenfundo la nueva arma que claramente brillo en la choza que aún estaba presa por la penumbra mañanera en gran parte. Uso la telequinesis para que se volteara en el aíre, quedando el mango fácil de agarrar para el oblivionado.
—La terminé de forjar ayer —Dijo algo cohibido. Dejo de prestar atención al tablero, pero solo para cubrirse el rostro con su capucha. Aún recordaba como Xana se había dado cuenta y no quería dar más indicios a Lisette. —Cuando estábamos en la esfera, quería pedirte que me entrenarás —Dijo lo último casi a regañadientes, como temiendo que de algún modo fuese una ofensa para la elfa.
De haber podido ver a su compañera, habría sonreído de vuelta. Era curioso el cambio que esta estaba teniendo. Entendía las debilidades del chico, sobretodo cuando se trataba de socializar, por este motivo la rubia pudo al fin sonreír por leve que fuese. La antigua asesina habría preferido entrenarle ella misma, pero la actual apenas alcanzaba a comprender la inteligencia innata de su compañero, por lo que supuso que sus motivos tendría para pedirle aquello a dicho personaje.
—Creí que te interesaba más saber que les ha ocurrido —Interrumpió la rubia, ahora si dispuesta a ganarse unos minutos más de sueño.
—Cierto es, pero creo que prefiero escuchar la versión de Xana —Respondió mientras esperaba que el elfo tomase el nuevo acero recién forjado y que ambos visitantes tomaran asiento para decidir cual sería el siguiente paso de aquella inesperada visita.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Ladeé la cabeza, curioso, tras escuchar el saludo del brujo. Esperé que la presencia de dos elfos de aspecto aborrecible no tuviera relación con su respuesta, sino que fuera su temible rival en el ajedrez el que estuviera impidiéndole considerar el día como uno con todo correcto.
En vez de continuar con la partida, me entregó una espada mediante su telequinesis. Mi mirada viajó del arma al brujo y luego del brujo al arma, intentando deducir sus intenciones. ¿Quería probar el encantamiento Rechazo conmigo?, me pregunté. Canalicé mi éter hacia mi mano derecha, con la que tomaría el arma, para hacerla un poco más resistente al dolor. No obstante, la ausencia de descargas eléctricas confirmó la ausencia de malicia en el brujo.
Quise confesarle que yo también era herrero, pero me mantuve en silencio al verlo cubrirse con su capucha como un reflejo de la actitud de Xana. Esa timidez evocó recuerdos de nuestra poco grata estadía en la Esfera, y entonces tragué saliva. Rogué en mi interior que nuestras acciones de vírgenes inexpertos no nos condujeran a una escena vergonzosa donde exhibiéramos lo que éramos.
–Ya veo –fue lo que alcancé a responder en un murmullo, deslizando los dedos por la hoja del arma, impregnando su interior con mi éter para sentir el metal y, por lo tanto, descubrir qué materiales se usaron en su fabricación–. Oye –dije abruptamente, colocando los brazos en jarras–, ¿estás diciendo que soy poco confiable? –me quejé con indignación sobreactuada–. Oh, después de haberte dado los mejores años de mi vida, ¡¿así es cómo me pagas?! –Coloqué el dorso de mi mano libre en mi frente y aparté el rostro hacia un lado.
–Lo lamento, Rauko –intervino Xana, con su voz más ronca de que costumbre–, pero no pareces alguien confiable en muchos aspectos.
–¿Ah? –dije, más sorprendido por el hecho de que estaba despierta con los ojos cerrados, desde quién sabe cuánto tiempo, que por su terrible afirmación–. Pues deberían saber que tengo un diario donde narro mis aventuras, y con un buen dominio del lenguaje.
–Lo sé, Hyro me lo mostró. Y vi que escribes sobre cosas que no deberías saber, como: la vida pasada de algunos personajes, pensamientos ajenos y, a veces, hasta escribes en tercera persona o desde la perspectiva de Hyro o la mía. Y admito que pareces tener buena memoria y que me conoces demasiado bien, pero con lo demás… debes estar inventando. ¿O es que acaso eres omnisciente?
Me encogí de hombros.
–Como sea –prosiguió, levantándose por fin, y se cubrió con su capucha antes de encarar al brujo y acercarse, no sin pasos dubitativos, a su mesa–, buen día –dijo en voz baja, haciendo una leve inclinación para agregar–: y gracias, de nuevo, por permitirnos estar aquí.
Kendovlah ya habría visto nuestros rostros mientras dormíamos, pero, aun así, ella seguía intentando mantener oculto el suyo. Y eso, por supuesto, servía como catalizador de remordimiento dentro de mí.
–Así que… –dije luego de unos instantes, cuando por fin me levanté para tomar, junto con Xana, nuestros lugares en la mesa– ¿aún te interesa que te entrene en el arte de la espada? –pregunté, intentando sonar casual. Di al aire una rauda estocada literalmente relampagueante–. Puedo incluso enseñarte algunos trucos de herrería, ya que tengo algo de experiencia en este ámbito. –Asentí mientras jugueteaba con el arma–. Si quieres, podemos empezar hoy mismo.
–Rauko, no juegues durante el desayuno –dijo Xana, imperante–. Deja la espada y come con modales; no estás en tu casa.
–Ah, sí, lo siento –balbuceé, por fin consciente de lo irrespetuoso de mi actitud, y le entregué la espada a su dueño–. Entonces, cambiando de tema…, ¿quieren saber por qué estamos tan feos?
–Estuvimos en la Batalla de Sandorái –resumió Xana, su rostro inclinado y su voz carente de la fuerza mostrada un instante atrás.
–Sí, luchamos incluso contra los temibles Jinetes Oscuros –añadí con una actitud relajada.
–Y luchamos, junto con los Centinelas y otros guerreros, en el Oblivion, el mundo de esos Jinetes, el único lugar donde nuestros enemigos no eran inmortales pero donde nosotros perdíamos nuestras fuerzas rápidamente.
–Pero, aunque estábamos ganando, los que permanecieron en el Árbol Madre prefirieron cerrar permanentemente el portal, el puente entre ambos mundos, dejándonos atrapados en el Oblivion para asegurar que los Jinetes ya no pudieran volver al nuestro.
Xana apretó la mandíbula, convirtió sus labios de una línea delgada y sus hombros se mantuvieron tensos.
–Aun así –continué solo–, continuamos luchando hasta derrotar a los Jinetes. A pesar de todo, no… no nos rendimos. –Solté un breve pero sonoro suspiro–. Entonces una entidad divina apareció de la nada y, como si fuera un deus ex machina de una historia donde el autor no supo cómo resolver el problema final sin romper las reglas, nos transportó a Lunargenta, a un mes después de la batalla. Raro e inesperado, sí, pero no pienso quejarme de algo tan conveniente. –Me encogí de hombros–. Sin embargo… –Se me escapó una mueca–. Bueno, el precio no solo fue tener una apariencia que ha hecho que nos confundan con no-muertos, con todo lo que eso implica, sino que todas las personas, incluso familiares, nos olvidaron, por lo que para todos, ahora, es como si nunca hubiéramos existido.
Miré a Xana, pero la capucha, en ese instante, me impedía siquiera ver qué expresión tenía su rostro. Llevé entonces una mano a un bolsillo para buscar una pequeña bolsita, la que contenía el polvo mágico, y se la tendí al brujo.
–Gracias a este polvo algunos nos recuerdan, aunque hay que lanzarlo a la cara de la persona para que funcione. Por eso… por eso lo de anoche. –Esbocé una sonrisa nerviosa–. Ah, por cierto, ¿qué tan bueno eres como arcanista? ¿Crees que puedes crear más de esto? No creo que lo que me queda me sea… suficiente. –Él tendría que ser todo un maestro arcanista para hacer réplicas del polvo, pero yo no perdía nada en preguntar si casualmente Kendovlah era de los mejores de Aerandir.
En vez de continuar con la partida, me entregó una espada mediante su telequinesis. Mi mirada viajó del arma al brujo y luego del brujo al arma, intentando deducir sus intenciones. ¿Quería probar el encantamiento Rechazo conmigo?, me pregunté. Canalicé mi éter hacia mi mano derecha, con la que tomaría el arma, para hacerla un poco más resistente al dolor. No obstante, la ausencia de descargas eléctricas confirmó la ausencia de malicia en el brujo.
Quise confesarle que yo también era herrero, pero me mantuve en silencio al verlo cubrirse con su capucha como un reflejo de la actitud de Xana. Esa timidez evocó recuerdos de nuestra poco grata estadía en la Esfera, y entonces tragué saliva. Rogué en mi interior que nuestras acciones de vírgenes inexpertos no nos condujeran a una escena vergonzosa donde exhibiéramos lo que éramos.
–Ya veo –fue lo que alcancé a responder en un murmullo, deslizando los dedos por la hoja del arma, impregnando su interior con mi éter para sentir el metal y, por lo tanto, descubrir qué materiales se usaron en su fabricación–. Oye –dije abruptamente, colocando los brazos en jarras–, ¿estás diciendo que soy poco confiable? –me quejé con indignación sobreactuada–. Oh, después de haberte dado los mejores años de mi vida, ¡¿así es cómo me pagas?! –Coloqué el dorso de mi mano libre en mi frente y aparté el rostro hacia un lado.
–Lo lamento, Rauko –intervino Xana, con su voz más ronca de que costumbre–, pero no pareces alguien confiable en muchos aspectos.
–¿Ah? –dije, más sorprendido por el hecho de que estaba despierta con los ojos cerrados, desde quién sabe cuánto tiempo, que por su terrible afirmación–. Pues deberían saber que tengo un diario donde narro mis aventuras, y con un buen dominio del lenguaje.
–Lo sé, Hyro me lo mostró. Y vi que escribes sobre cosas que no deberías saber, como: la vida pasada de algunos personajes, pensamientos ajenos y, a veces, hasta escribes en tercera persona o desde la perspectiva de Hyro o la mía. Y admito que pareces tener buena memoria y que me conoces demasiado bien, pero con lo demás… debes estar inventando. ¿O es que acaso eres omnisciente?
Me encogí de hombros.
–Como sea –prosiguió, levantándose por fin, y se cubrió con su capucha antes de encarar al brujo y acercarse, no sin pasos dubitativos, a su mesa–, buen día –dijo en voz baja, haciendo una leve inclinación para agregar–: y gracias, de nuevo, por permitirnos estar aquí.
Kendovlah ya habría visto nuestros rostros mientras dormíamos, pero, aun así, ella seguía intentando mantener oculto el suyo. Y eso, por supuesto, servía como catalizador de remordimiento dentro de mí.
–Así que… –dije luego de unos instantes, cuando por fin me levanté para tomar, junto con Xana, nuestros lugares en la mesa– ¿aún te interesa que te entrene en el arte de la espada? –pregunté, intentando sonar casual. Di al aire una rauda estocada literalmente relampagueante–. Puedo incluso enseñarte algunos trucos de herrería, ya que tengo algo de experiencia en este ámbito. –Asentí mientras jugueteaba con el arma–. Si quieres, podemos empezar hoy mismo.
–Rauko, no juegues durante el desayuno –dijo Xana, imperante–. Deja la espada y come con modales; no estás en tu casa.
–Ah, sí, lo siento –balbuceé, por fin consciente de lo irrespetuoso de mi actitud, y le entregué la espada a su dueño–. Entonces, cambiando de tema…, ¿quieren saber por qué estamos tan feos?
–Estuvimos en la Batalla de Sandorái –resumió Xana, su rostro inclinado y su voz carente de la fuerza mostrada un instante atrás.
–Sí, luchamos incluso contra los temibles Jinetes Oscuros –añadí con una actitud relajada.
–Y luchamos, junto con los Centinelas y otros guerreros, en el Oblivion, el mundo de esos Jinetes, el único lugar donde nuestros enemigos no eran inmortales pero donde nosotros perdíamos nuestras fuerzas rápidamente.
–Pero, aunque estábamos ganando, los que permanecieron en el Árbol Madre prefirieron cerrar permanentemente el portal, el puente entre ambos mundos, dejándonos atrapados en el Oblivion para asegurar que los Jinetes ya no pudieran volver al nuestro.
Xana apretó la mandíbula, convirtió sus labios de una línea delgada y sus hombros se mantuvieron tensos.
