El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
- “Mi nombre, es Eltrant Tale”- Pensó mientras jugueteaba, sentado junto a las cortinas en las que había estado segundos atrás, con el colgante que tenía entre las manos, mientras miraba a Alanna abandonar el salón del trono, tras aquel que hubiese asesinado a la chica que, ahora, yacía a la entrada de la estancia, con una cazadora cubriendo su pequeño cuerpo.
- “Soy un mercenario”- Se incorporó de nuevo, ignorando el consejo del curandero elfo, ignorando las palabras del pequeño hombre bestia que respondía al nombre de Hont - “Mi modo de vida se basa en el sufrimiento de los demás” - Se deshizo de su camisa, cubierta de sangre, dejando su torso al descubierto y, se colocó el colgante que le acababan de dar en torno al cuello. - “Allá dónde voy, es porque han ocurrido desgracias” - Seguido por el hombre zarigüeya, que intentaba hacer entrar a Eltrant en razón, se dirigió hacia la salida otra vez, miró el cuerpo sin vida de la muchacha. -“Pero puedo ser más”
- ¿¡Es que no me oyes!? – La penetrante voz de Hont, finalmente, llegó hasta sus oídos – ¡La chica buena me ha dicho que te cuide, y eso es lo que voy a hacer! – Arqueó una ceja – Voy a ayudar a la gente de este pueblo, no voy a quedarme aquí – Dijo convencido, por primera vez aquella noche, de que no estaba trabajando simplemente por dinero, los ojos de la zarigüeya se iluminaron - ¿Vas a ayudarles a todos? – Eltrant asintió, sorteando los cadáveres que había en el pasillos, caminó en la dirección opuesta a la que se había marchado Alanna – Pues, pues… - Hont dio una pequeña carrera para colocarse - ¿Qué vas a hacer exactamente? ¡La chica buena ya se está encargando del asesino! ¡Y sé que lo va a capturar! ¡Lo sé! – El mercenario sonrió y, con su espada descansando sobre su hombro, no dejó de andar – Es la “libertadora” después de todo ¿no? – Añadió, Eltrant no pudo comprobarlo, pero estaba seguro de que Hont había asentido efusivamente a esto – Muy bien, ¿Y hay algo entonces que pueda hacer? – El hombre bestia se atusó la barbilla pensativa.
Si no era capturar al asesino de la joven que Alanna había reconocido momentos atrás, el único que, al parecer, seguía fiel al rey ¿Qué haría? ¿Volver al salón del trono descansar? – …Podemos ir mientras esperamos… a escuchar, a la torre – El castaño se giró hacia su acompañante - ¿La torre? – Hont volvió a asentir – A veces, la torre canta, bueno, no la torre, pero dentro hay alguien, podemos ayudarla a ella – Eltrant frunció el ceño ¿La torre canta? - ¿Hay alguien en la torre Hont? – Este se encogió de brazos – Las personas buenas con las que estaba antes... – Miró hacia los lados y se acercó a Eltrant, casi como si estuviese contando un secreto – …La llamaban ruiseñor.
Entornó los ojos ¿Ruiseñor? ¿De qué le sonaba? Negó con la cabeza, sabía que había escuchado aquello hacía poco, no recordaba, sin embargo, el porqué, fuese lo que fuese, no podía perder el tiempo allí; Entonces el tatuaje de su espalda quemó, como si le hubiesen apuñalado otra vez en mitad de su espalda.
Dejando escapar un pequeño grito de malestar cayó de rodillas bajo la incrédula mirada de la pequeña bestia, fue un instante, fue súbito, fue un aviso – El Ruiseñor enjaulado – Susurró frunciendo el ceño, recordando quien le había dicho aquello – El ruiseñor enjaulado está en la torre. – Dijo ahora en voz más alta, lo suficiente como para que Hont lo oyese y asintiese. - ¿Hacia dónde está la torre Hont? – Con aspecto serio la zarigüeya comenzó a caminar frente al mercenario, liderando aquel pequeño grupo de rescate que se acababa de formar.
Atravesaron los suficientes pasillos como para que los cadáveres de guardas y aldeanos dejaran de ser una desagradable sorpresa, aquel castillo había sido un auténtico campo de batalla, y por lo que parecía, el pueblo había ganado, al menos, desde las ventanas del baluarte, podía verse como algunas casas del pueblo tenían aún luz, cosa que no podía decirse de la mayor parte del castillo, el cual estaba prácticamente desierto.
No se cruzó con nadie, con ningún alma, hasta el lugar en el que, Hont, decía estar la base de la torre.
El lugar no era muy distinto al resto del castillo, una antesala con ostentosas armaduras, finos cuadros, y muebles impolutos, la batalla no había llegado hasta aquel extremo de la fortaleza.
Respirando hondo se acercó a la única puerta del lugar, una puerta básicamente idéntica a las demás que había repartidas por el antiguo hogar del impostor, si Hont no hubiese afirmado una y otra vez que allí era dónde el ruiseñor vivía, dónde nacía su canto, Eltrant se habría girado al no marchado nada relevante.
- Cerrada - El mercenario torció el gesto, era de esperar, al fin y al cabo, era una cautiva, las puertas de las prisiones, por norma general suelen estar cerradas. Solo los dioses sabrían en aquel momento dónde se encontraba la llave, iba a tener que improvisar.
Lo primero que intentó fue golpear la puerta con todas las fuerzas que le quedaban en las piernas, la cual, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba, no era mucha, solo consiguió hacer mucho ruido, alertar de su presencia, quizás, a quien estuviese en lo más alto de la torre, nada más.
Chasqueando la lengua, miró a su alrededor y, encontrándose en primer lugar con su reflejo, mirándole desde un espejo, sonrió cansado al verse en aquel estado para, después, acercarse a una de las armaduras, a la cual le arrebató el pesado mandoble de exposición. – Echate a un lado – Advirtió a Hont introduciendo el arma de exhibición en una escueta rendija junto al picaporte.
Apretando los dientes hizo palanca, la puerta comenzó moverse ligeramente – Hont, mirándolo por otro lado, no me vendría mal tu ayuda aquí – Algo le decía que las cicatrices iban a intentar abrirse, la sensación que había tenido peleando con el payaso volvía de nuevo mientras, sin dar su brazo a torcer, seguía empujando la espada. - ¡Vamos, esto no es nada! ¡Empuja! – La pequeña zarigüeya colocó sus manos junto a las del mercenario, la empuñadura de aquella arma era lo suficientemente grande como para que los dos pudiesen aplicar fuerza al mismo tiempo, un sonoro ruido inundó la antesala - ¡Ya lo tenemos! ¡Sigue así! – El mercenario empujó aún con más fuerza, segundos después el mandoble estallaba en un centenar de pedazos de metal y, la puerta, caía frente a ellos por su propio peso, fuera de los goznes que la sujetaban.
Resoplando acaloradamente se apoyó contra la pared y dejó caer la espada que le había arrebatado a la armadura, desenvainando la suya propia una vez más.
– Vamos a subir.
- “Soy un mercenario”- Se incorporó de nuevo, ignorando el consejo del curandero elfo, ignorando las palabras del pequeño hombre bestia que respondía al nombre de Hont - “Mi modo de vida se basa en el sufrimiento de los demás” - Se deshizo de su camisa, cubierta de sangre, dejando su torso al descubierto y, se colocó el colgante que le acababan de dar en torno al cuello. - “Allá dónde voy, es porque han ocurrido desgracias” - Seguido por el hombre zarigüeya, que intentaba hacer entrar a Eltrant en razón, se dirigió hacia la salida otra vez, miró el cuerpo sin vida de la muchacha. -“Pero puedo ser más”
- ¿¡Es que no me oyes!? – La penetrante voz de Hont, finalmente, llegó hasta sus oídos – ¡La chica buena me ha dicho que te cuide, y eso es lo que voy a hacer! – Arqueó una ceja – Voy a ayudar a la gente de este pueblo, no voy a quedarme aquí – Dijo convencido, por primera vez aquella noche, de que no estaba trabajando simplemente por dinero, los ojos de la zarigüeya se iluminaron - ¿Vas a ayudarles a todos? – Eltrant asintió, sorteando los cadáveres que había en el pasillos, caminó en la dirección opuesta a la que se había marchado Alanna – Pues, pues… - Hont dio una pequeña carrera para colocarse - ¿Qué vas a hacer exactamente? ¡La chica buena ya se está encargando del asesino! ¡Y sé que lo va a capturar! ¡Lo sé! – El mercenario sonrió y, con su espada descansando sobre su hombro, no dejó de andar – Es la “libertadora” después de todo ¿no? – Añadió, Eltrant no pudo comprobarlo, pero estaba seguro de que Hont había asentido efusivamente a esto – Muy bien, ¿Y hay algo entonces que pueda hacer? – El hombre bestia se atusó la barbilla pensativa.
Si no era capturar al asesino de la joven que Alanna había reconocido momentos atrás, el único que, al parecer, seguía fiel al rey ¿Qué haría? ¿Volver al salón del trono descansar? – …Podemos ir mientras esperamos… a escuchar, a la torre – El castaño se giró hacia su acompañante - ¿La torre? – Hont volvió a asentir – A veces, la torre canta, bueno, no la torre, pero dentro hay alguien, podemos ayudarla a ella – Eltrant frunció el ceño ¿La torre canta? - ¿Hay alguien en la torre Hont? – Este se encogió de brazos – Las personas buenas con las que estaba antes... – Miró hacia los lados y se acercó a Eltrant, casi como si estuviese contando un secreto – …La llamaban ruiseñor.
Entornó los ojos ¿Ruiseñor? ¿De qué le sonaba? Negó con la cabeza, sabía que había escuchado aquello hacía poco, no recordaba, sin embargo, el porqué, fuese lo que fuese, no podía perder el tiempo allí; Entonces el tatuaje de su espalda quemó, como si le hubiesen apuñalado otra vez en mitad de su espalda.
Dejando escapar un pequeño grito de malestar cayó de rodillas bajo la incrédula mirada de la pequeña bestia, fue un instante, fue súbito, fue un aviso – El Ruiseñor enjaulado – Susurró frunciendo el ceño, recordando quien le había dicho aquello – El ruiseñor enjaulado está en la torre. – Dijo ahora en voz más alta, lo suficiente como para que Hont lo oyese y asintiese. - ¿Hacia dónde está la torre Hont? – Con aspecto serio la zarigüeya comenzó a caminar frente al mercenario, liderando aquel pequeño grupo de rescate que se acababa de formar.
Atravesaron los suficientes pasillos como para que los cadáveres de guardas y aldeanos dejaran de ser una desagradable sorpresa, aquel castillo había sido un auténtico campo de batalla, y por lo que parecía, el pueblo había ganado, al menos, desde las ventanas del baluarte, podía verse como algunas casas del pueblo tenían aún luz, cosa que no podía decirse de la mayor parte del castillo, el cual estaba prácticamente desierto.
No se cruzó con nadie, con ningún alma, hasta el lugar en el que, Hont, decía estar la base de la torre.
El lugar no era muy distinto al resto del castillo, una antesala con ostentosas armaduras, finos cuadros, y muebles impolutos, la batalla no había llegado hasta aquel extremo de la fortaleza.
Respirando hondo se acercó a la única puerta del lugar, una puerta básicamente idéntica a las demás que había repartidas por el antiguo hogar del impostor, si Hont no hubiese afirmado una y otra vez que allí era dónde el ruiseñor vivía, dónde nacía su canto, Eltrant se habría girado al no marchado nada relevante.
- Cerrada - El mercenario torció el gesto, era de esperar, al fin y al cabo, era una cautiva, las puertas de las prisiones, por norma general suelen estar cerradas. Solo los dioses sabrían en aquel momento dónde se encontraba la llave, iba a tener que improvisar.
Lo primero que intentó fue golpear la puerta con todas las fuerzas que le quedaban en las piernas, la cual, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraba, no era mucha, solo consiguió hacer mucho ruido, alertar de su presencia, quizás, a quien estuviese en lo más alto de la torre, nada más.
Chasqueando la lengua, miró a su alrededor y, encontrándose en primer lugar con su reflejo, mirándole desde un espejo, sonrió cansado al verse en aquel estado para, después, acercarse a una de las armaduras, a la cual le arrebató el pesado mandoble de exposición. – Echate a un lado – Advirtió a Hont introduciendo el arma de exhibición en una escueta rendija junto al picaporte.
Apretando los dientes hizo palanca, la puerta comenzó moverse ligeramente – Hont, mirándolo por otro lado, no me vendría mal tu ayuda aquí – Algo le decía que las cicatrices iban a intentar abrirse, la sensación que había tenido peleando con el payaso volvía de nuevo mientras, sin dar su brazo a torcer, seguía empujando la espada. - ¡Vamos, esto no es nada! ¡Empuja! – La pequeña zarigüeya colocó sus manos junto a las del mercenario, la empuñadura de aquella arma era lo suficientemente grande como para que los dos pudiesen aplicar fuerza al mismo tiempo, un sonoro ruido inundó la antesala - ¡Ya lo tenemos! ¡Sigue así! – El mercenario empujó aún con más fuerza, segundos después el mandoble estallaba en un centenar de pedazos de metal y, la puerta, caía frente a ellos por su propio peso, fuera de los goznes que la sujetaban.
Resoplando acaloradamente se apoyó contra la pared y dejó caer la espada que le había arrebatado a la armadura, desenvainando la suya propia una vez más.
– Vamos a subir.
Eltrant Tale
Aerandiano de honor
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
La luna calló y un ardiente sol comenzó a subir desde las montañas. Era el inició de un nuevo día. En la aldea, la gente se reunía alrededor de la plaza con cierto miedo y cierta curiosidad. A diferencia de los días anteriores, no había nadie esperando ser ejecutado en la horca del pueblo. Tampoco había guardias ni verdugos entorno a la alta estructura de madera que se convertía en un escenario de muerte. No, no había nadie salvo los hombres y mujeres curiosos que se acercaban con una temerosa sonrisa a comprobar que aquello era real. Que su libertad era real.
Al final, las luces se habían superpuesto a las tinieblas.
Ella también sonrió. Una de las ventanas daba directamente a la plaza y Bono, el cruel bono, hechizado el cristal para que le mostrase con todo lujo de detalles toda la plaza. Día tras día vio gente morir y a familias llorar. Ella también quiso llorar pero y gemir con esas familias; quizás también cantarles un réquiem de despidida a los muertos. Mas, todos los llantos que salían de su boca eran mudos. Ahora, en éste día, quiso reír de alegría y cantar canciones que glorificasen la libertad que por fin la aldea había conseguido después de tanto tiempo. Pero tampoco. Tampoco pudo emitir ningún sonido. La chica que se había caracterizado por tener la voz más dulce y melodiosa de toda Aerandir hacía semanas que le robaron la voz.
Hont fue el primero en pasar. No estaba corriendo tan rápido como quizás le hubiera gustado, aunque pese a ello sí que era mucho más rápido que cualquier humano, pues de vez en cuando tenía que girar la cabeza para comprobar que Eltrant estaba bien. ¡Se lo prometió a Alanna! Le prometió que tendría un ojo encima del chico para que no le pasara nada malo. Y si alguien venía a atacarles. ¡Aja! Entonces se las tendría que ver con Hont y su espada. Aunque bueno, en aquel momento no llevaba su espada de madera sino un palo que había cogido del jardín que lo usaba a modo de garrote. Daba igual, cualquier cosa en las manos adecuadas podía ser un arma mortal.
El lugar donde estaba encerrada la chica llamada “Ruiseñor” era mucho más sucio, feo y grande que donde había estado encerrado el hombrecillo zarigüeya. Era una habitación enorme y muy alta. La pared era circular y enorme. Subía, subía, subía y subía hasta un punto que Hont se imagino que estaría rasgando las nubes. Arriba del todo estaba la chica encerrada en una jaula como las que se usan para atrapar a los pájaros. ¿Cómo llegar allí arriba? Eso Hont no lo sabía. Escalando tal vez, pero la pared circular era demasiado lisa como para poder escalarla.
