El Legado de Ardlingtown [Libre]

La amenaza de los golems atenuó su recorrido visual de la estancia. Constituían el peligro primordial, y la forma de actuar de Koru le hizo plantearse si no sería más adecuado dejar inconsciente a la pequeña criatura antes de buscar una manera de romper esas moles de piedra.

Paladeó varios planes desechados en segundos, todos dedicados a eliminar una amenaza que, al contrario que los guardianes, probablemente terminaría por salir de la tumba. Por desgracia, progresar resultaba más importante que medir sus fuerzas con el engendro de cabello blanco. Algo con lo que su parte más visceral estaba en irremediable desacuerdo.

Conocía bien su espada. Su dureza y sus capacidades. Pero enfrentar metal con roca, incluso un metal infundido mediante magia, no resultaba alentador. Debía existir otra manera.

Con tal pensamiento lateral, sus ojos grises pasaron de ver a observar con mayor detalle esos cruciales segundos. Tras los golems, unas curiosas estatuillas se alzaban en pequeños pedestales. ¿Eran estas la clave?, la forma de salir de esa habitación? A lo largo del continente, el elfo había salido de muchas trampas en numerosos subterráneos de ruinas arcaicas. No era la primera vez que tal cosa habría sucedido. El oro entre ambas, probablemente una antigua ofrenda, poseía menos valor a sus ojos. Se permitió una sonrisa. Quizá…

Pero Koru tenía sus propios planes. O ninguno. Molestando a dos de los humanoides rocosos, estos trataron de atraparlo, golpeándose dos veces de forma inmisericorde, cayendo al suelo con un estrépito atronador. Nousis parpadeó asombrado, antes de clavar su mirada en un ¿molde? En bajorrelieve de una mano que la corpulencia de sus enemigos no le habían permitido ver. Corrió hacia las estatuillas, tomando una y tirándole otra a Koru, que la tomó con la cola. El chico se la merecía, se dijo riendo por dentro.
Tocaba salir de allí, dejando al vampiro con el tercer golem. Tal vez hubiese suerte...

La momentánea satisfacción no tardó en truncarse, pues la estancia siguiente varió por completo a un calor inmisericorde.
Nada más posar la vista en el lugar preciso, contempló una más de las pequeñas tallas que tanta importancia constituían en el subterráneo. Sí, de tener tiempo que perder, habría ayudado a Koru a tratar de conseguir una de ellas, pero el lugar, sofocante, invitaba a abandonarlo lo antes posible. De modo que tomó uno de los palos que instaban a tratar de alcanzar los trofeos.

Lo lograse o no, saldría de allí cuanto antes.

　Terrible. Corlys había ganado otra vez. El negocio de la carpintería era más fructífero que el de la herrería, así que el vampiro demostró tener madera de pujador mientras que yo erraba en mi cálculo. Él consiguió el premio a costa de mi derrota. Toda una tragedia.

　–Pero, bueno, las risas no faltaron –me dije como consuelo, aunque mejor consuelo fue comerme una biusa justo después.

　Corlys, entonces, me dedicó unas palabras antes de reemprender la marcha hacia los oscuros senderos del laberinto sin suplantadores.

　—Lo mismo digo, Corlys —contesté con una sonrisa perezosa—. Y que las buenas referencias nunca te falten.

　«¿Y por qué nos separamos ahora?», me pregunté, pero preferí dejar de pensar en eso por el bien de la trama.

　Xana recogió a Raujo y lo examinó. En su mirada inquisitiva entreví las dudas que revoloteaban en su mente.

　–No preguntes, solo gózalo –aconsejé con un encogimiento de hombros.

　Luego de aquel nefasto, funesto y deshonroso episodio de mi vida, avanzamos sin miedo al éxito, siendo por un tiempo inestimable los únicos seres vivos en nuestro camino, o al menos los únicos con una linda esfera de luz que Reike demostró que ya no era tan única.

　Entonces terminamos en lo que parecía ser un mausoleo, pero sin mausus ni oleo. Otra estafa. Lo que sí había era ataúdes, probablemente de personas muertas.

　—¿Tú qué crees, Xana? —pregunté, casual—. ¿Deberíamos investigar? —Me volví hacia ella, esperando su respuesta.

Dante miró al elfo rebuscando en su memoria donde había visto aquel rostro altanero. El humano compartía aquel odio hacia los vampiros, pero aquellas palabras presuntuosas incomodaban incluso a Dante y Kvasir. Yo por mi parte ignoré la voz necia de aquel ser. No tenía tiempo que perder y menos en 'abraza árboles' del bosque.