–Aun así –continué solo–, continuamos luchando hasta derrotar a los Jinetes. A pesar de todo, no… no nos rendimos. –Solté un breve pero sonoro suspiro–. Entonces una entidad divina apareció de la nada y, como si fuera un deus ex machina de una historia donde el autor no supo cómo resolver el problema final sin romper las reglas, nos transportó a Lunargenta, a un mes después de la batalla. Raro e inesperado, sí, pero no pienso quejarme de algo tan conveniente. –Me encogí de hombros–. Sin embargo… –Se me escapó una mueca–. Bueno, el precio no solo fue tener una apariencia que ha hecho que nos confundan con no-muertos, con todo lo que eso implica, sino que todas las personas, incluso familiares, nos olvidaron, por lo que para todos, ahora, es como si nunca hubiéramos existido.
Miré a Xana, pero la capucha, en ese instante, me impedía siquiera ver qué expresión tenía su rostro. Llevé entonces una mano a un bolsillo para buscar una pequeña bolsita, la que contenía el polvo mágico, y se la tendí al brujo.
–Gracias a este polvo algunos nos recuerdan, aunque hay que lanzarlo a la cara de la persona para que funcione. Por eso… por eso lo de anoche. –Esbocé una sonrisa nerviosa–. Ah, por cierto, ¿qué tan bueno eres como arcanista? ¿Crees que puedes crear más de esto? No creo que lo que me queda me sea… suficiente. –Él tendría que ser todo un maestro arcanista para hacer réplicas del polvo, pero yo no perdía nada en preguntar si casualmente Kendovlah era de los mejores de Aerandir.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Sonrío levemente al ver que el elfo tomaba la espada para examinarla. No era la gran cosa y eso bien lo sabía, pero era la primera que forjaba para ser su nueva arma en viajes. El acero era de buena calidad, pero la forja se notaba de un nivel principiante. Anoche habían podido ver el encantamiento que le había añadido, ya que eso funcionase al menos significaba un gran alivio para el posible futuro aprendiz de Rauko.
Iba a pasar por alto el exagerado berrinche que hizo, aún no sabía como, pero es cuando Xana sorprende al menos a los hombres, secundando además la postura del brujo.
—No es problema, cuando quieran —Responde al agradecimiento de Xana de manera cordial. Los invita a sentarse con un gesto de mano, quizás algo tarde, pero ciertamente prefería que sus visitantes se atendieran solos. Después de todo, sus habilidades sociales no habían mejorado mucho en el último año y no acostumbraba a recibir visitas. Ahora que lo pensaba, cuando vivía con sus padres tampoco recibieron muchas.
Asiente ante la primera pregunta sobre el entrenamiento. Ciertamente se sentía algo impaciente por esperar, pero por fortuna Xana en ausencia de Lisette era lo más cercano a una madre en esa vieja choza.
El rostro del joven se oscureció al escuchar lo de la batalla de Sandorai. Ahora lamentaba no haber participado teniendo la oportunidad, podría haber llegado luego del Imbolc en Dundarak, incluso uno de los exiliados le sugirió guiar tropas mientras jugaban ajedrez. Parte de él estaba seguro de que Brinnah habría participado, quizás habría evitado que sus amigos volvieran a dejar Aerandir.
Los detalles del viaje en el espacio-tiempo interrumpieron sus pensamientos pesimistas, sin duda parecía algo curioso y el ver que Xana no interrumpía a su compañero confirmaba que estaba diciendo la verdad, a su manera como siempre tan peculiar, claro.
—Kendovlah me ha contado historias casi igual de raras, de no ser por haber vivido algunas ya con él desde que nos conocimos —Dijo una perezosa ex-asesina, aún con la cabeza y los brazos sobre la mesa, interrumpiendo sus palabras solo para bostezar—. No me creería ni una palabra.
—Gracias por el voto de confianza, creo... —Respondió a su compañera. Entonces recibe los polvos mágicos que Rauko había usado la noche anterior. No era la primera vez que los veía. También vio como Reike los uso en Zero cuando intentaban entrar en la base de los bios.
—Ya los he visto antes, ahora entiendo —Dice algo curioso. La bruja de aquella vez, sin embargo, no presentaba las mismas consecuencias. La humana entonces alza una ceja y la vista para ver confundida al brujo. —Fue un poco antes de conocerte, en fin... ¿Dónde lo deje?...
Se levanta unos segundos para rebuscar entre la pila de libros ya leídos en su mayoría. Vuelve a la mesa estirando un mapa viejo a un costado de su tablero de ajedrez, sobre el cual deja la bolsa con polvos. Entonces toma una pose pensativa, con la mano afirmándose el mentón y la vista fija en las varias X marcadas por todo el mapa de Aerandir, algunas cuantas también en Sandorai.
—Un viejo amigo me encomendó investigar los puntos marcados en el mapa. Quizás nos pueda dar una pista por donde empezar, lamentablemente aún no tengo el nivel para replicarlo sin conocer los materiales y la formula —Su semblante había vuelto a uno más natural, como si estuviese jugando otra partida complicada sobre un tablero mucho más grande. —Podríamos aprovechar el viaje para estudiar, creo que sería más productivo que preguntar a mis maestros en la academia —Añadió prestando atención a los puntos marcados en Sandorai.
Lisette sonríe levemente y vuelve a hacerse la dormida mientras que el brujo miraba a los elfos. —Con algo de suerte podemos encontrar el modo de volverlos a como eran antes de la guerra —La sonrisa en su rostro esta vez era sincera.
Tenían la oportunidad de matar varios pájaros de un tiro. Kendovlah estaba seguro además de que podía aprender mucho de dos héroes de guerra, además de ayudarlos a cambio. Si eso le permitía acercarse al nivel de Brinnah, estaba más que dispuesto. —Y sí, podemos empezar a entrenar hoy mismo, pero será mejor luego del desayuno. Sírvanse a gusto—.
Iba a pasar por alto el exagerado berrinche que hizo, aún no sabía como, pero es cuando Xana sorprende al menos a los hombres, secundando además la postura del brujo.
—No es problema, cuando quieran —Responde al agradecimiento de Xana de manera cordial. Los invita a sentarse con un gesto de mano, quizás algo tarde, pero ciertamente prefería que sus visitantes se atendieran solos. Después de todo, sus habilidades sociales no habían mejorado mucho en el último año y no acostumbraba a recibir visitas. Ahora que lo pensaba, cuando vivía con sus padres tampoco recibieron muchas.
Asiente ante la primera pregunta sobre el entrenamiento. Ciertamente se sentía algo impaciente por esperar, pero por fortuna Xana en ausencia de Lisette era lo más cercano a una madre en esa vieja choza.
El rostro del joven se oscureció al escuchar lo de la batalla de Sandorai. Ahora lamentaba no haber participado teniendo la oportunidad, podría haber llegado luego del Imbolc en Dundarak, incluso uno de los exiliados le sugirió guiar tropas mientras jugaban ajedrez. Parte de él estaba seguro de que Brinnah habría participado, quizás habría evitado que sus amigos volvieran a dejar Aerandir.
Los detalles del viaje en el espacio-tiempo interrumpieron sus pensamientos pesimistas, sin duda parecía algo curioso y el ver que Xana no interrumpía a su compañero confirmaba que estaba diciendo la verdad, a su manera como siempre tan peculiar, claro.
—Kendovlah me ha contado historias casi igual de raras, de no ser por haber vivido algunas ya con él desde que nos conocimos —Dijo una perezosa ex-asesina, aún con la cabeza y los brazos sobre la mesa, interrumpiendo sus palabras solo para bostezar—. No me creería ni una palabra.
—Gracias por el voto de confianza, creo... —Respondió a su compañera. Entonces recibe los polvos mágicos que Rauko había usado la noche anterior. No era la primera vez que los veía. También vio como Reike los uso en Zero cuando intentaban entrar en la base de los bios.
—Ya los he visto antes, ahora entiendo —Dice algo curioso. La bruja de aquella vez, sin embargo, no presentaba las mismas consecuencias. La humana entonces alza una ceja y la vista para ver confundida al brujo. —Fue un poco antes de conocerte, en fin... ¿Dónde lo deje?...
Se levanta unos segundos para rebuscar entre la pila de libros ya leídos en su mayoría. Vuelve a la mesa estirando un mapa viejo a un costado de su tablero de ajedrez, sobre el cual deja la bolsa con polvos. Entonces toma una pose pensativa, con la mano afirmándose el mentón y la vista fija en las varias X marcadas por todo el mapa de Aerandir, algunas cuantas también en Sandorai.
—Un viejo amigo me encomendó investigar los puntos marcados en el mapa. Quizás nos pueda dar una pista por donde empezar, lamentablemente aún no tengo el nivel para replicarlo sin conocer los materiales y la formula —Su semblante había vuelto a uno más natural, como si estuviese jugando otra partida complicada sobre un tablero mucho más grande. —Podríamos aprovechar el viaje para estudiar, creo que sería más productivo que preguntar a mis maestros en la academia —Añadió prestando atención a los puntos marcados en Sandorai.
Lisette sonríe levemente y vuelve a hacerse la dormida mientras que el brujo miraba a los elfos. —Con algo de suerte podemos encontrar el modo de volverlos a como eran antes de la guerra —La sonrisa en su rostro esta vez era sincera.
Tenían la oportunidad de matar varios pájaros de un tiro. Kendovlah estaba seguro además de que podía aprender mucho de dos héroes de guerra, además de ayudarlos a cambio. Si eso le permitía acercarse al nivel de Brinnah, estaba más que dispuesto. —Y sí, podemos empezar a entrenar hoy mismo, pero será mejor luego del desayuno. Sírvanse a gusto—.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Parpadeé. ¿Ya conocía el polvo? ¿Se había encontrado con algún otro oblivionado, uno que no le habló sobre lo sucedido? ¿Por qué cuando lo conocí él vestía una túnica naranja y botas blancas cuando claramente esos colores no combinan? Tal vez tenía un sentido de la moda casi tan poco refinado como el mío, supuse, pero el negro con blanco estaba bien ante mis ojos. Quise mirar su calzado, pero entonces descubrí que una simple mesa podía representar un gran impedimento.
Un momento… ¿Yo ya no me había hecho antes esa pregunta sobre su vestimenta?
Como sea, aunque él hubiera vestido así antes, en este día nos mostró un mapa. Sé que una cosa no tiene relación con la otra, pero no me importa.
–Vale –asentí, echando un vistazo al mapa, la pereza presagiándome sobre lo agotador que sería explorar todas las X marcadas.
Las siguientes palabras de Kendovlah, como una única luz en la oscuridad, iluminaron los ojos de Xana, haciéndola no apartar la mirada del brujo. Solo por un instante. Cuando fue consciente de que ahora él podía verle el rostro, regresó a su postura anterior y acomodó su capucha, aunque con sus emociones contenidas manifestándose en una pequeña sonrisa.
–Eso es… –musité, con las comisuras de mis labios alzándose a pesar de que no quería aferrarme ingenuamente a la esperanza– fantástico.
Pero la única parte importante de la conversación llegó justo después: el momento de comer… Vale, sí, sé que no es la más importante, pero tenía hambre. Tal vez ahora mismo, mientras escribo esto, tengo hambre y por eso veo este desayuno como uno con más trascendencia de la que tuvo en realidad, y… Bueno, estoy divagando en tonterías. Ahora continuaré con la historia, intentando ser un narrador decente.
Mi sonrisa se ensanchó transformándose en una lobuna, lo que precedió a una masacre. Mis dientes sirvieron como las armas en un holocausto donde la comida fue la desafortunada víctima, el sacrificio para el dios al que yo, como su fiel servidor, llamaba «Señor Estómago».
O eso es lo que diría si Xana, que logró justo a tiempo predecir tal atrocidad, no me hubiera abofeteado con una minúscula y fugaz ráfaga de energía y dicho:
–Compórtate.
Después de eso tuve que comer respetando las normas de etiqueta. Tal vez hasta demasiado formal para quien no pertenecía a la aristocracia.
–Oye –le dije al brujo luego de un rato, sin dejar de satisfacer al Señor Estómago–, ¿quieres escuchar algo más sobre lo ocurrido durante lo de Sandorái? –Esbocé una sonrisa felina–. Una de los Jinetes Oscuros, una que andaba semidesnuda, me asesinó y luego introdujo mi alma dentro de uno de ellos.