-No se me ocurre nada para llegar hasta ella. Tal vez tú sepas algo, pero yo no sé nada. Y eso que a mí se me da muy el tema de hacer escaladas y dar votes.-
El nombre de la chica era Sumilde. Sumy, como él la llamaba con cariño; o Ruiseñor como la conocían en el resto de la aldea. Su voz era tan linda que podía competir contra la voz de los Dioses. Él la amaba y ella también a él. Los dos eran jóvenes, guapos y contemporáneos. El amor era algo inevitable. También fue inevitable que la cogieran. El alcalde de la aldea quería un entretenimiento y no se iba a conformar con un bufón. Quería la mejor voz y Sumy la tenía.
Un mal día, tres guardias aparecieron con ballestas en la mano en la casa de Sumy. Mataron a sus padres y a ella se la llevaron. Gardian, el amor de la chica, lo vio todo y desde entonces juró que la rescataría. Haría cualquier cosa que estuviera en sus manos para librarla de las manos del alcalde y sus secuaces. Cuando llegase la hora, entonces sí, le mataría sin compasión alguna. Estaba dispuesto a todo para arrancar, utilizando sus propias manos, las cuerdas vocales del gordo alcalde a ver si eso le gustaba.
No pasó mucho tiempo al secuestro de Sumy; luego vino el Rey acompañado de cien guardias y una escolta privada para él solo. Mentira. No era el Rey y esos no eran guardias. Eran carceleros. Todo el rollo de los cuelliflojos, diezmos y guardias corruptos era una mentira para mantener presa a Sumy. Tantos muertos solo para garantizar que nadie llorase únicamente por una familia. Atroz.
Gardian era el único que sabía con certeza toda la historia pues el mismo Falso Rey se la hubo contado. Se alistó a la guardia con el fin de infiltrarse y luego rescatar a la su novia. Desde dentro pudo construir la Ruta Roja y los túneles de las celdas para que los presos pudieran escapar. Quería pensar que todos los que se habían podido librar de la muerte eran gracias a él y a las trampas que puso por toda la mansión. Muy diferente a Frea quien ataca de cara, Gardian lo hacía desde las sombras.
Solo una vez había tenido que atacar dando la cara y desvelando realmente el bando a favor donde estaba. Fue contra Bono y lo hizo para rescatar al chico que luchaba contra las atrocidades a la vez que hacía una distracción para que ninguno de los guardias transformados viera la casa de Frea, el centro de operaciones de toda la revuelta. Lo pagó caro. Bono lo capturó y atrapó su alma en el interior de una de las copas. Quisiera o no, estaría a merced de la voluntad del Falso Rey.
Pero, esa chica de cabello castaño le rescató. No estuvo muy seguro de qué fue lo qué pasó realmente pero ya estaba libre. Podía volver a usar sus trampas y sus rutas secretas para ayudar sin ser visto.
Si veía un arquero, pronto lo degollaba por la espalda. Si caballeros armados con espadas y escudos corrían por un lado, él los despistaba para luego encerrarles en una habitación y que no pudieran escapar. O, si no, usaba los túneles que todavía quedaban en pie para encerrar a la guardia en los calabozos. Eso estaba bien. Era un héroe en las sombras. Un héroe invisible.
Héroe. Héroe. Se repetía así mismo mientras cogía el cadáver de Merodie, una chica del pueblo tan inocente que no vio que estaba llamando la atención con sus gritos de los guardias que aun quedaban vivos. Cuando acabaron con ella, fue Gardian quien cogió el cadáver y lo puso en un lugar que seguro que la chica castaña y los otros hombres que luchaban en el lado de Frea lo verían. Con sus manos manchadas de sangre hizo el rastro por la pared y el suelo para que lo siguieran. Era un héroe.
Si el solo no podía encontrar a Sumy ni matar al alcalde, con ayuda de los demás seguro que podría.
-Ella es mi hermana,- un chico con las manos llena de sangre entró en la capilla en honor a Odín al lado de las mazmorras del palacio- quiero que la sueltes-.
Su cara le sonaba. Pertenecía a la guardia de la aldea pero no sabía decir a que regimiento en particular. Se dejaba ver en todos lados pero cuando le veía era un don nadie más. Un don nadie muy valiente. Había que ser valiente para perturbar la capilla a los Dioses.
-¿Y si no lo hago?- contestó el alcalde. Era más gordo que el propio Tod.
Con el cuchillo que sostenía sacó otro tajo más de piel del brazo de la chica atada en posición de cruz en la estatua central de Odín. La estaba haciendo sufrir. Aunque no gritase no llorase, sabía que la chica estaba sufriendo. Así demostraba al chico que no podía hacer nada para salvar a su hermana. Él solo no podía salvar a nadie. Ni siquiera estaba armado.
El chico calló. Jonathan, el obediente hijo del alcade cerró las puertas de la capilla moviéndose a espaldas de Gardian. Era posible que su padre hubiera olvidado su nombre pero él no. Igual como no olvidaría los besos de Sumilde que él le había robado. Jonathan amaba a Sumy, tanto o más que Gardian, pero jamás pudo tener entre sus brazos ni jamás pudo besarla como ese hombrecillo raquítico y desgraciado lo hacía.
Pero ya está, ese era él fin. Había rezado a los Dioses y estos escucharon sus suplicas.
Jonathan se quitó los guantes mostrando unas manos relucientes formadas de oro. Cerró un puño y dio un puñetazo a la cara de Gardian tan fuerte que poco faltó para destrozarle la mandíbula. Lo bueno es que le hizo caer al suelo. Luego le dio una patada en el estómago y más tarde le pisó la cabeza.
-Ya basta hijo, no desperdies el regalo de los Dioses-.
* Alanna Delteria: Sigue el rastro de sangre de Merodie que te lleva a la capilla de Odín. Allí encuentras la escena de Gardián, el alcalde y su hijo. Frea está muy herida y apenas es consciente de lo que sucede, dudo que pueda servirte de ayuda. Elise seguirá inconsciente un turno más.
* Eltrant Tale: Si te pongo un combate más estoy seguro que tú mismo te matarás en él. No me quites el trabajo, yo seré quien te mate pero no hoy ni en está quest. Es por ello que en este turno no tendrás ningún combate sino una misión de rescate. Salva a Sumilde (Ruiseñor) de la jaula. Está muy alto por lo que deberás usar tu ingenio para llegar hasta ella.
* Ambos: Hemos llegado al clímax de la historia. Todos los secretos han sido desvelados. Si tenéis dudas todavía de lo que ha pasado en algún punto sois libres de enviarme un mp y preguntar. Todos los personajes ya han sido presentados y ahora todos están a vuestra disposición.
Al final, las luces se habían superpuesto a las tinieblas.
Ella también sonrió. Una de las ventanas daba directamente a la plaza y Bono, el cruel bono, hechizado el cristal para que le mostrase con todo lujo de detalles toda la plaza. Día tras día vio gente morir y a familias llorar. Ella también quiso llorar pero y gemir con esas familias; quizás también cantarles un réquiem de despidida a los muertos. Mas, todos los llantos que salían de su boca eran mudos. Ahora, en éste día, quiso reír de alegría y cantar canciones que glorificasen la libertad que por fin la aldea había conseguido después de tanto tiempo. Pero tampoco. Tampoco pudo emitir ningún sonido. La chica que se había caracterizado por tener la voz más dulce y melodiosa de toda Aerandir hacía semanas que le robaron la voz.
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Hont fue el primero en pasar. No estaba corriendo tan rápido como quizás le hubiera gustado, aunque pese a ello sí que era mucho más rápido que cualquier humano, pues de vez en cuando tenía que girar la cabeza para comprobar que Eltrant estaba bien. ¡Se lo prometió a Alanna! Le prometió que tendría un ojo encima del chico para que no le pasara nada malo. Y si alguien venía a atacarles. ¡Aja! Entonces se las tendría que ver con Hont y su espada. Aunque bueno, en aquel momento no llevaba su espada de madera sino un palo que había cogido del jardín que lo usaba a modo de garrote. Daba igual, cualquier cosa en las manos adecuadas podía ser un arma mortal.
El lugar donde estaba encerrada la chica llamada “Ruiseñor” era mucho más sucio, feo y grande que donde había estado encerrado el hombrecillo zarigüeya. Era una habitación enorme y muy alta. La pared era circular y enorme. Subía, subía, subía y subía hasta un punto que Hont se imagino que estaría rasgando las nubes. Arriba del todo estaba la chica encerrada en una jaula como las que se usan para atrapar a los pájaros. ¿Cómo llegar allí arriba? Eso Hont no lo sabía. Escalando tal vez, pero la pared circular era demasiado lisa como para poder escalarla.
-No se me ocurre nada para llegar hasta ella. Tal vez tú sepas algo, pero yo no sé nada. Y eso que a mí se me da muy el tema de hacer escaladas y dar votes.-
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El nombre de la chica era Sumilde. Sumy, como él la llamaba con cariño; o Ruiseñor como la conocían en el resto de la aldea. Su voz era tan linda que podía competir contra la voz de los Dioses. Él la amaba y ella también a él. Los dos eran jóvenes, guapos y contemporáneos. El amor era algo inevitable. También fue inevitable que la cogieran. El alcalde de la aldea quería un entretenimiento y no se iba a conformar con un bufón. Quería la mejor voz y Sumy la tenía.
Un mal día, tres guardias aparecieron con ballestas en la mano en la casa de Sumy. Mataron a sus padres y a ella se la llevaron. Gardian, el amor de la chica, lo vio todo y desde entonces juró que la rescataría. Haría cualquier cosa que estuviera en sus manos para librarla de las manos del alcalde y sus secuaces. Cuando llegase la hora, entonces sí, le mataría sin compasión alguna. Estaba dispuesto a todo para arrancar, utilizando sus propias manos, las cuerdas vocales del gordo alcalde a ver si eso le gustaba.
No pasó mucho tiempo al secuestro de Sumy; luego vino el Rey acompañado de cien guardias y una escolta privada para él solo. Mentira. No era el Rey y esos no eran guardias. Eran carceleros. Todo el rollo de los cuelliflojos, diezmos y guardias corruptos era una mentira para mantener presa a Sumy. Tantos muertos solo para garantizar que nadie llorase únicamente por una familia. Atroz.
Gardian era el único que sabía con certeza toda la historia pues el mismo Falso Rey se la hubo contado. Se alistó a la guardia con el fin de infiltrarse y luego rescatar a la su novia. Desde dentro pudo construir la Ruta Roja y los túneles de las celdas para que los presos pudieran escapar. Quería pensar que todos los que se habían podido librar de la muerte eran gracias a él y a las trampas que puso por toda la mansión. Muy diferente a Frea quien ataca de cara, Gardian lo hacía desde las sombras.
Solo una vez había tenido que atacar dando la cara y desvelando realmente el bando a favor donde estaba. Fue contra Bono y lo hizo para rescatar al chico que luchaba contra las atrocidades a la vez que hacía una distracción para que ninguno de los guardias transformados viera la casa de Frea, el centro de operaciones de toda la revuelta. Lo pagó caro. Bono lo capturó y atrapó su alma en el interior de una de las copas. Quisiera o no, estaría a merced de la voluntad del Falso Rey.
Pero, esa chica de cabello castaño le rescató. No estuvo muy seguro de qué fue lo qué pasó realmente pero ya estaba libre. Podía volver a usar sus trampas y sus rutas secretas para ayudar sin ser visto.
Si veía un arquero, pronto lo degollaba por la espalda. Si caballeros armados con espadas y escudos corrían por un lado, él los despistaba para luego encerrarles en una habitación y que no pudieran escapar. O, si no, usaba los túneles que todavía quedaban en pie para encerrar a la guardia en los calabozos. Eso estaba bien. Era un héroe en las sombras. Un héroe invisible.
Héroe. Héroe. Se repetía así mismo mientras cogía el cadáver de Merodie, una chica del pueblo tan inocente que no vio que estaba llamando la atención con sus gritos de los guardias que aun quedaban vivos. Cuando acabaron con ella, fue Gardian quien cogió el cadáver y lo puso en un lugar que seguro que la chica castaña y los otros hombres que luchaban en el lado de Frea lo verían. Con sus manos manchadas de sangre hizo el rastro por la pared y el suelo para que lo siguieran. Era un héroe.
Si el solo no podía encontrar a Sumy ni matar al alcalde, con ayuda de los demás seguro que podría.
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-Ella es mi hermana,- un chico con las manos llena de sangre entró en la capilla en honor a Odín al lado de las mazmorras del palacio- quiero que la sueltes-.
Su cara le sonaba. Pertenecía a la guardia de la aldea pero no sabía decir a que regimiento en particular. Se dejaba ver en todos lados pero cuando le veía era un don nadie más. Un don nadie muy valiente. Había que ser valiente para perturbar la capilla a los Dioses.
-¿Y si no lo hago?- contestó el alcalde. Era más gordo que el propio Tod.
Con el cuchillo que sostenía sacó otro tajo más de piel del brazo de la chica atada en posición de cruz en la estatua central de Odín. La estaba haciendo sufrir. Aunque no gritase no llorase, sabía que la chica estaba sufriendo. Así demostraba al chico que no podía hacer nada para salvar a su hermana. Él solo no podía salvar a nadie. Ni siquiera estaba armado.
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El chico calló. Jonathan, el obediente hijo del alcade cerró las puertas de la capilla moviéndose a espaldas de Gardian. Era posible que su padre hubiera olvidado su nombre pero él no. Igual como no olvidaría los besos de Sumilde que él le había robado. Jonathan amaba a Sumy, tanto o más que Gardian, pero jamás pudo tener entre sus brazos ni jamás pudo besarla como ese hombrecillo raquítico y desgraciado lo hacía.
Pero ya está, ese era él fin. Había rezado a los Dioses y estos escucharon sus suplicas.
Jonathan se quitó los guantes mostrando unas manos relucientes formadas de oro. Cerró un puño y dio un puñetazo a la cara de Gardian tan fuerte que poco faltó para destrozarle la mandíbula. Lo bueno es que le hizo caer al suelo. Luego le dio una patada en el estómago y más tarde le pisó la cabeza.
-Ya basta hijo, no desperdies el regalo de los Dioses-.
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* Alanna Delteria: Sigue el rastro de sangre de Merodie que te lleva a la capilla de Odín. Allí encuentras la escena de Gardián, el alcalde y su hijo. Frea está muy herida y apenas es consciente de lo que sucede, dudo que pueda servirte de ayuda. Elise seguirá inconsciente un turno más.
* Eltrant Tale: Si te pongo un combate más estoy seguro que tú mismo te matarás en él. No me quites el trabajo, yo seré quien te mate pero no hoy ni en está quest. Es por ello que en este turno no tendrás ningún combate sino una misión de rescate. Salva a Sumilde (Ruiseñor) de la jaula. Está muy alto por lo que deberás usar tu ingenio para llegar hasta ella.
* Ambos: Hemos llegado al clímax de la historia. Todos los secretos han sido desvelados. Si tenéis dudas todavía de lo que ha pasado en algún punto sois libres de enviarme un mp y preguntar. Todos los personajes ya han sido presentados y ahora todos están a vuestra disposición.
Sigel
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
El teatro es un arte extraño, las máscaras que cubren los rostros de los actores, no son si no un modo de ocultar lo que sienten de verdad, es la forma que tienen de enterrar su vida, sus pensamientos, sus sentimientos, por un breve instante, es el modo en el que pueden ser otra persona, y permitir que no se les juzgue, ya que, una vez se abre el telón y la función da inicio, dejan de ser ellos. Cambian de cara, de voz, de mirada, de vida, con tal de interpretar su papel, hasta que el telón cae, las luces se apagan, y únicamente queda la inmensa oscuridad de un escenario vacío y un alma rota que, al dejar de lado su personaje, su farsa, siente la soledad de quien pierde a un hermano.
Alanna era experta en fingimientos, su trabajo así se lo había enseñado, y también era experta en perdidas, eso, se lo había enseñado la vida. Pero ese día, ese día no iba a perder, ya había perdido demasiado, durante demasiado tiempo, el telón de esa aldea llevaba abierto muchos días, y era hora de que la obra finalizase y se cerrase la cortina, era momento de dejar paso a la oscuridad del teatro vacío y permitir que los actores celebrasen su éxito, pero para ello necesitaban a la actriz principal, que seguía presa de su papel.