Sin embargo, mientras estudiaba con plena atención los golems, el pequeño mono empezó a disparar decenas de preguntas. Intentar seguir su hilo conductor era inútil. Apenas lograba comprender a qué se refería cuando hablaba de pelonoche o pelonieve. La bestia hiperquinética tampoco esperó por mi respuesta. En seguida empezó a saltar los cuerpos de piedra, jugando o luchando de una forma impulsiva e imprudente.

El elfo optó por la cobardía, típico de los que hablan de más… y aprovechando la distracción de la bestia peluda, prefirió sortear los colosos de piedra para tomar un par de estatuillas y salir de aquella estancia.

Miraba al humano en silencio mientras contemplaba aquella escena, casi que gritando con mis ojos dorados que disparase al mono o al elfo con su ballesta, pero Dante parecía estar más concentrado en su nueva mascota y su ave cobarde que había volado al techo abovedado de aquella estancia.

Por caprichos del destino, el camino terminó despejándose gracias a la "estrategia" de Koru. La sangre que giraba en una delgada corriente alrededor de mi mano terminó siendo reabsorbida y el humano se bajó la manga ocultando nuevamente su prótesis y arma a distancia. No lucharíamos… el mono había incapacitado a los golems de una forma tosca, digna de un circo.

Caminamos a paso rápido para seguir a aquellos dos que tomaban ventaja. Sorteando mecanismos simples que abrían puertas y dejando atrás a los golems, llegamos a una habitación con una temperatura significativamente mayor. El sudor empezaba a cubrir nuestras frentes y el aire se sentía denso y sofocante.

Mi nombre es Dante - dijo el humano rompiendo el silencio para que tanto el elfo como el mono se percataran que estábamos con ellos en aquella habitación. La tensión era palpable. El humano mostraba simpatía por el chico bestia, por lo que sus comentarios estaban dirigidos a Koru el disperso - Él se llama Sir. Chinchin, es una chinchilla de la realeza. - indicó alzando orgulloso al roedor regordete que meneaba sus bigotes. El actuar de mi compañero era lamentable, me sentía rodeado de idiotas y solo deseaba que el fuego los devorara y me permitiera avanzar en silencio. No quería oír a nadie más…

Kvasir llegó volando y en sus garras traía una pequeña estatuilla, idéntica a la que habían obtenido en la sala anterior Koru y el elfo pretencioso. - Oh, él es Kvasir, es un cuervo un tanto cobarde. - Kwah - graznó indignado, el ave de plumas negras. - pero es buen amigo y la criatura más inteligente que conozco.

Crucé los brazos irritado de aquella conversación y los insultos subliminales de Dante, que seguía intentando hablar con aquel mono que seguro tendría un cacahuete en vez de cerebro. Mi rostro mostraba mi molestia y la necesidad de avanzar con la siguiente prueba. El simple hecho de predecir que el mono seguro continuaría aquella conversación con mil frases incoherentes solo me hervía la sangre más que aquella habitación calurosa.

Él es Zagreus, trata de no acercarte mucho a él, tiene una condición contagiosa - dijo susurrando la última frase. Nunca había visto a Dante tan “sociable” y con tanta confianza. El conversar con algo que no fuese un humano (o algo similar), parecía ser la única forma de hacer que el humano no se aislara y terminara ensimismado en su misantropía. Incluso sus compulsiones al interactuar con algo distinto a Kvasir habían desapareció. Me resultaba curioso y al mismo tiempo odioso, no caía en sus provocaciones, de reojo miraba al elfo que parecía resentido. - al parecer de pequeño lo picó un mosquito y ahora es mitad zancudo, por eso no puede probar otra cosa que no sea sangre. Cualquiera terminaría desquiciado y amargado si no pudiera comer manzanas.

Solo me mantuve en silencio, ignorando a mi compañero y evaluando a los presentes. Estudiando el siguiente reto que nos preparaba el legado de Ardlingtown.

-Ous, te toca disparar- recordó la vocecilla infantil. Alrededor, unos trece o catorce niños elfos mostraban claro signos de impaciencia. Sentado en una roca, el chiquillo aludido entrecerró sus ojos grises.

-No me gusta que me llamen así- recordó éste. Afilando un palo por uno de sus extremos con su pequeña daga, aún le sonrojaba su error al comenzar una pelea por ese apelativo. Punto suficiente para que se extendiera durante más de una década. Una contracción de su nombre cuyos significados, listillo o roto, no le agradaban en absoluto- y prefiero ir al río. Quiero pescar algo.