Xana casi se atragantó.
–Y luego de varios eventos –proseguí– salí desnudo del cuerpo del Jinete en el que me había convertido. Desde entonces puedo, aunque por unos pocos minutos sin descanso, hablar el mismo idioma extraño de ellos.
Un momento… ¿Yo ya no me había hecho antes esa pregunta sobre su vestimenta?
Como sea, aunque él hubiera vestido así antes, en este día nos mostró un mapa. Sé que una cosa no tiene relación con la otra, pero no me importa.
–Vale –asentí, echando un vistazo al mapa, la pereza presagiándome sobre lo agotador que sería explorar todas las X marcadas.
Las siguientes palabras de Kendovlah, como una única luz en la oscuridad, iluminaron los ojos de Xana, haciéndola no apartar la mirada del brujo. Solo por un instante. Cuando fue consciente de que ahora él podía verle el rostro, regresó a su postura anterior y acomodó su capucha, aunque con sus emociones contenidas manifestándose en una pequeña sonrisa.
–Eso es… –musité, con las comisuras de mis labios alzándose a pesar de que no quería aferrarme ingenuamente a la esperanza– fantástico.
Pero la única parte importante de la conversación llegó justo después: el momento de comer… Vale, sí, sé que no es la más importante, pero tenía hambre. Tal vez ahora mismo, mientras escribo esto, tengo hambre y por eso veo este desayuno como uno con más trascendencia de la que tuvo en realidad, y… Bueno, estoy divagando en tonterías. Ahora continuaré con la historia, intentando ser un narrador decente.
Mi sonrisa se ensanchó transformándose en una lobuna, lo que precedió a una masacre. Mis dientes sirvieron como las armas en un holocausto donde la comida fue la desafortunada víctima, el sacrificio para el dios al que yo, como su fiel servidor, llamaba «Señor Estómago».
O eso es lo que diría si Xana, que logró justo a tiempo predecir tal atrocidad, no me hubiera abofeteado con una minúscula y fugaz ráfaga de energía y dicho:
–Compórtate.
Después de eso tuve que comer respetando las normas de etiqueta. Tal vez hasta demasiado formal para quien no pertenecía a la aristocracia.
–Oye –le dije al brujo luego de un rato, sin dejar de satisfacer al Señor Estómago–, ¿quieres escuchar algo más sobre lo ocurrido durante lo de Sandorái? –Esbocé una sonrisa felina–. Una de los Jinetes Oscuros, una que andaba semidesnuda, me asesinó y luego introdujo mi alma dentro de uno de ellos.
Xana casi se atragantó.
–Y luego de varios eventos –proseguí– salí desnudo del cuerpo del Jinete en el que me había convertido. Desde entonces puedo, aunque por unos pocos minutos sin descanso, hablar el mismo idioma extraño de ellos.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
—Aunque solo es una suposición —Añadió el brujo tras ver de reojo la reacción de ambos elfos. Su lado emocional creía tener razón en dar algo de esperanza, pero el cable a tierra fue el pensar lo fastidioso que resultaría encontrar información, además de muchos ensayos y muy posible intentos fallidos. Después de todo se trataba de magia que desconocía, probablemente elfica o de alguna otra índole. —La investigación puede resultar bastante fastidiosa —Concluyó tratando de no sonar desanimado, pero viendo los residuos de estudios al rededor de la choza, cierto era que no tenían nada asegurado.
—No sería novedad que algo te resulte fastidioso —Agregó Lisette mientras le quitaba a Kendovlah el pan con queso que estaba preparando. No tenía hambre, pero el ruido que estaba haciendo Rauko al comer le decía que era mejor guardar su parte para luego. No era que no le interesaba el asunto, era simplemente pereza pura y dura. —O explosivo si hablamos de arcanos, y hablando de —Se interrumpió ella misma otra vez para bostezar sin pudor alguno, y ni hablar de modales—. Ni creas que ordenaré lo de ayer porque te pongas a entrenar.
Dibujo una mueca en su rostro, sin saber bien que responder. Mejor que nadie sabía que lo peor era tentar a la suerte y provocar a la rubia. Si había algo que en realidad no quería averiguar eran los límites de su paciencia estando desvelada. Gracias a esto, simplemente termina de hacerse su pan con queso cuando escucha a Xana regañar a Rauko.
Tras escucharlo hablar de nuevo casi se atraganta como la elfa. Casi no daba crédito de lo escuchado, simplemente no parecía sacado de una guerra y con falta de detalles podía imaginar cualquier cosa turbia. Sin embargo, ahora que recordaba la nalgada prefirió sacudirse la cabeza y suspirar para centrar su vista en el tablero mientras desayunaba tratando de no notarse alterado ante tal anécdota.
—Creo que será mejor dejar las anécdotas de guerra para luego —Responde mientras deja su mano sobre el tablero y la otra la usa para sostener su trozo de pan. Enfoca su telequinesis en el caballo, recordaba un par de estrategias en torno a esta pieza, aunque no las ha practicado con esmero, pero ahora se dedica a eso mientras come. —Podemos aprovechar el patio para entrenar.
—Lo cierto es que lo necesito. La última vez que dependí de mi espada casi pierdo el brazo —Comenta curiosamente tranquilo. Sin embargo, no podía negar que parte de él dudaba del maestro que había elegido. Sabía que era hábil en combate, lo sabía de sobra, pero gran parte de él comenzaba a temer que fuese a adquirir costumbres raras del elfo.
—No sería novedad que algo te resulte fastidioso —Agregó Lisette mientras le quitaba a Kendovlah el pan con queso que estaba preparando. No tenía hambre, pero el ruido que estaba haciendo Rauko al comer le decía que era mejor guardar su parte para luego. No era que no le interesaba el asunto, era simplemente pereza pura y dura. —O explosivo si hablamos de arcanos, y hablando de —Se interrumpió ella misma otra vez para bostezar sin pudor alguno, y ni hablar de modales—. Ni creas que ordenaré lo de ayer porque te pongas a entrenar.
Dibujo una mueca en su rostro, sin saber bien que responder. Mejor que nadie sabía que lo peor era tentar a la suerte y provocar a la rubia. Si había algo que en realidad no quería averiguar eran los límites de su paciencia estando desvelada. Gracias a esto, simplemente termina de hacerse su pan con queso cuando escucha a Xana regañar a Rauko.
Tras escucharlo hablar de nuevo casi se atraganta como la elfa. Casi no daba crédito de lo escuchado, simplemente no parecía sacado de una guerra y con falta de detalles podía imaginar cualquier cosa turbia. Sin embargo, ahora que recordaba la nalgada prefirió sacudirse la cabeza y suspirar para centrar su vista en el tablero mientras desayunaba tratando de no notarse alterado ante tal anécdota.
—Creo que será mejor dejar las anécdotas de guerra para luego —Responde mientras deja su mano sobre el tablero y la otra la usa para sostener su trozo de pan. Enfoca su telequinesis en el caballo, recordaba un par de estrategias en torno a esta pieza, aunque no las ha practicado con esmero, pero ahora se dedica a eso mientras come. —Podemos aprovechar el patio para entrenar.
—Lo cierto es que lo necesito. La última vez que dependí de mi espada casi pierdo el brazo —Comenta curiosamente tranquilo. Sin embargo, no podía negar que parte de él dudaba del maestro que había elegido. Sabía que era hábil en combate, lo sabía de sobra, pero gran parte de él comenzaba a temer que fuese a adquirir costumbres raras del elfo.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Ensanché la sonrisa al ver la reacción del brujo ante mi anécdota.
–Vale, vale –dije luego, antes de dedicarme a solo comer mientras observaba las piezas de ajedrez moverse aparentemente solas. Y enarqué una ceja cuando escuché que casi perdió un brazo.
–Entiendo –murmuró Xana, solemne, quitándome la palabra de la boca–. Yo… yo solo quería enfocarme en la magia, al principio, pero hay ocasiones en las que los hechizos son imposibles de realizar o son inefectivos contra algunos. De hecho, nosotros… Si decidieras atacarnos con un poderoso ataque mágico, podemos o convertir tu éter en nada o devolverte el ataque para que te quemes tú solo. –Dio con la punta del dedo índice un par de golpecitos en su pecho, cada uno provocando un sonido metálico–. Por eso acepté aprender a luchar con báculos, y ahora no dependo de la magia para defenderme. Tal vez no soy una experta, pero no cualquiera podría darme una paliza ahora.
–¿Llevas puesta la armadura? –inquirí, curioso–. ¿No es incómodo dormir con ella?
–No es como si pudiera quitármela aquí –me susurró. Asentí, sabiendo que tal armadura iba debajo de su ropa, y que no había mucha privacidad en la choza.
–Bueno –dije al brujo–, ella se enfoca en la magia; el báculo es para casos en los que no le conviene simplemente andar disparando lucecitas. Yo, por otro lado, me centro en mi esgrima, por lo que mis lucecitas son débiles, pero útiles para complementar mis habilidades como espadachín.
–Sí, y también potencias tu cuerpo con magia.
–Oh, sí –exhalé–. Verás, Túnica Negra, tengo gran afinidad con el éter en mi interior, tanto como para controlarlo, intensificarlo y canalizarlo con facilidad. Y qué mejor uso que para potenciar mi cuerpo. –Esbocé una sonrisa mientras mis iris desprendían un fugaz fulgor verde–. Pero, por desgracia, no puedo hacer mucho con mi éter una vez que sale de mi cuerpo. –Me encogí de hombros–. Soy justo lo contrario a Xana.
–Nuestra afinidad con el éter fue importante para definir nuestras… maneras de luchar. Por eso debes tener en cuenta que tú, Kendovlah, tienes una afinidad más parecida a la mía que a la de Rauko, por lo que no te recomiendo querer alcanzar las mismas capacidades físicas de él.
–Demonios, Xana, no desanimes a mi primer discípulo antes de que pueda empezar a entrenarlo –me quejé, fingiendo estar dolido–. Consigue tu propio discípulo en otro lado en vez de robármelo.
–¿Qué? No, no –se apresuró a contestarme–. Lo que quiero decir es que… Ahm…
–Entiendo, entiendo –agregué para tranquilizarla, dándole un par de palmaditas en la cabeza–. Sin importar su afinidad mágica, lo convertiré en un gran espadachín. –Sonreí con suficiencia–. Por cierto, Kendovlah, gracias por la comida –dije, esta vez con una sonrisa genuina, ya habiendo dejado vacío el plato.
–Vale, vale –dije luego, antes de dedicarme a solo comer mientras observaba las piezas de ajedrez moverse aparentemente solas. Y enarqué una ceja cuando escuché que casi perdió un brazo.
–Entiendo –murmuró Xana, solemne, quitándome la palabra de la boca–. Yo… yo solo quería enfocarme en la magia, al principio, pero hay ocasiones en las que los hechizos son imposibles de realizar o son inefectivos contra algunos. De hecho, nosotros… Si decidieras atacarnos con un poderoso ataque mágico, podemos o convertir tu éter en nada o devolverte el ataque para que te quemes tú solo. –Dio con la punta del dedo índice un par de golpecitos en su pecho, cada uno provocando un sonido metálico–. Por eso acepté aprender a luchar con báculos, y ahora no dependo de la magia para defenderme. Tal vez no soy una experta, pero no cualquiera podría darme una paliza ahora.
–¿Llevas puesta la armadura? –inquirí, curioso–. ¿No es incómodo dormir con ella?
–No es como si pudiera quitármela aquí –me susurró. Asentí, sabiendo que tal armadura iba debajo de su ropa, y que no había mucha privacidad en la choza.
–Bueno –dije al brujo–, ella se enfoca en la magia; el báculo es para casos en los que no le conviene simplemente andar disparando lucecitas. Yo, por otro lado, me centro en mi esgrima, por lo que mis lucecitas son débiles, pero útiles para complementar mis habilidades como espadachín.
–Sí, y también potencias tu cuerpo con magia.