A la carrera, Maggy, Red y Alanna, en su papel de mercenaria, seguían las marcas de las paredes, demasiado claras como para ser simple casualidad. Elise, a espaldas del guardia, seguía dormitando en ese extraño trance que daba la impresión de no tener fin alguno. La "mercenaria" seguía preocupada por su hermana, pero no tenía tiempo para perder con arrullos, la había perdido a ella, una vez, no volvería a hacerlo, aunque eso significase que la tuviera que seguir al mismísimo infierno para traerla de vuelta. Pero en esa ocasión, había alguien que parecía correr más peligro que su pequeña Elise, Frea.
A penas conocía a esa mujer de valor irrompible y corazón de oro, casi no sabía de su vida, su pasado, sus pensamientos o sueños, pero lo poco que conocía de esa mujer, la había cautivado, y, como una kamikaze, seguía su instinto, que le gritaba que la joven madre con garras de tigre necesitaba su ayuda. Su principio había sido duro, había mentido a la que se había vuelto, en apenas unos instantes, una inmejorable compañera de armas. La conocía poco, pero la había llegado a apreciar, igual que comenzaba a coger cariño a esos dos que la acompañaban discutiendo como niños, serios pero entusiastas.
Salieron de los pasillos y se toparon con unas inmensas puertas ricamente decoradas de madera, oro y marfil, el templo de Odín; Sabiduría, guerra y muerte se congregaban en una sola figura, en una sola sala. Las puertas cerradas les permitían escuchar sonidos de pelea en el interior, pero si entraban de golpe, sin prever nada, podrían acabar muertos o matando a los presentes, incluso, si es que dentro se encontraba ella, a Frea.
- Escondamos a Elise y busquemos otro modo de entrar.- Propuso Alanna, mirando a todos lados, intentando encontrar ni que fuera un conducto de aire.
Estando todos de acuerdo, Alanna comenzó, nuevamente, a observar el pasillo, lo único destacable era un tragaluz del techo, que por lo que le comentaron los otros presentes, se repetía en el interior de la sala contigua, donde las únicas entradas de luz eran, esa, y un par de ventanucos que más que iluminar, únicamente molestaban.
Soltando la cortina que ataba a Elise a la espalda de Red, la lanzó de lado a lado, por una alta viga, haciendo un nudo para que la parte lanzada pesara más y volviera a caer, su fuerza no alcanzaba, y al final, fue Red quien tuvo que encalar la tela. Con un suave beso en la frente, Alanna se despidió de Elise, que quedaría oculta tras un cuadro en la pared donde tiempo atrás se habían guardado inciensos, y recordó que, cuando estuviera dentro, abriría las puertas para que quienes la acompañaban entrasen a tropel y la ayudasen con lo que hubiera dentro.
Mientras los guardias sostenían la cortina, Alanna se la enredó en cuerpo y pies y comenzó su escalada, sintiéndose bastante segura por la fuerza con que había enredado la tela. En su subida, resbaló un instante, pero logró recuperarse y alcanzar el techo. Avanzó por la viga tras soltar su amarre y recogió la tela para usarla como soga, nuevamente, y bajar del techo. Recorrió con equilibrio el soporte y llegó al tragaluz bajo la atenta mirada de Maggy y Red, que parecían mirarla preocupados y sorprendidos.
Se despidió con un gesto de la mano y, sacando los brazos al exterior, se encaramó al tragaluz y salió al tejado. La altura era impresionante, tanto que se sentía volar. Bajó todo un piso de altura para lograr entrar al templo y, desde la entrada de luz, poniendose en el lado contrario al sol, para que fuera imposible ver su sombra, contempló la escena.
En el centro, Frea crucificada, y con varios cortes, parecía semiinconsciente, presa del dolor, tal vez fuera por la distancia, pero Alanna no veía lágrimas en sus ojos, solo decisión. La Gata distinguió en Frea la misma mascara que usaba ella en sus misiones, cuando debía matar, o la que se ponía cuando resultaba herida o se sentía sola, la mascara de la fortaleza, que la joven en cruz portaba como la mejor de las actrices. Si Alanna hacía algo, debía hacerlo ya, cuando el sol estaba en alto y cubriría su sombra, dejándola caer como la espada justiciera de Odín. No querían una guerra santa, pues habían convocado al ángel del infierno.
Dejó caer primero la cortina, que cubrió el rostro del alcalde, que miraba despistado hacia su frente, y, mientras el hombre se intentaba dashacer de la tela, Alanna, espada en alto, saltó desde su puesto de altura y calló sobre el tipo golpeandolo con el mango en la cara, rompiéndole la nariz a un sorprendido y preocupado alcalde que dejaba mostrar todas sus emociones en la cara.
- ¡Ahora!- gritó la guarda dando la pauta de entrada a los otros dos que permanecían fuera.
Entraron a tropel mientras Alanna golpeaba sin piedad el rostro del tipo con el reverso de su hierro, quería que sufriera y sintiera cada uno de los golpes y cada uno de los huesos que empezaban a romperse le. El hombre, afortunadamente, ni tiempo para reaccionar había tenido, pues, si hubiera podido, habría notado el dolor que Alanna reflejaba en el rostro tras la caída. Había sentido un ruidoso crac en su tobillo, más que probablemente roto, y un horrible golpe en las costillas que le había dado el mismo alcalde al caer al suelo.
Mientras la pelea de Alanna se desenvolvía entre los golpes de ella y un hombre ya indefenso que había perdido incluso su cuchillo, Red y Maggy habían tomado al hijo del alcalde para socorrer a Gardian. El muchacho de puños dorados, furioso por lo que le estaba sucediendo a su padre, se revolvía entre los golpes y espadados que intentaban asestarle.
El alcalde, con el rostro lleno de sangre y con un golpe tremendo en la espalda, se zafó de Alanna lanzándola por las escaleras, logrando abrir una brecha en la frente de la chica, que rodó por el suelo sin querer soltar su arma. Levantándose con dificultad, la chica se puso en guardia, dispuesta a asestar el último golpe. Ese hombre era el
La joven furiosa, parecía no ser capaz de detener su iracundo ataque, porque por culpa de ese hombre había muerto Merodie, habían muerto muchas personas, y sufrido muchísimas más, por culpa de ese hombre, Frea estaba en un estado casi comatoso, su hermana seguía en ese extraño trance, Eltrant estaba herido de gravedad, y toda la aldea se encontraba rota. La Gata era incapaz de entender como podían permitir los dioses que gente así siguiera existiendo.
La lucha se volvió una pelea de miradas, el Alcalde, que aun no lograba levantarse del suelo, mareado, probablemente por los repetidos golpes de la Gata, se intentaba limpiar la sangre del rostro. Su hijo, estaba herido, y lo retenían por fin, en un rincón de la sala.
- Es la hora de que paguéis lo que habéis hecho, ¿creéis que por estar aquí los dioses van a ser benevolentes? JA, no me hagáis reír, los dioses no son buenos, y mucho menos con escoria como vosotros, habéis dado muerte a todo un pueblo, y ensuciado su templo, lo dioses van a caer sobre vosotros, y lo harán con todas sus fuerzas.- escupió al suelo Alanna, con mirada seria, lanzando la sangre que, de su propia frente, había entrado en su boca.
La función llegaba a su fin, caía por fin el telón que proclamaba el final de la obra, la última escena estaba por suceder, y sus protagonistas se encontraban en el lugar marcado, listos para iniciarla última coreografía, el corazón del publico palpitaba con fuerza, era la hora, la hora de poner fin a la obra.
La oscuridad bañada de destellos seguía rodeándola cálidamente, el azul que había protagonizado sus ensoñaciones se disipaba poco a poco para dar paso a un cálido naranja que hacía tiempo no era capaz de contemplar. Esa luz que solo había visto en sueños cuando era muy niña, la luz que siempre la había arropado por las noches mientras había existido en esa tierra, la luz de su madre.
- Mamá...- Murmuró Elise con una voz que sonaba como el trino de un pájaro llevado por el viento.
- Se está bien aquí, ¿cierto, cielo?- susurró la calida voz anaranjada.- Pero creo que es momento de volver.
- Pero, Mamá, estoy cansada...- lloriqueó la chica.
- Lo se amor, pero no eres la única cansada, mira esto.- dentro de la luz apareció la imagen de Frea, orgullosa aun en su situación, de Eltrant, moribundo y sangrante pero aun buscando a quien prestar alluda y, finalmente, su hermana, ensangrentada, herida, con los ojos envueltos en sus propias tinieblas, pero de pie, luchando.- ellos también están cansados, pero siguen adelante.
- Ella, siempre ella, ¿Por qué es siempre ella?- preguntó entre llantos.
- Porque ella es la fuerza y el valor que a ti te falta.- respondió la voz maternal, dando una ligera caricia en el pelo de la chica.- Pero ella también necesita que tu seas su fuerza. Debes apresurarte y ayudar a tu hermana.- la escena cambió radicalmente, Alanna caía por las escalinatas.- ¿Crees que las personas fuertes no necesitan alguien en quien confiar?- Cuestionó la voz maternal.- Tu hermana también se cansa, también duda y llora, ella también quiere rendirse en muchas ocasiones, y demasiadas veces, no sabe como hacerlo, ¿Qué te dijo cuando te vio?
- Que cuando me creyó muerta, murió conmigo.- murmuró una Elise, preocupada.
- ¿Ves? Todos necesitan a alguien frente al que quitarse la mascara, frente al que llorar sin ser juzgados, recibiendo un abrazo en lugar de una crítica, tu hermana siempre fue el tuyo, es hora de que canviéis las tornas, ¿Vas a abandonar a alguien que sufre de ese modo por ti y que te quiere tanto como para arriesgar su propia vida? Yo jamás eduqué así a mis hijas.- regañó la luz, tomando forma corpórea. Una mujer de oscuros y largos cabellos negros, rizados y desordenados, con un vestido blanco.
- Mamá- lloró con fuerza Elise, abrazando la figura de su madre.- Lo siento mamá, no he sido buena, he de ir a ayudarla, no debí dejarla sola nunca.- se arrepintió con fuerza.
- Curioso, tu hermana me dijo lo mismo cuando vino a verme a la tumba.- Comentó sonriente y con suavidad la voz en suave eco de la mujer. - Cuidaos hijas, sois hermanas, aunque todo el mundo desaparezca, vosotras siempre estaréis unidas, ese fue el único regalo que vuestro padre y yo pudimos daros, el teneros la una a la otras.- sonrió desvaneciéndose.
- Si, Mamá.- sonrió Ely, sintiéndose una niña.- ¡Espera, no te vayas, Mamá, Mamá!.- Y Elise volvió a quedarse en la oscuridad plagada de motas de color, viendo pelear a su hermana, deseando estar junto a ella, luchando, más que nunca, por despertar.
Alanna era experta en fingimientos, su trabajo así se lo había enseñado, y también era experta en perdidas, eso, se lo había enseñado la vida. Pero ese día, ese día no iba a perder, ya había perdido demasiado, durante demasiado tiempo, el telón de esa aldea llevaba abierto muchos días, y era hora de que la obra finalizase y se cerrase la cortina, era momento de dejar paso a la oscuridad del teatro vacío y permitir que los actores celebrasen su éxito, pero para ello necesitaban a la actriz principal, que seguía presa de su papel.
A la carrera, Maggy, Red y Alanna, en su papel de mercenaria, seguían las marcas de las paredes, demasiado claras como para ser simple casualidad. Elise, a espaldas del guardia, seguía dormitando en ese extraño trance que daba la impresión de no tener fin alguno. La "mercenaria" seguía preocupada por su hermana, pero no tenía tiempo para perder con arrullos, la había perdido a ella, una vez, no volvería a hacerlo, aunque eso significase que la tuviera que seguir al mismísimo infierno para traerla de vuelta. Pero en esa ocasión, había alguien que parecía correr más peligro que su pequeña Elise, Frea.
A penas conocía a esa mujer de valor irrompible y corazón de oro, casi no sabía de su vida, su pasado, sus pensamientos o sueños, pero lo poco que conocía de esa mujer, la había cautivado, y, como una kamikaze, seguía su instinto, que le gritaba que la joven madre con garras de tigre necesitaba su ayuda. Su principio había sido duro, había mentido a la que se había vuelto, en apenas unos instantes, una inmejorable compañera de armas. La conocía poco, pero la había llegado a apreciar, igual que comenzaba a coger cariño a esos dos que la acompañaban discutiendo como niños, serios pero entusiastas.
Salieron de los pasillos y se toparon con unas inmensas puertas ricamente decoradas de madera, oro y marfil, el templo de Odín; Sabiduría, guerra y muerte se congregaban en una sola figura, en una sola sala. Las puertas cerradas les permitían escuchar sonidos de pelea en el interior, pero si entraban de golpe, sin prever nada, podrían acabar muertos o matando a los presentes, incluso, si es que dentro se encontraba ella, a Frea.
- Escondamos a Elise y busquemos otro modo de entrar.- Propuso Alanna, mirando a todos lados, intentando encontrar ni que fuera un conducto de aire.
Estando todos de acuerdo, Alanna comenzó, nuevamente, a observar el pasillo, lo único destacable era un tragaluz del techo, que por lo que le comentaron los otros presentes, se repetía en el interior de la sala contigua, donde las únicas entradas de luz eran, esa, y un par de ventanucos que más que iluminar, únicamente molestaban.
Soltando la cortina que ataba a Elise a la espalda de Red, la lanzó de lado a lado, por una alta viga, haciendo un nudo para que la parte lanzada pesara más y volviera a caer, su fuerza no alcanzaba, y al final, fue Red quien tuvo que encalar la tela. Con un suave beso en la frente, Alanna se despidió de Elise, que quedaría oculta tras un cuadro en la pared donde tiempo atrás se habían guardado inciensos, y recordó que, cuando estuviera dentro, abriría las puertas para que quienes la acompañaban entrasen a tropel y la ayudasen con lo que hubiera dentro.
Mientras los guardias sostenían la cortina, Alanna se la enredó en cuerpo y pies y comenzó su escalada, sintiéndose bastante segura por la fuerza con que había enredado la tela. En su subida, resbaló un instante, pero logró recuperarse y alcanzar el techo. Avanzó por la viga tras soltar su amarre y recogió la tela para usarla como soga, nuevamente, y bajar del techo. Recorrió con equilibrio el soporte y llegó al tragaluz bajo la atenta mirada de Maggy y Red, que parecían mirarla preocupados y sorprendidos.
Se despidió con un gesto de la mano y, sacando los brazos al exterior, se encaramó al tragaluz y salió al tejado. La altura era impresionante, tanto que se sentía volar. Bajó todo un piso de altura para lograr entrar al templo y, desde la entrada de luz, poniendose en el lado contrario al sol, para que fuera imposible ver su sombra, contempló la escena.
En el centro, Frea crucificada, y con varios cortes, parecía semiinconsciente, presa del dolor, tal vez fuera por la distancia, pero Alanna no veía lágrimas en sus ojos, solo decisión. La Gata distinguió en Frea la misma mascara que usaba ella en sus misiones, cuando debía matar, o la que se ponía cuando resultaba herida o se sentía sola, la mascara de la fortaleza, que la joven en cruz portaba como la mejor de las actrices. Si Alanna hacía algo, debía hacerlo ya, cuando el sol estaba en alto y cubriría su sombra, dejándola caer como la espada justiciera de Odín. No querían una guerra santa, pues habían convocado al ángel del infierno.
Dejó caer primero la cortina, que cubrió el rostro del alcalde, que miraba despistado hacia su frente, y, mientras el hombre se intentaba dashacer de la tela, Alanna, espada en alto, saltó desde su puesto de altura y calló sobre el tipo golpeandolo con el mango en la cara, rompiéndole la nariz a un sorprendido y preocupado alcalde que dejaba mostrar todas sus emociones en la cara.
- ¡Ahora!- gritó la guarda dando la pauta de entrada a los otros dos que permanecían fuera.
Entraron a tropel mientras Alanna golpeaba sin piedad el rostro del tipo con el reverso de su hierro, quería que sufriera y sintiera cada uno de los golpes y cada uno de los huesos que empezaban a romperse le. El hombre, afortunadamente, ni tiempo para reaccionar había tenido, pues, si hubiera podido, habría notado el dolor que Alanna reflejaba en el rostro tras la caída. Había sentido un ruidoso crac en su tobillo, más que probablemente roto, y un horrible golpe en las costillas que le había dado el mismo alcalde al caer al suelo.