Un jovencísimo Karian intervino malhumorado, haciendo aspavientos con las manos.

-¡Todos queremos tirar! ¡Deja al ous! No juega porque nunca gana al arco. Ilibar, Niyandor y Daldiev quieren seguir. Estamos perdiendo el tiempo.

Nou se levantó, soltando su pequeña lanza y yendo a encararse con Karian, antes de que Nilian se interpusiera entre ambos. Sin embargo, el primero, furioso, arrebató el arma de manos de uno de los muchachos y disparó sin miramientos.

Su flecha alcanzó el tercer lugar más cercano al centro de las nueve que ya se encontraban clavadas allí. A pesar de haber errado en mayor medida, el otro niño compuso una mueca de burla. Daldiev recogió el arco que su amigo tiró tras el disparo, observando la escena con cautela.

-Pudiste hacerlo mejor de haber estado tranquilo- le reconvino algo alejados de los demás Nilian.

-Hasta tú me llamas así. Y si no quiero jugar, no quiero. El arco no me interesa, yo dominaré la espada. No todos los elfos tienen que ser arqueros. Si nos invaden otra vez, habrá que luchar de cerca.

La niña permaneció callada, como sopesando cada palabra. Un sosiego que Nou no era capaz de comprender a tan corta edad.

-Karian es imbécil- rezongó él- Siempre le gano y eso…

-Algunos niños… te tienen miedo Nou- éste no pudo sostenerle la mirada, y la apartó, levemente sonrojado tanto de incomodidad como de placer- Todos tenemos que ser amigos, eso dicen los mayores. Todos nos vamos a necesitar un día, eso dicen.

El jovencito bufó disgustado.

-Yo voy a saberlo todo, y a pelear muy bien- apuntó, casi como una promesa, volviendo a tomar su arpón, y afilándolo de nuevo ya sin necesidad- Y podré con todos los que vengan a hacer daño a Folnaien. Y hasta Karian me dará las gracias.

Su mirada se cruzó con la de Nilian, quien sonrió de una manera nada acorde con sus pocos años, como si la longeva sabiduría de su especie se hubiese trocado en su rostro. Nou miró al suelo, internándose en el bosque.

Caminando con rapidez, fue calmándose poco a poco al mezclarse con el sonido del suave viento y del agua del río cercano. Casi saboreaba el guiso de pescado que padre sabía preparar con esa planta rara que sólo le gustaba con esa comida. Colocó su pequeña mano en la corteza de su árbol preferido, donde la había él mismo contorneado. Algo le estaba hablando. Muy rápido y sin demasiado sentido, y su mano no estaba en un árbol, sino en la pared.

Se pasó una mano por el cabello, lentamente, volviendo al presente.

-Ayúdame Koru- pidió al pequeño mono, haciendo caso omiso de los recién llegados, a pesar del nuevo aviso de su granate- Haz lo mismo que yo- terminó, con una sonrisa cargada de nostalgia.

　Abrimos el ataúd, tanto Xana como yo a la vez, por si los Nousis; si alguno iba a ser maldito, lo seríamos juntos. Una terrible idea. Era mejor que al menos uno permaneciera intacto para salvar al otro. Pero, bueno, es lo que pasa cuando decides algo con piedra, papel o tijera y siempre termina en empate.

　—Me complace que mi actual advenimiento a este mundo de los mortales —empezó a hablar alguien desde algún lugar, sobresaltándonos tanto a Xana como a mí—, me haya dado esta inigualable oportunidad para servir de guía para… ¿Uh? ¿Dónde estoy? ¿Por qué todo se ve tan grande?

　Finalmente, Xana y yo vimos de donde se originaba aquella voz꞉ la estatuilla, Raujo, ahora con su pequeño rostro siendo una pintura de perplejidad.

　—Entonces sí podías hablar y moverte por tu cuenta, miniyo —creí descubrir. Me incliné para observarlo de cerca—. ¿Por qué me compraste las botas?

　—¿Botas? —balbuceó—. ¡¿Cuáles botas?! Yo soy el espíritu que estuvo dentro del ataúd, sumido en el descanso eterno hasta que la curiosidad de ustedes me despertó.

　Xana y yo intercambiamos una mirada, en nuestros ojos reflejando nuestras dudas compartidas.

　—¡Mi nombre es Frederick…!

