El Legado de Ardlingtown [Libre]

El shock inicial comenzó a disiparse en la mente de Caoimhe, quien caminaba aquí y allá a lo largo de la sala intentando encontrar explicación a la presencia de aquel objeto en su dedo. Buscó en su bolso algo para ayudarse a quitarse aquella joya. Varios trozos de biusas se desperdigaron por el suelo.

La sala estaba lo suficientemente vacía como para preocuparse de que alguien pudiese preguntarse porqué daba vueltas sin un aparente objetivo fijo.

Lo que más molestaba a Caoimhe en aquel preciso momento es que no solo estaba perdiendo tiempo crucial quizás en la carrera hasta la herencia de los Arlingtown, sino que todo aquello no habría sucedido si hubiese hecho caso a su plan perfectamente esquematizado sobre como pasar sus siguientes dos semanas... y no se hubiese dejado guiar por reclamos de Hugo.

Volvió a recular en sus pasos mientras buscaba a lo largo de la pared de piedra un objeto que pudiese servirle de palanca inicial y quizás deshacer aquel anillo del agarre en su dedo.O por el contrario, alguna indicación de que de hecho...

Un leve 'zas' indicó que el silencio de aquella sala estaba a punto de ser interrumpido.

A su lado un hombre vestido con un traje de chaqueta de rayas negras y blancas que había visto mejores épocas se personificó frente a ella. Su olor a putrefacción inundó los pulmones de la vampiresa quien tuvo que contener una arcada y tapar su boca y nariz mientras aún observaba estupefacta aquel que decía ser quien había puesto el anillo en su dedo.

La felicidad de aquel hombre fue efímera y desapareció en el momento exacto en el que Hugo se acercó ante la visión de un peligro potencial. Su gesto se tornó más agrio que su olor y de la nada misma, Hugo pareció desplomarse al suelo y en un parpadeo su cuerpo se convirtió en el de una cucharacha.

El exoesqueleto de aquel animal había sido alterado en la caida, y uno de los huesos de la biusa había quedado incrustado en el mismo. Caoimhe abrió mucho los ojos sin saber qué decir. Llena en parte de repulsión y de sorpresa. Incapaz de ayudar a Hugo a deshacerse de aquel objeto en lo que ahora componía su cuerpo.

Varios minutos pasaron y la criatura pareció volver en si. Se miró las manos, ahora líneas finas sin zarpas. Giró la cabeza hasta Caoimhe quien haciendo de tripas corazón se acercó a él, molesta con Beetlesoup.

-No te preocupes, Hugo... conozco a un par de personas que estoy segura pueden ayudarnos a deshacernos de este hechizo.. lo más importante ahora es avanzar y dejar atrás a este loco... y salir de aquí cuanto antes.- dijo acercándose a su acompañante.

Pues, pesar de su triste y repugnante forma actual, Hugo era un miembro de la familia, a quien no podía tratarse como a un enemigo, sino frente al cual el deber familiar era aguantarse la repugnancia y resignarse, nada más que resignarse.


Unos pasos incipientes quizás indicaban que no estaban solos.

El estruendo de la pared derrumbada hizo entrecerrar sus ojos al elfo. Nada sabía del curioso congénere que le había ayudado a ello, pero avanzar era todo cuanto tenía por hacer, cuanto deseaba hacer en esa tumba laberíntica. La menor sorpresa en esos largos segundos fue la rápida desaparición del pequeño Koru. No se había asentado el polvo cuando la figura del niño-mono se evaporó. Por alguna extraña razón, incluso con su ínfima edad y aparente visión del mundo como un mero juego, el espadachín dudaba que llegase a sufrir daño alguno.

A veces la falta de sentido y los actos caóticos protegían en mayor medida que el más extremo de los cuidados. Mas no a la larga.
Sus ojos grises captaron al chiquillo una última vez en la parte más alejada de la estancia siguiente, y Nou parpadeó al llegar a observarlo bailar entre los últimos filos que poblaban el lugar. Por el contrario, él mismo se vio tensado en cuerpo y mente al encontrarse imposibilitado de moverse de manera natural. La dificultad radicaba en la necesidad de movimientos lentos y calculados, que cargaban los músculos y provocaban la lógica necesidad de no perder de vista ni una sola de las cuchillas que nacían de casi todo lugar. Cada pisada requería la imaginación de dos movimientos, a fin de que el peso del cuerpo no se tornase peligroso, pues no había forma alguna de mantener el equilibrio tras un paso en falso.

A pesar de la cautela, sintió algunos pequeños cortes en zonas concretas que no protegía su armadura. Uno en la mejilla y otros dos en la capa lo irritaron especialmente. ¿Tantas molestias se tomaba un maldito humano para proteger lo conseguido en tan poco espacio de tiempo? Tal vez llegada su hora, se dijo macabro, debería levantar un lugar de reposo cuya vastedad hiciese recordar las raíces de un árbol milenario. Sacudió la cabeza con una sonrisa, esquivando la enésima hoja.