Mientras la pelea de Alanna se desenvolvía entre los golpes de ella y un hombre ya indefenso que había perdido incluso su cuchillo, Red y Maggy habían tomado al hijo del alcalde para socorrer a Gardian. El muchacho de puños dorados, furioso por lo que le estaba sucediendo a su padre, se revolvía entre los golpes y espadados que intentaban asestarle.
El alcalde, con el rostro lleno de sangre y con un golpe tremendo en la espalda, se zafó de Alanna lanzándola por las escaleras, logrando abrir una brecha en la frente de la chica, que rodó por el suelo sin querer soltar su arma. Levantándose con dificultad, la chica se puso en guardia, dispuesta a asestar el último golpe. Ese hombre era el
La joven furiosa, parecía no ser capaz de detener su iracundo ataque, porque por culpa de ese hombre había muerto Merodie, habían muerto muchas personas, y sufrido muchísimas más, por culpa de ese hombre, Frea estaba en un estado casi comatoso, su hermana seguía en ese extraño trance, Eltrant estaba herido de gravedad, y toda la aldea se encontraba rota. La Gata era incapaz de entender como podían permitir los dioses que gente así siguiera existiendo.
La lucha se volvió una pelea de miradas, el Alcalde, que aun no lograba levantarse del suelo, mareado, probablemente por los repetidos golpes de la Gata, se intentaba limpiar la sangre del rostro. Su hijo, estaba herido, y lo retenían por fin, en un rincón de la sala.
- Es la hora de que paguéis lo que habéis hecho, ¿creéis que por estar aquí los dioses van a ser benevolentes? JA, no me hagáis reír, los dioses no son buenos, y mucho menos con escoria como vosotros, habéis dado muerte a todo un pueblo, y ensuciado su templo, lo dioses van a caer sobre vosotros, y lo harán con todas sus fuerzas.- escupió al suelo Alanna, con mirada seria, lanzando la sangre que, de su propia frente, había entrado en su boca.
La función llegaba a su fin, caía por fin el telón que proclamaba el final de la obra, la última escena estaba por suceder, y sus protagonistas se encontraban en el lugar marcado, listos para iniciarla última coreografía, el corazón del publico palpitaba con fuerza, era la hora, la hora de poner fin a la obra.
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*Elise*La oscuridad bañada de destellos seguía rodeándola cálidamente, el azul que había protagonizado sus ensoñaciones se disipaba poco a poco para dar paso a un cálido naranja que hacía tiempo no era capaz de contemplar. Esa luz que solo había visto en sueños cuando era muy niña, la luz que siempre la había arropado por las noches mientras había existido en esa tierra, la luz de su madre.
- Mamá...- Murmuró Elise con una voz que sonaba como el trino de un pájaro llevado por el viento.
- Se está bien aquí, ¿cierto, cielo?- susurró la calida voz anaranjada.- Pero creo que es momento de volver.
- Pero, Mamá, estoy cansada...- lloriqueó la chica.
- Lo se amor, pero no eres la única cansada, mira esto.- dentro de la luz apareció la imagen de Frea, orgullosa aun en su situación, de Eltrant, moribundo y sangrante pero aun buscando a quien prestar alluda y, finalmente, su hermana, ensangrentada, herida, con los ojos envueltos en sus propias tinieblas, pero de pie, luchando.- ellos también están cansados, pero siguen adelante.
- Ella, siempre ella, ¿Por qué es siempre ella?- preguntó entre llantos.
- Porque ella es la fuerza y el valor que a ti te falta.- respondió la voz maternal, dando una ligera caricia en el pelo de la chica.- Pero ella también necesita que tu seas su fuerza. Debes apresurarte y ayudar a tu hermana.- la escena cambió radicalmente, Alanna caía por las escalinatas.- ¿Crees que las personas fuertes no necesitan alguien en quien confiar?- Cuestionó la voz maternal.- Tu hermana también se cansa, también duda y llora, ella también quiere rendirse en muchas ocasiones, y demasiadas veces, no sabe como hacerlo, ¿Qué te dijo cuando te vio?
- Que cuando me creyó muerta, murió conmigo.- murmuró una Elise, preocupada.
- ¿Ves? Todos necesitan a alguien frente al que quitarse la mascara, frente al que llorar sin ser juzgados, recibiendo un abrazo en lugar de una crítica, tu hermana siempre fue el tuyo, es hora de que canviéis las tornas, ¿Vas a abandonar a alguien que sufre de ese modo por ti y que te quiere tanto como para arriesgar su propia vida? Yo jamás eduqué así a mis hijas.- regañó la luz, tomando forma corpórea. Una mujer de oscuros y largos cabellos negros, rizados y desordenados, con un vestido blanco.
- Mamá- lloró con fuerza Elise, abrazando la figura de su madre.- Lo siento mamá, no he sido buena, he de ir a ayudarla, no debí dejarla sola nunca.- se arrepintió con fuerza.
- Curioso, tu hermana me dijo lo mismo cuando vino a verme a la tumba.- Comentó sonriente y con suavidad la voz en suave eco de la mujer. - Cuidaos hijas, sois hermanas, aunque todo el mundo desaparezca, vosotras siempre estaréis unidas, ese fue el único regalo que vuestro padre y yo pudimos daros, el teneros la una a la otras.- sonrió desvaneciéndose.
- Si, Mamá.- sonrió Ely, sintiéndose una niña.- ¡Espera, no te vayas, Mamá, Mamá!.- Y Elise volvió a quedarse en la oscuridad plagada de motas de color, viendo pelear a su hermana, deseando estar junto a ella, luchando, más que nunca, por despertar.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
No había escaleras, no había muebles, no había nada.
– “¿Qué torre no tiene escaleras?” – Un manto de polvo cubría el suelo de la atalaya, nadie había puesto un pie en aquel lugar en días, quizás semanas.
Suspirando agotado oteó la jaula que, a más de un centenar de metros sobre su cabeza, se mecía suavemente, mecida por la brisa que entraba por la puerta que acababan de derribar. El lugar en el que estaba encerrado el “Ruiseñor” no era más que una simple habitación con el techo exageradamente alto, lo más probable era que la hubiesen remodelado expresamente para la prisionera – Una cárcel demasiado elaborada para alguien común – Susurró atusándose la barba, sin apartar sus ojos de la jaula.
- ¿¡Hay alguien ahí arriba?! – Exclamó, usando sus manos para amplificar el sonido de su voz, no recibió ningún tipo de respuesta, si pudo ver en cambio como, la jaula, se movía ligeramente, como si esta hubiese reaccionado de algún modo a su voz.
Cruzándose de brazos cerró los ojos, si Hont no sabía cómo subir ahí arriba, mucho menos él – “¿Cómo diantres voy a subir hasta ahí?” – Se acercó a la pared, tan lisa que parecía estar esculpida a propósito para evitar intrusos, y la palpó con la palma de la mano.
Sintiendo el frio tacto del granito frunció el ceño. – Hont – Sin apartar la mano de la pared llamó la atención de la zarigüeya, que ahora, sentado en uno de los extremos de la atalaya, tatareaba en voz baja una melodía que Eltrant no alcanzó a escuchar con exactitud - ¿Qué necesitas? – Preguntó el hombre-bestia levantándose de inmediato, dispuesto a ayudar en todo lo que pudiese, el séptimo Tale sonrió ante tal muestra de entusiasmo, la actitud de Hont era, como mínimo, contagiosa – Registra todas las habitaciones del castillo, tráeme toda la tela que puedas – Pidió el mercenario a la vez que desenvainaba su espada y la dejaba en el suelo junto a él – Y si lo encuentras, un martillo, vamos a hacer esto por las malas.
Cuando Hont se marchó, dispuesto a realizar la tarea que el mercenario le había encomendado, Eltrant, por otro lado, volvió al salón del Trono.
Las primeras luces del día se empezaban a filtrar por el agujero en la ventana que había hecho Alanna al irrumpir en la estancia que, ahora, se encontraba completamente vacía, incluso el cadáver del falso rey había desaparecido.
Atravesó la habitación de una punta a la otra, sorteando los cadáveres que los aldeanos habían dejado atrás, y cuando llegó a su objetivo, se agachó junto a él; Sin perder más tiempo del necesario en aquel lugar, le arrebató al cadáver del payaso las correas de puñales que llevaba consigo, así como, todos los cuchillos que pudo encontrar, que no fueron pocos.
Varias decenas de minutos más tarde, cuando volvió a pisar la base de la torre, una colección de sabanas, mantas, estandartes y en general, todo tipo de tela que Hont pudo encontrar, yacían a los pies del mercenario
-No he encontrado ningún martillo – Señaló Hont depositando en la mano del mercenario un pesado candelabro – Pero quizás esto sirva ¿No? – Eltrant se pasó el pesado trozo de metal de una mano a otra y asintió, con una sonrisa – Sí, creo que servirá. Ve haciendo una cuerda con todo eso.
Desenvainando uno de los muchos puñales con los que contaba miró hacia arriba y tragó saliva – Espero que sean suficientes… - El castaño golpeó la empuñadura del cuchillo, repetidas veces, contra la pared de granito, hasta que el arma quedó incrustada en la pared - …Ese bufón no escatimaba en calidad. – Dijo para si poniendose de pie sobre dicho puñal, donde dio un par de saltos, comprobando que aquel escalón improvisado soportaría su peso.
– Muy bien – Eltrant se ató la cuerda que acababan de fabricar en torno a la cintura, y el otro extremo al primer escalón – Solo un par de metros más – Sentenció con el fantasma de una sonrisa, mirando el distante techo desde el suelo.
El comienzo de aquella escalada fue mejor de lo que el mercenario esperaba en un principio, al mismo tiempo, abajo, Hont se aseguraba de que la cuerda era lo suficientemente larga, añadiendo pedazos cuando era necesario.
Eltrant, de forma sucesiva, anclaba un puñal a la pared y a continuación, después de atar parte de la cuerda que tenía en dicha daga, trepaba como buenamente podía hasta estar encima de ella, dónde volvía a hacer exactamente lo mismo que antes, fabricando una especie de escalera que, si bien distaba mucho de ser perfecta, era lo mejor que tenía en aquel momento.
-No van a ser suficientes – Farfulló, deteniéndose aproximadamente a mitad de la subida a recuperar el aliento, aquel esfuerzo no solo se había encargado de abrir alguna de las heridas, sino que, por lo que parecía, iba a quedar en nada.
Sin ninguna elección y haciendo gala de una cabezonería usual en la gente del lugar en el que se había criado, procedió a colocarse de puntillas sobre los escalones, tratando de aumentar la distancia entre daga y daga.
-Vamos… - Masculló entre dientes, la jaula comenzaba a estar cada vez más y más cerca - … Ya falta poc… - Resbaló, fue de forma súbita, aquel último puñal no estaba lo suficientemente bien afianzado a la pared y, como era de esperar, el mercenario se precipitó al vacío.
- ¡No! ¡No! ¡NO! – Girando en el aire frenéticamente, sin control sobre sus movimientos, trató sin suerte de protegerse la cabeza. Afortunadamente, la cuerda que tenía atada a la cintura, la que a su vez estaba afianzada a cada una de las hojas que había incrustado en la pared, sirvió para que el castaño no se estrellase contra el suelo, no obstante, como si de un péndulo se tratase, Eltrant chocó repetidas veces contra las paredes de la torre, hasta que, al cabo de unos segundos demasiado largos, perdió inercia y se quedó quieto, colgando desde el estilete previo al que había perdido.
- ¿¡Estas bien?! – La voz de Hont llegó desde la base de la atalaya, visiblemente preocupada – S..Sí… - El mercenario se meció ligeramente hasta que su mano se cerró de nuevo en torno al pomo de uno de los cuchillos, volviendo a emprender la escalada de nuevo – Ha sido un despiste… – Suspiró aliviado al comprobar que el candelabro que usaba a modo de mazo seguía atado con fuerza a su cinto. – No volverá a pasar… - Lastimado, pero ahora seguro de que aquel arcaico sistema anti caídas podía volver a salvarle la vida, continuó escalando, sin pararse a mirar abajo.
Uno a uno, todos los puñales acabaron anclados en la pared, hasta el último de ellos fue necesario para llegar hasta el punto en el que estaba, frente a la jaula.
Se giró, dispuesto a contemplar quien o que era lo que había en aquella jaula, lo que el falso rey protegía con tanto celo. Una joven, una joven de cabellos tan dorados como el mismo sol, permanecía sentada en un lujoso sillón tapizado con lo que parecía ser a simple vista, cuero de color rojo.
Miraba al mercenario con los ojos muy abiertos, se levantó y se acercó a la parte de la jaula que daba al lugar por el que Eltrant había trepado, a ojos del mercenario la chica debía de estar pensando que todo aquello no era más que un sueño, y no le extrañaba, no todos los días un tipo con su aspecto aparecía así, como si nada, trepando.
– Apártate – Advirtió a la joven, haciendo un gesto con la mano para que retrocediese – Voy a saltar – Tras aquel aviso Eltrant se lanzó contra la jaula, consiguiendo agarrarse a la misma segundos antes de caer al vacío una vez más, sobre todo porque la rubia le asió con fuerza del brazo, impidiendo que este perdiese el equilibrio. – Gracias – Murmuró mirando abajo mientras recuperaba el aliento, el corazón se le iba a salir del pecho, no era alguien hecho para el mar, pero tampoco lo estaba para las alturas.
-Mi nombre es Eltrant Tale – Sonrió a la mujer de ojos azules que estaba detrás de los barrotes, que seguía sujetando con fuerza al mercenario, quizás preocupada de que este cayese si le soltaba - ¿Tu nombre es? – Preguntó al mismo tiempo que buscaba alguna forma de abrir la jaula, Eltrant pudo comprobar como la chica movía los labios, pero no decía nada, no hizo ningún comentario al respecto y siguió tratado de liberar a la chica – Soy... un amigo del pueblo – Estudió la puerta de aquella celda flotante, a diferencia de las cárceles reales, los fabricantes de aquello parecían no creer que nadie llegaría tan arriba, pues no era especialmente firme, ni tampoco gruesa.
-¡Hont! – Gritó con fuerza - ¡Sube aquí! ¡Y trae más cuerda! – Se giró de nuevo hacia la prisionera, quien ahora, con una sonrisa cansada, tenía una pequeña libreta entre las manos en la que había escrito en letra grande la palabra “Sumilde”, la joven señaló la libreta y, tras aquello, se señaló a ella – Sumilde… ¿Es tu nombre? – La chica asintió ante la pregunta, lo que hizo que Eltrant le dedicara una sonrisa – No te preocupes, te sacaré de aquí – Afirmó.
Mientras esperaba a que Hont llegase hasta dónde se encontraban se dedicó a observar la celda de Sumilde, era, básicamente, una pajarera, puede que tuviese una cama, un espejo y una estantería repleta de libros, pero no era más que una jaula llena de lujos. El que hubiese pensado en aquello tenia, o bien un sentido del humor bastante desagradable, o directamente, le gustaba ver sufrir a aquella chica.
- ¡Aquí estoy! – Dijo Hont de buen humor, saltando desde las escaleras hasta la celda - ¡¡Y con lo que me has pedido!! – Eltrant tomó la nueva soga que la zarigüeya le trajo mientras este se ponía al día con la prisionera, hablando acerca de cómo él había ayudado a vencer a los malos y, después de entregar a Sumilde la que llevaba atada a la cintura desde que empezó a trepar, amarró una punta de la nueva a la puerta de la celda y, como había hecho antes, el extremo contrario a su cintura.
-Hont, ayúdala a bajar, voy a abrir la puerta – No había forma alguna de encontrar la llave de la jaula en aquel momento, solo podían confiar en abrirla mediante la fuerza bruta, y la mezcla de altura y poco espacio hacían que, a diferencia que la entrada a la torre, hacer palanca no fuese una opción - ¿Qué vas a…? – Hont no llegó a terminar la pregunta, el mercenario ya se había lanzado al abismo.
-“¡Mala idea! ¡Mala idea! ¡Mala idea! ¡Mala idea!” - Aquellas palabras era lo único que podía escuchar mientras bajaba a una velocidad vertiginosa contra el suelo, lo único que podía hacer era protegerse la cabeza y, confiar, que aquella locura a la que había llamado “plan” en su cabeza momentos antes de saltar funcionara.