–Oh, sí –exhalé–. Verás, Túnica Negra, tengo gran afinidad con el éter en mi interior, tanto como para controlarlo, intensificarlo y canalizarlo con facilidad. Y qué mejor uso que para potenciar mi cuerpo. –Esbocé una sonrisa mientras mis iris desprendían un fugaz fulgor verde–. Pero, por desgracia, no puedo hacer mucho con mi éter una vez que sale de mi cuerpo. –Me encogí de hombros–. Soy justo lo contrario a Xana.
–Nuestra afinidad con el éter fue importante para definir nuestras… maneras de luchar. Por eso debes tener en cuenta que tú, Kendovlah, tienes una afinidad más parecida a la mía que a la de Rauko, por lo que no te recomiendo querer alcanzar las mismas capacidades físicas de él.
–Demonios, Xana, no desanimes a mi primer discípulo antes de que pueda empezar a entrenarlo –me quejé, fingiendo estar dolido–. Consigue tu propio discípulo en otro lado en vez de robármelo.
–¿Qué? No, no –se apresuró a contestarme–. Lo que quiero decir es que… Ahm…
–Entiendo, entiendo –agregué para tranquilizarla, dándole un par de palmaditas en la cabeza–. Sin importar su afinidad mágica, lo convertiré en un gran espadachín. –Sonreí con suficiencia–. Por cierto, Kendovlah, gracias por la comida –dije, esta vez con una sonrisa genuina, ya habiendo dejado vacío el plato.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Sonrió levemente cuando Xana comenzó a hablar. Algo en parte de las primeras frases le dijo que sería una charla larga.
Algunas piezas en el tablero volvieron a su posición original de la forma convencional mientras que otras por arte de magia. Creía firmemente que mientras los escuchaba tendría tiempo para estudiar algo. Tenía un libro de ajedrez cerca, y claro, este levito hasta un lado del tablero. Después de pasar la mano por encima del lomo, este se abrió, y solo entonces dejo de usar la telequinesis.
Adquirió la habilidad hace poco, no se le hacía difícil dividir su atención con la vista y el oído y aunque a muchos le pareciera de mala educación; esta era otra de esas costumbres del brujo que hablaban sobre su falta de habilidades sociales. Tampoco era que interesara mucho, pero se le hacía algo gracioso el tema que trataban.
Claro que de entre los dos dueños de casa, la rubia parecía ser la más mal educada. Justificado o no, esta por fin logró de una forma curiosa conciliar algo de sueño. «Despiertame cuando terminen, o mejor no. Apalearé al que lo haga...» Fue lo último que pensó.
—¿Por qué parece que nunca me escuchan cuando digo un fastidio a la vez? —Respondió curiosamente tranquilo luego de su clase de estilos de lucha—. He viajado lo suficiente como para entender que de entre los tres soy el que peor capacidades físicas tiene.
Esta vez usaba las manos para mover las piezas mientras mantenía otra sobre la página que estaba leyendo. —Me gusta asimilar el combate con el tablero. En el ajedrez quien mejor sabe mover sus piezas gana la partida —Tomo un suspiro y por fin miro a ambos. —El oráculo dijo que la magia no era mi mejor arma. Dudo que sea la espada, pero mi madre me dejo la magia y mi padre esa espada. —Su dedo apunto hacía el arma que colgaba en la pared, la misma que había llevado cuando les conoció. —Necesito saber mover mis piezas, solo busco eso.
Terminó de hablar siendo interrumpido solamente por los ronquidos de su compañera. No eran usuales, pero supuso que era por el cansancio acumulado. Volvió a sonreír y se levantó. Tomo una de las sabanas y con cuidado cubrió a la rubia con esta. —Estamos a mano —Le susurró en respuesta al gesto de anoche.
—Será mejor seguir en el patio. Guardó sus dagas por fin, pero no me interesa saber de lo que es capaz una ex-asesina cabreada con falta de sueño —Sugirió a sus invitados y tomo su espada eléctrica dirigiéndose hacía la puerta. No sin antes tocar la runa que activaba la electricidad en la hoja. Solo para alardear, era su manera de decirle a su nuevo maestro que estaba listo para la primera lección.
Afuera aún hacía algo de frío, típico de cada mañana. Empero era uno de esos raros días en que el sol brillaba con más fuerza y prometía calentar a medio día.
El brujo desactivo el encantamiento y espero algunos metros frente a su forja. Era la oportunidad perfecta de entender mejor las armas que era capaz de forjar. No le importaba que tan duro fuera su entrenamiento, si aquello le permitía estar más cerca del nivel de Brinnah a su manera; estaba dispuesto a dar lo mejor de si mismo.
Algunas piezas en el tablero volvieron a su posición original de la forma convencional mientras que otras por arte de magia. Creía firmemente que mientras los escuchaba tendría tiempo para estudiar algo. Tenía un libro de ajedrez cerca, y claro, este levito hasta un lado del tablero. Después de pasar la mano por encima del lomo, este se abrió, y solo entonces dejo de usar la telequinesis.
Adquirió la habilidad hace poco, no se le hacía difícil dividir su atención con la vista y el oído y aunque a muchos le pareciera de mala educación; esta era otra de esas costumbres del brujo que hablaban sobre su falta de habilidades sociales. Tampoco era que interesara mucho, pero se le hacía algo gracioso el tema que trataban.
Claro que de entre los dos dueños de casa, la rubia parecía ser la más mal educada. Justificado o no, esta por fin logró de una forma curiosa conciliar algo de sueño. «Despiertame cuando terminen, o mejor no. Apalearé al que lo haga...» Fue lo último que pensó.
—¿Por qué parece que nunca me escuchan cuando digo un fastidio a la vez? —Respondió curiosamente tranquilo luego de su clase de estilos de lucha—. He viajado lo suficiente como para entender que de entre los tres soy el que peor capacidades físicas tiene.
Esta vez usaba las manos para mover las piezas mientras mantenía otra sobre la página que estaba leyendo. —Me gusta asimilar el combate con el tablero. En el ajedrez quien mejor sabe mover sus piezas gana la partida —Tomo un suspiro y por fin miro a ambos. —El oráculo dijo que la magia no era mi mejor arma. Dudo que sea la espada, pero mi madre me dejo la magia y mi padre esa espada. —Su dedo apunto hacía el arma que colgaba en la pared, la misma que había llevado cuando les conoció. —Necesito saber mover mis piezas, solo busco eso.
Terminó de hablar siendo interrumpido solamente por los ronquidos de su compañera. No eran usuales, pero supuso que era por el cansancio acumulado. Volvió a sonreír y se levantó. Tomo una de las sabanas y con cuidado cubrió a la rubia con esta. —Estamos a mano —Le susurró en respuesta al gesto de anoche.
—Será mejor seguir en el patio. Guardó sus dagas por fin, pero no me interesa saber de lo que es capaz una ex-asesina cabreada con falta de sueño —Sugirió a sus invitados y tomo su espada eléctrica dirigiéndose hacía la puerta. No sin antes tocar la runa que activaba la electricidad en la hoja. Solo para alardear, era su manera de decirle a su nuevo maestro que estaba listo para la primera lección.
Afuera aún hacía algo de frío, típico de cada mañana. Empero era uno de esos raros días en que el sol brillaba con más fuerza y prometía calentar a medio día.
El brujo desactivo el encantamiento y espero algunos metros frente a su forja. Era la oportunidad perfecta de entender mejor las armas que era capaz de forjar. No le importaba que tan duro fuera su entrenamiento, si aquello le permitía estar más cerca del nivel de Brinnah a su manera; estaba dispuesto a dar lo mejor de si mismo.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Escuché en silencio y asentí ante la mención de su forma de ver las cosas. En realidad, asentir fue lo único que hice ante cada cosa que decía, hasta que sugirió salir a entrenar. Quise preguntar dónde estaban mis pertenencias, pero preferí provechar la oportunidad para probar algo con lo que había practicado desde unos días atrás: cerré los ojos y dejé que una onda de éter invisible saliera de mí y llegara hasta cada rincón del lugar.[1] Para mi sorpresa, eso fue suficiente. Abrí los ojos y sonreí con satisfacción antes de levantarme y dirigirme al lugar correspondiente.
Esta vez, dado que era una ocasión especial, en vez de tomar la espada Retniw, tomé la familiar Doppelsäbel.
–Y yo que pensaba que esa espada la tenías de adorno –bromeó Xana en un susurro mientras salíamos. Un encogimiento de hombros fue mi respuesta, de nuevo, acompañado por una sonrisa perezosa.
–¿Vas a observarnos entrenar? –pregunté luego, y ella me devolvió la misma respuesta.
Una vez fuera, ella permaneció en la entrada, sentada con las piernas cruzadas. Yo seguí avanzando junto con Kendovlah.
–Vale, mi joven aprendiz, me has visto esgrimir mi linda espadita, así que sabes lo genial que soy. Sin embargo, no pienso hacerte que recorrer el mismo camino que yo –expliqué, observando nuestro sitio de entrenamiento, sintiendo la textura del suelo, escuchando el suave siseo del viento.
Y aquello fue inesperadamente nostálgico. Un sentimiento no nacido por el lugar sino por algo más que no supe identificar.
–En otras palabras –continué–: si la habilidad con la espada es una pieza del ajedrez, la mía es… la del caballo, pero te ayudaré a mover tu peón hasta la octava fila y tú decidirás por cuál pieza cambiarlo para tus propias jugadas. –Fruncí el ceño mientras intentaba comprender mi propia explicación. Me giré hacia el brujo–. Sí entiendes, ¿no? Porque no recuerdo con exactitud las reglas del ajedrez. –Sacudí la cabeza–. Mejor pasaré a lo importante.
Me situé en el lugar que creí más adecuado: a unos 5 metros de distancia del brujo y con el sol, apenas saliendo por el horizonte, a mi espalda, perfecto para dificultar su visión. Empuñé con ambas manos mi Doppelsäbel, con la vaina aún puesta, colocándola al nivel del obligo y la punta en dirección a la garganta de mi aprendiz.
–Sé que lo sabes –dije–, pero quiero que nunca lo olvides: la habilidad y el poder no siempre definen al ganador; la astucia puede darte la victoria incluso antes de empezar una batalla. Así que ahora quiero probar tu capacidad para usar tus recursos, tus piezas, contra mí. –Mi poder se manifestó en mis iris, como minúsculas estrellas naciendo y muriendo bajo un cristal esmeralda–. Bien, quiero que me ataques, tanto con tu espada como con tu magia. Y no te contengas. Esto me permitirá conocerte, saber desde dónde empezar a trabajar. Muéstrame cómo manejas esa espada que te gusta presumir –Mis labios se torcieron en una media sonrisa y cerré los ojos, dejando que mi éter invisible, una vez más, inundara el área, pero de manera constante–. Mientras tanto, yo también trabajaré en perfeccionar mi nuevo truco –murmuré.
Esta vez, dado que era una ocasión especial, en vez de tomar la espada Retniw, tomé la familiar Doppelsäbel.
–Y yo que pensaba que esa espada la tenías de adorno –bromeó Xana en un susurro mientras salíamos. Un encogimiento de hombros fue mi respuesta, de nuevo, acompañado por una sonrisa perezosa.
–¿Vas a observarnos entrenar? –pregunté luego, y ella me devolvió la misma respuesta.
Una vez fuera, ella permaneció en la entrada, sentada con las piernas cruzadas. Yo seguí avanzando junto con Kendovlah.
–Vale, mi joven aprendiz, me has visto esgrimir mi linda espadita, así que sabes lo genial que soy. Sin embargo, no pienso hacerte que recorrer el mismo camino que yo –expliqué, observando nuestro sitio de entrenamiento, sintiendo la textura del suelo, escuchando el suave siseo del viento.
Y aquello fue inesperadamente nostálgico. Un sentimiento no nacido por el lugar sino por algo más que no supe identificar.
–En otras palabras –continué–: si la habilidad con la espada es una pieza del ajedrez, la mía es… la del caballo, pero te ayudaré a mover tu peón hasta la octava fila y tú decidirás por cuál pieza cambiarlo para tus propias jugadas. –Fruncí el ceño mientras intentaba comprender mi propia explicación. Me giré hacia el brujo–. Sí entiendes, ¿no? Porque no recuerdo con exactitud las reglas del ajedrez. –Sacudí la cabeza–. Mejor pasaré a lo importante.