　—¡Ah, Chucho! —me adelanté, confundiéndolo con, pues, Chucho, también conocido como Frederick Candau—. Eso explica por qué tu voz me sonaba familiar, si es que se nota a leguas que tienes ese tono que me hace pensar en el color verde intenso.

　—¿Chucho? ¿Qué chucho? Frederick Ardlingtown, ese mi nombre.

　—Oh, vamos, pensé que ya habíamos superado esa parte de que no aceptas tu apodo. Mejor dime꞉ ¿qué pasó contigo la última vez que nos vimos, cuando explorábamos el templo del ente antivida? De pronto dejaste de existir. ¿Moriste?

　—Sea quien sea el Chucho al que, en tu error, crees que se dirigen tus inquietudes, no soy yo. Soy el Frederick Ardlingtown por el que varias personas se han aventurado en estos túneles en la búsqueda de un legado oculto.

　—Pero el del legado es Frederick ArdillaToon.

　La estatuilla poseída me miró fijamente, con una expresión inescrutable. De pronto señaló a una pared y dijo, con la voz neutra꞉

　—Explora el sitio que señalo y tráeme la estatua que allí se esconde.

　Tras un momento de vacilación, obedecí. Ciertamente, había una estatua, una fea, pero la tomé y se la entregué al miniyo poseído.

　—Aquí tienes —dije.

　Enseguida agarró la estatua y me golpeó la cabeza con ella, arrancándome un gruñido.

　—¡Oye! —solté—. ¿Tu señora madre jamás te enseñó a no golpear elfos peliblancos con una estatua rara en un mausoleo dentro de unas catacumbas?

　—También tengo como queja que tu madre haya cometido el error de haberte permitido nacer —replicó—. Pero así es el amor de una madre, que acepta a su hijo aunque venga como tú. —Suspiró con resignación—. Te dedicaría más palabras, pero ya suficiente tienes con haber nacido así. —Alzó la mirada hacia Xana, que observaba entre extrañada y fascinada por particularidad de la escena—. Y a ti, señorita, te advierto que estás en una relación poco apropiada si es con ese elfo. Amiga, date cuenta.

　—¡Basta ya, intruso! —chilló la misma estatuilla, con una voz diferente, similar a la mía, pero mucho más aguda—. La grandeza de mi alma no dejará lugar a tu presencia que profana mi cuerpo.

　—¿Eh? ¿Hay otro aquí…?

　—¡Que te largues, dije!

　La estatuilla se pateó a sí misma, desencadenando una explosión de nebulosa iridiscente y viento gélido.

　En el silencio que le sucedió, vimos, sumidos en la confusión y la incertidumbre, la estatuilla nuevamente carente de signos de vida, aunque con una expresión ceñuda y aferrándose a la estatua secreta de los Ardlingtown.

　Entonces Xana dijo…


　—Oh, pero si es el monito —noté cuando llegamos al siguiente lugar donde varios caminos convergieron—. ¿Cómo te ha ido, Koru? ¿Has visto algo fascinante? ¿De dónde sacaste esa estatua? Yo también tengo una, me la dio otra estatuilla que hablaba, pero esa estatuilla es mala gente porque me insultaba. ¿Tú también has visto alguna estatua que hable? ¿Eran buena o mala gente? Ah, ¿quieres una biusa? —Generé una biusa^[1] y se la entregué—. Sabe a bicocho, pero no es bicocho; es mejor. ¿Qué te gusta más? ¿El bicocho o la biusa sabor a bicocho? ¿Has probado el chocolate? Es un dulce, pero el sabor es amargo. A mí me gusta. ¿Has conocido a gente rara por el camino? ¿A una anciana, tal vez? Yo la vi otra vez y fue mala gente porque me estafó. No me gusta ser estafado, pero sí comer estofado. ¿Te gusta el estofado?

　Mientras tanto, Xana se acercó a la puerta que obstaculizaba nuestro camino, distraída por mi contraataque de preguntas dirigidas hacia el monito preguntón. Sin saberlo, colocó su mano en el lugar correcto y en el momento correcto para que el mecanismo de la puerta se activara.

Vi con una sonrisa burlesca como el elfo altanero y su amigo el mono parlanchín fallaban en aquella prueba de fuego. Como era de esperarse, el sobre control excesivo y la impulsividad errática no eran buenas compañeras para ese tipo de desafíos. Yo, con un equilibrio entre lo meticuloso y lo asertivo, logré hacerme con la estatua. A ellos les tocaría el premio de consolación.