Y funcionó, o al menos en parte, aproximadamente a la mitad de la bajada, se detuvo en seco. Un fuerte tirón, seguido de una sensación similar a una fuerte patada en el vientre, le siguió el efecto péndulo que ya había experimentado momentos antes – “Mierda” – Fue lo único que pasó por su cabeza, mientras, sin aire en los pulmones, rebotaba por las paredes de la torre – “La puerta no se ha soltado”
Pero sí lo hizo, varios segundos después de que el mercenario se hubiese detenido en seco, salvando su vida en el trascurso, la fina puerta de metal cedió, arrastrada por el peso y la fuerza de la caída del mercenario.
Ahora sí iba en caída libre, ahora si iba a, muy probablemente, abrirse la cabeza contra el suelo.
O lo hubiese hecho si, en lugar de un grupo de sabanas colocadas, gracias a un uso inteligente de las armaduras de la antesala, a modo de red, se hubiese encontrado la fría y dura losa de mármol del que estaba hecho el suelo.
Después de botar repetidas veces en la red que, sin lugar a dudas, Hont había preparado, y sin pararse a averiguar cómo era que seguía vivo, Eltrant se arrastró fuera de la trayectoria de la puerta, que no tardó en caer tras él, rompiendo la red de sabanas y arrastrando las armaduras en las que se sujetaba.
Liberándose del agarre de la cuerda que tenía en torno a la cintura, el mercenario se gateó hasta la pared más cercana y con los ojos cerrados, esperó a que tanto Hont como Sumilde llegasen hasta allí.
Fue una espera relativamente corta, no calculó exactamente cuánto tardó Sumilde en llegar hasta abajo, lo que si le dio tiempo fue a desmayarse y a despertarse varias veces, cosa que agradeció, ya que aquello era lo más parecido a un descanso que había tenido desde que entró en el castillo.
“Gracias” Leyó Eltrant en la libretita que Sumilde cargaba consigo cuando puso, seguramente por primera vez en mucho tiempo, sus pies en tierra firme. – No hay de que – Contestó Eltrant incorporándose ayudado por la pared, no estaba tan mal teniendo en cuenta lo que acababa de hacer; Algunos moratones que antes no tenía y se habían abierto algunas heridas, pero seguía estando consciente, podía seguir adelante un poco más. – No le digas esto a Alanna ¿Vale? – Le dijo a Hont inmediatamente después.
– “¿Qué torre no tiene escaleras?” – Un manto de polvo cubría el suelo de la atalaya, nadie había puesto un pie en aquel lugar en días, quizás semanas.
Suspirando agotado oteó la jaula que, a más de un centenar de metros sobre su cabeza, se mecía suavemente, mecida por la brisa que entraba por la puerta que acababan de derribar. El lugar en el que estaba encerrado el “Ruiseñor” no era más que una simple habitación con el techo exageradamente alto, lo más probable era que la hubiesen remodelado expresamente para la prisionera – Una cárcel demasiado elaborada para alguien común – Susurró atusándose la barba, sin apartar sus ojos de la jaula.
- ¿¡Hay alguien ahí arriba?! – Exclamó, usando sus manos para amplificar el sonido de su voz, no recibió ningún tipo de respuesta, si pudo ver en cambio como, la jaula, se movía ligeramente, como si esta hubiese reaccionado de algún modo a su voz.
Cruzándose de brazos cerró los ojos, si Hont no sabía cómo subir ahí arriba, mucho menos él – “¿Cómo diantres voy a subir hasta ahí?” – Se acercó a la pared, tan lisa que parecía estar esculpida a propósito para evitar intrusos, y la palpó con la palma de la mano.
Sintiendo el frio tacto del granito frunció el ceño. – Hont – Sin apartar la mano de la pared llamó la atención de la zarigüeya, que ahora, sentado en uno de los extremos de la atalaya, tatareaba en voz baja una melodía que Eltrant no alcanzó a escuchar con exactitud - ¿Qué necesitas? – Preguntó el hombre-bestia levantándose de inmediato, dispuesto a ayudar en todo lo que pudiese, el séptimo Tale sonrió ante tal muestra de entusiasmo, la actitud de Hont era, como mínimo, contagiosa – Registra todas las habitaciones del castillo, tráeme toda la tela que puedas – Pidió el mercenario a la vez que desenvainaba su espada y la dejaba en el suelo junto a él – Y si lo encuentras, un martillo, vamos a hacer esto por las malas.
Cuando Hont se marchó, dispuesto a realizar la tarea que el mercenario le había encomendado, Eltrant, por otro lado, volvió al salón del Trono.
Las primeras luces del día se empezaban a filtrar por el agujero en la ventana que había hecho Alanna al irrumpir en la estancia que, ahora, se encontraba completamente vacía, incluso el cadáver del falso rey había desaparecido.
Atravesó la habitación de una punta a la otra, sorteando los cadáveres que los aldeanos habían dejado atrás, y cuando llegó a su objetivo, se agachó junto a él; Sin perder más tiempo del necesario en aquel lugar, le arrebató al cadáver del payaso las correas de puñales que llevaba consigo, así como, todos los cuchillos que pudo encontrar, que no fueron pocos.
Varias decenas de minutos más tarde, cuando volvió a pisar la base de la torre, una colección de sabanas, mantas, estandartes y en general, todo tipo de tela que Hont pudo encontrar, yacían a los pies del mercenario
-No he encontrado ningún martillo – Señaló Hont depositando en la mano del mercenario un pesado candelabro – Pero quizás esto sirva ¿No? – Eltrant se pasó el pesado trozo de metal de una mano a otra y asintió, con una sonrisa – Sí, creo que servirá. Ve haciendo una cuerda con todo eso.
Desenvainando uno de los muchos puñales con los que contaba miró hacia arriba y tragó saliva – Espero que sean suficientes… - El castaño golpeó la empuñadura del cuchillo, repetidas veces, contra la pared de granito, hasta que el arma quedó incrustada en la pared - …Ese bufón no escatimaba en calidad. – Dijo para si poniendose de pie sobre dicho puñal, donde dio un par de saltos, comprobando que aquel escalón improvisado soportaría su peso.
– Muy bien – Eltrant se ató la cuerda que acababan de fabricar en torno a la cintura, y el otro extremo al primer escalón – Solo un par de metros más – Sentenció con el fantasma de una sonrisa, mirando el distante techo desde el suelo.
El comienzo de aquella escalada fue mejor de lo que el mercenario esperaba en un principio, al mismo tiempo, abajo, Hont se aseguraba de que la cuerda era lo suficientemente larga, añadiendo pedazos cuando era necesario.
Eltrant, de forma sucesiva, anclaba un puñal a la pared y a continuación, después de atar parte de la cuerda que tenía en dicha daga, trepaba como buenamente podía hasta estar encima de ella, dónde volvía a hacer exactamente lo mismo que antes, fabricando una especie de escalera que, si bien distaba mucho de ser perfecta, era lo mejor que tenía en aquel momento.
-No van a ser suficientes – Farfulló, deteniéndose aproximadamente a mitad de la subida a recuperar el aliento, aquel esfuerzo no solo se había encargado de abrir alguna de las heridas, sino que, por lo que parecía, iba a quedar en nada.
Sin ninguna elección y haciendo gala de una cabezonería usual en la gente del lugar en el que se había criado, procedió a colocarse de puntillas sobre los escalones, tratando de aumentar la distancia entre daga y daga.
-Vamos… - Masculló entre dientes, la jaula comenzaba a estar cada vez más y más cerca - … Ya falta poc… - Resbaló, fue de forma súbita, aquel último puñal no estaba lo suficientemente bien afianzado a la pared y, como era de esperar, el mercenario se precipitó al vacío.
- ¡No! ¡No! ¡NO! – Girando en el aire frenéticamente, sin control sobre sus movimientos, trató sin suerte de protegerse la cabeza. Afortunadamente, la cuerda que tenía atada a la cintura, la que a su vez estaba afianzada a cada una de las hojas que había incrustado en la pared, sirvió para que el castaño no se estrellase contra el suelo, no obstante, como si de un péndulo se tratase, Eltrant chocó repetidas veces contra las paredes de la torre, hasta que, al cabo de unos segundos demasiado largos, perdió inercia y se quedó quieto, colgando desde el estilete previo al que había perdido.
- ¿¡Estas bien?! – La voz de Hont llegó desde la base de la atalaya, visiblemente preocupada – S..Sí… - El mercenario se meció ligeramente hasta que su mano se cerró de nuevo en torno al pomo de uno de los cuchillos, volviendo a emprender la escalada de nuevo – Ha sido un despiste… – Suspiró aliviado al comprobar que el candelabro que usaba a modo de mazo seguía atado con fuerza a su cinto. – No volverá a pasar… - Lastimado, pero ahora seguro de que aquel arcaico sistema anti caídas podía volver a salvarle la vida, continuó escalando, sin pararse a mirar abajo.
Uno a uno, todos los puñales acabaron anclados en la pared, hasta el último de ellos fue necesario para llegar hasta el punto en el que estaba, frente a la jaula.
Se giró, dispuesto a contemplar quien o que era lo que había en aquella jaula, lo que el falso rey protegía con tanto celo. Una joven, una joven de cabellos tan dorados como el mismo sol, permanecía sentada en un lujoso sillón tapizado con lo que parecía ser a simple vista, cuero de color rojo.
Miraba al mercenario con los ojos muy abiertos, se levantó y se acercó a la parte de la jaula que daba al lugar por el que Eltrant había trepado, a ojos del mercenario la chica debía de estar pensando que todo aquello no era más que un sueño, y no le extrañaba, no todos los días un tipo con su aspecto aparecía así, como si nada, trepando.
– Apártate – Advirtió a la joven, haciendo un gesto con la mano para que retrocediese – Voy a saltar – Tras aquel aviso Eltrant se lanzó contra la jaula, consiguiendo agarrarse a la misma segundos antes de caer al vacío una vez más, sobre todo porque la rubia le asió con fuerza del brazo, impidiendo que este perdiese el equilibrio. – Gracias – Murmuró mirando abajo mientras recuperaba el aliento, el corazón se le iba a salir del pecho, no era alguien hecho para el mar, pero tampoco lo estaba para las alturas.
-Mi nombre es Eltrant Tale – Sonrió a la mujer de ojos azules que estaba detrás de los barrotes, que seguía sujetando con fuerza al mercenario, quizás preocupada de que este cayese si le soltaba - ¿Tu nombre es? – Preguntó al mismo tiempo que buscaba alguna forma de abrir la jaula, Eltrant pudo comprobar como la chica movía los labios, pero no decía nada, no hizo ningún comentario al respecto y siguió tratado de liberar a la chica – Soy... un amigo del pueblo – Estudió la puerta de aquella celda flotante, a diferencia de las cárceles reales, los fabricantes de aquello parecían no creer que nadie llegaría tan arriba, pues no era especialmente firme, ni tampoco gruesa.
-¡Hont! – Gritó con fuerza - ¡Sube aquí! ¡Y trae más cuerda! – Se giró de nuevo hacia la prisionera, quien ahora, con una sonrisa cansada, tenía una pequeña libreta entre las manos en la que había escrito en letra grande la palabra “Sumilde”, la joven señaló la libreta y, tras aquello, se señaló a ella – Sumilde… ¿Es tu nombre? – La chica asintió ante la pregunta, lo que hizo que Eltrant le dedicara una sonrisa – No te preocupes, te sacaré de aquí – Afirmó.
Mientras esperaba a que Hont llegase hasta dónde se encontraban se dedicó a observar la celda de Sumilde, era, básicamente, una pajarera, puede que tuviese una cama, un espejo y una estantería repleta de libros, pero no era más que una jaula llena de lujos. El que hubiese pensado en aquello tenia, o bien un sentido del humor bastante desagradable, o directamente, le gustaba ver sufrir a aquella chica.
- ¡Aquí estoy! – Dijo Hont de buen humor, saltando desde las escaleras hasta la celda - ¡¡Y con lo que me has pedido!! – Eltrant tomó la nueva soga que la zarigüeya le trajo mientras este se ponía al día con la prisionera, hablando acerca de cómo él había ayudado a vencer a los malos y, después de entregar a Sumilde la que llevaba atada a la cintura desde que empezó a trepar, amarró una punta de la nueva a la puerta de la celda y, como había hecho antes, el extremo contrario a su cintura.
-Hont, ayúdala a bajar, voy a abrir la puerta – No había forma alguna de encontrar la llave de la jaula en aquel momento, solo podían confiar en abrirla mediante la fuerza bruta, y la mezcla de altura y poco espacio hacían que, a diferencia que la entrada a la torre, hacer palanca no fuese una opción - ¿Qué vas a…? – Hont no llegó a terminar la pregunta, el mercenario ya se había lanzado al abismo.
-“¡Mala idea! ¡Mala idea! ¡Mala idea! ¡Mala idea!” - Aquellas palabras era lo único que podía escuchar mientras bajaba a una velocidad vertiginosa contra el suelo, lo único que podía hacer era protegerse la cabeza y, confiar, que aquella locura a la que había llamado “plan” en su cabeza momentos antes de saltar funcionara.
Y funcionó, o al menos en parte, aproximadamente a la mitad de la bajada, se detuvo en seco. Un fuerte tirón, seguido de una sensación similar a una fuerte patada en el vientre, le siguió el efecto péndulo que ya había experimentado momentos antes – “Mierda” – Fue lo único que pasó por su cabeza, mientras, sin aire en los pulmones, rebotaba por las paredes de la torre – “La puerta no se ha soltado”
Pero sí lo hizo, varios segundos después de que el mercenario se hubiese detenido en seco, salvando su vida en el trascurso, la fina puerta de metal cedió, arrastrada por el peso y la fuerza de la caída del mercenario.
Ahora sí iba en caída libre, ahora si iba a, muy probablemente, abrirse la cabeza contra el suelo.
O lo hubiese hecho si, en lugar de un grupo de sabanas colocadas, gracias a un uso inteligente de las armaduras de la antesala, a modo de red, se hubiese encontrado la fría y dura losa de mármol del que estaba hecho el suelo.
Después de botar repetidas veces en la red que, sin lugar a dudas, Hont había preparado, y sin pararse a averiguar cómo era que seguía vivo, Eltrant se arrastró fuera de la trayectoria de la puerta, que no tardó en caer tras él, rompiendo la red de sabanas y arrastrando las armaduras en las que se sujetaba.
Liberándose del agarre de la cuerda que tenía en torno a la cintura, el mercenario se gateó hasta la pared más cercana y con los ojos cerrados, esperó a que tanto Hont como Sumilde llegasen hasta allí.
Fue una espera relativamente corta, no calculó exactamente cuánto tardó Sumilde en llegar hasta abajo, lo que si le dio tiempo fue a desmayarse y a despertarse varias veces, cosa que agradeció, ya que aquello era lo más parecido a un descanso que había tenido desde que entró en el castillo.
“Gracias” Leyó Eltrant en la libretita que Sumilde cargaba consigo cuando puso, seguramente por primera vez en mucho tiempo, sus pies en tierra firme. – No hay de que – Contestó Eltrant incorporándose ayudado por la pared, no estaba tan mal teniendo en cuenta lo que acababa de hacer; Algunos moratones que antes no tenía y se habían abierto algunas heridas, pero seguía estando consciente, podía seguir adelante un poco más. – No le digas esto a Alanna ¿Vale? – Le dijo a Hont inmediatamente después.
Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Frea cerró los ojos antes de que Alanna entrase al santuario de Odín por el techo rompiendo los cristales, antes de que el alcalde recibiese los golpes que le romperían la nariz y antes de que los puños dorados de Jonathan se rasgasen al contacto con la espada. Frea no vio nada. Una parte de ella, bastante más grande de lo esperado, deseaba no ver nunca nada más. Si ahí terminase la historia entonces terminaría bien. ¿No? Con la salida del Sol no se destrozó ninguna nueva familia en la horca. Eso era bueno. Era lo quería: Salvar a la aldea. Y lo había conseguido. Estaba dando su vida y su sangre para conseguir liberar a sus amigos y vecinos.