Me situé en el lugar que creí más adecuado: a unos 5 metros de distancia del brujo y con el sol, apenas saliendo por el horizonte, a mi espalda, perfecto para dificultar su visión. Empuñé con ambas manos mi Doppelsäbel, con la vaina aún puesta, colocándola al nivel del obligo y la punta en dirección a la garganta de mi aprendiz.
–Sé que lo sabes –dije–, pero quiero que nunca lo olvides: la habilidad y el poder no siempre definen al ganador; la astucia puede darte la victoria incluso antes de empezar una batalla. Así que ahora quiero probar tu capacidad para usar tus recursos, tus piezas, contra mí. –Mi poder se manifestó en mis iris, como minúsculas estrellas naciendo y muriendo bajo un cristal esmeralda–. Bien, quiero que me ataques, tanto con tu espada como con tu magia. Y no te contengas. Esto me permitirá conocerte, saber desde dónde empezar a trabajar. Muéstrame cómo manejas esa espada que te gusta presumir –Mis labios se torcieron en una media sonrisa y cerré los ojos, dejando que mi éter invisible, una vez más, inundara el área, pero de manera constante–. Mientras tanto, yo también trabajaré en perfeccionar mi nuevo truco –murmuré.
(☞°∀°)☞ OFFROL ☜(°∀°☜)
[1] Habi nivel 6: Sexto sentido.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Trato de calmar las ansias una vez que cerró los ojos estando afuera y sintió la brisa matinal recorrer su rostro. Aquello entendía que no sería como las clases teóricas en la academia. Era algo real y que podía salir mal con resultados desastrosos, tendría que por primera vez no solo concentrarse en mover sus manos, sino que también todo su cuerpo.
Abrió los ojos al escuchar la voz de Rauko. Para su sorpresa, esta vez había elegido otra de sus armas. «No veré a ese dragón de nuevo...» Pensó algo más tranquilo, pero negó rápidamente con la cabeza. Sabía que confiarse en el campo de batalla era un error y no tenía como saber que ese dragón era una habilidad única de la espada usada aquel día en el otro mundo.
Vio la postura que optaba con el arma. Ahora lo sentía más real, estaba por salir de su punto de confort al entrar en territorio de guerreros. «La ignorancia es una virtud» Volvió a pensar. De haber sentido que sentiría tal presión, seguramente no se habría prestado para aquel fastidio. Sin embargo, después de lo que había dicho, no era momento de retractarse. «Más vale tarde que nunca». Lo sabía, pues recordó sus pensamientos al tomar la espada por primera vez desde que su padre le dejo por su cuenta.
Entonces no le quedo de otra que fruncir el ceño y copiar la pose de su maestro. Kendovlah podía ser muchas cosas, pero no era un presumido. Justo en ese momento comprendió que tampoco le gustaba ser llamado de esa forma. Podría usar su magia en el primer encuentro, aquello cambiaba las cosas. «Bien, un ataque frontal no servirá» Meditó para si mismo. Recordaba el trabajo que les dio deshacerse de Yagaba. Ambos magos no pudieron hacer mucho con sus espadas, pero al menos a él, le sirvió para comprender lo eficaz que podría ser un ataque combinado y ahora tenía más recursos mágicos.
—Conste que tu lo pediste —Responde al reto mientras saca un pergamino de su bolsillo con la mano libre. Contempló la espada del maestro. Se notaba que la calidad era superior. Y pensar que solo le había pedido ayuda con su esgrima, debió haber reconocido que ambos practicaban las mismas profesiones con anterioridad.
«Tendré que distraerlo» Pensó mientras se planteaba posibles combinaciones. Como arcanista seguro que reconocería un pergamino explosivo. Necesitaría algo más.
Mantuvo el pergamino levitando a un costado del filo de su arma(1). Entonces la mano libre se cubrió de fuego. Quizás sería mucho atacar con explosiones, pero ambos necesitaban reconocer el nivel del otro. Por mucho que Kendovlah ya lo había visto en batalla, tenía esa sensación de que no se le estaba tomando en serio y que lo subestimaran sin duda le fastidiaba.
Chasqueó los dedos y un grupo de llamas(2) salen disparadas en varias direcciones, algunas hacía Rauko. Entonces toma el lienzo que mantenía el pergamino cerrado y lo tira para abrirlo. Luego lo avienta hacía la espalda de su maestro.(3)
Había cerrado los flancos, si esquivaba a los costados tendría que vérselas con las llamas. Si retrocedía sería victima del pergamino explosivo y si avanzaba; Kendovlah vuelve a activar el encantamiento eléctrico de su espada. Esta en lo alto amenazaba con caer encima al hombro del elfo. Algo de daño tendría que hacerle.
(1): -Kendo usa hab racial: telequinesis con un pergamino explosivo.
(2): -Kendo usa hab de nivel 0 ascuas.
(3): -Kendo arroja y usa el pergamino explosivo a espaldas de Rauko.
Abrió los ojos al escuchar la voz de Rauko. Para su sorpresa, esta vez había elegido otra de sus armas. «No veré a ese dragón de nuevo...» Pensó algo más tranquilo, pero negó rápidamente con la cabeza. Sabía que confiarse en el campo de batalla era un error y no tenía como saber que ese dragón era una habilidad única de la espada usada aquel día en el otro mundo.
Vio la postura que optaba con el arma. Ahora lo sentía más real, estaba por salir de su punto de confort al entrar en territorio de guerreros. «La ignorancia es una virtud» Volvió a pensar. De haber sentido que sentiría tal presión, seguramente no se habría prestado para aquel fastidio. Sin embargo, después de lo que había dicho, no era momento de retractarse. «Más vale tarde que nunca». Lo sabía, pues recordó sus pensamientos al tomar la espada por primera vez desde que su padre le dejo por su cuenta.
Entonces no le quedo de otra que fruncir el ceño y copiar la pose de su maestro. Kendovlah podía ser muchas cosas, pero no era un presumido. Justo en ese momento comprendió que tampoco le gustaba ser llamado de esa forma. Podría usar su magia en el primer encuentro, aquello cambiaba las cosas. «Bien, un ataque frontal no servirá» Meditó para si mismo. Recordaba el trabajo que les dio deshacerse de Yagaba. Ambos magos no pudieron hacer mucho con sus espadas, pero al menos a él, le sirvió para comprender lo eficaz que podría ser un ataque combinado y ahora tenía más recursos mágicos.
—Conste que tu lo pediste —Responde al reto mientras saca un pergamino de su bolsillo con la mano libre. Contempló la espada del maestro. Se notaba que la calidad era superior. Y pensar que solo le había pedido ayuda con su esgrima, debió haber reconocido que ambos practicaban las mismas profesiones con anterioridad.
«Tendré que distraerlo» Pensó mientras se planteaba posibles combinaciones. Como arcanista seguro que reconocería un pergamino explosivo. Necesitaría algo más.
Mantuvo el pergamino levitando a un costado del filo de su arma(1). Entonces la mano libre se cubrió de fuego. Quizás sería mucho atacar con explosiones, pero ambos necesitaban reconocer el nivel del otro. Por mucho que Kendovlah ya lo había visto en batalla, tenía esa sensación de que no se le estaba tomando en serio y que lo subestimaran sin duda le fastidiaba.
Chasqueó los dedos y un grupo de llamas(2) salen disparadas en varias direcciones, algunas hacía Rauko. Entonces toma el lienzo que mantenía el pergamino cerrado y lo tira para abrirlo. Luego lo avienta hacía la espalda de su maestro.(3)
Había cerrado los flancos, si esquivaba a los costados tendría que vérselas con las llamas. Si retrocedía sería victima del pergamino explosivo y si avanzaba; Kendovlah vuelve a activar el encantamiento eléctrico de su espada. Esta en lo alto amenazaba con caer encima al hombro del elfo. Algo de daño tendría que hacerle.
Off:
(1): -Kendo usa hab racial: telequinesis con un pergamino explosivo.
(2): -Kendo usa hab de nivel 0 ascuas.
(3): -Kendo arroja y usa el pergamino explosivo a espaldas de Rauko.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Podía… palparlo, con mi éter, permitiéndome recrear su imagen en mi mente. Su postura y la expresión en su rostro, podía sentirlo, verlo. Sin embargo, concentrarme en él hacía difícil distinguir el resto del entorno. Debía mejorar, y el brujo no tardaría en obligarme a ello.
Esbocé una media sonrisa. Su respuesta delataba que aún no reconocía mi nivel o, justo lo contrario, él tenía mucha más habilidad de la que mostró en la Esfera. En cualquier caso, no debía contenerme demasiado; sería lo mejor para ambos. Ensanché la sonrisa. Aquello era emocionante.
Sacó un pergamino. Fruncí el ceño. Debía ser algo arcano, pero no podía distinguir las runas; mi sexto sentido no era suficiente para eso. Podría abrir los ojos para averiguarlo, pero rechacé esa opción.
Seguí, y con esfuerzo, sus movimientos, el éter de su hechizo ígneo y el pergamino. Mientras tanto, usé mi propia magia para potenciar mis músculos, especialmente en los de las piernas.[1] Retrocedí en zigzag con dos saltos, movimientos suaves y gráciles, y luego un nuevo salto, uno potenciado, hacia adelante para pasar por sobre las llamas disparadas hacia mí.[2]
Supe, al aterrizar, cuál era la estrategia del brujo. Poco importaron las llamas que evadí cuando estuve rodeado por más. Y, aunque no había nada que realmente no pudiera esquivar, el brujo atacó de inmediato antes darme la oportunidad de huir.
Su plan, tuve que reconocer, podría darle una victoria segura contra muchos. Si yo no actuaba pronto, el resultado sería desafortunado para mí.
Abrí los ojos, fijándolos en los del brujo, mi instinto asesino y el poder de otro mundo dilatando mis pupilas horizontalmente. Pronuncié, frío y áspero, palabras en un idioma olvidado.[3]
–Omae wa mō shin deru.
Una ráfaga de energía emergió de mi hombro, el que fue elegido como blanco, y buscó repeler al brujo, sobre todo su espada, con un choque contundente.[4] Al mismo tiempo, un haz de luz brotó de mi espalda y salió despedido hacia el pergamino.[5] Luego el éter en mi cuerpo estalló y me permitió, en apenas un instante, estar a centímetros del brujo, la punta de mi espada tocando sus labios.[6]
–Es suficiente –sentencié–. Ya vi lo necesario.
Relajé mi postura y dejé que mi poder se diluyera. Solté una exhalación profunda antes de sonreír perezosamente y alejarme unos pasos.
–Vaya, no esperaba que pudieras obligarme a usar todas mis técnicas mágicas –confesé–. Fue impresionante, tengo que admitirlo. Si no hubieras estado solo, yo habría perdido al estar demasiado agotado como para lidiar con más de uno. –Asentí–. Con tu poder e inteligencia, habrías sido de mucha ayuda contra cierto Jinete Oscuro que… –Miré a Xana, su rostro ensombrecido por la mención del que casi finiquitó su vida. Me aclaré la garganta–. Pero te confiaste, Kendovlah –señalé, mi mirada desviándose hacia un lugar lejano–, e ignoraste factores importantes.
Fruncí el ceño durante unos pocos segundos, mientras ordenaba mis ideas y viejas lecciones resurgían de mi memoria. La voz de Danshee volvió como eco en mi mente; sus palabras, aunque duras, ahora gatillaban en mí la nostalgia.
–Antes de la pelea adquiriste mucha información sobre tu oponente –proseguí mientras me sentaba en el suelo–, así que sabes que soy bueno en el combate cuerpo a cuerpo y, además, tú mismo reconociste que tus capacidades físicas son inferiores a las mías. A pesar de eso, joven aprendiz, usaste tus hechizos no para encerrarme sino para empujarme hacia a ti, a un enfrentamiento directo. En otras palabras, mientras intentabas dejarme en jaque, expusiste a tu propio rey y lo dejaste indefenso.
Tal vez debía dejar de explicar con el ajedrez. Tales explicaciones eran confusas para mí, por lo que no sabía qué demonios estaba diciéndole exactamente.
–Tu plan era bueno, pero, como dice el dicho: «Un eslabón es tan fuerte como su cadena más débil» –agregué y me encogí de hombros–. Por suerte para ti, yo seré el colmillo del caballo regalado que fortalecerá tu eslabón. –Estiré los brazos por sobre mi cabeza–. Pero déjame tomar un respiro antes para recuperar algo de energía; me dejaste seco.