Llegamos a una nueva estancia. Una puerta de piedra limitaba nuestro avance, sin embargo, mientras el elfo de cabellera azabache estudiaba formas que le permitieran atravesar el obstáculo. Vi como una señal advertía sobre un peaje, una forma "rápida" de atravesar aquella sala, pero algo no estaba bien...

Estoy seguro de que esto es obra de Eberus… - susurré al ver la triquiñuela con magia de ilusión. El mago era vivo para las maldades, sin embargo, su magia de ilusión no era tan ágil. Estaba seguro, que si la vida y los malos hábitos le permitían, el viejo brujo sería un ilusionista excepcional de quien habría que tener mucho cuidado para no caer en sus trampas, pero para eso aun faltaba bastante.

No pretendía pagar por cruzar una puerta, pero tampoco estaba en mis planes colaborar con aquellos personajes. Dante aún cuidaba de aquella criatura peluda y cualquier plan que viniera de mí era rechazado si no contemplaba a la chinchilla del infierno.

Reflexionaba sobre cómo avanzar y separarme de aquellos acompañantes. Quizás la posibilidad de aprovechar la ilusión del brujo podría servirme. Sin embargo, una nueva voz se unió a la ya ruidosa sala. Rauko hablaba con el mono en una especie de contrapunteo que bien para algunos tendría hasta ritmo y poesía, incluso se podría inventar algún neologismo como “rap” para describir aquella batalla de verborrea.

Si tengo que escuchar a alguno de estos 3 un minuto más… - mis amenazas fueron silenciadas con el estruendo de la puerta cayendo. Los muros altos de piedra se desmoronaban en una nube de polvo que apagó las antorchas y limitaba la visión. Aprovechando la oportunidad, tomé la iniciativa y con paso veloz corrí para dejar atrás al resto.

En mi mente, la idea de que alguno hubiese quedado aplastado resultaba atractiva. Sin embargo, mientras atravesaba los pasillos de aquel laberinto, terminé en un nuevo corredor estrecho, lleno de espinas. Nuestro paso se vio ralentizado. Dante, a pocos metros de mí, procuraba cuidar a Kvasir y a la chinchilla con su cuerpo. Yo delante, cuidaba de las estatuillas que habíamos obtenido.

Las ropas se rasgaban, incluso algunos cortes superficiales nos lastimaban a nuestro paso. Varios metros delante el cuerpo de otro participante lidiaba con el mismo desafío. Me centraba en avanzar y alcanzar a aquel sujeto, no obstante, mi velocidad aumentó considerablemente, sin importar los cortes y heridas, cuando la voz de aquel mono se hizo notar a las espaldas de Dante.

Maldita sea… - dije entre quejidos apretando la marcha. La distancia con aquel hombre de pelos níveos se acortaba, pero prefería aguantar algunos cortes y pinchazos que seguir escuchando aquella bestia del averno.

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Off
Narro como me hago con la estatuilla en la casilla 11, luego me fijo en la artimaña de Eberus (lo siento Ebe, estoy seguro de que cuando seas nivel 4 y tus talentos sean superiores tus ilusiones serán perfectas). Luego voy a la casilla 14 con los pinchos donde me topo con Corlys y bueno, el mono parece que tampoco quiere separarse.

No diré que me sorprendí de que Eberus decidiera colaborar y no dejarme vendido, especialmente porque lo de intentar cobrarnos por avanzar por un laberinto en el que supuestamente había un tesoro que nadie había visto sonaba un poco a estafa para llenarse los bolsillos a base de aventureros estúpidos como nosotros, pero igualmente, me quedé más tranquilo cuando el brujo puso la mano y pudimos cruzar la puerta.

Mientras avanzaba por los pasillos notaba movimiento en las cercanías, pero de momento parecía estar eludiendo esos problemas con éxito. La sala llena de espinas no sonaba especialmente apetecible, pero debía ser de lo menos malo que se podía encontrar por esta zona. Me resigné a unos pocos cortes y pinchazos y me adentré por ella.

Mientras me deslizaba entre las espinas vi que Zagreus y el mono me habían conseguido alcanzar. Me había dado la impresión que estaban más atrás que yo, pero siendo esto un laberinto, quizás habían encontrado una forma de sortear esa puerta. Aunque siendo que Koru tenía una suerte increíble y el ingeniero me había demostrado ser un tipo competente en nuestro último encuentro, era posible que hubieran encontrado una forma de esquivar el bloqueo sin tener que perder tiempo. De todas formas, no podía distraerme con eso, si quería llegar al tesoro del final no quedaba sino seguir avanzando y confiar en que la suerte me siguiera acompañando.