Cómo eran las cosas. Mientras estaba más cerca de la vida que de la muerte, recordó el último cuento que les contó a sus hijos. Las historias de Dioses eran sus preferidas. Horas atrás, antes de entrar por última vez a la Ruta Roja e ir al palacio, vio a sus hijos durmiendo. Esa misma parte suya que quería dejar de ver nada y morir de una vez, se lamentaba de no haber tenido fuerzas después de la muerte de su marido para contarles a sus hijos más historias de gigantes y Dioses.
Se lamentaba de no haberles contado la historia de Freya. La dama de la muerte y el amor, una bella guerra y una madre con una espada. Si les hubiera contado las épicas batallas de Freya, narrado cómo luchaba y descrito como amaba tal vez sus hijos no llorarían al día siguiente al ver a su madre morir. Ella estaba segura que iba a morir.
Qué irónico, iba a morir atada en el pecho del gran Dios Odín a la vez que pensaba en Freya, una Diosa que podía dejar en jaque a Odín.
Freya montaba en un enorme jabalí de hebras doradas. De oro eran los puños y pies de Jonathan, el hijo del alcalde de la aldea de los malditos Cuelliflojos y del Falso Rey ya difunto. De oro también se convirtió la nariz rota del alcalde. Luego fueron los pies, las manos y todo el pecho. Ambos dos, padre e hijo, pensaron que se trataba de una bendición. Desde el principio estuvieron rezando para que se les concedieran las bendiciones de los Dioses. Querían ser cómo ellos y no lo merecían.
Sí querían poder y riquezas, se les concedería. Odín y Freya les concedería las cosas que pedían. Claro, ¿por qué no? Ya estaban muertos aunque no lo supieran. En el santuario, los vivos se creían muertos y los muertos se veían como vivos.
Los corazones del padre y el hijo dejaron de latir. Su cuerpo se volvió de oro. Muertos, ya lo dijeron los Dioses, estaban muertos.
El castigo empezó por las manos y los pies, los cuales, poco a poco, tomaron la forma de pezuñas. Los dientes de los dos hombres se desgarraron entre ellos creciendo a una velocidad desorbitada. Sus torsos también se hicieron más grandes y se doblaron en forma de arco.
Los hombres gruñeron como cerdos y en cerdos se transformaron. Eran dos jabalíes de casi tres metros de alto. Tocaban el techo del santuario y estaban empezando a tirar el edificio encima de sus cabezas.
Uno de los jabalies dorados, tal vez el alcalde o tal vez el hijo (en su forma animal no se diferenciaban) gruñó y corrió destrozando todas las paredes que a su pasó se encontraban. Torreones, habitaciones o grandes salones… Nada quedaba al paso de las bestias malditas por su avaricia.
* Ambos: Ésta es la última batalla, no me defraudéis. Matad a las bestias.
* Alanna Delteria: Tú te encargarás del jabalí gigante de hebras doradas que se ha quedado donde tú estás. Ten cuidado pues el palacio se está derrumbando. Mata a la bestia. Elise puede despertar en el siguiente turno si lo deseas. No olvides salvar a Frea, está muy herida y cree estar muerta cuando en realidad está más viva que tú y que yo.
* Eltrant Tale: Irás a por la bestia que ha huído de la capilla de Odín. Sobre uno de los grandes colmillos que sobresale de su boca hay una especie de colgante en el que cuelga un frasco. No hay que ser un genio para deducir lo obvio, en ese frasco está la voz de Sumilde; la voz que Bono robó y se la regaló a Jonathan. Recupera la voz. Gardian puede ayudarte, él hará todo por su Sumy.
Cómo eran las cosas. Mientras estaba más cerca de la vida que de la muerte, recordó el último cuento que les contó a sus hijos. Las historias de Dioses eran sus preferidas. Horas atrás, antes de entrar por última vez a la Ruta Roja e ir al palacio, vio a sus hijos durmiendo. Esa misma parte suya que quería dejar de ver nada y morir de una vez, se lamentaba de no haber tenido fuerzas después de la muerte de su marido para contarles a sus hijos más historias de gigantes y Dioses.
Se lamentaba de no haberles contado la historia de Freya. La dama de la muerte y el amor, una bella guerra y una madre con una espada. Si les hubiera contado las épicas batallas de Freya, narrado cómo luchaba y descrito como amaba tal vez sus hijos no llorarían al día siguiente al ver a su madre morir. Ella estaba segura que iba a morir.
Qué irónico, iba a morir atada en el pecho del gran Dios Odín a la vez que pensaba en Freya, una Diosa que podía dejar en jaque a Odín.
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Freya montaba en un enorme jabalí de hebras doradas. De oro eran los puños y pies de Jonathan, el hijo del alcalde de la aldea de los malditos Cuelliflojos y del Falso Rey ya difunto. De oro también se convirtió la nariz rota del alcalde. Luego fueron los pies, las manos y todo el pecho. Ambos dos, padre e hijo, pensaron que se trataba de una bendición. Desde el principio estuvieron rezando para que se les concedieran las bendiciones de los Dioses. Querían ser cómo ellos y no lo merecían.
Sí querían poder y riquezas, se les concedería. Odín y Freya les concedería las cosas que pedían. Claro, ¿por qué no? Ya estaban muertos aunque no lo supieran. En el santuario, los vivos se creían muertos y los muertos se veían como vivos.
Los corazones del padre y el hijo dejaron de latir. Su cuerpo se volvió de oro. Muertos, ya lo dijeron los Dioses, estaban muertos.
El castigo empezó por las manos y los pies, los cuales, poco a poco, tomaron la forma de pezuñas. Los dientes de los dos hombres se desgarraron entre ellos creciendo a una velocidad desorbitada. Sus torsos también se hicieron más grandes y se doblaron en forma de arco.
Los hombres gruñeron como cerdos y en cerdos se transformaron. Eran dos jabalíes de casi tres metros de alto. Tocaban el techo del santuario y estaban empezando a tirar el edificio encima de sus cabezas.
Uno de los jabalies dorados, tal vez el alcalde o tal vez el hijo (en su forma animal no se diferenciaban) gruñó y corrió destrozando todas las paredes que a su pasó se encontraban. Torreones, habitaciones o grandes salones… Nada quedaba al paso de las bestias malditas por su avaricia.
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* Ambos: Ésta es la última batalla, no me defraudéis. Matad a las bestias.
* Alanna Delteria: Tú te encargarás del jabalí gigante de hebras doradas que se ha quedado donde tú estás. Ten cuidado pues el palacio se está derrumbando. Mata a la bestia. Elise puede despertar en el siguiente turno si lo deseas. No olvides salvar a Frea, está muy herida y cree estar muerta cuando en realidad está más viva que tú y que yo.
* Eltrant Tale: Irás a por la bestia que ha huído de la capilla de Odín. Sobre uno de los grandes colmillos que sobresale de su boca hay una especie de colgante en el que cuelga un frasco. No hay que ser un genio para deducir lo obvio, en ese frasco está la voz de Sumilde; la voz que Bono robó y se la regaló a Jonathan. Recupera la voz. Gardian puede ayudarte, él hará todo por su Sumy.
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Alanna y los que se encontraban con ella comenzaron a retirarse, espantados por el escabroso espectáculo que comenzaba a formarse frente a ellos. Con horribles crujidos de huesos y el sonido de los órganos cambiando su aspecto y deteniéndose, resonando a causa de la, demasiado perfecta, acústica del templo, contemplaron como, el castigo de los dioses que Alanna había amenazado en un intento de asustar a los rivales, se hacía patente frente a sus ojos.
El alcalde, frente a la guardia, se retorcía de modo doloroso, entre gritos, hasta que de sus labios dejaron de salir palabras y gritos, las manos, los pies, el cuerpo, todo, comenzaba a cubrirse de oro como si fuera una terrible ironía del destino, habían querido poder, dinero y control, y en ese momento habían ganado el oro, pero perdido todo lo que los hacía humanos, de que les valía la riqueza si no podían disfrutar de ella. Estaba claro que al destino, muchas veces, le gusta burlarse y pagar el todo con el todo.
Dos grandes jabalíes dorados aparecieron en el centro de la sala, gruñendo airados. El que se encontraba más cerca de Gardian y los demás, salió corriendo como si estar en el templo lo quemase, tal vez, así era, al fin y al cabo, ese era el templo de Odín y el jabalí, como cualquier aerindiano que se preciara sabía, era el símbolo de la única diosa que podía poner en jaque al dios de dioses. Uno había escapada, no podían hacer nada por el, quedaba otro.
El gran jabalí dorado embistió de frente contra la Gata, que, como pudo, esquivó el ataque mordiéndose los labios para poder controlar el dolor que le causaba el tobillo. Rodó por el marmol gris hasta dar contra la pared, debía haber algún modo de acabar con esa cosa, pero no había arma que pudiera penetrar en el metal, no era difícil dejar muescas en el oro, al fin y al cabo, era un metal relativamente blando, lo sabía, lo había moldeado para lograr ocultar venenos, pero a pesar de ser moldeable, era difícil de romper.
- ¡Gardian, tu hermana!- llamó al chico atrayendo, además, la atención del animal.
El jabalí corrió hacia ella, que salió rodando, sintiendo que su tobillo no soportaría demasiadas carreras, logró esquivarlo a tiempo para verlo estampar sus cuernos contra la pared y quedarse enganchado, era la oportunidad deshacer algo. Notó el tirón de Red levantándola del suelo.
- Tenemos que salir de aquí, hay que acabar con este bicho.- murmuró mientras saltaba a la pata coja hacia la puerta, sin perder de vista a Gardian que, con Frea a su espalda, los alcanzaba, mientras el jabalí, aun enganchado, peleaba por salir de la roca.
- Podríamos incendiar esto y rezar porque se derrita, las paredes son de roca, el fuego no podría extenderse si cerramos las puertas.- propuso Maggy cogiéndola del otro brazo para ayudar a Red a sacarla de allí.
- Pero antes debemos atarlo o detenerlo de algún modo, no se quedará enganchado en la pared de por vida.- dijo Red al tiempo que, el animal, lograba zafarse de las piedras y sacudir la cabeza, en su busca. - Mierda, salid de aquí, lo intentaré atar.
- Espera, ¿cómo?- Preguntó Gardian ya en la puerta con Frea desmayada a sus espaldas.
- Con la cortina, está siendo más útil que las armas esa cosa.- Bromeó antes de dejarse deslizar por debajo del jabalí y legar hasta las escaleras.
Las chicas y Gardian salieron al pasillo y entrecerraron las puertas, dejando un único resquicio por el que podría pasar Red cuando hubiera acabado son su plan. Desde el exterior, pudieron comprobar como el chico llamaba la atención del cerdo y lograba cegarlo enganchando la tela a los cuernos del animal, cubriéndole la cara. El animal comenzó a dar coces, nervioso, rompiendo la poca madera que había en la sala, enredándose en las telas y derramando sobre si el alcohol que había sobre una mesa. Gardian vio ahí su oportunidad, tomó una antorcha y se la lanzó encima al cerdo que emitió un sonido de dolor.
El guardia corrió hasta salir de la sala y ayudó a cerrarla y bloquearla con un gran trozo de madera que llegaba de lado a lado de la puerta justo a tiempo de notar las embestidas desesperadas del animal. Esperaron, tensos, unos largos minutos, para derretir el oro debían alcanzarse los mil sesenta y cuatro grados. En unos minutos que parecieron eternos, en los que la tensión se podía cortar en el ambiente, dejó de oírse movimiento. Solo el crepitar del fuego en el interior de la sala parecía seguir vivo.
- ¿Qué hacemos? ¿Abrimos?- Preguntó Gardian.
- Supongo...- murmuró Maggy.
Entreabrieron la puerta para no ver más que una capa dorada cubriendo el suelo, y el fuego consumiendo los restos de tela y madera del cuarto. Con un suspiro de alivio general, volvieron a cerrar la puerta, por fin, había un bicho menos, sería mejor ir en busca del otro.
- Bien ahora tal vez....- la frase de Maggy quedó colgada al escuchar un sonido fino, cansado, pero vivo.
- ¿Aly?- Preguntó la voz de Elise, mientras la chica apartaba el cuadro que la había ocultado y salía, algo mareada, de su escondite. -Aly.- corrió a su hermana, que se encontraba sentada en el suelo, incapaz de levantarse por su tobillo.
Sin poder hablar, las hermanas se fundieron en un abrazo. Y como si el tiempo y el mundo mismo se hubiera detenido, hablaron sin palabras, no las necesitaban, Elise había oído todo lo que Alanna había dicho mientras se encontraba en el trance y, en ese instante, lloraba como una niña abrazada a su hermana mayor, como si fuera, nuevamente, una niña. Alanna resistía como podía el escozor de ojos, hasta que le fue imposible, y la primera lágrima resbaló por su mejilla. Todo estaba bien ya, La tenía allí, con ella, en sus brazos, podría, por fin, protegerla.
Los segundos pasaron, antes de que Gardian, viendo la escena, se levantase y dejase a Frea dormitando en un rincón. Se acercó a Maggy y, pidiéndole que cuidara de su hermana, se dirigió en busca de otra joven que, tal vez, también lo necesitara.
Las hermanas parecían haber sido pegadas con algún conjuro mientras Frea era atendida con mimo por los dos guardias, que, dandoles cierta intimidad a las Delteria, se habían alejado para llevar a cabo los tratamientos. Las hermanas aun no hablaban, solo dejaban resvalar las lágrimas que ensuciaban, aun más, sus rostros.
- Lo siento....- murmuró Alanna, siendo la primera en hablar.- debía haberte cuidado mejor, tenía que protegerte.- se escondió en el pelo de la pequeña de las Delteria.
- No, no tenías que hacerlo, era yo quien tendría que haber sido más fuerte.- negó la pequeña.
Se quedaron abrazadas en silencio un rato más, ya no necesitaban más palabras, estaba aclarado todo, estaban juntas. El momento, por desgracia, pronto se rompio, aun no habían terminado y Frea comenzaba a tener fiebre, posiblemente por las heridas, debían llegar pronto a un médico, antes de que se le infectasen, por no hablar del tobillo de Alanna, que comenzaba a hincharse de forma preocupante.
Red subió a Frea a su espalda y entre Elise y Maggy llevaron a Alanna, casi a rastras, por el destrozado pasillo, el jabalí tendría que esperar, antes debían dejar a las heridas bajo el cuidado de algún sanador. Llegaron, nuevamente, a la sala del trono, siguiendo los atajos que Elise les dictaba, y encontraron allí al sanador elfo que poco antes había tratado a Eltrant quien, además, no se encontraba en la sala.
- Habéis vuelto, ¿qué ha pasado?- preguntó el sanador.
- Rápido, trátela, tiene fiebre.- pidió Alanna mientras la dejaban en el suelo, agotada, el trayecto la había dejado sin apenas fuerzas, al fin y al cabo, la resistencia no era lo suyo, su cuerpo, demasiado delgado, no era, tampoco, de ayuda, y el no haber descansado en más de 24 horas, tampoco, pero había llegado hasta allí, y Frea estaba, por fin, siendo tratada, había logrado salvar a alguien, por fin, la única pregunta que rondaba su cabeza era si Eltrant estaría bien, y en que lío se habría metido.
- Tranquila hermana, pronto podremos salir de aquí.- le sonrió Elise mientras le entablillaba la pierna.
El alcalde, frente a la guardia, se retorcía de modo doloroso, entre gritos, hasta que de sus labios dejaron de salir palabras y gritos, las manos, los pies, el cuerpo, todo, comenzaba a cubrirse de oro como si fuera una terrible ironía del destino, habían querido poder, dinero y control, y en ese momento habían ganado el oro, pero perdido todo lo que los hacía humanos, de que les valía la riqueza si no podían disfrutar de ella. Estaba claro que al destino, muchas veces, le gusta burlarse y pagar el todo con el todo.
Dos grandes jabalíes dorados aparecieron en el centro de la sala, gruñendo airados. El que se encontraba más cerca de Gardian y los demás, salió corriendo como si estar en el templo lo quemase, tal vez, así era, al fin y al cabo, ese era el templo de Odín y el jabalí, como cualquier aerindiano que se preciara sabía, era el símbolo de la única diosa que podía poner en jaque al dios de dioses. Uno había escapada, no podían hacer nada por el, quedaba otro.