Esbocé una media sonrisa. Su respuesta delataba que aún no reconocía mi nivel o, justo lo contrario, él tenía mucha más habilidad de la que mostró en la Esfera. En cualquier caso, no debía contenerme demasiado; sería lo mejor para ambos. Ensanché la sonrisa. Aquello era emocionante.
Sacó un pergamino. Fruncí el ceño. Debía ser algo arcano, pero no podía distinguir las runas; mi sexto sentido no era suficiente para eso. Podría abrir los ojos para averiguarlo, pero rechacé esa opción.
Seguí, y con esfuerzo, sus movimientos, el éter de su hechizo ígneo y el pergamino. Mientras tanto, usé mi propia magia para potenciar mis músculos, especialmente en los de las piernas.[1] Retrocedí en zigzag con dos saltos, movimientos suaves y gráciles, y luego un nuevo salto, uno potenciado, hacia adelante para pasar por sobre las llamas disparadas hacia mí.[2]
Supe, al aterrizar, cuál era la estrategia del brujo. Poco importaron las llamas que evadí cuando estuve rodeado por más. Y, aunque no había nada que realmente no pudiera esquivar, el brujo atacó de inmediato antes darme la oportunidad de huir.
Su plan, tuve que reconocer, podría darle una victoria segura contra muchos. Si yo no actuaba pronto, el resultado sería desafortunado para mí.
Abrí los ojos, fijándolos en los del brujo, mi instinto asesino y el poder de otro mundo dilatando mis pupilas horizontalmente. Pronuncié, frío y áspero, palabras en un idioma olvidado.[3]
–Omae wa mō shin deru.
Una ráfaga de energía emergió de mi hombro, el que fue elegido como blanco, y buscó repeler al brujo, sobre todo su espada, con un choque contundente.[4] Al mismo tiempo, un haz de luz brotó de mi espalda y salió despedido hacia el pergamino.[5] Luego el éter en mi cuerpo estalló y me permitió, en apenas un instante, estar a centímetros del brujo, la punta de mi espada tocando sus labios.[6]
–Es suficiente –sentencié–. Ya vi lo necesario.
Relajé mi postura y dejé que mi poder se diluyera. Solté una exhalación profunda antes de sonreír perezosamente y alejarme unos pasos.
–Vaya, no esperaba que pudieras obligarme a usar todas mis técnicas mágicas –confesé–. Fue impresionante, tengo que admitirlo. Si no hubieras estado solo, yo habría perdido al estar demasiado agotado como para lidiar con más de uno. –Asentí–. Con tu poder e inteligencia, habrías sido de mucha ayuda contra cierto Jinete Oscuro que… –Miré a Xana, su rostro ensombrecido por la mención del que casi finiquitó su vida. Me aclaré la garganta–. Pero te confiaste, Kendovlah –señalé, mi mirada desviándose hacia un lugar lejano–, e ignoraste factores importantes.
Fruncí el ceño durante unos pocos segundos, mientras ordenaba mis ideas y viejas lecciones resurgían de mi memoria. La voz de Danshee volvió como eco en mi mente; sus palabras, aunque duras, ahora gatillaban en mí la nostalgia.
–Antes de la pelea adquiriste mucha información sobre tu oponente –proseguí mientras me sentaba en el suelo–, así que sabes que soy bueno en el combate cuerpo a cuerpo y, además, tú mismo reconociste que tus capacidades físicas son inferiores a las mías. A pesar de eso, joven aprendiz, usaste tus hechizos no para encerrarme sino para empujarme hacia a ti, a un enfrentamiento directo. En otras palabras, mientras intentabas dejarme en jaque, expusiste a tu propio rey y lo dejaste indefenso.
Tal vez debía dejar de explicar con el ajedrez. Tales explicaciones eran confusas para mí, por lo que no sabía qué demonios estaba diciéndole exactamente.
–Tu plan era bueno, pero, como dice el dicho: «Un eslabón es tan fuerte como su cadena más débil» –agregué y me encogí de hombros–. Por suerte para ti, yo seré el colmillo del caballo regalado que fortalecerá tu eslabón. –Estiré los brazos por sobre mi cabeza–. Pero déjame tomar un respiro antes para recuperar algo de energía; me dejaste seco.
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[1] Habi nivel 3: Con la ventisca.
[2] Habi nivel 2: Con el viento.
[3] Habi Extra: No tiene nombre porque se me olvidó ponerle uno antes de que Sigel me cerrara la ficha y luego ya me dio pereza.
[4] Habi nivel 4: Choque fulminante.
[5] Habi nivel 0: Lente convergente.
[6] Habi nivel 5: Con el rempálago.
[2] Habi nivel 2: Con el viento.
[3] Habi Extra: No tiene nombre porque se me olvidó ponerle uno antes de que Sigel me cerrara la ficha y luego ya me dio pereza.
[4] Habi nivel 4: Choque fulminante.
[5] Habi nivel 0: Lente convergente.
[6] Habi nivel 5: Con el rempálago.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Luego de haber planeado y actuado, los acontecimientos se dispararon a tal velocidad que con suerte tuvo tiempo de pensar. Hubo un antes y un después en la mente de Kendovlah que quedaron grabados con un punto en especifico donde supo que él también había subestimado a su maestro de haberse tratado de un enfrentamiento real.
Cuando el elfo pronunció aquellas palabras, el brujo solo tuvo tiempo para sentir un escalofrío que le recorrió cada centímetro de su ser. Segundos después o quizás menos, estaba tirado en el piso, casi rozando con sus labios la espada de Rauko. En un principio solo pudo parpadear perplejo por la sorpresa mientras lo miraba retirarse.
Le tomo unos segundos más recomponerse para por fin suspirar y ponerse de píe. Las primeras palabras fueron un cumplido muy bien recibido, con el resto se tomo su tiempo para saber que responder. Lo cierto era que había conseguido lo que realmente quería.
Si bien sus habilidades físicas estaban a años luz de las del elfo, al menos en la parte estratégica podía con seguridad decir que aún estaba dos pasos adelantado.
—Visión de túnel —Fue lo primero que respondió. Recordó entonces como Xana fue la única en reconocer su liderazgo cuando estaban en la esfera por lo que le sonrió a ella para luego volver su vista al espadachín. —Te concentraste solo en ver mis capacidades en batalla cuando yo te pedí entrenamiento con la espada.
De haber sido una situación real, habría evitado a toda costa usar mi arma —Se quedó pensando un poco más en lo que había escuchado. Su tono era relajado, casi satisfecho—. Estoy lejos de ser mi propio rey, el punto es que la espada es mi ultimo recurso solo porque no me manejo con armas. Eso es lo que busco cambiar con esto.
Sonrió levemente y volvió a ponerse en guardia. Si había algo que destacar era que combatiendo con magia podía ganarle. El afirmó que uso todas sus habilidades mágicas mientras que Kendovlah seguía contando con un arsenal importante. —Aún tengo hechizos disponibles, pero no es lo que quiero usar ahora.
Ni hablar de haber sido de ayuda en Sandorai. Me sugirieron ir en el Imbolc que se celebró en Dundarak, aún así, sigo insistiendo que no estoy listo para eso —Terminó de hablar y bajo su espada al ver que el elfo se tomaba un descanso.
Ahí estaba de nuevo, esa incomoda admiración que sentía por él. Aunque ahora no la entendía, seguía estando dos pasos por delante y estaba el recuerdo de Xana tras aquel accidente. Volvió a sonrojarse inevitablemente, pero miro hacía otro lado. Tenía que concentrarse en su arma más que en el elfo, ya había descartado esa otra idea y debía seguir firme en eso por mucho que su cuerpo le dictase lo contrario.
Cuando el elfo pronunció aquellas palabras, el brujo solo tuvo tiempo para sentir un escalofrío que le recorrió cada centímetro de su ser. Segundos después o quizás menos, estaba tirado en el piso, casi rozando con sus labios la espada de Rauko. En un principio solo pudo parpadear perplejo por la sorpresa mientras lo miraba retirarse.
Le tomo unos segundos más recomponerse para por fin suspirar y ponerse de píe. Las primeras palabras fueron un cumplido muy bien recibido, con el resto se tomo su tiempo para saber que responder. Lo cierto era que había conseguido lo que realmente quería.
Si bien sus habilidades físicas estaban a años luz de las del elfo, al menos en la parte estratégica podía con seguridad decir que aún estaba dos pasos adelantado.
—Visión de túnel —Fue lo primero que respondió. Recordó entonces como Xana fue la única en reconocer su liderazgo cuando estaban en la esfera por lo que le sonrió a ella para luego volver su vista al espadachín. —Te concentraste solo en ver mis capacidades en batalla cuando yo te pedí entrenamiento con la espada.
De haber sido una situación real, habría evitado a toda costa usar mi arma —Se quedó pensando un poco más en lo que había escuchado. Su tono era relajado, casi satisfecho—. Estoy lejos de ser mi propio rey, el punto es que la espada es mi ultimo recurso solo porque no me manejo con armas. Eso es lo que busco cambiar con esto.
Sonrió levemente y volvió a ponerse en guardia. Si había algo que destacar era que combatiendo con magia podía ganarle. El afirmó que uso todas sus habilidades mágicas mientras que Kendovlah seguía contando con un arsenal importante. —Aún tengo hechizos disponibles, pero no es lo que quiero usar ahora.
Ni hablar de haber sido de ayuda en Sandorai. Me sugirieron ir en el Imbolc que se celebró en Dundarak, aún así, sigo insistiendo que no estoy listo para eso —Terminó de hablar y bajo su espada al ver que el elfo se tomaba un descanso.
Ahí estaba de nuevo, esa incomoda admiración que sentía por él. Aunque ahora no la entendía, seguía estando dos pasos por delante y estaba el recuerdo de Xana tras aquel accidente. Volvió a sonrojarse inevitablemente, pero miro hacía otro lado. Tenía que concentrarse en su arma más que en el elfo, ya había descartado esa otra idea y debía seguir firme en eso por mucho que su cuerpo le dictase lo contrario.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
En un primer instante imaginé un túnel con ojos, y ladeé la cabeza ante esa imagen extraña. Llegué a comprender a lo que Kendovlah se refería solo cuando prosiguió con su respuesta. Luego, al escuchar lo que él habría hecho en una batalla real, recreé un nuevo duelo en mi mente usando lo poco que había visto del brujo en ese combate y en nuestra desventura anterior. Entonces supe con qué comenzar su camino de la espada.
–Sé que está mal sobreestimarte, pero deja de subestimarte –sugerí, con calma, ante la mención de Sandorái–. En la lucha contra los Jinetes Oscuros, luché al lado de personas que doblaban mi poder y también al lado de personas mucho menos preparadas que tú. Y el nivel de poder no significó mucho en varias ocasiones; hechizos simples pero de la magia adecuada fueron más decisivos que otros hechizos poderosos. –Miré al brujo–. Te he vencido aquí, pero tú habrías sido mucho más efectivo que yo contra cierto Jinete colosal… y también contra otra Jinete con escudo. Además… –Finalmente decidí levantarme. Me di unas palmadas en mis suculentas nalgas para sacarme el polvo–. Además –continué, volviendo a mirar a Kendovlah–. Si hubieras estado conmigo en el grupo que fue al Oblivion a patear traseros, habrías hecho lo mismo que cuando viajamos al mundo escarabajil: nos habrías hecho ir en una formación óptima… –Tuve un escalofrío al recordar el desastre sucedido al apenas entrar al hogar de los Jinetes–. Demonios, aún no sé por qué la más débil del grupo se lanzó de primera hacia lo desconocido. Casi es decapitada al poner un pie allí, y para sanarla tuvimos que darle una poción de salud, no por lo boca sino por el enorme agujero en el cuello –bromeé, tal vez exagerando un poco los hechos. Entonces ondeé una mano antes de cambiar de tema–. Bueno, volvamos a lo que nos importa ahora.
Volví a alejarme de él unos pasos antes de adoptar de nuevo una postura de combate.