A Sandorai no llegarían los saqueadores de tumbas. No en el futuro que él estaba dando los primeros pasos para construir. Sus pensamientos fueron poco a poco encauzados hacia su natal Folnaien, antes de conseguir eliminar toda idea no convergente en salir de una condenada vez de esas cuatro paredes.

El sonido de varias monedas cayendo al suelo le hizo tensar la mandíbula, mas no giró la cabeza. Uno de los filos había escapado a su vigilancia, y a media voz, pronunció unas malsonantes palabras en su idioma natal. Sintió como, perezosa, una única gota de sangre fruto del mínimo tajo del rostro, descendía poco a poco antes de caer al suelo, justo cuando dio el último paso, lejos de las espinas.

“Ahora éste lugar ya posee un mayor valor” nació del elfo.

Había que continuar.

Dante y yo llegamos a una habitación donde el caos se desataba. Los papeles revoloteaban por los aires junto al estruendo de los gritos de una mujer desquiciada. Todo resultaba surrealista, la causante del ruido se trataba de una mujer, o lo que alguna vez fue una mujer, ya que su cuerpo habría muerto hace mucho tiempo atrás. Llevaba prendas nupciales y su frustración caía sobre los trabajadores de aquella sala que parecían ser encargados de los papeleos y trámites de la boda.

Ya nada tenía sentido, incluso en otra ocasión ver el cuerpo descompuesto de una mujer así hubiese aterrorizado a cualquiera, pero en aquel instante lo único que causaba terror era su histeria. Pobre de aquellos trabajadores que solo querían hacer su trabajo… ¿pero acaso no estábamos en unas catacumbas buscando un tesoro?

Ya entiendo qué ocurre Dante… Todo esto tiene que ser un mal sueño.

El humano me miró escéptico. Mientras, frotaba mis ojos y revisaba en mi cabeza si en algún momento había caído en las trampas de la magia de ilusiones. Una droga también podría ser, ¿magia de voz quizás?, ¿acaso en realidad estaba buscando el legado o seguiría durmiendo a plena luz del día en una posada a las afueras de Lunargenta?

Cualquiera de esas opciones tenía más sentido… Tenía que ser, si no no me podría explicar a aquel mono de pesadillas que seguía nuestros pasos. Ahí estaba la criatura peluda. Hablando incoherencias sin dejar tregua.

Ya no tiene sentido, continuaremos y ya veremos que sucede. - tenía recursos para evitar ese tipo de influencia, pero una corazonada me indicaba que quizás aquel escenario de fantasía era parte del laberinto. - Intentaré convencer a la dama de que se calme por las buenas. Nada como las dulces palabras de un caballero para apaciguar la cólera de una histérica.

Me acerqué a la novia apartando al resto de presentes, tomando un lugar protagónico, miré el cadavérico rostro de la mujer. Observando la cuenca donde en algún momento pasado estarían bellos ojos sin demostrar en mi cara reacción alguna que irritase a la difunta.

Me había quedado como un alfiletero, pero al menos había conseguido atravesar esa zona de pinchos. Y de forma poco sorprendente, Zagreus y el mono también lo habían logrado. No me equivocaba al pensar que el primero era un tipo eficiente y que Koru era una fuerza de la naturaleza tan implacable como intensa.

Acabamos en una sala llena de burócratas, que en condiciones normales me hubieran inspirado poco interés, pero ver como una muerta vestida de novia les estaba volviendo locos estaba logrando que esa gente enterrada en papeles me generaran cierta lástima. Estaba llegando a un nivel tan preocupante que el vampiro intentó razonar con esa mujer muerta para que se detuviera.

Pero después de que sus intentos no llegaran a buen puerto, decidí que era el momento de intentarlo yo pero desde el ángulo opuesto. Si la amabilidad había fracasado habría que probar con la asertividad. No sabía si serviría, pero en caso de no funcionar, al menos me iba a quedar tranquilo. Y para mejorar mis opciones liberé mi maldición rodeándome de sombras^[1] y aproveché la presencia especial propia de las sanguijuelas para parecer aún más imponente^[2].

- Mira señora, no sé que es lo que buscas aquí, pero si sigues comportándote como un energúmeno no vas a conseguir más que hacer que tarden más. Esta gente necesita orden y tranquilidad para hacer su trabajo. Cuanto más molestes más van a tardar, así que estate quieta de una vez y deja de removerlo todo.

Ya podría servir para algo o no, pero al menos había podido decirla todo o que debía, y creo que había conseguido hacerlo sin ponerme especialmente insultante, así que lo consideraría un éxito en cualquier caso. Aunque si la cosa empeoraba y me veía obligado a utilizar una silla contra su espalda tampoco podía decir que fuera a ser un escenario que me desagradara.

**************************