El gran jabalí dorado embistió de frente contra la Gata, que, como pudo, esquivó el ataque mordiéndose los labios para poder controlar el dolor que le causaba el tobillo. Rodó por el marmol gris hasta dar contra la pared, debía haber algún modo de acabar con esa cosa, pero no había arma que pudiera penetrar en el metal, no era difícil dejar muescas en el oro, al fin y al cabo, era un metal relativamente blando, lo sabía, lo había moldeado para lograr ocultar venenos, pero a pesar de ser moldeable, era difícil de romper.
- ¡Gardian, tu hermana!- llamó al chico atrayendo, además, la atención del animal.
El jabalí corrió hacia ella, que salió rodando, sintiendo que su tobillo no soportaría demasiadas carreras, logró esquivarlo a tiempo para verlo estampar sus cuernos contra la pared y quedarse enganchado, era la oportunidad deshacer algo. Notó el tirón de Red levantándola del suelo.
- Tenemos que salir de aquí, hay que acabar con este bicho.- murmuró mientras saltaba a la pata coja hacia la puerta, sin perder de vista a Gardian que, con Frea a su espalda, los alcanzaba, mientras el jabalí, aun enganchado, peleaba por salir de la roca.
- Podríamos incendiar esto y rezar porque se derrita, las paredes son de roca, el fuego no podría extenderse si cerramos las puertas.- propuso Maggy cogiéndola del otro brazo para ayudar a Red a sacarla de allí.
- Pero antes debemos atarlo o detenerlo de algún modo, no se quedará enganchado en la pared de por vida.- dijo Red al tiempo que, el animal, lograba zafarse de las piedras y sacudir la cabeza, en su busca. - Mierda, salid de aquí, lo intentaré atar.
- Espera, ¿cómo?- Preguntó Gardian ya en la puerta con Frea desmayada a sus espaldas.
- Con la cortina, está siendo más útil que las armas esa cosa.- Bromeó antes de dejarse deslizar por debajo del jabalí y legar hasta las escaleras.
Las chicas y Gardian salieron al pasillo y entrecerraron las puertas, dejando un único resquicio por el que podría pasar Red cuando hubiera acabado son su plan. Desde el exterior, pudieron comprobar como el chico llamaba la atención del cerdo y lograba cegarlo enganchando la tela a los cuernos del animal, cubriéndole la cara. El animal comenzó a dar coces, nervioso, rompiendo la poca madera que había en la sala, enredándose en las telas y derramando sobre si el alcohol que había sobre una mesa. Gardian vio ahí su oportunidad, tomó una antorcha y se la lanzó encima al cerdo que emitió un sonido de dolor.
El guardia corrió hasta salir de la sala y ayudó a cerrarla y bloquearla con un gran trozo de madera que llegaba de lado a lado de la puerta justo a tiempo de notar las embestidas desesperadas del animal. Esperaron, tensos, unos largos minutos, para derretir el oro debían alcanzarse los mil sesenta y cuatro grados. En unos minutos que parecieron eternos, en los que la tensión se podía cortar en el ambiente, dejó de oírse movimiento. Solo el crepitar del fuego en el interior de la sala parecía seguir vivo.
- ¿Qué hacemos? ¿Abrimos?- Preguntó Gardian.
- Supongo...- murmuró Maggy.
Entreabrieron la puerta para no ver más que una capa dorada cubriendo el suelo, y el fuego consumiendo los restos de tela y madera del cuarto. Con un suspiro de alivio general, volvieron a cerrar la puerta, por fin, había un bicho menos, sería mejor ir en busca del otro.
- Bien ahora tal vez....- la frase de Maggy quedó colgada al escuchar un sonido fino, cansado, pero vivo.
- ¿Aly?- Preguntó la voz de Elise, mientras la chica apartaba el cuadro que la había ocultado y salía, algo mareada, de su escondite. -Aly.- corrió a su hermana, que se encontraba sentada en el suelo, incapaz de levantarse por su tobillo.
Sin poder hablar, las hermanas se fundieron en un abrazo. Y como si el tiempo y el mundo mismo se hubiera detenido, hablaron sin palabras, no las necesitaban, Elise había oído todo lo que Alanna había dicho mientras se encontraba en el trance y, en ese instante, lloraba como una niña abrazada a su hermana mayor, como si fuera, nuevamente, una niña. Alanna resistía como podía el escozor de ojos, hasta que le fue imposible, y la primera lágrima resbaló por su mejilla. Todo estaba bien ya, La tenía allí, con ella, en sus brazos, podría, por fin, protegerla.
Los segundos pasaron, antes de que Gardian, viendo la escena, se levantase y dejase a Frea dormitando en un rincón. Se acercó a Maggy y, pidiéndole que cuidara de su hermana, se dirigió en busca de otra joven que, tal vez, también lo necesitara.
Las hermanas parecían haber sido pegadas con algún conjuro mientras Frea era atendida con mimo por los dos guardias, que, dandoles cierta intimidad a las Delteria, se habían alejado para llevar a cabo los tratamientos. Las hermanas aun no hablaban, solo dejaban resvalar las lágrimas que ensuciaban, aun más, sus rostros.
- Lo siento....- murmuró Alanna, siendo la primera en hablar.- debía haberte cuidado mejor, tenía que protegerte.- se escondió en el pelo de la pequeña de las Delteria.
- No, no tenías que hacerlo, era yo quien tendría que haber sido más fuerte.- negó la pequeña.
Se quedaron abrazadas en silencio un rato más, ya no necesitaban más palabras, estaba aclarado todo, estaban juntas. El momento, por desgracia, pronto se rompio, aun no habían terminado y Frea comenzaba a tener fiebre, posiblemente por las heridas, debían llegar pronto a un médico, antes de que se le infectasen, por no hablar del tobillo de Alanna, que comenzaba a hincharse de forma preocupante.
Red subió a Frea a su espalda y entre Elise y Maggy llevaron a Alanna, casi a rastras, por el destrozado pasillo, el jabalí tendría que esperar, antes debían dejar a las heridas bajo el cuidado de algún sanador. Llegaron, nuevamente, a la sala del trono, siguiendo los atajos que Elise les dictaba, y encontraron allí al sanador elfo que poco antes había tratado a Eltrant quien, además, no se encontraba en la sala.
- Habéis vuelto, ¿qué ha pasado?- preguntó el sanador.
- Rápido, trátela, tiene fiebre.- pidió Alanna mientras la dejaban en el suelo, agotada, el trayecto la había dejado sin apenas fuerzas, al fin y al cabo, la resistencia no era lo suyo, su cuerpo, demasiado delgado, no era, tampoco, de ayuda, y el no haber descansado en más de 24 horas, tampoco, pero había llegado hasta allí, y Frea estaba, por fin, siendo tratada, había logrado salvar a alguien, por fin, la única pregunta que rondaba su cabeza era si Eltrant estaría bien, y en que lío se habría metido.
- Tranquila hermana, pronto podremos salir de aquí.- le sonrió Elise mientras le entablillaba la pierna.
Alanna Delteria
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
Leyó, mientras caminaba, todas las páginas que Sumilde le entregaba, hoja tras hoja, la joven le relató todas las penurias con las que había tenido que lidiar, el porqué de la jaula, la razón por la que no tenía voz, todo.
-Ya ha acabado todo – Eltrant trató de consolar a Sumilde depositando el amuleto que colgaba en torno al cuello de Bono en la palma de su mano, haciéndole ver que el brujo estaba muy lejos de volver a hacerle daño, y a pesar de que la comisura del labio de la chica desveló que se alegraba por el destino que había tenido el brujo, la expresión, afligida, no abandonó su rostro – Recuperaremos tu voz, ya verás – Prometió, para a continuación dedicarle una sonría a la cautiva, era evidente que no tenía idea alguna de cómo hacerlo, pero al menos, era un comienzo.
Suspiró, todo había sido un montaje, el falso rey era solo un actor, todas las muertes con las que había lidiado, toda la destrucción, los asesinatos, la represión; Todo por el capricho de unos hombres que no sabían encajar un no por respuesta.
Frunció el ceño, ahora solo tenía que encontrar a Alanna y contarle lo que sabía, el pueblo confiaba en ella, no solo eso, era una guarda de Lunargenta, era la autoridad necesaria para encarcelar, o mejor aún, matar, a la familia de avaros que lo había comenzado todo.
Por eso se encaminó de nuevo hacía el salón del trono, dónde había visto por última vez a su amiga, dispuesto a seguir sus pasos, tenía que encontrarla para dar un final a aquella historia, de una vez por todas. Una historia que, según por las vibraciones que comenzaron a sentir los presentes, distaba mucho de querer acabarse.
Apretó los dientes y, como tantas veces había hecho ya hasta aquel momento, se armó con su espada. – Algo viene, entrad ahí – El salón del trono estaba justo a su derecha, a su lado. Obedeciendo la orden de Eltrant, Sumilde y Hont se adentraron en el salón en el que sus propios súbditos habían dado muerte al impostor, Eltrant, por otro lado, aguardó.
Los muebles traqueteaban, los cuadros se descolgaban y las armaduras se desmoronaban, zarandeadas por el propio edificio, era como si un dios hubiese decidido mover los cimientos del castillo, derribar aquella fortificación que había ocultado tanta maldad entre sus muros.
Y a ojos de Eltrant, era aquello lo que estaba sucediendo; Una bestia de casi tres metros de alto, un jabalí tan brillante como el mismo sol, emergió de una de las habitaciones del final del pasillo, comenzando a arrasar con todo lo que tenía frente a él, como si de un desastre natural se tratase, imparable.
- ¿Por qué me pasan estas siempre me pasan a mí?
Incapaz de hacer nada contra la carga de aquella bestia Eltrant se internó en el salón del trono, tratando de cerrar la puerta tras de sí, no consiguió más que retrasar un escaso segundo el avance del jabalí, que arremetió contra la pesada puerta de metal, siguiendo al mercenario presa de una mezcla entre furia e instinto animal.
- ¡Apartaos! – Gritó Eltrant a Hont y a Sumilde, quien sorprendidos por lo que acababa de irrumpir en la habitación, hicieron caso a lo que el séptimo Tale les acababa de decir y se apartaron de la trayectoria del jabalí, que se empotró contra una de las paredes, derribándola.
Chasqueando la lengua y, aprovechando que el animal estaba recuperándose del golpe, trató de cortar con su espada el lomo de la bestia, un sonoro “clanck” desveló que aquella cosa estaba hecha de metal, de oro.
- ¡Tiene que ser una maldita broma! – Profirió antes de ser golpeado por las patas traseras del animal, lanzándole hacía atrás varios metros.
Con los ojos repletos de lágrimas, Sumilde hacia aspavientos, tratando de hacerse notar al mercenario, tratando de ser más fuerte, de tener una voz propia, de ser útil. - ¡Eltrant! – Hont fue el que atrajo la mirada del mercenario, que aún se encontraba tirado en el suelo, preguntándose en qué momento su vida se volvió una sucesión de golpes entre los cuales, había ligeros periodos de descanso. - ¡Eltrant! – Este segundo grito fue, quizás, más desesperado que el anterior, el jabalí había posado su mirada en ellos.
Mascullando un par de insultos se levantó, Sumilde saltaba, ajena al hecho de que él jabalí estuviese a punto de envestirles sin dejar de señalar el colgante que colgaba en uno de los colmillos del animal; Eltrant frunció el ceño - ¿Eso? – Cuando la mujer se hubo asegurado de que el castaño había reparado en el frasquito, se señaló la garganta.
Sin detenerse a asociar los conceptos que Sumilde estaba tratando de decirle, el mercenario atacó al cerdo, de forma que este perdiese de vista a la zarigüeya y a la muda, a pesar de ello, como momentos atrás, la espada volvió a rebotar sobre la dura piel del animal. - ¡Maldita sea! – Gritó repitiendo la misma acción de nuevo - ¡Detente! – Exclamó golpeándole una tercera vez con su espada. – ¡Mírame a mí!
El jabato se lanzó a por Sumilde, imparable, como había hecho antes en el pasillo, dispuesto a aplastar a la chica bajo sus fauces. Tosiendo de forma continua Eltrant cayó de rodillas, incapaz de hacer nada para ayudar a la muchacha que acababa de salvar, luchó contra sí mismo para levantarse.
- ¡¡Sumy!! - Una sombra, sin embargo, apartó tanto al hombre-bestia como a la chica de la trayectoria del animal dorado, un hombre rodó sobre el mármol de la habitación con ambos entre sus brazos, protegiéndoles con su cuerpo.
Gritando se levantó de nuevo, estuvo a punto de perder el equilibrio, ¿Cuántas veces había hecho aquello en lo que iba de día? Sin dejar que el cansancio le venciese, saltó sobre el lomo del jabalí, aprovechando que este estaba aturdido a causa del fuerte golpe que acababa de darse contra la pared.
El misterioso recién llegado, el hombre que había emergido desde la nada al rescate de Sumilde, era el chico que se había encarado a Bono atrás en la aldea, el hombre al que Sumilde amaba sobre todas las cosas, el motivo por el que la chica se había obligado a seguir viviendo todas aquellas semanas en la jaula, sin rendirse, sin dejar que el hambre la consumiera, Gardian.
Lo último que pudo ver, antes de que el animal notase que Eltrant estaba subido sobre él, fue que ambos estaban fundidos en un largo y cálido abrazo, si no hubiese estado tratando de mantener el equilibrio, habría sonreído. – No sé de dónde has salido, ni que eres – Comentó mientras el animal saltaba de un lugar a otro, intentando tirar al mercenario de su lomo – Pero tienes algo que me interesa – Alargó la mano hasta el colmillo, de dónde pendía el frasco, pero estaba demasiado lejos.
Dejando caer su espada, para poder sujetarse mejor, avanzó entre saltos y cabriolas, hasta la cabeza del animal, desde dónde pudo hacerse con el frasco, no sin recibir varios cortes de parte de uno de los gigantescos colmillos dorados con los que la bestia se defendía. - ¡Mío! – Exclamó cuando su mano se cerró en torno al colgante.
De alguna manera, el jabalí comprendió lo que el mercenario acababa de hacer, lo cual hizo que el animal se zarandeara aún con más fuerza, gruñendo y moviéndose casi en un estado de locura que difícilmente podría haberse visto en otro ser normal, aquel ser, enfurecido, comenzó a correr en dirección a la pared que estaba justo tras el trono en el que había estado sentado el falso rey, predispuesto a aplastar a Eltrant en el proceso.
Con el tiempo justo para saltar, el mercenario se lanzó desde la espalda del animal instantes antes de que este atravesase el trono, rodando por el amplio suelo de la habitación y deteniéndose solo tras chocar con los cadáveres de varios soldados del rey; La ausencia del mercenario, sin embargo, no hizo que el jabalí se parase, ya que este, inmerso en aquel estado de locura sin control e incapaz de frenar a tiempo, traspasó también la pared que estaba directamente tras el trono, precipitándose al abismo que había directamente tras ella.
Tumbado, boca arriba, Eltrant agradeció mentalmente al arquitecto que hubiese decidido que aquel lugar elevado era un buen sitio para construir una fortaleza y comprobó que el collar por el que casi perdía la vida seguía intacto. Suspirando aliviado al ver que este no se había roto se levantó y se acercó a la pareja, que aún seguían abrazados, temiendo quizás, que, si se separaban una vez más, volverían a pasar por lo mismo.
- ¿Querías esto verdad? – Dijo depositando la pequeña botella en las manos de Sumilde. Una vez hecho eso se dejó caer cuan largo era contra el suelo y clavó su mirada en el techo, en el fresco que había pintado en la bóveda de la habitación, directamente sobre su cabeza.
En ese mismo instante, incrustado en la tierra al fondo del abismo, yacía un amasijo de oro doblado, los restos de algo que bien podría haber sido ser una bella escultura momentos atrás, lo que quedaba de un hermoso jabalí de oro.
El triste recordatorio de todo el mal que había acontecido a aquella pequeña población
-Ya ha acabado todo – Eltrant trató de consolar a Sumilde depositando el amuleto que colgaba en torno al cuello de Bono en la palma de su mano, haciéndole ver que el brujo estaba muy lejos de volver a hacerle daño, y a pesar de que la comisura del labio de la chica desveló que se alegraba por el destino que había tenido el brujo, la expresión, afligida, no abandonó su rostro – Recuperaremos tu voz, ya verás – Prometió, para a continuación dedicarle una sonría a la cautiva, era evidente que no tenía idea alguna de cómo hacerlo, pero al menos, era un comienzo.