–Vale, ¿quieres que choquemos espadas? Entonces tendrás choques de espadas. Sin pergaminos, luces, llamas ni calaveras flotantes –indiqué con una media sonrisa–. Trabajaremos en tus no pulidos reflejos, joven aprendiz, que te acostumbres a tu espada y que sea parte de ti en tus reacciones. Adopta la postura de combate e intenta no abandonarla. Mantente mayormente defensivo, pero ataca cuando veas o crees una clara abertura. –Lentamente inspiré por la nariz–. ¿Listo? –Luego inicié el asedio.
Estocadas y tajos simples, fáciles de predecir, de bloquear y esquivar, pero siempre esforzándome en no dejar aberturas. Poco a poco fui aumentando mi velocidad y añadir cada tanto alguna finta, nivelándome al desempeño del brujo. Luego intensifiqué el éter de mis músculos para ser más veloz. Ya no me mantuve atacando desde el mismo lugar, sino que fui desplazándome a su alrededor.
Xana observaba en su sitio, el enfrentamiento desencadenando su ensimismamiento. La paz de ese lugar, ajeno al resto del mundo, sin rastro de juicios injustos hacia ella… Se dio cuenta de que una vida tranquila ya no le disgustaba como antes. Cerró los ojos, imaginando un futuro así en ese camino.
Entonces… frunció el ceño, solo un poco. Había algo que había dejado atrás, que perdió por ser una heroína. Y ella no se creía capaz de luchar por recuperarlo. No, fue demasiado difícil apenas llegar a alcanzarlo la primera vez. Tener que hacerlo de nuevo, ahora con más probabilidades de fallar, le superaba. Además, creía que, de alcanzarlo de alguna manera, solo sería algo forzado y amargo. Así que, tal vez, tendría que dejarlo, pensó, aunque eso también le doliera. Sufriría menos así.
Abrió los ojos de nuevo, y se dijo… que no quería perder nada más.
–Sé que está mal sobreestimarte, pero deja de subestimarte –sugerí, con calma, ante la mención de Sandorái–. En la lucha contra los Jinetes Oscuros, luché al lado de personas que doblaban mi poder y también al lado de personas mucho menos preparadas que tú. Y el nivel de poder no significó mucho en varias ocasiones; hechizos simples pero de la magia adecuada fueron más decisivos que otros hechizos poderosos. –Miré al brujo–. Te he vencido aquí, pero tú habrías sido mucho más efectivo que yo contra cierto Jinete colosal… y también contra otra Jinete con escudo. Además… –Finalmente decidí levantarme. Me di unas palmadas en mis suculentas nalgas para sacarme el polvo–. Además –continué, volviendo a mirar a Kendovlah–. Si hubieras estado conmigo en el grupo que fue al Oblivion a patear traseros, habrías hecho lo mismo que cuando viajamos al mundo escarabajil: nos habrías hecho ir en una formación óptima… –Tuve un escalofrío al recordar el desastre sucedido al apenas entrar al hogar de los Jinetes–. Demonios, aún no sé por qué la más débil del grupo se lanzó de primera hacia lo desconocido. Casi es decapitada al poner un pie allí, y para sanarla tuvimos que darle una poción de salud, no por lo boca sino por el enorme agujero en el cuello –bromeé, tal vez exagerando un poco los hechos. Entonces ondeé una mano antes de cambiar de tema–. Bueno, volvamos a lo que nos importa ahora.
Volví a alejarme de él unos pasos antes de adoptar de nuevo una postura de combate.
–Vale, ¿quieres que choquemos espadas? Entonces tendrás choques de espadas. Sin pergaminos, luces, llamas ni calaveras flotantes –indiqué con una media sonrisa–. Trabajaremos en tus no pulidos reflejos, joven aprendiz, que te acostumbres a tu espada y que sea parte de ti en tus reacciones. Adopta la postura de combate e intenta no abandonarla. Mantente mayormente defensivo, pero ataca cuando veas o crees una clara abertura. –Lentamente inspiré por la nariz–. ¿Listo? –Luego inicié el asedio.
Estocadas y tajos simples, fáciles de predecir, de bloquear y esquivar, pero siempre esforzándome en no dejar aberturas. Poco a poco fui aumentando mi velocidad y añadir cada tanto alguna finta, nivelándome al desempeño del brujo. Luego intensifiqué el éter de mis músculos para ser más veloz. Ya no me mantuve atacando desde el mismo lugar, sino que fui desplazándome a su alrededor.
Xana observaba en su sitio, el enfrentamiento desencadenando su ensimismamiento. La paz de ese lugar, ajeno al resto del mundo, sin rastro de juicios injustos hacia ella… Se dio cuenta de que una vida tranquila ya no le disgustaba como antes. Cerró los ojos, imaginando un futuro así en ese camino.
Entonces… frunció el ceño, solo un poco. Había algo que había dejado atrás, que perdió por ser una heroína. Y ella no se creía capaz de luchar por recuperarlo. No, fue demasiado difícil apenas llegar a alcanzarlo la primera vez. Tener que hacerlo de nuevo, ahora con más probabilidades de fallar, le superaba. Además, creía que, de alcanzarlo de alguna manera, solo sería algo forzado y amargo. Así que, tal vez, tendría que dejarlo, pensó, aunque eso también le doliera. Sufriría menos así.
Abrió los ojos de nuevo, y se dijo… que no quería perder nada más.
Rauko
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
No tenía caso refutarle el aporte que habría sido en Sandorai, el brujo sabía de sobra que su falta de experiencia le habría jugado en contra más de alguna ocasión. Por eso lo primordial en ese momento era su entrenamiento. No era falta de confianza en si mismo, sino que tenía una capacidad para ver lo que podría salir mal fuera de lo común.
Por suerte, la estratagema sirvió su proposito. —Listo —Respondió con sonrisa desafiante y tono animado. Volvió a ponerse en guardia, aunque su postura seguía sin parecer la de un verdadero guerrero. Sin embargo, sabía que estaba con la persona indicada para cambiar eso.
El resto del día transcurrió de la misma manera. Los reflejos del brujo iban mejorando a paso lento y casi a medio día ya había perdido la cuenta de las veces que había sido derribado por a algún descuido. Pasando el medio día, Lisette se unió a Xana para observar. Cuando ambos acordaron que no podían más, pasaron a la forja para comenzar otro tipo de lecciones.
Los días transcurrieron de la misma manera, salvo algunas ocasiones en que el túnica negra tuvo que visitar la academia. Tanto Rauko como el viejo Hanks que les daba una visita de vez en cuando, tuvieron que admitir lo rápido que estaba progresando. Y claro, tanto el viejo como el alumno; omitir el hecho de que estaba siendo entrenado por un elfo en la academia. Algunos profesores simplemente no se lo tomarían para nada bien.
Aquella mañana, la pareja local despertó primero. Kendovlah sentía que ya estaba listo para reanudar sus viajes, pero una curiosa Lisette quiso comprobar el progreso de su compañero por ella misma.
—Bien, dame algo para calentar —Dijo la rubia en un tono pícaro mientras desenfundaba su daga doble.
Kendovlah solo respondió con una sonrisa en el mismo tono. Primero, centinela voló raudo y fue esquivado con facilidad al momento de la explosión. Kendovlah quiso sorprender con su nuevo hechizo.
Inhalo y de su boca salieron disparadas cinco bolas de fuego a gran velocidad. El brujo ya estaba en guardia cuando salió la última. Lisette esquivo todas, salvo la última. No hubo necesidad de hacerlo, antes de que Kendovlah se diera cuenta, la ex-asesina ya se encontraba a espaldas del brujo.
Esta primero rodeo su cintura, luego el aprendiz del elfo pudo sentir una daga rozar su cuello. —Sigues siendo lento —Le susurró al oído.
El brujo no pudo hacer más que sonrojarse al liberarse del agarre. No sabía cuando Lisette se había vuelto así de rápida, pero era bueno tenerlo en cuenta. —Veo que no he sido el único entrenando a escondidas —Respondió complacido. Ciertamente no podía esperar menos de su compañera.
—Entonces, ¿no más hechizos? —Ambos levantaron las armas y el brujo asintió siendo el primero en arremeter. La diferencia era clara, Lisette se contenía, pero esta también podía apreciar los avances de su compañero. Para ese entonces, las hojas de ambos ya chocaban con bastante frecuencia como para despertar a sus invitados.
Los dos elfos ya habían visto la gran bola de fuego, pero estaba impaciente por mostrarles el nuevo hechizo. Esta vez, los honores ser la primera en verlo se lo reservó a Lisette y claro, el brujo seguía teniendo otra carta secreta bajo la manga.
Según lo acordado, pasaron los días, semanas, meses o lo que convenga para implementar el nuevo sistema de habilidades y justificar on rol.
-Kendovlah hace gala de fuego rápido mientras que Lisette de destello.
Por suerte, la estratagema sirvió su proposito. —Listo —Respondió con sonrisa desafiante y tono animado. Volvió a ponerse en guardia, aunque su postura seguía sin parecer la de un verdadero guerrero. Sin embargo, sabía que estaba con la persona indicada para cambiar eso.
El resto del día transcurrió de la misma manera. Los reflejos del brujo iban mejorando a paso lento y casi a medio día ya había perdido la cuenta de las veces que había sido derribado por a algún descuido. Pasando el medio día, Lisette se unió a Xana para observar. Cuando ambos acordaron que no podían más, pasaron a la forja para comenzar otro tipo de lecciones.
Los días transcurrieron de la misma manera, salvo algunas ocasiones en que el túnica negra tuvo que visitar la academia. Tanto Rauko como el viejo Hanks que les daba una visita de vez en cuando, tuvieron que admitir lo rápido que estaba progresando. Y claro, tanto el viejo como el alumno; omitir el hecho de que estaba siendo entrenado por un elfo en la academia. Algunos profesores simplemente no se lo tomarían para nada bien.
(…)
Aquella mañana, la pareja local despertó primero. Kendovlah sentía que ya estaba listo para reanudar sus viajes, pero una curiosa Lisette quiso comprobar el progreso de su compañero por ella misma.
—Bien, dame algo para calentar —Dijo la rubia en un tono pícaro mientras desenfundaba su daga doble.
Kendovlah solo respondió con una sonrisa en el mismo tono. Primero, centinela voló raudo y fue esquivado con facilidad al momento de la explosión. Kendovlah quiso sorprender con su nuevo hechizo.
Inhalo y de su boca salieron disparadas cinco bolas de fuego a gran velocidad. El brujo ya estaba en guardia cuando salió la última. Lisette esquivo todas, salvo la última. No hubo necesidad de hacerlo, antes de que Kendovlah se diera cuenta, la ex-asesina ya se encontraba a espaldas del brujo.
Esta primero rodeo su cintura, luego el aprendiz del elfo pudo sentir una daga rozar su cuello. —Sigues siendo lento —Le susurró al oído.
El brujo no pudo hacer más que sonrojarse al liberarse del agarre. No sabía cuando Lisette se había vuelto así de rápida, pero era bueno tenerlo en cuenta. —Veo que no he sido el único entrenando a escondidas —Respondió complacido. Ciertamente no podía esperar menos de su compañera.
—Entonces, ¿no más hechizos? —Ambos levantaron las armas y el brujo asintió siendo el primero en arremeter. La diferencia era clara, Lisette se contenía, pero esta también podía apreciar los avances de su compañero. Para ese entonces, las hojas de ambos ya chocaban con bastante frecuencia como para despertar a sus invitados.
Los dos elfos ya habían visto la gran bola de fuego, pero estaba impaciente por mostrarles el nuevo hechizo. Esta vez, los honores ser la primera en verlo se lo reservó a Lisette y claro, el brujo seguía teniendo otra carta secreta bajo la manga.
Off:
Según lo acordado, pasaron los días, semanas, meses o lo que convenga para implementar el nuevo sistema de habilidades y justificar on rol.
-Kendovlah hace gala de fuego rápido mientras que Lisette de destello.
Kendovlah
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Re: Visitantes del Oblivion. [Privado] [Terminado]
Ella había decidido que no estaba mal. Concluyó que había hecho suficiente, que había cumplido su sueño y, aunque no obtuvo la recompensa que buscaba, o tal vez por no obtener recompensa, podía dejarlo para tomar un camino distinto, uno donde el heroísmo no decidiera su actuar.