Suspiró, todo había sido un montaje, el falso rey era solo un actor, todas las muertes con las que había lidiado, toda la destrucción, los asesinatos, la represión; Todo por el capricho de unos hombres que no sabían encajar un no por respuesta.
Frunció el ceño, ahora solo tenía que encontrar a Alanna y contarle lo que sabía, el pueblo confiaba en ella, no solo eso, era una guarda de Lunargenta, era la autoridad necesaria para encarcelar, o mejor aún, matar, a la familia de avaros que lo había comenzado todo.
Por eso se encaminó de nuevo hacía el salón del trono, dónde había visto por última vez a su amiga, dispuesto a seguir sus pasos, tenía que encontrarla para dar un final a aquella historia, de una vez por todas. Una historia que, según por las vibraciones que comenzaron a sentir los presentes, distaba mucho de querer acabarse.
Apretó los dientes y, como tantas veces había hecho ya hasta aquel momento, se armó con su espada. – Algo viene, entrad ahí – El salón del trono estaba justo a su derecha, a su lado. Obedeciendo la orden de Eltrant, Sumilde y Hont se adentraron en el salón en el que sus propios súbditos habían dado muerte al impostor, Eltrant, por otro lado, aguardó.
Los muebles traqueteaban, los cuadros se descolgaban y las armaduras se desmoronaban, zarandeadas por el propio edificio, era como si un dios hubiese decidido mover los cimientos del castillo, derribar aquella fortificación que había ocultado tanta maldad entre sus muros.
Y a ojos de Eltrant, era aquello lo que estaba sucediendo; Una bestia de casi tres metros de alto, un jabalí tan brillante como el mismo sol, emergió de una de las habitaciones del final del pasillo, comenzando a arrasar con todo lo que tenía frente a él, como si de un desastre natural se tratase, imparable.
- ¿Por qué me pasan estas siempre me pasan a mí?
Incapaz de hacer nada contra la carga de aquella bestia Eltrant se internó en el salón del trono, tratando de cerrar la puerta tras de sí, no consiguió más que retrasar un escaso segundo el avance del jabalí, que arremetió contra la pesada puerta de metal, siguiendo al mercenario presa de una mezcla entre furia e instinto animal.
- ¡Apartaos! – Gritó Eltrant a Hont y a Sumilde, quien sorprendidos por lo que acababa de irrumpir en la habitación, hicieron caso a lo que el séptimo Tale les acababa de decir y se apartaron de la trayectoria del jabalí, que se empotró contra una de las paredes, derribándola.
Chasqueando la lengua y, aprovechando que el animal estaba recuperándose del golpe, trató de cortar con su espada el lomo de la bestia, un sonoro “clanck” desveló que aquella cosa estaba hecha de metal, de oro.
- ¡Tiene que ser una maldita broma! – Profirió antes de ser golpeado por las patas traseras del animal, lanzándole hacía atrás varios metros.
Con los ojos repletos de lágrimas, Sumilde hacia aspavientos, tratando de hacerse notar al mercenario, tratando de ser más fuerte, de tener una voz propia, de ser útil. - ¡Eltrant! – Hont fue el que atrajo la mirada del mercenario, que aún se encontraba tirado en el suelo, preguntándose en qué momento su vida se volvió una sucesión de golpes entre los cuales, había ligeros periodos de descanso. - ¡Eltrant! – Este segundo grito fue, quizás, más desesperado que el anterior, el jabalí había posado su mirada en ellos.
Mascullando un par de insultos se levantó, Sumilde saltaba, ajena al hecho de que él jabalí estuviese a punto de envestirles sin dejar de señalar el colgante que colgaba en uno de los colmillos del animal; Eltrant frunció el ceño - ¿Eso? – Cuando la mujer se hubo asegurado de que el castaño había reparado en el frasquito, se señaló la garganta.
Sin detenerse a asociar los conceptos que Sumilde estaba tratando de decirle, el mercenario atacó al cerdo, de forma que este perdiese de vista a la zarigüeya y a la muda, a pesar de ello, como momentos atrás, la espada volvió a rebotar sobre la dura piel del animal. - ¡Maldita sea! – Gritó repitiendo la misma acción de nuevo - ¡Detente! – Exclamó golpeándole una tercera vez con su espada. – ¡Mírame a mí!
El jabato se lanzó a por Sumilde, imparable, como había hecho antes en el pasillo, dispuesto a aplastar a la chica bajo sus fauces. Tosiendo de forma continua Eltrant cayó de rodillas, incapaz de hacer nada para ayudar a la muchacha que acababa de salvar, luchó contra sí mismo para levantarse.
- ¡¡Sumy!! - Una sombra, sin embargo, apartó tanto al hombre-bestia como a la chica de la trayectoria del animal dorado, un hombre rodó sobre el mármol de la habitación con ambos entre sus brazos, protegiéndoles con su cuerpo.
Gritando se levantó de nuevo, estuvo a punto de perder el equilibrio, ¿Cuántas veces había hecho aquello en lo que iba de día? Sin dejar que el cansancio le venciese, saltó sobre el lomo del jabalí, aprovechando que este estaba aturdido a causa del fuerte golpe que acababa de darse contra la pared.
El misterioso recién llegado, el hombre que había emergido desde la nada al rescate de Sumilde, era el chico que se había encarado a Bono atrás en la aldea, el hombre al que Sumilde amaba sobre todas las cosas, el motivo por el que la chica se había obligado a seguir viviendo todas aquellas semanas en la jaula, sin rendirse, sin dejar que el hambre la consumiera, Gardian.
Lo último que pudo ver, antes de que el animal notase que Eltrant estaba subido sobre él, fue que ambos estaban fundidos en un largo y cálido abrazo, si no hubiese estado tratando de mantener el equilibrio, habría sonreído. – No sé de dónde has salido, ni que eres – Comentó mientras el animal saltaba de un lugar a otro, intentando tirar al mercenario de su lomo – Pero tienes algo que me interesa – Alargó la mano hasta el colmillo, de dónde pendía el frasco, pero estaba demasiado lejos.
Dejando caer su espada, para poder sujetarse mejor, avanzó entre saltos y cabriolas, hasta la cabeza del animal, desde dónde pudo hacerse con el frasco, no sin recibir varios cortes de parte de uno de los gigantescos colmillos dorados con los que la bestia se defendía. - ¡Mío! – Exclamó cuando su mano se cerró en torno al colgante.
De alguna manera, el jabalí comprendió lo que el mercenario acababa de hacer, lo cual hizo que el animal se zarandeara aún con más fuerza, gruñendo y moviéndose casi en un estado de locura que difícilmente podría haberse visto en otro ser normal, aquel ser, enfurecido, comenzó a correr en dirección a la pared que estaba justo tras el trono en el que había estado sentado el falso rey, predispuesto a aplastar a Eltrant en el proceso.
Con el tiempo justo para saltar, el mercenario se lanzó desde la espalda del animal instantes antes de que este atravesase el trono, rodando por el amplio suelo de la habitación y deteniéndose solo tras chocar con los cadáveres de varios soldados del rey; La ausencia del mercenario, sin embargo, no hizo que el jabalí se parase, ya que este, inmerso en aquel estado de locura sin control e incapaz de frenar a tiempo, traspasó también la pared que estaba directamente tras el trono, precipitándose al abismo que había directamente tras ella.
Tumbado, boca arriba, Eltrant agradeció mentalmente al arquitecto que hubiese decidido que aquel lugar elevado era un buen sitio para construir una fortaleza y comprobó que el collar por el que casi perdía la vida seguía intacto. Suspirando aliviado al ver que este no se había roto se levantó y se acercó a la pareja, que aún seguían abrazados, temiendo quizás, que, si se separaban una vez más, volverían a pasar por lo mismo.
- ¿Querías esto verdad? – Dijo depositando la pequeña botella en las manos de Sumilde. Una vez hecho eso se dejó caer cuan largo era contra el suelo y clavó su mirada en el techo, en el fresco que había pintado en la bóveda de la habitación, directamente sobre su cabeza.
En ese mismo instante, incrustado en la tierra al fondo del abismo, yacía un amasijo de oro doblado, los restos de algo que bien podría haber sido ser una bella escultura momentos atrás, lo que quedaba de un hermoso jabalí de oro.
El triste recordatorio de todo el mal que había acontecido a aquella pequeña población
Eltrant Tale
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Re: El precio a pagar [Quest][Alanna Delteria - Eltrant Tale]
¿Y ya estaba? Habían pasado por tanto que nadie se creyó que por fin se había terminado. Ni siquiera Hont, quien era la viva imagen del optimismo, llegaba a confiar del todo en el final feliz. Gardian besaba a Sumilde como si esos besos que le daba fueran los últimos pues, una parte de él, pensaba que así iba a ser. Bono, Flecha Negra, el Arlequín, el Falso Rey o incluso el estúpido de Tod el Gordo podían revivir y romper los besos que Gardian le daba a Sumy. O, al menos, en la imaginación del chico, sus enemigos podían revivir. Frea, por su parte, se concentraba en utilizar toda la fuerza que le quedaba para mantener el estado de semiconsciencia que tenía. Podía ver y sentir como todo el palacio se caía poco a poco. Era como sueño, una pesadilla mejor dicho. Era real y, a la vez, irreal pues su mente no lo podía aceptar. En la otra punta de castillo, Fredd que mantenía todo su peso apoyado sobre una vara de madera a modo de bastón contemplaba cada torreón del palacio caerse en picado. Él no sabía nada acerca de los jabalíes gigantes ni tampoco sabía que una chica con una dulce voz había estado encerrada en una de esas torres. No le importa. El palacio era el mayor símbolo de poder del alcalde y del Falso Rey, verlo caer era como ver morir a todos los malos guardias que se burlaban de los aldeanos llamándolos Cuelliflojos. Aunque, al igual que Frea, él también creía vivir algo irreal.
Dos semanas después de aquella noche, las cosas parecían volver a la normalidad. La plaza central de la aldea estaba llena de banderines, flores y todo tipos de adornos,
Dos semanas después de aquella noche, las cosas parecían volver a la normalidad. La plaza central de la aldea estaba llena de banderines, flores y todo tipos de adornos,
músicos ambientaban el lugar y todo estaba recubierto por un dulce aromo de bollo recién horneado. Era un día de fiesta. Dos semanas tardaron en poder celebrar la victoria que habían logrado. Muchos aldeanos no se dieron cuenta que habían ganado hasta que no vieron los banderines de colores entorno a la plaza.
“No más diezmos disparados que pagar, nadie era condenado a la horca, no más secuestros y no más mentiras”. Fue el discurso que dio Fredd el día que le nombraron como nuevo alcalde. A su lado derecha estaba Frea y a la izquierda Gardian. Frea fue nombrada Comandante de la guardia de la aldea, puesto que perteneció en su día al difunto Jeremy. A Gardian también se le ofreció un título en la guardia pero se negó a aceptarlo asegurando que para él era más fácil combatir sin que nadie sepa a favor de quién está.
Una vez terminadas las titulaciones. Sumilde subió y cantó una hermosa canción, con su voz recuperada y sana al fin. La melodía era alegre, muy acorde a la fiesta que se celebraba.
Los siguientes a subir al escenario fueron Alanna y Eltrant. Fredd les dio las gracias repetidas veces. Frea dio la manos, en las cuales se podían ver algunas cicatrices de cuchillos, a ambos héroes, un apretón que acabó siendo un gran abrazo. Los hijos de Frea fueron los que entregaron los presentes. Una pequeña ofrenda para que viesen lo muy agradecidos que estaban.
* Alanna Delterie: El valor es tu mejor arma. La suerte pocas veces ha estado de tu parte, pero has sabido hacerle frente.
10 de base + 15 de desarrollo = 25 Puntos de Experiencia
450 aeros
Copa de vino
En los próximos temas, tu mano izquierda continuará teniendo el tono verde de piel. Para quitarte esta maldición deberás pedirme una misión. Aunque te adelanto, no te concederé tal misión hasta que no pase un tiempo. Disfruta de tu mano verde The Wicked Delteria.
* Eltrant Tale: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
10 de base + 15 de desarrollo = 25 Puntos de Experiencia
450 aeros
Voz embotellada
* Ambos: Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles. La quest ha sido divertida. Hemos creado grandes personajes y muy buenos combate. Hemos tenido más batallas épicas que en The Lord of Rings. Confieso que os echaré de menos. Me he divertido mucho y espero que vosotros también. ¿Es así? A título personal, me gustaría pedirlos vuestra opinión en un mp. Quiero saber qué os ha parecido la quest, si os habéis divertido o aburrido, cuál es vuestro personaje favorito y el que menos os ha gustado… quiero saberlo todo (podéis opinar incluso de escenas que no han sido de vuestro hilo). Por favor, guardaros las opiniones respecto a los puntos que os he ofrecido. Lo que yo quiero saber va más allá de eso.
“No más diezmos disparados que pagar, nadie era condenado a la horca, no más secuestros y no más mentiras”. Fue el discurso que dio Fredd el día que le nombraron como nuevo alcalde. A su lado derecha estaba Frea y a la izquierda Gardian. Frea fue nombrada Comandante de la guardia de la aldea, puesto que perteneció en su día al difunto Jeremy. A Gardian también se le ofreció un título en la guardia pero se negó a aceptarlo asegurando que para él era más fácil combatir sin que nadie sepa a favor de quién está.
Una vez terminadas las titulaciones. Sumilde subió y cantó una hermosa canción, con su voz recuperada y sana al fin. La melodía era alegre, muy acorde a la fiesta que se celebraba.
Los siguientes a subir al escenario fueron Alanna y Eltrant. Fredd les dio las gracias repetidas veces. Frea dio la manos, en las cuales se podían ver algunas cicatrices de cuchillos, a ambos héroes, un apretón que acabó siendo un gran abrazo. Los hijos de Frea fueron los que entregaron los presentes. Una pequeña ofrenda para que viesen lo muy agradecidos que estaban.
FIN
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* Alanna Delterie: El valor es tu mejor arma. La suerte pocas veces ha estado de tu parte, pero has sabido hacerle frente.
10 de base + 15 de desarrollo = 25 Puntos de Experiencia
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Copa de vino
- Copa de vino:
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¿Recuerdas esta copa? Tú misma estuviste atrapada en ella bajo las órdenes del Falso Rey. La copa en sí no tiene nada de especial, simplemente está decorada con un cristal de color verde semitransparente. Lo importante es el embrujo que Bono hizo en su día sobre esta copa. Si ofreces a alguien beber lo que sea que pongas previamente en esta copa estará obligado a bebérsela. Venenos, antídotos o un rico vino especiado… cualquier cosa se lo tendrá que beber sin rechistar. Este objeto se puede usar hasta tres veces.
En los próximos temas, tu mano izquierda continuará teniendo el tono verde de piel. Para quitarte esta maldición deberás pedirme una misión. Aunque te adelanto, no te concederé tal misión hasta que no pase un tiempo. Disfruta de tu mano verde The Wicked Delteria.
* Eltrant Tale: A veces has sido héroe y otras villano. A veces has perdonado y otras castigado. Eres un hombre con dos caras: un psicópata y un amigo.
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Voz embotellada
- Voz embotellada:
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No toda la voz de Sumilde ha sido liberada de la pequeña botella del colgante. Una parte se ha quedado atrapada y ésta parte es la que recibes como presente. La voz te hablará al oído cada vez que te encuentres con una persona de tu pasado olvidado. Te dirá dos palabras con las cuales, antes de perder la memoria, eras capaz de describir esa persona.
* Ambos: Los puntos ya han sido sumados directamente a vuestros perfiles. La quest ha sido divertida. Hemos creado grandes personajes y muy buenos combate. Hemos tenido más batallas épicas que en The Lord of Rings. Confieso que os echaré de menos. Me he divertido mucho y espero que vosotros también. ¿Es así? A título personal, me gustaría pedirlos vuestra opinión en un mp. Quiero saber qué os ha parecido la quest, si os habéis divertido o aburrido, cuál es vuestro personaje favorito y el que menos os ha gustado… quiero saberlo todo (podéis opinar incluso de escenas que no han sido de vuestro hilo). Por favor, guardaros las opiniones respecto a los puntos que os he ofrecido. Lo que yo quiero saber va más allá de eso.
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