No iba a ser sencillo andar por ese camino después de lo que había perdido. No, pero podría acostumbrarse. Eso era lo que hizo durante el tiempo en que estuvo viviendo en la choza de Kendovlah.
Antes creyó que estaba hundiéndose en un mar de tristeza, dejándose arrastrar al fondo para ocultarse de la crueldad del mundo que debía encarar si nadaba a la superficie. Pero cambió su perspectiva. Se dijo a sí misma que, en realidad, era un mar de paz, aguas tranquilas donde podría dejarse llevar sin más preocupaciones abrumadoras.
Ella había decidido que no estaba mal. Concluyó que hundirse no era un acto que del que debiera avergonzarse. Y, cuando despertó y vio a Rauko en la ventana, finalmente quiso confesarle cuál era la forma en que quería vivir.
–¿Qué te parece? –le pregunté a Xana cuando se colocó a mi lado para mirar a través de la ventana el duelo de Kendovlah y su peor es nada. La elfa se encogió de hombros.
–Ha mejorado bastante –comentó, una leve pero sincera sonrisa en sus labios–, mucho más de lo que creí que podría hacerlo en tan poco tiempo.
–¿Poco tiempo? –inquirí, una ceja alzada–. Hmm… Bueno, sí, es cierto. Pero siento que nos hemos tardado más de lo necesario, y que de alguna manera ha sido mi culpa –agregué. Presioné mis labios con mi pulgar derecho, reflexionando sobre ese sentimiento extraño. Sacudí la cabeza para despejarla de pensamientos innecesarios. Volví a mirar al brujo, evaluando su progreso y apostando conmigo mismo cuánto tiempo le bastaría para ser apaleado–. Oh, ¿ya perdió? –noté extrañado; no había contado con la mejoría de las habilidades de la rubia. Dejé escapar un largo suspiro–. Bueno, nada que no se pueda reparar. –Sonreí perezosamente, pensando qué otra lección darle duro a Kendovlah.
–Parece que te agrada lo de ser un maestro –comentó Xana–. O ser un intento de maestro.
No repliqué a aquello.
–El tiempo que hemos estado aquí ha sido bastante agradable –admití–, viviendo vidas normales y sin recibir palizas de seres multidimensionales.
Esa era su oportunidad. Abrió la boca.
–Ser héroes ha valido la pena –dije entonces, y ninguna palabra que Xana quiso decir salió de sus labios–. Esta paz, que ellos dos, así como el resto del mundo… –Negué con la cabeza–. No, esta paz que este y los demás mundos tienen… existe porque nos sacrificamos.
Silencio, prologando por varios segundos.
–Entonces… –empezó Xana en un murmuro, preparándose para una respuesta que ella no quería escuchar–, a pesar de todo, ¿continuarás?
–Por supuesto –respondí como si fuera demasiado obvio–. Tal vez salvar a otros no sea algo muy satisfactorio para mí. De hecho, es más irritante que placentero. Lo sabes. Pero… no hemos hecho del mundo un lugar mejor. Lo único que hicimos fue evitar que se hiciera peor. Así que nada ha cambiado. –Ya no había ninguna sonrisa en mi rostro–. Todavía existen males que erradicar, personas que proteger y que probablemente mueran si nadie va a ayudarles. Hemos estado aquí, disfrutando de esta paz, pero ¿cuántos habrán muerto porque estuvimos aquí en vez de con ellos? –Me crucé de brazos, mis puños tensos–. El motivo por el que sigo aquí es porque… necesitaba un descanso antes de continuar. Además, ya que iba a tomarme un tiempo, pensé que sería mejor si lo aprovechaba también para entrenar a Kendovlah, y esta tarea me está ayudando; es relajante.
–Un mundo donde no sean necesarios los héroes –repitió en un susurro, viendo mi ideal desde otra perspectiva–. ¿Y por qué no te dedicas a hacer que los débiles se conviertan en fuertes, en personas capaces de sobrevivir sin depender de otros, que enfrenten al mal por sí mismos? –inquirió, por fin mirándome–. ¿Por qué no vives como un maestro en vez de arriesgar tu vida?
Solté un bufido.
–Xana, yo… –Apreté los labios y tensé y relajé reiteradas veces mi puño derecho–. No lo sé. Siento… que vivir así, de alguna manera, está mal. –Tragué saliva–. Simplemente no puedo evitar soltar mi espada y luchar.
Silencio, de nuevo.
–Vale, iré a repetirle Kendovlah lo que podría haber hecho en Sandorái –dije luego de un rato, retomando mi actitud despreocupada. Me marché con el único objetivo de fastidiar al brujo.
Xana permaneció en la ventana, con la mandíbula tensa. Apretó los puños y contuvo el deseo de gritar y abofetearse a sí misma.
–Idiota, idiota, idiota, ¡idiota! –se dijo una y otra vez, furiosa, avergonzada. Se abrazó a sí misma, hundiendo las uñas en su piel.
Lo había olvidado. Había olvidado algo que no debía olvidar… No, eso era una mentira. Simplemente no quiso pensar en ello, esperando que el problema desapareciera.
Había prometido salvar a Rauko. Se lo había prometido porque sabía que él no podría dejar de sacrificarse por otros, incluso cuando no era lo más óptimo. Así era él, y si no quería perderlo, perder a alguien tan valioso para ella, debía continuar siendo una heroína. Convertirse en la heroína que él necesitaba.
Además, ese no fue su único error. ¿Se había dicho que ya hizo suficiente? Eso no era más que el pretexto de una cobarde egoísta. Y ella no quería ser de nuevo esa cobarde. Sería deshacer todo el progreso de los últimos años. Sería perder otra de las únicas cosas valiosas que tenía.
Respiró hondo, se acomodó la capucha y miró hacia la ventana, al mundo que la aborrecía y que estaba plagado de sus temores.
Ella se dijo que no quería perder nada más. Quiso creer que lo lograría dejándose hundir en la seguridad que le prometía el fondo del mar de la resignación. Pero estuvo equivocada. Ahora lo sabía. Si no quería perder lo que le importaba, nadaría y resurgiría en la superficie. Por el bien de las personas que ayudaría, por el bien de Rauko y, sobre todo, por el bien de su propio ser.
No iba a ser sencillo andar por ese camino después de lo que había perdido. No, pero podría acostumbrarse. Eso era lo que hizo durante el tiempo en que estuvo viviendo en la choza de Kendovlah.
Antes creyó que estaba hundiéndose en un mar de tristeza, dejándose arrastrar al fondo para ocultarse de la crueldad del mundo que debía encarar si nadaba a la superficie. Pero cambió su perspectiva. Se dijo a sí misma que, en realidad, era un mar de paz, aguas tranquilas donde podría dejarse llevar sin más preocupaciones abrumadoras.
Ella había decidido que no estaba mal. Concluyó que hundirse no era un acto que del que debiera avergonzarse. Y, cuando despertó y vio a Rauko en la ventana, finalmente quiso confesarle cuál era la forma en que quería vivir.
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–¿Qué te parece? –le pregunté a Xana cuando se colocó a mi lado para mirar a través de la ventana el duelo de Kendovlah y su peor es nada. La elfa se encogió de hombros.
–Ha mejorado bastante –comentó, una leve pero sincera sonrisa en sus labios–, mucho más de lo que creí que podría hacerlo en tan poco tiempo.
–¿Poco tiempo? –inquirí, una ceja alzada–. Hmm… Bueno, sí, es cierto. Pero siento que nos hemos tardado más de lo necesario, y que de alguna manera ha sido mi culpa –agregué. Presioné mis labios con mi pulgar derecho, reflexionando sobre ese sentimiento extraño. Sacudí la cabeza para despejarla de pensamientos innecesarios. Volví a mirar al brujo, evaluando su progreso y apostando conmigo mismo cuánto tiempo le bastaría para ser apaleado–. Oh, ¿ya perdió? –noté extrañado; no había contado con la mejoría de las habilidades de la rubia. Dejé escapar un largo suspiro–. Bueno, nada que no se pueda reparar. –Sonreí perezosamente, pensando qué otra lección darle duro a Kendovlah.
–Parece que te agrada lo de ser un maestro –comentó Xana–. O ser un intento de maestro.
No repliqué a aquello.
–El tiempo que hemos estado aquí ha sido bastante agradable –admití–, viviendo vidas normales y sin recibir palizas de seres multidimensionales.
Esa era su oportunidad. Abrió la boca.
–Ser héroes ha valido la pena –dije entonces, y ninguna palabra que Xana quiso decir salió de sus labios–. Esta paz, que ellos dos, así como el resto del mundo… –Negué con la cabeza–. No, esta paz que este y los demás mundos tienen… existe porque nos sacrificamos.
Silencio, prologando por varios segundos.
–Entonces… –empezó Xana en un murmuro, preparándose para una respuesta que ella no quería escuchar–, a pesar de todo, ¿continuarás?
–Por supuesto –respondí como si fuera demasiado obvio–. Tal vez salvar a otros no sea algo muy satisfactorio para mí. De hecho, es más irritante que placentero. Lo sabes. Pero… no hemos hecho del mundo un lugar mejor. Lo único que hicimos fue evitar que se hiciera peor. Así que nada ha cambiado. –Ya no había ninguna sonrisa en mi rostro–. Todavía existen males que erradicar, personas que proteger y que probablemente mueran si nadie va a ayudarles. Hemos estado aquí, disfrutando de esta paz, pero ¿cuántos habrán muerto porque estuvimos aquí en vez de con ellos? –Me crucé de brazos, mis puños tensos–. El motivo por el que sigo aquí es porque… necesitaba un descanso antes de continuar. Además, ya que iba a tomarme un tiempo, pensé que sería mejor si lo aprovechaba también para entrenar a Kendovlah, y esta tarea me está ayudando; es relajante.
–Un mundo donde no sean necesarios los héroes –repitió en un susurro, viendo mi ideal desde otra perspectiva–. ¿Y por qué no te dedicas a hacer que los débiles se conviertan en fuertes, en personas capaces de sobrevivir sin depender de otros, que enfrenten al mal por sí mismos? –inquirió, por fin mirándome–. ¿Por qué no vives como un maestro en vez de arriesgar tu vida?
Solté un bufido.
–Xana, yo… –Apreté los labios y tensé y relajé reiteradas veces mi puño derecho–. No lo sé. Siento… que vivir así, de alguna manera, está mal. –Tragué saliva–. Simplemente no puedo evitar soltar mi espada y luchar.
Silencio, de nuevo.
–Vale, iré a repetirle Kendovlah lo que podría haber hecho en Sandorái –dije luego de un rato, retomando mi actitud despreocupada. Me marché con el único objetivo de fastidiar al brujo.
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Xana permaneció en la ventana, con la mandíbula tensa. Apretó los puños y contuvo el deseo de gritar y abofetearse a sí misma.
–Idiota, idiota, idiota, ¡idiota! –se dijo una y otra vez, furiosa, avergonzada. Se abrazó a sí misma, hundiendo las uñas en su piel.
Lo había olvidado. Había olvidado algo que no debía olvidar… No, eso era una mentira. Simplemente no quiso pensar en ello, esperando que el problema desapareciera.
Había prometido salvar a Rauko. Se lo había prometido porque sabía que él no podría dejar de sacrificarse por otros, incluso cuando no era lo más óptimo. Así era él, y si no quería perderlo, perder a alguien tan valioso para ella, debía continuar siendo una heroína. Convertirse en la heroína que él necesitaba.
Además, ese no fue su único error. ¿Se había dicho que ya hizo suficiente? Eso no era más que el pretexto de una cobarde egoísta. Y ella no quería ser de nuevo esa cobarde. Sería deshacer todo el progreso de los últimos años. Sería perder otra de las únicas cosas valiosas que tenía.
Respiró hondo, se acomodó la capucha y miró hacia la ventana, al mundo que la aborrecía y que estaba plagado de sus temores.
Ella se dijo que no quería perder nada más. Quiso creer que lo lograría dejándose hundir en la seguridad que le prometía el fondo del mar de la resignación. Pero estuvo equivocada. Ahora lo sabía. Si no quería perder lo que le importaba, nadaría y resurgiría en la superficie. Por el bien de las personas que ayudaría, por el bien de Rauko y, sobre todo, por el bien de su propio ser.
Rauko
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